Corazones Consagrados - Sacerdocio Ministerial

Sacerdocio Ministerial
D
iácono Vicente Moreno, miembro de la Familia de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
 
 
 “¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría…” Fue esta una expresión de San Juan Maria Vianney, el Santo Cura de Ars, expresión que retoma actualidad en este año en el que su Santidad Benedicto XVI mediante su Proclamación del 16 de Junio del 2009, invita a los cristianos a reflexionar profundamente sobre el don invaluable de la Vocación Sacerdotal y a valorar el Sacramento del Orden, sacramento por medio del cual Dios Padre constituye el Sacerdocio Ministerial como el medio para dar cumplimiento a su promesa de permanecer entre nosotros hasta el “Fin de los Tiempos”.

En su Carta de proclamación del Año Sacerdotal, el Papa nos recuerda las reflexiones que el Santo Cura de Ars hacía sobre la misión del Sacerdote, y sobre el privilegio de ser Sacerdote, recordándole a sus feligreses ( y en este año a nosotros), que “…basta con que el Sacerdote pronuncie dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia…”, y explicando la importancia de los sacramentos decía: “Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor….. ¿Quién ha puesto a Dios en el sagrario? el Sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? el Sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? el Sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? el Sacerdote, y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el Sacerdote… ¡Después de Dios, el Sacerdote lo es todo!… Él mismo sólo lo entenderá en el cielo”.

A fin de valorar propiamente el significado del Año Sacerdotal, es oportuno definir y hacer claridad sobre el significado del Sacerdocio, sobre la misión y los deberes que conlleva intrínsicamente el Orden Sacerdotal. Históricamente sabemos que los orígenes de la función Sacerdotal son antiquísimos y su institución obedeció al deseo y a la necesidad del hombre de relacionarse con su “Creador”, y es esa precisamente la misión del Sacerdote, ser mediador e intercesor. Respecto a la época de los Patriarcas, es preciso aclarar que si bien es cierto que no estaba propiamente establecido el Orden Sacerdotal, sí eran claras las funciones de intersección con Dios, las cuales eran ofrecidas por los Patriarcas a saber: Noe (Génesis 8:20), Abraham (Génesis 22:13), Jacob (Génesis 31:54), Melquisedec, Prefigura-de Cristo Jesús, Sumo Sacerdote, Abraham (Génesis 14:18), Jetro Abraham (Éxodo 18:12). No fue sino durante el período de la Ley Mosaica, cuando Dios estableció la jerarquía Sacerdotal, la cual estaba dividida en tres rangos: los Levitas, quienes eran los varones descendientes de la Tribu de Levi, los Sacerdotes, quienes eran los varones descendientes de la Tribu de Aron, y el Sumo Sacerdote, quien era la máxima autoridad en materia religiosa y normativa.
La sucesión a esta máxima dignidad se efectuaba por el Derecho de Primogenitura y era de carácter vitalicio, no obstante esta manera de sucesión fue modificada en tiempos de Cristo, puesto que el derecho a elegir Sumo Sacerdote fue apropiado por el Rey Herodes quien efectuaba la elección sin el consentimiento el Procurador Romano de turno.

Pasando ya a los tiempos del Nuevo Testamento, es claro, innegable y Supremo Dogma reconocer que Cristo Jesús es el SUMO SACERDOTE (Hebreos: 5:1-10), ministerio que ejerció de manera especial la noche en la que instituyo la Sagrada Eucaristía, confiriendo a sus discípulos y a sus sucesores la Misión de consagrar el Pan y el Vino con el mandato de “Haced esto en memoria mía” (Lucas: 22:19), instituyendo así el Sacramento del Orden y de manera particular confirmando su Supremacía Sacerdotal con su Muerte y Resurrección. En este mismo orden de ideas, debemos distinguir el Sacerdocio del Pueblo de Dios, el cual es recibido en el momento en que se confiere el Sacramento del Bautismo, sacramento que al incorporarnos a Cristo Jesús, nos convierte en sacerdotes, profetas y reyes. Este sacerdocio difiere del ministerial, puesto que no solo es diferente en grado sino también diferente en su naturaleza, pues no da a los laicos los poderes propios del Sacramento del Orden.

Respecto a las muchas definiciones del Sacerdocio Ministerial, el Padre Dominico Enrique Lacordaire da una definición especial en la cual de manera sencilla pero profunda pone de manifiesto la grandeza del Sacerdote, sus funciones y su misión, esa definición reza así:


Sacerdote de Jesucristo

“Vivir en medio del mundo sin ambicionar sus placeres, ser miembro de cada familia, sin pertenecer a ninguna; compartir todos los sufrimientos, penetrar todos los secretos, perdonar todas las ofensas, ir del hombre a Dios y ofrecer a El sus oraciones, regresar de Dios al hombre para traer perdón y esperanza,
tener un corazón de fuego para la caridad, y un corazón de bronce para la castidad; enseñar y perdonar, consolar y bendecir siempre, Dios mío, qué vida! Y esa es la tuya, oh sacerdote de Jesucristo!”.
Verdaderamente esta definición pone de manifiesto la grandiosidad de la misión encomendada por Cristo al sacerdote, misión que ni aun los Ángeles, seres de creación superior al hombre, pueden dar al hombre las Gracias Sacramentales.

En la actualidad, como en los tiempos difíciles en que le correspondió vivir, a San Juan Maria Vianney, es preciso que todos los cristianos, no solo los sacerdotes, nos distingamos por nuestro actuar consecuente con la fe que profesamos, demostrando de esta manera que el Reino de Dios ya esta entre nosotros. Recordemos que como oportunamente lo afirmara su Santidad Pablo VI,”… “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio”, y es eso precisamente lo que la sociedad de hoy nos critica a los cristianos, nuestra falta de coherencia con lo que decimos profesar. Durante la celebración litúrgica en la que los seminaristas recibimos el Libro de los Evangelios, el obispo nos lo entrega con esta recomendación: “….Recibe el Libro de la Palabra, cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas…”. Sinceramente esta invitación no es solo para quienes hemos recibido el Sacramento del Orden, sino que igualmente debe ser acogida en plenitud por todos los bautizados, quienes por el Sacramento del Bautismo reciben el sacerdocio del Pueblo de Dios.

Finalmente, recordemos que en la Carta de Proclamación del año 2009 como el Año Sacerdotal, el Santo Padre encomienda a la Santísima Virgen Maria a todos los Sacerdotes, unámonos pues a su Santidad, para que en cada día pongamos en el Corazón maternal de María a todos los Sacerdotes y de manera particular a aquellos que están viviendo en estos momentos un desierto espiritual en el que con la angustia de Jesús en el Huerto de los Olivos claman al Padre para que la Hora de la angustia pase, oremos para que ellos al igual que Jesús le digan al Padre: “ Que se haga Tu voluntad, no la mía”

En próximas columnas, publicaremos algunas de las cartas del epistolario de un sacerdote misionero colombiano quien viviera y muriera mártir en el archipiélago de Yap, cartas que ponen de manifiesto las luchas, las frustraciones y la entrega sacerdotal a la Misión.

Laus Deo
 

 
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