TRES IMPERATIVAS:
VIDA, DERECHO Y SOLIDARIDAD
El Estado del Planeta
-Juan Pablo II, 13-I-03
Discurso al Cuerpo Diplomático de 177 países que
mantienen relaciones diplomáticas ante la Santa Sede.
Excelencias,
Señoras y Señores:
1. ¡Qué hermosa tradición es este encuentro de primeros de año, que me
ofrece el gozo de recibirles y, en cierto modo, abrazar a todos los
pueblos que Ustedes representan! En efecto, sus esperanzas y
aspiraciones, sus logros y dificultades, me llegan por medio de Ustedes,
y gracias a Ustedes. Hoy deseo expresar los más fervientes votos de
felicidad, de paz y de prosperidad para sus países.
Al alba del nuevo año, me complace presentarles mis mejores deseos, a la
vez que imploro abundantes bendiciones divinas sobre ustedes, sus
familias y sus compatriotas.
Antes de compartir con ustedes algunas reflexiones inspiradas por la
actual situación del mundo y de la Iglesia, siento el deber de agradecer
a su Decano, el Embajador Giovanni Galassi el discurso que me ha
dirigido, así como los buenos deseos que tan delicadamente ha
manifestado, en nombre de todos, por mi persona y mi ministerio. Acepten
por ello mi sincero agradecimiento.
Señor Embajador, se ha referido Usted brevemente a las legítimas
esperanzas de nuestros contemporáneos, lamentablemente contrariadas
demasiado a menudo por crisis políticas, la violencia armada, los
conflictos sociales, la pobreza o las catástrofes naturales. Nunca como
en este comienzo de milenio el hombre ha experimentado lo precario que
es el mundo que ha construido.
2. Me impresiona personalmente el sentimiento de miedo que atenaza
frecuentemente el corazón de nuestros contemporáneos. El terrorismo
pertinaz que puede atacar en cualquier momento o lugar; el problema no
resuelto de Oriente Medio, con Tierra Santa e Irak; los vaivenes que
conmueven Sudamérica, particularmente Argentina, Colombia y Venezuela;
los conflictos que impiden a numerosos países africanos dedicarse a su
propio desarrollo; las enfermedades que propagan contagio y muerte; el
grave problema del hambre, sobre todo en África; las conductas
irresponsables que contribuyen al empobrecimiento de los recursos del
planeta. Todo esto son calamidades que amenazan la supervivencia de la
humanidad, la serenidad de las personas y la seguridad de las
sociedades.
3. Pero todo puede cambiar. Depende de cada uno de nosotros. Todos
pueden desarrollar en sí mismos su potencial de fe, de rectitud, de
respeto al prójimo, de dedicación al servicio de los otros.
Depende también, evidentemente, de los responsables políticos, llamados
a servir el bien común. No se sorprenderán si, ante un plantel de
diplomáticos, enuncio a este respecto algunos imperativos que me parecen
necesarios seguir si se quiere evitar que pueblos enteros, y quizás
también la humanidad misma, no se hundan en el abismo.
Ante todo, un "SÍ A LA VIDA". Respetar la vida y las vidas: todo
empieza aquí, puesto que el más fundamental de los derechos humanos es
ciertamente el derecho a la vida. El aborto, la eutanasia o la clonación
humana, por ejemplo, amenazan con reducir la persona humana a un simple
objeto: en cierto modo, ¡la vida y la muerte por encargo! Cuando carece
de todo criterio moral, la investigación científica referente a las
fuentes de la vida es una negación del ser y de la dignidad de la
persona. La guerra misma atenta contra la vida humana, pues conlleva el
sufrimiento y la muerte. ¡La lucha por la paz es siempre una lucha por
la vida!
Seguidamente, el RESPETO DEL DERECHO. La vida en sociedad –en
particular en el ámbito internacional – presuponen principios comunes e
intangibles cuyo objetivo es garantizar la seguridad y la libertad de
los ciudadanos y de las naciones. Estas normas de conducta son la base
de la estabilidad nacional e internacional. Hoy en día, los responsables
políticos disponen de textos e instituciones muy apropiados. Basta con
llevarlos a la práctica. ¡El mundo sería totalmente diferente si se
comenzaran a aplicar sinceramente los acuerdos firmados!
En fin, EL DEBER DE SOLIDARIDAD. En un mundo sobradamente
informado pero en el que, paradójicamente, se comunica con gran
dificultad, en el que las condiciones de vida son escandalosamente
desiguales, es importante no dejar nada por intentado para que todos se
sientan responsables del crecimiento y el bienestar de todos. En ello se
juega nuestro futuro. Un joven sin trabajo, una persona minusválida
marginada, personas ancianas abandonadas, países atenazados por el
hambre y la miseria, hacen que demasiado a menudo el hombre desespere y
sucumba ante la tentación de encerrarse en sí mismo o ceda a la
violencia.
4. Por estos motivos, hay decisiones que son necesarias para que el
hombre tenga aún un futuro. Y los pueblos de la tierra, así como sus
autoridades, han de tener a veces valor para decir "no". ¡«NO A LA
MUERTE»! Es decir, no a todo lo que atenta a la incomparable dignidad de
cada ser humano, comenzando por la de los niños por nacer. Si la vida es
realmente un tesoro, hay que saber conservarlo y hacerle fructificar sin
desnaturalizarlo. No a lo que debilita la familia, célula fundamental de
la sociedad. No a todo lo que destruye en el niño el sentido del
esfuerzo, el respeto de sí mismo y del otro, el sentido del servicio.
¡«NO AL EGOÍSMO»! Esto es, a todo lo que induce al hombre a refugiarse
en el círculo de una clase social privilegiada o en una comodidad
cultural que excluye a los demás. El modo de vida de quienes gozan del
bienestar, su modo de consumir, han de ser revisados a la luz de las
repercusiones que provocan en otros países. Piénsese, por ejemplo, en el
problema del agua, propuesto por la Organización de las Naciones unidad
como tema de reflexión para todos durante este año 2003. También es
egoísmo la indiferencia de las naciones pudientes respecto a aquellas
marginadas. Todos los pueblos tienen el derecho a recibir una parte
ecuánime de los bienes de este mundo y de la competencia de los países
más expertos para elaborarlos. ¿Cómo no pensar, por ejemplo, en el
acceso de todos a los medicamentos genéricos, necesario para luchar
contra las pandemias actuales?; un acceso que se ve frecuentemente
obstaculizado por consideraciones económicas a corto plazo.
¡«NO A LA GUERRA»! Ésta nunca es una simple fatalidad. Es siempre es una
derrota de la humanidad. El derecho internacional, el diálogo leal, la
solidaridad entre los Estados, el ejercicio tan noble de la diplomacia,
son los medios dignos del hombre y las naciones para solucionar sus
contiendas. Digo esto pensando en quienes todavía ponen su confianza en
el arma nuclear y en los demasiados conflictos que todavía aprisionan a
nuestros hermanos, los hombres. En Navidad, Belén nos ha recordado la
crisis no resuelta de Oriente Medio, donde dos pueblos, el israelí y el
palestino, están llamados a vivir uno junto al otro, igualmente libres y
soberanos y recíprocamente respetuosos. Sin repetir lo que os dije el
año pasado en circunstancias parecidas, me conformaré con añadir hoy,
ante el empeoramiento constante de la crisis de Oriente Medio, que su
solución nunca podrá ser impuesta recurriendo al terrorismo o a los
conflictos armados, pensando que la solución consiste en victorias
militares. Y, ¿qué decir de la amenaza de una guerra que podría recaer
sobre las poblaciones de Irak, tierra de los profetas, poblaciones ya
extenuadas por más de doce años de embargo? La guerra nunca es un medio
como cualquier otro, al que se puede recurrir para solventar disputas
entre naciones. Como recuerda la Carta de la Organización de las
Naciones Unidas y el Derecho internacional, no puede adoptarse, aunque
se trate de asegurar el bien común, si no es en casos extremos y bajo
condiciones muy estrictas, sin descuidar las consecuencias para la
población civil, durante y después de las operaciones.
5. Por tanto, es posible cambiar el curso los acontecimientos si
prevalece la buena voluntad, la confianza en el otro, la puesta en
práctica de los compromisos adquiridos y la cooperación entre miembros
responsables. Citaré dos ejemplos.
Europa de hoy, unida y a la vez ampliada. Ha sabido derribar los muros
que la desfiguraban. Se ha embarcado en la elaboración y la construcción
de una realidad capaz de conjugar unidad y diversidad, soberanía
nacional y acción común, progreso económico y justicia social. Esta
Europa nueva lleva consigo los valores que durante dos milenios han
fecundado un modo de pensar y vivir de los que el mundo entero se ha
beneficiado. Entre estos valores, el cristianismo tiene un papel clave,
en la medida en que ha dado lugar a un humanismo que ha impregnado su
historia y sus instituciones. Teniendo en cuenta este patrimonio, la
Santa Sede y el conjunto de las Iglesias cristianas han insistido ante
los redactores del futuro Tratado constitucional de la Unión europea
para que se haga una referencia a las Iglesias e instituciones
religiosas. En efecto, parece deseable que, respetando plenamente la
laicidad, se reconozcan tres elementos complementarios: la libertad
religiosa, no sólo en su dimensión individual y cultual, si no también
social y corporativa; la oportunidad de que haya un diálogo y una
consulta organizada entre los Gobernantes y las comunidades de
creyentes; el respeto del estatuto jurídico del que ya gozan las
Iglesias y las instituciones religiosas en los Estados miembros de la
Unión. Una Europa que renegara de su pasado, que negara el hecho
religioso y que no tuviera dimensión espiritual alguna, quedaría
desguarnecida ante al ambicioso proyecto que moviliza sus energías:
¡construir la Europa de todos!
También África nos da esta una vez ocasión de júbilo. Angola ha
comenzado su reconstrucción; Burundi ha emprendido el camino que podría
conducir a la paz, y espera comprensión y ayuda financiera de la
comunidad internacional; la República Democrática de Congo se ha
comprometido seriamente en un diálogo nacional que debería conducir a la
democracia. También Sudán ha dado prueba de buena voluntad, si bien el
camino hacia la paz es largo y arduo. Hay felicitarse sin duda por estos
progresos y animar a los responsables políticos a no escatimar esfuerzos
para que, poco a poco, los pueblos de África lleguen a un principio de
pacificación y, por tanto, de prosperidad, al reparo de las luchas
étnicas, la arbitrariedad y la corrupción. Por eso hemos de deplorar los
graves acontecimientos que estremecen Costa de Marfil y la República
Centroafricana, invitando al mismo tiempo a sus habitantes a deponer las
armas, a respetar su respectiva Constitución y a poner las bases de un
diálogo nacional. Así será fácil implicar todos los miembros de la
comunidad nacional en la elaboración de un proyecto de sociedad en el
que todos se reconozcan. Además, satisface constatar que, cada vez más,
los africanos intentan encontrar las soluciones más adecuadas a sus
problemas, gracias a la acción de la Unión Africana y a las mediaciones
regionales eficaces.
6. Excelencias, distinguidos Señoras y Señores, hoy se impone una
constatación: la independencia de los Estados no se puede concebir si no
es en el marco de la interdependencia. Todo están unidos en el bien y el
mal. Precisamente por ello, conviene saber distinguir rigurosamente
entre el bien y el mal, y llamarlos por su nombre. A este respecto,
cuando reina la duda y la confusión, se han de temer los mayores males,
como tantas veces ha enseñado la historia.
Para evitar caer en el caos, se han de respetar dos exigencias. La
primera es que, en el seno de los Estado, se redescubra el valor
primordial de la ley natural, que antaño inspiró el derecho de gentes y
a los primeros pensadores del derecho internacional. Aún cuando algunos
cuestionan su validez, estoy convencido de que sus principios generales
y universales son siempre capaces de hacer percibir mejor la unidad del
género humano y de favorecer el perfeccionamiento de la conciencia tanto
de los gobernantes como de los gobernados. En segundo lugar, la acción
perseverante de hombres de estado honrados y desinteresados. En efecto,
sólo la adhesión a profundas convicciones éticas puede legitimar la
indispensable competencia profesional de los responsables políticos
¿Cómo se podría pretender tratar los asuntos del mundo sin referencia a
este conjunto de principios que son la base de ese « bien común
universal » del que tan bien ha hablado la encíclica Pacem in terris del
Papa Juan XXIII? Para un dirigente coherente con sus convicciones,
siempre será posible negarse a situaciones de injusticia o a
desviaciones institucionales, o bien terminar con ellas. Creo que en
esto reside los que corrientemente se llama hoy el "buen gobierno". El
bienestar material y espiritual de la humanidad, la tutela de las
libertades y los derechos de la persona humana, el servicio público
desinteresado, la cercanía a las situaciones concretas, prevalecen sobre
cualquier programa político y constituyen una exigencia ética, que es al
vez lo mejor para asegurar la paz interior de las naciones y la paz
entre los Estados.
7. Es evidente que, para un creyente, a estas motivaciones se añaden las
que proporciona la fe en un Dios creador y padre de todos los hombres, a
los que confía la gestión de la tierra y el deber del amor fraterno. Es
como decir que el Estado tiene sumo interés en cuidar de que la libertad
religiosa – individual y social al mismo tiempo – sea efectivamente
garantizada a todos. Como ya he tenido ocasión de decir, los creyentes
que se sienten respetados en su fe, que ven sus comunidades reconocidas
jurídicamente, colaborarán con mayor convicción aún al proyecto común de
la sociedad civil de la que son miembros. Comprenderán, pues, que me
haga portavoz de todos los cristianos que, desde Asia a Europa, son
todavía víctimas de violencia e intolerancia, como la que se ha
producido muy recientemente con ocasión de la celebración de Navidad. El
diálogo ecuménico entre cristianos y los contactos respetuoso con las
otras religiones, en particular con el Islam, son el mejor antídoto
contra las desviaciones sectarias, el fanatismo y el terrorismo
religioso. Por lo que concierne a la Iglesia Católica, sólo mencionaré
una situación, que es por mí motivo de gran aflicción: el trato dado a
las comunidades católicas en la Federación Rusa que, desde hace meses,
por razones administrativas, ven cómo algunos de sus pastores están
imposibilitados para llegar hasta ellas. La Santa Sede espera que las
autoridades gubernativas tomen decisiones concretas que pongan fin a
esta crisis y que obren en conformidad a los compromisos internacionales
suscritos por la Rusia moderna y democrática. Los católicos rusos
quieren vivir como sus hermanos del resto del mundo, con la misma
libertad y la misma dignidad.
8. Excelencias, Señoras y Señores, que nosotros, los que estamos
reunidos en este lugar, símbolo de espiritualidad, de dialogo y de paz,
contribuyamos con nuestra acción cotidiana a que todos los pueblos del
tierra progresen, en la justicia y la concordia, hacia las situaciones
más dichosas y más justas, libres de la pobreza, la violencia y las
amenazas de guerra. ¡Dios quiera colmar de bendiciones a sus personas y
a todos los que representan! ¡Feliz año a todos!
-Traducción del original francés distribuida por
la Sala de Prensa de la Santa Sede.