El camino de
amor: El Magisterio de la Iglesia |
DECLARACIÓN
"NOSTRA AETATE"
SOBRE LAS RELACIONES DE LA IGLESIA
CON LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS
S.S. Pablo VI, 1965
Proemio
1. En nuestra época, en la que el género humano se une cada vez más
estrechamente y aumentan los vínculos entre los diversos pueblos, la
Iglesia considera con mayor atención en qué consiste su relación con
respecto a las religiones no cristianas. En cumplimiento de su misión de
fundamentar la Unidad y la Caridad entre los hombres y, aún más, entre
los pueblos, considera aquí, ante todo, aquello que es comûn a los
hombres y que conduce a la mutua solidaridad.
Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto
que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra,
y tienen también un fin ûltimo, que es Dios, cuya providencia,
manifestación de bondad y designios de salvación se extienden a todos,
hasta que se unan los elegidos en la ciudad santa, que será iluminada
por el resplandor de Dios y en la que los pueblos caminarán bajo su luz.
Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los
enigmas recónditos de la condición humana, que hoy como ayer, conmueven
íntimamente su corazón: ¿Qué es el hombre, cuál es el sentido y el fin
de nuestra vida, el bien y el pecado, el origen y el fin del dolor, el
camino para conseguir la verdadera felicidad, la muerte, el juicio, la
sanción después de la muerte? ¿Cuál es, finalmente, aquel ûltimo e
inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y
hacia donde nos dirigimos?
Las diversas religiones no cristianas
2. Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los
diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que
se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de
la vida humana y aveces también el reconocimiento de la Suma Divinidad e
incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida
con íntimo sentido religioso. Las religiones a tomar contacto con el
progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas
con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado. Así, en el
Hinduismo los hombres investigan el misterio divino y lo expresan
mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes
esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de
nuestra condición mediante las modalidades de la vida ascética, a través
de profunda meditación, o bien buscando refugio en Dios con amor y
confianza. En el Budismo, según sus varias formas, se reconoce la
insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el
que los hombres, con espíritu devoto y confiado pueden adquirir el
estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios
esfuerzos apoyados con el auxilio superior. Así también los demás
religiones que se encuentran en el mundo, es esfuerzan por responder de
varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos,
es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados.
La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay
de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y
de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho
de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de
aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la
obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el Camino, la
Verdad y la Vida" (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la
plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas
las cosas.
Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad,
mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones,
dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan
aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores
socio-culturales que en ellos existen.
La religión del Islam
3. La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al
único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso,
Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos
ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a
Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a
Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su
Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan,
además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres
resucitados. Por ello, aprecian además el día del juicio, cuando Dios
remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida
moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el
ayuno.
Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y
enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a
todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la
justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los
hombres.
La religión judía
4. Al investigar el misterio de la Iglesia, este Sagrado Concilio
recuerda los vínculos con que el Pueblo del Nuevo Testamento está
espiritualmente unido con la raza de Abraham.
Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su
elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas,
conforme al misterio salvífico de Dios. Reconoce que todos los
cristianos, hijos de Abraham segûn la fe, están incluidos en la vocación
del mismo Patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente
prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de esclavitud.
Por lo cual, la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la Revelación
del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo, con quien Dios, por su
inefable misericordia se dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede
olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado
las ramas del olivo silvestre que son los gentiles. Cree, pues, la
Iglesia que Cristo, nuestra paz, reconcilió por la cruz a judíos y
gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en sí mismo.
La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del Apóstol Pablo
sobre sus hermanos de sangre, "a quienes pertenecen la adopción y la
gloria, la Alianza, la Ley, el culto y las promesas; y también los
Patriarcas, y de quienes procede Cristo según la carne" (Rom., 9,4-5),
hijo de la Virgen María. Recuerda también que los Apóstoles, fundamentos
y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos
de aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de
Cristo.
Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció el tiempo de su
visita, gran parte de los Judíos no aceptaron el Evangelio e incluso no
pocos se opusieron a su difusión. No obstante, según el Apóstol, los
Judíos son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios
no se arrepiente de sus dones y de su vocación. La Iglesia, juntamente
con los Profetas y el mismo Apóstol espera el día, que sólo Dios conoce,
en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz y "le
servirán como un solo hombre" (Soph 3,9).
Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a
cristianos y judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar
el mutuo conocimiento y aprecioentre ellos, que se consigue sobre todo
por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo
fraterno.
Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la
muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser
imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a
los judíos de hoy. Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no
se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos, como
si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras. Por consiguiente,
procuren todos no enseñar nada que no esté conforme con la verdad
evangélica y con el espíritu de Cristo, ni en la catequesis ni en la
predicación de la Palabra de Dios.
Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución contra los
hombres, consciente del patrimonio común
con los judíos, e impulsada no por razones políticas, sino por la
religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y
manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra
los judíos.
Por los demás, Cristo, como siempre lo ha profesado y profesa la
Iglesia, abrazó voluntariamente y movido por inmensa caridad, su pasión
y muerte, por los pecados de todos los hombres, para que todos consigan
la salvación. Es, pues, deber de la Iglesia en su predicación el
anunciar la cruz de Cristo como signo del amor universal de Dios y como
fuente de toda gracia.
La fraternidad universal excluye toda discriminación
5. No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a
conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de
Dios. la relación del hombre para con Dios Padre y con los demás hombres
sus hermanos están de tal forma unidas que, como dice la Escritura: "el
que no ama, no ha conocido a Dios" (1 Jn 4,8).
Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica que introduce
discriminación entre los hombres y entre los pueblos, en lo que toca a
la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan.
La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu de Cristo
cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o
color, de condición o religión. Por esto, el sagrado Concilio, siguiendo
las huellas de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, ruega ardientemente a
los fieles que, "observando en medio de las naciones una conducta
ejemplar", si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz con
todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos del Padre que está
en los cielos.
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Declaración han
obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en
virtud de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los
Venerables Padres, las aprobamos, decretamos y establecemos en el
Espíritu Santo, y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea
promulgado para la gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 28 de octubre de 1965.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia católica