DIRECTORIO SOBRE
PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA
PRINCIPIOS Y ORIENTACIONES
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos
Ciudad del Vaticano, 2002.
Fuente:
Vatican.va
ÍNDICE
SIGLAS Y ABREVIATURAS
MENSAJE DE SU SANTIDAD
JUAN PABLO II
DECRETO
INTRODUCCIÓN (1-21)
Naturaleza y estructura (4)
Los destinatarios (5)
La terminología (6-10)
Algunos principios (11-13)
El lenguaje de la piedad
popular (14-20)
Responsabilidad y competencia
(21)
PARTE PRIMERA
LÍNEAS EMERGENTES DE LA HISTORIA, DEL MAGISTERIO, DE LA TEOLOGÍA
(22-92)
CAPÍTULO I. LITURGIA Y PIEDAD POPULAR A LA
LUZ DE LA HISTORIA (22-59)
Liturgia
y piedad popular en el curso de los siglos (22-46)
La Antigüedad cristiana (23-27)
La Edad Media (28-33)
La Época Moderna (34-43)
La Época Contemporánea (44-46)
Liturgia y piedad popular: problemática
actual (47-59)
Indicaciones de la historia:
causas del desequilibrio (48-49)
A la luz de la
Constitución sobre Liturgia (50-58)
La importancia de la
formación (59)
CAPÍTULO II. LITURGIA Y PIEDAD POPULAR EN
EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA (60-75)
Los valores de la piedad
popular (61-64)
Algunos peligros que pueden desviar la piedad popular (65-66)
El sujeto de la piedad
popular (67-69)
Los ejercicios de piedad
(70-72)
Liturgia y ejercicios de
piedad (73-74)
Criterios generales para la renovación de los ejercicios de piedad
(75)
CAPÍTULO III. PRINCIPIOS TEOLÓGICOS PARA
LA VALORACIÓN Y RENOVACIÓN DE LA PIEDAD POPULAR (76-92)
La vida cultual: comunión con el Padre, por Cristo, en el Espíritu
(76-80)
La Iglesia, comunidad cultual
(81-84)
Sacerdocio común y piedad
popular (85-86)
Palabra de Dios y piedad
popular (87-89)
Piedad popular y
revelaciones privadas (90)
Enculturación y piedad
popular (91-92)
PARTE SEGUNDA
ORIENTACIONES PARA ARMONIZAR LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA
(93-287)
Premisa (93)
CAPÍTULO IV. AÑO LITÚRGICO Y PIEDAD
POPULAR (94-182)
El domingo (95)
En el tiempo de Adviento
(96-105)
La Corona de Adviento (98)
Las Procesiones de Adviento
(99)
Las "Témporas de invierno"
(100)
La Virgen María en el
Adviento (101-102)
La Novena de Navidad (103)
El "Nacimiento" (104)
La piedad
popular y el espíritu del Adviento (105)
En el tiempo de Navidad
(106-123)
La Noche de Navidad (109-111)
La fiesta de la Sagrada
Familia (112)
La fiesta de los Santos
Inocentes (113)
El 31 de Diciembre (114)
La solemnidad de
santa María Madre de Dios (115-117)
La solemnidad de la
Epifanía del Señor (118)
La fiesta del Bautismo del
Señor (119)
La fiesta de la
Presentación del Señor (120-123)
En el tiempo de Cuaresma
(124-137)
La veneración de Cristo Crucificado (127-129)
La lectura de la Pasión del Señor (130)
El "Vía Crucis" (131-135)
El "Vía Matris" (136-137)
La Semana Santa (138-139)
Domingo de Ramos: Las palmas y los ramos de olivo o de otros árboles
(139)
Triduo pascual (140-151)
Jueves Santo: La visita al lugar de la reserva
(141)
Viernes Santo: La procesión del Viernes Santo (142-143)
Representación de la Pasión de Cristo
(144)
El recuerdo de la Virgen de los Dolores (145)
Sábado Santo: (146-147)
La "Hora de la Madre" (147)
Domingo de Pascua: (148-151)
El encuentro del Resucitado con la Madre (149)
La bendición de la mesa familiar (150)
El saludo pascual a la Madre del Resucitado (151)
En el Tiempo Pascual
(152-156)
La bendición anual de las familias en sus casas (152)
El "Vía Lucis" (153)
La devoción a la divina misericordia
(154)
La novena de Pentecostés (155)
Pentecostés: El domingo de Pentecostés (156)
En el Tiempo ordinario
(157-182)
La solemnidad de la
santísima Trinidad (157-159)
La solemnidad
del Cuerpo y la Sangre del Señor (160-163)
La adoración eucarística
(164-165)
El sagrado Corazón de Jesús
(166-173)
El Corazón inmaculado de
María (174)
La preciosísima Sangre de
Cristo (175-179)
La Asunción de Santa María
Virgen (180-181)
Semana de
oración por la unidad de los cristianos (182)
CAPÍTULO V. LA VENERACIÓN A LA SANTA MADRE
DEL SEÑOR (183-207)
Algunos principios (183-186)
Los tiempos
de los ejercicios de piedad marianos (187-191)
La celebración de la fiesta
(187)
El sábado (188)
Triduos, septenarios,
novenas marianas (189)
Los "meses de María" (190-191)
Algunos ejercicios de piedad, recomendados por el Magisterio
(192-207)
Escucha orante de la
Palabra de Dios (193-194)
El "Ángelus Domini" (195)
El "Regina caeli" (196)
El Rosario (197-202)
Las Letanías de la Virgen
(203)
La consagración – entrega a
María (204)
El
escapulario del Carmen y otros escapularios (205)
Las medallas marianas (206)
El himno "Akathistos" (207)
CAPÍTULO VI. LA VENERACIÓN A LOS SANTOS Y
BEATOS (208-247)
Algunos principios (208-212)
Los santos Ángeles (213-217)
San José (218-223)
San Juan Bautista (224-225)
El culto tributado a Santos y Beatos (226-247)
La celebración de los Santos (227-229)
El día de la fiesta (230-233)
En la celebración de la Eucaristía
(234)
En las Letanías de los Santos (235)
Las reliquias de los Santos (236-237)
Las imágenes sagradas (238-244)
Las procesiones (245-247)
CAPÍTULO VII. LOS SUFRAGIOS POR LOS
DIFUNTOS (248-260)
La fe en la
resurrección de los muertos (248-250)
Sentido de los sufragios (251)
Las exequias cristianas
(252-254)
Otros sufragios (255)
La memoria
de los difuntos en la piedad popular (256-260)
CAPÍTULO VIII. SANTUARIOS Y
PEREGRINACIONES (261-287)
El santuario (262-279)
Algunos principios (262-263)
Reconocimiento canónico (264)
El
santuario como lugar de celebraciones cultuales (265-273)
Valor ejemplar (266)
La celebración de la
Penitencia (267)
La celebración de la
Eucaristía (268)
La celebración
de la Unción de los enfermos (269)
La celebración de otros
sacramentos (270)
La celebración de
la Liturgia de las Horas (271)
La celebración de
sacramentales (272-273)
El santuario como
lugar de evangelización (274)
El santuario como
lugar de la caridad (275)
El santuario como lugar
de cultura (276)
El santuario
como lugar de compromiso ecuménico (277-278)
La peregrinación (279-287)
Peregrinaciones bíblicas (280)
La peregrinación cristiana
(281-285)
Espiritualidad de la
peregrinación (286)
Desarrollo de la
peregrinación (287)
CONCLUSIÓN (288)
--------------------------------------------------------------------------------
SIGLAS Y ABREVIATURAS
AAS Acta Apostolicae Sedis
CCE Catechismus Catholicae Ecclesiae
CCL Corpus Christianorum (Series Latina)
CIC Codex Iuris Canonici
CSEL Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum
DS H. DENZINGER - A. SCHÖNMETZER, Enchiridion Symbolorum definitionum et
declarationum de rebus fidei et morum
EI Enchiridion Indulgentiarum. Normae et concessiones (1999)
LG CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen gentium
PG Patrologia graeca (I.P. MIGNE)
PL Patrologia latina (I.P. MIGNE)
SC CONCILIO VATICANO II, Constitución Sacrosanctum Concilium
SCh Sources chrétiennes
--------------------------------------------------------------------------------
Del "MENSAJE" de Su
Santidad JUAN PABLO II
a la Asamblea Plenaria de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
(21 de septiembre del 2001)
2. La Sagrada Liturgia que la Constitución Sacrosanctum Concilium
califica como la cumbre de la vida eclesial, jamás puede reducirse a una
simple realidad estética, ni puede ser considerada como un instrumento
con fines meramente pedagógicos o ecuménicos. La celebración de los
santos misterios es, sobre todo, acción de alabanza a la soberana
majestad de Dios, Uno y Trino, y expresión querida por Dios mismo. Con
ella el hombre, personal y comunitariamente, se presenta ante Él para
darle gracias, consciente de que su mismo ser no puede alcanzar su
plenitud sin alabarlo y cumplir su voluntad, en la constante búsqueda
del Reino que está ya presente, pero que vendrá definitivamente el día
de la Parusía del Señor Jesús. La Liturgia y la vida son realidades
inseparables. Una Liturgia que no tuviera un reflejo en la vida, se
tornaría vacía y, ciertamente, no sería agradable a Dios.
3. La celebración litúrgica es un acto de la virtud de la religión que,
coherentemente con su naturaleza, debe caracterizarse por un profundo
sentido de lo sagrado. En ella, el hombre y la comunidad han de ser
conscientes de encontrarse, en forma especial, ante Aquel que es tres
veces santo y trascendente. Por eso, la actitud apropiada no puede ser
otra que una actitud impregnada de reverencia y sentido de estupor, que
brota del saberse en la presencia de la majestad de Dios. ¿No era esto,
acaso, lo que Dios quería expresar cuando ordenó a Moisés que se quitase
las sandalias delante de la zarza ardiente? ¿No nacía, acaso, de esta
conciencia, la actitud de Moisés y de Elías, que no osaron mirar a Dios
cara a cara?
El Pueblo de Dios necesita ver, en los sacerdotes y en los diáconos, un
comportamiento lleno de reverencia y de dignidad, que sea capaz de
ayudarle a penetrar las cosas invisibles, incluso sin tantas palabras y
explicaciones. En el Misal Romano, denominado de San Pío V, como en
diversas Liturgias orientales, se encuentran oraciones muy hermosas, con
las cuales el sacerdote expresa el más profundo sentimiento de humildad
y de reverencia delante de los santos misterios: ellas, revelan la
sustancia misma de cualquier Liturgia.
La celebración litúrgica presidida por el sacerdote es una asamblea
orante, reunida en la fe y atenta a la Palabra de Dios. Ella tiene como
finalidad primera presentar a la Majestad divina el Sacrificio vivo,
puro y santo, ofrecido sobre el Calvario, una vez para siempre, por el
Señor Jesús, que se hace presenta cada vez que la Iglesia celebra la
Santa Misa, para expresar el culto debido a Dios, en espíritu y en
verdad.
Conozco el esfuerzo realizado por la Congregación para promover, junto
con los Obispos, el fortalecimiento de la vida litúrgica en la Iglesia.
Al expresarles mi aprecio, deseo que tan preciosa obra contribuya a que
las celebraciones sean, cada vez, más dignas y fructuosas.
4. Vuestra Plenaria ha escogido como tema central la religiosidad, para
preparar un Directorio sobre esta materia. La religiosidad popular
constituye una expresión de la fe, que se vale de los elementos
culturales de un determinado ambiente, interpretando e interpelando la
sensibilidad de los participantes, de manera viva y eficaz.
La religiosidad popular, que se expresa de formas diversas y
diferenciadas, tiene como fuente, cuando es genuina, la fe y debe ser,
por lo tanto, apreciada y favorecida. En sus manifestaciones más
auténticas, no se contrapone a la centralidad de la Sagrada Liturgia,
sino que, favoreciendo la fe del pueblo, que la considera como propia y
natural expresión religiosa, predispone a la celebración de los Sagrados
misterios.
5. La correcta relación entre estas dos expresiones de fe, debe tener
presente algunos puntos firmes y, entre ellos, ante todo, que la
Liturgia es el centro de la vida de la Iglesia y ninguna otra expresión
religiosa puede sustituirla o ser considerada a su nivel.
Es importante subrayar, además, que la religiosidad popular tiene su
natural culminación en la celebración litúrgica, hacia la cual, aunque
no confluya habitualmente, debe idealmente orientarse, y ello se debe
enseñar con una adecuada catequesis.
Las expresiones de la religiosidad popular aparecen, a veces,
contaminadas por elementos no coherentes con la doctrina católica. En
esos casos, dichas manifestaciones han de ser purificadas con prudencia
y paciencia, por medio de contactos con los responsables y una
catequesis atenta y respetuosa, a no ser que incongruencias radicales
hagan necesarias medidas claras e inmediatas.
Evaluar esto, compete en primer lugar al Obispo diocesano, o a los
Obispos de los territorios en que se dan dichas formas de religiosidad.
En este caso, es oportuno que los Pastores confronten sus experiencias,
para ofrecer orientaciones pastorales comunes, evitando contradicciones
dañinas para el pueblo cristiano. Sin embargo, a menos que existan
claros motivos contrarios, los Obispos deben tener una actitud positiva
y alentadora hacia la religiosidad popular.
***
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO
Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
Prot. N. 1532/00/L
DECRETO
Al afirmar el primado de la liturgia, "la cumbre a la cual tiende la
actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda
su fuerza" (Sacrosanctum Concilium 10), el Concilio Ecuménico Vaticano
II recuerda, todavía, que "la participación en la Sagrada liturgia no
abarca toda la vida espiritual" (ibidem 12). Como alimento de la vida
espiritual de los fieles existen, de hecho, también "los ejercicios
piadosos del pueblo cristiano", especialmente aquellos recomendados por
la Sede Apostólica y practicados en las Iglesias particulares por
mandato o con la aprobación del Obispo. Al recordar la importancia de
que tales expresiones cultuales sean conformes a las leyes y a las
normas de la Iglesia, los Padres conciliares han trazado el ámbito de su
comprensión teológica y pastoral: "los ejercicios piadosos se organicen
de modo que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo
deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su
naturaleza, está muy por encima de ellos" (ibidem 13).
A la luz de tan autorizada enseñanza y de otras intervenciones del
Magisterio de la Iglesia sobre las prácticas de piedad del pueblo
cristiano, y recogiendo las iniciativas pastorales que han surgido en
estos años, la Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos, que tuvo lugar en los días 26-28 de
septiembre del 2001, ha aprobado el presente Directorio. En él se
consideran, de forma orgánica, los nexos existentes entre Liturgia y
piedad popular, recordando los principios que guían tal relación y dando
orientaciones para conseguir efectos fructíferos en las Iglesias
particulares, según las peculiares tradiciones de cada una de ellas. Por
lo tanto y a título especial, es competencia del Obispo valorar la
piedad popular, cuyos frutos han sido y son de gran valor para que se
conserve la fe en el pueblo cristiano, cultivando una actitud pastoral
positiva y estimulante, hacia ella.
Recibida la aprobación del Sumo Pontífice JUAN PABLO II, para que este
Dicasterio publique el "Directorio sobre la piedad popular y la
Liturgia. Principios y orientaciones" (Comunicación de la Secretaría de
Estado, del 14 diciembre del 2001, Prot. N. 497.514), la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos se alegra de
hacerlo público, deseando que con este instrumento, Pastores y fieles,
puedan encontrar mejores condiciones para crecer en Cristo, por él y con
él, en el Espíritu Santo, para alabanza del Padre que está en los
cielos.
Sin que obstante nada en contra.
En la sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos, el 17 de diciembre del 2001.
Jorge A. Card. Medina Estévez
Prefecto
Francesco Pio Tamburrino
Arzobispo Secretario
--------------------------------------------------------------------------------
INTRODUCCIÓN
1. En el asegurar el crecimiento y la promoción de la Liturgia, "la
cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo,
la fuente de donde mana toda su fuerza", esta Congregación advierte la
necesidad de que no sean olvidadas otras formas de piedad del pueblo
cristiano y su fructuosa aportación para vivir unidos a Cristo, en la
Iglesia, según las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
Después de la renovación conciliar, la situación de la piedad popular
cristiana se presenta variada, según los países y las tradiciones
locales. Se aprecian diversos modos de presentarse, a veces en
contraste, como: abandono manifiesto y rápido de formas de piedad
heredadas del pasado, dejando vacíos no siempre colmados; aferrarse a
modos imperfectos o equivocados de devoción, que alejan de la genuina
revelación bíblica y chocan con la economía sacramental; críticas
injustificadas a la piedad del pueblo sencillo, en nombre de una
presunta "pureza" de la fe; exigencia de salvaguardar la riqueza de la
piedad popular, expresión del sentir profundo y maduro de los creyentes
en un determinado lugar y tiempo; necesidad de purificar de los
equívocos y de los peligros de sincretismo; renovada vitalidad de la
religiosidad popular como resistencia y reacción a una cultura
tecnológica-pragmática y al utilitarismo económico; caída de interés por
la piedad popular, provocada por ideologías secularizadas y por las
agresiones de "sectas" hostiles a ella.
La cuestión exige constantemente la atención de los Obispos, presbíteros
y diáconos, de los agentes de pastoral y de los estudiosos, los cuales
deben tener especial cuidado, ya sea de la promoción de la vida
litúrgica entre los fieles, ya sea de revalorizar la piedad popular.
2. La relación entre Liturgia y ejercicios de piedad ha sido abordada
expresamente por el Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la
sagrada Liturgia. En diversas circunstancias, la Sede Apostólica y las
Conferencias de Obispos han afrontado más ampliamente el argumento de la
piedad popular, propuesto por la Carta Apostólica Vicesimus Quintus
Annus, de Juan Pablo II, entre las futuras tareas de renovación: "la
piedad popular no puede ser ni ignorada ni tratada con indiferencia o
desprecio, porque es rica en valores, y ya de por sí expresa la actitud
religiosa ante Dios; pero tiene necesidad de ser continuamente
evangelizada, para que la fe que expresa, llegue a ser un acto cada vez
más maduro y auténtico. Tanto los ejercicios de piedad del pueblo
cristiano, como otras formas de devoción, son acogidos y recomendados,
siempre que no sustituyan y no se mezclen con las celebraciones
litúrgicas. Una auténtica pastoral litúrgica sabrá apoyarse en las
riquezas de la piedad popular, purificarla y orientarla hacia la
Liturgia, como una ofrenda de los pueblos".
3. En el intento, por lo tanto, de ayudar "a los Obispos, para que,
además del culto litúrgico, se incrementen y tengan en consideración las
oraciones y las prácticas de piedad del pueblo cristiano, que responden
plenamente a las normas de la Iglesia", y parece oportuno a este
Dicasterio redactar el presente Directorio, en el cual se busca
considerar de forma orgánica los nexos que existen entre Liturgia y
piedad popular, recordando algunos principios y dando indicaciones para
las actuaciones prácticas.
Naturaleza y estructura
4. El Directorio está constituido por dos partes. La primera, denominada
Líneas emergentes, establece los elementos para realizar una armónica
composición entre culto litúrgico y piedad popular. Primero de todo, se
trata la experiencia madurada a lo largo de la historia y la
determinación sistemática de la problemática de nuestro tiempo (cap. I);
se proponen orgánicamente, por lo tanto, las enseñanzas del Magisterio,
como premisa indispensable de comunión eclesial y de acción fructífera (cap.
II); finalmente se presentan los principios teológicos a cuya luz se
deben afrontar y resolver los problemas relativos a la relación entre
Liturgia y piedad popular (cap. III). Sólo en el sabio y cuidadoso
respeto de estos presupuestos está la posibilidad de desarrollar una
verdadera y fecunda armonía. Por el contrario, el olvido de ellos
desemboca en una recíproca ignorancia estéril, en una dañina confusión o
en una polémica contraposición.
La segunda parte, llamada Orientaciones, presenta un conjunto de
propuestas operativas, sin todavía pretender abarcar todos los usos y
las prácticas de piedad existentes en los distintos lugares. Al
mencionar las diferentes expresiones de piedad popular, no se quiere
pedir su adopción en aquellos lugares donde estas no existan. La
exposición se desarrolla con referencias a las celebraciones del Año
litúrgico (cap. IV); a la peculiar veneración que la Iglesia tributa a
la Madre del Señor (cap. V); a la devoción hacia los Ángeles, los Santos
y los Beatos (cap. VI); a los sufragios por los hermanos y hermanas
difuntos (cap. VII); al desarrollo de las peregrinaciones y a las
manifestaciones de piedad en los santuarios (cap. VIII).
En su totalidad, el Directorio tiene la finalidad de orientar e incluso
si, en algunos casos, previene posibles abusos y desviaciones, tiene un
sentido constructivo y un tono positivo. En este contexto, las
Orientaciones ofrecen, sobre cada una de las devociones, breves noticias
históricas, recuerdan los diversos ejercicios de piedad en los cuales se
expresa, proponen las razones teológicas que les sirven de fundamento,
dan sugerencias prácticas sobre el tiempo, el lugar, el lenguaje y sobre
otros elementos, para una válida armonización entre las acciones
litúrgicas y los ejercicios de piedad.
Los destinatarios
5. Las propuestas operativas, que se refieren solamente a la Iglesia
Latina, y principalmente al Rito Romano, se dirigen sobre todo a los
Obispos, a los cuales corresponde la tarea de presidir en las diócesis
la comunidad del culto, de incrementar la vida litúrgica y de coordinar
con ella las otras formas cultuales; también son destinatarios sus
colaboradores directos, o sea, sus Vicarios, presbíteros y diáconos, de
forma especial los Rectores de santuarios. Además, se dirigen a los
Superiores mayores de los institutos de vida consagrada, masculinos y
femeninos, porque no pocas de las manifestaciones de la piedad popular
han surgido y se han desarrollado en este ámbito, y porque de la
colaboración de los religiosos, religiosas y miembros de los institutos
seculares, se puede esperar mucho para la justa armonización
legítimamente deseada.
La terminología
6. En el curso de los siglos, las Iglesias de occidente han estado
marcadas por el florecer y enraizarse del pueblo cristiano, junto y al
lado de las celebraciones litúrgicas, de múltiples y variadas
modalidades de expresar, con simplicidad y fervor, la fe en Dios, el
amor por Cristo Redentor, la invocación del Espíritu Santo, la devoción
a la Virgen María, la veneración de los Santos, el deseo de conversión y
la caridad fraterna. Ya que el tratamiento de esta compleja materia,
denominada comúnmente "religiosidad popular" o "piedad popular", no
conoce una terminología unívoca, se impone alguna precisión. Sin la
pretensión de querer dirimir todas las cuestiones, se describe el
significado usual de los términos empleados en este documento.
Ejercicio de piedad
7. En el Directorio, el término "ejercicio de piedad", designa aquellas
expresiones públicas o privadas de la piedad cristiana que, aun no
formando parte de la Liturgia, están en armonía con ella, respetando su
espíritu, las normas, los ritmos; por otra parte, de la Liturgia
extraen, de algún modo, la inspiración y a ella deben conducir al pueblo
cristiano. Algunos ejercicios de piedad se realizan por mandato de la
misma Sede Apostólica, otros por mandato de los Obispos; muchos forman
parte de las tradiciones cultuales de las Iglesias particulares y de las
familias religiosas. Los ejercicios de piedad tienen siempre una
referencia a la revelación divina pública y un trasfondo eclesial: se
refieren siempre, de hecho, a la realidad de gracia que Dios ha revelado
en Cristo Jesús y, conforme a las "normas y leyes de la Iglesia" se
desarrollan "según las costumbres o los libros legítimamente aprobados".
Devociones
8. En nuestro ámbito, el término viene usado para designar las diversas
prácticas exteriores (por ejemplo: textos de oración y de canto;
observancias de tiempos y visitas a lugares particulares, insignias,
medallas, hábitos y costumbres), que, animados de una actitud interior
de fe, manifiestan un aspecto particular de la relación del fiel con las
Divinas Personas, o con la Virgen María en sus privilegios de gracia y
en los títulos que lo expresan, o con los Santos, considerados en su
configuración con Cristo o en su misión desarrollada en la vida de la
Iglesia.
Piedad popular
9. El término "piedad popular", designa aquí las diversas
manifestaciones cultuales, de carácter privado o comunitario, que en el
ámbito de la fe cristiana se expresan principalmente, no con los modos
de la sagrada Liturgia, sino con las formas peculiares derivadas del
genio de un pueblo o de una etnia y de su cultura.
La piedad popular, considerada justamente como un "verdadero tesoro del
pueblo de Dios", "manifiesta una sed de Dios que sólo los sencillos y
los pobres pueden conocer; vuelve capaces de generosidad y de sacrificio
hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe; comporta un
sentimiento vivo de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la
providencia, la presencia amorosa y constante; genera actitudes
interiores, raramente observadas en otros lugares, en el mismo grado:
paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desprendimiento,
apretura a los demás, devoción".
Religiosidad popular
10. La realidad indicada con la palabra "religiosidad popular", se
refiere a una experiencia universal: en el corazón de toda persona, como
en la cultura de todo pueblo y en sus manifestaciones colectivas, está
siempre presente una dimensión religiosa. Todo pueblo, de hecho, tiende
a expresar su visión total de la trascendencia y su concepción de la
naturaleza, de la sociedad y de la historia, a través de mediaciones
cultuales, en una síntesis característica, de gran significado humano y
espiritual.
La religiosidad popular no tiene relación, necesariamente, con la
revelación cristiana. Pero en muchas regiones, expresándose en una
sociedad impregnada de diversas formas de elementos cristianos, da lugar
a una especie de "catolicismo popular", en el cual coexisten, más o
menos armónicamente, elementos provenientes del sentido religioso de la
vida, de la cultura propia de un pueblo, de la revelación cristiana.
Algunos principios
Para introducir en una visión de conjunto, se presenta aquí brevemente
cuanto se expone ampliamente y se explica en el presente Directorio.
El primado de la Liturgia
11. La historia enseña que, en ciertas épocas, la vida de fe ha sido
sostenida por formas y prácticas de piedad, con frecuencia sentidas por
los fieles como más incisivas y atrayentes que las celebraciones
litúrgicas. En verdad, "toda celebración litúrgica, por ser obra de
Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada
por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado,
no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia". Debe ser superado, por
lo tanto, el equívoco de que la Liturgia no sea "popular": la renovación
conciliar ha querido promover la participación del pueblo en las
celebraciones litúrgicas, favoreciendo modos y lugares (cantos,
participación activa, ministerios laicos...) que, en otros tiempos han
suscitado oraciones alternativas o sustitutivas de la acción litúrgica.
La excelencia de la Liturgia respecto a toda otra posible y legítima
forma de oración cristiana, debe encontrar acogida en la conciencia de
los fieles: si las acciones sacramentales son necesarias para vivir en
Cristo, las formas de la piedad popular pertenecen, en cambio, al ámbito
de lo facultativo. Prueba venerable es el precepto de participar a la
Misa dominical, mientras que ninguna obligación ha afectado jamás a los
píos ejercicios, por muy recomendados y difundidos, los cuales pueden,
no obstante, ser asumidos con carácter obligatorio por una comunidad o
un fiel particular.
Esto pide la formación de los sacerdotes y los fieles, a fin que se dé
la preeminencia a la oración litúrgica y al año litúrgico, sobre toda
otra práctica de devoción. En todo caso, esta obligada preeminencia no
puede comprenderse en términos de exclusión, contraposición o
marginación.
Valoraciones y renovación
12. La libertad frente a los ejercicios de piedad, no debe significar,
por lo tanto, escasa consideración ni desprecio de los mismos. La vía a
seguir es la de valorar correcta y sabiamente las no escasas riquezas de
la piedad popular, las potencialidades que encierra, la fuerza de vida
cristiana que puede suscitar.
Siendo el Evangelio la medida y el criterio para valorar toda forma de
expresión – antigua y nueva – de la piedad cristiana, a la valoración de
los ejercicios de piedad y de las prácticas de devoción debe unirse una
tarea de purificación, algunas veces necesaria, para conservar la justa
referencia al misterio cristiano. Es válido para la piedad popular
cuanto se afirma para la Liturgia cristiana, o sea, que "no puede en
absoluto acoger ritos de magia, de superstición, de espiritismo, de
venganza o que tengan connotaciones sexuales".
En tal sentido se comprende que la renovación querida por el Concilio
Vaticano II para la liturgia debe, de algún modo, inspirar también la
correcta valoración y la renovación de los ejercicios de piedad y las
prácticas de devoción. En la piedad popular debe percibirse: la
inspiración bíblica, siendo inaceptable una oración cristiana sin
referencia, directa o indirecta, a las páginas bíblicas; la inspiración
litúrgica, desde el momento que dispone y se hace eco de los misterios
celebrados en las acciones litúrgicas; una inspiración ecuménica, esto
es, la consideración de sensibilidades y tradiciones cristianas
diversas, sin por esto caer en inhibiciones inoportunas; la inspiración
antropológica, que se expresa, ya sea en conservar símbolos y
expresiones significativas para un pueblo determinado, evitando, sin
embargo, el arcaísmo carente de sentido, ya sea en el esfuerzo por
dialogar con la sensibilidad actual. Para que resulte fructuosa, tal
renovación debe estar llena de sentido pedagógico y realizada con
gradualidad, teniendo en cuenta los diversos lugares y circunstancias.
Distinciones y armonía
con la Liturgia
13. La diferencia objetiva entre los ejercicios de piedad y las
prácticas de devoción respecto de la Liturgia debe hacerse visible en
las expresiones cultuales. Esto significa que no pueden mezclarse las
fórmulas propias de los ejercicios de piedad con las acciones
litúrgicas; los actos de piedad y de devoción encuentran su lugar propio
fuera de la celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos.
De una parte, se debe evitar la superposición, ya que el lenguaje, el
ritmo, el desarrollo y los acentos teológicos de la piedad popular se
diferencian de los correspondientes de las acciones litúrgicas.
Igualmente se debe superar, donde se da el caso, la concurrencia o la
contraposición con las acciones litúrgicas: se debe salvaguardar la
precedencia propia del domingo, de las solemnidades, de los tiempos y
días litúrgicos.
Por otra parte, hay que evitar añadir modos propios de la "celebración
litúrgica" a los ejercicios de piedad, que deben conservar su estilo, su
simplicidad y su lenguaje característico.
El lenguaje de la piedad
popular
14. El lenguaje verbal y gestual de la piedad popular, aunque conserve
la simplicidad y la espontaneidad de expresión, debe siempre ser
cuidado, de modo que permita manifestar, en todo caso, junto a la verdad
de la fe, la grandeza de los misterios cristianos.
Los gestos
15. Una gran variedad y riqueza de expresiones corpóreas, gestuales y
simbólicas, caracteriza la piedad popular. Su puede pensar, por ejemplo,
en el uso de besar o tocar con la mano las imágenes, los lugares, las
reliquias y los objetos sacros; las iniciativas de peregrinaciones y
procesiones; el recorrer etapas de camino o hacer recorridos
"especiales" con los pies descalzos o de rodillas; el presentar
ofrendas, cirios o exvotos; vestir hábitos particulares; arrodillarse o
postrarse; llevar medallas e insignias... Similares expresiones, que se
trasmiten desde siglos, de padres a hijos, son modos directos y simples
de manifestar externamente el sentimiento del corazón y el deseo de
vivir cristianamente. Sin este componente interior existe el riesgo de
que los gestos simbólicos degeneren en costumbres vacías y, en el peor
de los casos, en la superstición.
Los textos y las fórmulas
16. Aunque redactados con un lenguaje, por así decirlo, menos riguroso
que las oraciones de la Liturgia, los textos de oración y las fórmulas
de devoción deben encontrar su inspiración en las páginas de la Sagrada
Escritura, en la Liturgia, en los Padres y en el Magisterio, concordando
con la fe de la Iglesia. Los textos estables y públicos de oraciones y
de actos de piedad deben llevar la aprobación del Ordinario del lugar.
El canto y la música
17. También el canto, expresión natural del alma de un pueblo, ocupa una
función de relieve en la piedad popular. El cuidado en conservar la
herencia de los cantos recibidos de la tradición debe conjugarse con el
sentido bíblico y eclesial, abierto a la necesidad de revisiones o de
nuevas composiciones.
El canto se asocia instintivamente, en algunos pueblos, con el tocar las
palmas, el movimiento rítmico del cuerpo o pasos de danza. Tales formas
de expresar el sentimiento interior, forman parte de la tradición
popular, especialmente con ocasión de las fiestas de los santos
Patronos; es claro que deben ser manifestaciones de verdadera oración
común y no un simple espectáculo. El hecho de que sean habituales en
determinados lugares, no significa que se deba animar a su extensión a
otros lugares, en los cuales no serían connaturales.
Las imágenes
18. Una expresión de gran importancia en el ámbito de la piedad popular
es el uso de las imágenes sagradas que, según los cánones de la cultura
y la multiplicidad de las artes, ayudan a los fieles a colocarse delante
de los misterios de la fe cristiana. La veneración por las imágenes
sagradas pertenece, de hecho, a la naturaleza de la piedad católica: es
un signo el gran patrimonio artístico, que se puede encontrar en
iglesias y santuarios, a cuya formación ha contribuido frecuentemente la
devoción popular.
Es válido el principio relativo al empleo litúrgico de las imágenes de
Cristo, de la Virgen y de los Santos, tradicionalmente afirmado y
defendido por la Iglesia, consciente de que "los honores tributados a
las imágenes se dirige a las personas representadas". El necesario
rigor, pedido para las imágenes de las iglesias - respecto de la verdad
de la fe, de su jerarquía, belleza y calidad – debe poder encontrarse,
también en las imágenes y objetos destinados a la devoción privada y
personal.
Puesto que la iconografía de los edificios sagrados no se deja a la
iniciativa privada, los responsables de las iglesias y oratorios deben
tutelar la dignidad, belleza y calidad de las imágenes expuestas a la
pública veneración, para impedir que los cuadros o las imágenes
inspirados por la devoción privada sean impuestos, de hecho, a la
veneración común.
Los Obispos, como también los rectores de santuarios, vigilen para que
las imágenes sagradas reproducidas muchas veces para uso de los fieles,
para ser expuestas en sus casas, llevadas al cuello o guardadas junto a
uno, no caigan nunca en la banalidad ni induzcan a error.
Los lugares
19. Junto a la iglesia, la piedad popular tiene un espacio expresivo de
importancia en el santuario – algunas veces no es una iglesia -,
frecuentemente caracterizado por peculiares formas y prácticas de
devoción, entre las cuales destaca la peregrinación. Al lado de tales
lugares, manifiestamente reservados a la oración comunitaria y privada,
existen otros, no menos importantes, como la casa, los ambientes de vida
y de trabajo; en algunas ocasiones, también las calles y las plazas se
convierten en espacios de manifestación de la fe.
Los tiempos
20. El ritmo marcado por el alternarse del día y de la noche, de los
meses, del cambio de las estaciones, está acompañado de variadas
expresiones de la piedad popular. Esta se encuentra ligada, igualmente,
a días particulares, marcados por acontecimientos alegres o tristes de
la vida personal, familiar, comunitaria. Después, es sobre todo la
"fiesta", con sus días de preparación, la que hace sobresalir las
manifestaciones religiosas que han contribuido a forjar la tradición
peculiar de una determinada comunidad.
Responsabilidad y competencia
21. Las manifestaciones de la piedad popular están bajo la
responsabilidad del Ordinario del lugar: a él compete su reglamentación,
animarlas en su función de ayuda a los fieles para la vida cristiana,
purificarlas donde es necesario y evangelizarlas; vigilar que no
sustituyan ni se mezclen con las celebraciones litúrgicas; aprobar los
textos de oraciones y de formulas relacionadas con actos públicos de
piedad y prácticas de devoción. Las disposiciones dadas por un Ordinario
para el propio territorio de jurisdicción, conciernen, de por sí, a la
Iglesia particular confiada a él.
Por lo tanto, cada fiel - clérigos y laicos - así como grupos
particulares evitarán proponer públicamente textos de oraciones,
fórmulas e iniciativas subjetivamente válidas, sin el consentimiento del
Ordinario.
Según las normas de la ya citada Constitución Pastor Bonus, n. 70, es
tarea de esta Congregación ayudar a los Obispos en materia de oración y
prácticas de piedad del pueblo cristiano, así como dar disposiciones al
respecto, en los casos que van más allá de los confines de una Iglesia
particular y cuando se impone un proveimiento subsidiario.
***
PARTE PRIMERA
LÍNEAS EMERGENTES
DE LA HISTORIA, DEL MAGISTERIO, DE LA TEOLOGÍA
Capítulo I
LITURGIA Y PIEDAD POPULAR A LA LUZ DE LA HISTORIA
Liturgia y
piedad popular en el curso de los siglos
22. Las relaciones entre Liturgia y piedad popular son antiguas. Es
necesario, por lo tanto, proceder en primer lugar a un reconocimiento,
aunque sea rápido, del modo en que estas han sido vistas, en el curso de
los siglos. Se verán, en no pocos casos, inspiraciones y sugerencias
para resolver las cuestiones que se plantean en nuestro tiempo.
La Antigüedad cristiana
23. En la época apostólica y postapostólica se encuentra una profunda
fusión entre las expresiones cultuales que hoy llamamos,
respectivamente, Liturgia y piedad popular. Para las más antiguas
comunidades cristianas, la única realidad que contaba era Cristo (cf.
Col 2, 16), sus palabras de vida (cf. Jn 6, 63), su mandamiento de amor
mutuo (cf. Jn 13, 34), las acciones rituales que él ha mandado realizar
en memoria suya (cf. 1 Cor 11, 24-26). Todo el resto – días y meses,
estaciones y años, fiestas y novilunios, alimentos y bebidas ... (cf.
Gal 4, 10; Col 2, 16-19) – es secundario.
En la primitiva generación cristiana se pueden ya individuar los signos
de una piedad personal, proveniente en primer lugar de la tradición
judaica, como el seguir las recomendaciones y el ejemplo de Jesús y de
San Pablo sobre la oración incesante (cf. Lc 18, 1; Rm 12, 12; 1 Tes 5,
17), recibiendo o iniciando cada cosa con una acción de gracias (cf. 1
Cor 10, 31; 1 Tes 2, 13; Col 3, 17). El israelita piadoso comenzaba la
jornada alabando y dando gracias a Dios, y proseguía, con este espíritu,
en todas las acciones del día; de tal manera, cada momento alegre o
triste, daba lugar a una expresión de alabanza, de súplica, de
arrepentimiento. Los Evangelios y los otros escritos del Nuevo
Testamento contienen invocaciones dirigidas a Jesús, repetidas por los
fieles casi como jaculatorias, fuera del contexto litúrgico y como signo
de devoción cristológica. Hace pensar que fuese común entre los fieles
la repetición de expresiones bíblicas como: "Jesús, Hijo de David, ten
piedad de mí" (Lc 18, 38); "Señor, si quieres puedes sanarme" (Mt 8, 1);
"Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino" (Lc 23, 42); "Señor
mío y Dios mío" (Jn 20, 28); "Señor Jesús, acoge mi espíritu" (Hch 7,
59). Sobre el modelo de esta piedad se desarrollarán innumerables
oraciones dirigidas a Cristo, de los fieles de todos los tiempos.
Desde el siglo II, se observa que formas y expresiones de la piedad
popular, sean de origen judaico, sean de matriz greco-romana, o de otras
culturas, confluyen espontáneamente en la Liturgia. Se ha subrayado, por
ejemplo, que en el documento conocido como Traditio apostólica no son
infrecuentes los elementos de raíz popular.
Así también, en el culto de los mártires, de notable relevancia en las
Iglesias locales, se pueden encontrar restos de usos populares relativos
al recuerdo de los difuntos. Trazas de piedad popular se notan también
en algunas primitivas expresiones de veneración a la Bienaventurada
Virgen, entre las que se recuerda la oración Sub tuum praesidium y la
iconografía mariana de las catacumbas de Priscila, en Roma.
La Iglesia, por lo tanto, aunque rigurosa en cuanto se refiere a las
condiciones interiores y a los requisitos ambientales para una digna
celebración de los divinos misterios (cf. 1 Cor 11, 17-32), no duda en
incorporar ella misma, en los ritos litúrgicos, formas y expresiones de
la piedad individual, doméstica y comunitaria.
En esta época, Liturgia y piedad popular no se contraponen ni
conceptualmente ni pastoralmente: concurren armónicamente a la
celebración del único misterio de Cristo, unitariamente considerado, y
al sostenimiento de la vida sobrenatural y ética de los discípulos del
Señor.
24. A partir del siglo IV, también por la nueva situación
político-social en que comienza a encontrarse la Iglesia, la cuestión de
la relación entre expresiones litúrgicas y expresiones de piedad popular
se plantea en términos no sólo de espontánea convergencia sino también
de consciente adaptación y enculturación.
Las diversas Iglesias locales, guiadas por claras intenciones
evangelizadoras y pastorales, no desdeñan asumir en la Liturgia,
debidamente purificadas, formas cultuales solemnes y festivas,
provenientes del mundo pagano, capaces de conmover los ánimos y de
impresionar la imaginación, hacia las cuales el pueblo se sentía
atraído. Tales formas, puestas al servicio del misterio del culto, no
aparecían como contrarias ni a la verdad del Evangelio ni a la pureza
del genuino culto cristiano. E incluso se revelaba que sólo en el culto
dado a Cristo, verdadero Dios y verdadero Salvador, resultaban
verdaderas muchas expresiones cultuales que, derivadas del profundo
sentido religioso del hombre, eran tributadas a falsos dioses y falsos
salvadores.
25. En los siglos IV-V se hace más notable el sentido de lo sagrado,
referido al tiempo y a los lugares. Para el primero, las Iglesias
locales, además de señalar los datos neotestamentarios relativos al "día
del Señor", a las festividades pascuales, a los tiempos de ayuno (cf. Mc
2, 18-22), establecen días particulares para celebrar algunos misterios
salvíficos de Cristo, como la Epifanía, la Navidad, la Ascensión; para
honrar la memoria de los mártires en su dies natalis; para recordar el
transito de sus Pastores, en el aniversario del dies depositionis; para
celebrar algunos sacramentos o asumir compromisos de vida solemnes.
Mediante la consagración de un lugar, en el que se convoca a la
comunidad para celebrar los divinos misterios y la alabanza al Señor,
algunas veces sustraídos al culto pagano o simplemente profano, viene
dedicado exclusivamente al culto divino y se convierte, por la misma
disposición de los espacios arquitectónicos, en un reflejo del misterio
de Cristo y una imagen de la Iglesia celebrante.
26. En esta época, madura el proceso de formación y la diferenciación
consiguiente de las diversas familias litúrgicas. Las Iglesias
metropolitanas más importantes, por motivos de lengua, tradición
teológica, sensibilidad espiritual y contexto social, celebran el único
culto del Señor según las propias modalidades culturales y populares.
Esto conduce progresivamente a la creación de sistemas litúrgicos
dotados de un estilo celebrativo particular y un conjunto propio de
textos y ritos. No carece de interés el poner de manifiesto que en la
formación de los ritos litúrgicos, también en los periodos reconocidos
como de su máximo esplendor, los elementos populares no son algo
extraño.
Por otra parte, los Obispos y los Sínodos regionales intervienen en la
organización del culto estableciendo normas, velando sobre la corrección
doctrinal de los textos y sobre su belleza formal, valorando la
estructura de los ritos. Estas intervenciones dan lugar a la
instauración de un régimen litúrgico con formas fijas, en el cual se
reduce la creatividad original, que sin embargo no era arbitrariedad. En
esto, algunos expertos encuentran una de las causas de la futura
proliferación de textos para la piedad privada y popular.
27. Se suele señalar el pontificado de San Gregorio Magno (590-604),
pastor y liturgista insigne, como punto de referencia ejemplar de una
relación fecunda entre Liturgia y piedad popular. Este Pontífice
desarrolla una intensa actividad litúrgica, para ofrecer al pueblo
romano, mediante la organización de procesiones, estaciones y rogativas,
unas estructuras que respondan a la sensibilidad popular, y que al mismo
tiempo estén claramente en el ámbito de la celebración de los misterios
divinos; da sabias directrices para que la conversión de los nuevos
pueblos al Evangelio no se realice con perjuicio de sus tradiciones
culturales, de manera que la misma Liturgia se vea enriquecida con
nuevas y legítimas expresiones culturales; armoniza las nobles
expresiones del genio artístico con las expresiones más humildes de la
sensibilidad popular; asegura el sentido unitario del culto cristiano,
al cimentarlo sólidamente en la celebración de la Pascua, aunque los
diversos eventos del único misterio salvífico – como la Navidad, la
Epifanía, la Ascensión...-se celebren de manera particular y se
desarrollen las memorias de los Santos.
La Edad Media
28. En el Oriente cristiano, especialmente en el área bizantina, la edad
media se presenta como el periodo de lucha contra la herejía
iconoclasta, dividida en dos fases (725-787 y 815-843), periodo clave
para el desarrollo de la Liturgia, de comentarios clásicos sobre la
Liturgia Eucarística y de la iconografía propia de los edificios de
culto.
En el campo litúrgico se enriquece considerablemente el patrimonio
himnográfico y los ritos adquieren su forma definitiva. La Liturgia
refleja la visión simbólica del universo y la concepción jerárquica y
sagrada del mundo. En ella convergen las instancias de la sociedad
cristiana, los ideales y las estructuras del monacato, las aspiraciones
populares, las intuiciones de los místicos y las reglas de los ascetas.
Una vez superada la crisis iconoclasta con el decreto De sacris
imaginibus del Concilio ecuménico de Nicea II (787), victoria
consolidada en el "Triunfo de la Ortodoxia" (843), la iconografía se
desarrolla, se organiza de manera definitiva y recibe una legitimación
doctrinal. El mismo icono, hierático, con gran valor simbólico, es por
sí mismo parte de la celebración litúrgica: refleja el misterio
celebrado, constituye una forma de presencia permanente de dicho
misterio, y lo propone al pueblo fiel.
29. En Occidente, el encuentro del cristianismo con los nuevos pueblos,
especialmente celtas, visigodos, anglosajones, francogermanos, realizado
ya en el siglo V, da lugar en la alta Edad Media a un proceso de
formación de nuevas culturas y de nuevas instituciones políticas y
civiles.
En el amplio marco de tiempo que va desde el siglo VII hasta la mitad
del siglo XV se determina y acentúa progresivamente la diferencia entre
Liturgia y piedad popular, hasta el punto de crearse un dualismo
celebrativo: paralelamente a la liturgia, celebrada en lengua latina, se
desarrolla una piedad popular comunitaria, que se expresa en lengua
vernácula.
30. Entre las causas que en este periodo han determinado dicho dualismo,
se pueden indicar:
- la idea de que la Liturgia es competencia de los clérigos, mientras
que los laicos son espectadores;
- la clara diferenciación de las funciones en la sociedad cristiana -
clérigos, monjes, laicos - da lugar a formas y estilos diferentes de
oración;
- la consideración distinta y particularizada, en el ámbito litúrgico e
iconográfico, de los diversos aspectos del único misterio de Cristo; por
una parte es una expresión de atento cariño a la vida y la obra del
Señor, pero por otra parte no facilita la percepción explícita de la
centralidad de la Pascua, y favorece la multiplicación de momentos y
formas celebrativas de carácter popular;
- el conocimiento insuficiente de las Escrituras no sólo por los laicos,
sino también por parte de muchos clérigos y religiosos, hace difícil
acceder a la clave indispensable para comprender la estructura y el
lenguaje simbólico de la Liturgia;
- la difusión, por el contrario, de la literatura apócrifa, llena de
narraciones de milagros y de episodios anecdóticos, que ejerce un
influjo notable sobre la iconografía, y al despertar la imaginación de
los fieles, capta su atención;
- la escasez de predicación de tipo homilético, la práctica desaparición
de la mistagogia, y la formación catequética insuficiente, por lo cual
la celebración litúrgica se mantiene cerrada a la comprensión y a la
participación activa de los fieles, los cuales buscan formas y momentos
cultuales alternativos;
- la tendencia al alegorismo, que, al incidir excesivamente en la
interpretación de los textos y de los ritos, desvía a los fieles de la
comprensión de la verdadera naturaleza de la Liturgia;
- la recuperación de formas y estructuras expresivas populares, casi
como reacción inconsciente ante una Liturgia que se ha hecho, por muchas
motivos, incomprensible y distante para el pueblo.
31. En la Edad Media surgieron y se desarrollaron muchos movimientos
espirituales y asociaciones con diversa configuración jurídica y
eclesial, cuya vida y actividades tuvieron un influjo notable en el modo
de plantear las relaciones entre Liturgia y piedad popular.
Así, por ejemplo, las nuevas órdenes religiosas de vida
evangélico-apostólica, dedicadas a la predicación, adoptaron formas de
celebración más sencillas, en comparación con las monásticas, y más
cercanas al pueblo y a sus formas de expresión. Y, por otra parte,
favorecieron la aparición de ejercicios de piedad, mediante los cuales
expresaban su carisma y lo transmitían a los fieles.
Las hermandades religiosas, nacidas con fines cultuales y caritativos, y
las corporaciones laicas, constituidas con una finalidad profesional,
dan origen a una cierta actividad litúrgica de carácter popular: erigen
capillas para sus reuniones de culto, eligen un Patrono y celebran su
fiesta, no raramente componen, para uso propio, pequeños oficios y otros
formularios de oración en los que se manifiesta el influjo de la
Liturgia y al mismo tiempo la presencia de elementos que provienen de la
piedad popular.
A su vez las escuelas de espiritualidad, convertidas en punto de
referencia importante para la vida eclesial, inspiran planteamientos
existenciales y modos de interpretar la vida en Cristo y en el Espíritu
Santo, que influyen no poco sobre algunas opciones celebrativas (por
ejemplo, los episodios de la Pasión de Cristo) y son el fundamento de
muchos ejercicios de piedad.
Y además, la sociedad civil, que se configura de manera ideal como una
societas christiana, conforma algunas de sus estructuras según los usos
eclesiales, y a veces amolda los ritmos de la vida a los ritmos
litúrgicos; por lo cual, por ejemplo, el toque de las campanas por la
tarde es al mismo tiempo, un aviso a los ciudadanos para que regresen de
las labores del campo a la ciudad y una invitación para que saluden a la
Virgen.
32. Así pues, a lo largo de toda la Edad Media, progresivamente nacen y
se desarrollan muchas expresiones de piedad popular, de las cuales no
pocas han llegado a nuestros días:
- se organizan representaciones sagradas que tienen por objeto los
misterios celebrados durante el año litúrgico, sobre todo los
acontecimientos salvíficos de la Navidad de Cristo y de su Pasión,
Muerte y Resurrección;
- nace la poesía en lengua vernácula que, al emplearse ampliamente en el
campo de la piedad popular, favorece la participación de los fieles
- aparecen formas devocionales alternativas o paralelas a algunas
expresiones litúrgicas; así, por ejemplo, la infrecuencia de la comunión
eucarística se compensa con formas diversas de adoración al Santísimo
Sacramento; en la baja Edad Media la recitación del Rosario tiende a
sustituir la del Salterio; los ejercicios de piedad realizados el
Viernes Santo en honor de la Pasión del Señor sustituyen, para muchos
fieles, la acción litúrgica propia de ese día;
- se incrementan las formas populares del culto a la Virgen Santísima y
a los Santos: peregrinaciones a los santos lugares de Palestina y a las
tumbas de los Apóstoles y de los mártires, veneración de las reliquias,
súplicas litánicas, sufragios por los difuntos;
- se desarrollan considerablemente los ritos de bendición en los cuales,
junto con elementos de fe cristiana auténtica, aparecen otros que son
reflejo de una mentalidad naturalista y de creencias y prácticas
populares precristianas;
- se constituyen núcleos de "tiempos sagrados" con un fondo popular que
se sitúan al margen del año litúrgico: días de fiesta sacro-profanos,
triduos, septenarios, octavarios, novenas, meses dedicados a
particulares devociones populares.
33. En la Edad Media, la relación entre Liturgia y piedad popular es
constante y compleja. En dicha época se puede notar un doble movimiento:
la Liturgia inspira y fecunda expresiones de la piedad popular; a la
inversa, formas de la piedad popular se reciben e integran en la
Liturgia. Esto sucede, sobre todo, en los ritos de consagración de
personas, de colación de ministerios, de dedicación de lugares, de
institución de fiestas y en el variado campo de las bendiciones.
Sin embargo se mantiene el fenómeno de un cierto dualismo entre Liturgia
y piedad popular. Hacia el final de la Edad Media, ambas pasan por un
periodo de crisis: en la Liturgia por la ruptura de la unidad cultual,
elementos secundarios adquieren una importancia excesiva en detrimento
de los elementos centrales; en la piedad popular, por la falta de una
catequesis profunda, las desviaciones y exageraciones amenazan la
correcta expresión del culto cristiano.
La Época Moderna
34. En sus inicios, la época moderna no aparece muy favorable para
alcanzar una solución equilibrada en las relaciones entre Liturgia y
piedad popular. Durante la segunda mitad del siglo XV la devotio
moderna, que contó con insignes maestros de vida espiritual y que
alcanzó una notable difusión entre clérigos y laicos cultos, favorece la
aparición de ejercicios de piedad con un fondo meditativo y afectivo,
cuyo punto de referencia principal es la humanidad de Cristo – los
misterios de su infancia, de la vida oculta, de la Pasión y muerte -.
Pero la primacía concedida a la contemplación y la valoración de la
subjetividad, unidas a un cierto pragmatismo ascético, que exalta el
esfuerzo humano, hacen que la Liturgia no aparezca, a los ojos de los
hombres y mujeres de gran ascendiente espiritual, como fuente primaria
de la vida cristiana.
35. Se considera expresión característica de la devotio moderna, la
célebre obra De imitatione Christi que ha tenido un influjo
extraordinario y beneficioso en muchos discípulos del Señor, deseosos de
alcanzar la perfección cristiana. El De imitatione Christi orienta a los
fieles hacia un tipo de piedad más bien individual, en el cual se
acentúa la separación del mundo y la invitación a escuchar la voz del
Maestro interior; los aspectos comunitarios y eclesiales de la oración y
los elementos de la espiritualidad litúrgica parecen, en cambio, más
limitados.
En los ambientes en los que se cultiva la devotio moderna, se suelen
encontrar con facilidad ejercicios de piedad bellamente compuestos,
expresiones cultuales de personas sinceramente devotas, pero no siempre
se puede encontrar una valoración plena de la celebración litúrgica.
36. Entre el final del siglo XV y el inicio del siglo XVI, por los
descubrimientos geográficos – en África, en América, y posteriormente en
el Extremo Oriente -, se plantea de una manera nueva la cuestión de las
relaciones entre Liturgia y piedad popular.
La labor de evangelización y de catequesis en países lejanos del centro
cultural y cultual del rito romano se realiza mediante el anuncio de la
Palabra y la celebración de los sacramentos (cfr. Mt 28,19), pero
también mediante ejercicios de piedad propagados por los misioneros.
Así pues, los ejercicios de piedad se convierten en un medio para
transmitir el mensaje evangélico, y, posteriormente, para conservar la
fe cristiana. Debido a las normas que tutelaban la Liturgia romana,
parece que fue escaso el influjo recíproco entre la Liturgia y la
cultura autóctona (aunque se dio, en cierta medida, en las Reducciones
del Paraguay). El encuentro con dicha cultura se producirá con
facilidad, en cambio, en el ámbito de la piedad popular.
37. En los comienzos del siglo XVI, entre los hombres más preocupados
por una auténtica reforma de la Iglesia, hay que recordar a los monjes
camaldulenses Pablo Justiniani y Pedro Querini, autores de un Libellus
ad Leonem X, que contenía indicaciones importantes para revitalizar la
Liturgia y para abrir sus tesoros a todo el pueblo de Dios: formación,
sobre todo bíblica, del clero y de los religiosos; el uso de la lengua
vernácula en la celebración de los misterios sagrados; la reordenación
de los libros litúrgicos; la eliminación de los elementos espurios,
tomados de una piedad popular incorrecta; la catequesis, encaminada
también a comunicar a los fieles el valor de la Liturgia.
38. Poco después de la clausura del Concilio Lateranense V (16 de Marzo
de 1517), que emanó algunas disposiciones para educar a los jóvenes en
la Liturgia, comenzó la crisis por el nacimiento del protestantismo,
cuyos iniciadores pusieron no pocas objeciones a los puntos esenciales
de la doctrina católica sobre los sacramentos y sobre el culto de la
Iglesia, incluida la piedad popular.
El Concilio de Trento (1545-1563), convocado para hacer frente a la
situación producida en el pueblo de Dios con la propagación del
movimiento protestante, tuvo que ocuparse, en sus tres fases, de
cuestiones referentes a la Liturgia y a la piedad popular, tanto bajo el
aspecto doctrinal como cultual. Sin embargo, dado el contexto histórico
y la índole dogmática de los temas que debía tratar, afrontó las
cuestiones de tipo litúrgico-sacramental desde un punto de vista
preferentemente doctrinal: lo hizo con un planteamiento de denuncia de
los errores y de condena de los abusos, de defensa de la fe y de la
tradición litúrgica de la Iglesia; mostrando interés también por los
problemas referidos a la formación litúrgica del pueblo, proponiendo
mediante el decreto De reformatione generali un programa pastoral y
encomendando su aplicación a la Sede Apostólica y a los Obispos.
39. Conforme a las disposiciones conciliares muchas provincias
eclesiásticas celebraron sínodos, en los cuales es clara la preocupación
por conducir a los fieles a una participación eficaz en las
celebraciones de los misterios sagrados. A su vez los Romanos Pontífices
emprendieron una amplia reforma litúrgica: en un tiempo relativamente
breve, del 1568 al 1614, se revisaron el Calendario y los libros del
Rito romano y en el 1588 se creó la Sagrada Congregación de Ritos para
la custodia y la recta ordenación de las celebraciones litúrgicas de la
Iglesia romana. Como elemento de formación litúrgico pastoral hay que
notar la función del Catechismus ad parochos.
40. De la reforma realizada después del Concilio de Trento se siguieron
múltiples beneficios para la Liturgia: se recondujeron a la "antigua
norma de los Santos Padres", aunque con las limitaciones de los
conocimientos científicos de la época, no pocos ritos; se eliminaron
elementos y añadidos extraños a la Liturgia, demasiado ligados a la
sensibilidad popular; se controló el contenido doctrinal de los textos,
de manera que reflejaran la pureza de la fe; se consiguió una notable
unidad ritual en el ámbito de la Liturgia romana, que adquirió
nuevamente dignidad y belleza.
Sin embargo se produjeron también, indirectamente, algunas consecuencias
negativas: la Liturgia adquirió, al menos en apariencia, una rigidez que
derivaba más de la ordenación de las rúbricas que de su misma
naturaleza; y en su sujeto agente parecía algo casi exclusivamente
jerárquico; esto reforzó el dualismo que ya existía entre Liturgia y
piedad popular.
41. La Reforma católica, en su esfuerzo positivo de renovación
doctrinal, moral e institucional de la Iglesia y en su intento de
contrarrestar el desarrollo del protestantismo, favoreció en cierto modo
la afirmación de la compleja cultura barroca. Esta, a su vez, tuvo un
influjo considerable en las expresiones literarias, artísticas y
musicales de la piedad católica.
En la época postridentina la relación entre Liturgia y piedad popular
adquiere nuevas connotaciones: la Liturgia entra en un periodo de
uniformidad sustancial y de un carácter estático persistente; frente a
ella, la piedad popular experimenta un desarrollo extraordinario.
Dentro de unos límites, determinados por la necesidad de evitar la
aparición de formas exageradas o fantasiosas, la Reforma católica
favoreció la creación y difusión de los ejercicios de piedad, que
resultaron un medio importante para la defensa de la fe católica y para
alimentar la piedad de los fieles. Se puede citar, por ejemplo, el
desarrollo de las cofradías dedicadas a los misterios de la Pasión del
Señor, a la Virgen María y a los Santos, que tenían como triple
finalidad la penitencia, la formación de los laicos y las obras de
caridad. Esta piedad popular propició la creación de bellísimas
imágenes, llenas de sentimiento, cuya contemplación continúa nutriendo
la fe y la experiencia religiosa de los fieles.
Las "misiones populares", surgidas en esta época, contribuyen también a
la difusión de los ejercicios de piedad. En ellas, Liturgia y piedad
popular coexisten, aunque con cierto desequilibrio: las misiones, de
hecho, tienen por objeto conducir a los fieles al sacramento de la
penitencia y a recibir la comunión eucarística, pero recurren a los
ejercicios de piedad como medio para inducir a la conversión y como
momento cultual en el que se asegura la participación popular.
Los ejercicios de piedad se reunían y ordenaban en manuales de oración
que, si tenían la aprobación eclesiástica, constituían auténticos
subsidios cultuales: para los diversos momentos del día, del mes, del
año y para innumerables circunstancias de la vida.
En la época de la Reforma católica, la relación entre Liturgia y piedad
popular no se establece sólo en términos contrapuestos de carácter
estático y desarrollo, sino que se dan situaciones anómalas: los
ejercicios piadosos se realizan a veces durante la misma celebración
litúrgica, sobreponiéndose a la misma, y en la actividad pastoral,
tienen un puesto preferente con relación a la Liturgia. Se acentúa así
el alejamiento de la Sagrada Escritura y no se advierte suficientemente
la centralidad del misterio pascual de Cristo, fundamento, cauce y
culminación de todo el culto cristiano, que tiene su expresión principal
en el domingo.
42. Durante la Ilustración se acentúa la separación entre la "religión
de los doctos", potencialmente cercana a la Liturgia, y la "religión de
los sencillos", cercana por naturaleza a la piedad popular. De hecho,
doctos y pueblo se reunen en las mismas prácticas religiosas. Sin
embargo los "doctos" apoyan una práctica religiosa iluminada por la
inteligencia y el saber, y desprecian la piedad popular que, a sus ojos,
se alimenta de la superstición y del fanatismo.
Les conduce a la Liturgia el sentido aristocrático que caracteriza
muchas expresiones de la vida cultural, el carácter enciclopédico que ha
tomado el saber, el espíritu crítico y de investigación, que lleva a la
publicación de antiguas fuentes litúrgicas, el carácter ascético de
algunos movimientos que, influidos también por el jansenismo, piden un
retorno a la pureza de la Liturgia de la antigüedad. Aunque se resiente
del clima cultural, el interés renovado por la Liturgia está animado por
un interés pastoral por el clero y los laicos, como sucede en Francia a
partir del siglo XVII.
La Iglesia dirige su atención a la piedad popular en muchos sectores de
su actividad pastoral. De hecho, se intensifica la acción apostólica que
procura, en una cierta medida, la mutua integración de Liturgia y piedad
popular. Así, por ejemplo, la predicación se desarrolla especialmente en
determinados tiempos litúrgicos, como la Cuaresma y el domingo, en los
que tiene lugar la catequesis de adultos, y procura conseguir la
conversión del espíritu y de las costumbres de los fieles, acercarles al
sacramento de la reconciliación, hacerles volver a la Misa dominical,
enseñarles el valor del sacramento de la Unción de enfermos y del
Viático.
La piedad popular, como en el pasado había sido eficaz para contener los
efectos negativos del movimiento protestante, resulta ahora útil para
contrarrestar la propaganda corrosiva del racionalismo y, dentro de la
Iglesia, las consecuencias nocivas del Jansenismo. Por este esfuerzo y
por el ulterior desarrollo de las misiones populares, se enriquece la
piedad popular: se subrayan de modo nuevo algunos aspectos del Misterio
cristiano, como por ejemplo, el Corazón de Cristo, y nuevos "días"
polarizan la atención de los fieles, como por ejemplo, los nueve
"primeros viernes" de mes.
En el siglo XVIII también se debe recordar la actividad de Luis Antonio
Muratori, que supo conjugar los estudios eruditos con las nuevas
necesidades pastorales y en su célebre obra Della regolata devozione dei
cristiani propuso una religiosidad que tomara de la Liturgia y de la
Escritura su sustancia y se mantuviese lejana de la superstición y de la
magia. También fue iluminadora la obra del papa Benedicto XIV (Prospero
Lambertini) a quien se debe la importante iniciativa de permitir el uso
de la Biblia en lenguas vernáculas.
43. La Reforma católica había reforzado las estructuras y la unidad del
rito de la Iglesia Romana. De este modo, durante la gran expansión
misionera del siglo XVIII, se difundió la propia Liturgia y la propia
estructura organizativa en los pueblos en los que se anuncia el mensaje
evangélico.
En el siglo XVIII, en los territorios de misión, la relación entre
Liturgia y piedad popular se plantea en términos similares, pero más
acentuados que en los siglos XVI y XVII:
- la Liturgia mantiene intacta su fisonomía romana, porque, en parte por
temor de consecuencias negativas para la fe, no se plantea casi el
problema de la enculturación – hay que mencionar los meritorios
esfuerzos de Mateo Ricci con la cuestión de los Ritos chinos, y de
Roberto De’ Nobili con los Ritos hindúes-, y por esto, al menos en
parte, se consideró esta Liturgia extraña a la cultura autóctona;
- la piedad popular por una parte corre el riesgo de caer en el
sincretismo religioso, especialmente donde la evangelización no ha
entrado en profundidad; por otra parte, se hace cada vez más autónoma y
madura: no se limita a proponer los ejercicios de piedad traídos por los
evangelizadores, sino que crea otros, con la impronta de la cultura
local
La Época contemporánea
44. En el siglo XIX, una vez superada la crisis de la revolución
francesa, que en su propósito de hacer desaparecer la fe católica se
opuso claramente al culto cristiano, se advierte un significativo
renacimiento litúrgico.
Dicho renacimiento fue precedido y preparado por una afirmación vigorosa
de la eclesiología que presentaba a la Iglesia no sólo como una sociedad
jerárquica, sino también como pueblo de Dios y comunidad cultual. Junto
con este despertar eclesiológico hay que resaltar, como precursores del
renacimiento litúrgico, el florecimiento de los estudios bíblicos y
patrísticos, la tensión eclesial y ecuménica de hombres como Antonio
Rosmini (+1855) y John Henry Newman (+1890).
En el proceso de renacimiento del culto litúrgico se debe mencionar
especialmente la obra del abad Prosper Guéranger (+1875), restaurador
del monacato en Francia y fundador de la abadía de Solesmes: su visión
de la Liturgia está penetrada de amor a la Iglesia y a la tradición; sin
embargo su respeto a la Liturgia romana, considerada como factor
indispensable de unidad, le lleva a oponerse a expresiones litúrgicas
autóctonas. El renacimiento litúrgico promovido por él, tiene el mérito
de no ser un movimiento académico, sino que trata de hacer de la
Liturgia la expresión cultual, sentida y participada, de todo el pueblo
de Dios.
45. Durante el siglo XIX no se produce sólo el despertar de la Liturgia,
sino también, y de manera autónoma, un incremento de la piedad popular.
Así, el florecer del canto litúrgico coincide con la creación de nuevos
cantos populares; la difusión de subsidios litúrgicos, como los misales
bilingües para uso de los fieles, viene acompañada de la proliferación
de devocionarios.
La misma cultura del romanticismo, que valora de nuevo el sentimiento y
los aspectos religiosos del hombre, favorece la búsqueda, la comprensión
y la estima de lo popular, también en el campo del culto.
En este mismo siglo se asiste a un fenómeno gran alcance: expresiones de
culto locales, nacidas por iniciativa popular, y referidas a sucesos
prodigiosos – milagros, apariciones...- obtienen posteriormente un
reconocimiento oficial, el favor y la protección de las autoridades
eclesiásticas y son asumidas por la misma Liturgia. En este sentido es
característico el caso de diversos santuarios, meta de peregrinaciones,
centros de Liturgia penitencial y eucarística y lugares de piedad
mariana.
Sin embargo, en el siglo XIX la relación entre la Liturgia, que se
encuentra en un periodo de renacimiento, y la piedad popular, en fase de
expansión, está afectada por un factor negativo: se acentúa el fenómeno,
que ya se daba en la Reforma católica, de superposición de ejercicios de
piedad con las acciones litúrgicas.
46. Al comienzo del siglo XX el Papa san Pío X (1903-1914) se propuso
acercar a los fieles a la Liturgia, hacerla "popular". Pensaba que los
fieles adquieren el "verdadero espíritu cristiano" bebiendo de "la
fuente primera e indispensable, que es la participación activa en los
sacrosantos misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia".
Con esto San Pío X contribuyó autorizadamente a afirmar la superioridad
objetiva de la Liturgia sobre toda otra forma de piedad; rechazó la
confusión entre la piedad popular y la Liturgia e, indirectamente,
favoreció la clara distinción entre los dos campos, y abrió el camino
que conduciría a una justa comprensión de su relación mutua.
De este modo surgió y se desarrolló, gracias a las aportaciones de
hombres eminentes por su ciencia, piedad y pasión eclesial, el
movimiento litúrgico, que tuvo un papel notable en la vida de la Iglesia
del siglo XX, y en él los Sumos Pontífices han reconocido el aliento del
Espíritu. El objetivo último de los que animaron el movimiento litúrgico
era de índole pastoral: favorecer en los fieles la comprensión, y
consiguientemente el amor por la celebración de los sagrados misterios,
renovar en ellos la conciencia de pertenecer a un pueblo sacerdotal (cfr.
1 Pe 2,5).
Se entiende que algunos de los exponentes más estrictos del movimiento
litúrgico vieran con desconfianza las manifestaciones de la piedad
popular y encontraran en ellas una causa de la decadencia de la
Liturgia. Estaban ante sus ojos los abusos provocados por sobreponer
ejercicios de piedad a la Liturgia, o incluso la sustitución de la misma
con expresiones cultuales populares. Por otra parte, con el objetivo de
renovar la pureza del culto divino, miraban, como a un modelo ideal, la
Liturgia de los primeros siglos de la Iglesia, y, consiguientemente,
rechazaban, a veces de manera radical, las expresiones de la piedad
popular, de origen medieval o nacidas en la época postridentina.
Pero este rechazo no tenía en cuenta de manera suficiente el hecho de
que las expresiones de piedad popular, con frecuencia aprobadas y
recomendadas por la Iglesia, habían sostenido la vida espiritual de
muchos fieles, habían producido frutos innegables de santidad, y habían
contribuido en gran medida, a salvaguardar la fe y a difundir el mensaje
cristiano. Por esto, Pío XII, en el documento programático con el que
asumía la guía del movimiento litúrgico, la encíclica Mediator Dei del
21 de Noviembre de 1947, frente al citado rechazo defendía los
ejercicios de piedad, con los cuales, en cierta medida, se había
identificado la piedad católica de los últimos siglos.
Sería misión del Concilio ecuménico Vaticano II, mediante la
Constitución Sacrosanctum Concilium, definir en sus justos términos la
relación entre la Liturgia y la piedad popular, proclamando el primado
indiscutible de la santa Liturgia y la subordinación a la misma de los
ejercicios de piedad, aunque recordando la validez de estos últimos.
Liturgia y piedad popular: problemática
actual
47. Del cuadro histórico que hemos trazado aparece claramente que la
cuestión de la relación entre Liturgia y piedad popular no se plantea
sólo hoy: a lo largo de los siglos, aunque con otros nombres y de manera
diversa, se ha presentado más veces y se le han dado diversas
soluciones. Es necesario ahora, desde lo que enseña la historia, sacar
algunas indicaciones para responder a los interrogantes pastorales que
se presentan hoy con fuerza y urgencia.
Indicaciones de la historia:
causas del desequilibrio
48. La historia muestra, ante todo, que la relación entre Liturgia y
piedad popular se deteriora cuando en los fieles se debilita la
conciencia de algunos valores esenciales de la misma Liturgia. Entre las
causas de este debilitamiento se pueden señalar:
- escasa conciencia o disminución del sentido de la Pascua y del lugar
central que ocupa en la historia de la salvación, de la cual la Liturgia
cristiana es actualización; donde esto sucede los fieles orientan su
piedad, casi de manera inevitable, sin tener cuenta de la "jerarquía de
las verdades", hacia otros episodios salvíficos de la vida de Cristo y
hacia la Virgen Santísima, los Ángeles y los Santos;
- pérdida del sentido del sacerdocio universal en virtud del cual los
fieles están habilitados para "ofrecer sacrificios agradables a Dios,
por medio de Jesucristo" (1 Pe 2,5; cfr. Rom 12,1) y a participar
plenamente, según su condición, en el culto de la Iglesia; este
debilitamiento, acompañado con frecuencia por el fenómeno de una
Liturgia llevada por clérigos, incluso en las partes que no son propias
de los ministros sagrados, da lugar a que a veces los fieles se orienten
hacia la práctica de los ejercicios de piedad, en los cuales se
consideran participantes activos;
- el desconocimiento del lenguaje propio de la Liturgia - el lenguaje,
los signos, los símbolos, los gestos rituales...-, por los cuales los
fieles pierden en gran medida el sentido de la celebración. Esto puede
producir en ellos el sentirse extraños a la celebración litúrgica; de
este modo tienden fácilmente a preferir los ejercicios de piedad, cuyo
lenguaje es más conforme a su formación cultural, o las devociones
particulares, que responden más a las exigencias y situaciones concretas
de la vida cotidiana.
49. Cada uno de estos factores, que no raramente se dan a la vez en un
mismo ambiente, produce un desequilibrio en la relación entre Liturgia y
piedad popular, en detrimento de la primera y para empobrecimiento de la
segunda. Por lo tanto se deberán corregir mediante una inteligente y
perseverante acción catequética y pastoral.
Por el contrario, los movimientos de renovación litúrgica y el
crecimiento del sentido litúrgico en los fieles dan lugar a una
consideración equilibrada de la piedad popular en relación con la
Liturgia. Esto se debe estimar como un hecho positivo, conforme a la
orientación más profunda de la piedad cristiana.
A la luz de la
Constitución sobre Liturgia
50. En nuestro tiempo la relación entre Liturgia y piedad popular se
considera sobre todo a la luz de las directrices contenidas en la
Constitución Sacrosanctum Concilium, las cuales buscan una relación
armónica entre ambas expresiones de piedad, aunque la segunda está
objetivamente subordinada y orientada a la primera.
Esto quiere decir, en primer lugar, que no se debe plantear la relación
entre Liturgia y piedad popular en términos de oposición, pero tampoco
de equiparación o de sustitución. De hecho, la conciencia de la
importancia primordial de la Liturgia y la búsqueda de sus expresiones
más auténticas no debe llevar a descuidar la realidad de la piedad
popular y mucho menos a despreciarla o a considerarla superflua o
incluso nociva para la vida cultual de la Iglesia.
La falta de consideración o de estima por la piedad popular, pone en
evidencia una valoración inadecuada de algunos hechos eclesiales y
parece provenir más bien de prejuicios ideológicos que de la doctrina de
la fe. Dicho planteamiento provoca una actitud que:
- no tiene en cuenta que la piedad popular es también una realidad
eclesial promovida y sostenida por el Espíritu, sobre la cual el
Magisterio ejerce su función de autentificar y garantizar;
- no considera suficientemente los frutos de gracia y de santidad que ha
producido la piedad popular y que continúa produciendo en la Iglesia;
- no raras veces es expresión de una búsqueda ilusoria de una "Liturgia
pura", la cual, además de la subjetividad de los criterios con los que
se establece la "puritas", es - como enseña la experiencia secular - más
una aspiración ideal que una realidad histórica;
- se confunde un elemento noble del espíritu humano, esto es, el
sentimiento, que penetra legítimamente muchas expresiones de la piedad
litúrgica y de la piedad popular, con su degeneración, esto es, el
sentimentalismo.
51. Sin embargo, en la relación entre Liturgia y piedad popular a veces
se presenta el fenómeno opuesto, es decir, tal valoración de la piedad
popular que en la práctica va en detrimento de la Liturgia de la
Iglesia.
No se puede silenciar que donde suceda tal cosa, sea por una situación
de hecho, sea por una opción doctrinal deliberada, se produce una grave
desviación pastoral: la Liturgia no sería ya "la cumbre a la cual tiende
la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana
toda su fuerza", sino una expresión cultual considerada como algo ajeno
a la comprensión y a la sensibilidad del pueblo y que, de hecho, resulta
descuidada y relegada a un segundo lugar, o reservada para grupos
particulares.
52. La intención encomiable de acercar al hombre contemporáneo, sobre
todo al que no ha recibido suficiente formación catequética, al culto
cristiano y la dificultad que se constata en determinadas culturas, para
asimilar algunos elementos y estructuras de la Liturgia, no debe dar
lugar a una desvalorización teórica o práctica de la expresión primaria
y fundamental del culto litúrgico. De este modo, en lugar de afrontar
con visión de futuro y perseverancia las dificultades reales, se piensa
que se pueden resolver de una manera simplista.
53. Donde los ejercicios de piedad se practican en perjuicio de las
acciones litúrgicas, se suelen escuchar afirmaciones como:
- la piedad popular es un ámbito adecuado para celebrar de manera libre
y espontánea la "Vida" en sus múltiples expresiones; la Liturgia, en
cambio, centrada en el "Misterio de Cristo" es anamnética por su propia
naturaleza, inhibe la espontaneidad y resulta repetitiva y formalista;
- la Liturgia no consigue que los fieles se vean implicados en la
totalidad de su ser, en su corporeidad y en su espíritu; la piedad
popular, en cambio, al hablar directamente al hombre, lo implica en su
cuerpo, corazón y espíritu;
- la piedad popular es un espacio real y auténtico para la vida de
oración: a través de los ejercicios de piedad el fiel entra en verdadero
diálogo con el Señor, con palabras que comprende plenamente y que siente
como propias; la Liturgia, por el contrario, al poner en sus labios
palabras que no son suyas, y que resultan con frecuencia extrañas a su
cultura, más que un medio resulta un impedimento para la vida de
oración;
- la ritualidad con la que se expresa la piedad popular es percibida y
acogida por el fiel, porque hay una correspondencia entre su mundo
cultural y el lenguaje ritual; la ritualidad propia de la Liturgia, en
cambio, no se comprende, porque sus modos de expresión provienen de un
mundo cultural que el fiel siente como algo distinto y lejano.
54. En estas afirmaciones se acentúa de modo exagerado y dialéctico la
diferencia que - no se puede negar - existe en algunas áreas culturales
entre las expresiones de la Liturgia y las de la piedad popular.
Es cierto, sin embargo, que donde se sostienen estas opiniones, el
concepto auténtico de Liturgia cristiana está gravemente comprometido,
si no vaciado del todo de sus elementos esenciales.
Contra tales opiniones hay que recordar la palabra grave y meditada del
último Concilio ecuménico: "toda celebración litúrgica, por ser obra de
Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada
por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado,
no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia"
55. La exaltación unilateral de la piedad popular, sin tener en cuenta
la Liturgia, no es coherente con el hecho de que los elementos
constitutivos de esta última se remontan a la voluntad de mismo Jesús de
instituirlos, y no subraya, como se debe, su insustituible valor
soteriológico y doxológico. Después de la Ascensión del Señor a la
gloria del Padre y el don del Espíritu, la perfecta glorificación de
Dios y la salvación del hombre se realizan principalmente a través de la
celebración litúrgica, la cual exige la adhesión de la fe e introduce al
creyente en el evento salvífico fundamental: la Pasión, Muerte y
Resurrección de Cristo (cfr. Rom 6,2-6; 1 Cor 11,23-26).
La Iglesia, en la autocomprensión de su misterio y de su acción cultual
y salvífica, no duda en afirmar que "mediante la Liturgia se ejerce la
obra de nuestra Redención, sobre todo en el divino sacrificio de la
Eucaristía"; esto no excluye la importancia de otras formas de piedad.
56. La falta de estima, teórica o práctica, por la Liturgia conduce
inevitablemente a oscurecer la visión cristiana del misterio de Dios,
que se inclina misericordiosamente sobre el hombre caído para acercarlo
a sí, mediante la encarnación del Hijo y el don del Espíritu Sano; a no
percibir el significado de la historia de la salvación y la relación que
existe entre la Antigua y la Nueva Alianza; a subestimar la Palabra de
Dios, única Palabra que salva, de la cual se nutre y a la que se refiere
continuamente la Liturgia; a debilitar en el espíritu de los fieles la
conciencia del valor de la obra de Cristo, Hijo de Dios e Hijo de la
Virgen María, el solo Salvador y único Mediador (1 Tim 2,5; Hech 4,12);
a perder el sensus Ecclesiae.
57. El acento exclusivo en la piedad popular, que por otra parte - como
ya se ha dicho - se debe mover en el ámbito de la fe cristiana, puede
favorecer un alejamiento progresivo de los fieles respecto a la
revelación cristiana y la reasunción indebida o equivocada de elementos
de la religiosidad cósmica o natural; puede introducir en el culto
cristiano elementos ambiguos, procedentes de creencias pre-cristianas, o
simplemente expresiones de la cultura y psicología de un pueblo o etnia;
puede crear la ilusión de alcanzar la trascendencia mediante
experiencias religiosas viciadas; puede comprometer el auténtico sentido
cristiano de la salvación como don gratuito de Dios, proponiendo una
salvación que sea conquista del hombre y fruto de su esfuerzo personal
(no se debe olvidar el peligro, con frecuencia real, de la desviación
pelagiana); puede, finalmente, hacer que la función de los mediadores
secundarios, como la Virgen María, los Ángeles y los Santos, e incluso
los protagonistas de la historia nacional, suplanten en la mentalidad de
los fieles el papel del único Mediador, el Señor Jesucristo.
58. Liturgia y piedad popular son dos expresiones legítimas del culto
cristiano, aunque no son homologables. No se deben oponer, ni equiparar,
pero sí armonizar, como se indica en la Constitución litúrgica: "Es
preciso que estos mismos ejercicios (de piedad popular) se organicen
teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo
con la sagrada Liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella
conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por
encima de ellos".
Así pues, Liturgia y piedad popular son dos expresiones cultuales que se
deben poner en relación mutua y fecunda: en cualquier caso, la Liturgia
deberá constituir el punto de referencia para "encauzar con lucidez y
prudencia los anhelos de oración y de vida carismática" que aparecen en
la piedad popular; por su parte la piedad popular, con sus valores
simbólicos y expresivos, podrá aportar a la Liturgia algunas referencias
para una verdadera enculturación, y estímulos para un dinamismo creador
eficaz.
La importancia de la formación
59. A la luz de todo lo que se ha recordado, el camino para que
desaparezcan los motivos de desequilibrio o de tensión entre Liturgia y
piedad popular es la formación, tanto del clero como de los laicos.
Junto a la necesaria formación litúrgica, tarea a largo plazo, que
siempre se debe redescubrir y profundizar, es necesario como complemento
para conseguir una rica y armónica espiritualidad, cultivar la formación
en lo referente a la piedad popular.
Realmente, dado que "la vida espiritual no se agota con la sola
participación en la Liturgia", limitarse exclusivamente a la educación
litúrgica no llena todo el campo del acompañamiento y crecimiento
espiritual. Por lo demás, la acción litúrgica, en especial la
participación en la Eucaristía, no puede penetrar en una vida carente de
oración personal y de valores comunicados por las formas tradicionales
de piedad del pueblo cristiano. La vuelta propia de nuestros días a
prácticas "religiosas" de procedencia oriental, con diversas
reelaboraciones, es una muestra de un deseo de espiritualidad del
existir, sufrir y compartir. Las generaciones posconciliares - según los
diversos países - no tienen experiencia de las formas de devoción que
tenían las generaciones anteriores: por esto la catequesis y las
actividades educativas no pueden descuidar, al proponer una
espiritualidad viva, la referencia al patrimonio que representa la
piedad popular, especialmente los ejercicios de piedad recomendados por
el Magisterio.
Capítulo II
LITURGIA Y PIEDAD POPULAR
EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
60. Ya se ha señalado la atención que presta a la piedad popular el
Magisterio del Concilio Vaticano II, de los Romanos Pontífices y de los
Obispos. Parece oportuno proponer ahora una síntesis orgánica de las
enseñanzas del Magisterio en esta materia, para facilitar la asimilación
de una orientación doctrinal común respecto a la piedad popular y para
favorecer una acción pastoral adecuada.
Los valores de la piedad
popular
61. Según el Magisterio, la piedad popular es una realidad viva en la
Iglesia y de la Iglesia: su fuente se encuentra en la presencia continua
y activa del Espíritu de Dios en el organismo eclesial; su punto de
referencia es el misterio de Cristo Salvador; su objetivo es la gloria
de Dios y la salvación de los hombres; su ocasión histórica es el "feliz
encuentro entre la obra de evangelización y la cultura". Por eso el
Magisterio ha expresado muchas veces su estima por la piedad popular y
sus manifestaciones; ha llamado la atención a los que la ignoran, la
descuidan o la desprecian, para que tengan una actitud más positiva ante
ella y consideren sus valores; no ha dudado, finalmente, en presentarla
como "un verdadero tesoro del pueblo de Dios".
La estima del Magisterio por la piedad popular viene motivada, sobre
todo, por los valores que encarna.
La piedad popular tiene un sentido casi innato de lo sagrado y de lo
trascendente. Manifiesta una auténtica sed de Dios y "un sentido
perspicaz de los atributos profundos de Dios: su paternidad,
providencia, presencia amorosa y constante", su misericordia.
Los documentos del Magisterio ponen de relieve las actitudes interiores
y algunas virtudes que la piedad popular valora particularmente, sugiere
y alimenta: la paciencia, "la resignación cristiana ante las situaciones
irremediables"; el abandono confiando en Dios; la capacidad de sufrir y
de percibir el "sentido de la cruz en la vida cotidiana"; el deseo
sincero de agradar al Señor, de reparar por las ofensas cometidas contra
Él y de hacer penitencia; el desapego respecto a las cosas materiales;
la solidaridad y la apertura a los otros, el "sentido de amistad, de
caridad y de unión familiar".
62. La piedad popular dirige de buen grado su atención al misterio del
Hijo de Dios que, por amor a los hombres, se ha hecho niño, hermano
nuestro, naciendo pobre de una Mujer humilde y pobre, y muestra, al
mismo tiempo, una viva sensibilidad al misterio de la Pasión y Muerte de
Cristo.
En la piedad popular tienen un puesto importante la consideración de los
misterios del más allá, el deseo de comunión con los que habitan en el
cielo, con la Virgen María, los Ángeles, y los Santos, y también valora
la oración en sufragio por las almas de los difuntos.
63. La unión armónica del mensaje cristiano con la cultura de un pueblo,
lo que con frecuencia se encuentra en las manifestaciones de la piedad
popular, es un motivo más de la estima del Magisterio por la misma.
En las manifestaciones más auténticas de la piedad popular, de hecho, el
mensaje cristiano, por una parte asimila los modos de expresión de la
cultura del pueblo, y por otra infunde los contenidos evangélicos en la
concepción de dicho pueblo sobre la vida y la muerte, la libertad, la
misión y el destino del hombre.
Así pues, la transmisión de padres a hijos, de una generación a otra, de
las expresiones culturales, conlleva la transmisión de los principios
cristianos. En algunos casos la unión es tan profunda que elementos
propios de la fe cristiana se ha convertido en componentes de la
identidad cultural de un pueblo. Como ejemplo puede tomarse la piedad
hacia la Madre del Señor.
64. El Magisterio subraya además la importancia de la piedad popular
para la vida de fe del pueblo de Dios, para la conservación de la misma
fe y para emprender nuevas iniciativas de evangelización.
Se advierte que no es posible dejar de tener en cuenta "las devociones
que en ciertas regiones practica el pueblo fiel con un fervor y una
rectitud de intención conmovedores"; que la sana religiosidad popular,
"por sus raíces esencialmente católicas, puede ser un remedio contra las
sectas y una garantía de fidelidad al mensaje de la salvación"; que la
piedad popular ha sido un instrumento providencial para la conservación
de la fe, allí donde los cristianos se veían privados de atención
pastoral; que donde la evangelización ha sido insuficiente, "gran parte
de la población expresa su fe sobre todo mediante la piedad popular";
que la piedad popular, finalmente, constituye un valioso e
imprescindible "punto de partida para conseguir que la fe del pueblo
madure y se haga más profunda".
Algunos
peligros que pueden desviar la piedad popular
65. El Magisterio, que subraya los valores innegables de la piedad
popular, no deja de indicar algunos peligros que pueden amenazarla:
presencia insuficiente de elementos esenciales de la fe cristiana, como
el significado salvífico de la Resurrección de Cristo, el sentido de
pertenencia a la Iglesia, la persona y la acción del Espíritu divino; la
desproporción entre la estima por el culto a los Santos y la conciencia
de la centralidad absoluta de Jesucristo y de su misterio; el escaso
contacto directo con la Sagrada Escritura; el distanciamiento respecto a
la vida sacramental de la Iglesia; la tendencia a separar el momento
cultual de los compromisos de la vida cristiana; la concepción
utilitarista de algunas formas de piedad; la utilización de "signos,
gestos y fórmulas, que a veces adquieren excesiva importancia hasta el
punto de buscar lo espectacular"; el riesgo, en casos extremos, de
"favorecer la entrada de las sectas y de conducir a la superstición, la
magia, el fatalismo o la angustia".
66. Para poner remedio a estas eventuales limitaciones y defectos de la
piedad popular, el Magisterio de nuestro tiempo repite con insistencia
que se debe "evangelizar" la piedad popular, ponerla en contacto con la
palabra del Evangelio para que sea fecunda. Esto "la liberará
progresivamente de sus defectos; purificándola la consolidará, haciendo
que lo ambiguo se aclare en lo que se refiere a los contenidos de fe,
esperanza y caridad".
En esta labor de "evangelización" de la piedad popular, el sentido
pastoral invita a actuar con una paciencia grande y con prudente
tolerancia, inspirándose en la metodología que ha seguido la Iglesia a
lo largo de la historia, para hacer frente a los problemas de
enculturación de la fe cristiana y de la Liturgia, o de las cuestiones
sobre las devociones populares.
El sujeto de la piedad popular
67. El Magisterio de la Iglesia, al recordar que "la participación en la
sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual" y que el cristiano
"debe entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto; más
aún, debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol", indica que el
sujeto de las diversas formas de oración es todo cristiano – clérigo,
religioso, laico – tanto cuando reza privadamente, movido por el
Espíritu Santo, como cuando reza comunitariamente en grupos de diverso
origen o naturaleza.
68. De una manera más particular, el Santo Padre Juan Pablo II ha
señalado a la familia como sujeto de la piedad popular. La Exhortación
apostólica Familiaris consortio, después de haber exaltado la familia
como santuario doméstico de la Iglesia, subraya que "Para preparar y
prolongar en casa el culto celebrado en la iglesia, la familia cristiana
recurre a la oración privada, que presenta gran variedad de formas. Esta
variedad, mientras testimonia la riqueza extraordinaria con la que el
Espíritu anima la plegaria cristiana, se adapta a las diversas
exigencias y situaciones de vida de quien recurre al Señor". Después
observa que "Además de las oraciones de la mañana y de la noche, hay que
recomendar explícitamente...: la lectura y meditación de la Palabra de
Dios, la preparación a los sacramentos, la devoción y consagración al
Corazón de Jesús, las varias formas de culto a la Virgen Santísima, la
bendición de la mesa, las expresiones de la religiosidad popular".
69. También son sujeto igualmente importante de la piedad popular las
cofradías y otras asociaciones piadosas de fieles. Entre sus fines
institucionales, además del ejercicio de la caridad y del compromiso
social, está el fomento del culto cristiano: de la Trinidad, de Cristo y
sus misterios, de la Virgen María, de los Ángeles, los Santos, los
Beatos, así como el sufragio por las almas de los fieles difuntos.
Con frecuencia las cofradías, además del calendario litúrgico, disponen
de una especie de calendario propio, en el cual están indicadas las
fiestas particulares, los oficios, las novenas, los septenarios, los
triduos que se deben celebrar, los días penitenciales que se deben
guardar y los días en los que se realizan las procesiones o las
peregrinaciones, o en los que se deben hacer determinadas obras de
misericordia. A veces tienen devocionarios propios y signos distintivos
particulares, como escapularios, medallas, hábitos, cinturones e incluso
lugares para el culto propio y cementerios.
La Iglesia reconoce a las cofradías y les confiere personalidad
jurídica, aprueba sus estatutos y aprecia sus fines y sus actividades de
culto. Sin embargo les pide que, evitando toda forma de contraposición y
aislamiento, estén integradas de manera adecuada en la vida parroquial y
diocesana.
Los ejercicios de piedad
70. Los ejercicios de piedad son expresión característica de la piedad
popular, los cuales, por otra parte, son muy diferentes entre sí tanto
por su origen histórico como por su contenido, lenguaje, estilo, usos y
destinatarios. El Concilio Vaticano II ha tenido en cuenta los
ejercicios de piedad, ha recordado que están vivamente recomendados,
indicando, además, las condiciones que garantizan su legitimidad y su
validez.
71. A la luz de la naturaleza y las características propias del culto
cristiano, es evidente, ante todo, que los ejercicios de piedad deben
ser conformes con la sana doctrina y con las leyes y normas de la
Iglesia; además deben estar en armonía con la sagrada Liturgia; tener en
cuenta, en la medida de la posible, los tiempos del año litúrgico y
favorecer "una participación consciente y activa en la oración común de
la Iglesia".
72. Los ejercicios de piedad pertenecen a la esfera del culto cristiano.
Por esto la Iglesia siempre ha sentido la necesidad de prestarles
atención, para que a través de los mismos Dios sea glorificado
dignamente y el hombre obtenga provecho espiritual e impulso para llevar
una vida cristiana coherente.
La acción de los Pastores respecto a los ejercicios de piedad se ha
realizado de muchas maneras: recomendaciones, estímulo, orientación y a
veces corrección. En la amplia gama de ejercicios de piedad, hay que
distinguir: ejercicios de piedad que se realizan por disposición de la
Sede Apostólica o que han sido recomendados por la misma a lo largo de
los siglos; ejercicios de piedad de las Iglesias particulares que "se
celebran por mandato de los Obispos, a tenor de las costumbres o de los
libros legítimamente aprobados";otros ejercicios de piedad que se
practican por derecho particular o tradición en las familias religiosas
o en las hermandades, o en otras asociaciones piadosas de fieles, con
frecuencia, estos han recibido la aprobación explícita de la Iglesia;
los ejercicios de piedad que se realizan en el ámbito de la vida
familiar o personal.
A algunos ejercicios de piedad, introducidos por la costumbre de la
comunidad de los fieles, y aprobados por el Magisterio, se han concedido
indulgencias.
Liturgia y ejercicios de
piedad
73. La enseñanza de la Iglesia sobre la relación entre la Liturgia y los
ejercicios de piedad se puede sintetizar en lo siguiente: la Liturgia,
por naturaleza, es superior, con mucho, a los ejercicios de piedad, por
lo cual en la praxis pastoral hay que dar a la Liturgia "el lugar
preeminente que le corresponde respecto a los ejercicios de piedad";
Liturgia y ejercicios de piedad deben coexistir respetando la jerarquía
de valores y a la naturaleza específica de ambas expresiones cultuales.
74. Una consideración atenta de estos principios debe llevar a un
verdadero empeño para armonizar, en la medida de lo posible, los
ejercicios de piedad con los ritmos y las exigencias de la Liturgia;
esto es "sin fusionar o confundir las dos formas de piedad"; para
evitar, consiguientemente, la confusión y la mezcla híbrida de Liturgia
y ejercicios de piedad; a no contraponer la Liturgia a los ejercicios de
piedad o, contra el sentir de la Iglesia, eliminarlos, produciendo un
vacío que con frecuencia no se ve colmado, en perjuicio del pueblo fiel.
Criterios generales para la renovación de los ejercicios de piedad
75. La Sede Apostólica no ha dejado de indicar los criterios teológicos,
pastorales, históricos y literarios, conforme a los cuales se deben
reformar -cuando sea preciso- los ejercicios de piedad; ha señalado cómo
se debe acentuar en ellos el espíritu bíblico y la inspiración
litúrgica, y también debe encontrar su expresión el aspecto ecuménico;
cómo se deba mostrar el núcleo esencial, descubierto a través del
estudio histórico y hacer que reflejen aspectos de la espiritualidad de
nuestros días; cómo deben tener en cuenta las conclusiones ya adquiridas
por una sana antropología; cómo deben respetar la cultura y el estilo de
expresión del pueblo al que se dirigen, sin perder los elementos
tradicionales arraigados en las costumbres populares.
Capítulo III
PRINCIPIOS TEOLÓGICOS
PARA LA VALORACIÓN Y RENOVACIÓN DE LA PIEDAD POPULAR
La vida cultual: comunión con el Padre, por Cristo, en el Espíritu
76. En la historia de la revelación, la salvación del hombre se presenta
continuamente como un don de Dios, que brota de su misericordia, de una
manera absolutamente libre y totalmente gratuita. Todo el conjunto de
los acontecimientos y palabras mediante los cuales se manifiesta y se
actualiza el plan de salvación, se configura como un diálogo continuo
entre Dios y el hombre, diálogo en el que Dios tiene la iniciativa y que
exige por parte del hombre una actitud de escucha en la fe, y una
respuesta de "obediencia a la fe" (Rom 1,5; 16,26).
En el diálogo salvífico tiene una importancia singular la Alianza
establecida en el Sinaí entre Dios y el pueblo elegido (cfr. Ex 19-24),
que convierte a este último en "propiedad del Señor", en un "reino de
sacerdotes y una nación santa" (Ex 19,6). E Israel, aunque no fue
siempre fiel a la Alianza, encontró en ella inspiración y fuerza para
acomodar su comportamiento al comportamiento del mismo Dios (cfr. Lev
11,44-45; 19,2) y a lo que se contenía en su Palabra.
De manera particular el culto de Israel y su oración tienen como objeto
especialmente la memoria de las mirabilia Dei, esto es, de las
intervenciones salvíficas de Dios en la historia; esto mantiene viva la
veneración de los acontecimientos en los que se han actualizado las
promesas de Dios y que constituyen, consiguientemente, la referencia
obligada tanto para la reflexión de fe como para la vida de oración.
77. Conforme a su designio eterno, "Dios, que había hablado ya en los
tiempos antiguos muchas veces y de diversas maneras a los padres por
medio de los profetas, en esta etapa final de la historia nos ha hablado
por medio del Hijo, a quien ha constituido heredero de todas las cosas y
por medio del cual ha creado también el mundo" (Heb 1,1-2). El misterio
de Cristo, sobre todo su Pascua de Muerte y de Resurrección, es la plena
y definitiva revelación y realización de las promesas salvíficas. Como
Jesús, "el Hijo Unigénito de Dios" (Jn 3,18) es aquel en quien el Padre
nos ha dado todo, sin reservarse nada (cfr. Rom 8,32; Jn 3,16), es
evidente que la referencia esencial para la fe y la vida de oración del
pueblo de Dios está en la persona y en la obra de Cristo: en Él tenemos
al Maestro de la verdad (cfr. Mt 22,16), al Testigo fiel (cfr. Ap 1,5),
al Sumo Sacerdote (cfr. Heb 4,14), al Pastor de nuestras almas (cfr. 1
Pe 2,25), al Mediador único y perfecto (cfr. 1 Tim 2,5; Heb 8,6; 9,15;
12,24): por medio de Él el hombre va al Padre (cfr. Jn 14,6), asciende a
Dios la alabanza y la súplica dela Iglesia y desciende sobre la
humanidad todo don divino.
Sepultados con Cristo y resucitados con Él en el bautismo (cfr. Col
2,12; Rom 6,4), apartados del dominio de la carne e introducidos en el
del Espíritu (cfr. Rom 8,9), estamos llamados a la perfección según la
medida de la madurez en Cristo (cfr. Ef 4,13); en Cristo tenemos el
modelo de una existencia que en todo momento refleja la actitud de
escucha de la Palabra del Padre y de aceptación de su querer, como un
"sí" incesante a su voluntad: "mi alimento es hacer la voluntad del que
me ha enviado" (Jn 4,34).
Así pues, Cristo es el modelo perfecto de la piedad filial y de la
conversación incesante con el Padre, es decir, el modelo de una búsqueda
permanente del contacto vital, íntimo y confiado con Dios, que ilumina,
sostiene y guía al hombre durante toda su vida.
78. En su vida de comunión con el Padre, los fieles son guiados por el
Espíritu Santo (cfr. Rom 8,14), que les ha sido dado para transformarles
progresivamente en Cristo; para que infunda en ellos el "espíritu de los
hijos adoptivos", para que adquieran la actitud filial de Cristo (cfr.
Rom 8,15-17) y sus mismos sentimientos (cfr. Fil 2,5); para que haga
presente en ellos la enseñanza de Cristo (cfr. Jn 14,26; 16,13-25), de
modo que interpreten a su luz los acontecimientos de la vida y los
avatares de la historia; para que los conduzca al conocimiento de las
profundidades de Dios (cfr. 1 Cor 2,10) y les disponga a convertir su
vida en un "culto espiritual" (cfr. Rom 12,1); para que les sostenga en
las contrariedades y en las pruebas a las que deben hacer frente en el
camino fatigoso de transformación en Cristo; para que suscite, alimente
y dirija su oración: "El Espíritu de Dios viene en ayuda de nuestra
debilidad, porque nosotros ni siquiera sabemos pedir lo que nos
conviene, pero el mismo Espíritu intercede insistentemente por nosotros
con gemidos inefables; y el que escruta los corazones sabe cuáles son
los deseos del Espíritu, porque intercede por los creyentes conforme a
los designios de Dios" (Rom 8,26-27).
El culto cristiano tiene su origen y su fuerza en el Espíritu, y se
desarrolla y perfecciona en Él. Así, se puede afirmar que sin la
presencia del Espíritu de Cristo no hay auténtico culto litúrgico y
tampoco puede expresarse la auténtica piedad popular.
79. A la luz de los principios expuestos se muestra que es necesario que
la piedad popular se configure como un momento del diálogo entre Dios y
el hombre, por Cristo, en el Espíritu Santo. No hay duda de que ésta, a
pesar de las carencias que se notan aquí y allá – como por ejemplo la
confusión entre Dios Padre y Jesús -, tiene en sí una impronta
trinitaria.
La piedad popular es muy sensible al misterio de la paternidad de Dios:
se conmueve ante su bondad, se admira de su poder y sabiduría; se alegra
por la belleza de la creación y alaba al Creador por ella; sabe que Dios
Padre es justo y misericordioso, y que se ocupa de los pobres y de los
humildes; proclama que Él manda hacer el bien y premia a los que viven
honradamente siguiendo el buen camino, en cambio aborrece el mal y aleja
de sí a los que se obstinan en el camino del odio y de la violencia, de
la injusticia y de la mentira.
La piedad popular se detiene con gusto en la figura de Cristo, Hijo de
Dios y Salvador del hombre: se conmueve ante la narración de su
nacimiento e intuye el amor inmenso que se esconde en ese Niño, Dios
verdadero y verdadero hermano nuestro, pobre y perseguido desde su
infancia; goza con la representación de numeras escenas de la vida
pública del Señor Jesús, el Buen Pastor que se acerca a los publicanos y
a los pecadores, el Taumaturgo que cura a los enfermos y socorre a los
necesitados, el Maestro que habla con verdad; y sobre todo le gusta
contemplar los misterios de la Pasión de Cristo, porque advierte en
ellos su amor ilimitado y la medida de su solidaridad con el sufrimiento
humano: Jesús traicionado y abandonado, flagelado y coronado de espinas,
crucificado entre malhechores, bajado de la cruz y sepultado en la
tierra, llorado por amigos y discípulos.
La piedad popular no ignora que en el misterio de Dios está la persona
del Espíritu Santo. Cree que "por obra del Espíritu Santo" el Hijo de
Dios "se ha encarnado en el seno de la Virgen María y se ha hecho
hombre" y que en los comienzos de la Iglesia se dio el Espíritu a los
Apóstoles (cfr. Hech 2,1-13); sabe que la fuerza del Espíritu de Dios,
cuyo sello está impreso en los cristianos de manera particular mediante
la confirmación, está viva en todo sacramento de la Iglesia; sabe que
"En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" comienza la
celebración de la Misa, se confiere el Bautismo y se da el perdón de los
pecados; sabe que en el nombre de las tres Divinas Personas se realiza
toda forma de oración de la comunidad cristiana y se invoca la bendición
divina sobre el hombre y sobre todas las criaturas.
80. Así pues, es preciso que en la piedad popular se fortalezca la
conciencia de la referencia a la Santísima Trinidad que, como se ha
dicho, ya lleva en sí misma, aunque todavía como una semilla. Para este
fin se dan las siguientes indicaciones:
- Es necesario ilustrar a los fieles sobre el carácter particular de la
oración cristiana, que tiene como destinatario al Padre, por la
mediación de Jesucristo, en la fuerza del Espíritu Santo.
- Por lo tanto, es necesario que las expresiones de la piedad popular
muestren claramente la persona y la acción del Espíritu Santo. La falta
de un "nombre" para el Espíritu de Dios y la costumbre de no
representarlo con imágenes antropomórficas han dado lugar, al menos en
parte, a cierta ausencia del Espíritu Santo en los textos y en otras
formas de expresión de la piedad popular, aunque sin olvidar la función
de la música y de los gestos del cuerpo para manifestar la relación con
el Espíritu. Esta ausencia se puede solucionar mediante la
evangelización de la piedad popular, de la que ha tratado tantas veces
el Magisterio de la Iglesia.
- Es necesario, por otra parte, que las expresiones de la piedad popular
pongan de manifiesto el valor primario y fundamental de la Resurrección
de Cristo. La atención amorosa dedicada a la humanidad sufriente del
Salvador, tan viva en la piedad popular, se debe unir siempre a la
perspectiva de su glorificación. Sólo con esta condición se presentará
de manera íntegra el designio salvífico de Dios en Cristo y se captará
en su unidad inseparable el Misterio pascual de Cristo; sólo así se
trazará el rostro genuino del cristianismo, que es victoria de la vida
sobre la muerte, celebración del que "no es un Dios de muertos, sino de
vivos" (Mt 22,32), de Cristo, el Viviente, que estaba muerto y ahora
vive para siempre (cfr. Ap 1,28), y del Espíritu "que es Señor y dador
de vida".
- Finalmente es necesario que la devoción a la Pasión de Cristo lleve a
los fieles a una participación plena y consciente en la Eucaristía, en
la que se da como alimento el cuerpo de Cristo, ofrecido en sacrificio
por nosotros (cfr. 1 Cor 11,24); y se da como bebida la sangre de Jesús,
derramada en la cruz para la nueva y eterna Alianza, y para la remisión
de todos los pecados. Esta participación tiene su momento más alto y
significativo en la celebración del Triduo pascual, culminación del Año
litúrgico, y en la celebración dominical de los sagrados Misterios.
La Iglesia, comunidad cultual
81. La Iglesia, "pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo" es una comunidad de culto. Por voluntad de su Señor y
Fundador, realiza numerosas acciones rituales que tiene como objetivo la
gloria de Dios y la santificación del hombre, y que son todas, de
distinto modo y en diverso grado, celebraciones del Misterio pascual de
Cristo, orientadas a realizar la voluntad de Dios de reunir a los hijos
dispersos en la unidad de un solo pueblo.
En las diversas acciones rituales, la Iglesia anuncia el Evangelio de la
salvación y proclama la Muerte y Resurrección de Cristo, realizando a
través de los signos su obra de salvación. En la Eucaristía celebra el
memorial de la santa Pasión, de la gloriosa Resurrección y de la
admirable Ascensión, y en los otros sacramentos obtiene otros dones del
Espíritu que brotan de la Cruz del Salvador. La Iglesia glorifica al
Padre con salmos e himnos por las maravillas que ha realizado en la
Muerte y en la Exaltación de Cristo su Hijo, y le suplica que el
misterio salvífico de la Pascua llegue a todos los hombres; en los
sacramentales, instituidos para socorrer a los fieles en diversas
situaciones y necesidades, suplica al Señor para que toda su actividad
esté sostenida e iluminada por el Espíritu de la Pascua.
82. Sin embargo, en la celebración de la Liturgia no se agota la misión
de la Iglesia por lo que se refiere al culto divino. Los discípulos de
Cristo, según el ejemplo y la enseñanza del Maestro, rezan también en lo
escondido de su morada (cfr. Mt 6,6); se reúnen a rezar según formas
establecidas por hombres y mujeres de gran experiencia religiosa, que
han percibido los anhelos de los fieles y han orientado su piedad hacia
aspectos particulares del misterio de Cristo; rezan de unas formas
determinadas, que han surgido de una manera prácticamente anónima desde
el fondo de la conciencia colectiva cristiana, en las cuales las
exigencias de la cultura popular se armonizan con los datos esenciales
del mensaje evangélico.
83. Las formas auténticas de la piedad popular son también fruto del
Espíritu Santo y se deben considerar como expresiones de la piedad de la
Iglesia: porque son realizadas por los fieles que viven en comunión con
la Iglesia, adheridos a su fe y respetando la disciplina eclesiástica
del culto; porque no pocas de dichas expresiones han sido explícitamente
aprobadas y recomendadas por la misma Iglesia.
84. En cuanto expresión de la piedad eclesial, la piedad popular está
sometida a las leyes generales del culto cristiano y a la autoridad
pastoral de la Iglesia, que ejerce sobre ella la acción de discernir y
declarar auténtico, y la renueva al ponerla en contacto con la Palabra
revelada, la tradición y la misma Liturgia, un contacto que resulta
fecundo.
Es necesario, por otra parte, que las expresiones de la piedad popular
estén siempre iluminadas por el "principio eclesiológico" del culto
cristiano. Esto permitirá a la piedad popular:
- tener una visión correcta de las relaciones entre la Iglesia
particular y la Iglesia universal; la piedad popular suele centrarse en
los valores locales, con el riesgo de cerrarse a los valores universales
y a las perspectivas eclesiológicas;
- situar la veneración de la Virgen Santísima, de los Ángeles, de los
Santos y Beatos, y el sufragio por los difuntos, en el amplio campo de
la Comunión de los Santos y dentro de las relaciones existentes entre la
Iglesia celeste y la Iglesia que todavía peregrina en la tierra;
- comprender de modo fecundo la relación entre ministerio y carisma; el
primero, necesario en las expresiones del culto litúrgico; el segundo,
frecuente en las manifestaciones de la piedad popular.
Sacerdocio común y piedad
popular
85. Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana el fiel entra a
formar parte de la Iglesia, pueblo profético, sacerdotal y real, al que
corresponde dar culto a Dios en espíritu y en verdad (cfr. Jn 4,23).
Este pueblo ejerce dicho sacerdocio por Cristo en el Espíritu Santo, no
sólo en ámbito litúrgico, especialmente en la celebración de la
Eucaristía, sino también en otras expresiones de la vida cristiana,
entre las que se cuentan las manifestaciones de la piedad popular. El
Espíritu Santo le confiere la capacidad de ofrecer sacrificios de
alabanza a Dios, de elevar oraciones y súplicas y, ante todo, de
convertir la propia vida en un "sacrificio vivo, santo y agradable a
Dios" (Rom 12,1; cfr. Heb 12,28).
86. Desde este fundamento sacerdotal, la piedad popular ayuda a los
fieles a perseverar en la oración y en la alabanza a Dios Padre, a dar
testimonio de Cristo (cfr. Hech 2,42-47) y, manteniendo la vigilante
espera de su venida gloriosa, da razón, en el Espíritu Santo, de la
esperanza de la vida eterna (cfr. 1 Pe 3,15); y mientras conserva
aspectos significativos del propio contexto cultural, expresa los
valores de eclesialidad que caracterizan, en diverso modo y grado, todo
lo que nace y se desarrolla en el Cuerpo místico de Cristo.
Palabra de Dios y piedad
popular
87. La Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura, custodiada y
propuesta por el Magisterio de la Iglesia, celebrada en la Liturgia, es
un instrumento privilegiado e insustituible de la acción del Espíritu en
la vida cultual de los fieles.
Como en la escucha de la Palabra de Dios se edifica y crece la Iglesia,
el pueblo cristiano debe adquirir familiaridad con la Sagrada Escritura
y llenarse de su espíritu, para traducir en formas adecuadas y conformes
a los datos de la fe, el sentido de piedad y devoción que brota del
contacto con el Dios que salva, regenera y santifica.
En las palabras de la Biblia, la piedad popular encontrará una fuente
inagotable de inspiración, modelos insuperables de oración y fecundas
propuestas de diversos temas. Además, la referencia constante a la
Sagrada Escritura constituirá un índice y un criterio, para moderar la
exuberancia con la que no raras veces se manifiesta el sentimiento
religioso popular, dando lugar a expresiones ambiguas y en ocasiones
incluso incorrectas.
88. Pero "la lectura de la Sagrada Escritura debe estar acompañada de la
oración, para que pueda realizarse el diálogo entre Dios y el hombre";
por lo tanto, es muy recomendable que las diversas formas con las que se
expresa la piedad popular procuren, en general, que haya textos
bíblicos, oportunamente elegidos y debidamente comentados.
89. Para este fin ayudará el modelo que ofrecen las celebraciones
litúrgicas, donde la Sagrada Escritura tiene un papel constitutivo,
propuesta de maneras diversas, según los tipos de celebración. Sin
embargo, como a las expresiones de la piedad popular se les reconoce una
legítima variedad de forma y de organización, no es necesario que en
ellas la disposición de las lecturas bíblicas sea un calco de las
estructuras rituales con las que la Liturgia proclama la Palabra de
Dios.
El modelo litúrgico constituirá, en cualquier caso, para la piedad
popular, una especie de garantía de una correcta escala de valores, en
la cual el primer lugar le corresponde a la actitud de escucha de Dios
que habla; enseñará a descubrir la armonía entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento y a interpretar el uno a la luz del otro; presentará
soluciones, avaladas por una experiencia secular, para actualizar de
manera concreta el mensaje bíblico y ofrecerá un criterio válido para
valorar la autenticidad de la oración.
En la elección de los textos es deseable que se recurra a pasajes
breves, fáciles de memorizar, incisivos, fáciles de comprender aunque
resulten difíciles de llevar a la práctica. Por lo demás, algunos
ejercicios de piedad, como el Vía Crucis y el Rosario, favorecen el
conocimiento de la Escritura: al vincular directamente los episodios
evangélicos de la vida de Jesús a gestos y oraciones aprendidas de
memoria, se recuerdan con mayor facilidad.
Piedad popular y
revelaciones privadas
90. Desde siempre, y en todas partes, la religiosidad popular se ha
interesado en fenómenos y hechos extraordinarios, con frecuencia
relacionados con revelaciones privadas. Aunque no se pueden
circunscribir al ámbito de la piedad mariana, en esta especialmente se
dan las "apariciones" y los consiguientes "mensajes". En este sentido
recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: "A lo largo de los siglos
ha habido revelaciones llamadas "privadas", algunas de las cuales han
sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no
pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o
"completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a
vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el
Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe
discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada
auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia" (n.67).
Enculturación y piedad popular
91. La piedad popular está caracterizada, naturalmente, por el
sentimiento propio de una época de la historia y de una cultura. Una
muestra de esto es la variedad de expresiones que la constituyen,
florecidas y afirmadas en las diversas Iglesias particulares en el
transcurso del tiempo, signo del enraizarse de la fe en el corazón de
los diversos pueblos y de su entrada en el ámbito de lo cotidiano.
Realmente "la religiosidad popular es la primera y fundamental forma de
"enculturación" de la fe, que se debe dejar orientar continuamente y
guiar por las indicaciones de la Liturgia, pero que a su vez fecunda la
fe desde el corazón". El encuentro entre el dinamismo innovador del
mensaje del Evangelio y los diversos componentes de una cultura es algo
que está atestiguado en la piedad popular.
92. El proceso de adaptación o de enculturación de un ejercicio de
piedad no debería presentar dificultades por lo que se refiere al
lenguaje, a las expresiones musicales y artísticas y al uso de gestos y
posturas del cuerpo. Los ejercicios de piedad, por una parte no
conciernen a aspectos esenciales de la vida sacramental y por otra son,
en muchos casos, de origen popular, nacidos del pueblo, formulados con
su lenguaje y situados en el marco de la fe católica.
Sin embargo, el hecho de que los ejercicios de piedad y las prácticas de
devoción sean expresión del sentir del pueblo, no autoriza a actuar en
esta materia de modo subjetivo y con personalismo. Manteniendo la
competencia propia del Ordinario del lugar o de los Superiores Mayores –
si se trata de devociones vinculadas a Órdenes religiosas -, cuando se
trata de ejercicios de piedad que afectan a toda una nación o a una
amplia región, conviene que se pronuncie la Conferencia de Obispos.
Es preciso una gran atención y un profundo sentido de discernimiento
para impedir que, a través de las diversas formas del lenguaje, se
insinúen en los ejercicios de piedad nociones contrarias a la fe
cristiana o se abra la puerta a expresiones contaminadas por el
sincretismo.
En particular es necesario que el ejercicio de piedad, objeto de un
proceso de adaptación o de enculturación, conserve su identidad profunda
y su fisonomía esencial. Esto requiere que se mantenga reconocible su
origen histórico y las líneas doctrinales y cultuales que lo
caracterizan.
En lo referente al empleo de formas de piedad popular en el proceso de
enculturación de la Liturgia, hay que remitirse a la Instrucción de este
Dicasterio sobre el tema en cuestión.
***
PARTE SEGUNDA
ORIENTACIONES
PARA
ARMONIZAR LA PIEDAD POPULAR
Y LA LITURGIA
Premisa
93. Como ayuda para concretar en la acción pastoral lo que se ha
expuesto más arriba, se ofrecen algunas orientaciones sobre la necesaria
relación entre la piedad popular y la Liturgia, de manera que la acción
pastoral resulte armónica y provechosa. Al mencionar los ejercicios y
prácticas de piedad más extendidos, no se pretende hacer un elenco
exhaustivo ni abarcar todas y cada una de las manifestaciones de
carácter local. También se encuentran, dispersas, indicaciones sobre la
pastoral litúrgica, dada la afinidad de la materia en estos campos, en
los que las fronteras no están delimitadas rigurosamente.
La exposición se articula en cinco capítulos:
- el cuarto, sobre el Año litúrgico, desde el punto de vista de la
deseable armonización entre sus celebraciones y las manifestaciones de
la piedad popular;
- el quinto, sobre la veneración de la santa Madre del Señor, que ocupa
un puesto singular tanto en la sagrada Liturgia como en la piedad
popular:
- el sexto, sobre el culto de los Santos y Beatos, que ocupa también un
amplio espacio en la Liturgia y en la devoción de los fieles;
- el séptimo, sobre el sufragio por los difuntos, que aparece con
frecuencia en las diversas expresiones de la vida cultual de la Iglesia;
- el octavo, sobre los santuarios y peregrinaciones, lugares
significativos y expresiones características de la piedad popular, que
tienen no pocas repercusiones de orden litúrgico.
Aunque se hace referencia a situaciones muy distintas y a ejercicios de
piedad de índole y naturaleza diversa, el texto formula sus propuestas
respetando siempre unos presupuestos fundamentales: la superioridad de
la Liturgia sobre otras expresiones cultuales; la dignidad y la
legitimidad de la piedad popular; la necesidad pastoral de evitar
cualquier clase de contraposición entre la Liturgia y la piedad popular,
así como de no confundir ambas expresiones, dando lugar a celebraciones
híbridas.
Capítulo IV
AÑO LITÚRGICO Y PIEDAD POPULAR
94. El Año litúrgico es la estructura temporal en la que la Iglesia
celebra todo el misterio de Cristo: "desde la Encarnación y la Navidad
hasta la Ascensión, al día de Pentecostés, y a la expectativa de la
dichosa esperanza y venida del Señor".
En el Año litúrgico "la celebración del misterio pascual tiene la máxima
importancia en el culto cristiano y se explicita a lo largo de los días,
las semanas y en el curso de todo el año". De aquí se sigue que, en la
relación entre Liturgia y piedad popular, la prioridad de la celebración
del Año litúrgico sobre cualquier otra expresión y práctica de devoción
es un elemento fundamental e imprescindible.
El Domingo
95. El "día del Señor", en cuanto "fiesta primordial" y "el fundamento y
el núcleo de todo el año litúrgico", no se puede subordinar a las
manifestaciones de la piedad popular. No es cuestión, por lo tanto, de
insistir en aquellos ejercicios de piedad para cuya realización se elige
el domingo como punto de referencia temporal.
Por el bien pastoral de los fieles es lícito que en los domingos del
"tiempo ordinario" tengan lugar aquellas celebraciones del Señor, en
honor de la Virgen María o de los Santos, que se celebran durante la
semana y son especialmente valoradas por la piedad de los fieles, ya que
en el elenco de precedencias tienen preeminencia sobre el mismo domingo.
Puesto que, a veces, las tradiciones populares y culturales corren el
riesgo de invadir la celebración del domingo, adulterando su espíritu
cristiano, "en estos casos conviene clarificarlo, con la catequesis y
oportunas intervenciones pastorales, rechazando todo lo que es
inconciliable con el Evangelio de Cristo. Sin embargo es necesario
recordar que a menudo estas tradiciones —y esto es válido análogamente
para las nuevas propuestas culturales de la sociedad civil— tienen
valores que se adecuan sin dificultad a las exigencias de la fe. Es
deber de los Pastores actuar con discernimiento para salvar los valores
presentes en la cultura de un determinado contexto social y sobre todo
en la religiosidad popular, de modo que la celebración litúrgica,
principalmente la de los domingos y fiestas, no sea perjudicada, sino
que más bien sea potenciada".
En el tiempo de Adviento
96. El Adviento es tiempo de espera, de conversión, de esperanza:
- espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra
carne mortal; espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo,
Señor de la historia y Juez universal;
- conversión, a la cual invita con frecuencia la Liturgia de este
tiempo, mediante la voz de los profetas y sobre todo de Juan Bautista: "Convertios,
porque está cerca el reino de los cielos" (Mt 3,2);
- esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo (cfr. Rom
8,24-25) y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen
a su madurez y plenitud, por lo que la promesa se convertirá en
posesión, la fe en visión y "nosotros seremos semejantes a Él porque le
veremos tal cual es" (1 Jn 3,2)
97. La piedad popular es sensible al tiempo de Adviento, sobre todo en
cuanto memoria de la preparación a la venida del Mesías. Está
sólidamente enraizada en el pueblo cristiano la conciencia de la larga
espera que precedió a la venida del Salvador. Los fieles saben que Dios
mantenía, mediante las profecías, la esperanza de Israel en la venida
del Mesías.
A la piedad popular no se le escapa, es más, subraya llena de estupor,
el acontecimiento extraordinario por el que el Dios de la gloria se ha
hecho niño en el seno de una mujer virgen, pobre y humilde. Los fieles
son especialmente sensibles a las dificultades que la Virgen María tuvo
que afrontar durante su embarazo y se conmueven al pensar que en la
posada no hubo un lugar para José ni para María, que estaba a punto de
dar a luz al Niño (cfr. Lc 2,7).
Con referencia al Adviento han surgido diversas expresiones de piedad
popular, que alientan la fe del pueblo cristiano y transmiten, de una
generación a otra, la conciencia de algunos valores de este tiempo
litúrgico.
La Corona de Adviento
98. La colocación de cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes, que
es costumbre sobre todo en los países germánicos y en América del Norte,
se ha convertido en un símbolo del Adviento en los hogares cristianos.
La Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente,
domingo tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las
diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo
de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el
amanecer del Sol de justicia (cfr. Mal 3,20; Lc 1,78).
Las Procesiones de Adviento
99. En el tiempo de Adviento se celebran, en algunas regiones, diversas
procesiones, que son un anuncio por las calles de la ciudad del próximo
nacimiento del Salvador (la "clara estrella" en algunos lugares de
Italia), o bien representaciones del camino de José y María hacia Belén,
y su búsqueda de un lugar acogedor para el nacimiento de Jesús (las
"posadas" de la tradición española y latinoamericana).
Las "Témporas de invierno"
100. En el hemisferio norte, en el tiempo de Adviento se celebran las
"témporas de invierno". Indican el paso de una estación a otra y son un
momento de descanso en algunos campos de la actividad humana. La piedad
popular está muy atenta al desarrollo del ciclo vital de la naturaleza:
mientras se celebran las "témporas de invierno", las semillas se
encuentran enterradas, en espera de que la luz y el calor del sol, que
precisamente en el solsticio de invierno vuelve a comenzar su ciclo, las
haga germinar.
Donde la piedad popular haya establecido expresiones celebrativas del
cambio de estación, consérvense y valórense como tiempo de súplica al
Señor y de meditación sobre el significado del trabajo humano, que es
colaboración con la obra creadora de Dios, realización de la persona,
servicio al bien común, actualización del plan de la Redención.
La Virgen María en el Adviento
101. Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y
de modo ejemplar a la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la
Antigua Alianza, que eran figura y profecía de su misión; exalta la
actitud de fe y de humildad con que María de Nazaret se adhirió, total e
inmediatamente, al proyecto salvífico de Dios; subraya su presencia en
los acontecimientos de gracia que precedieron el nacimiento del
Salvador. También la piedad popular dedica, en el tiempo de Adviento,
una atención particular a Santa María; lo atestiguan de manera
inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la
Inmaculada y de la Navidad.
Sin embargo, la valoración del Adviento "como tiempo particularmente
apto para el culto de la Madre del Señor" no quiere decir que este
tiempo se deba presentar como un "mes de María".
En los calendarios litúrgicos del Oriente cristiano, el periodo de
preparación al misterio de la manifestación (Adviento) de la salvación
divina (Teofanía) en los misterios de la Navidad-Epifanía del Hijo
Unigénito de Dios Padre, tiene un carácter marcadamente mariano. Se
centra la atención sobre la preparación a la venida del Señor en el
misterio de la Deípara. Para el Oriente, todos los misterios marianos
son misterios cristológicos, esto es, referidos al misterio de nuestra
salvación en Cristo. Así, en el rito copto durante este periodo se
cantan las Laudes de María en los Theotokia; en el Oriente sirio este
tiempo es denominado Subbara, esto es, Anunciación, para subrayar de
esta manera su fisonomía mariana. En el rito bizantino se nos prepara a
la Navidad mediante una serie creciente de fiestas y cantos marianos.
102. La solemnidad de la Inmaculada (8 de Diciembre), profundamente
sentida por los fieles, da lugar a muchas manifestaciones de piedad
popular, cuya expresión principal es la novena de la Inmaculada. No hay
duda de que el contenido de la fiesta de la Concepción purísima y sin
mancha de María, en cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se
armoniza bien con algunos temas principales del Adviento: nos remite a
la larga espera mesiánica y recuerda profecías y símbolos del Antiguo
Testamento, empleados también en la Liturgia del Adviento.
Donde se celebre la Novena de la Inmaculada se deberían destacar los
textos proféticos que partiendo del vaticinio de Génesis 3,15,
desembocan en el saludo de Gabriel a la "llena de gracia" (Lc 1,28) y en
el anuncio del nacimiento del Salvador (cfr. Lc 1,31-33).
Acompañada por múltiples manifestaciones populares, en el Continente
Americano se celebra, al acercarse la Navidad, la fiesta de Nuestra
Señora de Guadalupe (12 de Diciembre), que acrecienta en buena medida la
disposición para recibir al Salvador: María "unida íntimamente al
nacimiento de la Iglesia en América, fue la Estrella radiante que
iluminó el anunció de Cristo Salvador a los hijos de estos pueblos".
La Novena de Navidad
103. La Novena de Navidad nació para comunicar a los fieles las riquezas
de una Liturgia a la cual no tenían fácil acceso. La novena navideña ha
desempeñado una función valiosa y la puede continuar desempeñando. Sin
embargo en nuestros días, en los que se ha facilitado la participación
del pueblo en las celebraciones litúrgicas, sería deseable que en los
días 17 al 23 de Diciembre se solemnizara la celebración de las Vísperas
con las "antífonas mayores" y se invitara a participar a los fieles.
Esta celebración, antes o después de la cual podrían tener lugar algunos
de los elementos especialmente queridos por la piedad popular, sería una
excelente "novena de Navidad" plenamente litúrgica y atenta a las
exigencias de la piedad popular. En la celebración de las Vísperas se
pueden desarrollar algunos elementos, tal como está previsto (p. ej.
homilía, uso del incienso, adaptación de las preces).
El Nacimiento
104. Como es bien sabido, además de las representaciones del pesebre de
Belén, que existían desde la antigüedad en las iglesias, a partir del
siglo XIII se difundió la costumbre de preparar pequeños nacimientos en
las habitaciones de la casa, sin duda por influencia del "nacimiento"
construido en Greccio por San Francisco de Asís, en el año 1223. La
preparación de los mismos (en la cual participan especialmente los
niños) se convierte en una ocasión para que los miembros de la familia
entren en contacto con el misterio de la Navidad, y para que se recojan
en un momento de oración o de lectura de las páginas bíblicas referidas
al episodio del nacimiento de Jesús.
La piedad
popular y el espíritu del Adviento
105. La piedad popular, a causa de su comprensión intuitiva del misterio
cristiano, puede contribuir eficazmente a salvaguardar algunos de los
valores del Adviento, amenazados por la costumbre de convertir la
preparación a la Navidad en una "operación comercial", llena de
propuestas vacías, procedentes de una sociedad consumista.
La piedad popular percibe que no se puede celebrar el Nacimiento de
Señor si no es en un clima de sobriedad y de sencillez alegre, y con una
actitud de solidaridad para con los pobres y marginados; la espera del
nacimiento del Salvador la hace sensible al valor de la vida y al deber
de respetarla y protegerla desde su concepción; intuye también que no se
puede celebrar con coherencia el nacimiento del que "salvará a su pueblo
de sus pecados" (Mt 1,21) sin un esfuerzo para eliminar de sí el mal del
pecado, viviendo en la vigilante espera del que volverá al final de los
tiempos.
En el tiempo de Navidad
106. En el tiempo de Navidad, la Iglesia celebra el misterio de la
manifestación del Señor: su humilde nacimiento en Belén, anunciado a los
pastores, primicia de Israel que acoge al Salvador; la manifestación a
los Magos, "venidos de Oriente" (Mt 2,1), primicia de los gentiles, que
en Jesús recién nacido reconocen y adoran al Cristo Mesías; la teofanía
en el río Jordán, donde Jesús fue proclamado por el Padre "hijo
predilecto" (Mt 3,17) y comienza públicamente su ministerio mesiánico;
el signo realizado en Caná, con el que Jesús "manifestó su gloria y sus
discípulos creyeron en él" (Jn 2,11).
107. Durante el tiempo navideño, además de estas celebraciones, que
muestran su sentido esencial, tienen lugar otras que están íntimamente
relacionadas con el misterio de la manifestación del Señor: el martirio
de los Santos Inocentes (28 de Diciembre), cuya sangre fue derramada a
causa del odio a Jesús y del rechazo de su reino por parte de Herodes;
la memoria del Nombre de Jesús, el 3 de Enero; la fiesta de la Sagrada
Familia (domingo dentro de la octava), en la que se celebra el santo
núcleo familiar en el que "Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante
Dios y antes los hombres" (Lc 2, 52); la solemnidad del 1 de Enero,
memoria importante de la maternidad divina, virginal y salvífica de
María; y, aunque fuera ya de los límites del tiempo navideño, la fiesta
de la Presentación del Señor (2 de Febrero), celebración del encuentro
del Mesías con su pueblo, representado en Simeón y Ana, y ocasión de la
profecía mesiánica de Simeón.
108. Gran parte del rico y complejo misterio de la manifestación del
Señor encuentra amplio eco y expresiones propias en la piedad popular.
Esta muestra una atención particular a los acontecimientos de la
infancia del Salvador, en los que se ha manifestado su amor por
nosotros. La piedad popular capta de un modo intuitivo:
- el valor de la "espiritualidad del don", propia de la Navidad: "un
niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado" (Is 9,5), don que es
expresión del amor infinito de Dios que "tanto amó al mundo que nos ha
dado a su Hijo único" (Jn 3,16);
- el mensaje de solidaridad que conlleva el acontecimiento de Navidad:
solidaridad con el hombre pecador, por el cual, en Jesús, Dios se ha
hecho hombre "por nosotros los hombres y por nuestra salvación";
solidaridad con los pobres, porque el Hijo de Dios "siendo rico se ha
hecho pobre" para enriquecernos "por medio de su pobreza" (2 Cor 8,9);
- el valor sagrado de la vida y el acontecimiento maravilloso que se
realiza en el parto de toda mujer, porque mediante el parto de María, el
Verbo de la vida ha venido a los hombres y se ha hecho visible (cfr. 1
Jn 1,2);
- el valor de la alegría y de la paz mesiánicas, aspiraciones profundas
de los hombres de todos los tiempos: los Ángeles anuncian a los pastores
que ha nacido el Salvador del mundo, el "Príncipe de la paz" (Is 9,5) y
expresan el deseo de "paz en la tierra a los hombres que ama Dios" (Lc
2,14);
- el clima de sencillez, y de pobreza, de humildad y de confianza en
Dios, que envuelve los acontecimientos del nacimiento del niño Jesús.
La piedad popular, precisamente porque intuye los valores que se
esconden en el misterio de la Navidad, está llamada a cooperar para
salvaguardar la memoria de la manifestación del Señor, de modo que la
fuerte tradición religiosa vinculada a la Navidad no se convierta en
terreno abonado para el consumismo ni para la infiltración del
neopaganismo.
La Noche de Navidad
109. En el tiempo que discurre entre las primeras Vísperas de Navidad y
la celebración eucarística de media noche, junto con la tradición de los
villancicos, que son instrumentos muy poderosos para transmitir el
mensaje de alegría y paz de Navidad, la piedad popular propone algunas
de sus expresiones de oración, distintas según los países, que es
oportuno valorar y, si es preciso, armonizar con las celebraciones de la
Liturgia. Se pueden presentar, por ejemplo:
- los "nacimientos vivientes", la inauguración del nacimiento doméstico,
que puede dar lugar a una ocasión de oración de toda la familia: oración
que incluya la lectura de la narración del nacimiento de Jesús según San
Lucas, en la cual resuenen los cantos típicos de la Navidad y se eleven
las súplicas y las alabanzas, sobre todo las de los niños, protagonistas
de este encuentro familiar;
- la inauguración del árbol de Navidad. También se presta a una acto de
oración familiar semejante al anterior. Independientemente de su origen
histórico, el árbol de Navidad es hoy un signo fuertemente evocador,
bastante extendido en los ambientes cristianos; evoca tanto el árbol de
la vida, plantado en el jardín del Edén (cfr. Gn 2,9), como el árbol de
la cruz, y adquiere así un significado cristológico: Cristo es el
verdadero árbol de la vida, nacido de nuestro linaje, de la tierra
virgen Santa María, árbol siempre verde, fecundo en frutos. El adorno
cristiano del árbol, según los evangelizadores de los países nórdicos,
consta de manzanas y dulces que cuelgan de sus ramos. Se pueden añadir
otros "dones"; sin embargo, entre los regalos colocados bajo el árbol de
Navidad no deberían faltar los regalos para los pobres: ellos forman
parte de toda familia cristiana;
- la cena de Navidad. La familia cristiana que todos los días, según la
tradición, bendice la mesa y da gracias al Señor por el don de los
alimentos, realizará este gesto con mayor intensidad y atención en la
cena de Navidad, en la que se manifiestan con toda su fuerza la firmeza
y la alegría de los vínculos familiares.
110. La Iglesia desea que todos los fieles participen en la noche del 24
de Diciembre, a ser posible, en el Oficio de Lecturas, como preparación
inmediata a la celebración de la Eucaristía de media noche. Donde esto
no se haga, puede ser oportuno preparar una vigilia con cantos, lecturas
y elementos de la piedad popular, inspirándose en dicho oficio.
111. En la Misa de media noche, que tiene un gran sentido litúrgico y
goza del aprecio popular, se podrán destacar:
- al comienzo de la Misa, el canto del anuncio del nacimiento del Señor,
con la fórmula del Martirologio Romano;
- la oración de los fieles deberá asumir un carácter verdaderamente
universal, incluso, donde sea oportuno, con el empleo de varios idiomas
como un signo; y en la presentación de los dones para el ofertorio
siempre habrá un recuerdo concreto de los pobres;
- al final de la celebración podrá tener lugar el beso de la imagen del
Niño Jesús por parte de los fieles, y la colocación de la misma en el
nacimiento que se haya puesto en la iglesia o en algún lugar cercano.
La fiesta de la Sagrada
Familia
112. La fiesta de la Sagrada Familia, Jesús, María y José (Domingo en la
octava de Navidad) ofrece un ámbito celebrativo apropiado para el
desarrollo de algunos ritos o momentos de oración, propios de la familia
cristiana.
El recuerdo de José, de María y del niño Jesús, que se dirigen a
Jerusalén, como toda familia hebrea observante, para realizar los ritos
de la Pascua (cfr. Lc 2,41-42), animará a que toda la familia acepte la
invitación a participar unida, ese día, en la Eucaristía. Y resultaría
muy significativo que la familia se encomendase nuevamente al patrocinio
de la Sagrada Familia de Nazaret, la bendición de los hijos, prevista en
el Ritual, y donde sea oportuno, la renovación de las promesas
matrimoniales asumidas por los esposos, convertidos ya en padres, en el
día de su matrimonio, así como las promesas de los desposorios con las
que los novios formalizan su proyecto de fundar en el futuro una nueva
familia.
Pero más allá del día de la fiesta, a los fieles les agrada recurrir a
la Sagrada Familia de Nazaret en muchas circunstancias de la vida: se
inscriben con gusto en las Asociaciones de la Sagrada Familia, para
configurar su propio núcleo familiar según el modelo de la Familia de
Nazaret, y dirigen a la misma jaculatorias frecuentes, mediante las que
se encomiendan a su patrocinio y piden la asistencia para el momento de
la muerte.
La fiesta de los Santos
Inocentes
113. Desde el final del siglo VI, la Iglesia celebra el 28 de Diciembre
la memoria de los niños a los que mató el ciego furor de Herodes por
causa de Jesús (cfr. Mt 2,16-17). La tradición litúrgica los llama
"Santos Inocentes" y los considera mártires. A lo largo de los siglos,
en el arte, en la poesía y en la piedad popular, los sentimientos de
ternura y de simpatía han rodeado la memoria de este "pequeño rebaño de
corderos inmolados"; a estos sentimientos se ha unido siempre la
indignación por la violencia con que fueron arrancados de las manos de
sus madres y entregados a la muerte.
En nuestros días los niños padecen todavía innumerables formas de
violencia, que atentan contra su vida, dignidad, moralidad y derecho a
la educación. Hay que tener presente en este día la innumerable multitud
de niños no nacidos y asesinados al amparo de las leyes que permiten el
aborto, un crimen abominable. La piedad popular, atenta a los problemas
concretos, en no pocos lugares ha dado vida a manifestaciones de culto y
a formas de caridad como la asistencia a las madres embarazadas, la
adopción de los niños e impulsar su educación.
El 31 de Diciembre
114. De la piedad popular provienen algunos ejercicios de piedad
característicos del 31 de Diciembre. Este día se celebra, en la mayor
parte de los países de Occidente, el final del año civil. La ocasión
invita a los fieles a reflexionar sobre el "misterio del tiempo", que
corre veloz e inexorable. Esto suscita en su espíritu un doble
sentimiento: arrepentimiento y pesar por las culpas cometidas y por las
ocasiones de gracia perdidas durante el año que llega a su fin;
agradecimiento por los beneficios recibidos de Dios.
Esta doble actitud ha dado origen, respectivamente, a dos ejercicios de
piedad: la exposición prolongada del Santísimo Sacramento, que ofrece
una ocasión a las comunidades religiosas y a los fieles, para un tiempo
de oración, preferentemente en silencio; al canto del Te Deum, como
expresión comunitaria de alabanza y agradecimiento por los beneficios
obtenidos de Dios en el curso del año que está a punto de terminar.
En algunos lugares, sobre todo en comunidades monásticas y en
asociaciones laicales marcadamente eucarísticas, la noche del 31 de
Diciembre tiene lugar una vigilia de oración que se suele concluir con
la celebración de la Eucaristía. Se debe alentar esta vigilia, y su
celebración tiene que estar en armonía con los contenidos litúrgicos de
la Octava de la Navidad, vivida no sólo como una reacción justificada
ante la despreocupación y disipación con la que la sociedad vive el paso
de una año a otro, sino como ofrenda vigilante al Señor, de las
primicias del nuevo año.
La solemnidad de
santa María, Madre de Dios
115. El 1 de Enero, Octava de la Navidad, la Iglesia celebra la
solemnidad de Santa María, Madre de Dios. La maternidad divina y
virginal de María constituye un acontecimiento salvífico singular: para
la Virgen fue presupuesto y causa de su gloria extraordinaria; para
nosotros es fuente de gracia y de salvación, porque "por medio de ella
hemos recibido al Autor de la vida".
La solemnidad del 1 de Enero, eminentemente mariana, ofrece un espacio
particularmente apto para el encuentro entre la piedad litúrgica y la
piedad popular: la primera celebra este acontecimiento con las formas
que le son propias; la segunda, si está formada de manera adecuada, no
dejará de dar vida a expresiones de alabanza y felicitación a la Virgen
por el nacimiento de su Hijo divino, y de profundizar en el contenido de
tantas formulas de oración, comenzando por la que resulta tan entrañable
a los fieles: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros,
pecadores".
116. En Occidente el 1 de Enero es un día para felicitarse: es el inicio
del año civil. Los fieles están envueltos en el clima festivo del
comienzo del año y se intercambian, con todos, los deseos de "Feliz
año". Sin embargo, deben saber dar a esta costumbre un sentido
cristiano, y hacer de ella casi una expresión de piedad. Los fieles
saben que "el año nuevo" está bajo el señorío de Cristo y por eso, al
intercambiarse las felicitaciones y deseos, lo ponen, implícita o
explícitamente, bajo el dominio de Cristo, a quien pertenecen los días y
los siglos eternos (cfr. Ap 1,8; 22,13).
Con esta conciencia se relaciona la costumbre, bastante extendida, de
cantar el 1 de Enero el himno Veni, creator Spiritus, para que el
Espíritu del Señor dirija los pensamientos y las acciones de todos y
cada uno de los fieles y de las comunidades cristianas durante todo el
año.
117. Entre los buenos deseos, con los que hombres y mujeres se saludan
el 1 de Enero, destaca el de la paz. El "deseo de paz" tiene profundas
raíces bíblicas, cristológicas y navideñas; los hombres de todos los
tiempos invocan el "bien de la paz" , aunque atentan contra el
frecuentemente, y en el modo más violento y destructor: con la guerra.
La Sede Apostólica, partícipe de las aspiraciones profundas de los
pueblos, desde el 1967, ha señalado para el 1 de Enero la celebración de
la "Jornada mundial de la paz".
La piedad popular no ha permanecido insensible ante esta iniciativa de
la Sede Apostólica y, a la luz del Príncipe de la paz recién nacido,
convierte este día en un momento importante de oración por la paz, de
educación en la paz y en los valores que están indisolublemente unidos a
la misma, como la libertad, la solidaridad y la fraternidad, la dignidad
de la persona humana, el respeto de la naturaleza, el derecho al trabajo
y el carácter sagrado de la vida, y de denuncia de situaciones injustas,
que turban las conciencias y amenazan la paz.
La solemnidad de la
Epifanía del Señor
118. En torno a la solemnidad de la Epifanía, que tiene un origen muy
antiguo y un contenido muy rico, han nacido y se han desarrollado muchas
tradiciones y expresiones genuinas de piedad popular. Entre estas se
pueden recordar:
- el solemne anuncio de la Pascua y de las fiestas principales del año;
la recuperación de este anuncio, que se está realizando en diversos
lugares, se debe favorecer, pues ayuda a los fieles a descubrir la
relación entre la Epifanía y la Pascua, y la orientación de todas las
fiestas hacia la mayor de las solemnidades cristianas;
- el intercambio de "regalos de Reyes"; esta costumbre tiene sus raíces
en el episodio evangélico de los dones ofrecidos por los Magos al niño
Jesús (cfr. Mt 2,11), y en un sentido más radical, en el don que Dios
Padre ha concedido a la humanidad con el nacimiento entre nosotros del
Enmanuel (cfr. Is 7,14; 9,6; Mt 1,23). Es deseable que el intercambio de
regalos con ocasión de la Epifanía mantenga un carácter religioso,
muestre que su motivación última se encuentra en la narración
evangélica: esto ayudará a convertir el regalo en una expresión de
piedad cristiana y a sacarlo de los condicionamientos de lujo,
ostentación y despilfarro, que son ajenos a sus orígenes;
- la bendición de las casas, sobre cuyas puertas se traza la cruz del
Señor, el número del año comenzado, las letras iniciales de los nombres
tradicionales de los santos Magos (C+M+B) [en algunas lenguas],
explicadas también como siglas de "Christus mansinem benedicat",
escritas con una tiza bendecida; estos gestos, realizados por grupos de
niños acompañados de adultos, expresan la invocación de la bendición de
Cristo por intercesión de los santos Magos y a la vez son una ocasión
para recoger ofrendas que se dedican a fines misioneros y de caridad;
- las iniciativas de solidaridad a favor de hombres y mujeres que, como
los Magos, vienen de regiones lejanas; respecto a ellos, sean o no
cristianos, la piedad popular adopta una actitud de comprensión
acogedora y de solidaridad efectiva;
- la ayuda a la evangelización de los pueblos; el fuerte carácter
misionero de la Epifanía ha sido percibido por la piedad popular, por lo
cual, en este día tienen lugar iniciativas a favor de las misiones,
especialmente las vinculadas a la "Obra misionera de la Santa Infancia",
instituida por la Sede Apostólica;
- la designación de Santos Patronos; en no pocas comunidades religiosas
y cofradías existe la costumbre de asignar a cada uno de los miembros un
Santo bajo cuyo patrocinio se pone el año recién comenzado
La fiesta del Bautismo del
Señor
119. Los misterios del Bautismo del Señor y de su manifestación en las
bodas de Caná están estrechamente ligados con el acontecimiento
salvífico de la Epifanía.
La fiesta del Bautismo del Señor concluye el Tiempo de navidad. Esta
fiesta, revalorizada en nuestros días, no ha dado origen a especiales
manifestaciones de la piedad popular. Sin embargo, para que los fieles
sean sensibles a lo referente al Bautismo y a la memoria de su
nacimiento como hijos de Dios, esta fiesta puede constituir un momento
oportuno para iniciativas eficaces, como: el uso del Rito de la
aspersión dominical con el agua bendita en todas las misas que se
celebran con asistencia del pueblo; centrar la homilía y la catequesis
en los temas y símbolos bautismales.
La fiesta de la
Presentación del Señor
120. Hasta el 1969 la antigua fiesta del 2 de Febrero, de origen
oriental, recibía en Occidente el título de "Purificación de Santa María
Virgen", y concluía, cuarenta días después de Navidad, el ciclo de
navidad.
Esta fiesta siempre ha tenido un marcado carácter popular. Los fieles,
de hecho:
- asisten con gusto a la procesión conmemorativa de la entrada de Jesús
en el Templo y de su encuentro, ante todo con Dios Padre, en cuya morada
entra por primera vez, después con Simeón y Ana. Esta procesión, que en
Occidente había sustituido a los cortejos paganos licenciosos y que era
de tipo penitencial, posteriormente se caracterizó por la bendición de
las candelas, que se llevaban encendidas durante la procesión, en honor
de Cristo "luz para alumbrar a las naciones" (Lc 2,32);
- son sensibles al gesto realizado por la Virgen María, que presenta a
su Hijo en el Templo y se somete, según el rito de la Ley de Moisés (cfr.
Lv 12,1-8), al rito de la purificación; en la piedad popular el episodio
de la purificación se ha visto como una muestra de la humildad de la
Virgen, por lo cual, la fiesta del 2 de Febrero es considerada con
frecuencia la fiesta de los que realizan los servicios más humildes en
la Iglesia.
121. La piedad popular es sensible al acontecimiento, providencial y
misterioso, de la concepción y del nacimiento de una vida nueva. En
particular las madres cristianas advierten la relación que existe, a
pesar de las notables diferencias – la concepción y el parto de María
son hechos únicos – entre la maternidad de la Virgen, la purísima, madre
de la Cabeza del Cuerpo Místico, y su maternidad: ellas también son
madres según el plan de Dios, pues han generado los futuros miembros del
mismo Cuerpo Místico. En esta intuición, y como imitando el rito
realizado por María (cfr. Lc 2,22-24), tenía origen el rito de la
purificación de la que había dado a luz, algunos de cuyos elementos
reflejaban una visión negativa de lo relacionado con el parto
En el actual Rituale Romanum está prevista una bendición para la madre,
tanto antes del parto como después del parto, esta última sólo en el
caso de que la madre no haya podido participar en el bautismo del hijo.
Sin embargo, es muy oportuno que la madre y sus parientes, al pedir esta
bendición, se adapten a las características de la oración de la Iglesia:
comunión de fe y de caridad en la oración, para que llegue a su feliz
cumplimiento el tiempo de espera (bendición antes del parto) y para dar
gracias a Dios por el don recibido (bendición después del parto).
122. En algunas Iglesias locales se valoran de modo especial algunos
elementos del relato evangélico de la fiesta de la Presentación del
Señor (Lc 2,22-40), como la obediencia de José y María a la Ley del
Señor, la pobreza de los santos esposos, la condición virginal de la
Madre de Jesús, lo que ha aconsejado convertir, también, el 2 de Febrero
en la fiesta de los que se dedican al servicio del Señor y de los
hermanos, en las diversas formas de vida consagrada.
123. La fiesta del 2 de Febrero conserva un carácter popular. Sin
embargo es necesario que responda verdaderamente al sentido auténtico de
la fiesta. No resultaría adecuado que la piedad popular, al celebrar la
Presentación del Señor, se olvidase el contenido cristológico, que es el
fundamental, para quedarse casi exclusivamente en los aspectos
mariológicos; el hecho de que deba "ser considerada ...como memoria
simultánea del Hijo y de la Madre" no autoriza semejante cambio de la
perspectiva; las velas, conservadas en los hogares, deben ser para los
fieles un signo de Cristo "luz del mundo" y por lo tanto, un motivo para
expresar la fe.
En el tiempo de Cuaresma
124. La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de
la Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de
preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con
los hermanos, de recurso más frecuente a las "armas de la penitencia
cristiana": la oración, el ayuno y la limosna (cfr. Mt 6,1-6.16-18).
En el ámbito de la piedad popular no se percibe fácilmente el sentido
mistérico de la Cuaresma y no se han asimilado algunos de los grandes
valores y temas, como la relación entre el "sacramento de los cuarenta
días" y los sacramentos de la iniciación cristiana, o el misterio del
"éxodo", presente a lo largo de todo el itinerario cuaresmal. Según una
constante de la piedad popular, que tiende a centrarse en los misterios
de la humanidad de Cristo, en la Cuaresma los fieles concentran su
atención en la Pasión y Muerte del Señor.
125. El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano,
se caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la
Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los
que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el
gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia
fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia
de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha
conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada
bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe
ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a
que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la
conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.
A pesar de la secularización de la sociedad contemporánea, el pueblo
cristiano advierte claramente que durante la Cuaresma hay que dirigir el
espíritu hacia las realidades que son verdaderamente importantes; que
hace falta un esfuerzo evangélico y una coherencia de vida, traducida en
buenas obras, en forma de renuncia a lo superfluo y suntuoso, en
expresiones de solidaridad con los que sufren y con los necesitados.
También los fieles que frecuentan poco los sacramentos de la Penitencia
y de la Eucaristía saben, por una larga tradición eclesial, que el
tiempo de Cuaresma-Pascua está en relación con el precepto de la Iglesia
de confesar lo propios pecados graves, al menos una vez al año,
preferentemente en el tiempo pascual.
126. La divergencia existente entre la concepción litúrgica y la visión
popular de la Cuaresma, no impide que el tiempo de los "Cuarenta días"
sea un espacio propicio para una interacción fecunda entre Liturgia y
piedad popular.
Un ejemplo de esta interacción lo tenemos en el hecho de que la piedad
popular favorece algunos días, algunos ejercicios de piedad y algunas
actividades apostólicas y caritativas, que la misma Liturgia cuaresmal
prevé y recomienda. La práctica del ayuno, tan característica desde la
antigüedad en este tiempo litúrgico, es un "ejercicio" que libera
voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir
la necesidad de la vida que viene del cielo: "No sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4; cfr.
Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma)
La veneración de Cristo
crucificado
127. El camino cuaresmal termina con el comienzo del Triduo pascual, es
decir, con la celebración de la Misa In Cena Domini. En el Triduo
pascual, el Viernes Santo, dedicado a celebrar la Pasión del Señor, es
el día por excelencia para la "Adoración de la santa Cruz".
Sin embargo, la piedad popular desea anticipar la veneración cultual de
la Cruz. De hecho, a lo largo de todo el tiempo cuaresmal, el viernes,
que por una antiquísima tradición cristiana es el día conmemorativo de
la Pasión de Cristo, los fieles dirigen con gusto su piedad hacia el
misterio de la Cruz.
Contemplando al Salvador crucificado captan más fácilmente el
significado del dolor inmenso e injusto que Jesús, el Santo, el
Inocente, padeció por la salvación del hombre, y comprenden también el
valor de su amor solidario y la eficacia de su sacrificio redentor.
128. Las expresiones de devoción a Cristo crucificado, numerosas y
variadas, adquieren un particular relieve en las iglesias dedicadas al
misterio de la Cruz o en las que se veneran reliquias, consideradas
auténticas, del lignum Crucis. La "invención de la Cruz", acaecida según
la tradición durante la primera mitad del siglo IV, con la consiguiente
difusión por todo el mundo de fragmentos de la misma, objeto de
grandísima veneración, determinó un aumento notable del culto a la Cruz.
En las manifestaciones de devoción a Cristo crucificado, los elementos
acostumbrados de la piedad popular como cantos y oraciones, gestos como
la ostensión y el beso de la cruz, la procesión y la bendición con la
cruz, se combinan de diversas maneras, dando lugar a ejercicios de
piedad que a veces resultan preciosos por su contenido y por su forma.
No obstante, la piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene
necesidad de ser iluminada. Se debe mostrar a los fieles la referencia
esencial de la Cruz al acontecimiento de la Resurrección: la Cruz y el
sepulcro vacío, la Muerte y la Resurrección de Cristo, son inseparables
en la narración evangélica y en el designio salvífico de Dios. En la fe
cristiana, la Cruz es expresión del triunfo sobre el poder de las
tinieblas, y por esto se la presenta adornada con gemas y convertida en
signo de bendición, tanto cuando se traza sobre uno mismo, como cuando
se traza sobre otras personas y objetos.
129. El texto evangélico, particularmente detallado en la narración de
los diversos episodios de la Pasión, y la tendencia a especificar y a
diferenciar, propia de la piedad popular, ha hecho que los fieles
dirijan su atención, también, a aspectos particulares de la Pasión de
Cristo y hayan hecho de ellos objeto de diferentes devociones: el "Ecce
homo", el Cristo vilipendiado, "con la corona de espinas y el manto de
púrpura" (Jn 19,5), que Pilato muestra al pueblo; las llagas del Señor,
sobre todo la herida del costado y la sangre vivificadora que brota de
allí (cfr. Jn 19,34); los instrumentos de la Pasión, como la columna de
la flagelación, la escalera del pretorio, la corona de espinas, los
clavos, la lanza de la transfixión; la sábana santa o lienza de la
deposición.
Estas expresiones de piedad, promovidas en ocasiones por personas de
santidad eminente, son legítimas. Sin embargo, para evitar una división
excesiva en la contemplación del misterio de la Cruz, será conveniente
subrayar la consideración de conjunto de todo el acontecimiento de la
Pasión, conforme a la tradición bíblica y patrística.
La lectura de la Pasión del
Señor
130. La Iglesia exhorta a los fieles a la lectura frecuente, de manera
individual o comunitaria, de la Palabra de Dios. Ahora bien, no hay duda
de que entre las páginas de la Biblia, la narración de la Pasión del
Señor tiene un valor pastoral especial, por lo que, por ejemplo, el Ordo
unctionis infirmorum eorumque pastoralis curae sugiere la lectura, en el
momento de la agonía del cristiano, de la narración de la Pasión del
Señor o de alguna paso de la misma.
Durante el tiempo de Cuaresma, el amor a Cristo crucificado deberá
llevar a la comunidad cristiana a preferir el miércoles y el viernes,
sobre todo, para la lectura de la Pasión del Señor.
Esta lectura, de gran sentido doctrinal, atrae la atención de los fieles
tanto por el contenido como por la estructura narrativa, y suscita en
ellos sentimientos de auténtica piedad: arrepentimiento de las culpas
cometidas, porque los fieles perciben que la Muerte de Cristo ha
sucedido para remisión de los pecados de todo el género humano y también
de los propios; compasión y solidaridad con el Inocente injustamente
perseguido; gratitud por el amor infinito que Jesús, el Hermano
primogénito, ha demostrado en su Pasión para con todos los hombres, sus
hermanos; decisión de seguir los ejemplos de mansedumbre, paciencia,
misericordia, perdón de las ofensas y abandono confiado en las manos del
Padre, que Jesús dio de modo abundante y eficaz durante su Pasión.
Fuera de la celebración litúrgica, la lectura de la Pasión se puede
"dramatizar" si es oportuno, confiando a lectores distintos los textos
correspondientes a los diversos personajes; asimismo, se pueden
intercalar cantos o momentos de silencio meditativo.
El "Vía Crucis"
131. Entre los ejercicios de piedad con los que los fieles veneran la
Pasión del Señor, hay pocos que sean tan estimados como el Vía Crucis. A
través de este ejercicio de piedad los fieles recorren, participando con
su afecto, el último tramo del camino recorrido por Jesús durante su
vida terrena: del Monte de los Olivos, donde en el "huerto llamado
Getsemani" (Mc 14,32) el Señor fue "presa de la angustia" (Lc 22,44),
hasta el Monte Calvario, donde fue crucificado entre dos malhechores (cfr.
Lc 23,33), al jardín donde fue sepultado en un sepulcro nuevo, excavado
en la roca (cfr. Jn 19,40-42).
Un testimonio del amor del pueblo cristiano por este ejercicio de piedad
son los innumerables Vía Crucis erigidos en las iglesias, en los
santuarios, en los claustros e incluso al aire libre, en el campo, o en
la subida a una colina, a la cual las diversas estaciones le confieren
una fisonomía sugestiva.
132. El Vía Crucis es la síntesis de varias devociones surgidas desde la
alta Edad Media: la peregrinación a Tierra Santa, durante la cual los
fieles visitan devotamente los lugares de la Pasión del Señor; la
devoción a las "caídas de Cristo" bajo el peso de la Cruz; la devoción a
los "caminos dolorosos de Cristo", que consiste en ir en procesión de
una iglesia a otra en memoria de los recorridos de Cristo durante su
Pasión; la devoción a las "estaciones de Cristo", esto es, a los
momentos en los que Jesús se detiene durante su camino al Calvario, o
porque le obligan sus verdugos o porque está agotado por la fatiga, o
porque, movido por el amor, trata de entablar un diálogo con los hombres
y mujeres que asisten a su Pasión.
En su forma actual, que está ya atestiguada en la primera mitad del
siglo XVII, el Vía Crucis, difundido sobre todo por San Leonardo de
Porto Mauricio (+1751), ha sido aprobado por la Sede Apostólica, dotado
de indulgencias y consta de catorce estaciones.
133. El Vía Crucis es un camino trazado por el Espíritu Santo, fuego
divino que ardía en el pecho de Cristo (cfr. Lc 12,49-50) y lo impulsó
hasta el Calvario; es un camino amado por la Iglesia, que ha conservado
la memoria viva de las palabras y de los acontecimientos de los último
días de su Esposo y Señor.
En el ejercicio de piedad del Vía Crucis confluyen también diversas
expresiones características de la espiritualidad cristiana: la
comprensión de la vida como camino o peregrinación; como paso, a través
del misterio de la Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el
deseo de conformarse profundamente con la Pasión de Cristo; las
exigencias de la sequela Christi, según la cual el discípulo debe
caminar detrás del Maestro, llevando cada día su propia cruz (cfr. Lc
9,23)
Por todo esto el Vía Crucis es un ejercicio de piedad especialmente
adecuado al tiempo de Cuaresma.
134. Para realizar con fruto el Vía Crucis pueden ser útiles las
siguientes indicaciones:
- la forma tradicional, con sus catorce estaciones, se debe considerar
como la forma típica de este ejercicio de piedad; sin embargo, en
algunas ocasiones, no se debe excluir la sustitución de una u otra
"estación" por otras que reflejen episodios evangélicos del camino
doloroso de Cristo, y que no se consideran en la forma tradicional;
- en todo caso, existen formas alternativas del Vía Crucis aprobadas por
la Sede Apostólica o usadas públicamente por el Romano Pontífice: estas
se deben considerar formas auténticas del mismo, que se pueden emplear
según sea oportuno;
- el Vía Crucis es un ejercicio de piedad que se refiere a la Pasión de
Cristo; sin embargo es oportuno que concluya de manera que los fieles se
abran a la expectativa, llena de fe y de esperanza, de la Resurrección;
tomando como modelo la estación de la Anastasis al final del Vía Crucis
de Jerusalén, se puede concluir el ejercicio de piedad con la memoria de
la Resurrección del Señor.
135. Los textos para el Vía Crucis son innumerables. Han sido compuestos
por pastores movidos por una sincera estima a este ejercicio de piedad y
convencidos de su eficacia espiritual; otras veces tienen por autores a
fieles laicos, eminentes por la santidad de vida, doctrina o talento
literario.
La selección del texto, teniendo presente las eventuales indicaciones
del Obispo, se deberá hacer considerando sobre todo las características
de los que participan en el ejercicio de piedad y el principio pastoral
de combinar sabiamente la continuidad y la innovación. En todo caso,
serán preferibles los textos en los que resuenen, correctamente
aplicadas, las palabras de la Biblia, y que estén escritos con un estilo
digno y sencillo.
Un desarrollo inteligente del Vía Crucis, en el que se alternan de
manera equilibrada: palabra, silencio, canto, movimiento procesional y
parada meditativa, contribuye a que se obtengan los frutos espirituales
de este ejercicio de piedad.
El "Vía Matris"
136. Así como en el plan salvífico de Dios (cfr. Lc 2,34-35) están
asociados Cristo crucificado y la Virgen dolorosa, también los están en
la Liturgia y en la piedad popular.
Como Cristo es el "hombre de dolores" (Is 53,3), por medio del cual se
ha complacido Dios en "reconciliar consigo todos los seres: los del
cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz" (Col
1,20), así María es la "mujer del dolor", que Dios ha querido asociar a
su Hijo, como madre y partícipe de su Pasión (socia Passionis).
Desde los días de la infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen,
participando del rechazo de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el
signo de la espada (cfr. Lc 2,35). Sin embargo, la piedad del pueblo
cristiano ha señalado siete episodios principales en la vida dolorosa de
la Madre y los ha considerado como los "siete dolores" de Santa María
Virgen.
Así, según el modelo del Vía Crucis, ha nacido el ejercicio de piedad
del Vía Matris dolorosae, o simplemente Vía Matris, aprobado también por
la Sede Apostólica. Desde el siglo XVI hay ya formas incipientes del Vía
Matris, pero en su forma actual no es anterior al siglo XIX. La
intuición fundamental es considerar toda la vida de la Virgen, desde el
anuncio profético de Simeón (cfr. Lc 2,34-35) hasta la muerte y
sepultura del Hijo, como un camino de fe y de dolor: camino articulado
en siete "estaciones", que corresponden a los "siete dolores" de la
Madre del Señor.
137. El ejercicio de piedad del Vía Matris se armoniza bien con algunos
temas propios del itinerario cuaresmal. Como el dolor de la Virgen tiene
su causa en el rechazo que Cristo ha sufrido por parte de los hombres,
el Vía Matris remite constante y necesariamente al misterio de Cristo,
siervo sufriente del Señor (cfr. Is 52,13-53,12), rechazado por su
propio pueblo (cfr. Jn 1,11; Lc 2,1-7; 2,34-35; 4,28-29; Mt 26,47-56;
Hech 12,1-5). Y remite también al misterio de la Iglesia: las estaciones
del Vía Matris son etapas del camino de fe y dolor en el que la Virgen
ha precedido a la Iglesia y que esta deberá recorrer hasta el final de
los tiempos.
El Vía Matris tiene como máxima expresión la "Piedad", tema inagotable
del arte cristiano desde la Edad Media.
La Semana Santa
138. "Durante la Semana Santa la Iglesia celebra los misterios de la
salvación actuados por Cristo en los últimos días de su vida, comenzando
por su entrada mesiánica en Jerusalén".
Es muy intensa la participación del pueblo en los ritos de la Semana
Santa. Algunos muestran todavía señales de su origen en el ámbito de la
piedad popular. Sin embargo ha sucedido que, a lo largo de los siglos,
se ha producido en los ritos de la Semana Santa una especie de
paralelismo celebrativo, por lo cual se dan prácticamente dos ciclos con
planteamiento diverso: uno rigurosamente litúrgico, otro caracterizado
por ejercicios de piedad específicos, sobre todo las procesiones.
Esta diferencia se debería reconducir a una correcta armonización entre
las celebraciones litúrgicas y los ejercicios de piedad. En relación con
la Semana Santa, el amor y el cuidado de las manifestaciones de piedad
tradicionalmente estimadas por el pueblo debe llevar necesariamente a
valorar las acciones litúrgicas, sostenidas ciertamente por los actos de
piedad popular.
Domingo de Ramos
Las palmas y los ramos de olivo o de otros árboles
139. "La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos "de la Pasión del
Señor", que comprende a la vez el triunfo real de Cristo y el anuncio de
la Pasión".
La procesión que conmemora la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén
tiene un carácter festivo y popular. A los fieles les gusta conservar en
sus hogares, y a veces en el lugar de trabajo, los ramos de olivo o de
otros árboles, que han sido bendecidos y llevados en la procesión.
Sin embargo es preciso instruir a los fieles sobre el significado de la
celebración, para que entiendan su sentido. Será oportuno, por ejemplo,
insistir en que lo verdaderamente importante es participar en la
procesión y no simplemente procurarse una palma o ramo de olivo; que
estos no se conserven como si fueran amuletos, con un fin curativo o
para mantener alejados a los malos espíritus y evitar así, en las casas
y los campos, los daños que causan, lo cual podría ser una forma de
superstición.
La palma y el ramo de olivo se conservan, ante todo, como un testimonio
de la fe en Cristo, rey mesiánico, y en su victoria pascual.
Triduo pascual
140. Todos los años en el "sacratísimo triduo del crucificado, del
sepultado y del resucitado" o Triduo pascual, que se celebra desde la
Misa vespertina del Jueves en la cena del Señor hasta las Vísperas del
Domingo de Resurrección, la Iglesia celebra, "en íntima comunión con
Cristo su Esposo", los grandes misterios de la redención humana.
Jueves Santo
La visita al lugar de la reserva
141. La piedad popular es especialmente sensible a la adoración del
santísimo Sacramento, que sigue a la celebración de la Misa en la cena
del Señor. A causa de un proceso histórico, que todavía no está del todo
claro en algunas de sus fases, el lugar de la reserva se ha considerado
como "santo sepulcro"; los fieles acudían para venerar a Jesús que
después del descendimiento de la Cruz fue sepultado en la tumba, donde
permaneció unas Cuarenta horas.
Es preciso iluminar a los fieles sobre el sentido de la reserva:
realizada con austera solemnidad y ordenada esencialmente a la
conservación del Cuerpo del Señor, para la comunión de los fieles en la
Celebración litúrgica del Viernes Santo y para el Viático de los
enfermos, es una invitación a la adoración, silenciosa y prolongada, del
Sacramento admirable, instituido en este día.
Por lo tanto, para el lugar de la reserva hay que evitar el término
"sepulcro" ("monumento"), y en su disposición no se le debe dar la forma
de una sepultura; el sagrario no puede tener la forma de un sepulcro o
urna funeraria: el Sacramento hay que conservarlo en un sagrario
cerrado, sin hacer la exposición con la custodia.
Después de la media noche del Jueves Santo, la adoración se realiza sin
solemnidad, pues ya ha comenzado el día de la Pasión del Señor.
Viernes Santo
La procesión del Viernes Santo
142. El Viernes Santo la Iglesia celebra la Muerte salvadora de Cristo.
En el Acto litúrgico de la tarde, medita en la Pasión de su Señor,
intercede por la salvación del mundo, adora la Cruz y conmemora su
propio nacimiento del costado abierto del Salvador (Cfr. Jn 19,34).
Entre las manifestaciones de piedad popular del Viernes Santo, además
del Vía Crucis, destaca la procesión del "Cristo muerto". Esta destaca,
según las formas expresivas de la piedad popular, el pequeño grupo de
amigos y discípulos que, después de haber bajado de la Cruz el Cuerpo de
Jesús, lo llevaron al lugar en el cual había una "tumba excavada en la
roca, en la cual todavía no se había dado sepultura a nadie" (Lc 23,53).
La procesión del "Cristo muerto" se desarrolla, por lo general, en un
clima de austeridad, de silencio y de oración, con la participación de
numerosos fieles, que perciben no pocos sentidos del misterio de la
sepultura de Jesús.
143. Sin embargo, es necesario que estas manifestaciones de la piedad
popular nunca aparezcan ante los fieles, ni por la hora ni por el modo
de convocatoria, como sucedáneo de las celebraciones litúrgicas del
Viernes Santo.
Por lo tanto, al planificar pastoralmente el Viernes Santo se deberá
conceder el primer lugar y el máximo relieve a la Celebración litúrgica,
y se deberá explicar a los fieles que ningún ejercicio de piedad debe
sustituir a esta celebración, en su valor objetivo.
Finalmente, hay que evitar introducir la procesión de "Cristo muerto" en
el ámbito de la solemne Celebración litúrgica del Viernes Santo, porque
esto constituiría una mezcla híbrida de celebraciones.
Representación de la
Pasión de Cristo
144. En muchas regiones, durante la Semana Santa, sobre todo el Viernes,
tienen lugar representaciones de la Pasión de Cristo. Se trata,
frecuentemente, de verdaderas "representaciones sagradas", que con razón
se pueden considerar un ejercicio de piedad. Las representaciones
sagradas hunden sus raíces en la Liturgia. Algunas de ellas, nacidas
casi en el coro de los monjes, mediante un proceso de dramatización
progresiva, han pasado al atrio de la iglesia.
En muchos lugares, la preparación y ejecución de la representación de la
Pasión de Cristo está encomendada a cofradías, cuyos miembros han
asumido determinados compromisos de vida cristiana. En estas
representaciones, actores y espectadores son introducidos en un
movimiento de fe y de auténtica piedad. Es muy deseable que las
representaciones sagradas de la Pasión del Señor no se alejen de este
estilo de expresión sincera y gratuita de piedad, para convertirse en
manifestaciones folclóricas, que atraen no tanto el espíritu religioso
cuanto el interés de los turistas.
Respecto a las representaciones sagradas hay que explicar a los fieles
la profunda diferencia que hay entre una "representación" que es mímesis,
y la "acción litúrgica", que es anámnesis, presencia mistérica del
acontecimiento salvífico de la Pasión.
Hay que rechazar las prácticas penitenciales que consisten en hacerse
crucificar con clavos.
El recuerdo de la
Virgen de los Dolores
145. Dada su importancia doctrinal y pastoral, se recomienda no
descuidar el "recuerdo de los dolores de la Santísima Virgen María". La
piedad popular, siguiendo el relato evangélico, ha destacado la
asociación de la Madre a la Pasión salvadora del Hijo (cfr. Jn 19,25-27;
Lc 2,34ss) y ha dado lugar a diversos ejercicios de piedad entre los que
se deben recordar:
- el Planctus Mariae, expresión intensa de dolor, que con frecuencia
contiene elementos de gran valor literario y musical, en el que la
Virgen llora no sólo la muerte del Hijo, inocente y santo, su bien sumo,
sino también la pérdida de su pueblo y el pecado de la humanidad.
- la "Hora de la Dolorosa", en la que los fieles, con expresiones de
conmovedora devoción, "hacen compañía" a la Madre del Señor, que se ha
quedado sola y sumergida en un profundo dolor, después de la muerte de
su único Hijo; al contemplar a la Virgen con el Hijo entre sus brazos –
la Piedad – comprenden que en María se concentra el dolor del universo
por la muerte de Cristo; en ella ven la personificación de todas las
madres que, a lo largo de la historia, han llorado la muerte de un hijo.
Este ejercicio de piedad, que en algunos lugares de América Latina se
denomina "El pésame", no se debe limitar a expresar el sentimiento
humano ante una madre desolada, sino que, desde la fe en la
Resurrección, debe ayudar a comprender la grandeza del amor redentor de
Cristo y la participación en el mismo de su Madre.
Sábado Santo
146. "Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del
Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y
esperando en la oración y el ayuno su Resurrección".
La piedad popular no puede permanecer ajena al carácter particular del
Sábado Santo; así pues, las costumbres y las tradiciones festivas
vinculadas a este día, en el que durante una época se anticipaba la
celebración pascual, se deben reservar para la noche y el día de Pascua.
La "Hora de la Madre"
147. En María, conforme a la enseñanza de la tradición, está como
concentrado todo el cuerpo de la Iglesia: ella es la "credentium
collectio universa". Por esto la Virgen María, que permanece junto al
sepulcro de su Hijo, tal como la representa la tradición eclesial, es
imagen de la Iglesia Virgen que vela junto a la tumba de su Esposo, en
espera de celebrar su Resurrección.
En esta intuición de la relación entre María y la Iglesia se inspira el
ejercicio de piedad de la Hora de la Madre: mientras el cuerpo del Hijo
reposa en el sepulcro y su alma desciende a los infiernos para anunciar
a sus antepasados la inminente liberación de la región de las tinieblas,
la Virgen, anticipando y representando a la Iglesia, espera llena de fe
la victoria del Hijo sobre la muerte.
Domingo de Pascua
148. También en el Domingo de Pascua, máxima solemnidad del año
litúrgico, tienen lugar no pocas manifestaciones de la piedad popular:
son, todas, expresiones cultuales que exaltan la nueva condición y la
gloria de Cristo resucitado, así como su poder divino que brota de su
victoria sobre el pecado y sobre la muerte.
El encuentro del
Resucitado con la Madre
149. La piedad popular ha intuido que la asociación del Hijo con la
Madre es permanente: en la hora del dolor y de la muerte, en la hora de
la alegría y de la Resurrección.
La afirmación litúrgica de que Dios ha colmado de alegría a la Virgen en
la Resurrección del Hijo, ha sido, por decirlo de algún modo, traducida
y representada por la piedad popular en el Encuentro de la Madre con el
Hijo resucitado: la mañana de Pascua dos procesiones, una con la imagen
de la Madre dolorosa, otra con la de Cristo resucitado, se encuentran
para significar que la Virgen fue la primera que participó, y
plenamente, del misterio de la Resurrección del Hijo.
Para este ejercicio de piedad es válida la observación que se hizo
respecto a la procesión del "Cristo muerto": su realización no debe dar
a entender que sea más importante que las celebraciones litúrgicas del
domingo de Pascua, ni dar lugar a mezclas rituales inadecuadas.
Bendición de la mesa familiar
150. Toda la Liturgia pascual está penetrada de un sentido de novedad:
es nueva la naturaleza, porque en el hemisferio norte la pascua coincide
con el despertar primaveral; son nuevos el fuego y el agua; son nuevos
los corazones de los cristianos, renovados por el sacramento de la
Penitencia y, a ser posible, por los mismos sacramentos de la Iniciación
cristiana; es nueva, por decirlo de alguna manera, la Eucaristía: son
signos y realidades-signo de la nueva condición de vida inaugurada por
Cristo con su Resurrección.
Entre los ejercicios de piedad que se relacionan con la Pascua se
cuentan las tradicionales bendiciones de huevos, símbolos de vida, y la
bendición de la mesa familiar; esta última, que es además una costumbre
diaria de las familias cristianas, que se debe alentar, adquiere un
significado particular en el día de Pascua: con el agua bendecida en la
Vigilia Pascual, que los fieles llevan a sus hogares, según una loable
costumbre, el cabeza de familia u otro miembro de la comunidad doméstica
bendice la mesa pascual.
El saludo pascual
a la Madre del Resucitado
151. En algunos lugares, al final de la Vigilia pascual o después de las
II Vísperas del Domingo de Pascua, se realiza un breve ejercicio de
piedad: se bendicen flores, que se distribuyen a los fieles como signo
de la alegría pascual, y se rinde homenaje a la imagen de la Dolorosa,
que a veces se corona, mientras se canta el Regina caeli. Los fieles,
que se habían asociado al dolor de la Virgen por la Pasión del Hijo,
quieren así alegrarse con ella por el acontecimiento de la Resurrección.
Este ejercicio de piedad, que no se debe mezclar con el acto litúrgico,
es conforme a los contenidos del Misterio pascual y constituye una
prueba ulterior de cómo la piedad popular percibe la asociación de la
Madre a la obra salvadora del Hijo.
En el Tiempo Pascual
La bendición
anual de las familias en sus casas
152. Durante el tiempo pascual – o en otros periodos del año – tiene
lugar la bendición anual de las familias, visitadas en sus casas. Esta
costumbre, tan apreciada por los fieles y encomendada a la atención
pastoral de los párrocos y de sus colaboradores, es una ocasión preciosa
para hacer resonar en las familias cristianas el recuerdo de la
presencia continua de Dios, llena de bendiciones, la invitación a vivir
conforme al Evangelio, la exhortación a los padres e hijos a que
conserven y promuevan el misterio de ser "iglesia doméstica".
El "Vía lucis"
153. Recientemente, en diversos lugares, se está difundiendo un
ejercicio de piedad denominado Vía lucis. En él, como sucede en el Vía
Crucis, los fieles, recorriendo un camino, consideran las diversas
apariciones en las que Jesús – desde la Resurrección a la Ascensión, con
la perspectiva de la Parusía – manifestó su gloria a los discípulos, en
espera del Espíritu prometido (cfr. Jn 14,26; 16,13-15; Lc 24,49),
confortó su fe, culminó las enseñanzas sobre el Reino y determinó aún
más la estructura sacramental y jerárquica de la Iglesia.
Mediante el ejercicio del Vía lucis los fieles recuerdan el
acontecimiento central de la fe – la Resurrección de Cristo – y su
condición de discípulos que en el Bautismo, sacramento pascual, han
pasado de las tinieblas del pecado a la luz de la gracia (cfr. Col 1,13;
Ef 5,8).
Durante siglos, el Vía Crucis ha mediado la participación de los fieles
en el primer momento del evento pascual – la Pasión – y ha contribuido a
fijar sus contenidos en la conciencia del pueblo. De modo análogo, en
nuestros días, el Vía lucis, siempre que se realice con fidelidad al
texto evangélico, puede ser un medio para que los fieles comprendan
vitalmente el segundo momento de la Pascua del Señor: la Resurrección.
El Vía lucis, además, puede convertirse en una óptima pedagogía de la
fe, porque, como se suele decir, "per crucem ad lucem". Con la metáfora
del camino, el Vía lucis lleva desde la constatación de la realidad del
dolor, que en plan de Dios no constituye el fin de la vida, a la
esperanza de alcanzar la verdadera meta del hombre: la liberación, la
alegría, la paz, que son valores esencialmente pascuales.
El Vía lucis, finalmente, en una sociedad que con frecuencia está
marcada por la "cultura de la muerte", con sus expresiones de angustia y
apatía, es un estímulo para establecer una "cultura de la vida", una
cultura abierta a las expectativas de la esperanza y a las certezas de
la fe.
La devoción a la divina
misericordia
154. En relación con la octava de Pascua, en nuestros días y a raíz de
los mensajes de la religiosa Faustina Kowalska, canonizada el 30 de
Abril del 2000, se ha difundido progresivamente una devoción particular
a la misericordia divina comunicada por Cristo muerto y resucitado,
fuente del Espíritu que perdona los pecados y devuelve la alegría de la
salvación. Puesto que la Liturgia del "II Domingo de Pascua o de la
divina misericordia" – como se denomina en la actualidad – constituye el
espacio natural en el que se expresa la acogida de la misericordia del
Redentor del hombre, debe educarse a los fieles para comprender esta
devoción a la luz de las celebraciones litúrgicas de estos días de
Pascua. En efecto, "El Cristo pascual es la encarnación definitiva de la
misericordia, su signo viviente: histórico-salvífico y a la vez
escatológico. En el mismo espíritu, la Liturgia del tiempo pascual pone
en nuestros labios las palabras del salmo: "Cantaré eternamente las
misericordias del Señor" (Sal 89 (88),2)".
La novena de Pentecostés
155. La Escritura da testimonio de que en los nueve días entre la
Ascensión y Pentecostés, los Apóstoles "permanecían unidos y eran
asiduos en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la Madre
de Jesús, y con sus hermanos" (Hech 1,14), en espera de ser "revestidos
con el poder de lo alto" (Lc 24,49). De la reflexión orante sobre este
acontecimiento salvífico ha nacido el ejercicio de piedad de la novena
de Pentecostés, muy difundido en el pueblo cristiano.
En realidad, en el Misal y en la Liturgia de las Horas, sobre todo en
las Vísperas, esta "novena" ya está presente: los textos bíblicos y
eucológicos se refieren, de diversos modos, a la espera del Paráclito.
Por lo tanto, en la medida de lo posible, la novena de Pentecostés
debería consistir en la celebración solemne de las Vísperas. Donde esto
no sea posible, dispóngase la novena de Pentecostés de tal modo que
refleje los temas litúrgicos de los días que van de la Ascensión a la
Vigilia de Pentecostés.
En algunos lugares se celebra durante estos días la semana de oración
por la unidad de los cristianos.
Pentecostés
El domingo de Pentecostés
156. El tiempo pascual concluye en el quincuagésimo día, con el domingo
de Pentecostés, conmemorativo de la efusión del Espíritu Santo sobre los
Apóstoles (cfr. Hech 2,1-4), de los comienzos de la Iglesia y del inicio
de su misión a toda lengua, pueblo y nación. Es significativa la
importancia que ha adquirido, especialmente en la catedral, pero también
en las parroquias, la celebración prolongada de la Misa de la Vigilia,
que tiene el carácter de una oración intensa y perseverante de toda la
comunidad cristiana, según el ejemplo de los Apóstoles reunidos en
oración unánime con la Madre del Señor.
Exhortando a la oración y a la participación en la misión, el misterio
de Pentecostés ilumina la piedad popular: también esta "es una
demostración continua de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia.
Éste enciende en los corazones la fe, la esperanza y el amor, virtudes
excelentes que dan valor a la piedad cristiana. El mismo Espíritu
ennoblece las numerosas y variadas formas de transmitir el mensaje
cristiano según la cultura y las costumbres de cualquier lugar, en
cualquier momento histórico".
Con fórmulas conocidas que vienen de la celebración de Pentecostés (Veni,
creator Spiritus; Veni, Sancte Spiritus) o con breves súplicas (Emitte
Spiritum tuum et creabuntur...), los fieles suelen invocar al Espíritu,
sobre todo al comenzar una actividad o un trabajo, o en situaciones
especiales de angustia. También el rosario, en el tercer misterio
glorioso, invita a meditar en la efusión del Espíritu Santo. Los fieles,
además, saben que han recibido, especialmente en la Confirmación, el
Espíritu de sabiduría y de consejo que les guía en su existencia, el
Espíritu de fortaleza y de luz que les ayuda a tomar las decisiones
importantes y a afrontar las pruebas de la vida. Saben que su cuerpo,
desde el día del Bautismo, es templo del Espíritu Santo, y que debe ser
respetado y honrado, también en la muerte, y que en el último día la
potencia del Espíritu lo hará resucitar.
Al tiempo que nos abre a la comunión con Dios en la oración, el Espíritu
Santo nos mueve hacia el prójimo con sentimientos de encuentro,
reconciliación, testimonio, deseos de justicia y de paz, renovación de
la mente, verdadero progreso social e impulso misionero. Con este
espíritu, la solemnidad de Pentecostés se celebra en algunas comunidades
como "jornada de sacrificio por las misiones".
En el Tiempo ordinario
La solemnidad de la
santísima Trinidad
157. El domingo siguiente a Pentecostés la Iglesia celebra la solemnidad
de la santísima Trinidad. En la baja Edad Media, la devoción creciente
de los fieles al misterio de Dios Uno y Trino, que desde la época
carolingia tenía un lugar importante en la piedad privada y había dado
origen a expresiones de piedad litúrgica, indujo a Juan XXII a extender
en 1334 la fiesta de la Trinidad a toda la Iglesia latina. Este
acontecimiento tuvo, a su vez, un influjo determinante en la aparición y
desarrollo de algunos ejercicios de piedad.
Respecto a la piedad popular a la Santísima Trinidad, "el misterio
central de la fe y de la vida cristiana", no es cuestión tanto de
recordar tal o cual ejercicio de piedad, sino de subrayar que toda forma
auténtica de piedad cristiana debe hacer referencia al verdadero y solo
Dios Uno y Trino, "el Padre omnipotente y su Hijo unigénito y el
Espíritu Santo". Tal es el misterio de Dios, el que se nos ha revelado
en Cristo y por medio de Él. Tal es su manifestación en la historia de
la salvación. Esta no es otra cosa que "la historia del camino y los
medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el
pecado, y se une con ellos".
En efecto, son numerosos los ejercicios de piedad que tienen una
impronta y una dimensión trinitaria. La mayor parte de ellos comienza
con el signo de la cruz y "en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo", la misma fórmula con la que son bautizados los
discípulos de Jesús (cfr. Mt 28,19) y comienzan una vida de intimidad
con Dios, como hijos del Padre, hermanos del Hijo encarnado, templos del
Espíritu. Otros ejercicios de piedad emplean fórmulas similares a la
actual Liturgia de las Horas, y comienzan dando "Gloria al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo". Otros concluyen con la bendición impartida en
el nombre de las tres Personas divinas. Y no son pocos los ejercicios de
piedad cuyas oraciones, siguiendo el esquema característico de la
oración litúrgica, se dirigen "al Padre por Cristo en el Espíritu" y
presentan formulas doxológicas inspiradas en los textos litúrgicos.
158. Como ya se ha dicho en la Primera Parte del presente Directorio, la
vida cultual es un diálogo de Dios con el hombre, por Cristo, en el
Espíritu Santo. Por esto, es necesario que el aspecto trinitario sea un
elemento constante, también en la piedad popular. Tiene que quedar claro
a los fieles que los ejercicios de piedad en honor de la Santísima
Virgen, de los Ángeles y de los Santos, tienen como término al Padre,
del que todo procede y al que todo conduce; al Hijo, encarnado, muerto,
resucitado, único mediador (cfr. 1 Tim 2,5) sin el cual es imposible
tener acceso al Padre (Jn 14,6); al Espíritu, única fuente de gracia y
de santificación. Es importante evitar el peligro de alimentar la idea
de una "divinidad" que prescinda de las Personas Divinas.
159. Entre los ejercicios de piedad dedicados directamente a Dios Trino
y Uno hay que recordar, junto con la pequeña doxología (Gloria al Padre
y al Hijo y al Espíritu Santo...) y la gran doxología (Gloria a Dios en
el cielo...), el Trisagio bíblico (Santo, Santo, Santo) y litúrgico
(Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros), muy
difundido en Oriente y también en algunos países, órdenes y
congregaciones de Occidente.
El Trisagio litúrgico, que se inspira en otros cantos litúrgicos basados
en el Trisagio bíblico – como el Santo en la celebración de la
Eucaristía, el himno Te Deum, los improperios del rito de la adoración
de la Cruz, el Viernes Santo, derivados a su vez de Isaías 6,3 y de
Apocalipsis 4,8 – es un ejercicio de piedad en el que los que oran, en
comunión con los ángeles, glorifican repetidamente a Dios Santo, Fuerte
e Inmortal, con expresiones de alabanza tomadas de la Sagrada Escritura
y de la Liturgia.
La solemnidad
del Cuerpo y la Sangre del Señor
160. El jueves siguiente a la solemnidad de la santísima Trinidad, la
Iglesia celebra la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor.
La fiesta, extendida en 1269 por el Papa Urbano IV a toda la Iglesia
latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a
doctrinas heréticas acerca del misterio de la presencia real de Cristo
en la Eucaristía, por otra parte fue la culminación de un movimiento de
ardiente devoción hacia el augusto Sacramento del altar.
La piedad popular favoreció el proceso que instituyó la fiesta del
Corpus Christi; a su vez, esta fue causa y motivo de la aparición de
nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios.
Durante siglos, la celebración del Corpus Christi fue el principal punto
de confluencia de la piedad popular a la Eucaristía. En los siglos XVI-XVII,
la fe, reavivada por la necesidad de responder a las negaciones del
movimiento protestante, y la cultura – arte, literatura, folclore – han
contribuido a dar vida a muchas y significativas expresiones de la
piedad popular para con el misterio de la Eucaristía.
161. La devoción eucarística, tan arraigada en el pueblo cristiano, debe
ser educada para que capte dos realidades de fondo:
- que el punto de referencia supremo de la piedad eucarística es la
Pascua del Señor; la Pascua, según la visión de los Padres, es la fiesta
de la Eucaristía, como, por otra parte, la Eucaristía es ante todo
celebración de la Pascua, es decir, de la Pasión, Muerte y Resurrección
de Jesús;
- que toda forma de devoción eucarística tiene una relación esencial con
el Sacrificio eucarístico, ya porque dispone a su celebración, ya porque
prolonga las actitudes cultuales y existenciales suscitadas por ella.
A causa precisamente de esto, el Rituale Romanum advierte: "Los fieles,
cuando veneran a Cristo, presente en el Sacramento, recuerden que esta
presencia deriva del Sacrificio y tiende a la comunión, sacramental y
espiritual".
162. La procesión de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es, por
así decir, la "forma tipo" de las procesiones eucarísticas. Prolonga la
celebración de la Eucaristía: inmediatamente después de la Misa, la
Hostia que ha sido consagrada en dicha Misa se conduce fuera de la
iglesia para que el pueblo cristiano "dé un testimonio público de fe y
de veneración al Santísimo Sacramento".
Los fieles comprenden y aman los valores que contiene la procesión del
Corpus Christi: se sienten "Pueblo de Dios" que camina con su Señor,
proclamando la fe en Él, que se ha hecho verdaderamente el "Dios con
nosotros".
Con todo, es necesario que en las procesiones eucarísticas se observen
las normas que regulan su desarrollo, en particular las que garantizan
la dignidad y la reverencia debidas al santísimo Sacramento; y también
es necesario que los elementos típicos de la piedad popular, como el
adorno de las calles y de las ventanas, la ofrenda de flores, los
altares donde se colocará el Santísimo en las estaciones del recorrido,
los cantos y las oraciones "muevan a todos a manifestar su fe en Cristo,
atendiendo únicamente a la alabanza del Señor", y ajenos a toda forma de
emulación.
163. Las procesiones eucarísticas concluyen, normalmente, con la
bendición del santísimo Sacramento. En el caso concreto de la procesión
del Corpus Christi, la bendición constituye la conclusión solemne de
toda la celebración: en lugar de la bendición sacerdotal acostumbrada,
se imparte la bendición con el santísimo Sacramento.
Es importante que los fieles comprendan que la bendición con el
santísimo Sacramento no es una forma de piedad eucarística aislada, sino
el momento conclusivo de un encuentro cultual suficientemente amplio.
Por eso, la normativa litúrgica prohíbe "la exposición realizada
únicamente para impartir la bendición".
La adoración eucarística
164. La adoración del santísimo Sacramento es una expresión
particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia
exhorta a los Pastores y fieles.
Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo
sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor y a la reserva de
las sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que
existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su
presencia permanente en las Especies consagradas. La reserva de las
Especies sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder
disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático
a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de
recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en
el Sacramento.
De hecho, "la fe en la presencia real del Señor conduce de un modo
natural a la manifestación externa y pública de esta misma fe (...) La
piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les
atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual
y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad
infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo. Al
detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante
Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan
por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo
al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio
un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las
disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es
conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que
nos ha dado el Padre".
165. La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas
litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil
establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:
- la simple visita al santísimo Sacramento reservado en el sagrario:
breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y
caracterizado por la oración silenciosa;
- adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas
litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;
- la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que
comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística
o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de
piedad eucarística.
En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que
empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para
que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con
algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el
ritmo del Año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De
este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del
santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales
en honor de la Virgen María y de los Santos. Sin embargo, dado el
estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría
ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica,
meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención.
El sagrado Corazón de Jesús
166. El viernes siguiente al segundo domingo después de Pentecostés, la
Iglesia celebra la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús. Además de la
celebración litúrgica, otras muchas expresiones de piedad tienen por
objeto el Corazón de Cristo. No hay duda de que la devoción al Corazón
del Salvador ha sido, y sigue siendo, una de las expresiones más
difundidas y amadas de la piedad eclesial.
Entendida a la luz de la sagrada Escritura, la expresión "Corazón de
Cristo" designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su
persona considerada en el núcleo más íntimo y esencial: Hijo de Dios,
sabiduría increada, caridad infinita, principio de salvación y de
santificación para toda la humanidad. El "Corazón de Cristo" es Cristo,
Verbo encarnado y salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu,
con amor infinito divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres sus
hermanos.
167. Como han recordado frecuentemente los Romanos Pontífices, la
devoción al Corazón de Cristo tiene un sólido fundamento en la
Escritura.
Jesús, que es uno con el Padre (cfr. Jn 10,30), invita a sus discípulos
a vivir en íntima comunión con Él, a asumir su persona y su palabra como
norma de conducta, y se presenta a sí mismo como maestro "manso y
humilde de corazón" (Mt 11,29). Se puede decir, en un cierto sentido,
que la devoción al Corazón de Cristo es la traducción en términos
cultuales de la mirada que, según las palabras proféticas y evangélicas,
todas las generaciones cristianas dirigirán al que ha sido atravesado (cfr.
Jn 19,37; Zc 12,10), esto es, al costado de Cristo atravesado por la
lanza, del cual brotó sangre y agua (cfr. Jn 19,34), símbolo del
"sacramento admirable de toda la Iglesia".
El texto de san Juan que narra la ostensión de las manos y del costado
de Cristo a los discípulos (cfr. Jn 20,20) y la invitación dirigida por
Cristo a Tomás, para que extendiera su mano y la metiera en su costado (cfr.
Jn 20,27), han tenido también un influjo notable en el origen y en el
desarrollo de la piedad eclesial al sagrado Corazón.
168. Estos textos, y otros que presentan a Cristo como Cordero pascual,
victorioso, aunque también inmolado (cfr. Ap 5,6), fueron objeto de
asidua meditación por parte de los Santos Padres, que desvelaron las
riquezas doctrinales y con frecuencia invitaron a los fieles a penetrar
en el misterio de Cristo por la puerta abierta de su costado. Así san
Agustín: "La entrada es accesible: Cristo es la puerta. También se abrió
para ti cuando su costado fue abierto por la lanza. Recuerda qué salió
de allí; así mira por dónde puedes entrar. Del costado del Señor que
colgaba y moría en la Cruz salió sangre y agua, cuando fue abierto por
la lanza. En el agua está tu purificación, en la sangre tu redención".
169. La Edad Media fue una época especialmente fecunda para el
desarrollo de la devoción al Corazón del Salvador. Hombres insignes por
su doctrina y santidad, como san Bernardo (+1153), san Buenaventura
(+1274), y místicos como santa Lutgarda (+1246), santa Matilde de
Magdeburgo (+1282), las santas hermanas Matilde (+1299) y Gertrudis
(+1302) del monasterio de Helfta, Ludolfo de Sajonia (+1378), santa
Catalina de Siena (+1380), profundizaron en el misterio del Corazón de
Cristo, en el que veían el "refugio" donde acogerse, la sede de la
misericordia, el lugar del encuentro con Él, la fuente del amor infinito
del Señor, la fuente de la cual brota el agua del Espíritu, la verdadera
tierra prometida y el verdadero paraíso.
170. En la época moderna, el culto del Corazón de Salvador tuvo un nuevo
desarrollo. En un momento en el que el jansenismo proclamaba los rigores
de la justicia divina, la devoción al Corazón de Cristo fue un antídoto
eficaz para suscitar en los fieles el amor al Señor y la confianza en su
infinita misericordia, de la cual el Corazón es prenda y símbolo. San
Francisco de Sales (+1622), que adoptó como norma de vida y apostolado
la actitud fundamental del Corazón de Cristo, esto es, la humildad, la
mansedumbre (cfr. Mt 11,29), el amor tierno y misericordioso; santa
Margarita María de Alacoque (+1690), a quien el Señor mostró repetidas
veces las riquezas de su Corazón; San Juan Eudes (+1680), promotor del
culto litúrgico al sagrado Corazón; san Claudio de la Colombiere
(+1682), San Juan Bosco (+1888) y otros santos, han sido insignes
apóstoles de la devoción al sagrado Corazón.
171. Las formas de devoción al Corazón del Salvador son muy numerosas;
algunas han sido explícitamente aprobadas y recomendadas con frecuencia
por la Sede Apostólica. Entre éstas hay que recordar:
- la consagración personal, que, según Pío XI, "entre todas las
prácticas del culto al sagrado Corazón es sin duda la principal";
- la consagración de la familia, mediante la que el núcleo familiar,
partícipe ya por el sacramento del matrimonio del misterio de unidad y
de amor entre Cristo y la Iglesia, se entrega al Señor para que reine en
el corazón de cada uno de sus miembros;
- las Letanías del Corazón de Jesús, aprobadas en 1891 para toda la
Iglesia, de contenido marcadamente bíblico y a las que se han concedido
indulgencias;
- el acto de reparación, fórmula de oración con la que el fiel,
consciente de la infinita bondad de Cristo, quiere implorar misericordia
y reparar las ofensas cometidas de tantas maneras contra su Corazón;
- la práctica de los nueve primeros viernes de mes, que tiene su origen
en la "gran promesa" hecha por Jesús a santa Margarita María de Alacoque.
En una época en la que la comunión sacramental era muy rara entre los
fieles, la práctica de los nueve primeros viernes de mes contribuyó
significativamente a restablecer la frecuencia de los sacramentos de la
Penitencia y de la Eucaristía. En nuestros días, la devoción de los
primeros viernes de mes, si se practica de un modo correcto, puede dar
todavía indudable fruto espiritual. Es preciso, sin embargo, que se
instruya de manera conveniente a los fieles: sobre el hecho de que no se
debe poner en esta práctica una confianza que se convierta en una vana
credulidad que, en orden a la salvación, anula las exigencias
absolutamente necesarias de la fe operante y del propósito de llevar una
vida conforme al Evangelio; sobre el valor absolutamente principal del
domingo, la "fiesta primordial", que se debe caracterizar por la plena
participación de los fieles en la celebración eucarística.
172. La devoción al sagrado Corazón constituye una gran expresión
histórica de la piedad de la Iglesia hacia Jesucristo, su esposo y
señor; requiere una actitud de fondo, constituida por la conversión y la
reparación, por el amor y la gratitud, por el empeño apostólico y la
consagración a Cristo y a su obra de salvación. Por esto, la Sede
Apostólica y los Obispos la recomiendan, y promueven su renovación: en
las expresiones del lenguaje y en las imágenes, en la toma de conciencia
de sus raíces bíblicas y su vinculación con las verdades principales de
la fe, en la afirmación de la primacía del amor a Dios y al prójimo,
como contenido esencial de la misma devoción.
173. La piedad popular tiende a identificar una devoción con su
representación iconográfica. Esto es algo normal, que sin duda tiene
elementos positivos, pero puede también dar lugar a ciertos
inconvenientes: un tipo de imágenes que no responda ya al gusto de los
fieles, puede ocasionar un menor aprecio del objeto de la devoción,
independientemente de su fundamento teológico y de contenido histórico
salvífico.
Así ha sucedido con la devoción al sagrado Corazón: ciertas láminas con
imágenes a veces dulzonas, inadecuadas para expresar el robusto
contenido teológico, no favorecen el acercamiento de los fieles al
misterio del Corazón del Salvador.
En nuestro tiempo se ha visto con agrado la tendencia a representar el
sagrado Corazón remitiéndose al momento de la Crucifixión, en la que se
manifiesta en grado máximo el amor de Cristo. El sagrado Corazón es
Cristo crucificado, con el costado abierto por la lanza, del que brotan
sangre y agua (cfr. Jn 19,34).
El Corazón inmaculado de María
174. Al día siguiente de la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús, la
Iglesia celebra la memoria del Corazón inmaculado de María. La
contigüidad de las dos celebraciones es ya, en sí misma, un signo
litúrgico de su estrecha relación: el mysterium del Corazón del Salvador
se proyecta y refleja en el Corazón de la Madre que es también compañera
y discípula. Así como la solemnidad del sagrado Corazón celebra los
misterios salvíficos de Cristo de una manera sintética y refiriéndolos a
su fuente – precisamente el Corazón -, la memoria del Corazón inmaculado
de María es celebración resumida de la asociación "cordial" de la Madre
a la obra salvadora del Hijo: de la Encarnación a la Muerte y
Resurrección, y al don del Espíritu.
La devoción al Corazón inmaculado de María se ha difundido mucho,
después de las apariciones de la Virgen en Fátima, en el 1917. A los
veinticinco años de las mismas, en el 1942, Pío XII consagraba la
Iglesia y el género humano al Corazón inmaculado de María, y en el 1944
la fiesta del Corazón inmaculado de María se extendió a toda la Iglesia.
Las expresiones de la piedad popular hacia el Corazón de María imitan,
aunque salvando la infranqueable distancia entre el Hijo, verdadero
Dios, y la Madre, sólo criatura, las del Corazón de Cristo: la
consagración de cada uno de los fieles, de las familias, de las
comunidades religiosas, de las naciones; la reparación, realizada sobre
todo mediante la oración, la mortificación y las obras de misericordia;
la práctica de los cinco primeros sábados de mes.
Por lo que refiere a la devoción de la comunión sacramental durante
cinco primeros sábados consecutivos, valen las observaciones hechas a
propósito de los nueve primeros viernes: eliminada toda valoración
excesiva del signo temporal y situada correctamente la comunión en el
contexto celebrativo de la Eucaristía, la práctica de piedad debe ser
aprovechada como ocasión propicia para vivir intensamente, con una
actitud inspirada en la Virgen, el Misterio pascual que se celebra en la
Eucaristía.
La preciosísima Sangre de
Cristo
175. En la revelación bíblica, tanto en la fase de figura, propia del
Antiguo Testamento, como en la de cumplimiento y perfección, propia del
Nuevo, la sangre aparece íntimamente relacionado con la vida, y como
antítesis con la muerte, con el éxodo y la pascua, con el sacerdocio y
los sacrificios cultuales, con la redención y la alianza.
Las figuras del Antiguo Testamento referidas a la sangre y a su valor
salvífico se han realizado de modo perfecto en Cristo, sobre todo en su
Pascua de Muerte y Resurrección. Por esto el misterio de la Sangre de
Cristo ocupa un puesto central en la fe y en la salvación.
Con el misterio de la Sangre salvadora se relacionan o remiten al mismo:
- el acontecimiento de la Encarnación del Verbo (cfr. Jn 1,14) y el rito
de incorporación del recién nacido Jesús al pueblo de la Antigua
Alianza, mediante la circuncisión (cfr. Lc 2,21);
- la figura bíblica del Cordero, con una multitud de aspectos e
implicaciones: "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn
1,29.36); en la que confluye la imagen del "Siervo sufriente" de Isaías
53, que carga sobre sí los sufrimientos y el pecado de la humanidad (cfr.
Is 53,4-5); "Cordero pascual" (cfr. Ex 12,1; Jn 12,36), símbolo de la
redención de Israel (cfr. Hech 8,31-35; 1 Cor 5,7; 1 Pe 1,18-20);
- el "cáliz de la pasión", del que habla Jesús, aludiendo a su inminente
muerte redentora, cuando pregunta a los hijos de Zebedeo: "¿Podéis beber
el cáliz que yo voy a beber?" (Mt 20,22; cfr. Mc 10,38) y el cáliz de la
agonía del huerto de los olivos (cfr. Lc 22,42-43), acompañado del sudor
de sangre (cfr. Lc 22,44);
- el cáliz eucarístico, que en el signo del vino contiene la Sangre de
la Alianza nueva y eterna, derramada por la remisión de los pecados, y
es memorial de la Pascua del Señor (cfr. 1 Cor 11,25) y bebida de
salvación, conforme a las palabras del Maestro: "el que come mi carne y
bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día" (Jn
6,54);
- el acontecimiento de la muerte, porque mediante la sangre derramada en
la Cruz, Cristo puso en paz el cielo y la tierra (cfr. Col 1,20);
- el golpe de la lanza que atravesó al Cordero inmolado, de cuyo costado
abierto brotaron sangre y agua (cfr. Jn 19,34), testimonio de la
redención realizada, signo de la vida sacramental de la Iglesia – agua y
sangre, Bautismo y Eucaristía -, símbolo de la Iglesia nacida de Cristo
dormido en la Cruz.
176. Con el misterio de la sangre se relacionan, de modo particular, los
títulos cristológicos de Redentor: Cristo con su sangre inocente y
preciosa nos ha rescatado de la antigua esclavitud (cfr. 1 Pe 1,19) y
nos "limpia de todo pecado" (1 Jn 1,7); de sumo Sacerdote de los "bienes
futuros", porque Cristo "no con sangre de machos cabríos y becerros,
sino con su propia sangre entró una vez para siempre en el santuario,
obteniéndonos la redención eterna" (Heb 9,11-12); de Testigo fiel (cfr.
Ap 1,5) que hace justicia a la sangre de los mártires (cfr. Ap 6,10),
que "fueron inmolados por la Palabra de Dios y por el testimonio que
dieron de la misma" (Ap 6,9); de Rey, el cual, Dios, "reina desde el
madero", adornado con la púrpura de su propia sangre; de Esposo y
Cordero de Dios, en cuya sangre han lavado sus vestiduras los miembros
de la comunidad eclesial – la Esposa –(cfr. Ap 7,14; Ef 5,25-27).
177. La extraordinaria importancia de la Sangre salvadora ha hecho que
su memoria tenga un lugar central y esencial en la celebración del
misterio del culto: ante todo en el centro mismo de la asamblea
eucarística, en la que la Iglesia eleva a Dios Padre, en acción de
gracias, el "cáliz de la bendición" (1 Cor 10,16) y lo ofrece a los
fieles como sacramento de verdadera y real "comunión con la sangre de
Cristo" (1 Cor 10,16), y también en el curso del Año Litúrgico. La
Iglesia conmemora el misterio de la Sangre, no sólo en la solemnidad del
Cuerpo y Sangre de Señor (jueves siguiente a la solemnidad de la
Santísima Trinidad), sino también en otras muchas celebraciones, de
manera que la memoria cultual de la Sangre que nos ha rescatado (cfr. 1
Pe 1,18) está presente durante todo el Año. Por ejemplo, en el Tiempo de
Navidad, en las Vísperas, la Iglesia, dirigiéndose a Cristo canta: "Nos
quoque, qui sancto tuo/ redempti sumus sanguine,/ ob diem natalis tui/
hymnum novum concinimus". Pero sobre todo en el Triduo pascual, el valor
y la eficacia redentora de la Sangre de Cristo son objeto de memoria y
adoración constante. El Viernes Santo, durante la adoración de la Cruz,
resuena el canto: "Mite corpus perforatur, sanguis unde profluit;/ terra,
pontus, astra, mundus quo lavantur flumine!"; y en mismo día de Pascua:
"Cuius corpus sanctissimum/ in ara crucis torridum,/ sed et cruorem
roseum/ gustando, Deo vivimus"
En algunos lugares y Calendarios particulares, la fiesta de la
preciosísima Sangre de Cristo se celebra todavía el 1 de Julio: en ella
se recuerdan los títulos del Redentor.
178. La veneración de la Sangre de Cristo ha pasado del culto litúrgico
a la piedad popular, en la que tiene un amplio espacio y numerosas
expresiones. Entre éstas hay que recordar:
- la Corona de la preciosa Sangre de Cristo, en la que con lecturas
bíblicas y oraciones son objeto de meditación piadosa "siete efusiones
de sangre" de Cristo, explícita o implícitamente recordadas en los
Evangelios: la sangre derramada en la circuncisión, en el huerto de los
olivos, en la flagelación, en la coronación de espinas, en la subida al
Monte Calvario, en la crucifixión, en el golpe de la lanza;
- las Letanías de la Sangre de Cristo: el formulario actual, aprobado
por el Papa Juan XXIII el 24 de Febrero de 1960, se despliega desde un
argumento en el que la línea histórico-salvífica es claramente visible y
las referencias a pasajes bíblicos son numerosas;
- la Hora de adoración a la preciosa Sangre de Cristo, que adquiere una
gran variedad de formas, pero con un único objetivo: la alabanza y la
adoración de la Sangre de Cristo presente en la Eucaristía, el
agradecimiento por los dones de la redención, la intercesión para
alcanzar misericordia y perdón, la ofrenda de la Sangre preciosa por el
bien de la Iglesia;
- el Vía Sanguinis: un ejercicio de piedad reciente que, por motivos
antropológicos y culturales, ha tenido su origen en África, donde hoy
está particularmente extendido entre las comunidades cristianas. En el
Vía Sanguinis los fieles, avanzando de un lugar a otro como en el Vía
Crucis, reviven los diversos momentos en los que el Señor Jesús derramó
su sangre por nuestra salvación.
179. La veneración de la Sangre del Señor, derramada para nuestra
salvación, y la conciencia de su inmenso valor han favorecido la
difusión de representaciones iconográficas aceptadas por la Iglesia. Hay
dos tipos fundamentales: la que hace referencia al cáliz eucarístico,
que contiene la Sangre de la nueva y eterna Alianza, y la que sitúa en
el centro de la imagen a Jesús crucificado, de cuyas manos, pies y
costado brota la Sangre salvadora. A veces la Sangre inunda la tierra
abundantemente, como un torrente de gracia que purifica los pecados; a
veces junto a la cruz se representan cinco Ángeles, que recogen cada uno
en un cáliz la Sangre que mana de las cinco heridas; esta acción a veces
la realiza una figura femenina, que representa a la Iglesia, Esposa del
Cordero.
La Asunción de Santa María
Virgen
180. En el transcurso del Tiempo ordinario destaca, por sus múltiples
significados teológicos, la solemnidad de la Asunción de Santa María
Virgen (15 de Agosto). Es una memoria antigua de la Madre del Señor,
compendio y síntesis de muchas verdades de la fe. La Virgen asunta al
cielo:
- aparece como "el fruto más excelso de la redención", testimonio
supremo de la amplitud y la eficacia de la obra salvífica de Cristo
(significado soteriológico);
- constituye la prenda de la participación futura de todos los miembros
del Cuerpo místico en la gloria pascual del Resucitado (aspecto
cristológico);
- es para todos los hombres "la imagen y la consoladora prenda del
cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el
destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos, teniendo "en común con
ellos la carne y la sangre" (Heb 2, 14; cfr. Gal 4, 4)" (aspecto
antropológico);
- es la imagen escatológica de lo que la Iglesia "toda, desea y espera
llegar a ser" (aspecto eclesiológico);
- es la garantía de la fidelidad del Señor a su promesa: reserva una
recompensa espléndida a su humilde Sierva por su adhesión fiel al plan
divino, esto es, un destino de plenitud y bienaventuranza, de
glorificación del alma inmaculada y del cuerpo virginal, de perfecta
configuración con el Hijo resucitado (aspecto mariológico).
181. La fiesta del 15 de agosto es muy apreciada en la piedad popular.
En muchos lugares se considera que es la fiesta de la Virgen, por
antonomasia: el "día de Santa María", como lo es la Inmaculada para
España y para América Latina.
En los países del área germánica se ha difundido la costumbre de
bendecir plantas aromáticas el 15 de Agosto. Esta bendición, que durante
algún tiempo figuró en el Rituale Romanum, constituye un claro ejemplo
de auténtica evangelización de ritos y creencias pre-cristianas: a Dios,
por cuya palabra "la tierra produce sus brotes, hierbas que producen
semillas...y árboles que dan cada uno fruto con semillas, según sus
especies" (Gn 1,12), es a quien hacía falta dirigirse para obtener lo
que los paganos trataban de conseguir mediante sus ritos mágicos: evitar
los daños que producían las hierbas venenosas, aumentar la eficacia de
las curativas.
De esta visión viene, en parte, el uso antiguo de aplicar a la Virgen
Santísima, haciendo referencia a la Escritura, símbolos y apelativos
tomados del mundo vegetal, como viña, espiga, cedro, lirio, y ver en
ella una flor de suave olor por sus virtudes, e incluso describirla como
el "retoño germinado de la raíz de Jesé" (Is 11,1) que engendraría el
fruto bendito, Jesús.
Semana de
oración por la unidad de los cristianos
182. Teniendo siempre presente la oración de Jesús: "como tú, Padre,
estás en mí y yo en ti, que ellos sean una sola cosa en nosotros, para
que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21), la Iglesia invoca
en cada Eucaristía el don de la unidad y de la paz. El mismo Misal
Romano – entre las Misas por diversas necesidades – contiene tres
formularios de Misa "por la unidad de los cristianos". Esta intención
aparece también en las preces de Liturgia de las Horas.
Dada la diversa sensibilidad de los "hermanos separados", también las
expresiones de la piedad popular deben tener presente el criterio
ecuménico. De hecho "la conversión del corazón y santidad de vida,
juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los
cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento
ecuménico, y con razón puede llamarse ecumenismo espiritual". Un
especial punto de encuentro entre los católicos y los cristianos
pertenecientes a otras Iglesias y Comunidades eclesiales es la oración
en común, para impetrar la gracia de la unidad y para presentar a Dios
las necesidades o preocupaciones comunes, y para darle gracias e
implorar su ayuda. "La oración común se recomienda especialmente durante
la "Semana de oración por la unidad de los cristianos", o en el tiempo
entre la Ascensión y Pentecostés". Se han concedido indulgencias a la
oración por la unidad de los cristianos.
Capítulo V
LA VENERACIÓN A
LA SANTA MADRE DEL SEÑOR
Algunos principios
183. La piedad popular a la Santísima Virgen, diversa en sus expresiones
y profunda en sus causas, es un hecho eclesial relevante y universal.
Brota de la fe y del amor del pueblo de Dios a Cristo, Redentor del
género humano, y de la percepción de la misión salvífica que Dios ha
confiado a María de Nazaret, para quien la Virgen no es sólo la Madre
del Señor y del Salvador, sino también, en el plano de la gracia, la
Madre de todos los hombres.
De hecho, "los fieles entienden fácilmente la relación vital que une al
Hijo y a la Madre. Saben que el Hijo es Dios y que ella, la Madre, es
también madre de ellos. Intuyen la santidad inmaculada de la Virgen, y
venerándola como reina gloriosa en el cielo, están seguros de que ella,
llena de misericordia, intercede en su favor, y por tanto imploran con
confianza su protección. Los más pobres la sienten especialmente
cercana. Saben que fue pobre como ellos, que sufrió mucho, que fue
paciente y mansa. Sienten compasión por su dolor en la crucifixión y
muerte del Hijo, se alegran con ella por la Resurrección de Jesús.
Celebran con gozo sus fiestas, participan con gusto en sus procesiones,
acuden en peregrinación a sus santuarios, les gusta cantar en su honor,
le presentan ofrendas votivas. No permiten que ninguno la ofenda e
instintivamente desconfían de quien no la honra".
La Iglesia misma exhorta a todos sus hijos – ministros sagrados,
religiosos, fieles laicos – a alimentar su piedad personal y comunitaria
también con ejercicios de piedad, que aprueba y recomienda. El culto
litúrgico, no obstante su importancia objetiva y su valor insustituible,
su eficacia ejemplar y su carácter normativo, no agota todas las
posibilidades de expresión de la veneración del pueblo de Dios a la
Santa Madre del Señor.
184. Las relaciones entre la Liturgia y la piedad popular mariana se
deben regular a la luz de los principios y las normas que han sido
presentadas varias veces en este documento. En cualquier caso, con
respecto a la piedad mariana del pueblo de Dios, la Liturgia debe
aparecer como "forma ejemplar", fuente de inspiración, punto de
referencia constante y meta última.
185. Sin embargo, conviene recordar aquí de manera sintética algunas
líneas generales que el Magisterio de la Iglesia ha trazado respecto a
los ejercicios de piedad marianos y que se deben tener en cuenta para
todo lo referente a la composición de nuevos ejercicios de piedad, para
la revisión de lo que ya existen, o simplemente para su celebración. Los
Pastores deben prestar atención a los ejercicios de piedad marianos,
dada su importancia; por una parte, son fruto y expresión de la piedad
mariana de un pueblo o de una comunidad de fieles, por otra, a veces,
son causa y factor no secundario de la "fisonomía mariana" de los
fieles, del "estilo" que adquiere la piedad de los fieles para con la
Virgen Santísima.
186. La directriz fundamental del Magisterio, respecto a los ejercicios
de piedad, es que se puedan reconducir al "cauce del único culto que
justa y merecidamente se llama cristiano, porque en Cristo tiene su
origen y eficacia, en Cristo halla plena expresión y por medio de Cristo
conduce en el Espíritu al Padre". Esto significa que los ejercicios de
piedad marianos, aunque no todos del mismo modo y en la misma medida,
deben:
- expresar la dimensión trinitaria que distingue y caracteriza el culto
al Dios de la revelación neotestamentaria, el Padre, el Hijo y el
Espíritu; la dimensión cristológica, que subraya la única y necesaria
mediación de Cristo; la dimensión pneumatológica, porque toda auténtica
expresión de piedad viene del Espíritu y en el Espíritu se consuma; el
carácter eclesial, por el que los bautizados, al constituir el pueblo
santo de Dios, rezan reunidos en el nombre del Señor (cfr. Mt 18,20) y
en el espacio vital de la Comunión de los Santos;
- recurrir de manera continua a la sagrada Escritura, entendida en el
sentido de la sagrada Tradición; no descuidar, manteniendo íntegra la
confesión de fe de la Iglesia, las exigencias del movimiento ecuménico;
considerar los aspectos antropológicos de las expresiones cultuales, de
manera que reflejen una visión adecuada del hombre y respondan a sus
exigencias; hacer patente la tensión escatológica, elemento esencial del
mensaje cristiano; explicitar el compromiso misionero y el deber de dar
testimonio, que son una obligación de los discípulos del Señor.
Los
tiempos de los ejercicios de piedad marianos
La celebración de la fiesta
187. Los ejercicios de piedad marianos se relacionan, casi todos, con
una fiesta litúrgica presente en el Calendario general del Rito Romano,
o en los calendarios particulares de las diócesis o familias religiosas.
A veces, el ejercicio de piedad es previo a la institución de la fiesta
(como en el caso del santo Rosario), a veces la fiesta es muy anterior
al ejercicio de piedad (como en el caso del Angelus Domini). Este hecho
pone de manifiesto la relación que existe entre la Liturgia y los
ejercicios de piedad y cómo estos últimos encuentran su momento
culminante en la celebración de la fiesta. En cuanto litúrgica, la
fiesta está en relación con la historia de la salvación y celebra un
aspecto de la asociación de la Virgen María al misterio de Cristo. Se
debe celebrar, por tanto, conforme a las normas de la Liturgia y en el
respeto a la jerarquía entre "actos litúrgicos" y "ejercicios de piedad"
vinculados con ellos.
Sin embargo, una fiesta de la Virgen Santísima, en cuanto manifestación
popular conlleva unos valores antropológicos que no se pueden olvidar.
El sábado
188. Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado,
que tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se
remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos
que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente
se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a
los estudiosos de la historia de la piedad.
Hoy en día, prescindiendo de sus orígenes históricos no aclarados del
todo, se ponen de relieve, con razón, algunos de los valores de esta
memoria, a los cuales "la espiritualidad contemporánea es más sensible:
el ser recuerdo de la actitud materna y de discípula de la "santa Virgen
que ‘durante el gran sábado’ cuando Cristo yacía en el sepulcro, fuerte
únicamente por su fe y su esperanza, sola entre todos los discípulos,
esperó vigilante la Resurrección del Señor"; preludio e introducción a
la celebración del domingo, fiesta primordial, memoria semanal de la
Resurrección de Cristo; signo, con su ritmo semanal, de que la Virgen
está continuamente presente y operante en la vida de la Iglesia".
También la piedad popular es sensible al valor del sábado como día de
santa María. No es raro el caso de comunidades religiosas y de
asociaciones de fieles cuyos estatutos prescriben presentar todos los
sábados algún obsequio particular a la Madre del Señor, a veces con
ejercicios de piedad compuestos especialmente para este día.
Triduos, septenarios,
novenas marianas
189. Precisamente porque es un momento culminante, la fiesta suele estar
precedida y preparada por un triduo, septenario o novena. Estos "tiempos
y modos de la piedad popular" se deben desarrollar en armonía con los
"tiempos y modos de la Liturgia".
Triduos, septenarios, novenas, pueden constituir una ocasión propicia no
sólo para realizar ejercicios de piedad en honor de la Virgen, sino
también pueden servir para presentar a los fieles una visión adecuada
del lugar que ocupa en el misterio de Cristo y de la Iglesia, y la
función que desempeña.
Los ejercicios de piedad no pueden permanecer ajenos a los progresivos
avances de la investigación bíblica y teológica sobre la Madre del
Salvador, es más, se deben convertir, sin que cambie su naturaleza, en
medio catequético para la difusión y conocimiento de los mismos.
Triduos, septenarios y novenas, servirán para preparar verdaderamente la
celebración de la fiesta, si los fieles se sienten movidos a acercarse a
los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía y a renovar su
compromiso cristiano a ejemplo de María, la primera y más perfecta
discípula de Cristo.
En algunas regiones, el día 13 de cada mes, en recuerdo de las
apariciones de la virgen de Fátima, los fieles se reúnen para tener un
tiempo de oración mariana.
Los "meses de María"
190. Con respecto a la práctica de un "mes de María", extendida en
varias Iglesias tanto de Oriente como de Occidente, se pueden recordar
algunas orientaciones fundamentales.
En Occidente, los meses dedicados a la Virgen, nacidos en una época en
la que no se hacía mucha referencia a la Liturgia como forma normativa
del culto cristiano, se han desarrollado de manera paralela al culto
litúrgico. Esto ha originado, y también hoy origina, algunos problemas
de índole litúrgico-pastoral que se deben estudiar cuidadosamente.
191. En el caso de la costumbre occidental de celebrar un "mes de María"
en Mayo (en algunos países del hemisferio sur en Noviembre), será
oportuno tener en cuenta las exigencias de la Liturgia, las expectativas
de los fieles, su maduración en la fe, y estudiar el problema que
suponen los "meses de María" en el ámbito de la pastoral de conjunto de
la Iglesia local, evitando situaciones de conflicto pastoral que
desorienten a los fieles, como sucedería, por ejemplo, si se tendiera a
eliminar el "mes de Mayo".
Con frecuencia, la solución más oportuna será armonizar los contenidos
del "mes de María" con el tiempo del Año litúrgico. Así, por ejemplo,
durante el mes de Mayo, que en gran parte coincide con los cincuenta
días de la Pascua, los ejercicios de piedad deberán subrayar la
participación de la Virgen en el misterio pascual (cfr. Jn 19,25-27) y
en el acontecimiento de Pentecostés (cfr. Hech 1,14), que inaugura el
camino de la Iglesia: un camino que ella, como partícipe de la novedad
del Resucitado, recorre bajo la guía del Espíritu. Y puesto que los
"cincuenta días" son el tiempo propicio para la celebración y la
mistagogia de los sacramentos de la iniciación cristiana, los ejercicios
de piedad del mes de Mayo podrán poner de relieve la función que la
Virgen, glorificada en el cielo, desempeña en la tierra, "aquí y ahora",
en la celebración de los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y
de la Eucaristía.
En definitiva, se deberá seguir con diligencia la directriz de la
Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la necesidad de que "el
espíritu de los fieles se dirija sobre todo, a las fiestas del Señor, en
las cuales se celebran los misterios de salvación durante el curso del
año", misterios a los cuales está ciertamente asociada santa María
Virgen.
Una oportuna catequesis convencerá a los fieles de que el domingo,
memoria semanal de la Pascua, es "el día de fiesta primordial".
Finalmente, teniendo presente que en la Liturgia Romana las cuatro
semanas de Adviento constituyen un tiempo mariano armónicamente inscrito
en el Año litúrgico, se deberá ayudar a los fieles a valorar
convenientemente las numerosas referencias a la Madre del Señor,
presentes en todo este periodo.
Algunos ejercicios de piedad recomendados por el Magisterio
192. No es cuestión de hacer aquí un elenco de todos los ejercicios de
piedad recomendados por el Magisterio. Sin embargo, se recuerdan algunos
que merecen especial atención, para ofrecer algunas indicaciones sobre
su desarrollo y sugerir, si fuera preciso, alguna corrección.
Escucha orante de la
Palabra de Dios
193. La indicación conciliar de promover la "sagrada celebración de la
palabra de Dios" en algunos momentos significativos del Año litúrgico
puede encontrar, también, una aplicación válida en las manifestaciones
de culto en honor de la Madre del Verbo encarnado. Esto se corresponde
perfectamente con la tendencia general de la piedad cristiana, y refleja
la convicción de que actuar como ella ante la Palabra de Dios es ya un
obsequio excelente a la Virgen (cfr. Lc 2,19.51). Del mismo modo que en
las celebraciones litúrgicas, también en los ejercicios de piedad los
fieles deben escuchar con fe la Palabra, debe acogerla con amor y
conservarla en el corazón; meditarla en su espíritu y proclamarla con
sus labios; ponerla en práctica fielmente y conformar con ella toda su
vida.
194. "Las celebraciones de la Palabra, por las posibilidades temáticas y
estructurales que permiten, ofrecen múltiples elementos para encuentros
de culto que sean a la vez expresiones de auténtica piedad y momento
adecuado para desarrollar una catequesis sistemática sobre la Virgen.
Sin embargo, la experiencia nos enseña que las celebraciones de la
Palabra no pueden tener un carácter predominantemente intelectual o
exclusivamente didáctico; por el contrario, deben dar lugar – en los
cantos, en los textos de oración, en el modo de participar de los fieles
– a formas de expresión sencillas y familiares, de la piedad popular,
que hablan de modo inmediato al corazón del hombre".
El "Ángelus Domini"
195. El Ángelus Domini es la oración tradicional con que los fieles,
tres veces al día, esto es, al alba, a mediodía y a la puesta del sol,
conmemoran el anuncio del ángel Gabriel a María. El Ángelus es, pues, un
recuerdo del acontecimiento salvífico por el que, según el designio del
Padre, el Verbo, por obra del Espíritu Santo, se hizo hombre en las
entrañas de la Virgen María.
La recitación del Ángelus está profundamente arraigada en la piedad del
pueblo cristiano y es alentada por el ejemplo de los Romanos Pontífices.
En algunos ambientes, las nuevas condiciones de nuestros días no
favorecen la recitación del Ángelus, pero en otros muchos las
dificultades son menores, por lo cual se debe procurar por todos los
medios que se mantenga viva y se difunda esta devota costumbre,
sugiriendo al menos la recitación de tres avemarías. La oración del
Ángelus, por "su sencilla estructura, su carácter bíblico,... su ritmo
casi litúrgico, que santifica diversos momentos de la jornada, su
apertura al misterio pascual,... a través de los siglos conserva intacto
su valor y su frescura".
"Incluso es deseable que, en algunas ocasiones, sobre todo en las
comunidades religiosas, en los santuarios dedicados a la Virgen, durante
la celebración de algunos encuentros, el Ángelus Domini... sea
solemnizado, por ejemplo, mediante el canto del Avemaría, la
proclamación del Evangelio de la Anunciación" y el toque de campanas.
El "Regina caeli"
196. Durante el tiempo pascual, por disposición del Papa Benedicto XIV
(20 de Abril de 1742), en lugar del Ángelus Domini se recita la célebre
antífona Regina caeli. Esta antífona, que se remonta probablemente al
siglo X-XI, asocia de una manera feliz el misterio de la encarnación del
Verbo (el Señor, a quien has merecido llevar) con el acontecimiento
pascual (resucitó, según su palabra), mientras que la "invitación a la
alegría" (Alégrate) que la comunidad eclesial dirige a la Madre por la
resurrección del Hijo, remite y depende de la "invitación a la alegría"
("Alégrate, llena de gracia": Lc 1,28) que Gabriel dirigió a la humilde
Sierva del Señor, llamada a ser la madre del Mesías salvador.
Como se ha sugerido para el Ángelus, será conveniente a veces solemnizar
el Regina caeli, además de con el canto de la antífona, mediante la
proclamación del evangelio de la Resurrección.
El Rosario
197. El Rosario o Salterio de la Virgen es una de las oraciones más
excelsas a la Madre del Señor. Por eso, "los Sumos Pontífices han
exhortado repetidamente a los fieles a la recitación frecuente del santo
Rosario, oración de impronta bíblica, centrada en la contemplación de
los acontecimientos salvíficos de la vida de Cristo, a quien estuvo
asociada estrechamente la Virgen Madre. Son numerosos los testimonios de
los Pastores y de hombres de vida santa sobre el valor y eficacia de
esta oración".
El Rosario es una oración esencialmente contemplativa, cuya recitación
"exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezcan, en
quien ora, la meditación de los misterios de la vida del Señor". Está
expresamente recomendado en la formación y en la vida espiritual de los
clérigos y de los religiosos.
198. La Iglesia muestra su estima por la oración del santo Rosario al
proponer un rito para la Bendición de los rosarios. Este rito subraya el
carácter comunitario de la oración del rosario; la bendición de los
rosarios se acompaña de la bendición a los que meditan los misterios de
la vida, muerte y resurrección del Señor, para que "puedan establecer
una armonía perfecta entre la oración y la vida".
Por otra parte, sería recomendable realizar la bendición de los
rosarios, tal como sugiere el Bendicional, "con la participación del
pueblo", durante las peregrinaciones a santuarios marianos, en las
fiestas de la Virgen María, en especial la del Rosario, o al final del
mes de Octubre.
199. A continuación se presentan algunas sugerencias que, conservando la
naturaleza propia del Rosario, pueden hacer que su recitación sea más
provechosa.
En algunas ocasiones la recitación de Rosario podría adquirir un tono
celebrativo: "mediante la proclamación de lecturas bíblicas referidas a
cada misterio, con el canto de algunas partes, mediante una distribución
prudente de las diferentes funciones, con la solemnización de los
momentos de inicio y conclusión de la oración".
200. Para los que recitan una tercera parte del Rosario, la costumbre
distribuye los misterios según los días de la semana: gozosos (lunes y
jueves), dolorosos (martes y viernes), gloriosos (miércoles, sábado y
domingo).
Esta distribución, si se mantiene con demasiada rigidez, puede dar lugar
a una oposición entre el contenido de los misterios y el contenido
litúrgico del día: se pueden pensar, por ejemplo, en la recitación de
los misterios dolorosos en el día de Navidad, cuando sea viernes. En
estos casos se puede mantener que "la característica litúrgica de un
determinado día debe prevalecer sobre su situación en la semana; pues no
resulta ajeno a la naturaleza del Rosario realizar, según los días del
Año litúrgico, oportunas sustituciones de los misterios, que permitan
armonizar ulteriormente el ejercicio de piedad con el tiempo litúrgico".
Así, por ejemplo, actúan correctamente los fieles que el 6 de Enero,
solemnidad de la Epifanía, recitan los misterios gozosos y como "quinto
misterio" contemplan la adoración de los Magos, en lugar del episodio de
Jesús perdido y hallado en el templo de Jerusalén. Obviamente, este tipo
de sustituciones se debe realizar con ponderación, fidelidad a la
Escritura y corrección litúrgica
201. Para favorecer la contemplación y para que la mente concuerde con
la voz, los Pastores y los estudiosos han sugerido en muchas ocasiones
restaurar el uso de la cláusula, una antigua estructura del Rosario que
sin embargo nunca desapareció del todo.
La cláusula, que se adapta bien a la naturaleza repetitiva y meditativa
del Rosario, consiste en una oración de relativo que sigue al nombre de
Jesús y que recuerda el misterio enunciado. Una cláusula correcta, fija
para cada decena, breve en su enunciado, fiel a la Escritura y a la
Liturgia, puede resultar una valiosa ayuda para la recitación meditativa
del santo Rosario.
202. "Al ilustrar a los fieles sobre el valor y belleza del Rosario se
deben evitar expresiones que rebajen otras formas de piedad también
excelentes o no tengan en cuenta la existencia de otras coronas
marianas, también aprobadas por la Iglesia", o que puedan crear un
sentimiento de culpa en quien no lo recita habitualmente: "el Rosario es
una oración excelente, pero el fiel debe sentirse libre, atraído a
rezarlo, en serena tranquilidad, por la intrínseca belleza del mismo".
Las Letanías de la Virgen
203. Entre las formas de oración a la Virgen, recomendadas por el
Magisterio, están las Letanías. Consisten en una prolongada serie de
invocaciones dirigidas a la Virgen, que, al sucederse una a otra de
manera uniforme, crean un flujo de oración caracterizado por una
insistente alabanza-súplica. Las invocaciones, generalmente muy breves,
constan de dos partes: la primera de alabanza ("Virgo Clemens"), la
segunda de súplica ("ora pro nobis").
En los libros litúrgicos del Rito Romano hay dos formularios de
letanías: Las Letanías lauretanas, por las que los Romanos Pontífices
han mostrado siempre su estima; las Letanías para el rito de coronación
de una imagen de la Virgen María, que en algunas ocasiones pueden
constituir una alternativa válida al formulario lauretano.
No sería útil, desde el punto de vista pastoral, una proliferación de
formularios de letanías; por otra parte, una limitación excesiva no
tendría suficientemente en cuenta las riquezas de algunas Iglesias
locales o familias religiosas. Por ello, la Congregación para el Culto
Divino ha exhortado a "tomar en consideración otros formularios antiguos
o nuevos en uso en las Iglesias locales o Institutos religiosos, que
resulten notables por su solidez estructural y la belleza de sus
invocaciones". Esta exhortación se refiere, evidentemente, a ámbitos
locales o comunitarios bien precisos.
Como consecuencia de la prescripción del Papa León XIII de concluir,
durante el mes de Octubre, la recitación del Rosario con el canto de las
Letanías lauretanas, se creó en muchos fieles la convicción errónea de
que las Letanías eran como una especie de apéndice del Rosario. En
realidad, las Letanías son un acto de culto por sí mismas: pueden ser el
elemento fundamental de un homenaje a la Virgen, pueden ser un canto
procesional, formar parte de una celebración de la Palabra de Dios o de
otras estructuras cultuales.
La consagración-entrega a
María
204. A lo largo de la historia de la piedad aparecen diversas
experiencias, personales y colectivas, de
"consagración-entrega-dedicación a la Virgen" (oblatio, servitus,
commendatio, dedicatio). Estas fórmulas aparecen en los devocionarios y
en los estatutos de asociaciones marianas, en los cuales encontramos
fórmulas de "consagración" y oraciones para la misma o en recuerdo de
ella.
Respecto a la práctica piadosa de la "consagración a María" no son
infrecuentes las expresiones de aprecio de los Romanos Pontífices y son
conocidas las fórmulas que ellos han recitado públicamente.
Un conocido maestro de la espiritualidad que presenta dicha práctica es
san Luis María Grignion de Montfort, "el cual proponía a los cristianos
la consagración a Cristo por manos de María, como medio eficaz para
vivir fielmente el compromiso del bautismo".
A la luz del testamento de Cristo (cfr. Jn 19,25-27), el acto de
"consagración" es el reconocimiento consciente del puesto singular que
ocupa María de Nazaret en el Misterio de Cristo y de la Iglesia, del
valor ejemplar y universal de su testimonio evangélico, de la confianza
en su intercesión y la eficacia de su patrocinio, de la multiforme
función materna que desempeña, como verdadera madre en el orden de la
gracia, a favor de todos y de cada uno de sus hijos.
Hay que notar, sin embargo, que el término "consagración" se usa con
cierta amplitud e impropiedad: "se dice, por ejemplo "consagrar los
niños a la Virgen", cuando en realidad sólo se pretende poner a los
pequeños bajo la protección de la Virgen y pedir para ellos su bendición
maternal". Se entiende así la sugerencia de bastantes, de sustituir el
término "consagración" por otros, como "entrega", "donación". De hecho,
en nuestros días, los avances de la teología litúrgica y la exigencia
consiguiente de un uso riguroso de los términos, sugieren que se reserve
el término consagración a la ofrenda de uno mismo que tiene como término
a Dios, como características la totalidad y la perpetuidad, como
garantía la intervención de la Iglesia, como fundamento los sacramentos
del Bautismo y de la Confirmación.
En cualquier caso, con respecto a esta práctica es necesario instruir a
los fieles sobre su naturaleza. Aunque tenga las características de una
ofrenda total y perenne: es sólo analógica respecto a la "consagración a
Dios"; debe ser fruto no de una emoción pasajera, sino una decisión
personal, libre, madurada en el ámbito de una visión precisa del
dinamismo de la gracia; se debe expresar de modo correcto, en una línea,
por así decir, litúrgica: al Padre por Cristo en el Espíritu Santo,
implorando la intercesión gloriosa de María, a la cual se confía
totalmente, para guardar con fidelidad los compromisos bautismales y
vivir en una actitud filial con respecto a ella; se debe realizar fuera
del Sacrificio eucarístico, pues se trata de un acto de devoción que no
se puede asimilar a la Liturgia: la entrega a María se distingue
sustancialmente de otras formas de consagración litúrgica.
El escapulario
del Carmen y otros escapularios
205. En la historia de la piedad mariana aparece la "devoción" a
diversos escapularios, entre los que destaca el de la Virgen del Carmen.
Su difusión es verdaderamente universal y sin duda se le aplican las
palabras conciliares sobre las prácticas y ejercicios de piedad
"recomendados a lo largo de los siglos por el Magisterio".
El escapulario del Carmen es una forma reducida del hábito religioso de
la Orden de Hermanos de la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo: se
ha convertido en una devoción muy extendida e incluso más allá de la
vinculación a la vida y espiritualidad de la familia carmelitana, el
escapulario conserva una especie de sintonía con la misma.
El escapulario es un signo exterior de la relación especial, filial y
confiada, que se establece entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y
los devotos que se confían a ella con total entrega y recurren con toda
confianza a su intercesión maternal; recuerda la primacía de la vida
espiritual y la necesidad de la oración.
El escapulario se impone con un rito particular de la Iglesia, en el que
se declara que "recuerda el propósito bautismal de revestirse de Cristo,
con la ayuda de la Virgen Madre, solícita de nuestra conformación con el
Verbo hecho hombre, para alabanza de la Trinidad, para que llevando el
vestido nupcial, lleguemos a la patria del cielo".
La imposición del escapulario del Carmen, como la de otros escapularios,
"se debe reconducir a la seriedad de sus orígenes: no debe ser un acto
más o menos improvisado, sino el momento final de una cuidadosa
preparación, en la que el fiel se hace consciente de la naturaleza y de
los objetivos de la asociación a la que se adhiere y de los compromisos
de vida que asume".
Las medallas marianas
206. A los fieles les gusta llevar colgadas del cuello, casi siempre,
medallas con la imagen de la Virgen María. Son testimonio de fe, signo
de veneración a la Santa Madre del Señor, expresiones de confianza en su
protección maternal.
La Iglesia bendice estos objetos de piedad mariana, recordando que
"sirven para rememorar el amor de Dios y para aumentar la confianza en
la Virgen María", pero les advierte que no deben olvidar que la devoción
a la Madre de Jesús exige sobre todo "un testimonio coherente de vida".
Entre las medallas marianas destaca, por su extraordinaria difusión, la
denominada "medalla milagrosa". Tuvo su origen en las apariciones de la
Virgen María, en 1830, a una humilde novicia de las Hijas de la Caridad,
la futura santa Catalina Labouré. La medalla, acuñada conforme a las
indicaciones de la Virgen a la Santa, ha sido llamada "microcosmos
mariano" a causa de su rico simbolismo: recuerda el misterio de la
Redención, el amor del Corazón de Cristo y del Corazón doloroso de
Maria, la función mediadora de la Virgen, el misterio de la Iglesia, la
relación entre la tierra y el cielo, entre la vida temporal y la vida
eterna.
Un nuevo impulso para la difusión de la "medalla milagrosa" vino de san
Maximiliano María Kolbe (+1941) y de los movimientos que inició o que se
inspiraron en él. En 1917 adoptó la "medalla milagrosa" como distintivo
de la Pía Unión de la Milicia de la Inmaculada, fundada por él en Roma,
cuando era un joven religioso de los Hermanos Menores Conventuales.
La "medalla milagrosa", como el resto de las medallas de la Virgen y
otros objetos de culto, no es un talismán ni debe conducir a una vana
credulidad. La promesa de la Virgen, según la cual "los que la lleven
recibirán grandes gracias", exige de los fieles una adhesión humilde y
tenaz al mensaje cristiano, una oración perseverante y confiada, una
conducta coherente.
El himno "Akathistos"
207. El venerable himno a la Madre de Dios, denominado Akathistos – esto
es, cantado de pie –, representa una de las más altas y célebres
expresiones de piedad mariana en la tradición bizantina. Obra de arte de
la literatura y de la teología, contiene en forma orante todo cuanto la
Iglesia de los primeros siglos ha creído sobre María, con el consenso
universal. Las fuentes que inspiran este himno son la sagrada Escritura,
la doctrina definida en los Concilios ecuménicos de Nicea (325), de
Éfeso (431) y de Calcedonia (451), y la reflexión de los Padres
orientales de los siglos IV y V. Se celebra solemnemente en el Año
litúrgico oriental, el quinto sábado de Cuaresma; el himno Akathistos se
canta también en otras muchas ocasiones, y se recomienda a la piedad del
clero, de los monjes y de los fieles.
En los últimos años este himno se ha difundido mucho, también en las
comunidades de fieles de rito latino. Especialmente han contribuido a su
conocimiento algunas solemnes celebraciones marianas que tuvieron lugar
en Roma, con la asistencia del Santo Padre y con amplia resonancia
eclesial. Este himno antiquísimo, que constituye el fruto maduro de la
más antigua tradición de la Iglesia indivisa en honor de María, es una
llamada e invocación a la unidad de los cristianos bajo la guía de la
Madre del Señor: "Tanta riqueza de alabanzas, acumulada por las diversas
manifestaciones de la gran tradición de la Iglesia, podría ayudarnos a
que ésta vuelva a respirar plenamente con sus "dos pulmones", Oriente y
Occidente".
Capítulo VI
LA VENERACIÓN A LOS
SANTOS Y BEATOS
Algunos principios
208. Con sus raíces en la Sagrada Escritura (cfr. Hech 7,54-60; Ap
6,9-11; 7,9-17) y atestiguado con certeza desde la primera mitad del
siglo II, el culto de los Santos, en especial de los mártires, es un
hecho eclesial antiquísimo. La Iglesia, tanto en Oriente como en
Occidente, siempre ha venerado a los Santos y cuando, sobre todo en la
época en que surgió el protestantismo, se pusieron objeciones contra
algunos aspectos tradicionales de este culto, lo ha defendido con ardor,
ha ilustrado sus fundamentos teológicos así como su relación con la
doctrina de la fe, ha regulado la praxis cultual, tanto en las
expresiones litúrgicas como en las populares, y ha subrayado el valor
ejemplar del testimonio de estos insignes discípulos y discípulas del
Señor, para una vida auténticamente cristiana.
209. La Constitución Sacrosanctum Concilium, en el capítulo dedicado al
Año litúrgico, explica claramente el hecho eclesial y el significado de
la veneración de los Santos y Beatos: "la Iglesia introdujo en el
círculo anual el recuerdo de los Mártires y de los demás Santos, que
llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios y habiendo ya
alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta alabanza a Dios en el
cielo e interceden por nosotros. Porque al celebrar el tránsito de los
santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual
cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo,
propone a los fieles sus ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo
al Padre y por los méritos de los mismos implora los beneficios
divinos".
210. Una comprensión adecuada de la doctrina de la Iglesia sobre los
Santos sólo es posible dentro del ámbito más amplio de los artículos de
la fe relacionados con dicha doctrina:
- la "Iglesia, una, santa, católica y apostólica", santa por la
presencia en ella de "Jesucristo, el cual, con el Padre y el Espíritu
Santo es proclamado el solo santo"; por la actuación incesante del
Espíritu de santidad; porque está dotada de medios de santificación. La
Iglesia, pues, aunque comprende en sí a pecadores, está "ya en la tierra
adornada de una verdadera, si bien imperfecta, santidad"; es el "pueblo
santo de Dios", cuyos miembros, según el testimonio de las Escrituras
son llamados "santos" (cfr. Hech 9.13; 1 Cor 6,1; 16,1).
- La "comunión de los santos", por la que la Iglesia del cielo, la que
tiende a la purificación final "en el estado llamado Purgatorio" y la
que peregrina sobre la tierra, están en comunión "en la misma caridad de
Dios y del prójimo"; de hecho, todos los que son de Cristo, al tener su
Espíritu, forman una sola Iglesia y están unidos en Él.
- La doctrina de la única mediación de Cristo (cfr. 1 Tim 2,5), que no
excluye otras mediaciones subordinadas, las cuales se realizan y ejercen
dentro de la absoluta mediación de Cristo.
211. La doctrina de la Iglesia y su Liturgia proponen a los Santos y
Beatos, que contemplan ya "claramente a Dios uno y trino" como:
- testigos históricos de la vocación universal a la santidad; ellos,
fruto eminente de la redención de Cristo, son prueba y testimonio de que
Dios, en todos los tiempos y de todos los pueblos, en las más variadas
condiciones socio-culturales y en los diversos estados de vida, llama a
sus hijos a alcanzar la plenitud de la madurez en Cristo (cfr. Ef 4,13;
Col 1,28);
- discípulos insignes del Señor y, por tanto, modelos de vida
evangélica; en los procesos de canonización la Iglesia reconoce la
heroicidad de sus virtudes y consiguientemente los propone como modelos
a imitar;
- ciudadanos de la Jerusalén del cielo, que cantan sin cesar la gloria y
la misericordia de Dios; en ellos ya se ha cumplido el paso pascual de
este mundo al Padre;
- intercesores y amigos de los fieles todavía peregrinos en la tierra,
porque los Santos, aunque participan de la bienaventuranza de Dios,
conocen los afanes de sus hermanos y hermanas y acompañan su camino con
la oración y protección;
- patronos de Iglesias locales, de las cuales con frecuencia fueron
fundadores (san Eusebio de Vercelli) o Pastores ilustres (san Ambrosio
de Milán); de naciones: apóstoles de su conversión a la fe cristiana
(santo Tomás y san Bartolomé para la India), o expresión de su identidad
nacional (san Patricio para Irlanda); de agrupaciones profesionales (san
Omobono para los sastres); en circunstancias especiales – en el momento
del parto (santa Ana, san Ramón Nonato), de la muerte (san José) – y
para obtener gracias específicas (santa Lucía para la conservación de la
vista), etc.
Todo esto la Iglesia lo confiesa cuando, con agradecimiento a Dios
Padre, proclama: "Nos ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su
intercesión y la participación en su destino".
212. Finalmente, es preciso recordar que el objetivo último de la
veneración a los Santos es la gloria de Dios y la santificación del
hombre, mediante una vida plenamente conforme a la voluntad divina y la
imitación de las virtudes de aquellos que fueron discípulos eminentes
del Señor.
Por esto, en la catequesis y en otros momentos de transmisión de la
doctrina se debe enseñar a los fieles que: nuestra relación con los
Santos hay que entenderla a la luz de la fe, no debe oscurecer: "el
culto latréutico, dado a Dios Padre mediante Cristo en el Espíritu, sino
que lo intensifica"; "el auténtico culto a los santos no consiste tanto
en la multiplicidad de los actos exteriores cuanto en la intensidad de
un amor práctico", que se traduce en un compromiso de vida cristiana.
Los Santos Ángeles
213. Con el claro y sobrio lenguaje de la catequesis, la Iglesia enseña
que "la existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada
Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El
testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la
Tradición".
Según la Escritura, los Ángeles son mensajeros de Dios, "poderosos
ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su palabra" (Sal 103,20),
al servicio de su plan de salvación, "enviados para servir a los que
deben heredar la salvación" (Heb 1,14).
214. Los fieles no ignoran los numerosos episodios de la Antigua y de la
Nueva Alianza en los que intervienen la santos Ángeles; saben que los
Ángeles cierran las puertas del paraíso terrenal (cfr. Gn 3,24), salvan
a Agar y a su hijo Ismael (cfr. Gn 21,17), detienen la mano de Abraham
cuando estaba a punto de sacrificar a Isaac (cfr. Gn 22,11), anuncian
nacimientos prodigiosos (cfr. Jue 13,3-7), guardan los caminos del justo
(cfr. Sal 91,11), alaban sin cesar al Señor (cfr. Is 6,1-4) y presentan
a Dios las oraciones de los Santos (cfr. Ap 8,3-4). Recuerdan también la
intervención de un Ángel a favor del profeta Elías, fugitivo y extenuado
(1 Re 19,4-8), de Azarías y de sus compañeros arrojados al horno (cfr.
Dn 3,49-50), de Daniel encerrado en el foso de los leones (cfr. Dn
6,23); les resulta familiar la historia de Tobías, en la que Rafael,
"uno de los siete Ángeles que están siempre dispuestos a entrar en la
presencia de la majestad del Señor" (Tob 12,15), realiza múltiples
servicios a favor de Tobí, de su hijo Tobías y de Sara, su mujer.
Los fieles saben también que no son pocos los episodios de la vida de
Jesús en los que los Ángeles tienen una función particular: el Ángel
Gabriel anuncia a María que concebirá y dará a luz al Hijo del Altísimo
(cfr. Lc 1,26-38) y de manera semejante, un Ángel revela a José el
origen sobrenatural de la maternidad de la Virgen (cfr. Mt 1,18-25); los
Ángeles llevan a los pastores de Belén la alegre noticia del nacimiento
del Salvador (cfr. Lc 2,8-14); el "Ángel del Señor" protege la vida del
niño Jesús amenazado por Herodes (cfr. Mt 2,13-20); los Ángeles asisten
a Jesús en el desierto (cfr. Mt 4,11) y lo confortan en la agonía (cfr.
Lc 22,43), anuncian a las mujeres que se habían dirigido a la tumba de
Cristo que "ha resucitado" (cfr. Mc 16,1-8) e intervienen en la
Ascensión, para revelar su sentido a los discípulos y para anunciar que
"Jesús... volverá un día del mismo modo que le habéis visto ahora subir
al cielo" (Hech 1,11).
A los fieles no se les oculta la importancia de la advertencia de Jesús,
de no despreciar a uno solo de los pequeños que creen en Él, "porque sus
Ángeles en el cielo ven siempre el rostro del Padre" (Mt 18,10), y de
las consoladoras palabras según las cuales "hay alegría entre los
Ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte" (Lc 15,10).
Finalmente, saben que "el Hijo del hombre vendrá en su gloria con todos
sus Ángeles" (Mt 25,31) para juzgar a los vivos y a los muertos y llevar
la historia a su consumación.
215. La Iglesia, que en sus inicios fue protegida y defendida por el
ministerio de los Ángeles (cfr. Hech 5,17-20; 12,6-11) y continuamente
experimenta su "ayuda misteriosa y poderosa", venera a esto espíritus
celestes y pide con confianza su intercesión.
Durante el Año litúrgico, la Iglesia conmemora la participación de los
Ángeles en los acontecimientos de la salvación y celebra su memoria en
unas fechas determinadas: el 29 de Septiembre la de los Arcángeles
Miguel, Gabriel y Rafael, el 2 de Octubre la de los Ángeles Custodios;
les dedica una Misa votiva, cuyo prefacio proclama que "la gloria de
Dios resplandece en los Ángeles"; en la celebración de los misterios
divinos, se asocia al canto de los Ángeles para proclamar la gloria de
Dios, tres veces santo (cfr. Is 6,3) e invoca su asistencia para que la
ofrenda eucarística "sea llevada a tu presencia hasta el altar del
cielo"; ante ellos celebra el oficio de alabanza (cfr. Sal 137,1); al
ministerio de los Ángeles confía las oraciones de los fieles (cfr. Ap
5,8; 8,3), el dolor de los penitentes, la defensa de los inocentes
contra los ataques del Maligno; implora a Dios para que mande, al final
de la jornada a sus Ángeles a custodiar a los que oran en paz; ruega
para que los espíritus celestes vengan en ayuda de los agonizantes y, en
el rito de las exequias, suplica para que los Ángeles acompañen al
paraíso el alma del difunto y guarden su sepulcro.
216. A lo largo de los siglos, los fieles han traducido en expresiones
de piedad las convicciones de fe respecto al ministerio de los Ángeles:
los han tomado como patronos de ciudades y protectores de agrupaciones;
en su honor han levantado santuarios famosos, como Mont-Saint-Michel en
Normandía, san Michele della Chiusa en Piamonte y san Michele al Gargano
en Puglia, y han establecido días festivos; han compuesto himnos y
ejercicios de piedad.
En particular, la piedad popular ha desarrollado la devoción al Ángel
Custodio. Ya san Basilio Magno (+379) enseñaba que "todo fiel tiene a su
lado un Ángel como protector y pastor, para llevarlo a la vida". Esta
antigua doctrina se fue consolidando poco a poco desde sus fundamentos
bíblicos y patrísticos, y dio origen a diversas expresiones de piedad,
hasta encontrar en san Bernardo de Claraval (+1153) un gran maestro y un
apóstol insigne de la devoción a los Ángeles Custodios. Para él son
demostración de que "el cielo no descuida nada que pueda ayudarnos", por
lo cual pone "a nuestro lado estos espíritus celestes para que nos
protejan, nos instruyan y nos guíen".
La devoción a los Ángeles Custodios da lugar también a un estilo de vida
caracterizado por:
- devoto agradecimiento a Dios, que ha puesto al servicio de los hombres
espíritus de tan gran santidad y dignidad;
- actitud de compostura y piedad, motivada por la conciencia de estar
constantemente en presencia de los santos Ángeles;
- serena confianza, incluso al afrontar situaciones difíciles, porque el
Señor guía y asiste al fiel en el camino de la justicia también mediante
el ministerio de los Ángeles.
Entre las oraciones al Ángel Custodio está particularmente extendida la
oración Angele Dei, que en muchas familias forma parte de las oraciones
de la mañana y de la tarde, y que en muchos lugares se une también al
rezo del Ángelus.
217. La piedad popular a los santos Ángeles, legítima y saludable, sin
embargo puede dar lugar a desviaciones, como por ejemplo:
- si, como a veces sucede, se forma en el espíritu de los fieles una
idea errónea pensando que el mundo y la vida están sometidos a tensiones
demiúrgicas, a la lucha incesante entre espíritus buenos y malos, entre
Ángeles y demonios, en la cual el hombre resulta arrollado por poderes
superiores a él, ante los que no puede hacer nada; esta concepción, en
cuanto elimina la responsabilidad del fiel, no se corresponde con la
auténtica visión evangélica de la lucha contra el Maligno, que exige del
discípulo de Cristo un compromiso moral, una opción por el Evangelio,
humildad y oración;
- si las situaciones cotidianas de la vida se interpretan de una manera
esquemática y simplista, casi infantil, atribuyendo al Maligno incluso
las pequeñas contradicciones, y por el contrario, al Ángel Custodio los
éxitos y logros, todo lo cual tiene poco o nada que ver con el progreso
del hombre en su camino para alcanzar la madurez en Cristo. También hay
que rechazar el uso de dar a los Ángeles nombres particulares, excepto
Miguel, Gabriel y Rafael, que aparecen en la Escritura.
San José
218. Dios, en su providente sabiduría, para realizar el plan de la
salvación, asignó a José de Nazaret, "hombre justo" (cfr. Mt 1,19),
esposo de la Virgen María (cfr. ibid.; Lc 1,27), una misión
particularmente importante: introducir legalmente a Jesús en la estirpe
de David de la cual, según la promesa (2 Sam 7,5-16; 1 Cro 17,11-14),
debía nacer el Mesías Salvador, y hacer de padre y protector para Él.
En virtud de esta misión, san José interviene activamente en los
misterios de la infancia del Salvador: recibió de Dios la revelación del
origen divino de la maternidad de María (cfr. Mt 1,20-21) y fue testigo
privilegiado del nacimiento de Cristo en Belén (cfr. Lc 2,6-7), de la
adoración de los pastores (cfr. Lc 2,15-16) y del homenaje de los Magos
venidos de Oriente (cfr. Mt 2,11); cumplió con su deber religioso
respecto al Niño, al introducirlo mediante la circuncisión en la alianza
de Abraham (cfr. Lc 2,21) y al imponerle el nombre de Jesús (cfr. Mt
1,21); según lo prescrito en la Ley, presentó al Niño en el Templo, lo
rescató con la ofrenda de los pobres (cfr. Lc 2,22-24; Ex 13,2.12-13) y,
lleno de asombro, escuchó el cántico profético de Simeón (cfr. Lc
2,25-33); protegió a la Madre y al Hijo durante la persecución de
Herodes, refugiándose en Egipto (cfr. Mt 2,13-23); se dirigía todos los
años a Jerusalén con la Madre y el Niño, para la fiesta de Pascua, y
sufrió, turbado, la pérdida de Jesús, a sus doce años, en el Templo (cfr.
Lc 2,43-50); vivió en la casa de Nazaret, ejerciendo su autoridad
paterna sobre Jesús, que le estaba sometido (cfr. Lc 2,51),
instruyéndolo en la Ley y en la profesión de carpintero.
219. A lo largo de los siglos, especialmente en los tiempos más
recientes, la reflexión eclesial ha puesto de manifiesto las virtudes de
san José, entre las que destacan: la fe, que en él se traduce en
adhesión plena y valerosa al designio salvífico de Dios; obediencia
solícita y silenciosa ante las manifestaciones de su voluntad; amor y
observancia fiel de la Ley, piedad sincera, fortaleza en las pruebas; el
amor virginal a María, el debido ejercicio de la paternidad, el trabajo
escondido.
220. La piedad popular comprende la validez y la universalidad del
patrocinio de san José, "a cuya atenta custodia Dios quiso confiar los
comienzos de nuestra redención" y "sus tesoros más preciados". Al
patrocinio de san José se confían: toda la Iglesia, que el beato Pío IX
quiso poner bajo la especial protección del santo Patriarca; los que se
consagran a Dios eligiendo el celibato por el Reino de los cielos (cfr.
Mt 19,12): estos "en san José tienen...un modelo y un defensor de la
integridad virginal"; los obreros y los artesanos, de los cuales el
humilde carpintero de Nazaret se considera un especial modelo; los
moribundos, porque, según una piadosa tradición, san José fue asistido
por Jesús y María, en la hora de su tránsito .
221. La Liturgia, al celebrar los misterios de la vida del Salvador,
sobre todo los de su nacimiento e infancia, recuerda con frecuencia la
figura y el papel de san José: en el tiempo de Adviento; en el tiempo de
Navidad, especialmente en la fiesta de la Sagrada Familia; en la
solemnidad del 19 de Marzo; en la memoria del 1º de Mayo.
El nombre de san José aparece en el Communicantes del Canon Romano y en
las Letanías de los Santos. En la Recomendación de los moribundos se
sugiere la invocación al santo Patriarca y, en la misma circunstancia,
la comunidad ora para que el alma del difunto, que ha partido ya de este
mundo, encuentre su morada "en la paz de la santa Jerusalén, con la
Virgen María, Madre de Dios, con san José, con todos los Ángeles y los
Santos".
222. También en la piedad popular la veneración de san José tiene un
amplio espacio: en numerosas expresiones de genuino folclore; en la
costumbre, establecida al menos desde el siglo XVII, de dedicar los
miércoles al culto de san José, costumbre sobre la que se desarrollan
algunos ejercicios de piedad como los Siete miércoles en su honor; en
las jaculatorias que brotan de los labios de los fieles;en oraciones,
como la compuesta por el Papa León XIII, Ad te, beate Ioseph, que no
pocos fieles recitan diariamente; en las Letanías de san José, aprobadas
por san Pío X; en el ejercicio de piedad de la corona de los Siete
dolores y los siete gozos de san José.
223. El hecho de que la solemnidad de san José (19 de Marzo) caiga en
Cuaresma, en la que la Iglesia se dedica totalmente a la preparación
bautismal y a la memoria de la Pasión del Señor, provoca ciertas
dificultades de armonización entre la Liturgia y la piedad popular. Por
lo tanto, las prácticas tradicionales del "mes de San José" se deben
poner en sintonía con el tiempo litúrgico. La renovación litúrgica ha
conseguido que el significado del periodo cuaresmal sea más profundo en
los fieles. Con las debidas adaptaciones en las expresiones de la piedad
popular, se debe favorecer y difundir la devoción a san José, teniendo
siempre presente "el insigne ejemplo... que va más allá de los diversos
estados de vida y se propone a toda la comunidad cristiana, sea cual sea
la condición y tareas de cada fiel".
San Juan Bautista
224. En la frontera entre el Antiguo y el Nuevo Testamento descuella la
figura de Juan, hijo de Zacarías y de Isabel, ambos "justos ante Dios" (Lc
1,6), uno de los más grandes personajes de la historia de la salvación.
Todavía en el vientre de su madre, Juan reconoció al Salvador, también
escondido en el vientre de la Virgen María (cfr. Lc 1,39-45); su
nacimiento estuvo marcado por grandes prodigios (cfr. Lc 1,57-66);
creció en el desierto, llevando una vida austera y penitente (cfr. Lc
1,80; Mt 3,4); "profeta del Altísimo" (Lc 1,76) descendió sobre él la
palabra de Dios (cfr. Lc 3,2); "recorrió toda la región del Jordán,
predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (Lc
3,3); como nuevo Elías, humilde y fuerte, preparó al Señor un pueblo
bien dispuesto (cfr. Lc 1,17); según el plan de Dios, bautizó, en las
aguas del Jordán, al mismo Salvador del mundo (cfr. Mt 3,13-16); a sus
discípulos les señaló que Jesús era el "Cordero de Dios" (Jn 1,29), el
"Hijo de Dios" (Jn 1,34), el Esposo de la nueva comunidad mesiánica (cfr.
Jn 3,28-30); por su heroico testimonio de la verdad (cfr. Jn 5,33) fue
encarcelado por Herodes, que le hizo decapitar (cfr. Mc 6,14-29),
convirtiéndose así en precursor del Señor en la muerte violenta, como lo
había sido en su nacimiento prodigioso y en la predicación profética.
Jesús hizo un grandioso elogio de él, proclamando que "entre los nacidos
de mujer no hay uno más grande que Juan" (Lc 7,28).
225. Desde la antigüedad, el culto a san Juan ha estado presente en el
mundo cristiano, donde pronto adquirió también connotaciones populares.
Además de las celebraciones del día de su muerte (29 de Agosto), como
sucede normalmente para todos los santos, sólo de san Juan Bautista,
como de Cristo y de la Virgen María, se celebra solemnemente su
nacimiento (24 de Junio).
Por la parte que tuvo en el bautismo de Jesús, se le han dedicado muchos
baptisterios y su figura de bautista está junto a muchas fuentes
bautismales; a causa de su dura prisión y de su muerte violenta, es
patrono de los que padecen en las cárceles, condenados a muerte o a
duros castigos, debido a la fe.
Con toda probabilidad, la fecha del nacimiento de san Juan (24 de Junio)
fue establecida dependiendo de la concepción de Cristo (25 de Marzo) y
de su nacimiento (25 de Diciembre): según el signo que dio el Ángel
Gabriel, cuando María concibió al Salvador, la madre del Precursor
estaba ya en el sexto mes del embarazo (cfr. Lc 1,26.30). En cualquier
caso, la solemnidad del 24 de Junio está ligada al ciclo solar, en el
hemisferio norte. Se celebra cuando el sol, dirigiéndose hacia el sur
del zodiaco, comienza a descender: hecho que resulta un símbolo de la
figura de Juan, que refiriéndose a Cristo, había declarado: "Él debe
crecer y yo en cambio tengo que disminuir" (Jn 3,30).
La misión de Juan, venido para dar testimonio de la luz (cfr. Jn 1,7),
ha dado origen o un sentido cristiano a las hogueras que se encienden la
noche del 23 de Junio: la Iglesia las bendice, implorando que los
fieles, superadas las tinieblas del mundo, alcancen a Dios, "luz
indefectible".
El culto tributado a
Santos y Beatos
226. El influjo recíproco entre Liturgia y piedad popular resulta
particularmente intenso en las manifestaciones de culto tributadas a los
Santos y a los Beatos. Por lo tanto, parece oportuno recordar, de manera
sintética, las principales formas de veneración que la Iglesia rinde a
los Santos en la Liturgia: estas deben iluminar y guiar la piedad
popular.
La celebración de los Santos
227. La celebración de una fiesta en honor de un Santo – a los Beatos se
les aplica, servatis servandis, lo que se dice de los Santos - es sin
duda una expresión eminente del culto que les tributa la comunidad
eclesial: conlleva, en muchos casos, la celebración de la Eucaristía. La
fijación del "día de la fiesta" es un hecho cultual relevante, a veces
complejo, porque concurren factores históricos, litúrgicos y culturales,
no siempre fáciles de armonizar.
En la Iglesia de Roma, y en otras Iglesias locales, las celebraciones de
las memorias de los mártires en el aniversario del día de su pasión,
esto es, de su máxima asimilación a Cristo y de su nacimiento para el
cielo, más tarde también la celebración del conditor Ecclesiae, de los
Obispos que la habían regido y de otros insignes confesores de la fe,
así como el aniversario de la dedicación de la iglesia catedral, dieron
lugar a la formación paulatina de calendarios locales, donde se
registraban el lugar y la fecha de la muerte de cada uno de los Santos o
bien de grupos de ellos.
De los calendarios particulares surgieron pronto los martirologios
generales, como el Martirologio siríaco (siglo V), el Martyrologium
Hieronymianum (siglo VI), el de San Beda (siglo VIII), de Lyon (siglo IX),
de Usuardo (siglo IX), de Adón (siglo IX).
El 14 de Enero de 1584, Gregorio XIII promulgó la edición típica del
Martyrologium Romanum, destinada al uso litúrgico. Juan Pablo II ha
promulgado la primera edición típica del mismo después del Concilio
Vaticano II, que, remitiéndose a la tradición romana e incorporando los
datos de varios martirologios históricos, recoge los nombres de muchos
Santos y Beatos, y constituye un testimonio extraordinariamente rico de
la multiforme santidad que el Espíritu del Señor suscita en la Iglesia
de todos los tiempos y de todos los lugares.
228. La historia del Calendario Romano, que indica el día y el grado de
las celebraciones en honor de los Santos está estrechamente vinculada
con la historia del Martirologio.
Actualmente el Calendario Romano General solamente contiene, conforme a
la norma indicada por el Concilio Vaticano II, las memorias de "Santos
de importancia realmente universal", dejando a los calendarios
particulares, sean nacionales, regionales, diocesanos, de familias
religiosas, la indicación de las memorias de otros Santos.
Es conveniente recordar la razón de la reducción del número de las
celebraciones de los Santos y tenerla presente oportunamente en la
praxis pastoral: se han reducido para que "las fiestas de los santos no
prevalezcan sobre los misterios de la salvación". A lo largo de los
siglos, "por el aumento de las vigilias, de las fiestas religiosas, de
sus celebraciones durante octavas y de las diversas inserciones dentro
del Año litúrgico, los fieles han puesto en práctica, algunas veces,
peculiares ejercicios de piedad de tal modo que sus mentes se han visto
apartadas en cierta manera de los principales misterios de la divina
Redención".
229. Desde la reflexión sobre los hechos que han determinado el origen,
desarrollo y las diversas revisiones del Calendario Romano General, se
siguen algunas indicaciones de indudable utilidad pastoral:
- es necesario instruir a los fieles sobre la relación entre las fiestas
de los Santos y la celebración del misterio de Cristo. Las fiestas de
los Santos, reconducidas a su razón de ser más profunda, iluminan
realizaciones concretas del designio salvífico de Dios y "proclaman las
maravillas de Cristo en sus servidores"; las fiestas de los miembros,
los Santos, son en definitiva fiestas de la Cabeza, Cristo;
- es conveniente que los fieles se acostumbren a discernir el valor y el
significado de las fiestas de los Santos y Santas que han tenido una
misión especial en la historia de la salvación y una relación peculiar
con el Señor Jesús, como san Juan Bautista (24 de Junio), san José (19
de Marzo), san Pedro y san Pablo (29 de Junio), los restantes Apóstoles
y Evangelistas, santa María Magdalena (22 de Julio) y Marta de Betania
(29 de Julio), san Esteban (26 de Diciembre);
- es oportuno exhortar a los fieles a que prefieran las fiestas de los
santos que han tenido una misión de gracia respecto a la Iglesia
particular, como los Patronos o los que han anunciado por primera vez la
Buena Nueva a la antigua comunidad;
- es útil, finalmente, que se explique a los fieles el criterio de
"universalidad" de los Santos inscritos en el Calendario General, así
como el sentido del grado de su celebración litúrgica: solemnidad,
fiesta y memoria (obligatoria o libre).
El día de la fiesta
230. El día de la fiesta del Santo tiene una gran importancia, tanto
desde el punto de vista de la Liturgia como de la piedad popular. En un
breve e idéntico espacio de tiempo, concurren numerosas expresiones
cultuales, tanto litúrgicas como populares, no sin riesgo de conflicto,
para configurar el "día del Santo".
Los eventuales conflictos se deben resolver a la luz de las normas del
Misal Romano y del Calendario Romano General, en lo referente al grado
de la celebración del Santo o del Beato, establecido según su relación
con la comunidad cristiana (Patrono principal del lugar, Título de la
iglesia, Fundador de una familia religiosa o su Patrono principal);
también sobre las condiciones que se han de respetar, en el cado de un
eventual traslado de la fiesta al domingo, y sobre la celebración de las
fiestas de los Santos en tiempos determinados del Año litúrgico.
Estas normas se deben observar no sólo como una forma de respeto a la
autoridad litúrgica de la Sede Apostólica, sino sobre todo como
expresión de respeto al misterio de Cristo y de coherencia con el
espíritu de la Liturgia.
En particular es necesario evitar que las razones que han determinado el
traslado de las fechas de algunas fiestas de Santos y Beatos – por
ejemplo, de la Cuaresma al Tiempo ordinario -, se relativicen en la
praxis pastoral: celebrar en el ámbito litúrgico la fiesta de un Santo
según la nueva fecha y continuar celebrándola según la fecha anterior en
el ámbito de la piedad popular, no sólo atenta contra la armonía entre
Liturgia y piedad popular, sino que da lugar a una duplicidad que
produce confusión y desorientación.
231. Es necesario que la fiesta del Santo se prepare y se celebre con
atención y cuidado, desde el punto de vista litúrgico y pastoral.
Esto conlleva, ante todo, una presentación correcta de la finalidad
pastoral del culto a los Santos, es decir, la glorificación de Dios,
"admirable en sus Santos", y el compromiso de llevar una vida conforme a
la enseñanza y ejemplo de Cristo, de cuyo cuerpo místico los Santos son
miembros eminentes.
Es preciso, también, que se presente correctamente la figura del Santo.
Según la tendencia de nuestra época, esta presentación no se detendrá
tanto en los elementos legendarios, que quizá envuelven la vida del
Santo, ni en su poder taumatúrgico, cuanto en el valor de su
personalidad cristiana, en la grandeza de su santidad, en la eficacia de
su testimonio evangélico, en el carisma personal con el que enriqueció
la vida de la Iglesia.
232. El "día del Santo" tiene un gran valor antropológico: es día de
fiesta. Y la fiesta, como es sabido, responde a una necesidad vital del
hombre, hunde sus raíces en la aspiración a la trascendencia. A través
de las manifestaciones de alegría y de júbilo, la fiesta es una
afirmación del valor de la vida y de la creación. En cuanto interrumpe
la monotonía de lo cotidiano, de las formas convencionales, del
sometimiento a la necesidad de ganancia, la fiesta es expresión de
libertad integral, de tensión hacia la felicidad plena, de exaltación de
la pura gratuidad. En cuanto testimonio cultural, destaca el genio
peculiar de un pueblo, sus valores característicos, las expresiones más
auténticas de su folclore. En cuanto momento de socialización, la fiesta
es una ocasión de acrecentar las relaciones familiares y de abrirse a
nuevas relaciones comunitarias.
233. Sin embargo, no son pocos los elementos que amenazan la
autenticidad de la "fiesta del Santo" tanto desde el punto de vista
religioso como antropológico.
Desde el punto de vista religioso, la "fiesta del Santo" o "fiesta
patronal" de una parroquia, donde se ha vaciado del contenido
específicamente cristiano que tenía en su origen - el honor dado a
Cristo en uno de sus miembros - se convierte en una manifestación
meramente social o folclórica y, en el mejor de los casos, en una
ocasión propicia de encuentro y diálogo entre los miembros de una misma
comunidad.
Desde un punto de vista antropológico hay que notar que no raras veces
sucede que individuos o grupos, creyendo que "hacen fiesta", en
realidad, por los comportamientos que adoptan se alejan de su auténtico
significado. La fiesta, ante todo, es la participación del hombre en el
dominio de Dios sobre la creación y sobre su activo "reposo", no ocio
estéril; es manifestación de una alegría sencilla y comunicativa, no sed
desmesurada de placer egoísta; es expresión de verdadera libertad, no
búsqueda de formas de diversión ambiguas, que dan lugar a nuevas y
sutiles formas de esclavitud. Se puede afirmar con seguridad: la
trasgresión de la norma ética no solo contradice la ley del Señor, sino
que daña la base antropológica de la fiesta.
En la celebración de la
Eucaristía
234. El día de la fiesta de un Santo o de un Beato no es la única forma
en la que este se hace presente en la Liturgia. La celebración de la
Eucaristía constituye el momento singular de comunión con los Santos del
cielo.
En la Liturgia de la Palabra, las lecturas del Antiguo Testamento nos
presentan con frecuencia la figura de los grandes patriarcas, de los
profetas y de otras personas insignes por sus virtudes y por el amor a
la ley del Señor. Las lecturas del Nuevo Testamento, a menudo, tienen
por protagonistas a los Apóstoles y a otros Santos y Santas que gozaron
de la familiaridad y amistad del Señor. Además, la vida de algunos
Santos refleja hasta tal punto determinadas páginas del Evangelio, que
su simple proclamación nos recuerda ya su figura.
La relación constante entre Sagrada Escritura y hagiografía cristiana ha
dado lugar, en el ámbito mismo de la celebración eucarística, a la
formación de un conjunto de Comunes, en los que se proponen de manera
orgánica las páginas bíblicas que iluminan la vida de los Santos. Se ha
notado respecto a esta estrecha relación, que la Sagrada Escritura
orienta y marca el camino de los Santos a la plenitud de la caridad y
éstos, a su vez, son exégesis viva de la Palabra.
En la Liturgia eucarística, los Santos son mencionados en diversos
momentos. En la ofrenda del sacrificio se recuerdan "los dones del justo
Abel, el sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe, y la oblación
pura de tu Sumo Sacerdote Melquisedec". Y la misma plegaria eucarística
se convierte en el momento y el espacio para expresar nuestra comunión
con los Santos, para venerar su memoria y para pedir su intercesión, por
lo que: "en comunión con toda la Iglesia, veneramos ante todo la memoria
de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y
Señor, la de su esposo, San José, la de los santos Apóstoles y Mártires:
Pedro y Pablo, Andrés...y de todos los Santos; por sus méritos y
oraciones concédenos en todo tu protección".
En las Letanías de los Santos
235. Con el canto de las Letanías de los Santos, estructura litúrgica
ágil, sencilla, popular, atestiguada en Roma desde los inicios del siglo
VII, la Iglesia invoca a los Santos en algunas grandes celebraciones
sacramentales y en otros momentos en los que su plegaria se hace más
ferviente: en la Vigilia pascual, antes de bendecir la fuente bautismal;
en la celebración del bautismo; en la ordenación episcopal, presbiteral
y diaconal; en el rito de la consagración de las vírgenes y en la
profesión religiosa; en la dedicación de la iglesia y del altar; en las
rogativas, en las misas estacionales y en las procesiones penitenciales;
cuando quiere alejar al Maligno mediante los exorcismos y cuando confía
a los moribundos a la misericordia de Dios.
Las Letanías de los Santos, que contienen elementos procedentes de la
tradición litúrgica junto con otros de origen popular, son expresión de
la confianza de la Iglesia en la intercesión de los Santos y de su
experiencia de la comunión de vida entre la Iglesia de la Jerusalén
celeste y la Iglesia todavía peregrina en la ciudad terrena. Los nombres
de los Beatos, que están inscritos en los Calendarios litúrgicos de las
diócesis e Institutos religiosos, pueden ser invocados en las Letanías
de los Santos. Obviamente no se pueden introducir en las Letanías los
nombres de personas cuyo culto no se reconoce.
Las reliquias de los Santos
236. El Concilio Vaticano II recuerda que "de acuerdo con la tradición,
la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus
reliquias auténticas". La expresión "reliquias de los Santos" indica
ante todo el cuerpo - o partes notables del mismo - de aquellos que,
viviendo ya en la patria celestial, fueron en esta tierra, por la
santidad heroica de su vida, miembros insignes del Cuerpo místico de
Cristo y templos vivos del Espíritu Santo (cfr. 1 Cor 3,16; 6,19; 2 Cor
6,16). En segundo lugar, objetos que pertenecieron a los Santos:
utensilios, vestidos, manuscritos y objetos que han estado en contacto
con sus cuerpos o con sus sepulcros, como estampas, telas de lino, y
también imágenes veneradas.
237. El Misal Romano, renovado, confirma la validez del "uso de colocar
bajo el altar, que se va a dedicar, las reliquias de los Santos, aunque
no sean mártires". Puestas bajo el altar, las reliquias indican que el
sacrificio de los miembros tiene su origen y sentido en el sacrificio de
la Cabeza, y son una expresión simbólica de la comunión en el único
sacrificio de Cristo de toda la Iglesia, llamada a dar testimonio,
incluso con su sangre, de la propia fidelidad a su esposo y Señor.
A esta expresión cultual, eminentemente litúrgica, se unen otras muchas
de índole popular. A los fieles les gustan las reliquias. Pero una
pastoral correcta sobre la veneración que se les debe, no descuidará:
- asegurar su autenticidad; en el caso que ésta sea dudosa, las
reliquias, con la debida prudencia, se deberán retirar de la veneración
de los fieles;
- impedir el excesivo fraccionamiento de las reliquias, que no se
corresponde con el respeto debido al cuerpo; las normas litúrgicas
advierten que las reliquias deben ser de "un tamaño tal que se puedan
reconocer como partes del cuerpo humano";
- advertir a los fieles para que no caigan en la manía de coleccionar
reliquias; esto en el pasado ha tenido consecuencias lamentables;
- vigilar para que se evite todo fraude, forma de comercio y
degeneración supersticiosa.
Las diversas formas de devoción popular a las reliquias de los Santos,
como el beso de las reliquias, adorno con luces y flores, bendición
impartida con las mismas, sacarlas en procesión, sin excluir la
costumbre de llevarlas a los enfermos para confortarles y dar más valor
a sus súplicas para obtener la curación, se deben realizar con gran
dignidad y por un auténtico impulso de fe. En cualquier caso, se evitará
exponer las reliquias de los Santos sobre la mesa del altar: ésta se
reserva al Cuerpo y Sangre del Rey de los mártires.
Las imágenes sagradas
238. Fue especialmente el Concilio Niceno II, "siguiendo la doctrina
divinamente inspirada de nuestros Santos Padres y la tradición de la
Iglesia Católica", el que defendió con fuerza la veneración de las
imágenes sagradas: "definimos, con todo rigor e insistencia que, a
semejanza de la figura de la cruz preciosa y vivificadora, las
venerables y santas imágenes, ya pintadas, ya en mosaico o en cualquier
otro material adecuado, deben ser expuestas en las santas iglesias de
Dios, sobre los diferentes vasos sagrados, en los ornamentos, en las
paredes, en cuadros, en las casas y en las calles; tanto de la imagen
del Señor Dios y Salvador nuestro Jesucristo, como de la inmaculada
Señora nuestra, la santa Madre de Dios, de los santos Ángeles, de todos
los Santos y justos".
Los Santos Padres encontraron en el misterio de Cristo Verbo encarnado,
"imagen del Dios invisible" (Col 1,15), el fundamento del culto que se
rinde a las imágenes sagradas: "ha sido la santa encarnación del Hijo de
Dios la que ha inaugurado una nueva economía de las imágenes".
239. La veneración de las imágenes, sean pinturas, esculturas,
bajorrelieves u otras representaciones, además de ser un hecho litúrgico
significativo, constituyen un elemento relevante de la piedad popular:
los fieles rezan ante ellas, tanto en las iglesias como en sus hogares.
Las adornan con flores, luces, piedras preciosas; las saludan con formas
diversas de religiosa veneración, las llevan en procesión, cuelgan de
ellas exvotos como signo de agradecimiento; las ponen en nichos y
templetes, en el campo o en las calles.
Sin embargo, la veneración de las imágenes, si no se apoya en una
concepción teológica adecuada, puede dar lugar a desviaciones. Es
necesario, por tanto, que se explique a los fieles la doctrina de la
Iglesia, sancionada en los concilios ecuménicos y en el Catecismo de la
Iglesia Católica, sobre el culto a las imágenes sagradas.
240. Según la enseñanza de la Iglesia, las imágenes sagradas son:
- traducción iconográfica del mensaje evangélico, en el que imagen y
palabra revelada se iluminan mutuamente; la tradición eclesial exige que
las imágenes "estén de acuerdo con la letra del mensaje evangélico";
- signos santos, que como todos los signos litúrgicos, tienen a Cristo
como último referente; las imágenes de los Santos, de hecho,
"representan a Cristo, que es glorificado en ellos";
- memoria de los hermanos Santos "que continúan participando en la
historia de la salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre
todo en la celebración sacramental";
- ayuda en la oración: la contemplación de las imágenes sagradas
facilita la súplica y mueve a dar gloria a Dios por los prodigios de
gracia realizados en sus Santos;
- estímulo para su imitación, porque "cuanto más frecuentemente se
detienen los ojos en estas imágenes, tanto más se aviva y crece en quien
lo contempla, el recuerdo y el deseo de los que allí están
representados"; el fiel tiende a imprimir en su corazón lo que contempla
con los ojos: una "imagen verdadera del hombre nuevo", transformado en
Cristo mediante la acción del Espíritu y por la fidelidad a la propia
vocación;
- una forma de catequesis, puesto que "a través de la historia de los
misterios de nuestra redención, expresada en las pinturas y de otras
maneras, el pueblo es instruido y confirmado en la fe, recibiendo los
medios para recordar y meditar asiduamente los artículos de fe".
241. Es necesario, sobre todo, que los fieles adviertan que el culto
cristiano de las imágenes es algo que dice relación a otra realidad. La
imagen no se venera por ella misma, sino por lo que representa. Por eso
a las imágenes "se les debe tributar el honor y la veneración debida, no
porque se crea que en ellas hay cierta divinidad o poder que justifique
este culto o porque se deba pedir alguna cosa a estas imágenes o poner
en ellas la confianza, como hacían antiguamente los paganos, que ponían
su esperanza en los ídolos, sino porque el honor que se les tributa se
refiere a las personas que representan".
242. A la luz de estas enseñanzas, los fieles evitarán caer en un error
que a veces se da: establecer comparaciones entre imágenes sagradas. El
hecho de que algunas imágenes sean objeto de una veneración particular,
hasta el punto de convertirse en símbolo de la identidad religiosa y
cultural de un pueblo, de una ciudad o de un grupo, se debe explicar a
la luz del acontecimiento de gracia que ha dado lugar a dicho culto y a
los factores histórico-sociales que han concurrido para que se
estableciera: es lógico que el pueblo haga referencia, con frecuencia y
con gusto, a dicho acontecimiento; así fortalece su fe, glorifica a
Dios, protege su propia identidad cultural, eleva con confianza súplicas
incesantes que el Señor, según su palabra (cfr. Mt 7,7; Lc 11,9; Mc
11,24), está dispuesto a escuchar; así aumenta el amor, se dilata la
esperanza y crece la vida espiritual del pueblo cristiano.
243. Las imágenes sagradas, por su misma naturaleza, pertenecen tanto a
la esfera de los signos sagrados como a la del arte. En estas, "que con
frecuencia son obras de arte llenas de una intensa religiosidad, aparece
el reflejo de la belleza que viene de Dios y a Dios conduce". Sin
embargo, la función principal de la imagen sagrada no es procurar el
deleite estético, sino introducir en el Misterio. A veces la dimensión
estética se pone en primer lugar y la imagen resulta más un "tema", que
un elemento transmisor de un mensaje espiritual.
En Occidente la producción iconográfica, muy variada en su tipología, no
está reglamentada, como en Oriente, por cánones sagrados vigentes
durante siglos. Esto no significa que la Iglesia latina haya descuidado
la atención a la producción iconográfica: más de una vez ha prohibido
exponer en las iglesias imágenes contrarias a la fe, indecorosas, que
podían dar lugar a errores en los fieles, o que son expresiones de un
carácter abstracto descarnado y deshumanizador; algunas imágenes son
ejemplo de un humanismo antropocéntrico, más que de auténtica
espiritualidad. También se debe reprobar la tendencia a eliminar las
imágenes de los lugares sagrados, con grave daño para la piedad de los
fieles.
A la piedad popular le agradan las imágenes, que llevan las huellas de
la propia cultura; las representaciones realistas, los personajes
fácilmente identificables, las representaciones en las que se reconocen
momentos de la vida del hombre: el nacimiento, el sufrimiento, las
bodas, el trabajo, la muerte. Sin embargo, se ha de evitar que el arte
religioso popular caiga en reproducciones decadentes: hay correlación
entre la iconografía y el arte para la Liturgia, el arte cristiano,
según las épocas culturales.
244. Por su significado cultual, la Iglesia bendice las imágenes de los
Santos, sobre todo las que están destinadas a la veneración pública, y
pide que, iluminados por el ejemplo de los Santos, "caminemos tras las
huellas del Señor, hasta que se forme en nosotros el hombre perfecto
según la medida de la plenitud en Cristo". Así también, la Iglesia ha
emanado algunas normas sobre la colocación de las imágenes en los
edificios y en los espacios sagrados, que se deben observar
diligentemente; sobre el altar no se deben colocar ni estatuas ni
imágenes de los Santos; ni siquiera las reliquias, expuestas a la
veneración de los fieles, se deben poner sobre la mesa del altar.
Corresponde al Ordinario vigilar que no se expongan a la veneración
pública imágenes indignas, que induzcan a error o a prácticas
supersticiosas.
Las procesiones
245. En la procesión, expresión cultual de carácter universal y de
múltiples valores religiosos y sociales, la relación entre Liturgia y
piedad popular adquiere un particular relieve. La Iglesia, inspirándose
en los modelos bíblicos (cfr. Ex 14,8-31; 2 Sam 6,12-19; 1 Cor
15,25-16,3), ha establecido algunas procesiones litúrgicas, que
presentan una variada tipología:
- algunas evocan acontecimientos salvíficos referidos al mismo Cristo;
entre estas, la procesión del 2 de Febrero, conmemorativa de la
presentación del Señor en el Templo (cfr. Lc 2,22-38); la del Domingo de
Ramos, que evoca la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén (cfr. Mt
21,1-10; Mc 11,1-11; Lc 19,28-38; Jn 12,12-16); la de la Vigilia
pascual, memoria litúrgica del "paso" de Cristo de las tinieblas del
sepulcro a la gloria de la Resurrección, síntesis y superación de todos
los éxodos del antiguo Israel y premisa de los "pasos" sacramentales que
realiza el discípulo de Cristo, sobre todo en el rito bautismal y en la
celebración de las exequias;
- otras son votivas, como la procesión eucarística en la solemnidad del
Cuerpo y Sangre del Señor: el santísimo Sacramento pasando por la ciudad
de los hombres suscita en los fieles expresiones de amor agradecido,
exige de ellos fe-adoración y es fuente de bendición y de gracia (cfr.
Hech 10,38); la procesión de las rogativas, cuya fecha la establece
actualmente la Conferencia de Obispos de cada país, que son una súplica
pública de la bendición de Dios sobre los campos y sobre el trabajo del
hombre, y tienen también un carácter penitencial; la procesión al
cementerio el 2 de Noviembre, Conmemoración de los fieles difuntos;
- otras son necesarias para el desarrollo de algunas acciones
litúrgicas, como: las procesiones con ocasión de las estaciones
cuaresmales, en las que la comunidad cultual se dirige desde el lugar
establecido para la collecta a la iglesia de la statio; la procesión
para recibir en la iglesia parroquial el crisma y los santos óleos,
bendecidos el Jueves Santo en la Misa crismal; la procesión para la
adoración de la Cruz en la celebración litúrgica del Viernes Santo; la
procesión de las Vísperas bautismales en el día de Pascua, durante la
cual "mientras se cantan los salmos se va a la fuente bautismal"; las
"procesiones" que en la celebración de la Eucaristía acompañan algunos
momentos, como la entrada del celebrante y los ministros, la
proclamación del Evangelio, la presentación de ofrendas, la comunión del
Cuerpo y Sangre del Señor; la procesión para llevar el Viático a los
enfermos, en aquellos lugares en que todavía está en vigor la costumbre;
el cortejo fúnebre, que acompaña el cuerpo del difunto de la casa a la
Iglesia y de esta al cementerio; la procesión con ocasión del traslado
de reliquias.
246. La piedad popular, sobre todo a partir de la Edad Media, ha dado
amplio espacio a las procesiones votivas, que en la época barroca han
alcanzado su apogeo: para honrar a los Santos patronos de una ciudad o
corporación se llevan procesionalmente las reliquias, o una estatua o
efigie, por las calles de la ciudad.
En sus formas genuinas, las procesiones son manifestaciones de la fe del
pueblo, que tienen con frecuencia connotaciones culturales capaces de
despertar el sentimiento religioso de los fieles. Pero desde el punto de
vista de la fe cristiana, las "procesiones votivas de los Santos", como
otros ejercicios de piedad, están expuestas a algunos riesgos y
peligros: que prevalezcan las devociones sobre los sacramentos, que
quedan relegados a un segundo lugar, y de las manifestaciones exteriores
sobre las disposiciones interiores; el considerar las procesiones como
el momento culminante de la fiesta; que se configure el cristianismo, a
los ojos de los fieles que carecen de una instrucción adecuada, como una
"religión de Santos"; la degeneración de la misma procesión que, de
testimonio de fe acaba convirtiéndose en mero espectáculo o en un acto
folclórico.
247. Para que la procesión conserve su carácter genuino de manifestación
de fe, es necesario que los fieles sean instruidos en su naturaleza,
desde un punto de vista teológico, litúrgico y antropológico.
Desde el punto de vista teológico se deberá destacar que la procesión es
un signo de la condición de la Iglesia, pueblo de Dios en camino que,
con Cristo y detrás de Cristo, consciente de no tener en este mundo una
morada permanente (cfr. Heb 13,14), marcha por los caminos de la ciudad
terrena hacia la Jerusalén celestial; es también signo del testimonio de
fe que la comunidad cristiana debe dar de su Señor, en medio de la
sociedad civil; es signo, finalmente, de la tarea misionera de la
Iglesia, que desde los comienzos, según el mandato del Señor (cfr. Mt
28,19-20), está en marcha para anunciar por las calles del mundo el
Evangelio de la salvación.
Desde el punto de vista litúrgico se deberán orientar las procesiones,
incluso aquellas de carácter más popular, hacia la celebración de la
Liturgia: presentando el recorrido de iglesia a iglesia como camino de
la comunidad que vive en el mundo hacia la comunidad que habita en el
cielo; procurando que se desarrollen con presidencia eclesiástica, para
evitar manifestaciones irrespetuosas o degeneradas; estableciendo un
momento inicial de oración, en el cual no falte la proclamación de la
Palabra de Dios; valorando el canto, preferiblemente de salmos y las
aportaciones de instrumentos musicales; sugiriendo llevar en las manos,
durante el recorrido, cirios o lámparas encendidas; disponiendo las
estaciones, que, al alternarse con los momentos de marcha, dan la imagen
del camino de la vida; concluyendo la procesión con una oración
doxológica a Dios, fuente de toda santidad, y con la bendición impartida
por el Obispo, presbítero o diácono.
Finalmente, desde un punto de vista antropológico se deberá poner de
manifiesto el significado de la procesión como "camino recorrido
juntos": participando en el mismo clima de oración, unidos en el canto,
dirigidos a la única meta, los fieles se sienten solidarios unos con
otros, determinados a concretar en el camino de la vida los compromisos
cristianos madurados en el recorrido procesional.
Capítulo VII
LOS SUFRAGIOS POR LOS
DIFUNTOS
La fe en la
resurrección de los muertos
248. "El máximo enigma de la vida humana es la muerte". Sin embargo, la
fe en Cristo convierte este enigma en certeza de vida sin fin. Él
proclamó que había sido enviado por el Padre "para que todo el que crea
en Él no muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16) y también:
"Esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en
Él tenga vida eterna; yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,40). Por
eso, en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano la Iglesia profesa su fe
en la vida eterna: "Espero la resurrección de los muertos y la vida del
mundo futuro".
Apoyándose en la Palabra de Dios, la Iglesia cree y espera firmemente
que "del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los
muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su
muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado".
249. La fe en la resurrección de los muertos, elemento esencial de la
revelación cristiana, implica una visión particular del hecho ineludible
y misterioso que es la muerte.
La muerte es el final de la etapa terrena de la vida, pero "no de
nuestro ser", pues el alma es inmortal. "Nuestras vidas están medidas
por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en
todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como
terminación normal de la vida"; desde el punto de vista de la fe, la
muerte es también "el fin de la peregrinación terrena del hombre, del
tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su
vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino".
Si por una parte la muerte corporal es algo natural, por otra parte se
presenta como "castigo del pecado" (Rom 6,23). El Magisterio de la
Iglesia, interpretando auténticamente las afirmaciones de la Sagrada
Escritura (cfr. Gn 2,17; 3,3; 3,19; Sab 1,13; Rom 5,12; 6,23), "enseña
que la muerte ha entrado en el mundo a causa del pecado del hombre".
También Jesús, Hijo de Dios, "nacido de mujer, nacido bajo la Ley" (Gal
4,4) ha padecido la muerte, propia de la condición humana; y, a pesar de
su angustia ante la misma (cfr. Mc 14,33-34; Heb 5,7-8), "la asumió en
un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La
obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición".
La muerte es el paso a la plenitud de la vida verdadera, por lo que la
Iglesia, invirtiendo la lógica y las expectativas de este mundo, llama
dies natalis al día de la muerte del cristiano, día de su nacimiento
para el cielo, donde "no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni
preocupaciones, porque las cosas de antes han pasado" (Ap 21,4); es la
prolongación, en un modo nuevo, del acontecimiento de la vida, porque
como dice la Liturgia: "la vida de los que en ti creemos, Señor, no
termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo".
Finalmente, la muerte del cristiano es un acontecimiento de gracia, que
tiene en Cristo y por Cristo un valor y un significado positivo. Se
apoya en la enseñanza de las Escrituras: "Para mí vivir es Cristo, y una
ganancia el morir" (Fil 1,21); "Es doctrina segura: si morimos con Él,
viviremos con Él" (2 Tim 2,11).
250. Según la fe de la Iglesia el "morir con Cristo" comienza ya en el
Bautismo: allí el discípulo del Señor ya está sacramentalmente "muerto
con Cristo", para vivir una vida nueva; y si muere en la gracia de Dios,
al muerte física ratifica este "morir con Cristo" y lo lleva a la
consumación, incorporándole plenamente y para siempre en Cristo
Redentor.
La Iglesia, por otra parte, en su oración de sufragio por las almas de
los difuntos, implora la vida eterna no sólo para los discípulos de
Cristo muertos en su paz, sino también para todos los difuntos, cuya fe
sólo Dios ha conocido.
Sentido de los sufragios
251. En la muerte, el justo se encuentra con Dios, que lo llama a sí
para hacerle partícipe de la vida divina. Pero nadie puede ser recibido
en la amistad e intimidad de Dios si antes no se ha purificado de las
consecuencias personales de todas sus culpas. "La Iglesia llama
Purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es
completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha
formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los
Concilios de Florencia y de Trento".
De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer sufragios por las almas
del Purgatorio, que son una súplica insistente a Dios para que tenga
misericordia de los fieles difuntos, los purifique con el fuego de su
caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
Los sufragios son una expresión cultual de la fe en la Comunión de los
Santos. Así, "la Iglesia que peregrina, desde los primeros tiempos del
cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el
Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo
de los difuntos, y ofreció sufragios por ellos, "porque santo y
saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden
libres de sus pecados" (2 Mac 12,46)". Estos sufragios son, en primer
lugar, la celebración del sacrificio eucarístico, y después, otras
expresiones de piedad como oraciones, limosnas, obras de misericordia e
indulgencias aplicadas en favor de las almas de los difuntos.
Las exequias cristianas
252. En la Liturgia romana, como en otras liturgias latinas y
orientales, son frecuentes y variados los sufragios por los difuntos.
Las exequias cristianas comprenden, según las tradiciones, tres
momentos, aunque con frecuencia y debido a las condiciones de vida
profundamente cambiadas, propias de las grandes áreas urbanas, se
reducen a dos o a uno solo:
- La vigilia de oración en casa del difunto, según las circunstancias, o
en otro lugar adecuado, donde parientes y amigos, fieles, se reúnen para
elevar a Dios una oración de sufragio, escuchar las "palabras de vida
eterna" y a la luz de éstas, superar las perspectivas de este mundo y
dirigir el espíritu a las auténticas perspectivas de la fe en Cristo
resucitado; para confortar a los familiares del difunto; para mostrar la
solidaridad cristiana según las palabras del Apóstol: "llorad con lo que
lloran" (Rom 12,15).
- La celebración de la Eucaristía, que es absolutamente aconsejable,
cuando sea posible. En ella, la comunidad eclesial escucha "la Palabra
de Dios, que proclama el misterio pascual, alienta la esperanza de
encontrarnos también un día en el reino de Dios, reaviva la piedad con
los difuntos y exhorta a un testimonio de vida verdaderamente
cristiano", y el que preside comenta la Palabra proclamada, conforme a
las características de la homilía, "evitando la forma y el estilo del
elogio fúnebre". En la Eucaristía "La Iglesia expresa entonces su
comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu
Santo, el sacrificio de la muerte y resurrección de Cristo, pide que su
hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias, y que sea
admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino". Una lectura
profunda de la Misa de exequias, permite captar cómo la Liturgia ha
hecho de la Eucaristía, el banquete escatológico, el verdadero
refrigerium cristiano por el difunto.
- El rito de la despedida, el cortejo fúnebre y la sepultura: la
despedida es el adiós (ad Deum) al difunto, "recomendación a Dios" por
parte de la Iglesia, el "último saludo dirigido por la comunidad
cristiana a un miembro suyo antes de que su cuerpo sea llevado a la
sepultura". En el cortejo fúnebre, la madre Iglesia, que ha llevado
sacramentalmente en su seno al cristiano durante peregrinación terrena,
acompaña el cuerpo del difunto al lugar de su descanso, en espera del
día de la resurrección (cfr. 1 Cor 15,42-44).
253. Cada uno de estos momentos de las exequias cristianas se debe
realizar con dignidad y sentido religioso. Así, es preciso que: el
cuerpo del difunto, que ha sido templo del Espíritu Santo, sea tratado
con gran respeto; que la ornamentación fúnebre sea decorosa, ajena a
toda forma de ostentación y despilfarro; los signos litúrgicos, como la
cruz, el cirio pascual, el agua bendita y el incienso, se usen de manera
apropiada.
254. Separándose del sentido de la momificación, del embalsamamiento o
de la cremación, en las que se esconde, quizá, la idea de que la muerte
significa la destrucción total del hombre, la piedad cristiana ha
asumido, como forma de sepultura de los fieles, la inhumación. Por una
parte, recuerda la tierra de la cual ha sido sacado el hombre (cfr. Gn
2,6) y a la que ahora vuelve (cfr. Gn 3,19; Sir 17,1); por otra parte,
evoca la sepultura de Cristo, grano de trigo que, caído en tierra, ha
producido mucho fruto (cfr. Jn 12,24).
Sin embargo, en nuestros días, por el cambio en las condiciones del
entorno y de la vida, está en vigor la praxis de quemar el cuerpo del
difunto. Respecto a esta cuestión, la legislación eclesiástica dispone
que: "A los que hayan elegido la cremación de su cadáver se les puede
conceder el rito de las exequias cristianas, a no ser que su elección
haya estado motivada por razones contrarias a la doctrina cristiana".
Respecto a esta opción, se debe exhortar a los fieles a no conservar en
su casa las cenizas de los familiares, sino a darles la sepultura
acostumbrada, hasta que Dios haga resurgir de la tierra a aquellos que
reposan allí y el mar restituya a sus muertos (cfr. Ap 20,13).
Otros sufragios
255. La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico por los difuntos con
ocasión, no sólo de la celebración de los funerales, sino también en los
días tercero, séptimo y trigésimo, así como en el aniversario de la
muerte; la celebración de la Misa en sufragio de las almas de los
propios difuntos es el modo cristiano de recordar y prolongar, en el
Señor, la comunión con cuantos han cruzado ya el umbral de la muerte. El
2 de Noviembre, además, la Iglesia ofrece repetidamente el santo
sacrificio por todos los fieles difuntos, por los que celebra también la
Liturgia de las Horas.
Cada día, tanto en la celebración de la Eucaristía como en las Vísperas,
la Iglesia no deja de implorar al Señor con súplicas, para que dé a "los
fieles que nos han precedido con el signo de la fe... y a todos los que
descansan en Cristo, el lugar del consuelo, de la luz y de la paz".
Es importante, pues, educar a los fieles a la luz de la celebración
eucarística, en la que la Iglesia ruega para que sean asociados a la
gloria del Señor resucitado todos los fieles difuntos, de cualquier
tiempo y lugar, evitando el peligro de una visión posesiva y
particularista de la Misa por el "propio" difunto. La celebración de la
Misa en sufragio por los difuntos es además una ocasión para una
catequesis sobre los novísimos.
La memoria de
los difuntos en la piedad popular
256. Al igual que la Liturgia, la piedad popular se muestra muy atenta a
la memoria de los difuntos y es solícita en las oraciones de sufragio
por ellos.
En la "memoria de los difuntos", la cuestión de la relación entre
Liturgia y piedad popular se debe afrontar con mucha prudencia y tacto
pastoral, tanto en lo referente a cuestiones doctrinales como en la
armonización de las acciones litúrgicas y los ejercicios de piedad.
257. Es necesario, ante todo, que la piedad popular sea educada por los
principios de la fe cristiana, como el sentido pascual de la muerte de
los que, mediante el Bautismo, se han incorporado al misterio de la
muerte y resurrección de Cristo (cfr. Rom 6,3-10); la inmortalidad del
alma (cfr. Lc 23,43); la comunión de los santos, por la que "la unión...
con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se
interrumpe; antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se
fortalece con la comunicación de los bienes espirituales": "nuestra
oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer
eficaz su intercesión en nuestro favor"; la resurrección de la carne; la
manifestación gloriosa de Cristo, "que vendrá a juzgar a los vivos y a
los muertos"; la retribución conforme a las obras de cada uno; la vida
eterna.
En los usos y tradiciones de algunos pueblos, respecto al "culto de los
muertos", aparecen elementos profundamente arraigados en la cultura y en
unas determinadas concepciones antropológicas, con frecuencia
determinadas por el deseo de prolongar los vínculos familiares, y por
así decir, sociales, con los difuntos. Al examinar y valorar estos usos
se deberá actuar con cuidado, evitando, cuando no estén en abierta
oposición al Evangelio, interpretarlos apresuradamente como restos del
paganismo.
258. Por lo que se refiere a los aspectos doctrinales, hay que evitar:
- el peligro de que permanezcan, en la piedad popular para con los
difuntos, elementos o aspectos inaceptables del culto pagano a los
antepasados;
- la invocación de los muertos para prácticas adivinatorias;
- la atribución a sueños, que tienen por objeto a personas difuntas,
supuestos significados o consecuencias, cuyo temor condiciona el actuar
de los fieles;
- el riesgo de que se insinúen formas de creencia en la reencarnación;
. el peligro de negar la inmortalidad del alma y de separar el
acontecimiento de la muerte de la perspectiva de la resurrección, de tal
manera que la religión cristiana apareciera como una religión de
muertos;
- la aplicación de categorías espacio temporales a la condición de los
difuntos.
259. Esta muy difundido en la sociedad moderna, y con frecuencia tiene
consecuencias negativas, el error doctrinal y pastoral de "ocultar la
muerte y sus signos".
Médicos, enfermeros, parientes, piensan frecuentemente que es un deber
ocultar al enfermo, que por el desarrollo de la hospitalización suele
morir, casi siempre, fuera de su casa, la inminencia de la muerte.
Se ha repetido que en las grandes ciudades de los vivos no hay sitio
para los muertos: en las pequeñas habitaciones de los edificios urbanos,
no se puede habilitar un "lugar para una vigilia fúnebre"; en las
calles, debido a un tráfico congestionado, no se permiten los lentos
cortejos fúnebres que dificultan la circulación; en las áreas urbanas,
el cementerio, que antes, al menos en los pueblos, estaba en torno o en
las cercanías de la Iglesia – era un verdadero campo santo y signo de la
comunión con Cristo de los vivos y los muertos – se sitúa en la
periferia, cada vez más lejano de la ciudad, para que con el crecimiento
urbano no se vuelva a encontrar dentro de la misma.
La civilización moderna rechaza la "visibilidad de la muerte", por lo
que se esfuerza en eliminar sus signos. De aquí viene el recurso,
difundido en un cierto número de países, a conservar al difunto,
mediante un proceso químico, en su aspecto natural, como si estuviera
vivo (tanatopraxis): el muerto no debe aparecer como muerto, sino
mantener la apariencia de vida.
El cristiano, para el cual el pensamiento de la muerte debe tener un
carácter familiar y sereno, no se puede unir en su fuero interno al
fenómeno de la "intolerancia respecto a los muertos", que priva a los
difuntos de todo lugar en la vida de las ciudades, ni al rechazo de la
"visibilidad de la muerte", cuando esta intolerancia y rechazo están
motivados por una huida irresponsable de la realidad o por una visión
materialista, carente de esperanza, ajena a la fe en Cristo muerto y
resucitado.
También el cristiano se debe oponer con toda firmeza a las numerosas
formas de "comercio de la muerte", que aprovechando los sentimientos de
los fieles, pretenden simplemente obtener ganancias desmesuradas y
vergonzosas.
260. La piedad popular para con los difuntos se expresa de múltiples
formas, según los lugares y las tradiciones.
- la novena de los difuntos como preparación y el octavario como
prolongación de la Conmemoración del 2 de Noviembre; ambos se deben
celebrar respetando las normas litúrgicas;
- la visita al cementerio; en algunas circunstancias se realiza de forma
comunitaria, como en la Conmemoración de todos los fieles difuntos, al
final de las misiones populares, con ocasión de la toma de posesión de
la parroquia por el nuevo párroco; en otras se realiza de forma privada,
como cuando los fieles se acercan a la tumba de sus seres queridos para
mantenerla limpia y adornada con luces y flores; esta visita debe ser
una muestra de la relación que existe entre el difunto y sus allegados,
no expresión de una obligación, que se teme descuidar por una especie de
temor supersticioso;
- la adhesión a cofradías y otras asociaciones, que tienen como
finalidad "enterrar a los muertos" conforme a una visión cristiana del
hecho de la muerte, ofrecer sufragios por los difuntos, ser solidarios y
ayudar a los familiares del fallecido;
- los sufragios frecuentes, de los que ya se ha hablado, mediante
limosnas y otras obras de misericordia, ayunos, aplicación de
indulgencias y sobre todo oraciones, como la recitación del salmo De
profundis, de la breve fórmula Requiem aeternam, que suele acompañar con
frecuencia al Ángelus, el santo Rosario, la bendición de la mesa
familiar.
Capítulo VIII
SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES
261. El santuario, tanto si está dedicado a la Santísima Trinidad como a
Cristo el Señor, a la Virgen, a los Ángeles, a los Santos o a los
Beatos, es quizá el lugar donde las relaciones entre Liturgia y piedad
popular son más frecuentes y evidentes. "En los santuarios se debe
proporcionar a los fieles de manera más abundante los medios de la
salvación, predicando con diligencia la Palabra de Dios y fomentando con
esmero la vida litúrgica, principalmente mediante la celebración de la
Eucaristía y la penitencia, y practicando también otras formas aprobadas
de piedad popular".
En estrecha relación con el santuario está la peregrinación, que también
es una expresión muy difundida y característica de la piedad popular.
En nuestros días, el interés por los santuarios y la participación en
las peregrinaciones, lejos de haberse debilitado por el secularismo,
gozan de amplio favor entre los fieles.
Parece conveniente, en conformidad con los objetivos de este Documento,
ofrecer algunas indicaciones para que, en la actividad pastoral de los
santuarios y en el desarrollo de las peregrinaciones, se establezca y
favorezca una relación correcta entre acciones litúrgicas y ejercicios
de piedad.
El Santuario
Algunos Principios
262. Según la revelación cristiana, el santuario supremo y definitivo es
Cristo resucitado (cfr. Jn 2,18-21; Ap 21,22), en torno al cual se
congrega y organiza la comunidad de los discípulos, que a su vez es la
nueva casa del Señor (cfr. 1 Pe 2,5; Ef 2,19-22).
Desde un punto de vista teológico, el santuario, que no pocas veces ha
surgido de un movimiento de piedad popular, es un signo de la presencia
activa, salvífica, del Señor en la historia y un refugio donde el pueblo
de Dios, peregrino por los caminos del mundo hacia la Ciudad futura (cfr.
Heb 13,14), restaura sus fuerzas para continuar la marcha.
263. El santuario, como las iglesias, tiene un gran valor simbólico: es
imagen de la "morada de Dios con los hombres" (Ap 21,3) y remite al
"misterio del Templo" que se ha realizado en el cuerpo de Cristo (Cfr.
Jn 1,14; 2,21), en la comunidad eclesial (cfr. 1 Pe 2,5) y en cada uno
de los fieles (cfr. 1 Cor 3,16-17; 6,19; 2 Cor 6,16).
A los ojos de los fieles los santuarios son:
- por su origen, quizá, recuerdo de un acontecimiento considerado
milagroso, que ha determinado la aparición de manifestaciones de
devoción duradera, o de testimonio de la piedad y el agradecimiento de
un pueblo por los beneficios recibidos;
- por los frecuentes signos de misericordia que suceden en ellos,
lugares privilegiados de la asistencia divina y de la intercesión de la
Virgen María, de los Santos o de los Beatos;
- por la situación, con frecuencia aislada y elevada, y por la belleza,
ya sea austera, ya exuberante de los lugares en los que se encuentran,
signo de la armonía del cosmos y reflejo de la belleza divina;
- por la predicación que allí resuena, llamada eficaz a la conversión,
invitación a vivir en la caridad y aumentar las obras de misericordia,
exhortación a llevar una vida caracterizada por el seguimiento de
Cristo;
- por la vida sacramental que allí se desarrolla, lugar de
fortalecimiento de la fe, crecimiento de gracia, refugio y esperanza en
la aflicción;
- por el aspecto del mensaje evangélico que expresan, una interpretación
especial y casi una prolongación de la Palabra;
- por su orientación escatológica, una invitación a cultivar el sentido
de la trascendencia y a dirigir los pasos, a través de los caminos de la
vida temporal, hacia el santuario del cielo (cfr. Heb 9,11; Ap 21,3).
"Siempre y en todo lugar, los santuarios cristianos han sido, o han
querido ser, signos de Dios, de su irrupción en la historia. Cada uno de
ellos es un memorial del misterio de la Encarnación y de la Redención".
Reconocimiento canónico
264. "Con el nombre de santuario se designa una iglesia u otro lugar
sagrado al que, por un motivo peculiar de piedad, acuden en
peregrinación numerosos fieles, con aprobación del Ordinario del lugar".
La condición previa para que un lugar sagrado sea reconocido
canónicamente como santuario diocesano, nacional o internacional, es la
aprobación del Obispo diocesano, de la Conferencia de Obispos, o de la
Santa Sede, respectivamente. La aprobación canónica constituye un
reconocimiento oficial del lugar sagrado y de su finalidad específica,
que es la de acoger las peregrinaciones del pueblo de Dios que acude
para adorar al Padre, profesar la fe, reconciliarse con Dios, con la
Iglesia y con los hermanos, e implorar la intercesión de la Madre del
Señor o de un Santo.
Sin embargo, no se debe olvidar que otros muchos lugares de culto, con
frecuencia humildes –pequeñas iglesias en la ciudad o en el campo –
desarrollan en su entorno local, aunque sin reconocimiento canónico, una
función semejante a la de los santuarios. También forman parte de la
"geografía de la fe" y de la piedad del pueblo de Dios, de una comunidad
que habita en un determinado lugar y que, en la fe, está en camino hacia
la Jerusalén celestial (cfr. Ap 21).
El
santuario como lugar de celebraciones cultuales
265. El santuario tiene una función cultual de primer orden. Los fieles
se acercan, sobre todo, para participar en las celebraciones litúrgicas
y en los ejercicios de piedad que tiene lugar allí. Esta reconocida
función cultual del santuario, no debe oscurecer en el ánimo de los
fieles la enseñanza evangélica de que el lugar no es algo determinante
para el auténtico culto al Señor (cfr. Jn 4,20-24).
Valor ejemplar
266. Los responsables de los santuarios deben procurar que la Liturgia
que en ellos se realiza, resulte un ejemplo por la calidad de las
celebraciones: "Entre las funciones reconocidas a los santuarios,
también por el Código de derecho canónico, está el desarrollo de la
Liturgia. Esto no se debe entender como un aumento del número de las
celebraciones, sino como una mejora de su calidad. Los rectores de los
santuarios son conscientes de su responsabilidad para alcanzar este
objetivo. Comprenden que los fieles, que llegan al santuario de los más
diversos lugares, deben regresar confortados en el espíritu y edificados
por las celebraciones que tienen lugar allí: por su capacidad de
comunicar el mensaje de salvación, por la noble sencillez de las
expresiones rituales, por el fiel cumplimiento de las normas litúrgicas.
Saben, también, que los efectos de una acción litúrgica ejemplar no se
agotan en la celebración realizada en el santuario: los sacerdotes y los
fieles peregrinos tienden a llevar a sus lugares de origen las
experiencias cultuales válidas que han vivido en el santuario".
La celebración de la
Penitencia
267. Para muchos fieles, la visita a un santuario es una ocasión
propicia, con frecuencia procurada, para acercarse al sacramento de la
Penitencia. Por lo tanto, es preciso que se preste atención a los
diversos elementos que contribuyen a la celebración del sacramento:
- El lugar de la celebración: además de los confesionarios tradicionales
dispuestos en la iglesia, en los santuarios muy frecuentados sería
deseable que hubiera un lugar reservado para la celebración de la
Penitencia, que se pueda emplear también para momentos de preparación
comunitaria y celebraciones penitenciales, y que, dentro del respeto a
las normas canónicas y a la reserva que exige la confesión, ofrezca al
penitente la facilidad para dialogar con el confesor.
- La preparación al sacramento: en no pocos casos, los fieles necesitan
ayuda para realizar los actos que son parte del sacramento, sobre todo
para orientar el corazón a Dios, con una sincera conversión, "puesto que
de ella depende la verdadera penitencia". Se deben organizar encuentros
de preparación, tal como se propone en el Ordo Paenitentiae, en los que,
mediante la escucha y la meditación de la Palabra de Dios, se ayude a
los fieles a celebrar con fruto el sacramento; o al menos se deben poner
a disposición de los fieles subsidios adecuados, que les guíen no sólo
en la preparación de la confesión de los pecados, sino para que alcancen
un sincero arrepentimiento.
- La elección de la forma ritual, que lleve a los fieles a descubrir la
naturaleza eclesial de la Penitencia; en este sentido, la celebración
del Rito para la reconciliación de varios penitentes con confesión y
absolución individual (forma segunda), debidamente organizada y
preparada, no debería ser algo excepcional, sino habitual, previsto
sobre todo en algunos momentos del Año litúrgico. Realmente "la
celebración comunitaria manifiesta más claramente la naturaleza eclesial
de la penitencia". La reconciliación sin confesión individual íntegra y
con absolución general es una forma totalmente excepcional y
extraordinaria, que no se puede alternar con las otras dos formas
ordinarias y no se justifica por la sola razón de una gran afluencia de
fieles, como sucede en las fiestas y peregrinaciones.
La celebración de la
Eucaristía
268. "La celebración de la Eucaristía es la culminación y como el cauce
de toda la acción pastoral de los santuarios"; es preciso, por tanto,
prestarle la máxima atención, para que resulte ejemplar en su desarrollo
ritual y conduzca a los fieles a un encuentro profundo con Cristo.
A menudo sucede que varios grupos quieren celebrar la Eucaristía al
mismo tiempo, pero por separado. Esto no es coherente con la dimensión
eclesial del misterio eucarístico, desde el momento en que esa manera de
celebrar la Eucaristía, en lugar de ser un momento de unidad y de
fraternidad, se convertiría en expresión de un particularismo que no
refleja el sentido de comunión y de universalidad de la Iglesia.
Una sencilla reflexión sobre la naturaleza de la Eucaristía, "sacramento
de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad", debería convencer a los
sacerdotes que guían las peregrinaciones a favorecer la reunión de
varios grupos en una misma concelebración, debidamente organizada y que
tuviera en cuenta – si fuera necesario – la diversidad de las lenguas;
en ocasión de reuniones de fieles de distintas naciones es conveniente
que se interpreten cantos en lengua latina y con las melodías más
fáciles, al menos en las partes del Ordinario de la Misa, especialmente
el símbolo de la fe y la oración del Señor. Tal celebración ofrecería
una imagen genuina de la naturaleza de la Iglesia y de la Eucaristía, y
constituiría para los peregrinos una ocasión de acogida recíproca y de
enriquecimiento mutuo.
La celebración de
la Unción de los enfermos
269. El Ordo unctionis infirmorum eorumque pastoralis curae prevé la
celebración comunitaria del sacramento de la Unción en los santuarios,
sobre todo con ocasión de peregrinaciones de enfermos. Esto está en
perfecta armonía con la naturaleza del sacramento y con la función del
santuario: es justo que donde se implora la misericordia del Señor de
una manera más intensa, la acción maternal de la Iglesia se haga más
solícita a favor de sus hijos que, por enfermedad o vejez, comienzan a
encontrarse en peligro.
El rito se realizará según las indicaciones del Ordo, por lo que "si hay
varios sacerdotes, cada uno impone las manos y administra la unción con
la fórmula correspondiente a cada uno de los enfermos de un grupo; en
cambio las oraciones las recita el celebrante principal".
La celebración de otros
sacramentos
270. En los santuarios, además de la Eucaristía, la Penitencia y la
Unción comunitaria de los enfermos, se celebran, también, con más o
menos frecuencia, otros sacramentos. Esto exige que los responsables del
santuario, además del cumplimiento de las disposiciones que haya emanado
el Obispo diocesano:
- procuren un entendimiento sincero y una colaboración fructuosa entre
el santuario y la comunidad parroquial;
- consideren con atención la naturaleza de cada sacramento; por ejemplo:
los sacramentos de la iniciación cristiana, que requieren una larga
preparación e insertan al bautizado en la comunidad eclesial, deberían
celebrarse, por norma general, en la parroquia;
- asegúrense de que todas las celebraciones de un sacramento hayan
estado precedidas de una adecuada preparación; los responsables de un
santuario no deben celebrar el sacramento del matrimonio si no consta el
permiso concedido por el Ordinario o por el párroco;
- valoren serenamente las situaciones, múltiples e imprevisibles, para
las que no es posible establecer a priori normas rígidas.
La celebración de
la Liturgia de las Horas
271. La visita a un santuario, tiempo y lugar favorable para la oración
personal y comunitaria, constituye una ocasión privilegiada para ayudar
a los fieles a apreciar la belleza de la Liturgia de las Horas y para
asociarse a la alabanza cotidiana que, en el curso de su peregrinación
terrena, la Iglesia eleva al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo.
Así pues, los rectores de los santuarios deben introducir en las
actividades preparadas para los peregrinos, según la oportunidad,
celebraciones dignas y festivas de la Liturgia de las Horas,
especialmente de Laudes y Vísperas, proponiendo también la celebración,
parcial o completa, de un Oficio votivo que tenga relación con el
santuario.
A lo largo de la peregrinación y conforme se van acercando a la meta,
los sacerdotes que acompañan a los fieles no dejen de proponerles, al
menos, la oración de alguna Hora del Oficio Divino.
La celebración de los
sacramentales
272. Desde la antigüedad, la Iglesia ha tenido la costumbre de bendecir
personas, lugares, alimentos, objetos. En nuestros días, sin embargo, la
práctica de la bendición, motivada por usos antiguos y concepciones
profundamente arraigadas en algunos fieles, presenta algunos puntos
delicados. Con todo, continúa siendo una cuestión pastoral bastante
presente en los santuarios, donde los fieles, que acuden para implorar
la gracia y la ayuda del Señor, la intercesión de la Madre de la
misericordia o de los Santos, suelen pedir a los sacerdotes las más
diversas bendiciones. Para un desarrollo correcto de la pastoral de las
bendiciones, los rectores de los santuarios deberán:
- proceder con paciencia en la aplicación gradual de los principios
establecidos por el Rituale Romanum, los cuales buscan fundamentalmente
que la bendición sea una expresión genuina de fe en Dios, dador de todo
bien;
- subrayar de manera adecuada – en cuanto sea posible – los dos momentos
que configuran la "estructura típica" de toda bendición: la proclamación
de la Palabra de Dios, que da sentido al signo sagrado, y la oración
mediante la cual la Iglesia alaba a Dios e implora sus beneficios, como
recuerda el mismo signo de la cruz que traza el ministro ordenado;
- preferir la celebración comunitaria a la individual o privada y
comprometer a los fieles para que participen de manera plena y
consciente.
273. Es deseable que los rectores de los santuarios establezcan a lo
largo del día, en los periodos de mayor afluencia de peregrinos,
momentos especiales para celebrar las bendiciones; en ellos, mediante
una acción ritual caracterizada por la verdad y la dignidad, los fieles
comprenderán el sentido genuino de la bendición y el compromiso de
observar los mandamientos de Dios, que comporta la "petición de una
bendición".
El santuario como
lugar de evangelización
274. Innumerables centros de comunicación social divulgan todos los días
noticias y mensajes de todo tipo; el santuario, en cambio, es el lugar
en el que continuamente se proclama un mensaje de vida: el "Evangelio de
Dios" (Mc 1,14; Rom 1,1) o "Evangelio de Jesucristo" (Mc 1,1), esto es,
la buena noticia que proviene de Dios y que tiene por contenido a Cristo
Jesús: Él es el Salvador de todos los pueblos, en cuya muerte y
resurrección se han reconciliado para siempre el cielo y la tierra.
Al fiel que se acerca al santuario se le deben proponer, directa o
indirectamente, los elementos fundamentales del mensaje evangélico: el
sermón de la montaña, el anuncio gozoso de la bondad y paternidad de
Dios así como de su amorosa providencia, el mandamiento del amor, el
significado salvador de la cruz, el destino trascendente de la vida
humana.
Muchos santuarios son, efectivamente, lugares de difusión del Evangelio:
en las formas más variadas, el mensaje de Cristo se trasmite a los
fieles como llamada a la conversión, invitación al seguimiento,
exhortación a la perseverancia, recuerdo de las exigencias de la
justicia, palabra de consuelo y de paz.
No se puede olvidar la cooperación que muchos santuarios prestan a la
labor evangelizadora de la Iglesia, al sostener de diversos modos las
misiones "ad gentes".
El santuario como lugar
de la caridad
275. La misión ejemplar del santuario se extiende también al ejercicio
de la caridad. Todo santuario, en cuanto celebra la presencia
misericordiosa del Señor, la ejemplaridad y la intercesión de la Virgen
y los Santos, "es por sí mismo un hogar que irradia la luz y el calor de
la caridad". En su acepción más común y en el lenguaje de los sencillos
"la caridad es el amor expresado en el nombre de Dios". Esta encuentra
sus manifestaciones concretas en el acoger y en la misericordia, en la
solidaridad y en el compartir, en la ayuda y en el don.
Gracias a la generosidad de los fieles y al celo de los responsables,
muchos santuarios son lugares de mediación entre el amor a Dios y la
caridad fraterna, por una parte, y las necesidades del hombre, por otra.
En ellos fructifica la caridad de Cristo y parece que se prolongan la
solicitud maternal de la Virgen y la cercanía solidaria de los Santos,
que se expresan, por ejemplo:
- en la creación y mantenimiento de centros de asistencia social, como
hospitales, centros de enseñanza para niños sin recursos y residencias
para personas ancianas;
- "en la acogida y hospitalidad para con los peregrinos, sobre todo los
más pobres, a quienes se ofrecen, en la medida de lo posible, lugares y
condiciones para un momento de descanso
- en la solicitud y cuidado de los peregrinos ancianos, enfermos,
minusválidos, a los que se reservan las atenciones más delicadas, los
mejores sitios en los santuarios; para ellos se organizan, en el horario
más adecuado, celebraciones que, sin separarles de los otros fieles,
tengan en cuenta sus circunstancias especiales; para ellos se establece
una cooperación con asociaciones que se ocupen generosamente de sus
desplazamientos;
- en la disponibilidad y en el servicio ofrecido a todos los que se
acercan al santuario: fieles cultos e incultos, pobres y ricos,
con-nacionales o extranjeros".
El santuario como lugar de
cultura
276. Con frecuencia el santuario es ya, en sí mismo, un "bien cultural":
en él se dan cita y se presentan, como resumidas en una síntesis,
numerosas manifestaciones de la cultura de las poblaciones vecinas:
testimonios históricos y artísticos, formas de expresión lingüística y
literaria, expresiones musicales típicas.
Desde este punto de vista, el santuario resulta con frecuencia un punto
de referencia válido para definir la identidad cultural de un pueblo. Y
en cuanto que en el santuario se da una síntesis armoniosa entre
naturaleza y gracia, piedad y arte, se puede proponer como expresión de
la Vía pulchritudinis para contemplar la belleza de Dios, del misterio
de la Tota pulchra, de las admirables experiencias de los Santos.
Además, cada vez se tiende más a hacer del santuario un "centro de
cultura" específico, un lugar en el que se organizan cursos de estudio y
conferencias, donde se acometen interesantes iniciativas editoriales y
se promueven representaciones sagradas, conciertos, exposiciones y otras
manifestaciones artísticas y literarias.
La actividad cultural del santuario se configura como una iniciativa en
el ámbito de la promoción humana; esta función se añade útilmente a la
función primordial, de lugar para el culto divino, para la
evangelización, para el ejercicio de la caridad. En este sentido, los
responsables de los santuarios deben procurar que la dimensión cultural
no adquiera una importancia mayor que la cultual.
El santuario
como lugar de compromiso ecuménico
277. El santuario, en cuanto lugar de anuncio de la Palabra, de
invitación a la conversión, de intercesión, de intensa vida litúrgica,
de ejercicio de la caridad es un "bien espiritual" que se puede
compartir, en una cierta medida y conforme a las indicaciones del
Directorio ecuménico, con los hermanos y hermanas que no están en plena
comunión con la Iglesia católica.
En consecuencia, el santuario debe ser un lugar de compromiso ecuménico,
sensible a la necesidad grave y urgente de la unidad de todos los
creyentes en Cristo, único Señor y Salvador.
Por lo tanto, los rectores de los santuarios deben ayudar a los
peregrinos a tomar conciencia del "ecumenismo espiritual" del que hablan
el decreto conciliar Unitatis redintegratio y el Directorio ecuménico,
según el cual los cristianos deben siempre tener presente la intención
de la unidad en las oraciones, en la celebración eucarística, en la vida
diaria. Así, en los santuarios se debería intensificar la oración con
esta intención en algunos tiempos particulares, como la semana de
oración por la unidad de los cristianos, en los días entre la Ascensión
del Señor y Pentecostés, en los cuales se recuerda a la comunidad de
Jerusalén reunida en la oración y en espera de la venida del Espíritu
Santo, que la confirmará en la unidad y en su misión universal.
Además, los rectores de los santuarios promuevan, cuando haya
oportunidad, encuentros de oración entre cristianos de las diversas
confesiones; en estos encuentros, preparados con atención y
colaboración, deberá primar la Palabra de Dios y se deberán valorar las
formas de oración características de las diversas confesiones
cristianas.
Según las circunstancias, será quizá oportuno extender, en casos
excepcionales, la atención a los miembros de otras religiones: existen,
de hecho, santuarios frecuentados por los no cristianos, que acuden allí
atraídos por los valores propios del cristianismo. Todos los actos de
culto que se realizan en los santuarios deben ser claramente conformes
con la identidad católica, sin ocultar jamás lo que pertenece a la fe de
la Iglesia.
278. El compromiso ecuménico adquiere aspectos particulares cuando se
trata de santuarios dedicados a la Virgen María. En el plano
sobrenatural, santa María, que ha dado a luz al Salvador de todos los
pueblos y que ha sido su primera y perfecta discípula, tiene una misión
de concordia y de unidad respecto a los discípulos de su Hijo, por lo
que la Iglesia la saluda con el título de Mater unitatis; en el plano
histórico, en cambio, la figura de María, debido a las diversas
interpretaciones sobre su papel en la historia de la salvación, ha sido
con frecuencia motivo de divergencia y división entre los cristianos.
Hay que reconocer, con todo, que en el aspecto mariano, el diálogo
ecuménico actualmente está dando sus frutos.
La peregrinación
279. La peregrinación, experiencia religiosa universal, es una expresión
característica de la piedad popular, estrechamente vinculada al
santuario, de cuya vida constituye un elemento indispensable: el
peregrino necesita un santuario y el santuario requiere peregrinos.
Peregrinaciones bíblicas
280. En la Biblia destacan, por su simbolismo religioso, las
peregrinaciones de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, a Siquem (cfr.
Gn 12,6-7; 33,18-20), Betel (cfr. Gn 28,10-22; 35,1-15) y Mambré (Gn
13,18; 18,1-15), donde Dios se les manifestó y se comprometió a darles
la "tierra prometida".
Para las tribus salidas de Egipto, el Sinaí, monte de la teofanía a
Moisés (cfr. Ex 19-20), se convierte en un lugar sagrado y todo el
camino del desierto del Sinaí tuvo para ellos el sentido de un largo
viaje hacia la tierra santa de la promesa: viaje bendecido por Dios,
que, en el Arca (cfr. Num 10,33-36) y en el Tabernáculo (cfr. 2 Sam
7,6), símbolos de su presencia, camina con su pueblo, lo guía y la
protege por medio de la Nube (cfr. Num 9,15-23).
Jerusalén, convertida en sede del Templo y del Arca, pasó a ser la
ciudad-santuario de los Hebreos, la meta por excelencia del deseado
"viaje santo" (Sal 84,6), en el que el peregrino avanza "entre cantos de
alegría, en el bullicio de la fiesta" (Sal 42,5) hasta "la casa de Dios"
para comparecer ante su presencia (cfr. Sal 84,6-8).
Tres veces al año, los varones israelitas debían "presentarse ante el
Señor" (cfr. Ex 23,17), es decir, dirigirse al Templo de Jerusalén: esto
daba lugar a tres peregrinaciones con ocasión de las fiestas de los
Ácimos (la Pascua), de las Semanas (Pentecostés) y de los Tabernáculos;
y toda familia israelita piadosa acudía, como hacía la familia de Jesús
(cfr. Lc 2,41), a la ciudad santa para la celebración anual de la
Pascua. Durante su vida pública, también Jesús se dirigía habitualmente
a Jerusalén como peregrino (cfr. Jn 11,55-56); por otra parte se sabe
que el evangelista san Lucas presenta la acción salvífica de Jesús como
una misteriosa peregrinación (cfr. Lc 9,51-19,45), cuya meta es
Jerusalén, la ciudad mesiánica, el lugar del sacrificio pascual y de su
retorno al Padre: "He salido del Padre y he venido al mundo; ahora dejo
de nuevo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28).
Precisamente durante una reunión de peregrinos en Jerusalén, de "judíos
observantes de toda nación que hay bajo el cielo" (Hech 2,5) para
celebrar Pentecostés, la Iglesia comienza su camino misionero.
La peregrinación cristiana
281. Desde que Jesús ha dado cumplimiento en sí mismo al misterio del
Templo (cfr. Jn 2,22-23) y ha pasado de este mundo al Padre (cfr. Jn
13,1), realizando en su persona el éxodo definitivo, para sus discípulos
ya no existe ninguna peregrinación obligatoria: toda su vida es un
camino hacia el santuario celeste y la misma Iglesia dice de sí que es
"peregrina en este mundo".
Sin embargo la Iglesia, dada la conformidad que existe entre la doctrina
de Cristo y los valores espirituales de la peregrinación, no sólo ha
considerado legítima esta forma de piedad, sino que la ha alentado a lo
largo de la historia.
282. En los tres primeros siglos la peregrinación, salvo alguna
excepción, no forma parte de las expresiones cultuales del cristianismo:
la Iglesia temía la contaminación de prácticas religiosas del judaísmo y
del paganismo, en los cuales la práctica de la peregrinación estaba muy
arraigada.
No obstante, en estos siglos se ponen los cimientos para una
recuperación, con características cristianas, de la práctica de la
peregrinación: el culto a los mártires, en las tumbas, a las que acuden
los fieles para venerar los restos mortales de estos testigos insignes
de Cristo, determinará, progresiva y consecuentemente, el paso de la
"visita devota" a la "peregrinación votiva".
283. Después de la paz constantiniana, tras la identificación de los
lugares y el hallazgo de las reliquias de la Pasión del Señor, la
peregrinación cristiana vive un momento de esplendor: es sobre todo la
visita a Palestina, que, por sus "lugares santos", se convierte,
comenzando por Jerusalén, en la Tierra santa. De esto dan testimonio las
narraciones de peregrinos famosos, como el Itinerarium Burdigalense y el
Itinerarium Egeriae, ambos del siglo IV.
Se construyen basílicas sobre los "lugares santos", como la Anástasis,
edificada sobre el Santo Sepulcro, y el Martyrium sobre el Monte
Calvario, que ejercen una gran atracción sobre los peregrinos. También
los lugares de la infancia del Salvador y de su vida pública se
convierten en meta de peregrinaciones, que se extienden también a los
lugares sagrados del Antiguo Testamento, como el Monte Sinaí.
284. La Edad Media es la época dorada de las peregrinaciones; además de
su función fundamentalmente religiosa, han tenido una función
extraordinaria en la formación de la cristiandad occidental, en la unión
de los diversos pueblos, en el intercambio de valores entre las diversas
culturas europeas.
Los centros de peregrinación son numerosos. Ante todo, Jerusalén, que, a
pesar de la ocupación islámica, continúa siendo un punto importante de
atracción espiritual, así como el origen del fenómeno de las cruzadas,
cuyo motivo fue precisamente permitir a los fieles visitar el sepulcro
de Cristo. Asimismo las reliquias de la pasión del Señor, como la
túnica, el rostro santo, la escala santa, la sábana santa atraen a
innumerables fieles y peregrinos. A Roma acuden los "romeros" para
venerar las memorias de los apóstoles Pedro y Pablo (ad limina
Apostolorum), para visitar las catacumbas y las basílicas, y como
reconocimiento del ministerio del Sucesor de Pedro a favor de la Iglesia
universal (ad Petri sedem). Fue también muy frecuentado durante los
siglos IX a XVI, y todavía hoy lo es, Santiago de Compostela, hacia
donde convergen desde diversos países varios "caminos", formados como
consecuencia de un planteamiento religioso, social y caritativo de la
peregrinación. Entre otros lugares se puede mencionar Tours, donde está
la tumba de san Martín, venerado fundador de dicha Iglesia; Canterbury,
donde santo Tomás Becket consumó su martirio, que tuvo gran resonancia
en toda Europa; el Monte Gargano en Puglia, S. Michele della Chiusa en
el Piamonte, el Mont Saint-Michel en Normandía, dedicados al arcángel
san Miguel; Walsingham, Rocamadour y Loreto, sedes de célebres
santuarios marianos.
285. En la época moderna, debido al cambio del ambiente cultural, a las
vicisitudes originadas por el movimiento protestante y el influjo de la
ilustración, las peregrinaciones disminuyeron: el "viaje a un país
lejano" se convierte en "peregrinación espiritual", "camino interior" o
"procesión simbólica", que consistía en un breve recorrido, como en el
Vía Crucis.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX se recuperan las
peregrinaciones, pero cambia en parte su fisonomía: tienen como meta
santuarios que son particulares expresiones de la identidad de la fe y
de la cultura de una nación; este es el caso, por ejemplo de los
santuarios de Altötting, Antipolo, Aparecida, Asís, Caacupé, Chartres,
Coromoto, Czestochowa, Ernakulam-Angamaly, Fátima, Guadalupe, Kevalaer,
Knock, La Vang, Loreto, Lourdes, Mariazell, Marienberg, Montevergine,
Montserrat, Nagasaki, Namugongo, Padua, Pompei, San Giovanni Rotondo,
Washington, Yamoussoukro, etc.
Espiritualidad de la
peregrinación
286. A pesar de todos los cambios sufridos a lo largo de los siglos, la
peregrinación conserva en nuestro tiempo los elementos esenciales que
determinan su espiritualidad:
Dimensión escatológica. Es una característica esencial y originaria: la
peregrinación, "camino hacia el santuario", es momento y parábola del
camino hacia el Reino; la peregrinación ayuda a tomar conciencia de la
perspectiva escatológica en la que se mueve el cristiano, homo viator:
entre la oscuridad de la fe y la sed de la visión, entre el tiempo
angosto y la aspiración a la vida sin fin, entre la fatiga del camino y
la esperanza del reposo, entre el llanto del destierro y el anhelo del
gozo de la patria, entre el afán de la actividad y el deseo de la
contemplación serena.
El acontecimiento del éxodo, camino de Israel hacia la tierra prometida,
se refleja también en la espiritualidad de la peregrinación: el
peregrino sabe que "aquí abajo no tenemos una ciudad estable" (Heb
13,14), por lo cual, más allá de la meta inmediata del santuario, avanza
a través del desierto de la vida, hacia el Cielo, hacia la Tierra
prometida.
Dimensión penitencial. La peregrinación se configura como un "camino de
conversión": al caminar hacia el santuario, el peregrino realiza un
recorrido que va desde la toma de conciencia de su propio pecado y de
los lazos que le atan a las cosas pasajeras e inútiles, hasta la
consecución de la libertad interior y la comprensión del sentido
profundo de la vida.
Como ya se ha dicho, para muchos fieles la visita a un santuario
constituye una ocasión propicia, con frecuencia buscada, para acercarse
al sacramento de la Penitencia, y la peregrinación misma se ha entendido
y propuesto en el pasado – y también en nuestros días – como una obra de
penitencia.
Además, cuando la peregrinación se realiza de modo auténtico, el fiel
vuelve del santuario con el propósito de "cambiar de vida", de
orientarla hacia Dios más decididamente, de darle una dimensión más
trascendente.
Dimensión festiva. En la peregrinación la dimensión penitencial coexiste
con la dimensión festiva: también esta se encuentra en el centro de la
peregrinación, en la que aparecen no pocos de los motivos antropológicos
de la fiesta.
El gozo de la peregrinación cristiana es prolongación de la alegría del
peregrino piadoso de Israel: "Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la
casa del Señor" (Sal 122,1); es alivio por la ruptura de la monotonía
diaria, desde la perspectiva de algo diverso; es aligeramiento del peso
de la vida que para muchos, sobre todo para los pobres, es un fardo
pesado; es ocasión para expresar la fraternidad cristiana, para dar
lugar a momentos de convivencia y de amistad, para mostrar la
espontaneidad, que con frecuencia está reprimida.
Dimensión cultual. La peregrinación es esencialmente un acto de culto:
el peregrino camina hacia el santuario para ir al encuentro con Dios,
para estar en su presencia tributándole el culto de su adoración y para
abrirle su corazón.
En el santuario, el peregrino realiza numerosos actos de culto, tanto de
orden litúrgico como de piedad popular. Su oración adquiere formas
diversas: de alabanza y adoración al Señor por su bondad y santidad; de
acción de gracias por los dones recibidos; de cumplimiento de un voto,
al que se había obligado el peregrino ante el Señor; de imploración de
las gracias necesarias para la vida; de petición de perdón por los
pecados cometidos.
Con mucha frecuencia la oración del peregrino se dirige a la Virgen
María, a los Ángeles y a los Santos, a quienes reconoce como
intercesores válidos ante el Altísimo. Por lo demás, las imágenes
veneradas en el santuario son signos de la presencia de la Madre y de
los Santos, junto al Señor glorioso, "siempre vivo para interceder" (Heb
7,25) en favor de los hombres y siempre presente en la comunidad que se
reúne en su nombre (cfr. Mt 18,20; 28,20). La imagen sagrada del
santuario, sea de Cristo, de la Virgen, de los Ángeles o de los Santos,
es un signo santo de la presencia divina y del amor providente de Dios;
es testigo de la oración, que de generación en generación se ha elevado
ante ella como voz suplicante del necesitado, gemido del afligido,
júbilo agradecido de quien ha obtenido gracia y misericordia.
Dimensión apostólica. La situación itinerante del peregrino presenta de
nuevo, en cierto sentido, la de Jesús y sus discípulos, que recorrían
los caminos de Palestina para anunciar el Evangelio de la salvación.
Desde este punto de vista, la peregrinación es un anuncio de fe y los
peregrinos se convierten en "heraldos itinerantes de Cristo".
Dimensión de comunión. El peregrino que acude al santuario está en
comunión de fe y de caridad, no sólo con los compañeros con quienes
realiza el "santo viaje" (cfr. Sal 84,6), sino con el mismo Señor, que
camina con él, como caminó al lado de los discípulos de Emaús (cfr. Lc
24,13-35); con su comunidad de origen, y a través de ella, con la
Iglesia que habita en el cielo y peregrina en la tierra; con los fieles
que, a lo largo de los siglos, han rezado en el santuario; con la
naturaleza que rodea el santuario, cuya belleza admira y que siente
movido a respetar; con la humanidad, cuyo sufrimiento y esperanza
aparecen en el santuario de diversas maneras, y cuyo ingenio y arte han
dejado en él numerosas huellas.
Desarrollo de la peregrinación
287. Puesto que el santuario es un lugar de oración, así la
peregrinación es un camino de oración. En cada una de las etapas, la
oración deberá alentar la peregrinación y la Palabra de Dios deberá ser
luz y guía, alimento y apoyo.
El resultado feliz de una peregrinación, en cuanto manifestación
cultual, y los mismos frutos espirituales que se esperan de ella, se
aseguran disponiendo de manera ordenada las celebraciones y destacando
adecuadamente las diversas fases.
La partida de la peregrinación se debe caracterizar por un momento de
oración, realizado en la iglesia parroquial o en otra que resulte más
adecuada, y consiste en la celebración de la Eucaristía o de alguna
parte de la Liturgia de las Horas, o en una bendición especial para los
peregrinos.
La última etapa del camino se debe caracterizar por una oración más
intensa; es aconsejable que cuando ya se divise el santuario, el
recorrido se haga a pie, procesionalmente, rezando, cantando y
deteniéndose en las estaciones que pueda haber en ese trayecto.
La acogida de los peregrinos podrá dar lugar a una especie de "liturgia
de entrada", que sitúe el encuentro entre los peregrinos y los
encargados del santuario en el plano de la fe; donde sea posible, estos
últimos saldrán al encuentro de los peregrinos, para acompañarles en el
trayecto final del camino.
La permanencia en el santuario, obviamente, deberá constituir el momento
más intenso de la peregrinación y se deberá caracterizar por el
compromiso de conversión, convenientemente ratificado en el sacramento
de la reconciliación; por expresiones particulares de oración, como el
agradecimiento, la súplica, la petición de intercesiones, según las
características del santuario y los objetivos de la peregrinación; por
la celebración de la Eucaristía, culminación de la peregrinación.
La conclusión de la peregrinación se caracterizará por un momento de
oración, en el mismo santuario o en la iglesia de la que han partido;
los fieles darán gracias a Dios por el don de la peregrinación y pedirán
al Señor la ayuda necesaria para vivir con un compromiso más generoso la
vocación cristiana, una vez que hayan vuelto a sus hogares.
Desde la antigüedad, el peregrino ha querido llevarse algún "recuerdo"
del santuario visitado. Se debe procurar que los objetos, imágenes,
libros, transmitan el auténtico espíritu del lugar santo. Se debe
conseguir que los lugares de venta no estén en el área sagrada del
santuario, ni tengan el aspecto de un mercado.
CONCLUSIÓN
288. Este Directorio, en las dos partes que lo componen, presenta muchas
indicaciones, propuestas y orientaciones, para ayudar y educar, en
armonía con la Liturgia, a la variada realidad de la piedad y
religiosidad popular.
Al hacer referencia a tradiciones y circunstancias distintas, como
ejercicios de piedad, devociones de diversa índole y naturaleza, el
Directorio quiere ofrecer los presupuestos fundamentales, recordar las
directrices y presentar sugerencias para una acción pastoral fecunda.
Corresponde a los Obispos, con ayuda de sus colaboradores más directos,
en especial los rectores de santuarios, establecer normas y dar
orientaciones prácticas, teniendo en cuenta las tradiciones locales y
las expresiones particulares de religiosidad y piedad popular.