EL
PRESBITERO,
MAESTRO DE LA
PALABRA,
MINISTRO DE LOS SACRAMENTOS
Y GUIA DE LA COMUNIDAD,
ANTE EL TERCER MILENIO CRISTIANO
CONGREGACION
PARA EL CLERO
Vaticano a 19 de Marzo de 1999, Solemnidad de San José, patrón de la
Iglesia Universal
TEXTO
COMPLETO>>>
RESUMEN:
El documento presenta con autoridad
la misión del sacerdote lo que la Iglesia espera de el. Es por eso
importante que los sacerdotes no se conformen con solo leer este
resumen.
Sobre la importancia de la predicación
sacerdotal. Recomienda preparación tanto en el contenido como en
la forma. Sugiere «preparar con cuidado al menos un esquema de lo que se debe decir»
y usar «un
lenguaje correcto y elegante, comprensible por nuestros contemporáneos de todos los
sectores, evitando banalidad y pasotismo».
«los profesionales de los medios audiovisuales se preparan bien para realizar su trabajo.
No sería cierto exagerado que los maestros de la Palabra se ocupasen con inteligente y
paciente estudio en mejorar la calidad "profesional" de este aspecto del
ministerio».
Sobre la importancia de las celebraciones sacramentales, de acercar a los más lejanos,
la
obligación de cumplir el precepto festivo, la catequesis sobre las «condiciones para
recibir el fruto de la comunión». Sobre la confesión, se debe «Ofrecer a todos
los fieles la posibilidad real de acceder a la confesión... requiere una
gran dedicación de tiempo»; «se aconseja vivamente tener períodos
establecidos de presencia en el confesionario»; Dar a conocer «horarios
(de confesión) claros, amplios y cómodos».
Autoridad y servicio. El ejercicio de la autoridad
sacerdotal «no es nunca dominio opresivo, sino disponibilidad y espíritu de servicio».
Los sacerdotes, por tanto, deben evitar el «entrometerse en cuestiones temporales, como
las de orden socio-político, dejado por Dios a la libre disposición de los hombres». E
incluso cuando gozan de «notable prestigio ante las autoridades civiles» lo deben usar
con humildad y para colaborar activamente en la salud del alma.
El sacerdote «no debe temer el ejercitar la propia autoridad en los campos en
los que debe ejercitarla porque para este fin ha sido constituido en autoridad», pero
«evitará introducir en su ministerio pastoral tanto formas de autoritarismo
extemporáneo como modalidades de gestión democraticista, ajenas a la realidad más
profunda del ministerio» de las cuales se puede esperar sólo «secularización del
sacerdote» y «clericalización de los laicos».
Sobre el sacerdote que no ejerce su
autoridad: «No
raramente tras comportamientos de este tipo puede esconderse el miedo a asumir
responsabilidades, a equivocarse, a no ser bien recibido, a ir al encuentro de la
cruz...».
Importancia del testimonio sacerdotal. Los
fieles «ven (¡observan!) y sienten (¡escuchan!) no sólo cuando se predica la palabra
de Dios sino también cuando se celebran los diversos actos litúrgicos, cuando son
recibidos en el despacho parroquial, en el que esperan modos acogedores y amables; cuando
ven que el sacerdote come y descansa y se quedan edificados de su ejemplo de sobriedad y
templanza; cuando van a encontrarlo a casa y se alegran de la sencillez y la pobreza
sacerdotal en la que vive; cuando lo ven vestir con propiedad, orden y en su totalidad su
traje propio, cuando hablan con él, incluso de los argumentos más comunes y se sienten
confortados al comprobar su visión sobrenatural, su delicadeza y su estilo humano con el
que trata incluso a las personas más humildes».
El sacerdote es instrumento para que la «gracia del altar» llegue a
todos, jóvenes, ancianos, hospitales, medios de
comunicación...
TEXTO
COMPLETO
A
los Emmos. y Excmos. Ordinarios:
La Iglesia entera se
prepara en espíritu de penitencia al inminente ingreso en el Tercer
Milenio de la Encarnación del Verbo, estimulada por la continua
solicitud apostólica del Sucesor de Pedro hacia una siempre más viva
memoria de la voluntad de su divino Fundador.
En íntima comunión de
intenciones, la Congregación para el Clero, en su Asamblea Plenaria,
reunida en los días 13-15 octubre 1998, ha decidido confiar a todos
los Obispos esta Carta Circular dirigida, a través de ellos, a todos
los sacerdotes. El Santo Padre, en el discurso pronunciado en tal
ocasión, decía: " La prospectiva de la nueva evangelización
encuentra un momento fuerte en el compromiso del Grande Jubileo. Aquí
se cruzan en modo providencial las vías trazadas por la Carta
Apostólica Tertio Millennio adveniente y aquellas indicadas por
los Directorios para los Presbíteros y para los Diáconos
permanentes, por la Instrucción
sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles
laicos en el ministerio pastoral de los sacerdotes y por cuanto será
fruto de la presente Plenaria. Gracias a la universal aplicación de
estos documentos, la ya familiar expresión nueva evangelización se
podrá traducir más eficazmente en operante realidad ".
Se trata de un instrumento
que - atento a las actuales circunstancias, es destinado a provocar un
examen de conciencia de cada uno de los Sacerdotes y de los
presbiterios, sabiendo que el nombre del amor, en el tiempo, es
fidelidad. En el texto se subrayan en modo especial las enseñanzas
del concilio, de los papas y se remite a otros documentos recordados
por el mismo Sumo Pontífice. Se trata, en efecto, de documentos
fundamentales para responder a las auténticas exigencias de los
tiempos y no correr en vano en la misión evangelizadora.
Los puntos que se
presentan al final de cada uno de los capítulos no tienen como
finalidad una respuesta a la Congregación; los mismos constituyen,
sobre todo, una ayuda, en cuanto buscan interpelar la realidad
cotidiana a la luz de las mencionadas enseñanzas. Los destinatarios
se pueden servir de los mismos en las modalidades que estimen más
convenientes.
Conscientes de que ninguna
empresa misionera podría ser realísticamente lleva a término sin el
compromiso motivado y el entusiasmo de los Sacerdotes, primeros y
preciosos colaboradores del Orden Episcopal, con esta Carta Circular
se pretende, entre otras cosas, ofrecer una ayuda también para las
jornadas sacerdotales, los retiros, los ejercicios espirituales y las
reuniones presbiterales, promovidas en las diferentes
circunscripciones, en este período propedéutico al Grande Jubileo y,
sobre todo, durante la celebración del mismo.
Con el augurio que la
Reina de los Apóstoles, estrella luminosa, guíe los pasos de sus
dilectos Sacerdotes, hijos en su Hijo, por los caminos de la comunión
efectiva, de la fidelidad, del ejercicio generoso e integral de su
indispensable ministerio, deseo todo bien en el Señor y manifiesto
mis sentimientos con mi cordial vínculo de afecto colegial.
Darío Card. Castrillón
Hoyos
Prefecto
Csaba Ternyák
Secretario
INTRODUCCION
Nacida y desarrollada en
el fértil terreno de la gran tradición católica, la doctrina que
describe al presbítero como maestro de la Palabra, ministro de los
sacramentos y guía de la comunidad cristiana que le ha sido
encomendada, constituye un camino de reflexión sobre su identidad y
su misión en la Iglesia. Siempre la misma y, al mismo tiempo, siempre
nueva, tal doctrina necesita ser meditada, también hoy, con fe y
esperanza de cara a la nueva evangelización a la que el Espíritu
Santo está llamando a todos los fieles por medio de la persona y la
autoridad del Santo Padre.
Es necesario un creciente
empeño apostólico de todos en la Iglesia, renovado y generoso,
personal y al mismo tiempo comunitario. Pastores y fieles, animados
especialmente por el testimonio y las enseñanzas luminosas de Juan
Pablo II, deben comprender siempre con mayor profundidad que es el
momento de acelerar el paso, de mirar hacia adelante con ardiente
espíritu apostólico, de prepararse a atravesar los umbrales del
siglo XXI con una actitud decidida a abrir de par en par las puertas
de la historia a Jesucristo, nuestro Dios y único Salvador. Pastores
y fieles han de sentirse llamados a hacer que en el 2000 resuene con
renovado vigor la proclamación de la verdad: " Ecce natus est
nobis Salvator mundi ".(1)
" En los países de
antigua cristiandad, pero a veces también en las Iglesias más
jóvenes, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido
vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la
Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio.
En este caso es necesaria una "nueva evangelización" o
"reevangelización" ".(2) La nueva evangelización
representa, pues, ante todo una reacción maternal de la Iglesia ante
el debilitamiento de la fe y el oscurecimiento de las exigencias
morales de la vida cristiana en la conciencia de tantos hijos suyos.
Son muchos, en efecto, los bautizados que, ciudadanos de un mundo
religiosamente indiferente, aun manteniendo quizás una cierta fe,
viven sin embargo en el indiferentismo religioso y moral, alejados de
la Palabra y de los sacramentos, fuentes esenciales de la vida
cristiana. Existen también otras muchas personas, nacidas de padres
cristianos y quizás también ellas bautizadas, que no han recibido
sin embargo los fundamentos de la fe y llevan una vida prácticamente
atea. A todos ellos mira la Iglesia con amor sintiendo de modo
particular el urgente deber de atraerlos a la comunión eclesial
donde, con la gracia del Espíritu Santo, podrán reencontrar a
Jesucristo y al Padre.
Junto a este empeño de
una nueva evangelización, que vuelva a encender en muchas conciencias
cristianas la luz de la fe y haga resonar en la sociedad el alegre
anuncio de la salvación, la Iglesia siente fuertemente la
responsabilidad de su perenne misión ad gentes, es decir, el
derecho-deber de llevar el Evangelio a cuantos no conocen todavía a
Cristo y no participan de sus dones salvíficos. Para la Iglesia,
Madre y Maestra, la misión ad gentes y la nueva
evangelización constituyen, hoy más que nunca, aspectos inseparables
del mandato de enseñar, santificar y guiar a todos los hombres hacia
el Padre. También los cristianos fervientes, que son tantos, tienen
necesidad de que se les anime amable y continuamente a buscar la
propia santidad, a la que son llamados por Dios y por la Iglesia. Aquí
está el verdadero motor de la nueva evangelización.
Todo fiel cristiano, todo
hijo de la Iglesia debería sentirse interpelado por esta común y
urgente responsabilidad, pero de un modo muy particular los
sacerdotes, especialmente elegidos, consagrados y enviados para hacer
presente a Cristo como auténticos representantes y mensajeros
suyos.(3) Se impone, pues, la necesidad de ayudar a todos los
presbíteros seculares y religiosos a asumir en primera persona "
la tarea pastoral prioritaria de la nueva evangelización "(4) y
a redescubrir, a la luz de tal empeño, la llamada divina a servir a
la porción del pueblo de Dios que les ha sido encomendada, como
maestros de la Palabra, ministros de los sacramentos y pastores del
rebaño.
Capítulo I
AL SERVICIO DE LA NUEVA
EVANGELIZACION
" Yo os he elegido a
vosotros, y os he destinado para que vayáis " (Jn 15,16)
1. La
nueva evangelización tarea de toda la Iglesia
La llamada y el
invitación por parte del Señor son siempre presentes, pero en las
actuales circunstancias históricas, adquieren un relieve particular.
El final del siglo XX manifiesta, en efecto, fenómenos contrastantes
desde el punto de vista religioso. Si de una parte, se constata un
alto grado de secularización en la sociedad, que vuelve la espalda a
Dios y se cierra a toda referencia trascendente, emerge por otra
parte, cada vez con más fuerza una religiosidad que trata de saciar
la innata aspiración de Dios presente en el corazón de todos los
hombres, pero que no siempre logra encontrar un desahogo
satisfactorio. " La misión de Cristo Redentor, confiada a la
Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio
después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que
esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos
comprometernos con todas nuestras energías en su servicio ".(5)
Este urgente empeño misionero se desarrolla hoy, en gran medida, en
el cuadro de la nueva evangelización de tantos países de antigua
tradición cristiana en los que ha decaído sin embargo en gran
medida, el sentido cristiano de la vida. Pero también se dirige hacia
el ámbito más amplio de toda la humanidad, hacia donde los hombres
aún no han oído o no han comprendido todavía bien el anuncio de la
salvación traída por Cristo.
Es un hecho dolorosamente
real la presencia, en muchos lugares y ambientes, de personas que han
oído hablar de Jesucristo pero que parecen conocer y aceptar su
doctrina más como un conjunto de valores éticos generales que como
compromisos de vida real. Es elevado el número de bautizados que se
alejan del seguimiento de Cristo y que viven un estilo de vida marcado
por el relativismo. El papel de fe cristiana se ha reducido, en muchos
casos, a un factor puramente cultural, a una dimensión meramente
privada, sin ninguna relevancia en la vida social de los hombres y de
los pueblos.(6)
Después de veinte siglos
de cristianismo no son pocos ni pequeños los campos abiertos a la
misión apostólica. Todos los cristianos, por razón de su sacerdocio
bautismal (cfr. 1 Pe 2, 4-5.9; Ap 1, 5-6, 9-10; 20, 6),
deben saberse llamados a colaborar según sus circunstancias
personales en la nueva misión evangelizadora, que se configura como
una responsabilidad eclesial común.(7) La responsabilidad de la
actividad misionera " incumbe ante todo al Colegio episcopal
encabezado por el Sucesor de Pedro ".(8) Como "
colaboradores del Obispo, los presbíteros, en virtud del sacramento
del Orden, están llamados a compartir la solicitud por la misión
".(9) Se puede por tanto decir que, en un cierto sentido, los
presbíteros son " los primeros responsables de esta nueva
evangelización del tercer milenio ".(10)
La sociedad
contemporánea, animada por las muchas conquistas técnicas y
científicas, ha desarrollado un profundo sentido de independencia
crítica ante cualquier autoridad o doctrina, ya sea secular o
religiosa. Esto exige que el mensaje cristiano de salvación, aunque
siempre permanecerá su condición de misterio, sea explicado a fondo
y presentado con la amabilidad, la fuerza y la capacidad de atraer que
poseía en la primera evangelización, sirviéndose con prudencia de
todos los medios idóneos que ofrecen las técnicas modernas, pero sin
olvidar que los instrumentos nunca podrán llegar a sustituir el
testimonio directo de una vida de santidad. La Iglesia tiene necesidad
de verdaderos testigos, comunicadores del Evangelio en todos los
sectores de la vida social. De ahí que los fieles cristianos en
general, y los sacerdotes en particular, deban adquirir una profunda y
recta formación filosófico-teológica(11) que les permita dar razón
de su fe y de su esperanza y, al mismo tiempo, advertir la imperiosa
necesidad de presentarla siempre de un modo constructivo, con una
disposición personal de diálogo y comprensión. El anuncio del
Evangelio no puede, sin embargo, agotarse en el diálogo; la audacia
de la verdad es, en efecto, un reto ineludible ante la tentación de
buscar una fácil popularidad o ante la propia comodidad.
En la realización de la
obra evangelizadora tampoco conviene olvidar que algunos conceptos y
palabras, con los que tradicionalmente ha sido realizada, han llegado
a ser casi incomprensibles en la mayor parte de las culturas
contemporáneas. Conceptos como el de pecado original y sus
consecuencias, redención, cruz, necesidad de la oración, sacrificio
voluntario, castidad, sobriedad, obediencia, humildad, penitencia,
pobreza, etc., han perdido en algunos contextos su original sentido
positivo cristiano. Por eso la nueva evangelización, con extrema
fidelidad a la doctrina de fe enseñada constantemente por la Iglesia
y con un fuerte sentido de responsabilidad respecto del vocabulario
doctrinal cristiano, debe ser capaz también de encontrar modos
idóneos de expresarse hoy en día, ayudando a recuperar el sentido
profundo de estas realidades humanas y cristianas fundamentales, sin
que por ello deba renunciar a la formulación de la fe, ya fijada y
adquirida, que se contiene de modo sintético en el Credo.(12)
2. La
necesaria e insustituible función de los sacerdotes
Aunque los pastores "
no fueron constituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la
misión salvífica de la Iglesia acerca del mundo ",(13)
desempeñan, sin embargo, una función evangelizadora insustituible.
La exigencia de una nueva evangelización hace apremiante la necesidad
de encontrar un modo de ejercitar el ministerio sacerdotal que esté
realmente en consonancia con la situación actual, que lo impregne de
incisividad y lo haga apto para responder adecuadamente a las
circunstancias en las que debe desarrollarse. Todo esto, sin embargo,
debe ser realizado dirigiéndose siempre a Cristo, nuestro único
modelo, sin que las circunstancias del tiempo presente aparten nuestra
mirada de la meta final. No son únicamente, en efecto, las
circunstancias socio-culturales las que nos deben empujar a una
renovación espiritual válida sino, sobre todo, el amor a Cristo y a
su Iglesia.
La meta de nuestros
esfuerzos es el Reino definitivo de Cristo, la recapitulación en Él
de todas las cosas creadas. Y aunque esa meta sólo será plenamente
alcanzada al final de los tiempos, ya ahora está sin embargo presente
a través del Espíritu Santo vivificador, por medio del cual
Jesucristo ha constituido su Cuerpo, que es la Iglesia, como
sacramento universal de salvación.(14)
Cristo, Cabeza de la
Iglesia y Señor de la entera creación, continúa actuando
salvíficamente entre los hombres, y precisamente en este marco
operativo encuentra su lugar propio el sacerdocio ministerial. Cristo
quiere implicar de modo especial a sus sacerdotes en ese atraer hacia
sí a todos (cfr. Jn 12, 32). Nos hallamos ante un designio
divino (la voluntad de Dios de implicar a toda la Iglesia con sus
ministros en la obra de la redención), que si bien está claramente
atestiguado en la doctrina de la fe y por la teología, encuentra
todavía no pocas dificultades para ser aceptado por los hombres de
nuestro tiempo. Hoy en día, de hecho, muchos discuten la mediación
sacramental y la estructura jerárquica de la Iglesia; se cuestiona su
necesidad y su fundamento.
Como la vida de Cristo
también la del presbítero ha de ser una vida consagrada, en Su
nombre, a anunciar con autoridad la amorosa voluntad del Padre (cfr. Jn
17, 4; Eb 10, 7-10). Este fue el comportamiento del
Mesías: sus años de vida pública estuvieron dedicados " a
hacer y a enseñar " (Hech 1, 1), por medio de una
predicación llena de autoridad (cfr. Mt 7, 29). Ciertamente
tal autoridad le correspondía ante todo por su condición divina,
pero también, a los ojos de la gente, por su modo de actuar sincero,
santo, perfecto. De igual manera el presbítero debe unir a la
autoridad espiritual objetiva, que posee por fuerza de la sagrada
ordenación,(15) una autoridad subjetiva que proceda de su vida
sincera y santificada,(16) de su caridad pastoral, que es
manifestación de la caridad de Cristo.(17) No ha perdido actualidad
la exhortación que San Gregorio Magno dirigía a los sacerdotes:
" Es necesario que él (el pastor) sea puro en el pensamiento,
ejemplar en el obrar, discreto en su silencio, útil con su palabra;
esté cerca de cada uno con su compasión y dedicado más que nadie a
la contemplación; sea un aliado humilde de quien hace el bien, pero
por su celo por la justicia, sea inflexible contra los vicios de los
pecadores; no atenúe el cuidado de la vida interior en las
ocupaciones externas, ni deje de proveer a las necesidades externas
por la solicitud del bien interior ".(18)
En nuestros días, como en
toda época, en la Iglesia -afirmaba el Santo Padre, refiriéndose
concretamente a la recristianización de Europa pero con palabras que
tienen validez universal- " se necesitan heraldos del Evangelio
expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de
hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y
tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios.
Para esto se necesitan nuevos santos. Los grandes evangelizadores de
Europa han sido los santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el
espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande nuevos santos para
evangelizar al mundo de hoy ".(19) Se debe tener presente que no
pocos de nuestros contemporáneos se forman una cierta idea de Cristo
y de la Iglesia, ante todo, a través de los sagrados ministros, por
lo que resulta todavía más urgente su testimonio genuinamente
evangélico, de ser una " imagen viva y transparente de Cristo
Sacerdote ".(20)
En el ámbito de la
acción salvífica de Cristo, se pueden distinguir dos objetivos
inseparables. De un lado, una finalidad que podría ser definida como
de carácter intelectual: enseñar, instruir a las muchedumbres que
estaban como ovejas sin pastor (cfr. Mt 9, 36), encaminar las
inteligencias hacia la conversión (cfr. Mt 4, 17). Y por otra
parte mover los corazones de quienes le escuchaban hacia el
arrepentimiento y la penitencia por los propios pecados, abriendo de
esta manera camino a la recepción del perdón divino. Así es
también hoy: " la llamada a la nueva evangelización es antes de
nada una llamada a la conversión ",(21) y una vez que la Palabra
de Dios ha instruido el entendimiento del hombre y ha movido su
voluntad, alejándola del pecado, es entonces cuando la actividad
evangelizadora alcanza su culmen a través de la participación
fructuosa en los sacramentos y, sobre todo, en la celebración
eucarística. Como enseñaba Pablo VI, " la tarea de
evangelización es propiamente la de educar en la fe de manera tal que
ella conduzca a cada cristiano a vivir los sacramentos como verdaderos
sacramentos de la fe, y no a recibirlos pasivamente, o a tolerarlos
".(22)
La evangelización
incluye: anuncio, testimonio, diálogo y servicio, y se fundamenta en
la unión de tres elementos inseparables: la predicación de la
Palabra, el ministerio sacramental y la guía de los fieles.(23) No
tendría sentido una predicación que no formase continuamente a los
fieles y no desembocase en la práctica sacramental, ni tampoco lo
tendría una participación en los sacramentos separada de la plena
aceptación de la fe y los principios morales, o en la que faltase la
conversión sincera del corazón. Si desde un punto de vista pastoral
el primer lugar en orden a la acción le corresponde, lógicamente, a
la función de predicación,(24) en el orden de la intención o
finalidad el primer puesto debe ser asignado a la celebración de los
sacramentos y, en particular, de la Penitencia y de la
Eucaristía.(25) Conjugar de manera armónica estas dos funciones es
precisamente el modo de manifestar la integridad del ministerio
pastoral del sacerdote al servicio de la nueva evangelización.
Un aspecto de esta nueva
evangelización, que está adquiriendo una importancia siempre mayor,
es la formación del sentido ecuménico de los fieles. El Concilio
Vaticano II ha exhortado a todos los católicos a que "
participen con decisión en la obra del ecumenismo " y "
estimen los bienes verdaderamente cristianos, provenientes del
patrimonio común, que se encuentran entre nuestros hermanos separados
".(26) Al mismo tiempo también se debe tener en cuenta que
" nada hay tan ajeno al ecumenismo como el falso irenismo que
atenta contra la pureza de la doctrina católica y oscurece su sentido
genuino y cierto ".(27) En consecuencia, los presbíteros
deberán vigilar para que el ecumenismo se desarrolle en el respeto
fiel a los principios señalados por el Magisterio de la Iglesia, en
los que no hay fractura sino armónica continuidad.
PUNTOS DE REFLEXION
1. ¿Se siente realmente
en nuestras comunidades eclesiales y, especialmente entre nuestros
sacerdotes, la necesidad y urgencia de la nueva evangelización?
2. ¿Se predica
abundantemente sobre ella? ¿Se tiene presente en las reuniones de los
presbíteros, en los programas pastorales, en los medios de formación
permanente?
3. ¿Están los sacerdotes
especialmente empeñados en la promoción audaz de una misión
evangelizadora nueva; -nueva sobre todo " en su ardor, en sus
métodos, en su expresión "(28) -ad
intra y ad extra de la Iglesia?
4. ¿Consideran los fieles
al sacerdocio como un don divino, tanto para quién lo recibe, como
para la misma comunidad, o lo ven en clave de pura funcionalidad
organizativa? ¿Se enseña a rezar para que el Señor conceda
vocaciones sacerdotales y para que no falte la generosidad necesaria
para responder afirmativamente?
5. ¿Se mantiene en la
predicación de la Palabra de Dios y en la catequesis la debida
proporción entre el aspecto de instrucción en la fe y práctica de
los sacramentos? ¿Se caracteriza la actividad evangelizadora de los
presbíteros por la complementariedad entre predicación y
sacramentalidad, entre " munus docendi " y " munus
sanctificandi "?
Capítulo II
MAESTROS DE LA PALABRA
" Id por todo el
mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación " (Mc 16,15)
1. Los
presbíteros, maestros de la Palabra " nomine Christi et nomine
Ecclesiae "
Un punto de partida
adecuado para la correcta comprensión del ministerio pastoral de la
Palabra es la consideración de la revelación de Dios en sí misma.
" Por esta revelación, Dios invisible (cfr. Col 1, 15; 1
Tm 1, 17), movido por su gran amor, habla a los hombres como
amigos (cfr. Ex 33, 11; Jn 15, 14-15) y mora con ellos
(cfr. Ba 3, 38), para invitarlos a la comunicación consigo y
recibirlos en su compañía ".(29) En la Escritura el anuncio del
Reino no habla sólo de la gloria de Dios, sino que la hace brotar de
su mismo anuncio. El Evangelio predicado en la Iglesia no es solamente
mensaje, sino una divina y salutífera acción experimentada por
aquellos que creen, que sienten, que obedecen al mensaje y lo acogen.
Por tanto, la Revelación
no se limita a instruirnos sobre la naturaleza de un Dios que vive en
una luz inaccesible, sino que al mismo tiempo nos muestra cuánto hace
Dios por nosotros con la gracia. La Palabra revelada, al ser
presentada y actualizada " en " y " por medio " de
la Iglesia, es un instrumento mediante el cual Cristo actúa en
nosotros con su Espíritu. La Palabra es, al mismo tiempo, juicio y
gracia. Al escucharla, el contacto con Dios mismo interpela los
corazones de los hombres y pide una decisión que no se resuelve en un
simple conocimiento intelectual sino que exige la conversión del
corazón.
" Los presbíteros,
como cooperadores de los Obispos, tienen como primer cometido predicar
el Evangelio de Dios a todos; para (...) constituir e incrementar el
Pueblo de Dios ".(30) Precisamente porque la predicación de la
Palabra no es la mera transmisión intelectual de un mensaje, sino
" poder de Dios para la salvación de todo el que cree "
(cfr. Rom 1, 16), realizada de una vez para siempre en Cristo,
su anuncio en la Iglesia exige, en quienes anuncian, un fundamento
sobrenatural que garantice su autenticidad y su eficacia. La
predicación de la Palabra por parte de los ministros sagrados
participa, en cierto sentido, del carácter salvífico de la Palabra
misma, y ello no por el simple hecho de que hablen de Cristo, sino
porque anuncian a sus oyentes el Evangelio con el poder de interpelar
que procede de su participación en la consagración y misión del
mismo Verbo de Dios encarnado. En los oídos de los ministros resuenan
siempre aquellas palabras del Señor: " Quien a vosotros oye, a
mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia " (Lc
10, 16), y pueden decir con Pablo: " nosotros no hemos
recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios,
para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido; y enseñamos
estas cosas no con palabras aprendidas por sabiduría humana, sino con
palabras aprendidas del Espíritu, expresando las cosas espirituales
con palabras espirituales " (1 Cor 2, 12-13). La
predicación queda así configurada como un ministerio que surge del
sacramento del Orden y que se ejercita con la autoridad de Cristo.
Sin embargo, la gracia del
Espíritu Santo no garantiza de igual manera todas las acciones de los
ministros. Mientras que en la administración de los sacramentos
existe esa garantía, de modo que ni siquiera el pecado del ministro
puede llegar a impedir el fruto de la gracia, existen también otras
muchas acciones en las cuales la componente humana del ministro
adquiere una notable importancia. Y su impronta puede tanto beneficiar
como perjudicar a la fecundidad apostólica de la Iglesia.(31) Si bien
el entero munus pastorale debe estar impregnado de sentido de
servicio, tal cualidad resulta especialmente necesaria en el
ministerio de la predicación, pues cuanto más siervo de la
Palabra, y no su dueño, es el ministro, tanto más la Palabra puede
comunicar su eficacia salvífica.
Este servicio exige la
entrega personal del ministro a la Palabra predicada, una entrega que,
en último término, mira a Dios mismo, " al Dios, a quien sirvo
con todo mi espíritu en la predicación del Evangelio de su Hijo
" (Rom 1, 9). El ministro no debe ponerle obstáculos, ni
persiguiendo fines ajenos a su misión, ni apoyándose en sabiduría
humana o en experiencias subjetivas que podrían oscurecer el mismo
Evangelio. ¡La Palabra de Dios no puede ser instrumentalizada! Antes
al contrario, el predicador " debe ser el primero en tener una
gran familiaridad personal con la Palabra de Dios (...), debe ser el
primer "creyente" de la Palabra, con la plena conciencia de
que las palabras de su ministerio no son "suyas", sino de
Aquél que lo ha enviado ".(32)
Existe, por tanto, una
especial relación entre oración personal y predicación. Al
meditar la Palabra de Dios en la oración personal debe también
manifestarse de modo espontáneo " la primacía de un testimonio
de vida, que hace descubrir la potencia del amor de Dios y hace
persuasiva la palabra del predicador ".(33) Fruto de la oración
personal es también una predicación que resulta incisiva no sólo
por su coherencia especulativa, sino porque nace de un corazón
sincero y orante, consciente de que la tarea del ministro " no es
la de enseñar la propia sabiduría, sino la Palabra de Dios e invitar
con insistencia a todos a la conversión y a la santidad ".(34)
Para ser eficaz, la predicación de los ministros requiere estar
firmemente fundada sobre su espíritu de oración filial: "
sit orator, antequam dictor ".(35)
En la vida personal de
oración de los sacerdotes encuentran apoyo e impulso la conciencia de
su ministerialidad, el sentido vocacional de su vida, su fe viva y
apostólica. Aquí se alcanza también, un día tras otro, el celo por
la evangelización. Y ésta, convertida en convicción personal, se
traduce en una predicación persuasiva, coherente y convincente. En
este sentido, el rezo de la Liturgia de las Horas no mira sólo a la
piedad personal, ni se agota en ser oración pública de la Iglesia,
sino que posee también una gran utilidad pastoral(36) en cuanto
ocasión privilegiada para familiarizarse con la doctrina bíblica,
patrística, teológica y magisterial, que después de interiorizada
es derramada sobre el Pueblo de Dios a través de la predicación.
2.
Para un anuncio eficaz de la Palabra
En la perspectiva de la
nueva evangelización se debe subrayar la importancia de hacer madurar
en los fieles el significado de la vocación bautismal, es decir, la
convicción de estar llamados por Dios para seguir a Cristo de cerca y
para colaborar personalmente en la misión de la Iglesia. "
Trasmitir la fe es revelar, anunciar y profundizar en la vocación
cristiana, esa llamada que Dios dirige a cada hombre al manifestarle
el misterio de la salvación ".(37) Es, pues, función de la obra
de evangelización manifestar a Cristo delante de los hombres, porque
sólo Él, " el nuevo Adán, en la revelación misma del misterio
del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le descubre la sublimidad de su vocación ".(38)
Nueva evangelización y
sentido vocacional de la existencia del cristiano caminan en unidad. Y
es ésta la " buena nueva " que debe ser anunciada a los
fieles sin reduccionismos ni respecto a su bondad ni a la exigencia de
alcanzarla, recordando al mismo tiempo que " ciertamente apremia
al cristiano la necesidad y el deber de luchar con muchas
tribulaciones contra el mal, e incluso de sufrir la muerte; pero,
asociado al misterio pascual y configurado con la muerte de Cristo,
podrá ir al encuentro de la resurrección robustecido por la
esperanza ".(39)
La nueva evangelización
pide un ardiente ministerio de la Palabra, integral y bien fundado,
con un claro contenido teológico, espiritual, litúrgico y moral,
atento a satisfacer las concretas necesidades de los hombres. No se
trata, evidentemente, de caer en la tentación del intelectualismo
que, más que iluminar, podría llegar a oscurecer las conciencias
cristianas; sino de desarrollar una verdadera " caridad
intelectual " mediante una permanente y paciente catequesis sobre
las verdades fundamentales de la fe y la moral católicas y su influjo
en la vida espiritual. Entre las obras de misericordia espirituales
destaca la instrucción cristiana, pues la salvación tiene lugar en
el conocimiento de Cristo, ya que " no hay bajo el cielo otro
nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos "
(Hch 4, 12).
Este anuncio catequético
no se puede desarrollar sin el vehículo de la sana teología, pues,
evidentemente, no se trata sólo de repetir la doctrina revelada, sino
de formar la inteligencia y la conciencia de los creyentes
sirviéndose de dicha doctrina, para que puedan vivir de forma
coherente las exigencias de la vocación bautismal. La nueva
evangelización se llevará a cabo en la medida en que, no sólo la
Iglesia en su conjunto y cada una de sus instituciones, sino también
cada cristiano, sean puestos en condiciones de vivir la fe y de hacer
de la propia existencia un motivo viviente de credibilidad y una
creíble apología de la fe.
Evangelizar significa, en
efecto, anunciar y propagar, con todos los medios honestos y adecuados
disponibles, los contenidos de la verdades reveladas (la fe trinitaria
y cristológica, el sentido del dogma de la creación, las verdades
escatológicas, la doctrina sobre la Iglesia, sobre el hombre, la
enseñanza de fe sobre los sacramentos y los demás medios de
salvación, etc.) Y significa también, al mismo tiempo, enseñar a
traducir esas verdades en vida concreta, en testimonio y compromiso
misionero.
El empeño en la
formación teológica y espiritual (en la formación permanente de los
sacerdotes y diáconos y en la formación de todos los fieles) es
ineludible y, al mismo tiempo, enorme. Es necesario, pues, que el
ejercicio del ministerio de la Palabra y quienes lo realizan estén a
la altura de las circunstancias. Su eficacia, basada antes que nada en
la ayuda divina, dependerá de que se lleve a cabo también con la
máxima perfección humana posible. Un anuncio doctrinal, teológico y
espiritual renovado del mensaje cristiano -anuncio que debe encender y
purificar en primer lugar las conciencias de los bautizados- no puede
ser improvisado perezosa o irresponsablemente. Ni puede tampoco decaer
entre los presbíteros la responsabilidad de asumir en primera persona
esa tarea de anunciar, especialmente en lo que se refiere al
ministerio homilético, que no puede ser confiado a quien no haya sido
ordenado,(40) ni fácilmente delegado en quien no esté bien
preparado.
Pensando en la
predicación sacerdotal es necesario insistir, como siempre se ha
hecho, en la importancia de la preparación remota que puede
concretarse, por ejemplo, en una orientación adecuada de las propias
lecturas, e incluso de los propios intereses, hacia aspectos que
puedan mejorar la preparación de los sagrados ministros. La
sensibilidad pastoral de los predicadores debe estar continuamente
pendiente de individuar los problemas que preocupan a los hombres y
sus posibles soluciones. " Además, para responder
convenientemente a los problemas propuestos por los hombres de nuestro
tiempo, es menester que los presbíteros conozcan los documentos del
Magisterio, y sobre todo, de los Concilios y Romanos Pontífices, y
consulten los mejores y más probados autores de teología ",(41)
sin olvidarse de consultar el Catecismo de la Iglesia Católica. En
este sentido convendría insistir sin cansancio en la importancia de
la formación permanente del clero, teniendo como referencia el Directorio
para el ministerio y la vida de los presbíteros.(42) Todo
esfuerzo en este campo será recompensado con abundantes frutos. Junto
a lo dicho, es también importante una preparación próxima de
la predicación de la Palabra de Dios. Salvo en casos excepcionales en
los que no cabrá hacerlo de otro modo, la humildad y la laboriosidad
deben llevar a preparar con atención al menos un esquema de lo que se
debe decir.
La fuente principal de la
predicación debe ser, lógicamente, la Sagrada Escritura,
profundamente meditada en la oración personal y conocida a través
del estudio y la lectura de libros adecuados.(43) La experiencia
pastoral pone de manifiesto que la fuerza y la elocuencia del Texto
sagrado mueven profundamente a los oyentes. Así mismo, los escritos
de los Padres de la Iglesia y de otros grandes autores de la
Tradición enseñan a penetrar y a hacer comprender a otros el sentido
de la Palabra revelada,(44) lejos de cualquier forma de "
fundamentalismo bíblico " o de mutilación del mensaje divino.
Debería constituir igualmente un punto de referencia para la
preparación de la predicación la pedagogía con que la liturgia de
la Iglesia lee, interpreta y aplica la Palabra de Dios en los diversos
tiempos del año litúrgico. La consideración, además, de la vida de
los santos -con sus luchas y heroísmos- ha producido en todo tiempo
grandes frutos en las almas cristianas. También hoy, amenazados por
comportamientos y doctrinas equívocas, los creyentes tienen especial
necesidad del ejemplo de estas vidas heroicamente entregadas al amor
de Dios y, por Dios, a los demás hombres. Todo esto es útil para la
evangelización, como lo es también el promover en los fieles, por
amor de Dios, el sentido de solidaridad con todos, el espíritu de
servicio, la generosa donación a los demás. La conciencia cristiana
madura precisamente a través de una referencia cada vez más estrecha
con la caridad.
Tiene también notable
importancia para el sacerdote el cuidado de los aspectos formales de
la predicación. Vivimos en una época de información y de
comunicación rápida, en la que estamos habituados a escuchar y a ver
profesionales valiosos de la televisión y de la radio. En cierto
modo, el sacerdote, que es también un comunicador social singular, al
transmitir su mensaje delante de los fieles entra en pacífica
concurrencia con esos profesionales, y en consecuencia el mensaje ha
de ser presentado de modo decididamente atractivo. Junto al saber
aprovechar con competencia y espíritu apostólico los " nuevos
púlpitos " que son los medios de comunicación, el sacerdote
debe, sobre todo, cuidar que su mensaje esté a la altura de la
Palabra que predica. Los profesionales de los medios audiovisuales se
preparan bien para cumplir su trabajo; no sería ciertamente exagerado
que los maestros de la Palabra que se ocuparan de mejorar, con
inteligente y paciente estudio, la calidad " profesional "
de este aspecto de su ministerio. Hoy en día, por ejemplo, está
volviendo con fuerza en diversos ambientes universitarios y culturales
el interés por la retórica; quizás sea necesario despertarlo
también entre los sacerdotes, sin separarlo de una actitud humilde y
noblemente digna de presentarse y de conducirse.
La predicación sacerdotal
debe ser llevada a cabo, como la de Jesucristo, de modo positivo y
estimulante, que arrastre a los hombres hacia la Bondad, la Belleza y
la Verdad de Dios. Los cristianos deben hacer " irradiar el
conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo
" (2 Cor 4, 6) y deben presentar la verdad recibida de
modo interesante. ¿Cómo no encontrar en la Iglesia el atractivo de
la exigencia, fuerte y serena a la vez, de la existencia cristiana? No
hay nada que temer. " Desde que (la Iglesia) ha recibido como
don, en el Misterio Pascual, la verdad última sobre la vida del
hombre, se ha hecho peregrina por los caminos del mundo para anunciar
que Jesucristo es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,
6). Entre los diversos servicios que la Iglesia ha de ofrecer a la
humanidad, hay uno del cual es responsable de un modo muy particular: la
diaconía de la verdad ".(45)
Resulta también de
utilidad, lógicamente, usar en la predicación un lenguaje correcto y
elegante, comprensible para todos nuestros contemporáneos, evitando
banalidades y generalidades.(46) Es necesario hablar con auténtica
visión de fe, pero con palabras comprensibles en los diversos
ambientes y nunca con una terminología propia de especialistas ni con
concesiones al espíritu mundano. El " secreto " humano de
una fructuosa predicación de la Palabra consiste, en buena medida, en
la " profesionalidad " del predicador, que sabe lo que
quiere decir y cómo decirlo, y ha realizado una seria preparación
próxima y remota, sin improvisaciones de aficionado. Sería un
dañoso irenismo ocultar la fuerza de la plena verdad. Debe, pues,
cuidarse con atención el contenido de las palabras, el estilo y la
dicción; debe ser bien pensado lo que se quiere acentuar con mayor
fuerza y, en la medida de lo posible, sin caer en exagerada
ostentación, ha de ser cuidado el tono mismo de la voz. Hay que saber
dónde se quiere llegar y conocer bien la realidad existencial y
cultural de los oyentes habituales; de este modo, conociendo la propia
grey, no se incurre en teorías o generalizaciones abstractas.
Conviene usar un estilo amable, positivo, que sabe no herir a las
personas aun " hiriendo " las conciencias..., sin tener
miedo de llamar a las cosas por su nombre.
Es muy útil que los
sacerdotes que colaboran en los diversos encargos pastorales se ayuden
entre sí mediante consejos fraternos sobre éstos y otros aspectos
del ministerio de la Palabra. Por ejemplo, sobre el contenido de la
predicación, su calidad teológica y lingüística, el estilo, la
duración -que debe ser siempre sobria-, los modos de decir y de
moverse en el ambón, sobre el tono de voz -que debe ser normal, sin
afectación, aunque varíe según los momentos de la predicación-,
etc. De nuevo resulta necesaria la humildad al sacerdote para que se
deje ayudar por sus hermanos, e incluso, quizás indirectamente, por
los fieles que participan en sus actividades pastorales.
PUNTOS DE REFLEXION
6. ¿Tenemos instrumentos
para valorar la incidencia real del ministerio de la Palabra en la
vida de nuestras comunidades? ¿Existe la preocupación de utilizar
este medio esencial de evangelización con la mayor profesionalidad
humana posible?
7. En los cursos de
formación permanente del clero, se presta la debida atención al
perfeccionamiento del anuncio de la Palabra en sus diversas formas?
8. ¿Son animados los
sacerdotes para que dediquen tiempo al estudio de la sana teología, a
la lectura de los Padres, de los Doctores de la Iglesia y de los
Santos? ¿Se manifiesta un positivo compromiso por conocer y dar a
conocer los grandes maestros de espiritualidad?
9. ¿Se favorece la
existencia de buenas bibliotecas sacerdotales, con espíritu práctico
y una perspectiva doctrinal sana?
10. En este sentido
¿existen y se conocen posibilidades locales de conectarse a
bibliotecas en Internet, incluso la incipiente biblioteca electrónica
de la Congregación para el Clero (www.clerus.org)?
11. ¿Los Sacerdotes hacen
uso de las catequesis y de las enseñanzas del Santo Padre, como
también de los varios documentos de la Santa Sede?
12. ¿Existe la
convicción de la importancia de formar profesionalmente personas
(sacerdotes, diáconos permanentes, religiosos, laicos) capaces de
desarrollar a un alto nivel este servicio clave de la evangelización
de la cultura contemporánea, que es la comunicación?
Capítulo III
MINISTROS DE LOS
SACRAMENTOS
" Servidores de
Cristo y administradores de los misterios de Dios " (1 Cor 4, 1)
1. " In persona
Christi Capitis "
" La misión de la
Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es
su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada
para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el misterio
de la comunión de la Santísima Trinidad ".(47) Esta dimensión
sacramental de la entera misión de la Iglesia brota de su mismo ser,
como una realidad al mismo tiempo " humana y divina, visible y
dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la
contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina
".(48) En este contexto de la Iglesia como " sacramento
universal de salvación ",(49) en el que Cristo " manifiesta
y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre
",(50) los sacramentos, como momentos privilegiados de la
comunicación de la vida divina al hombre, ocupan el centro del
ministerio de los sacerdotes. Estos son conscientes de ser
instrumentos vivos de Cristo Sacerdote. Su función corresponde a la
de unos hombres capacitados por el carácter sacramental para secundar
la acción de Dios con eficacia instrumental participada.
La configuración con
Cristo mediante la consagración sacramental sitúa al sacerdote en el
seno del Pueblo de Dios, haciéndole participar de un modo específico
y en conformidad con la estructura orgánica de la comunidad eclesial
en el triple munus Christi. Actuando in persona Christi
Capitis, el presbítero apacienta al pueblo de Dios conduciéndolo
hacia la santidad.(51) De ahí deriva la " necesidad del
testimonio de la fe por parte del presbítero con toda su vida, pero,
sobre todo, en el modo de apreciar y de celebrar los mismos
sacramentos ".(52) Es preciso tener presente la doctrina
clásica, reiterada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, según la
cual " aún siendo verdad que la gracia de Dios puede realizar la
obra de la salvación incluso por medio de ministros indignos, a pesar
de ello Dios, de ordinario, prefiere mostrar su grandeza a través de
aquellos que, habiéndose hecho más dóciles a los impulsos y a la
dirección del Espíritu Santo, pueden decir con el apóstol, gracias
a su íntima unión con Cristo y a su santidad de vida: "ya no
vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gal 2, 20)
".(53)
Las celebraciones
sacramentales, en las que los presbíteros actúan como ministros de
Jesucristo, partícipes en manera especial de Su sacerdocio por medio
de Su Espíritu,(54) constituyen momentos cultuales de singular
importancia en relación con la nueva evangelización. Téngase en
cuenta además que para todos los fieles, pero sobre todo para
aquellos habitualmente alejados de la práctica religiosa, pero que
participan de vez en cuando en celebraciones litúrgicas con motivo de
acontecimientos familiares o sociales (bautismos, confirmaciones,
matrimonios, ordenaciones sacerdotales, funerales, etc.), estas
ocasiones son de hecho los únicos momentos para transmitirles los
contenidos de la fe. La disposición creyente del ministro deberá ir
siempre acompañada de " una excelente calidad de la
celebración, bajo el aspecto litúrgico y ceremonial ",(55) no
en busca del espectáculo sino atenta a que de verdad el elemento
" humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a
lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad
futura que buscamos ".(56)
2.
Ministros de la Eucaristía: " el centro mismo del ministerio
sacerdotal "
" "Amigos":
así llamó Jesús a los Apóstoles. Así también quiere llamarnos a
nosotros que, gracias al sacramento del Orden, somos partícipes de su
Sacerdocio. (...) ¿Podía Jesús expresarnos su amistad de manera
más elocuente que permitiéndonos, como sacerdotes de la Nueva
Alianza, obrar en su nombre, in persona Christi Capitis? Pues
esto es precisamente lo que acontece en todo nuestro servicio
sacerdotal, cuando administramos los sacramentos y, especialmente,
cuando celebramos la Eucaristía. Repetimos las palabras que Él
pronunció sobre el pan y el vino y, por medio de nuestro ministerio,
se realiza la misma consagración que Él hizo. ¿Puede haber una
manifestación de amistad más plena que ésta? Esta amistad
constituye el centro mismo de nuestro ministerio sacerdotal
".(57)
La nueva evangelización
debe significar para los fieles una claridad también nueva sobre la
centralidad del sacramento de la Eucaristía, culmen de toda la vida
cristiana.(58) De una parte, porque " no se edifica ninguna
comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de
la Sagrada Eucaristía ",(59) pero también porque " los
demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos
y las obras de apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia
ella se ordenan. Pues en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el
bien espiritual de la Iglesia ".(60)
La Eucaristía es también
un punto de mira del ministerio pastoral. Los fieles deben ser
preparados para obtener fruto de ella. Y si por una parte se ha de
promover su participación " digna, atenta y fructuosa " en
la liturgia, por otra resulta absolutamente necesario hacerles
comprender que " de ese modo son invitados e inducidos a
ofrecerse con Él ellos mismos, sus trabajos, y todas las cosas
creadas. Por lo tanto, la Eucaristía se presenta como la fuente y
cima de toda la evangelización ",(61) verdad ésta de la cual se
derivan no pocas consecuencias pastorales.
Es de importancia
fundamental formar a los fieles en lo que constituye la esencia del
santo Sacrificio del Altar y fomentar su participación fructuosa en
la Eucaristía.(62) Y es necesario también insistir, sin temor y sin
cansancio, sobre la obligación de cumplir con el precepto
festivo,(63) y sobre la conveniencia de participar con frecuencia,
incluso a diario si fuese posible, en la celebración de la Santa Misa
y en la comunión eucarística. Conviene recordar también la grave
obligación de recibir siempre el Cuerpo de Cristo con las debidas
condiciones espirituales y corporales, y de acudir por tanto a la
confesión sacramental cuando se tiene conciencia de no estar en
estado de gracia. La lozanía de la vida cristiana en cada Iglesia
particular y en cada comunidad parroquial depende en gran medida del
redescubrimiento del gran don de la Eucaristía, en un espíritu de fe
y de adoración. Si en la enseñanza de la doctrina, en la
predicación y en la vida, no se logra manifestar la unidad entre vida
cotidiana y Eucaristía, la práctica eucarística acaba siendo
descuidada.
También por esta razón
es fundamental la ejemplaridad del sacerdote celebrante. "
Celebrar bien constituye una primera e importante catequesis sobre el
Santo Sacrificio ".(64) Aunque no sea esta la intención del
sacerdote, es importante que los fieles le vean recogido cuando se
prepara para celebrar el Santo Sacrificio, que sean testigos del amor
y la devoción que pone en la celebración, y que puedan aprender de
él a quedarse algún tiempo para dar gracias después de la
comunión. Deben ser también cuidadas con atenta solicitud las
concelebraciones eucarísticas, que exigen por sí mismas a los
ministros sagrados un suplemento de atención y de piedad sincera.
Si un elemento esencial de
la obra evangelizadora de la Iglesia consiste en enseñar a los
hombres a rezar al Padre por Cristo en el Espíritu Santo, la nueva
evangelización implica la recuperación y reafirmación de prácticas
pastorales que manifiesten la fe en la presencia real del Señor bajo
las especies eucarísticas. " El presbítero tiene la misión de
promover el culto de la presencia eucarística, aún fuera de la
celebración de la Misa, empeñándose por hacer de su iglesia una
"casa de oración" cristiana ".(65) Es necesario, ante
todo, que los fieles conozcan con profundidad las condiciones
imprescindibles para recibir con fruto la comunión. De igual modo, es
importante favorecer en ellos la devoción hacia Cristo, que les
espera amorosamente en el Sagrario. Un modo sencillo y eficaz de
catequesis eucarística es el cuidado material de todo cuanto atañe
al templo y, sobre todo, al altar y al Tabernáculo: limpieza y
decoro, dignidad de los ornamentos y de los vasos sagrados, esmero en
la celebración de las ceremonias litúrgicas,(66) la práctica de la
genuflexión, etc. Es además particularmente importante asegurar que
en la capilla del Santísimo, como es tradición multisecular en la
Iglesia, haya un ambiente de recogimiento, cuidando ese sagrado
silencio que facilita el coloquio amoroso con el Señor. Dicha
capilla, o en su caso el lugar destinado a conservar y adorar a Cristo
Sacramentado, constituye ciertamente el corazón de nuestros edificios
sagrados, y como tal se ha de procurar facilitar su acceso.
Es evidente que todas
estas manifestaciones -que no son formas de un vago "
espiritualismo ", sino que revelan una devoción teológicamente
fundada- sólo serán posibles si el sacerdote es verdaderamente un
hombre de oración y de auténtica pasión por la Eucaristía.
Solamente el pastor que reza sabrá enseñar a rezar, y al mismo
tiempo atraerá la gracia de Dios sobre aquellos que dependen de su
ministerio pastoral, favoreciendo así las conversiones, los
propósitos de vida más fervorosa, las vocaciones sacerdotales y de
almas consagradas. En definitiva, sólo el sacerdote que experimenta a
diario la " conversatio in coelis ", que convierte en
vida de su vida la amistad con Cristo, estará en condiciones de
imprimir un verdadero impulso a una evangelización auténtica y
renovada.
3. Ministros
de la Reconciliación con Dios y con la Iglesia
En un mundo en el que el
sentido del pecado ha disminuido en gran medida,(67) es necesario
recordar con insistencia que la falta de amor a Dios es precisamente
lo que impide percibir la realidad del pecado en toda su malicia. La
conversión, entendida no sólo como momentáneo acto interno sino
como disposición estable, viene impulsada por el conocimiento
auténtico del amor misericordioso de Dios. " Quienes llegan a
conocer de este modo a Dios, quienes lo ven así, no pueden vivir sino
convirtiéndose sin cesar a Él. Viven pues "in statu
conversionis" (en estado de conversión) ".(68) Y así la
penitencia constituye un patrimonio estable en la vida eclesial de los
bautizados, acompañada al mismo tiempo por la esperanza del perdón:
" estuvisteis por un tiempo excluidos de la misericordia, pero
ahora en cambio habéis obtenido misericordia " (1 Pdr 2,
10).
La nueva evangelización
exige, pues, -y esta es una exigencia pastoral absolutamente
ineludible- un empeño renovado por acercar a los fieles al sacramento
de la Penitencia,(69) " que allana el camino a cada uno, incluso
cuando se siente bajo el peso de grandes culpas. En este sacramento
cada hombre puede experimentar de manera singular la misericordia, es
decir, el amor que es más fuerte que el pecado ".(70) No hemos
de tener ningún temor a promover con ardor la práctica de este
sacramento, sabiendo renovar y revitalizar con inteligencia algunas
antiguas y saludables tradiciones cristianas. En un primer momento se
tratará de incitar a los fieles a una profunda conversión que
provoque, con la ayuda del Espíritu Santo, el reconocimiento sincero
y contrito de los desórdenes morales presentes en la vida de cada
uno; después será necesario enseñarles la importancia de la
confesión individual y frecuente, llegando en la medida de lo posible
a iniciar una auténtica dirección espiritual personal.
Sin confundir el momento
sacramental con el de la dirección espiritual, los presbíteros deben
saber aprovechar las oportunidades, precisamente tomando pie de la
celebración del sacramento, para iniciar un coloquio de orientación
espiritual. " El descubrimiento y la difusión de esta práctica,
también en momentos distintos de la administración de la Penitencia,
es un beneficio grande para la Iglesia en el tiempo presente
".(71) Así se ayudará a redescubrir el sentido y la eficacia
del sacramento de la Penitencia, sentando las bases para superar su
crisis. La dirección espiritual personal es la que permite formar
verdaderos apóstoles, capaces de difundir la nueva evangelización en
la sociedad civil. Para poder llegar lejos en la misión de
reevangelizar a tantos bautizados que se han alejado de la Iglesia, es
necesario formar muy bien a aquellos que están cerca.
La nueva evangelización
requiere poder contar con un número adecuado de sacerdotes: una
experiencia plurisecular enseña que gran parte de las respuestas
afirmativas a la vocación surgen a través de la dirección
espiritual, además con el ejemplo de vida de sacerdotes fieles a la
propia identidad interior y exteriormente. " Cada sacerdote
reservará una atención esmerada a la pastoral vocacional. No dejará
de (...) favorecer, además, iniciativas apropiadas, que, mediante una
relación personal, hagan descubrir los talentos y sepa individuar la
voluntad de Dios hacia una elección valiente en el seguimiento de
Cristo. (...) Es "exigencia ineludible de la caridad
pastoral" que cada presbítero -secundando la gracia del
Espíritu Santo- se preocupe de suscitar al menos una vocación
sacerdotal que pueda continuar su ministerio ".(72)
Ofrecer a todos los fieles
la posibilidad real de acceder a la confesión requiere, sin duda, una
gran dedicación de tiempo.(73) Se aconseja vivamente tener previstos
tiempos determinados de presencia en el confesionario, que sean
conocidos por todos, sin limitarse a una disponibilidad teórica. A
veces es suficiente, para disuadir a un fiel de la intención de
confesarse, el hecho de obligarlo a buscar un confesor, mientras que
los fieles acuden con gusto a recibir este sacramento allí donde
saben que hay sacerdotes disponibles.(74) Las parroquias y en general
las iglesias destinadas al culto deberían tener un horario claro,
amplio y cómodo de confesiones, y corresponde a los sacerdotes
asegurar que dicho horario sea respetado con regularidad. En
conformidad con la solicitud de facilitar al máximo que los fieles
acudan al sacramento de la Reconciliación, es así mismo conveniente
cuidar la sede del confesionario: la limpieza, que sean visibles, la
posibilidad de elegir el uso de rejilla y de conservar el
anonimato,(75) etc.
No siempre es fácil
mantener y defender estas diligencias pastorales, mas no por ello se
debe ser silenciada su eficacia y la necesidad de reimplantarlas allí
donde hubiesen caído en desuso. Del mismo modo que se ha de
incentivar la colaboración de sacerdotes seculares y religiosos. Debe
también prestarse reconocimiento con veneración al servicio
cotidiano de confesionario realizado admirablemente por tantos
sacerdotes ancianos, auténticos maestros espirituales de las diversas
comunidades cristianas.
Todo este servicio a la
Iglesia será considerablemente más fácil si son los mismos
sacerdotes los primeros en confesarse regularmente.(76) En efecto,
para un generoso ministerio de la Reconciliación es condición
indispensable el recurso personal del presbítero al sacramento, como
penitente. " Toda la existencia sacerdotal sufre un inevitable
decaimiento, si le falta, por negligencia o cualquier otro motivo, el
recurso periódico e inspirado en una auténtica fe y devoción al
sacramento de la Penitencia. En un sacerdote que no se confesase o se
confesase mal, su ser como sacerdote y su ministerio se resentirían
muy pronto, y se daría cuenta también la comunidad de la que es
pastor ".(77)
" El ministerio de
los presbíteros es, ante todo, comunión y colaboración responsable
y necesaria con el ministerio del Obispo, en su solicitud por la
Iglesia universal y por cada una de las Iglesias particulares, al
servicio de las cuales constituyen con el Obispo un único presbiterio
".(78) También los hermanos en el presbiterado deben ser objeto
privilegiado de la caridad pastoral del sacerdote. Ayudarles material
y espiritualmente, facilitarles delicadamente la confesión y la
dirección espiritual, hacerles amable el camino del servicio, estar
cerca de ellos en toda necesidad, acompañarles con fraternal
solicitud durante cualquier dificultad, en la vejez, en la
enfermedad... He aquí un campo verdaderamente precioso para la
práctica de las virtudes sacerdotales.
Entre las virtudes
necesarias para un fructuoso ejercicio del ministerio de la
Reconciliación es fundamental la prudencia pastoral. Así como al
impartir la absolución el ministro participa en la acción
sacramental con eficacia instrumental, así también en los otros
actos del rito penitencial su tarea consiste en poner al penitente de
cara a Cristo, secundando, con extrema delicadeza, el encuentro
misericordioso. Esto implica evitar discursos genéricos que no toman
en consideración la realidad del pecado y, por esta razón, se hace
necesaria en el confesor la ciencia oportuna.(79) Pero al mismo
tiempo, el diálogo penitencial debe estar siempre lleno de aquella
comprensión que sabe conducir a las almas gradualmente por el
camino de la conversión, sin caer en falsas concesiones a la llamada
" gradualidad de las normas morales ".
Dado que la práctica de
la confesión ha disminuido en muchos lugares, con gran detrimento de
la vida moral y de la buena conciencia de los creyentes, existe
el peligro real de rebajar la densidad teológica y pastoral con la
que el ministro de la confesión realiza su función. El confesor debe
rogar al Paráclito la capacidad de llenar de sentido sobrenatural
este momento salvífico(80) y transformarlo en un encuentro auténtico
del pecador con Jesús que perdona. Al mismo tiempo, debe aprovechar
la oportunidad de la confesión para formar rectamente -tarea en
extremo importante- la conciencia del penitente, dirigiéndole
delicadamente las preguntas necesarias para asegurar la integridad de
la confesión y la validez del sacramento, ayudándole a agradecer
desde lo profundo del corazón la misericordia que Dios ha tenido con
él, a formular un propósito firme de rectificación de la propia
conducta moral. Y no olvidará dirigirle alguna palabra apropiada para
animarle, confortarle y estimularle a la realización de obras de
penitencia que, junto a la satisfacción por sus propios pecados, le
ayuden a crecer en las virtudes.
PUNTOS DE REFLEXION
13. La esencia y el
significado salvífico de los sacramentos son invariables, ¿Partiendo
de estas premisas, ¿cómo renovar, la pastoral de los sacramentos
poniéndola al servicio de la nueva evangelización?
14. ¿Nuestras Comunidades
son una " Iglesia de la Eucaristía y de la Penitencia "?
¿Se alimenta en ella la devoción eucarística en todas sus formas?
¿Se facilita la práctica de la confesión individual?
15. ¿Se hace
habitualmente referencia a la presencia real del Señor en el
sagrario, animando, por ejemplo, a la fructuosa práctica de la visita
al Santísimo Sacramento? ¿Son frecuentes los actos de culto
eucarístico? ¿Disponen nuestras iglesias de un ambiente acogedor
para la oración delante del Santísimo?
16. Con espíritu
pastoral, ¿se tiene especial cuidado en manterner el decoro de las
iglesias.? ¿Visten los sacerdotes regularmente según la normativa
canónica (cfr. CIC can. 284 y 669; Directorio n. 66) y, en el
ejercicio del culto divino, usan todos los ornamentos establecidos
(cfr. can. 929)?
17. ¿Los sacerdotes se
confiesan regularmente y, a su vez, se meten a disposición para este
ministerio tan fundamental?
18. ¿Existen iniciativas
adecuadas para proporcionar al clero una formación permanente sobre
el perfeccionamiento del ministerio de la confesión? ¿Se anima a
ponerse al día en este insustituible ministerio?
19. Considerando la gran
importancia de un verdadero renacimiento de la práctica de la
confesión personal de cara a la nueva evangelización, ¿son
respetadas las normas canónicas sobre las absoluciones colectivas?
¿Se cuidan con prudencia y caridad pastoral, en todas las parroquias
e iglesias, las celebraciones litúrgicas penitenciales?
20. ¿Se están tomando
iniciativas para que los fieles cumplan motivada con el precepto
dominical?
Capítulo IV
PASTORES CELOSOS DE SU
GREY
" El buen pastor da
su vida por las ovejas " (Jn 10, 11)
1. Con
Cristo, para encarnar y difundir la misericordia del Padre
" La Iglesia vive una
vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia -el
atributo más estupendo del Creador y del Redentor- y cuando acerca a
los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que
es depositaria y dispensadora ".(81) Esta realidad distingue
esencialmente a la Iglesia de todas las demás instituciones que
procuran también el bien de los hombres; pues aun cuando estas
últimas puedan desempeñar una función de solidaridad y de
filantropía, impregnadas incluso de espíritu religioso, aun así no
podrían presentarse por sí mismas come dispensadoras efectivas de la
misericordia de Dios. De frente a una concepción secularizada de la
misericordia, que no logra transformar el interior del hombre, la
misericordia de Dios ofrecida en la Iglesia se presenta como perdón y
como medicina saludable. Para su eficacia en el hombre se requiere la
aceptación de la plena verdad sobre el propio ser, el propio obrar y
la propia culpabilidad. De ahí la necesidad del arrepentimiento y la
importancia de armonizar el anuncio de la misericordia con la verdad
completa. Estas afirmaciones tienen una gran importancia para los
sacerdotes, que por vocación singular están llamados en la Iglesia y
por la Iglesia a desvelar y simultáneamente a actualizar el misterio
del amor del Padre a través de su ministerio, vivido " según la
verdad en la caridad " (Ef 4, 15) y con docilidad a los
impulsos del Espíritu Santo.
El encuentro con la
misericordia de Dios tiene lugar en Cristo, como manifestación del
amor paterno de Dios. Cuando revela a los hombres su función
mesiánica (cfr. Lc 4, 18), Cristo se presenta como
misericordia del Padre con todos los necesitados, y de modo especial
con los pecadores, que necesitan el perdón y la paz interior. "
Con relación a éstos especialmente, Cristo se convierte sobre todo
en signo legible de Dios que es amor; se hace signo del Padre. En tal
signo visible, al igual que los hombres de aquel entonces, también
los hombres de nuestros tiempos pueden ver al Padre ".(82) Dios
que " es amor " (1 Jn 4,16) no puede revelarse sino
como misericordia.(83) Por amor, el Padre ha querido implicarse en el
drama de la salvación de los hombres a través del sacrificio de su
Hijo.
Si ya en la predicación
de Cristo la misericordia alcanza rasgos conmovedores, que superan
ampliamente -como en el caso de la parábola del hijo pródigo- (cfr. Lc
15, 11-32) cualquier realización humana, es sin embargo, sobre
todo en el sacrificio de sí mismo en la cruz donde la misericordia se
manifiesta de modo especial. Cristo crucificado es la revelación
radical de la misericordia del Padre, " es decir, del amor que
sale al encuentro de lo que constituye la raíz misma del mal en la
historia del hombre: al encuentro del pecado y de la muerte
".(84) La tradición espiritual cristiana ha visto en el Corazón
Sacratísimo de Jesús, que atrae hacia sí los corazones
sacerdotales, una síntesis profunda y misteriosa de la misericordia
infinita del Padre.
La dimensión
soteriológica del entero munus pastorale de los presbíteros
está centrada, por tanto, en el memorial de la ofrenda de su vida
realizada por Jesús, es decir, en el Sacrificio eucarístico. "
De hecho, existe una intima unión entre la primacía de la
Eucaristía, la caridad pastoral y la unidad de vida del presbítero
(...). Si el presbítero presta a Cristo -Sumo y Eterno Sacerdote- la
inteligencia, la voluntad, la voz y las manos para que mediante su
propio ministerio pueda ofrecer al Padre el sacrificio sacramental de
la redención, él deberá hacer suyas las disposiciones del Maestro y
como Él, vivir como don para sus hermanos. Consecuentemente deberá
aprender a unirse íntimamente a la ofrenda, poniendo sobre el altar
del sacrificio la vida entera como un signo claro del amor gratuito y
providente de Dios ".(85) En el don permanente del Sacrificio
eucarístico, memorial de la muerte y de la resurrección de Jesús,
los sacerdotes ejercen sacramentalmente la capacidad única y singular
de llevar a los hombres, como ministros, el testimonio del inagotable
amor de Dios: un amor que, en la perspectiva más amplia de la
historia de la salvación, se confirmará más potente que el pecado.
El Cristo del misterio pascual es la encarnación definitiva de la
misericordia, es su signo vivo tanto en el plano histórico-salvífico
como en el escatológico.(86) El sacerdocio, decía el Santo Cura de
Ars, " es el amor del Corazón de Jesús ".(87) Con Él
también los sacerdotes son, gracias a su consagración y a su
ministerio, un signo vivo y eficaz de este gran amor, de aquel " amoris
officium " del que hablaba San Agustín.(88)
2. " Sacerdos et
hostia "
A la misericordia
auténtica le es esencial su naturaleza de don. Debe ser recibida como
un don que es ofrecido gratuitamente, que no proviene del propio
merecimiento. Esta liberalidad está inscrita en el designio
salvífico del Padre, pues " en esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su
Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados " (1
Jn 4, 10). Y es precisamente en este contexto en donde el
ministerio ordenado encuentra su razón de ser. Nadie puede conferirse
a sí mismo la gracia: ésta debe ser dada y aceptada. Eso exige que
haya ministros de la gracia, autorizados y capacitados por Cristo. La
tradición de la Iglesia llama " sacramento " a este
ministerio ordenado, a través del cual los enviados de Cristo
realizan y entregan por don de Dios lo que ellos por sí mismos no
pueden realizar ni dar.(89)
Así, pues, los sacerdotes
deben considerarse como signos vivientes y portadores de una
misericordia que no ofrecen como propia, sino como don de
Dios. Son sobre todo servidores del amor de Dios por los hombres,
ministros de la misericordia. La voluntad de servicio se integra en el
ejercicio del ministerio sacerdotal como un elemento esencial, que
exige también en el sujeto la disposición moral correspondiente. El
presbítero hace presente ante los hombres a Jesús, que es el Pastor
que " no ha venido a ser servido, sino a servir " (Mt 20,
28). El sacerdote sirve en primer lugar a Cristo, pero siempre de un
modo que pasa necesariamente a través del servicio generoso a la
Iglesia y a su misión.
" Él nos ama y
derramó su sangre para limpiar nuestros pecados: Pontifex qui
dilexisti nos et lavasti nos a peccatis in sanguine tuo. Se
entregó a sí mismo por nosotros: tradidisti temetipsum Deo
oblationem et hostiam. En efecto, Cristo introduce el sacrificio
de sí mismo, que es el precio de nuestra redención, en el santuario
eterno. La ofrenda, esto es, la víctima, es inseparable del sacerdote
".(90) Si bien solamente Cristo es al mismo tiempo Sacerdos et
Hostia, el ministro, injertado en el dinamismo misionero de la
Iglesia, es sacramentalmente sacerdos, pero a la vez está
llamado ha ser también hostia, a tener " los mismos
sentimientos que tuvo Cristo Jesús " (Flp 2, 5). De esta
inquebrantable unidad entre sacerdote y víctima,(91) entre sacerdocio
y Eucaristía, depende la eficacia de toda acción evangelizadora. De
la sólida unidad entre Cristo y su ministro, realizada en el
Espíritu Santo, desechando toda pretensión, por parte del ministro,
de sustituir a Cristo, sino apoyándose en Él y dejándole obrar en
su persona y a través de su persona, depende también hoy la obra
eficaz de la misericordia divina contenida en la Palabra y en los
sacramentos. También a esta conexión del sacerdote con Jesús se
extiende el contenido de las palabras: " Yo soy la vid (...).
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en
la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí " (Jn
15, 4).
La llamada a ser hostia
con Jesús está también en la base de la coherencia del
compromiso celibatario con el ministerio sacerdotal en beneficio de la
Iglesia. Se trata de la incorporación del sacerdote al sacrificio en
el cual " Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por
ella para santificarla " (Ef 5, 25-26). El presbítero está
llamado a ser " imagen viva de Jesucristo Esposo de la Iglesia
",(92) haciendo de su vida entera una oblación en beneficio de
ella. " Por eso el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en
y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del
sacerdote a la Iglesia en y con el Señor ".(93)
3.
La acción pastoral de los sacerdotes: servir y conducir en el amor y
en la fortaleza
" Los presbíteros,
ejerciendo, según su parte de autoridad, el oficio de Cristo Cabeza y
Pastor, reúnen, en nombre del Obispo, a la familia de Dios, con una
fraternidad alentada unánimemente, y la conducen a Dios Padre por
medio de Cristo en el Espíritu ".(94) El ejercicio del munus
regendi del presbítero no puede entenderse sólo en términos
sociológicos, como una capacidad meramente organizativa, pues procede
también del sacerdocio sacramental: " en virtud del sacramento
del Orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo
Testamento, según la imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote (Hb
5,1-10; 7,24; 9,11-28), para predicar el Evangelio y apacentar a los
fieles y para celebrar el culto divino ".(95)
Como ministros que
participan de la autoridad de Cristo, los sacerdotes poseen un gran
ascendiente entre los fieles. Pero ellos saben que esa presencia de
Cristo en su ministro " no debe ser entendida como si éste
estuviese exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder,
del error, e incluso del pecado ".(96) La palabra y la guía de
los ministros son, pues, susceptibles de una mayor o menor eficacia
según sus cualidades, naturales o adquiridas de inteligencia,
voluntad, carácter o madurez. Esta convicción, unida al conocimiento
de las raíces sacramentales de la función pastoral, les lleva a
imitar a Jesús, Buen Pastor, y hace de la caridad pastoral una virtud
indispensable para el desarrollo fructuoso del ministerio.
" El fin esencial de
su actividad pastoral y de la autoridad que se les confiere " es
el de " conducir a un pleno desarrollo de vida espiritual y
eclesial la comunidad que se les ha encomendado ".(97) Sin
embargo " la dimensión comunitaria del cuidado pastoral (...) no
puede descuidar las necesidades del fiel concreto (...). Se puede
decir que Jesús mismo, Buen Pastor, que "llama sus ovejas una a
una" con voz que ellas bien conocen (Jn 10, 3-4), ha
establecido con su ejemplo el primer canon de la pastoral individual:
el conocimiento y la relación de amistad con las personas ".(98)
En la Iglesia debe existir una adecuada armonía entre las dimensiones
personal y comunitaria; y en su edificación, el pastor procede
moviéndose desde la primera hacia la segunda. En su relación con
cada una de las personas y con la comunidad el sacerdote se esfuerza
para tratar a todos " eximia humanitate ",(99) nunca
se pone al servicio de una ideología o de una facción humana (100) y
trata a los hombres no " según el beneplácito de los hombres,
sino conforme a las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana
". (101)
En los tiempos actuales es
más necesario que antes adecuar el estilo de la actividad pastoral a
la situación de aquellas sociedades de pasado cristiano, pero que se
encuentran hoy ampliamente secularizadas. En este contexto, la
consideración del munus regendi según su auténtico sentido
misionero adquiere un relieve especial, y no puede reducirse al mero
cumplimiento de una tarea burocrática-organizativa. Esto exige, por
parte de los presbíteros, un ejercicio amoroso de la fortaleza,
modelado conforme a la actitud pastoral de Jesucristo. Él, como vemos
en los Evangelios, nunca huye de las responsabilidades derivadas de su
autoridad mesiánica, sino que la ejerce con caridad y fortaleza. Por
esto, su autoridad no es nunca dominio oprimente sino disponibilidad y
espíritu de servicio. Este doble aspecto -autoridad y servicio-
constituye el cuadro de referencia en el que encuadrar el munus
regendi del sacerdote; éste deberá esforzarse siempre por
realizar de modo coherente su participación en la condición de
Cristo como Cabeza y Pastor de su grey. (102)
El sacerdote, que junto
con el Obispo y bajo su autoridad es el pastor de la comunidad que le
ha sido confiada, y animado siempre por la caridad pastoral no debe
temer ejercer la propia autoridad en aquellos campos en los que está
llamado a ejercerla, pues para este fin ha sido constituido en
autoridad. Es necesario recordar que, también cuando es ejercida con
la debida fortaleza, la autoridad se realiza intentando " non
tam praesse quam prodesse " (no tanto mandar cuanto servir).
(103) Debe más bien cuidarse de la tentación de eludir esa
responsabilidad. En estrecha comunión con el Obispo y con todos los
fieles, evitará introducir en su ministerio pastoral tanto formas de
autoritarismo extemporáneo como modalidades de gestión
democratizante ajenas a la realidad más profunda del ministerio, que
conducen como consecuencia a la secularización del sacerdote y a la
clericalización de los laicos. (104) Los comportamientos de este tipo
esconden no raramente el miedo a asumir responsabilidades, a
equivocarse, a no agradar y caer en la impopularidad, etc. En el
fondo, se oscurece así la raíz auténtica de la identidad
sacerdotal: la asimilación a Cristo, Cabeza y Pastor.
En este sentido, la nueva
evangelización exige que el sacerdote haga evidente su genuina
presencia. Se debe ver que los ministros de Jesucristo están
presentes y disponibles entre los hombres. También es importante por
eso su inserción amistosa y fraterna en la comunidad. Y en este
contexto se comprende la importancia pastoral de la disciplina
referida al traje eclesiástico, del que no debe prescindir el
presbítero pues sirve para anunciar públicamente su entrega al
servicio de Jesucristo, de los hermanos y de todos los hombres. (105)
El sacerdote debe estar
atento para no caer en un comportamiento contradictorio en base al
cual podría eximirse de ejercitar la autoridad en los sectores de su
propia competencia, y luego, en cambio, entrometerse en cuestiones
temporales, como el orden socio-político, (106) dejadas por Dios a la
libre disposición de los hombres.
Aunque el sacerdote pueda
gozar de notable prestigio ante los fieles, y al menos en algunos
lugares también ante las autoridades civiles, es de todo punto
necesario que recuerde que dicho prestigio ha de ser vivido con
humildad, sirviéndose de él para colaborar activamente en la "
salus animarum ", y recordando que sólo Cristo es la verdadera
Cabeza del pueblo de Dios: hacia Él deben ser dirigidos los hombres,
evitando que permanezcan apegados a la persona del sacerdote. Las
almas pertenecen sólo a Cristo, porque sólo Él, para la gloria del
Padre, las ha rescatado al precio de su sangre preciosa. Y sólo Él
es, en el mismo sentido, Señor de los bienes sobrenaturales y Maestro
que enseña con autoridad propia y originaria. El sacerdote es sólo
un administrador, en Cristo y en el Espíritu Santo, de los dones que
la Iglesia le ha confiado, y como tal no tiene el derecho de
omitirlos, desviarlos, o modelarlos según el propio gusto. (107) No
ha recibido, por ejemplo, la autoridad de enseñar a los fieles que se
le han encomendado sólo algunas verdades de la fe cristiana, dejando
de lado otras consideradas por él más difíciles de aceptar o "
menos actuales ". (108)
Pensando, pues, en la
nueva evangelización y en la necesaria guía pastoral de los
presbíteros, es importante esforzarse para ayudar a todos a realizar
una obra atenta y sincera de discernimiento. Bajo la actitud del
" no quererse imponer ", etc., podría esconderse un
desconocimiento de la sustancia teológica del ministerio pastoral, o
quizás una falta de carácter que rehuye la responsabilidad. Tampoco
deben subestimarse los apegamientos indebidos a personas o a encargos
ministeriales, o el deseo de popularidad o las faltas de rectitud de
intención. La caridad pastoral nada es sin la humildad. A veces,
detrás de una rebeldía aparentemente justificada, o bajo la actitud
de reticencia ante un cambio de actividad pastoral propuesto por el
obispo, o detrás de un modo excéntrico de predicar o de celebrar la
liturgia se puede esconder el amor propio y un deseo, quizá
inconsciente, de hacerse notar.
La nueva evangelización
también exige del sacerdote una disponibilidad renovada para ejercer
el propio ministerio pastoral donde resulte más necesario. Como
subraya el Concilio, " el don espiritual que los presbíteros
recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y
restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación
hasta los confines del mundo, pues cualquier ministerio sacerdotal
participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por
Cristo a los apóstoles' ". (109) La escasez de clero,
verificable en algunos países, unida a la dinamicidad característica
del mundo contemporáneo, hace especialmente necesario poder contar
con sacerdotes dispuestos no solamente a cambiar de encargo pastoral,
sino también de ciudad, región o país, según las diversas
necesidades, y a desempeñar la misión que en cada circunstancia sea
necesaria, pasando, por amor de Dios, por encima de los propios gustos
y proyectos personales. " Por la naturaleza misma de su
ministerio, deben por tanto estar llenos y animados de un profundo
espíritu misionero y "de un espíritu genuinamente católico que
les habitúe a trascender los límites de la propia diócesis, nación
o rito y proyectarse en una generosa ayuda a las necesidades de toda
la Iglesia y con ánimo dispuesto a predicar el Evangelio en todas
partes" ". (110) El justo sentido de la Iglesia particular,
también en la formación permanente, no debe oscurecer el sentido de
la Iglesia universal, sino armonizarse con él.
PUNTOS DE REFLEXION
21. ¿Cómo manifestar
más vivamente, a través de nuestras comunidades y especialmente a
través de los sacerdotes, la misericordia de Dios respecto a los
necesitados? ¿Se insiste suficientemente, por ejemplo, en la
práctica de las obras de misericordia, tanto espirituales como
corporales, como camino de maduración cristiana y de evangelización?
22. ¿La caridad pastoral
en todas sus dimensiones es verdaderamente " el alma y la fuerza
de la formación permanente " de nuestros sacerdotes?
23. ¿Concretamente, se
anima a los sacerdotes a ocuparse de todos sus hermanos en el
sacerdocio, en particular de los enfermos y de los ancianos y de
cuantos se encuentran en dificultad? ¿Existen formas de vida en
común elegidas libremente o experiencias similares?
24. ¿Nuestros sacerdotes
comprenden y ejercitan correctamente su función específica de
rectores de las comunidades puestas a su cuidado? ¿Cómo la ejercen?
25. En la formación
espiritual de los sacerdotes, ¿se da relieve suficiente a la
dimensión misionera de su ministerio y la dimensión universal de la
Iglesia?
26. ¿Existen verdades de
fe o principios morales que sean fácilmente omitidos en la
predicación?
27. Una de las tareas
específicas del ministerio pastoral es la de unir fuerzas al servicio
de la misión evangelizadora. ¿Se estimulan todas las vocaciones
presentes en la Iglesia, respetando el carisma específico de cada
una?
CONCLUSIONES
" La nueva
evangelización tiene necesidad de nuevos evangelizadores, y éstos
son los sacerdotes que se comprometen a vivir su sacerdocio como
camino específico hacia la santidad ". (111) Para que sea así
es de fundamental importancia que cada sacerdote descubra cada día la
necesidad absoluta de su santidad personal. " Hay que comenzar
purificándose a sí mismo antes de purificar a los demás; hay que
instruirse para poder instruir; hay que hacerse luz para iluminar,
acercarse a Dios para acercar a los demás a Él, hacerse santos para
santificar ". (112) Esto se concreta en la búsqueda de una
profunda unidad de vida que conduce al sacerdote a tratar de
ser, de vivir y de servir como otro Cristo en todas las
circunstancias de la vida.
Los fieles de la
parroquia, o quienes participan en las diversas actividades
pastorales, ven -¡observan!- y oyen -¡escuchan!- no sólo cuando se
predica la Palabra de Dios, sino también cuando se celebran los
distintos actos litúrgicos, en particular la Santa Misa; cuando son
recibidos en la oficina parroquial, donde esperan ser atendidos con
cordialidad y amabilidad; (113) cuando ven al sacerdote que come o que
descansa, y se edifican por su ejemplo de sobriedad y de templanza;
cuando lo van a buscar a su casa, y se alegran por la sencillez y la
pobreza sacerdotal en la que vive; (114) cuando lo ven vestido con
orden su propio habito, cuando hablan con él, también sobre cosas
sin importancia, y se sienten confortados al comprobar su visión
sobrenatural, su delicadeza y la finura humana con la que trata
también a las personas más humildes, con auténtica nobleza
sacerdotal. " La gracia y la caridad del altar se difunden así
al ambón, al confesionario, al archivo parroquial, a la escuela, a
las actividades juveniles, a las casas y a las calles, a los
hospitales, a los medios de transporte y a los de comunicación
social, allí donde el sacerdote tiene la posibilidad de cumplir su
tarea de pastor: de todos modos es su Misa la que se extiende, es su
unión espiritual con Cristo Sacerdote y Hostia que lo lleva a ser
-como decía san Ignacio de Antioquia- "trigo de Dios para que
sea hallado pan puro de Cristo" (cfr. Epist. ad Romanos, IV,
1), para el bien de los hermanos ". (115)
De este modo, el sacerdote
del Tercer Milenio hará que se repita nuevamente en nuestros días la
reacción de los discípulos de Emaús, los cuales, después de haber
escuchado del Divino Maestro Jesús la explicación del Texto sagrado,
no pueden dejar de preguntarse admirados: " ¿No es verdad que
ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por
el camino y nos explicaba las Escrituras? " (Lc 24, 32).
A la Reina y Madre de la
Iglesia nos encomendamos nosotros mismos, los Pastores, para que, en
unidad de intenciones con el Vicario de Cristo, sepamos descubrir los
modos adecuados para hacer brotar en todos los presbíteros de la
Iglesia un sincero deseo de renovación en su función de maestros de
la Palabra, ministros de los Sacramentos y guías de la comunidad.
Rogamos a la Reina de la Evangelización que la Iglesia de hoy sepa
descubrir los caminos que la misericordia del Padre, en Cristo y por
el Espíritu Santo, ha preparado desde la eternidad para atraer a
todos los hombres, también a los de nuestra época, a la comunión
con Él.
Roma, del Palacio de las
Congregaciones, el 19 marzo 1999, solemnidad de San José, Patrón de
la Iglesia Universal.
Darío Card. Castrillón
Hoyos
Prefecto
Csaba Ternyák
Arzobispo. tit. di Eminenziana
Segretario
ORACION A MARÍA SANTISIMA
Maria,
Estrella de la nueva evangelización,
que desde el principio has sostenido y animado a los Apóstoles y a
sus colaboradores en la difusión del Evangelio, aumenta en los
sacerdotes en el alba del Tercer Milenio la conciencia de ser los
primeros responsables de la nueva evangelización.
Maria,
Primera evangelizada y primera evangelizadora,
que con fe, esperanza y caridad incomparables has correspondido al
anuncio del Ángel, intercede por quienes están configurados a tu
Hijo, Cristo Sacerdote, para que también ellos correspondan con
idéntico espíritu a la llamada urgente que el Papa, en nombre de
Dios, les dirige con ocasión del Gran Jubileo.
Maria,
Maestra de fe vivida,
que has recibido la Palabra divina con disponibilidad plena, enseña a
los sacerdotes a familiarizarse, a través de la oración, con esa
Palabra, y a ponerse a su servicio con humildad y con ardor, de modo
que continúe realizando toda su fuerza salvífica durante el Tercer
Milenio de la redención.
Maria,
Llena de gracia y Madre de la gracia,
cuida a tus hijos sacerdotes, los cuales, como Tú, están llamados a
ser colaboradores del Espíritu Santo para hacer renacer a Jesús en
el corazón de los fieles. En el aniversario del nacimiento de tu
Hijo, enséñales a ser fieles dispensadores de los misterios de Dios:
para que, con tu ayuda, abran a tantas almas el camino de la
Reconciliación y hagan de la Eucaristía la fuente y la cumbre de su
propia vida y de la de los fieles que tienen encomendados.
Maria,
Estrella en el alba del Tercer Milenio,
continúa guiando a los sacerdotes de Jesucristo, para que, según el
ejemplo de tu amor a Dios y al prójimo, sepan ser pastores
auténticos y encaminar los pasos de todos hacia tu Hijo, Luz
verdadera que ilumina a todo hombre (cfr. Jn 1, 9). Que los
sacerdotes y, a través de ellos, todo el Pueblo de Dios, escuchen la
afectuosa súplica que les diriges en el umbral del nuevo Milenio de
la historia de la salvación: " haced lo que Él os diga "
(Jn 2, 5). " En el año 2000 -nos dice el Vicario de Cristo-
deberá resonar con fuerza renovada la proclamación de la verdad:
" Ecce natus est nobis Salvator mundi " (Tertio millennio
adveniente, n. 38).
INDICE
Introducción
Capítulo I
AL SERVICIO DE LA NUEVA EVANGELIZACION
1. La nueva evangelización tarea de toda la Iglesia
2. La necesaria e insustituible función de los sacerdotes
Capítulo II
MAESTROS DE LA PALABRA
1. Los presbíteros, maestros de la Palabra " nomine Christi et
nomine Ecclesiae "
2. Para un anuncio eficaz de la Palabra
Capítulo III
MINISTROS DE LOS SACRAMENTOS
1. " In persona Christi Capitis "
2. Ministros de la Eucaristía: " el centro mismo del ministerio
sacerdotal "
3. Ministros de la Reconciliación con Dios y con la Iglesia
Capítulo IV
PASTORES CELOSOS DE SU GREY
1. Con Cristo, para encarnar y difundir la misericordia del Padre
2. " Sacerdos et hostia "
3. La acción pastoral de los sacerdotes: servir y conducir en el amor
y en la fortaleza
Conclusiones
(1) Juan Pablo II, Carta.
Ap. Tertio Millennio adveniente, (10 noviembre 1994), n. 38: AAS
87 (1995), p. 30.
(2) Juan Pablo II, Carta
Enc. Redemptoris missio, (7 diciembre 1990), n. 33: AAS
83 (1991), p. 279.
(3) Cfr. Congregación
para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
presbíteros, Tota Ecclesia (31 enero 1994) n. 7: Libreria
Editrice Vaticana, 1994, p. 11.
(4) Juan Pablo II, Exhort.
Ap. Pastores dabo vobis, 25 de marzo de 1992, n. 18: AAS
84 (1992), p. 685.
(5) Juan Pablo II, Carta
Enc. Redemptoris missio, n. 1: l.c., p. 249.
(6) " Con frecuencia
la religión cristiana corre el peligro de ser considerada como una
religión entre tantas o quedar reducida a una pura ética social al
servicio del hombre. En efecto, no siempre aparece su inquietante
novedad en la historia: es "misterio"; es el acontecimiento
del Hijo de Dios que se hace hombre y da a cuantos lo acogen el
"poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12) "
(Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 46): l.c.,
pp. 738-739.
(7) Cfr. Concilio
Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 2; Juan
Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 13: l.c.,
677-678; Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio
y la vida de los presbíteros, Tota Ecclesia nn. 1, 3, 6: l.c.,
pp. 7,9,10-11; congregacion para el clero, pontificio consejo para los
laicos, congregacion para la doctrina de la fe, congregacion para el
culto divino y la disciplina de los sacramentos, congregacion para los
obispos, congregacion para la evangelizacion de los pueblos,
congregacion para los institutos de vida consagrada y las sociedades
de vida apostolica, pontificio consejo para la interpretacion de los
textos legislativos, Instrucción Interdicasterial Ecclesiae de
mysterio sobre algunas cuestiones a cerca de la colaboración de
los fieles laicos al ministerio de los sacerdotes, 15.8.97, Premisa: AAS
89 (1997), p. 852.
(8) Juan Pablo II, Carta
Enc. Redemptoris missio, n. 63: l.c., p. 311.
(9) Ibid., n. 67: l.c.,
p. 315.
(10) Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros.
Tota Ecclesia, Introducción: l.c. p. 4; Cfr. Juan Pablo
II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, nn. 2 y 14: l.c.,
pp. 659-660; 678-679.
(11) Cfr. Juan Pablo II,
Carta enc. Fides et ratio, n. 62 (14 Septiembre 1998), n. 62.
(12) Cfr. Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 171.
(13) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Const. Dog. Lumen gentium, n. 30.
(14) Cfr. ibid, n.
48.
(15) Cfr. Juan Pablo II,
Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 21: l.c., p.
688-690.
(16) Cfr. Concilio
Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 12; Juan
Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 25: l.c.,
pp. 695-697.
(17) Cfr. Congregación
para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
presbíteros. Tota Ecclesia, n. 43: l.c., p. 42.
(18) S. Gregorio Magno, La
Regla Pastoral, II, 1.
(19) Juan Pablo II, Discurso
al VI Simposio de los Obispos europeos, (11.Octubre.1985): Insegnamenti
VIII2 (1985) 918-919.
(20) Juan Pablo II, Exhort.
Ap. Pastores dabo vobis, n. 12: l.c., pp. 675-677.
(21) Juan Pablo II,
Alocución en la inauguración de la IV Conferencia General del
Episcopado latinoamericano, Santo Domingo (12 Octubre 1992), n. 1 : AAS
85 (1993), p. 808; cfr. Exhor. Ap. Post-sinodal Reconciliatio et
poenitentia (2 Diciembre 1984), n. 13: AAS77 (1985) pp.
208-211.
(22) Pablo VI, Exhort. Ap.
Evangelii nuntiandi, (8 Diciembre 1975) n. 47: AAS 68
(1976), p. 37.
(23) Cfr. Concilio
Ecumenico Vaticano II, Const. Dog. Lumen gentium, n. 28.
(24) Cfr. Concilio
Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 4; Juan
Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 26: l.c.,
pp. 697-700.
(25) Cfr. Concilio
Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 5, 13,
14; Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 23, 26,
48; l.c., pp. 691-694; 697-700; 742-745; Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros,
Tota Ecclesia n. 48: l.c., pp. 48ss.
(26) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Decr. Unitatis redintegratio, n. 4.
(27) Ibidem., n.
11.
(28) Juan Pablo II, Discurso
a los Obispos del CELAM, (9 Marzo 1983); Insegnamenti, VI,1
(1983), p. 698; Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 18: l.c.,
pp. 684-686.
(29) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Const. Dog. Dei verbum, n. 2.
(30) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 4.
(31) Cfr. Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 1550.
(32) Juan Pablo II, Exhort.
Ap. Pastores dabo vobis, n. 26: l.c., p. 698.
(33) Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros.
Tota Ecclesia, n. 45: l.c., p. 44.
(34) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 4.
(35) S. Agustín, De
doctr. christ., 4,15,32: PL 34,100.
(36) Cfr. Pablo VI, Const.
ap. Laudis canticum, n. 8. (1 Noviembre 1970): AAS 63
(1971), pp. 533-543.
(37) Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros.
Tota Ecclesia, n. 45: l.c., p. 43.
(38) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, n. 22.
(39) Ibidem...
(40) Cfr. congregacion
para el clero, pontificio consejo para los laicos, congregacion para
la doctrina de la fe, congregacion para el culto divino y la
disciplina de los sacramentos, congregacion para los obispos,
congregacion para la evangelizacion de los pueblos, congregacion para
los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostolica,
pontificio consejo para la interpretacion de los textos legislativos,
Instrucción Interdicasterial Ecclesiae de mysterio sobre
algunas cuestiones a cerca de la colaboración de los fieles laicos al
ministerio de los sacerdotes, (15 Agosto 1997), art. 3: AAS 89
(1997), pp. 852ss.
(41) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 19.
(42) Cfr. Juan Pablo II,
Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, nn. 70 yss. : l.c., pp.
778 ss.; Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio
y la vida de los presbíteros. Tota Ecclesia, n. 69 y ss: l.c.,
pp. 72 ss.
(43) Cfr. Juan Pablo II,
Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, nn. 26 y 47: l.c., pp.
697-700; 740-742; Congregación para el Clero, Directorio para el
ministerio y la vida de los presbíteros. Tota Ecclesia, n. 46: l.c.,
p. 46.
(44) Congregación para la
Educación Católica, de los Seminarios y de los Institutos de
Estudio, Instrucción sobre el estudio de los Padres de la Iglesia
en la formación sacerdotal, (10 Noviembre 1989, nn. 26-27: AAS
82 (1990), pp. 618-619.
(45) Juan Pablo II, Carta
Enc. Fides et ratio, (14 Septiembre 1998) , n. 2.
(46) Cfr. Congregación
para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
presbíteros, Tota Ecclesia. n. 46: l.c., p. 46.
(47) Catecismo de la
Iglesia Católica, n. 738.
(48) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Const. Lit.. Sacrosanctum Concilium, n. 2.
(49) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Const. Dog. Lumen gentium, n. 48.
(50) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Const. Past. Gaudium et Spes, n. 45.
(51) Cfr. Congregación
para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 7b-c: l.c., pp. 11-12.
(52) Juan Pablo II, Audiencia
del (5 Mayo 1993): Insegnamenti XVI, 1 (1993) 1061.
(53) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 12.
(54) Cfr. ibidem,
n. 5.
(55) Juan Pablo II, Audiencia
del (12 Mayo 1993): Insegnamenti XVI, 1 (1993) 1197.
(56) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, n. 2.
(57) Juan Pablo II, Carta
a los sacerdotes en el Jueves Santo 1997, n. 5: AAS 39
(1997), p. 662.
(58) Cfr. Concilio
Ecumenico Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 2;10.
(59) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 6.
(60) Ibidem, n. 5.
(61) Cfr. Ibidem.
(62) Cfr. Juan Pablo II, Audiencia
del (12 Mayo 1993): Insegnamenti XVI,1 (1993) 1197-1198.
(63) Cfr. Juan Pablo II,
Carta Ap. Dies Domini, (31 Mayo 1998) n. 46: AAS XC
(1998), p. 742.
(64) Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros.
Tota Ecclesia, n. 49.
(65) Juan Pablo II, Audiencia
del 12 Mayo 1993: Insegnamenti XVI,1 (1993) 1198.
(66) Cfr. ibidem;
Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Sacrosantum Concilium,
nn. 112, 114, 116, 120, 122-124, 128.
(67) Cfr. PIO XII, Radiomensaje
al Congreso Catequético Nacional de los Estados Unidos, (26
Octubre 1946): Discorsi e Radiomessaggi VIII (1946) 288; Juan
Pablo II, Exhort. Ap. Reconciliatio et paenitentia, (2
Diciembre 1984) n. 18: AAS 77 (1985), pp. 224-228.
(68) Juan Pablo II, Carta
Enc. Dives in misericordia, (30 Noviembre 1980) n. 13: AAS
72 (1980), pp. 1220-1221.
(69) Cfr. Juan Pablo II, Audiencia
del 22 Septiembre 1993: Insegnamenti XVI2 (1993) 826.
(70) Juan Pablo II, Carta
Enc. Dives in misericordia, n. 13: l.c., p. 1219.
(71) Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros.
Tota Ecclesia, n. 54: l.c., p. 54; Cfr. Juan Pablo II,
Exhort. Ap. Reconciliatio et paenitentia, n. 31: l.c.,
pp. 257-266.
(72) Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros.
Tota Ecclesia, n. 32: l.c., p. 31.
(73) Cfr. Concilio
Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 13;
Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la
vida de los Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 52: l.c., pp.
52-53.
(74) Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros.
Tota Ecclesia, n. 52: l.c., p. 53; cfr. concilio ecume. vat.
ii, Decret. Presbyterorum ordinis, n. 13.
(75) Cfr. Pontificio
Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos, Declaración
acerca del can. 964 § 2 CIC, 16.6.98 (7 Julio 1998): AAS
90 (1998), p. 711.
(76) Cfr. Concilio
Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 18; Juan
Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, nn. 26, 48: l.c.,
pp. 697-700; 742-745; Audiencia del 26 Mayo 1993: Insegnamenti XVI1
(1993), p. 1331; Exhort. Ap. Reconciliatio et paenitentia, n.
31: l.c., pp. 257-266; Congregación para el Clero, Directorio
para el ministerio y la vida de los Presbíteros. Tota Ecclesia,
n. 53: l.c., p. 54.
(77) Juan Pablo II, Exhort.
Ap. Reconciliatio et paenitentia, n. 31 VI: l.c., p.
266.
(78) Juan Pablo II, Exhort.
Ap. Pastores dabo vobis, n. 17: l.c., p. 683.
(79) A este respecto se le
pide una sólida preparación sobre los temas más habituales. En este
sentido es de gran ayuda el Vademecum para los confesores sobre
algunos temas de moral concernientes a la vida conyugal (Pontificio
Consejo para la Familia, 12 Febrero 1997).
(80) Cfr. ibidem.
(81) Juan Pablo II, Carta
Enc. Dives in misericordia, n. 13: l.c., p. 1219.
(82) Ibidem , n. 3:
l.c., p. 1183.
(83) Cfr. Ibidem,
n. 13: l.c., pp. 1218-1221.
(84) Ibidem, n. 8: l.c.,
p. 1204.
(85) Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros.
Tota Ecclesia, n. 48: l.c., p. 49.
(86) Cfr. Juan Pablo II,
Exh. Ap. Pastores dabo vobis, n. 8: l.c., pp. 668-669.
(87) Cfr. Jean-Marie
Vianney, curé d'Ars: sa pensée, son coeur, présentés par
Bernard Nodet, Le Puy 1960, p. 100.
(88) S. Agustín, In
Johannis evangelium tractatus, 123, 5: CCL 36, 678.
(89) Cfr. Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 875.
(90) Juan Pablo II, Carta
a los sacerdotes en el Jueves Santo, 16 de Marzo de 1997, n. 4: AAS
89 (1997), p. 661.
(91) Cfr. Santo Tomás de
Aquino, Summa Theol. III, q. 83, a. 1, ad 3.
(92) Juan Pablo II, Exhort.
Ap. Pastores dabo vobis, n. 22: l.c., p. 691.
(93) Ibidem, n. 29:
l.c., p. 704.
(94) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 6.
(95) Concilio Ecumenico
Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 28.
(96) Catecismo de la
Iglesia Católica, n. 1550.
(97) Juan Pablo II, Audiencia
del 19 Mayo 1993: Insegnamenti XVI, 1 (1993) 1254.
(98) Ibidem, n. 4: l.c.,
pp. 1255-56.
(99) Cfr. Concilio
Ecumenico Vaticano II, Dec. Presbyterorum ordinis, n. 6.
(100) Cfr. ibidem. 6.
(101) Ibidem, 6.
(102) Cfr. Congregación
del Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
presbíteros. Tota Ecclesia, n. 17: l.c., pp. 18-20.
(103) S. Agustín, Ep.
134, 1: CSEL 44, 85.
(104) Cfr. Congregación
del Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
presbíteros. Tota Ecclesia, n. 19: l.c., p. 21; Juan Pablo
II, Discurso al Simposio sobre la " Colaboración de los
laicos en el ministerio pastoral de los presbíteros " (22 de
abril de 1994), n. 4: " Sacrum Ministerium " 1 (1995) 64; Congregación
para el clero, pontificio consejo para los laicos,
Congregación
para la doctrina de la fe, Congregación para el culto divino y la
disciplina de los sacramentos, Congregación para los obispos, Congregación
para la evangelización de los pueblos, Congregación para los
institutos de la vida consagrada y las sociedades de vida apostólica,
pontificio consejo para la interpretación de los textos legislativos,
Instrucción Interdicasterial Ecclesiae de mysterio sobre
algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en
el sagrado ministerio de los sacerdotes, 15 Agosto 1997, Premisa: AAS
89 (1997), p. 852.
(105) Cfr. Congregación
del Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
presbíteros. Tota Ecclesia, n. 66: l.c., pp. 67-68.
(106) Cfr. Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 2442; C.I.C., can. 227; Congregación del
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros.
Tota Ecclesia, n. 33: l.c., pp. 31-32.
(107) Cfr. Concilio
Ecumenico Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, n. 22;
C.I.C., can. 846; Congregación del Clero, Directorio para el
ministerio y la vida de los presbíteros. Tota Ecclesia, nn. 49 y
64: l.c., 49 e 66.
(108) Cfr. Juan Pablo II,
Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n.26: l.c., pp.
697-700; Audiencia del 21 Abril 1993: Insegnamenti XVI,1
(1993), p. 938; Congregación para el Clero, Directorio para el
ministerio y la vida de los Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 45: l.c.,
pp. 43-45.
(109) Juan Pablo II,
Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 18: l.c., p. 684;
cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis,
n. 10.
(110) Juan Pablo II,
Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 18: l.c., p. 684;
cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decr. Optatam totius, n.
20.
(111) Juan Pablo II,
Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 82: l.c., p. 801.
(112) S. Gregorio
Nacianceno, Oraciones, 2, 71: PG 35, 480.
(113) Cfr. Juan Pablo II,
Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 43: l.c. pp.
731-733.
(114) Cfr. Concilio Ecuménico
Vaticano II, Dec. Presbyterorum ordinis, n. 17; C.I.C., can.
282; Juan Pablo II, Exh. Ap. Pastores dabo vobis, n. 30: l.c.,
pp. 705-707; Congregación del Clero, Directorio para el ministerio
y la vida de los presbíteros. Tota Ecclesia, n. 67: l.c.,
pp. 68-70.
(115) Juan Pablo II, Audiencia
del 7 Julio 1993, n. 7: Insegnamenti XVI, (1993).