Historias Vocacionales

 

Hna. Ana Pía del Santo Rosario

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Mi nombre es Hermana Ana Pía Cordua. Nací en Managua, Nicaragua, en el seno de un hogar fervorosamente católico. Mi padre, Harry Cordua (e.p.d.) y mi madre Maruca Cardenal de Cordua, después de 8 años de matrimonio, en perseverancia de oración a María Auxiliadora y a través de la intercesión de la que es hoy Beata Sor María Romero, obtuvieron el milagro del nacimiento de mi hermana María Regina. Yo soy la menor de dos hermanas.
No creo poder concretizar el momento exacto en el que percibí la llamada del Señor a la vida consagrada por primera vez, pero si sé que en distintos momentos de mi niñez y adolescencia me inclinaba por responder con un “sí”, otras veces con un “tal vez” y otras con un rotundo “no”. Al salir de la escuela secundaria me propuse darme un tiempo para madurar más, o sea para  prepararme un poco para el futuro. La idea de consagrar mi vida al Señor nunca me abandonó y al final de cuatro años de estudios universitarios, emprendí mi primera prueba hacia el responder a la inquietud.
Entré en un grupo vocacional con las religiosas con las que me eduqué. Trabajé con ellas todo un año y estando ya próxima la fecha en que entraría mi grupo, no pude hacerlo. Con este intento creí haberle dado fin a esa etapa de mi vida y me dediqué a buscar mi lugar en la vocación matrimonial. Me integré en una comunidad de laicos comprometidos con el Señor y así transcurrieron los siguientes 3 años de mi vida hasta la Semana Santa del año 1993.
Este año de 1993, fui invitada a participar en un retiro para jóvenes que se impartiría durante los primeros días de la semana. Mi participación consistía en permanecer en oración día y noche intercediendo por los jóvenes y para que estos se abrieran a las gracias que el Señor les tenía preparadas. El último día del retiro, por la tarde, todas las integrantes de mi grupo fueron llamadas a participar en la oración que se haría por los jóvenes, para que estos recibieran una nueva efusión del Espíritu Santo. Yo me quedé en el cuarto de oración para custodiar al Señor en el Santísimo Sacramento.
Una señora de mi comunidad entró en la pequeña capillita improvisada y me pidió si podía orar por mí. Yo accedí con gusto y, tras un rato de oración, me dijo: “Dice el Señor que Él nunca cambió de opinión”. En mi corazón tuve la certeza que el Señor se refería a la vocación religiosa, la misma llamada que yo había intentado poner a un lado en mi vida. Únicamente se me ocurrió hacerle al Señor una pregunta en mi corazón: “Señor, ¿tú quieres que entre con las mismas que me eduqué?” y vi con gran certeza, con los ojos del alma, tres franjas azules, tales como los usan las Misioneras de la Caridad, fundadas por la Beata Madre Teresa de Calcuta. No puedo negar que me entró un fuerte temor, pero era hora de responder a quien me había esperado con tanto amor y paciencia.
Entré con las Misioneras de la Caridad y permanecí en la congregación a través de todas las etapas de la formación religiosa. Al llegar al final, y antes de hacer los primeros votos, mi maestra de novicias y yo, entramos en un proceso de discernimiento de la voluntad del Señor para mi vida. Una realidad estaba clara: yo tenía el llamado a la vida religiosa. El punto de discernimiento era “¿dónde?”. Recuerdo que antes de emprender mi regreso a casa, entré en la capilla y en oración de abandono en las manos de María Santísima, pedí: “Sea donde sea que Tu Hijo tenga designado el lugar  para mí, te suplico que me concedas estas 4 gracias: 1. Llévame a una comunidad donde Jesús Eucarístico sea el centro, donde sea adorado y expuesto. 2. Llévame a una comunidad donde Tú seas amada y honrada. 3. Llévame a una comunidad que sea fiel a la Iglesia y sus enseñanzas y 4. Llévame a una comunidad que use el hábito religioso. Con gran dolor en mi corazón, pero en obediencia y confianza al Señor, regresé a la casa de mi madre, en Nicaragua, en espera y escucha a lo que el Señor tenía planeado para mi vida.
Durante la Semana Santa del año 1998, se me pidió ayudar durante un retiro para jóvenes, en el grupo de oración ante el Santísimo Sacramento, como el de algunos años atrás. Durante estos días, sé que muchas personas me tuvieron presente en sus oraciones. Esta vez fue todo un grupo de hombres reunidos en oración de intercesión los que me pidieron el poder orar por mí, con la meta de pedirle al Señor nos revelara Su plan para mi vida. Recuerdo con gran claridad los detalles que estos percibieron durante la oración: confianza en el plan del Señor, confirmación del llamado a la vocación religiosa y un detalle que, aunque parecía el más sencillo de todos, fue clave en mi vida: “el hábito tenía un cuello redondo”.
En el mes de julio de ese año se celebró el primer congreso Mariano en Nicaragua. El congreso lo impartirían la Madre Adela Galindo, sctjm, Madre Fundadora, y la hermana Ana Margarita Lanzas, sctjm, Vicaria de una comunidad joven fundada en la ciudad de Miami, Florida: “Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María”. Para mi mayor sorpresa, al ver a la hermana Vicaria por primera vez con hábito, noté que la camisa del hábito tenía cuello redondo. Conversando con ella me compartió cómo la comunidad es Eucarística, Mariana, Fiel a las Enseñanzas y Doctrinas de la Iglesia y, además, acababa de recibir con gran gozo el permiso del uso del hábito completo.
El tiempo del Señor no es nuestro tiempo. Seis días antes de haber conocido a nuestra comunidad, la Madre Adela, nuestra fundadora, había recibido, por primera vez, el permiso del Obispo para llevar el hábito completo, y dos días antes del viaje, la Madre había optado por cambiar el cuello de la camisa del hábito a cuello redondo. El Señor, en Su providencia divina y en Su infinito amor, escuchó mi plegaria y permitió que yo conociera a nuestra comunidad días después de que se cumpliera hasta el último anhelo de mi corazón. Verdaderamente que el Señor nos ama con un amor tierno y paternal y escucha nuestras oraciones.
El Señor me trajo al seno de nuestra comunidad hace ya cinco años y no se cansa de mostrarme Su amor a cada paso. Qué grande es el saberse llamada por el Señor a llevar a cabo Su obra, y a levantar muy en alto, para Su mayor honra y gloria, el amor de Su Corazón por cada persona!.
Nuestra Madre Fundadora nos dice que “sólo en los corazones blandos penetran las espinas”. Hemos de dejarnos traspasar el corazón, como lo hicieron Jesús y María, para así poder ser colaboradores de los Dos Corazones en la extensión de Su reinado de amor.
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