Historias Vocacionales

 

Hna. Carmen María de las Sagradas Llagas

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Nací
en Matanzas, Cuba, el 4 de mayo de 1955. Soy la mayor de tres hermanos. Ellos están casados. El mayor de ellos tiene un hijo de 14 años, el otro una niña de 14 años.  Mis padres, José y Laudelina Ors, viven en el Sur de Miami, igual que mis hermanos.

De niña asistía a clases de catecismo; nos recogía "Tía Nena", quien se encargaba de reunir a todos los niños y jóvenes para llevarlos a las clases.  Éramos un grupo bastante grande de la parroquia. Tía Nena era una señora más bien reservada, seria, pero muy amable; creo que su fidelidad y bondad, marcaron la vida de todos los que la conocimos. 

Después de haber recibido todos los sacramentos, mis padres hicieron la petición para venir a los Estados Unidos. En ese tiempo dejamos de ir a la Iglesia, por miedo a las represalias.

Cuando yo tenía la edad de 15 años se nos presentó la oportunidad de emigrar. Una vez en los EEUU, mis padres comenzaron a asistir a Misa, de vez en cuando, los domingos; pero yo, si podía, no iba.

Aunque era una muchacha con principios, me gustaba lo que a cualquier muchacha joven: pasear, bailar, divertirme con mis amigas, etc.  Trabajaba, y lo que ganaba, lo usaba para mis cosas.  Dios no figuraba en mi vida, por lo menos yo no lo veía; vivía una vida sana, y mirando hacia atrás reconozco que Dios siempre estuvo presente y me protegió de muchas cosas.

A la edead de 12 años, mi hermano menor se puso enfermo, le daban convulsiones y se ponía muy mal...  Fue un momento difícil para toda la familia, especialmente para mí. Creo que Dios utilizó su enfermedad para que yo volviera a la Iglesia. 

En este tiempo mis padres y hermanos estaban ya muy involucrados en la Iglesia, iban a misa todos los domingos, y también asistían a diferentes grupos y servicios. Yo no quería integrarme, veía a mis hermanos compartiendo y hasta les hacía un poco de burla; pero ellos, gracias a Dios, no me hicieron caso. 

Al poco tiempo, el grupo de jóvenes adultos de la parroquia empezó a crecer, y a raíz de la enfermedad de mi hermano, empecé a frecuentarlo, y me gustó. Éramos un grupo relativamente pequeño, pero nos llevábamos muy bien, compartíamos la fe y también salíamos a divertirnos juntos.

Buscando la sanación de mi hermano, fuimos a diferentes lugares, incluso a algunos que se presentaban como Católicos,  pero que no lo eran. Conocimos la Renovación Carismática cuando empezó el grupo en la parroquia; pero realmente no me gustó, prefería el grupo de jóvenes adultos. Con el tiempo, nuestro grupo se hizo cargo del grupo de jóvenes que estaba en crisis. El habernos unido no funcionó, pues se fueron miembros y sólo permanecieron unas 12 personas en ambos grupos.

En ese tiempo, la Arquidiócesis ofreció un retiro para jóvenes adultos que sería impartido por la comunidad de "Taizé". Fue una experiencia linda, sobre todo para mí, pues fue una experiencia que cambió mi vida. Sin yo saberlo o quererlo, en ese retiro conocí a mi Madre Fundadora, quien en aquél tiempo no era religiosa. Dios tiene sus caminos, que son los más sabios...

Ella pertenecía a un grupo carismático, al cual empecé a asistir, y ahí empezó una relación con ella. Dos meses después, impartió un retiro para mujeres, al cual yo asistí, y anunció una misión a la República Dominicana, en el verano.

Dios fue trabajando en mi vida de una manera que yo desconocía. Sentí crecer en mí un deseo de conocerle, de saber su voluntad, de saber qué quería de , y pedí ir a la misión en República Dominicana. 

Durante la estadía en Santo Domingo, el Espíritu Santo, fue sanando y liberado mi corazón para que yo pudiera finalmente escuchar la voz de Dios, que desde toda la eternidad me había llamado a que fuera para Él. En ese año 1985, en la capilla de la Virgen de Schoenstatt, nuestra Fundadora Madre Adela renovaba su consagración a María, hecha el año anterior en el mismo lugar; pero, además, ofrecía su vida entera al Señor a través de los votos de castidad, pobreza y obediencia.

Ese momento fue muy especial para todos, y suscitó muchas preguntas en algunas de nosotras. Algunas contemplamos por vez primera el llamado a la vida consagrada, sin saber bien lo que era.  En mi caso sabía que algo radicalmente  había cambiado en mi corazón.

Cuando regresé a Miami, ya había escuchado la voz del Señor, pero no quería ser religiosa, no conocía muy bien lo que conllevaba y tampoco tenía el concepto correcto de lo que era la vida religiosa. Una de las jóvenes de mi parroquia, quien me había acompañado en misión me confirmaba lo que el Señor quería de mi.

Empecé a asistir más frecuentemente a la Santa Misa: diariamente, si era posible. También acudía a misas de sanación y asistía fielmente al grupo de oración. Comencé a tener tiempo de oración y a frecuentar con más asiduidad el sacramento de la Confesión, a leer libros religiosos y a tener más dirección en mi vida cristiana, de modo que pude enfrentar las luchas más de frente.

En este mismo año de 1985, unos meses después de regresar de República Dominicana, le ofrecí mi vida al Señor en castidad, obediencia y pobreza, junto con la hermana María Teresa.

Hubo dudas y cuestionamientos en cuanto a si ésta era la voluntad de Dios o no. Pero cuando el Señor llama, con el llamado da la gracia.  Su invitación a seguirlo adonde quiera que vaya y nuestro sí injertado en el SÍ de la Virgen Santísima, hace fuerte nuestra debilidad.

He sido llamada y escogida para formar parte de una nueva Fundación, y tengo el gran honor y gozo de vivir con nuestra Fundadora, lo que hace el camino más fácil. Estamos bebiendo aguas la fuente, y pido que Dios me y nos de a todas las hermanas la gracia de vivir esta vocación en santidad.

Oro para que, a través de las manos de la Virgen Santísima, pueda siempre estar en el Corazón de Cristo. Y, a ti hermana que buscas la voluntad de Dios en la vida religiosa te digo: NO TENGAS MIEDO de darle tu SÍ incondicional a Jesús, que te ha llamado y escogido desde toda la eternidad. 

APonme cual sello sobre tu corazón, como sello en tu brazo.  Porque es fuerte el amor como la muerte,...Grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo@. (Cantar de los Cantares
8
, 6-7).

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