La Resurrección como hecho
histórico que afirma la fe
SS Juan Pablo II, 25 de enero, 1989
1. En esta
catequesis afrontamos la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, documentada por el
Nuevo Testamento, creída y vivida como verdad central por las primeras comunidades
cristianas, transmitida como fundamental por la tradición, nunca olvidada por los
cristianos verdaderos y hoy profundizada, estudiada y predicada como parte esencial del
misterio pascual, junto con la cruz; es decir la resurrección de Cristo. De El, en
efecto, dice el Símbolo de los Apóstoles que 'al tercer día resucitó de entre los
muertos'; y el Símbolo niceno-constantinopolitano precisa: 'Resucitó al tercer día,
según las Escrituras'.
Es un dogma de la fe cristiana, que se inserta en un hecho sucedido y constatado
históricamente. Trataremos de investigar 'con las rodillas de lamente inclinadas' el
misterio enunciado por el dogma y encerrado en el acontecimiento, comenzando con el examen
de los textos bíblicos que lo atestiguan.
2. El primero y más antiguo testimonio escrito sobre la resurrección de Cristo se
encuentra en la primera Carta de San Pablo a los Corintios. En ella el Apóstol recuerda a
los destinatarios de la Carta (hacia la Pascua del año 57 d. De C.): 'Porque os
transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros
pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según
las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más
de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros
murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde a todos los Apóstoles. Y en último
lugar a mi, como a un abortivo' (1 Cor 15, 3-8).
Como se ve, el Apóstol haba aquí de la tradición viva de la resurrección, de la que
él había tenido conocimiento tras su conversión a las puertas de Damasco (Cfr. Hech 9,
3)18). Durante su viaje a Jerusalén se encontró con el Apóstol Pedro, y también con
Santiago, como lo precisa la Carta a los Gálatas (1,18 ss.), que ahora ha citado como los
dos principales testigos de Cristo resucitado.
3. Debe también notarse que, en el texto citado, San Pablo no habla sólo de la
resurrección ocurrida el tercer día 'según las Escrituras' (referencia bíblica que
toca ya la dimensión teológica del hecho), sino que al mismo tiempo recurre a los
testigos a los que Cristo se apareció personalmente. Es un signo, entre otros, de que la
fe de la primera comunidad de creyentes, expresada por Pablo en la Carta a los Corintios,
se basa en el testimonio de hombres concretos, conocidos por los cristianos y que en gran
parte vivían todavía entre ellos. Estos 'testigos de la resurrección de Cristo' (Cfr.
Hech 1, 22), sonante todo los Doce Apóstoles, pero no sólo ellos: Pablo habla de a
aparición de Jesús incluso a más de quinientas personas a la vez, además de las
apariciones a Pedro, a Santiago y a los Apóstoles.
4. Frente a este texto paulino pierden toda admisibilidad las hipótesis con las que se
ha tratado, en manera diversa, de interpretar la resurrección de Cristo abstrayéndola
del orden físico, de modo que no se reconocía como un hecho histórico; por ejemplo, la
hipótesis, según la cual la resurrección no sería otra cosa que una especie de
interpretación del estado en el que Cristo se encuentra tras la muerte (estado de vida, y
no de muerte), o la otra hipótesis que reduce la resurrección al influjo que Cristo,
tras su muerte, no dejó de ejercer (y más aún reanudó con nuevo e irresistible vigor)
sobre sus discípulos. Estas hipótesis parecen implicar un prejuicio de rechazo a la
realidad de la resurrección, considerada solamente como 'el producto' del ambiente, o
sea, de la comunidad de Jerusalén. Ni la interpretación ni el prejuicio hallan
comprobación en los hechos. San Pablo, por el contrario, en el texto citado recurre a los
testigos oculares del 'hecho': su convicción sobre la resurrección de Cristo, tiene por
tanto una base experimental. Está vinculada a ese argumento 'ex factis', que vemos
escogido y seguido por los Apóstoles precisamente en aquella primera comunidad de
Jerusalén. Efectivamente, cuando se trata de la elección de Matías, uno de los
discípulos más asiduos de Jesús, para completar el número de los 'Doce' que había
quedado incompleto por la traición y muerte de Judas Iscariote, los Apóstoles requieren
como condición que el que sea elegido no sólo haya sido 'compañero' de ellos en el
período en que Jesús enseñaba y actuaba, sino que sobre todo pueda ser 'testigo de su
resurrección' gracias a la experiencia realizada en los días anteriores al momento en el
que Cristo (como dicen ellos) 'fue ascendido al cielo entre nosotros' (Hech 1, 22).
5. Por tanto no se puede presentar la resurrección, como hace cierta crítica
neostestamentaria poco respetuosa de los datos históricos, como un 'producto' de la
primera comunidad cristiana, la de Jerusalén. La verdad sobre la resurrección no es un
producto de la fe de los Apóstoles o de los demás discípulos pre o post-pascuales. De
los textos resulta más bien que la fe 'prepascual' de los seguidores de Cristo fue
sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro. El mismo
había anunciado esta prueba, especialmente con las palabras dirigidas a Simón Pedro
cuando ya estaba a las puertas de los sucesos trágicos de Jerusalén; '¡Simón, Simón!
Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti,
para que tu fe no desfallezca' (Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión y
muerte de Cristo fue tan grande que los discípulos (al menos algunos de ellos)
inicialmente no creyeron en la noticia de la resurrección. En todos los Evangelios
encontramos la prueba de esto. Lucas, en particular, nos hace saber que cuando las
mujeres, 'regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas (o sea, el sepulcro
vacío) a los Once y a todos los demás..., todas estas palabras les parecieron como
desatinos y no les creían' (Lc 24, 9. 11).
6. Por lo demás, la hipótesis que quiere ver en la resurrección un 'producto' de la
fe de los Apóstoles, se confuta también por lo que es referido cuando el Resucitado 'en
persona se apareció en medio de ellos y les dijo: ¡Paz a vosotros!'. Ellos, de hecho,
'creían ver un fantasma'. En esa ocasión Jesús mismo debió vencer sus dudas y temores
y convencerles de que 'era El': 'Palpadme y ved, que un espíritu no tiene carne y huesos
como veis que yo tengo'. Y puesto que ellos 'no acababan de creerlo y estaban asombrados'
Jesús les dijo que le dieran algo de comer y 'lo comió delante de ellos' (Cfr. Lc
24,36-43).
7. Además, es muy conocido el episodio de Tomás, que no se encontraba con los demás
Apóstoles cuando Jesús vino a ellos por primera vez, entrando en el Cenáculo a pesar de
que la puerta estaba cerrada (Cfr. Jn 20, 19). Cuando, a su vuelta, los demás discípulos
le dijeron: 'Hemos visto al Señor', Tomás manifestó maravilla e incredulidad, y
contestó: 'Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero
de los clavos y no meto mi mano en su costado no creeré. Ocho días después, Jesús vino
de nuevo al Cenáculo, para satisfacer la petición de Tomás 'el incrédulo' y le dijo:
'Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas
incrédulo sino creyente'. Y cuando Tomás profesó su fe con las palabras 'Señor mío y
Dios mío', Jesús le dijo: 'Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han
visto y han creído' (Jn 20, 24-29).
La exhortación a creer, sin pretender ver lo que se esconde Por el misterio de Dios v
de Cristo, permanece siempre válida; pero la dificultad del Apóstol Tomás para admitir
la resurrección sin haber experimentado personalmente la presencia de Jesús vivo, y
luego suceder ante las pruebas que le suministró el mismo Jesús, confirman lo que
resulta de los Evangelios sobre la resistencia de los Apóstoles y de los discípulos a
admitir la resurrección.
Por esto no tiene consistencia la hipótesis de que la resurrección haya sido un
'producto' de la fe (o de la credulidad) de los Apóstoles. Su fe en la resurrección
nació, por el contrario (bajo a acción de la gracia divina), de la experiencia directa
de la realidad de Cristo resucitado.
8. Es el mismo Jesús el que, tras la resurrección, se pone en contacto con los
discípulos con el fin de darles el sentido de la realidad y disipar la opinión (o el
miedo) de que se tratara de un 'fantasma' y por tanto de que fueran víctimas de una
ilusión. Efectivamente, establece con ellos relaciones directas, precisamente mediante el
tacto. Así es en el caso de Tomás, que acabamos de recordar, pero también en el
encuentro descrito en el Evangelio de Lucas, cuando Jesús dice a los discípulos
asustados: 'Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo
tengo' (24, 39). Les invita a constatar que el cuerpo resucitado, con el que se presenta a
ellos, es el mismo que fue martirizado y crucificado. Ese cuerpo posee sin embargo al
mismo tiempo propiedades nuevas: se ha 'hecho espiritual' (y 'glorificado' y por lo tanto
ya no está sometido a las limitaciones habituales a los seres materiales y por ello a un
cuerpo humano. (En efecto, Jesús entra en el Cenáculo a pesar de que las puertas
estuvieran cerradas, aparece y desaparece, etc.) Pero al mismo tiempo ese cuerpo es
auténtico y real. En su identidad material está la demostración de la resurrección de
Cristo.
9. El encuentro en el camino de Emaús, referido en el Evangelio de Lucas, es un hecho
que hace visible de forma particularmente evidente cómo se ha madurado en la conciencia
de los discípulos la persuasión de la resurrección precisamente mediante el contacto
con Cristo resucitado (Cfr. Lc 24, 15-21). Aquellos dos discípulos de Jesús, que al
inicio del camino estaban 'tristes y abatidos' con el recuerdo de todo lo que había
sucedido al Maestro el día de la crucifixión y no escondían la desilusión
experimentada al ver derrumbarse la esperanza puesta en El como Mesías liberador
('Esperábamos que sería El el que iba a librar a Israel') experimentan después una
transformación total, cuando se les hace claro que el Desconocido, con el que han
hablado, es precisamente el mismo Cristo de antes, y se dan cuenta de que El, por tanto,
ha resucitado. De toda la narración se deduce que la certeza de la resurrección de
Jesús había hecho de ellos casi hombres nuevos. No sólo habían readquirido la fe en
Cristo, sino que estaban preparados para dar testimonio de la verdad sobre su
resurrección.
Todos estos elementos del texto evangélico, convergentes entre sí, prueban el hecho
de la resurrección, que constituye el fundamento de la fe de los Apóstoles y del
testimonio que, como veremos en las próximas catequesis, está en el centro de su
predicación.
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