Pasajes del
prefacio del libro de Benedicto XVI «Jesús de Nazaret»
El primer volumen
será publicado en la primavera.
Dado a conocer por el editor, Rizzoli, quien posee los
derechos internacionales.
El Papa
inició el presente libro cuando era Cardenal, en el año
2003, y lo concluyó durante su periodo de descanso de 2006
en el Valle del Aosta.
El Papa
señala en este prefacio que su libro no debe ser considerado
vinculante desde el punto de vista magisterial. “Esta obra
no es absolutamente un acto de magisterio sino únicamente
expresión de mi investigación personal del rostro del Señor.
Por lo cual cada uno es libre de contradecirme”.
Asimismo, el Papa ha querido “hacer el intento de presentar
al Jesús de los Evangelios como el verdadero Jesús, como el
Jesús histórico en el auténtico sentido de la expresión”.
“La enseñanza de Jesús no proviene de un aprendizaje humano,
cualquiera que sea. Viene del contacto inmediato con el
Padre, del diálogo cara a cara, de ver aquello que está en
el seno del Padre. Es la palabra del Hijo. Sin este
fundamento interior sería una temeridad”.
“Pido solo a los lectores y las lectoras ese anticipo de
simpatía sin la cual no existe ninguna comprensión”
He llegado al libro sobre
Jesús, del que presento ahora la primera parte, tras un
largo camino interior. En los tiempos de mi juventud –los
años treinta y cuarenta– se publicaron una serie de libros
apasionantes sobre Jesús. Recuerdo el nombre de algunos
autores: Karl Adam, Romano Guardini, Franz Michel Willam,
Giovanni Papini, Jean Daniel-Rops. En todos estos libros la
imagen de Jesucristo se delineaba a partir de los
evangelios: cómo vivió sobre la Tierra y cómo, a pesar de
ser plenamente hombre, llevó al mismo tiempo a los hombres a
Dios, con el cual, como Hijo, era una cosa sola. Así, a
través del hombre Jesús, se hizo visible Dios y a partir de
Dios se pudo ver la imagen del hombre justo.
A partir de los años cincuenta, cambió la situación cambió.
El desgarre entre el «Jesús histórico» y el «Cristo de la
fe» se hizo cada vez más grande: uno se alejó del otro
rápidamente. Pero ¿qué significado puede tener la fe en
Jesucristo, en Jesús Hijo del Dios viviente, si después el
hombre Jesús era tan distinto de cómo lo presentaban los
evangelistas y de cómo lo anuncia la Iglesia a partir de los
Evangelios?
Los progresos de la investigación histórico-crítica llevaron
a distinciones cada vez más sutiles entre los diversos
estratos de la tradición. Detrás de ellos, la figura de
Jesús, sobre la que se apoya la fe, se hizo cada vez más
incierta, tomó rasgos cada vez menos definidos.
Al mismo tiempo, las reconstrucciones sobre este Jesús, que
debía ser buscado tras las tradiciones de los evangelistas y
sus fuentes, se hicieron cada vez más contradictorias: desde
el revolucionario enemigo de los romanos que se oponía al
poder constituido y naturalmente fracasa, al manso moralista
que todo lo permite e inexplicablemente acaba por causar su
propia ruina.
Quien lea varias de estas reconstrucciones puede constatar
enseguida que son más fotografías de los autores y de sus
ideales que el verdadero cuestionamiento de una imagen que
se ha hecho confusa. Mientras, iba creciendo la desconfianza
hacia estas imágenes de Jesús, y la misma figura de Jesús se
iba alejando cada vez más de nosotros.
Todos estos intentos han dejado tras de sí, como denominador
común, la impresión de que sabemos muy poco sobre Jesús, y
que sólo más tarde la fe en su divinidad ha plasmado su
imagen. Mientras tanto, esta imagen ha ido penetrando
profundamente en la conciencia común de la cristiandad.
Semejante situación es dramática para la fe, porque hace
incierto su auténtico punto de referencia: la amistad íntima
con Jesús, de quien todo depende, se debate y corre el
riesgo de caer en el vacío. [...]
He sentido la necesidad de dar a los lectores estas
indicaciones de carácter metodológico para que determinen el
camino de mi interpretación de la figura de Jesús en el
Nuevo Testamento. Por lo que se refiere a mi presentación de
Jesús, esto significa ante todo que yo tengo confianza en
los Evangelios. Naturalmente doy por descontado cuanto el
Concilio y la moderna exégesis dicen sobre los géneros
literarios, sobre la intencionalidad de sus afirmaciones,
sobre el contexto comunitario de los Evangelios y sus
palabras en este contexto vivo. Aceptando todo esto en la
medida en que me era posible, he querido intentar presentar
al Jesús de los Evangelios como el verdadero Jesús, como el
«Jesús histórico» en el verdadero sentido de la expresión.
Estoy convencido, y espero que se pueda dar cuenta también
el lector, de que esta figura es mucho más lógica y desde el
punto de vista histórico también más comprensible que las
reconstrucciones con las que nos las hemos tenido que ver en
las últimas décadas.
Yo creo que precisamente este Jesús –el de los Evangelios–
es una figura históricamente sensata y convincente. Sólo si
sucedió algo extraordinario, sólo si la figura y las
palabras de Jesús superaban radicalmente todas las
esperanzas y las expectativas de la época, se explica la
Crucifixión y su eficacia.
Aproximadamente veinte años después de la muerte de Jesús
nos encontramos ya plenamente desplegado en el gran himno a
Cristo que es la Carta a los Filipenses (2, 6-8) una
cristología, en la que se dice de Jesús que era igual a Dios
pero que se desnudó a sí mismo, se hizo hombre, se humilló
hasta la muerte en la cruz y que a él incumbe el homenaje de
la creación, la adoración que en el profeta Isaías (45, 23)
Dios proclamó que sólo a Él se le debía.
La investigación crítica se hace con buen criterio la
pregunta: ¿Qué sucedió en estos veinte años desde la
Crucifixión de Jesús? ¿Cómo se llegó a esta Cristología?
La acción de formaciones comunitarias anónimas, de quienes
se intenta encontrar exponentes, en realidad no explica
nada. ¿Cómo es posible que agrupaciones de desconocidos
pudieran ser tan creativos, ser tan convincentes hasta
llegar a imponerse de ese modo? ¿No es más lógico, también
desde el punto de vista histórico, que la grandeza se
encuentre en el origen y que la figura de Jesús rompiera
todas las categorías disponibles y así poder ser comprendida
sólo a partir del misterio de Dios?
Naturalmente, creer que aún siendo hombre Él «fuera» Dios y
hacer conocer esto envolviéndolo en parábolas y aún de un
modo cada vez más claro, va más allá de las posibilidades
del método histórico. Al contrario, si a partir de esta
convicción de fe se leen los textos con el método histórico
y la apertura se hace mayor, éstos se abren para mostrar un
camino y una figura que son dignos de fe. Se aclara entonces
también la lucha a otros niveles presente en los escritos
del Nuevo Testamento en torno a la figura de Jesús y a pesar
de todas las diversidades, se llega al profundo acuerdo con
estos escritos.
Está claro que con esta visión de la figura de Jesús voy más
allá que lo que dice, por ejemplo, Schnackenburg en
representación de una buena parte de la exégesis
contemporánea. Espero, por el contrario, que el lector
comprenda que este libro no ha sido escrito contra la
exégesis moderna, sino con gran reconocimiento por lo mucho
que sigue aportándonos.
Nos ha hecho conocer una gran cantidad de fuentes y de
concepciones a través de las cuales la figura de Jesús puede
hacerse presente con una vivacidad y una profundidad que
sólo hace unas pocas décadas no podíamos ni siquiera
imaginar. Yo he intentado ir más allá de la mera
interpretación histórico-crítica aplicando nuevos criterios
metodológicos, que nos permiten una interpretación
propiamente teológica de la Biblia y que naturalmente
requieren de la fe, sin que por esto quiera yo renunciar en
absoluto a la seriedad histórica. Creo que no es necesario
decir expresamente que este libro no es en absoluto un acto
magisterial, sino la expresión de mi búsqueda personal del
«rostro del Señor» (salmo 27, 8) Por lo tanto, cada quien
tiene libertad para contradecirme. Sólo pido a las lectoras
y a los lectores el anticipo de simpatía sin la cual no
existe comprensión posible.
Como ya he dicho al comienzo de este prefacio, el camino
interior hacia este libro ha sido largo. He podido comenzar
a trabajar en él durante las vacaciones de 2003. En agosto
de 2004, tomaron forma definitiva los capítulos del 1 al 4.
Tras mi elección a la sede episcopal de Roma he utilizado
todos los momentos libres que he tenido para sacarlo
adelante. Dado que no sé cuánto tiempo y cuántas fuerzas me
serán concedidas aún, me he decidido a publicar ahora como
primera parte del libro los primeros diez capítulos que van
desde el bautismo en el Jordán hasta la confesión de Pedro y
la Transfiguración.