La Renovación Carismática, signo de esperanza para el mundo;
Juan Pablo II. Mensaje enviado con motivo de los 35 años de su nacimiento en la Iglesia

CIUDAD DEL VATICANO, 10 noviembre 2002 www.zenit.org

Juan Pablo II ha alentado a los hombres y mujeres que forman parte de la Renovación Carismática Católica a ser «signos vivientes de esperanza» testimoniando la presencia del Espíritu Santo.

El mensaje del Papa, publicado este sábado por la Sala de Prensa de la Santa Sede, va dirigido a la Fraternidad Católica de Comunidades Carismáticas de Alianza y Afiliados («Catholic Fraternity of Charismatic Covenant Communities and Fellowships»), reunida en congreso del 9 al 13 de noviembre
en Roma para recordar los 35 años del nacimiento de la renovación en el Espíritu en el seno de la Iglesia católica. La Fraternidad Católica, como es comúnmente conocida, surgió en 1990 por iniciativa de varias comunidades carismáticas de Australia y otros países (Estados Unidos, Canadá, Francia,
Malasia, Nueva Zelanda). Ha recibido el reconocimiento del Consejo Pontificio para los Laicos como «Asociación privada de fieles». Hoy cuenta con unas 50 comunidades, con 30 mil miembros, en 15 países de Europa, América, Asia y Oceanía. Constituye una parte del Movimiento carismático católico, seguido hoy por unos 80 millones de católicos en todo el mundo.

«Vuestra contribución a la vida de la Iglesia, a través de del testimonio fiel de la presencia y la acción del Espíritu Santo ha ayudado a muchas personas a redescubrir la belleza de la gracia que se les dio en el Bautismo, entrada a la vida en el Espíritu».

Al hacer referencia a los temas del congreso (familia, jóvenes y desarrollo humano), Juan Pablo II indica la necesidad de abrir los corazones y las mentes a las necesidades de la humanidad afligida por una «crisis de sentido». Ante esta situación, subraya la urgencia de una «evangelización
de la cultura para hacer que la vida esté marcada por la esperanza y no por el miedo o el escepticismo». Por este motivo, el sucesor de Pedro alienta a los «carismáticos» a ser «signos vivientes de esperanza, faros de la Buena Noticia de Cristo para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo». Lo que significa, añade, ser «auténticos testigos» en «cordial unión con los sucesores de los apóstoles», los obispos, y de esa verdad que tanto necesita hoy el mundo. Las comunidades carismáticas, concluye el Papa, tienen también el gran desafío que el nuevo milenio plantea a la Iglesia: ser «la casa y la escuela de la comunión».

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