Corazones Consagrados - La Caridad no tiene hora

lA CARIDAD NO TIENE HORA
D
iácono Vicente Moreno, miembro de la Familia de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
 
 En conformidad con lo ofrecido en el artículo anterior, Sacerdocio Ministerial, es oportuno en este año dedicado a exaltar, a reconocer y a orar por los sacerdotes, que nos detengamos a leer una de las cartas escritas por el Misionero Jesuita, Padre Bernardo de la Espriella, en el que relata a su madre las circunstancias adversas en las que debe realizar su misión sacerdotal en la inhóspita selva de las Islas Yap, en el archipiélago de la Micronecia durante los años de la II Guerra Mundial. Pero antes, es oportuno dar una breve biografía de este sacerdote ejemplar, y una corta nota sobre las Islas de Yap.

 

Un Misionero Jesuita
El Padre Bernardo de la Espriella Mosquera nació en la ciudad de Pasto, Colombia el 20 de agosto de 1989.Sus estudios elementales y superiores los efectuó en los colegios de los Jesuitas en su ciudad natal y en España. El 30 de julio de 1923 recibió las Ordenes Sagradas en Barcelona, y fue posteriormente nombrado Ministro de la Casa de Aranjuez, cargo que ocupara por tres años. En 1925 fue enviado como misionero a Las Islas Carolinas, Marianas y Marshals en la Micronecia, en donde estuvo evangelizando hasta el 18 de septiembre de 1944 fecha en la cual fue fusilado por el ejército japonés con tres religiosos más. En los 19 años ininterrumpidos en las Misiones de Yap el Padre Bernardo evangelizó incansablemente fundando misiones, construyendo iglesias y oratorios en 109 de las 800 islas que forman el archipiélago de la Micronesia. Antes de embarcarse hacia la Micronesia, el Padre Bernardo envió a su madre el día de su Ordenación una misiva, en la cual menciona su deseo de ir a evangelizar tierras infieles. Vale la pena leer la carta, la cual reza así:

A mi madre en el día de mi primera Misa.
(Esta carta ha sido tomada del libro “Obreros del Reino” de la escritora Isabel de la Espriella de Trujillo).

“Soy feliz, soy ya dichoso,
Llego al fin el día
Con lagrimas deseado
Largo tiempo ya.
Soy de Dios sacerdote
Ministro en su Altar
Hay! que dignidad tan grande
La que hoy se me da
Ya que tu victima fuiste
De inmenso valor
Haz que su precio se aplique
Al mundo infiel.
Yo pobre soy; mas me ofrezco
Fiador en tu amor
Para llevar muchas almas
A tu corazón.
Hay! cuantas regiones
Sin Dios y sin fe
Señor, tu Cruz y tu Sangre
Ya las salvaran.
Mas no hay porque dudarlo…..
Es la voz de Jesús que me llama
A morir por El.
Adiós patria querida
Hermanos adiós…”

Esta carta fue profética, pues diecinueve años después el Padre Bernardo moriría mártir frente a un escuadrón japonés.

Las Islas de la Micronesia
La Dra. Isabel d la Espriella de Trujillo en su libro “Obreros del Reino” nos da una breve reseña de las dificultades que debían de afrontar los misioneros en estas islas. Estas circunstancias son entre otras las siguientes:
• La soledad en que vivían los misioneros, pudiendo pasar hasta dos años sin tener acceso al Sacramento de la Confesión.
• Las enormes distancias que debían de cubrir para evangelizar a la población nativa dispersa en más de 800 islas que conforman el archipiélago.
• La diversidad de lenguas nativas de la región.
• Los frecuentes tifones y maremotos que destruían las iglesias, viviendas y oratorios.
• La rudeza y desconfianza de los nativos.
• Las practicas de brujería y hechicería existentes entre los nativos.
• Los ataques constantes por parte de las fuerzas japonesas y mercedarias.
• Las enfermedades y la falta de servicios médicos.
• La falta de comunicaciones.
• Las privaciones alimentarías en una región en donde solamente se cultivan los tubérculos, el coco y un poco la pesca. Los animales bovinos, no existían en estas islas en la época de la Segunda Guerra Mundial.

Son pues evidentes las enormes dificultades y privaciones de los misioneros en aquella parte del mundo. En la siguiente carta, dirigida igualmente a su madre en Colombia, el Padre Bernardo nos da una idea de las inclementes circunstancias enfrentadas para a efectuar su misión, veamos:

Dos enfermos en los extremos de la isla.
(Esta carta ha sido tomada del libro “Obreros del Reino” de la escritora Isabel de la Espriella de Trujillo).

Querida madre……..Hace unos quince días, después de terminar la misa del domingo, me avisaron que había dos enfermos muy graves en los extremos de la isla. Sin perder tiempo, a las nueve de la mañana me dirigí a la parte sur, en donde estaba uno de los enfermos. A las dos horas de camino a pie sin descansar un momento llegue a la casa del enfermo…….Después de una confesión le administre los últimos Sacramentos…….El sentía una gran paz y me despedí para dirigirme al otro extremo de la Isla, al pueblo de Onean……me embarque acompañado de algunos cristianos, saliendo al mismo tiempo cinco “bintas” (pequeñas embarcaciones)….Todos viajábamos al principio muy contentos pero a la media hora de navegación comenzó a soplar un fuerte viento y el mar se alborotó. Las “bintas” se fueron cada una por su lado. La mía iba adelante y a las tres horas ya no se veían sino solo la “binta’ en donde se llevaba el altar……En un punto el mar se hizo tan fuerte que al pasar cerca de unas rocas pude saltar…….Al terminar esta operación ya no se veía, eran las siete de la noche y los que iban conmigo me consolaban diciendo que ya faltaba medio camino para llegar. A las diez de la noche llegamos a las playas de Mopu. Allí comimos algo de arroz en hojas del bosque y descansamos un poco. Aun cuando eran las 11:00 de la noche, no quise quedarme en ese pueblo por temor a que fuera a morir la enferma que iba asistir. Después de una hora de camino, llegue a la casa a las doce de la noche. La enferma estaba en medio del bosque en una casita a la que no podía entrar sino arrodillado. La confesé, y le administre el Sacramento de la Extremaunción. A los paganos les impresiónó mucho que el Padre hubiese hecho un viaje tan largo, solamente para visitar a una enferma y muchos desearon hacerse cristianos. El Señor se vale de cualquier medio para llamar a las almas. La enferma murió dos días después. El otro enfermo murió ese mismo día…..Yo recibo un gran consuelo cuando una alma sale de este mundo en paz, fortalecida con los auxilios que nos da nuestra Madre Iglesia Católica.”

Hay un detalle en esta carta que nos permite ver con claridad el ejemplo misionero al que estamos llamados todos los cristianos a fin de predicar con nuestras acciones la presencia del Reino entre nosotros, puesto que recordemos que todos los cristianos estamos llamados a ser evangelizadores y misioneros del Reino, no es esta una misión exclusiva de los sacerdotes.
Para el Padre Bernardo el salir a las nueve de la mañana y llegar a visitar a la ultima enferma a las doce de la noche, después de haber hecho la travesía por selva y por mar, no fue ningún acto heroico, fue simplemente el cumplimiento del deber del “sirvo inútil”.

Laus Deo
 


 
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