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Comunión fraterna con las Iglesias católicas orientales

38. El fenómeno reciente de la implantación y desarrollo en América de Iglesias particulares católicas orientales, dotadas de jerarquía propia, ha merecido una especial atención por parte de algunos Padres sinodales. Un sincero deseo de abrazar cordial y eficazmente a estos hermanos en la fe y en la comunión jerárquica bajo el Sucesor de Pedro, ha llevado a la Asamblea sinodal a proponer sugerencias concretas de ayuda fraterna por parte de las Iglesias particulares latinas a las Iglesias católicas orientales existentes en el Continente. Así, por ejemplo, se propone que sacerdotes de rito latino, sobre todo de origen oriental, puedan ofrecer su colaboración litúrgica a las comunidades orientales carentes de un número suficiente de presbíteros. Igualmente, respecto a los edificios religiosos, los fieles orientales podrán usar, en los casos que sea conveniente, las iglesias de rito latino.

En este espíritu de comunión son dignas de consideración varias propuestas de los Padres sinodales: que allí donde sea necesario exista, en las Conferencias Episcopales nacionales y en los organismos internacionales de cooperación episcopal, una comisión mixta encargada de estudiar los problemas pastorales comunes; que la catequesis y la formación teológica para los laicos y seminaristas de la Iglesia latina, incluyan el conocimiento de la tradición viva del Oriente cristiano; que los Obispos de las Iglesias católicas orientales participen en las Conferencias Episcopales latinas de las respectivas Naciones. 125 No puede dudarse de que esta cooperación fraterna, a la vez que prestará una ayuda preciosa a las Iglesias orientales, de reciente implantación en América, permitirá a las Iglesias particulares latinas enriquecerse con el patrimonio espiritual de la tradición del Oriente cristiano.

El presbítero, signo de unidad

39. « Como miembro de una Iglesia particular, todo sacerdote debe ser signo de comunión con el Obispo en cuanto que es su inmediato colaborador, unido a sus hermanos en el presbiterio. Ejerce su ministerio con caridad pastoral, principalmente en la comunidad que le ha sido confiada, y la conduce al encuentro con Jesucristo Buen Pastor. Su vocación exige que sea signo de unidad. Por ello debe evitar cualquier participación en política partidista que dividiría a la comunidad ». 126 Es deseo de los Padres sinodales que se « desarrolle una acción pastoral a favor del clero diocesano que haga más sólida su espiritualidad, su misión y su identidad, la cual tiene su centro en el seguimiento de Cristo que, sumo y eterno Sacerdote, buscó siempre cumplir la voluntad del Padre. Él es el ejemplo de la entrega generosa, de la vida austera y del servicio hasta la muerte. El sacerdote sea consciente de que, por la recepción del sacramento del Orden, es portador de gracia que distribuye a sus hermanos en los sacramentos. Él mismo se santifica en el ejercicio del ministerio ». 127

El campo en que se desarrolla la actividad de los sacerdotes es inmenso. Conviene, por ello, « que coloquen como centro de su actividad lo que es esencial en su ministerio: dejarse configurar a Cristo Cabeza y Pastor, fuente de la caridad pastoral, ofreciéndose a sí mismos cada día con Cristo en la Eucaristía, para ayudar a los fieles a que tengan un encuentro personal y comunitario con Jesucristo vivo ». 128 Como testigos y discípulos de Cristo misericordioso, los sacerdotes están llamados a ser instrumentos de perdón y de reconciliación, comprometiéndose generosamente al servicio de los fieles según el espíritu del Evangelio.

Los presbíteros, en cuanto pastores del pueblo de Dios en América, deben además estar atentos a los desafíos del mundo actual y ser sensibles a las angustias y esperanzas de sus gentes, compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una actitud de solidaridad con los pobres. Procurarán discernir los carismas y las cualidades de los fieles que puedan contribuir a la animación de la comunidad, escuchándolos y dialogando con ellos, para impulsar así su participación y corresponsabilidad. Ello favorecerá una mejor distribución de las tareas que les permita « consagrarse a lo que está más estrechamente conexo con el encuentro y el anuncio de Jesucristo, de modo que signifiquen mejor, en el seno de la comunidad, la presencia de Jesús que congrega a su pueblo ». 129

El trabajo de discernimiento de los carismas particulares debe llevar también a valorizar aquellos sacerdotes que se consideren adecuados para realizar ministerios particulares. A todos los sacerdotes, además, se les pide que presten su ayuda fraterna en el presbiterio y que recurran al mismo con confianza en caso de necesidad.

Ante la espléndida realidad de tantos sacerdotes en América que, con la gracia de Dios, se esfuerzan por hacer frente a un quehacer tan grande, hago mío el deseo de los Padres sinodales de reconocer y alabar « la inagotable entrega de los sacerdotes, como pastores, evangelizadores y animadores de la comunión eclesial, expresando gratitud y dando ánimos a los sacerdotes de toda América que dan su vida al servicio del Evangelio ». 130

Fomentar la pastoral vocacional

40. El papel indispensable del sacerdote en la comunidad ha de hacer conscientes a todos los hijos de la Iglesia en América de la importancia de la pastoral vocacional. El Continente americano cuenta con una juventud numerosa, rica en valores humanos y religiosos. Por ello, se han de cultivar los ambientes en que nacen las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada e invitar a las familias cristianas para que ayuden a sus hijos cuando se sientan llamados a seguir este camino. 131 En efecto, las vocaciones « son un don de Dios » y « surgen en las comunidades de fe, ante todo, en la familia, en la parroquia, en las escuelas católicas y en otras organizaciones de la Iglesia. Los Obispos y presbíteros tienen la especial responsabilidad de estimular tales vocaciones mediante la invitación personal, y principalmente por el testimonio de una vida de fidelidad, alegría, entusiasmo y santidad. La responsabilidad para reunir vocaciones al sacerdocio pertenece a todo el pueblo de Dios y encuentra su mayor cumplimiento en la oración continua y humilde por las vocaciones ». 132

Los seminarios, como lugares de acogida y formación de los llamados al sacerdocio, han de preparar a los futuros ministros de la Iglesia para que « vivan en una sólida espiritualidad de comunión con Cristo Pastor y de docilidad a la acción del Espíritu, que los hará especialmente capaces de discernir las expectativas del pueblo de Dios y los diversos carismas, y de trabajar en común ». 133 Por ello, en los seminarios « se ha de insistir especialmente en la formación específicamente espiritual, de modo que por la conversión continua, la actitud de oración, la recepción de los sacramentos de la Eucaristía y la penitencia, los candidatos se formen al encuentro con el Señor y se preocupen de fortificarse para la generosa entrega pastoral ». 134 Los formadores han de preocuparse de acompañar y guiar a los seminaristas hacia una madurez afectiva que los haga aptos para abrazar el celibato sacerdotal y capaces de vivir en comunión con sus hermanos en la vocación sacerdotal. Han de promover también en ellos la capacidad de observación crítica de la realidad circundante que les permita discernir sus valores y contravalores, pues esto es un requisito indispensable para entablar un diálogo constructivo con el mundo de hoy.

Una atención particular se debe dar a las vocaciones nacidas entre los indígenas; conviene proporcionar una formación inculturada en sus ambientes. Estos candidatos al sacerdocio, mientras reciben la adecuada formación teológica y espiritual para su futuro ministerio, no deben perder las raíces de su propia cultura. 135

Los Padres sinodales han querido agradecer y bendecir a todos los que consagran su vida a la formación de los futuros presbíteros en los seminarios. Así mismo, han invitado a los Obispos a destinar para dicha tarea a sus sacerdotes más aptos, después de haberlos preparado mediante una formación específica que los capacite para una misión tan delicada. 136

Renovar la institución parroquial

41. La parroquia es un lugar privilegiado en que los fieles pueden tener una experiencia concreta de la Iglesia. 137 Hoy en América, como en otras partes del mundo, la parroquia encuentra a veces dificultades en el cumplimiento de su misión. La parroquia debe renovarse continuamente, partiendo del principio fundamental de que « la parroquia tiene que seguir siendo primariamente comunidad eucarística ». 138 Este principio implica que « las parroquias están llamadas a ser receptivas y solidarias, lugar de la iniciación cristiana, de la educación y la celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de los movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y superparroquiales y a las realidades circunstantes ». 139

Una atención especial merecen, por sus problemáticas específicas, las parroquias en los grandes núcleos urbanos, donde las dificultades son tan grandes que las estructuras pastorales normales resultan inadecuadas y las posibilidades de acción apostólica notablemente reducidas. No obstante, la institución parroquial conserva su importancia y se ha de mantener. Para lograr este objetivo hay que « continuar la búsqueda de medios con los que la parroquia y sus estructuras pastorales lleguen a ser más eficaces en los espacios urbanos ». 140 Una clave de renovación parroquial, especialmente urgente en las parroquias de las grandes ciudades, puede encontrarse quizás considerando la parroquia como comunidad de comunidades y de movimientos. 141 Parece por tanto oportuno la formación de comunidades y grupos eclesiales de tales dimensiones que favorezcan verdaderas relaciones humanas. Esto permitirá vivir más intensamente la comunión, procurando cultivarla no sólo « ad intra », sino también con la comunidad parroquial a la que pertenecen estos grupos y con toda la Iglesia diocesana y universal. En este contexto humano será también más fácil escuchar la Palabra de Dios, para reflexionar a su luz sobre los diversos problemas humanos y madurar opciones responsables inspiradas en el amor universal de Cristo. 142 La institución parroquial así renovada « puede suscitar una gran esperanza. Puede formar a la gente en comunidades, ofrecer auxilio a la vida de familia, superar el estado de anonimato, acoger y ayudar a que las personas se inserten en la vida de sus vecinos y en la sociedad ». 143 De este modo, cada parroquia hoy, y particularmente las de ámbito urbano, podrá fomentar una evangelización más personal, y al mismo tiempo acrecentar las relaciones positivas con los otros agentes sociales, educativos y comunitarios. 144

Además, « este tipo de parroquia renovada supone la figura de un pastor que, en primer lugar, tenga una profunda experiencia de Cristo vivo, espíritu misional, corazón paterno, que sea animador de la vida espiritual y evangelizador capaz de promover la participación. La parroquia renovada requiere la cooperación de los laicos, un animador de la acción pastoral y la capacidad del pastor para trabajar con otros. Las parroquias en América deben señalarse por su impulso misional que haga que extiendan su acción a los alejados ». 145

Los diáconos permanentes

42. Por motivos pastorales y teológicos serios, el Concilio Vaticano II determinó restablecer el diaconado como grado permanente de la jerarquía en la Iglesia latina, dejando a las Conferencias Episcopales, con la aprobación del Sumo Pontífice, valorar la oportunidad de instituir los diáconos permanentes y en qué sitios. 146 Se trata de una experiencia muy diferente no sólo en las distintas partes de América, sino incluso entre las diócesis de una misma región. « Algunas diócesis han formado y ordenado no pocos diáconos, y están plenamente contentas de su incorporación y ministerio ». 147 Aquí se ve con gozo cómo los diáconos, « confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad ». 148 Otras diócesis no han emprendido este camino, mientras en otras partes existen dificultades en la integración de los diáconos permanentes en la estructura jerárquica.

Quedando a salvo la libertad de las Iglesias particulares para restablecer o no, consintiéndolo el Sumo Pontífice, el diaconado como grado permanente, está claro que el acierto de esta restauración implica un diligente proceso de selección, una formación seria y una atención cuidadosa a los candidatos, así como también un acompañamiento solícito no sólo de estos ministros sagrados, sino también, en el caso de los diáconos casados, de su familia, esposa e hijos. 149

La vida consagrada

43. La historia de la evangelización de América es un elocuente testimonio del ingente esfuerzo misional realizado por tantas personas consagradas, las cuales, desde el comienzo, anunciaron el Evangelio, defendieron los derechos de los indígenas y, con amor heroico a Cristo, se entregaron al servicio del pueblo de Dios en el Continente. 150 La aportación de las personas consagradas al anuncio del Evangelio en América sigue siendo de suma importancia; se trata de una aportación diversa según los carismas propios de cada grupo: « los Institutos de vida contemplativa que testifican lo absoluto de Dios, los Institutos apostólicos y misionales que hacen a Cristo presente en los muy diversos campos de la vida humana, los Institutos seculares que ayudan a resolver la tensión entre apertura real a los valores del mundo moderno y profunda entrega de corazón a Dios. Nacen también nuevos Institutos y nuevas formas de vida consagrada que requieren discreción evangélica ». 151

Ya que « el futuro de la nueva evangelización [...] es impensable sin una renovada aportación de las mujeres, especialmente de las mujeres consagradas », 152 urge favorecer su participación en diversos sectores de la vida eclesial, incluidos los procesos en que se elaboran las decisiones, especialmente en los asuntos que les conciernen directamente. 153

« También hoy el testimonio de la vida plenamente consagrada a Dios es una elocuente proclamación de que Él basta para llenar la vida de cualquier persona ». 154 Esta consagración al Señor ha de prolongarse en una generosa entrega a la difusión del Reino de Dios. Por ello, a las puertas del tercer milenio se ha de procurar « que la vida consagrada sea más estimada y promovida por los Obispos, sacerdotes y comunidades cristianas. Y que los consagrados, conscientes del gozo y de la responsabilidad de su vocación, se integren plenamente en la Iglesia particular a la que pertenecen y fomenten la comunión y la mutua colaboración ». 155

Los fieles laicos y la renovación de la Iglesia

44. « La doctrina del Concilio Vaticano II sobre la unidad de la Iglesia, como pueblo de Dios congregado en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, subraya que son comunes a la dignidad de todos los bautizados la imitación y el seguimiento de Cristo, la comunión mutua y el mandato misional ». 156 Es necesario, por tanto, que los fieles laicos sean conscientes de su dignidad de bautizados. Por su parte, los Pastores han de estimar profundamente « el testimonio y la acción evangelizadora de los laicos que integrados en el pueblo de Dios con espiritualidad de comunión conducen a sus hermanos al encuentro con Jesucristo vivo. La renovación de la Iglesia en América no será posible sin la presencia activa de los laicos. Por eso, en gran parte, recae en ellos la responsabilidad del futuro de la Iglesia ». 157

Los ámbitos en los que se realiza la vocación de los fieles laicos son dos. El primero, y más propio de su condición laical, es el de las realidades temporales, que están llamados a ordenar según la voluntad de Dios. 158 En efecto, « con su peculiar modo de obrar, el Evangelio es llevado dentro de las estructuras del mundo y obrando en todas partes santamente consagran el mismo mundo a Dios ». 159 Gracias a los fieles laicos, « la presencia y la misión de la Iglesia en el mundo se realiza, de modo especial, en la diversidad de carismas y ministerios que posee el laicado. La secularidad es la nota característica y propia del laico y de su espiritualidad que lo lleva a actuar en la vida familiar, social, laboral, cultural y política, a cuya evangelización es llamado. En un Continente en el que aparecen la emulación y la propensión a agredir, la inmoderación en el consumo y la corrupción, los laicos están llamados a encarnar valores profundamente evangélicos como la misericordia, el perdón, la honradez, la transparencia de corazón y la paciencia en las condiciones difíciles. Se espera de los laicos una gran fuerza creativa en gestos y obras que expresen una vida coherente con el Evangelio ». 160

América necesita laicos cristianos que puedan asumir responsabilidades directivas en la sociedad. Es urgente formar hombres y mujeres capaces de actuar, según su propia vocación, en la vida pública, orientándola al bien común. En el ejercicio de la política, vista en su sentido más noble y auténtico como administración del bien común, ellos pueden encontrar también el camino de la propia santificación. Para ello es necesario que sean formados tanto en los principios y valores de la Doctrina social de la Iglesia, como en nociones fundamentales de la teología del laicado. El conocimiento profundo de los principios éticos y de los valores morales cristianos les permitirá hacerse promotores en su ambiente, proclamándolos también ante la llamada « neutralidad del Estado ». 161

Hay un segundo ámbito en el que muchos fieles laicos están llamados a trabajar, y que puede llamarse « intraeclesial ». Muchos laicos en América sienten el legítimo deseo de aportar sus talentos y carismas a « la construcción de la comunidad eclesial como delegados de la Palabra, catequistas, visitadores de enfermos o de encarcelados, animadores de grupos etc.». 162 Los Padres sinodales han manifestado el deseo de que la Iglesia reconozca algunas de estas tareas como ministerios laicales, fundados en los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, dejando a salvo el carácter específico de los ministerios propios del sacramento del Orden. Se trata de un tema vasto y complejo para cuyo estudio constituí, hace ya algún tiempo, una Comisión especial 163 y sobre el que los organismos de la Santa Sede han ido señalando paulatinamente algunas pautas directivas. 164 Se ha de fomentar la provechosa cooperación de fieles laicos bien preparados, hombres y mujeres, en diversas actividades dentro de la Iglesia, evitando, sin embargo, una posible confusión con los ministerios ordenados y con las actividades propias del sacramento del Orden, a fin de distinguir bien el sacerdocio común de los fieles del sacerdocio ministerial.

A este respecto, los Padres sinodales han sugerido que las tareas confiadas a los laicos sean bien « distintas de aquellas que son etapas para el ministerio ordenado » 165 y que los candidatos al sacerdocio reciben antes del presbiterado. Igualmente se ha observado que estas tareas laicales « no deben conferirse sino a personas, varones y mujeres, que hayan adquirido la formación exigida, según criterios determinados: una cierta permanencia, una real disponibilidad con respecto a un determinado grupo de personas, la obligación de dar cuenta a su propio Pastor ». 166 De todos modos, aunque el apostolado intraeclesial de los laicos tiene que ser estimulado, hay que procurar que este apostolado coexista con la actividad propia de los laicos, en la que no pueden ser suplidos por los sacerdotes: el ámbito de la realidades temporales.

Dignidad de la mujer

45. Merece una especial atención la vocación de la mujer. Ya en otras ocasiones he querido expresar mi aprecio por la aportación específica de la mujer al progreso de la humanidad y reconocer sus legítimas aspiraciones a participar plenamente en la vida eclesial, cultural, social y económica. 167 Sin esta aportación se perderían algunas riquezas que sólo el « genio de la mujer » 168 puede aportar a la vida de la Iglesia y de la sociedad misma. No reconocerlo sería una injusticia histórica especialmente en América, si se tiene en cuenta la contribución de las mujeres al desarrollo material y cultural del Continente, como también a la transmisión y conservación de la fe. En efecto, « su papel fue decisivo sobre todo en la vida consagrada, en la educación, en el cuidado de la salud ». 169

En varias regiones del Continente americano, lamentablemente, la mujer es todavía objeto de discriminaciones. Por eso se puede decir que el rostro de los pobres en América es también el rostro de muchas mujeres. En este sentido, los Padres sinodales han hablado de un « aspecto femenino de la pobreza ». 170 La Iglesia se siente obligada a insistir sobre la dignidad humana, común a todas las personas. Ella « denuncia la discriminación, el abuso sexual y la prepotencia masculina como acciones contrarias al plan de Dios ». 171 En particular, deplora como abominable la esterilización, a veces programada, de las mujeres, sobre todo de las más pobres y marginadas, que es practicada a menudo de manera engañosa, sin saberlo las interesadas; esto es mucho más grave cuando se hacer para conseguir ayudas económicas a nivel internacional.

La Iglesia en el Continente se siente comprometida a intensificar su preocupación por la mujeres y a defenderlas « de modo que la sociedad en América ayude más a la vida familiar fundada en el matrimonio, proteja más la maternidad y respete más la dignidad de todas las mujeres ». 172 Se debe ayudar a las mujeres americanas a tomar parte activa y responsable en la vida y misión de la Iglesia, 173 como también se ha de reconocer la necesidad de la sabiduría y cooperación de las mujeres en las tareas directivas de la sociedad americana.

Los desafíos para la familia cristiana

46. Dios Creador, formando al primer varón y a la primera mujer, y mandando « sed fecundos y multiplicaos » (Gn 1, 28), estableció definitivamente la familia. De este santuario nace la vida y es aceptada como don de Dios. La Palabra, leída asiduamente en la familia, la construye poco a poco como iglesia doméstica y la hace fecunda en humanismo y virtudes cristianas; allí se constituye la fuente de las vocaciones. La vida de oración de la familia en torno a alguna imagen de la Virgen hará que permanezca siempre unida en torno a la Madre, como los discípulos de Jesús (cf. Hch 1, 14) ». 174 Son muchas las insidias que amenazan la solidez de la institución familiar en la mayor parte de los países de América, siendo, a la vez, desafíos para los cristianos. Se deben mencionar, entre otros, el aumento de los divorcios, la difusión del aborto, del infanticidio y de la mentalidad contraceptiva. Ante esta situación hay que subrayar « que el fundamento de la vida humana es la relación nupcial entre el marido y la esposa, la cual entre los cristianos es sacramental ». 175

Es urgente, pues, una amplia catequización sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida familiar, que incluya una espiritualidad de la paternidad y la maternidad. Es necesario prestar mayor atención pastoral al papel de los hombres como maridos y padres, así como a la responsabilidad que comparten con sus esposas respecto al matrimonio, la familia y la educación de los hijos. No debe omitirse una seria preparación de los jóvenes antes del matrimonio, en la que se presente con claridad la doctrina católica, a nivel teológico, espiritual y antropológico sobre este sacramento. En un Continente caracterizado por un considerable desarrollo demográfico, como es América, deben incrementarse continuamente las iniciativas pastorales dirigidas a las familias.

Para que la familia cristiana sea verdaderamente « iglesia doméstica », 176 está llamada a ser el ámbito en que los padres transmiten la fe, pues ellos « deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo». 177 En la familia tampoco puede faltar la práctica de la oración en la que se encuentren unidos tanto los cónyuges entre sí, como con sus hijos. A este respecto, se han de fomentar momentos de vida espiritual en común: la participación en la Eucaristía los días festivos, la práctica del sacramento de la Reconciliación, la oración cotidiana en familia y obras concretas de caridad. Así se consolidará la fidelidad en el matrimonio y la unidad de la familia. En un ambiente familiar con estas características no será difícil que los hijos sepan descubrir su vocación al servicio de la comunidad y de la Iglesia y que aprendan, especialmente con el ejemplo de sus padres, que la vida familiar es un camino para realizar la vocación universal a la santidad. 178

Los jóvenes, esperanza del futuro

47. Los jóvenes son una gran fuerza social y evangelizadora. « Constituyen una parte numerosísima de la población en muchas naciones de América. En el encuentro de ellos con Cristo vivo se fundan la esperanza y la expectativas de un futuro de mayor comunión y solidaridad para la Iglesia y las sociedades de América ». 179 Son evidentes los esfuerzos que las Iglesias particulares realizan en el Continente para acompañar a los adolescentes en el proceso catequético antes de la Confirmación y de otras formas de acompañamiento que les ofrecen para que crezcan en su encuentro con Cristo y en el conocimiento del Evangelio. El proceso de formación de los jóvenes debe ser constante y dinámico, adecuado para ayudarles a encontrar su lugar en la Iglesia y en el mundo. Por tanto, la pastoral juvenil ha de ocupar un puesto privilegiado entre las preocupaciones de los Pastores y de las comunidades.

En realidad, son muchos los jóvenes americanos que buscan el sentido verdadero de su vida y que tienen sed de Dios, pero muchas veces faltan las condiciones idóneas para realizar sus capacidades y lograr sus aspiraciones. Lamentablemente, la falta de trabajo y de esperanzas de futuro los lleva en algunas ocasiones a la marginación y a la violencia. La sensación de frustración que experimentan por todo ello, los hace abandonar frecuentemente la búsqueda de Dios. Ante esta situación tan compleja, « la Iglesia se compromete a mantener su opción pastoral y misionera por los jóvenes para que puedan hoy encontrar a Cristo vivo ». 180

La acción pastoral de la Iglesia llega a muchos de estos adolescentes y jóvenes mediante la animación cristiana de la familia, la catequesis, las instituciones educativas católicas y la vida comunitaria de la parroquia. Pero hay otros muchos, especialmente entre los que sufren diversas formas de pobreza, que quedan fuera del campo de la actividad eclesial. Deben ser los jóvenes cristianos, formados con una conciencia misionera madura, los apóstoles de sus coetáneos. Es necesaria una acción pastoral que llegue a los jóvenes en sus propios ambientes, como el colegio, la universidad, el mundo del trabajo o el ambiente rural, con una atención apropiada a su sensibilidad. En el ámbito parroquial y diocesano será oportuno desarrollar también una acción pastoral de la juventud que tenga en cuenta la evolución del mundo de los jóvenes, que busque el diálogo con ellos, que no deje pasar las ocasiones propicias para encuentros más amplios, que aliente las iniciativas locales y aproveche también lo que ya se realiza en el ámbito interdiocesano e internacional.

Y, ¿qué hacer ante los jóvenes que manifiestan comportamientos adolescentes de una cierta inconstancia y dificultad para asumir compromisos serios para siempre? Ante esta carencia de madurez es necesario invitar a los jóvenes a ser valientes, ayudándoles a apreciar el valor del compromiso para toda la vida, como es el caso del sacerdocio, de la vida consagrada y del matrimonio cristiano. 181

Acompañar al niño en su encuentro con Cristo

48. Los niños son don y signo de la presencia de Dios. « Hay que acompañar al niño en su encuentro con Cristo, desde su bautismo hasta su primera comunión, ya que forma parte de la comunidad viviente de fe, esperanza y caridad ». 182 La Iglesia agradece la labor de los padres, maestros, agentes pastorales, sociales y sanitarios, y de todos aquellos que sirven a la familia y a los niños con la misma actitud de Jesucristo que dijo: « Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos » (Mt 19, 14).

Con razón los Padres sinodales lamentan y condenan la condición dolorosa de muchos niños en toda América, privados de la dignidad y la inocencia e incluso de la vida. « Esta condición incluye la violencia, la pobreza, la carencia de casa, la falta de un adecuado cuidado de sanidad y educación, los daños de las drogas y del alcohol, y otros estados de abandono y de abuso ». 183 A este respecto, en el Sínodo se hizo mención especial de la problemática del abuso sexual de los niños y de la prostitución infantil, y los Padres lanzaron un urgente llamado « a todos los que están en posiciones de autoridad en la sociedad, para que realicen, como cosa prioritaria, todo lo que está en su poder, para aliviar el dolor de los niños en América». 184

Elementos de comunión con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales

49. Entre la Iglesia católica y las otras Iglesias y Comunidades eclesiales existe un esfuerzo de comunión que tiene su raíz en el Bautismo administrado en cada una de ellas. 185 Este esfuerzo se alimenta mediante la oración, el diálogo y la acción común. Los Padres sinodales han querido expresar una voluntad especial de « cooperación al diálogo ya comenzado con la Iglesia ortodoxa, con la que tenemos en común muchos elementos de fe, de vida sacramental y de piedad ». 186 Las propuestas concretas de la Asamblea sinodal sobre el conjunto de las Iglesias y Comunidades eclesiales cristianas no católicas son múltiples. Se propone, en primer lugar, « que los cristianos católicos, Pastores y fieles, fomenten el encuentro de los cristianos de las diversas confesiones, en la cooperación, en nombre del Evangelio, para responder al clamor de los pobres, con la promoción de la justicia, la oración común por la unidad y la participación en la Palabra de Dios y la experiencia de la fe en Cristo vivo ». 187 Deben también alentarse, cuando sea oportuno y conveniente, las reuniones de expertos de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales para facilitar el diálogo ecuménico. El ecumenismo ha de ser objeto de reflexión y de comunicación de experiencias entre las diversas Conferencias Episcopales católicas del Continente.

Si bien el Concilio Vaticano II se refiere a todos los bautizados y creyentes en Cristo « como hermanos en el Señor », 188 es necesario distinguir con claridad las comunidades cristianas, con las cuales es posible establecer relaciones inspiradas en el espíritu del ecumenismo, de las sectas, cultos y otros movimientos pseudoreligiosos.

Relación de la Iglesia con las comunidades judías

50. En la sociedad americana existen también comunidades judías con las que la Iglesia ha llevado a cabo en estos últimos años una colaboración creciente. 189 En la historia de la salvación es evidente nuestra especial relación con el pueblo judío. De ese pueblo nació Jesús, quien dio comienzo a su Iglesia dentro de la Nación judía. Gran parte de la Sagrada Escritura que los cristianos leemos como palabra de Dios, constituye un patrimonio espiritual común con los judíos. 190 Se ha de evitar, pues, toda actitud negativa hacia ellos, ya que « para bendecir al mundo es necesario que los judíos y los cristianos sean previamente bendición los unos para los otros. 191

Religiones no cristianas

51. Respecto a las religiones no cristianas, la Iglesia católica no rechaza nada de lo que en ellas hay de verdadero y santo. 192 Por ello, con respecto a las otras religiones, los católicos quieren subrayar los elementos de verdad dondequiera que puedan encontrarse, pero a la vez testifican fuertemente la novedad de la revelación de Cristo, custodiada en su integridad por la Iglesia. 193 En coherencia con esta actitud, los católicos rechazan como extraña al espíritu de Cristo toda discriminación o persecución contra las personas por motivos de raza, color, condición de vida o religión. La diferencia de religión nunca debe ser causa de violencia o de guerra. Al contrario, las personas de creencias diversas deben sentirse movidas, precisamente por su adhesión a las mismas, a trabajar juntas por la paz y la justicia.

« Los musulmanes, como los cristianos y los judíos, llaman a Abraham, padre suyo. Este hecho debe asegurar que en toda América estas tres comunidades vivan armónicamente y trabajen juntas por el bien común. Igualmente, la Iglesia en América debe esforzarse por aumentar el mutuo respeto y las buenas relaciones con las religiones nativas americanas ». 194 La misma actitud debe tenerse con los grupos hinduistas y budistas o de otras religiones que las recientes inmigraciones, procedentes de países orientales, han llevado al suelo americano.

CAPITULO V

CAMINO PARA LA SOLIDARIDAD

« En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros » (Jn 13, 35)

La solidaridad, fruto de la comunión

52. « En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis » (Mt 25, 40; cf. 25, 45). La conciencia de la comunión con Jesucristo y con los hermanos, que es, a su vez, fruto de la conversión, lleva a servir al prójimo en todas sus necesidades, tanto materiales como espirituales, para que en cada hombre resplandezca el rostro de Cristo. Por eso, « la solidaridad es fruto de la comunión que se funda en el misterio de Dios uno y trino, y en el Hijo de Dios encarnado y muerto por todos. Se expresa en el amor del cristiano que busca el bien de los otros, especialmente de los más necesitados ». 195

De aquí deriva para las Iglesias particulares del Continente americano el deber de la recíproca solidaridad y de compartir sus dones espirituales y los bienes materiales con que Dios las ha bendecido, favoreciendo la disponibilidad de las personas para trabajar donde sea necesario. Partiendo del Evangelio se ha de promover una cultura de la solidaridad que incentive oportunas iniciativas de ayuda a los pobres y a los marginados, de modo especial a los refugiados, los cuales se ven forzados a dejar sus pueblos y tierras para huir de la violencia. La Iglesia en América ha de alentar también a los organismos internacionales del Continente con el fin de establecer un orden económico en el que no domine sólo el criterio del lucro, sino también el de la búsqueda del bien común nacional e internacional, la distribución equitativa de los bienes y la promoción integral de los pueblos. 196

La doctrina de la Iglesia, expresión de las exigencias de la conversión

53. Mientras el relativismo y el subjetivismo se difunden de modo preocupante en el campo de la doctrina moral, la Iglesia en América está llamada a anunciar con renovada fuerza que la conversión consiste en la adhesión a la persona de Jesucristo, con todas las implicaciones teológicas y morales ilustradas por el Magisterio eclesial. Hay que reconocer, « el papel que realizan, en esta línea, los teólogos, los catequistas y los profesores de religión que, exponiendo la doctrina de la Iglesia con fidelidad al Magisterio, cooperan directamente en la recta formación de la conciencia de los fieles ». 197 Si creemos que Jesús es la Verdad (cf. Jn 14, 6) desearemos ardientemente ser sus testigos para acercar a nuestros hermanos a la verdad plena que está en el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por la salvación del género humano. « De este modo podremos ser, en este mundo, lámparas vivas de fe, esperanza y caridad ». 198

Doctrina social de la Iglesia

54. Ante los graves problemas de orden social que, con características diversas, existen en toda América, el católico sabe que puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia la respuesta de la que partir para buscar soluciones concretas. Difundir esta doctrina constituye, pues, una verdadera prioridad pastoral. Para ello es importante « que en América los agentes de evangelización (Obispos, sacerdotes, profesores, animadores pastorales, etc.) asimilen este tesoro que es la doctrina social de la Iglesia, e, iluminados por ella, se hagan capaces de leer la realidad actual y de buscar vías para la acción ». 199 A este respecto, hay que fomentar la formación de fieles laicos capaces de trabajar, en nombre de la fe en Cristo, para la transformación de las realidades terrenas. Además, será oportuno promover y apoyar el estudio de esta doctrina en todos los ámbitos de las Iglesias particulares de América y, sobre todo, en el universitario, para que sea conocida con mayor profundidad y aplicada en la sociedad americana.

Para alcanzar este objetivo sería muy útil un compendio o síntesis autorizada de la doctrina social católica, incluso un « catecismo », que muestre la relación existente entre ella y la nueva evangelización. La parte que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a esta materia, a propósito del séptimo mandamiento del Decálogo, podría ser el punto de partida de este « Catecismo de doctrina social católica ». Naturalmente, como ha sucedido con el Catecismo de la Iglesia Católica, se limitaría a formular los principios generales, dejando a aplicaciones posteriores el tratar sobre los problemas relacionados con las diversas situaciones locales. 200

En la doctrina social de la Iglesia ocupa un lugar importante el derecho a un trabajo digno. Por esto, ante las altas tasas de desempleo que afectan a muchos países americanos y ante las duras condiciones en que se encuentran no pocos trabajadores en la industria y en el campo, « es necesario valorar el trabajo como dimensión de realización y de dignidad de la persona humana. Es una responsabilidad ética de una sociedad organizada promover y apoyar una cultura del trabajo». 201

Globalización de la solidaridad

55. El complejo fenómeno de la globalización, como he recordado más arriba, es una de las características del mundo actual, perceptible especialmente en América. Dentro de esta realidad polifacética, tiene gran importancia el aspecto económico. Con su doctrina social, la Iglesia ofrece una valiosa contribución a la problemática que presenta la actual economía globalizada. Su visión moral en esta materia « se apoya en las tres piedras angulares fundamentales de la dignidad humana, la solidaridad y la subsidiariedad ». 202 La economía globalizada debe ser analizada a la luz de los principios de la justicia social, respetando la opción preferencial por los pobres, que han de ser capacitados para protegerse en una economía globalizada, y ante las exigencias del bien común internacional. En realidad, « la doctrina social de la Iglesia es la visión moral que intenta asistir a los gobiernos, a las instituciones y las organizaciones privadas para que configuren un futuro congruente con la dignidad de cada persona. A través de este prisma se pueden valorar las cuestiones que se refieren a la deuda externa de las naciones, a la corrupción política interna y a la discriminación dentro [de la propia nación] y entre las naciones ». 203

La Iglesia en América está llamada no sólo a promover una mayor integración entre las naciones, contribuyendo de este modo a crear una verdadera cultura globalizada de la solidaridad, 204 sino también a colaborar con los medios legítimos en la reducción de los efectos negativos de la globalización, como son el dominio de los más fuertes sobre los más débiles, especialmente en el campo económico, y la pérdida de los valores de las culturas locales en favor de una mal entendida homogeneización.

Pecados sociales que claman al cielo

56. A la luz de la doctrina social de la Iglesia se aprecia también, más claramente, la gravedad de « los pecados sociales que claman al cielo, porque generan violencia, rompen la paz y la armonía entre las comunidades de una misma nación, entre las naciones y entre las diversas partes del Continente ». 205 Entre estos pecados se deben recordar, « el comercio de drogas, el lavado de las ganancias ilícitas, la corrupción en cualquier ambiente, el terror de la violencia, el armamentismo, la discriminación racial, las desigualdades entre los grupos sociales, la irrazonable destrucción de la naturaleza ». 206 Estos pecados manifiestan una profunda crisis debido a la pérdida del sentido de Dios y a la ausencia de los principios morales que deben regir la vida de todo hombre. Sin una referencia moral se cae en un afán ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda visión evangélica de la realidad social.

No pocas veces, esto provoca que algunas instancias públicas se despreocupen de la situación social. Cada vez más, en muchos países americanos impera un sistema conocido como « neoliberalismo »; sistema que haciendo referencia a una concepción economicista del hombre, considera las ganancias y las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto de las personas y los pueblos. Dicho sistema se ha convertido, a veces, en una justificación ideológica de algunas actitudes y modos de obrar en el campo social y político, que causan la marginación de los más débiles. De hecho, los pobres son cada vez más numerosos, víctimas de determinadas políticas y de estructuras frecuentemente injustas. 207

La mejor respuesta, desde el Evangelio, a esta dramática situación es la promoción de la solidaridad y de la paz, que hagan efectivamente realidad la justicia. Para esto se ha de alentar y ayudar a aquellos que son ejemplo de honradez en la administración del erario público y de la justicia. Igualmente se ha de apoyar el proceso de democratización que está en marcha en América, 208 ya que en un sistema democrático son mayores las posibilidades de control que permiten evitar los abusos.

« El Estado de Derecho es la condición necesaria para establecer una verdadera democracia ». 209 Para que ésta se pueda desarrollar, se precisa la educación cívica así como la promoción del orden público y de la paz en la convivencia civil. En efecto, « no hay una democracia verdadera y estable sin justicia social. Para esto es necesario que la Iglesia preste mayor atención a la formación de la conciencia, prepare dirigentes sociales para la vida publica en todos los niveles, promueva la educación ética, la observancia de la ley y de los derechos humanos y emplee un mayor esfuerzo en la formación ética de la clase política ». 210

El fundamento último de los derechos humanos

57. Conviene recordar que el fundamento sobre el que se basan todos los derechos humanos es la dignidad de la persona. En efecto, « la mayor obra divina, el hombre, es imagen y semejanza de Dios. Jesús asumió nuestra naturaleza menos el pecado; promovió y defendió la dignidad de toda persona humana sin excepción alguna; murió por la libertad de todos. El Evangelio nos muestra cómo Jesucristo subrayó la centralidad de la persona humana en el orden natural (cf. Lc 12, 22-29), en el orden social y en el orden religioso, incluso respecto a la Ley (cf. Mc 2, 27); defendiendo el hombre y también la mujer (cf. Jn 8, 11) y los niños (cf. Mt 19, 13-15), que en su tiempo y en su cultura ocupaban un lugar secundario en la sociedad. De la dignidad del hombre en cuanto hijo de Dios nacen los derechos humanos y las obligaciones». 211 Por esta razón, « todo atropello a la dignidad del hombre es atropello al mismo Dios, de quien es imagen». 212 Esta dignidad es común a todos los hombres sin excepción, ya que todos han sido creados a imagen de Dios (cf. Gn 1, 26). La respuesta de Jesús a la pregunta « ¿Quién es mi prójimo? » (Lc 10, 29) exige de cada uno una actitud de respeto por la dignidad del otro y de cuidado solícito hacia él, aunque se trate de un extranjero o un enemigo (cf. Lc 10, 30-37). En toda América la conciencia de la necesidad de respetar los derechos humanos ha ido creciendo en estos últimos tiempos, sin embargo todavía queda mucho por hacer, si se consideran las violaciones de los derechos de personas y de grupos sociales que aún se dan en el Continente.

Amor preferencial por los pobres y marginados

58. « La Iglesia en América debe encarnar en sus iniciativas pastorales la solidaridad de la Iglesia universal hacia los pobres y marginados de todo género. Su actitud debe incluir la asistencia, promoción, liberación y aceptación fraterna. La Iglesia pretende que no haya en absoluto marginados ». 213 El recuerdo de los capítulos oscuros de la historia de América relativos a la existencia de la esclavitud y de otras situaciones de discriminación social, ha de suscitar un sincero deseo de conversión que lleve a la reconciliación y a la comunión.

La atención a los más necesitados surge de la opción de amar de manera preferencial a los pobres. Se trata de un amor que no es exclusivo y no puede ser pues interpretado como signo de particularismo o de sectarismo; 214 amando a los pobres el cristiano imita las actitudes del Señor, que en su vida terrena se dedicó con sentimientos de compasión a las necesidades de las personas espiritual y materialmente indigentes.

La actividad de la Iglesia en favor de los pobres en todas las partes del Continente es importante; no obstante hay que seguir trabajando para que esta línea de acción pastoral sea cada vez más un camino para el encuentro con Cristo, el cual, siendo rico, por nosotros se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9). Se debe intensificar y ampliar cuanto se hace ya en este campo, intentando llegar al mayor número posible de pobres. La Sagrada Escritura nos recuerda que Dios escucha el clamor de los pobres (cf. Sal 34 [33],7) y la Iglesia ha de estar atenta al clamor de los más necesitados. Escuchando su voz, « la Iglesia debe vivir con los pobres y participar de sus dolores. [...] Debe finalmente testificar por su estilo de vida que sus prioridades, sus palabras y sus acciones, y ella misma está en comunión y solidaridad con ellos ». 215

La deuda externa

59. La existencia de una deuda externa que asfixia a muchos pueblos del Continente americano es un problema complejo. Aun sin entrar en sus numerosos aspectos, la Iglesia en su solicitud pastoral no puede ignorar este problema, ya que afecta a la vida de tantas personas. Por eso, diversas Conferencias Episcopales de América, conscientes de su gravedad, han organizado estudios sobre el mismo y publicado documentos para buscar soluciones eficaces. 216 Yo he expresado también varias veces mi preocupación por esta situación, que en algunos casos se ha hecho insostenible. En la perspectiva del ya próximo Gran Jubileo del año 2000 y recordando el sentido social que los Jubileos tenían en el Antiguo Testamento, escribí: « Así, en el espíritu del Libro del Levítico (25, 8-12), los cristianos deberán hacerse voz de todos los pobres del mundo, proponiendo el Jubileo como un tiempo oportuno para pensar entre otras cosas en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional que grava sobre el destino de muchas naciones ». 217

Reitero mi deseo, hecho propio por los Padres sinodales, de que el Pontificio Consejo « Justicia y Paz », junto con otros organismos competentes, como es la sección para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado, « busque, en el estudio y el diálogo con representantes del Primer Mundo y con responsables del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, vías de solución para el problema de la deuda externa y normas que impidan la repetición de tales situaciones con ocasión de futuros préstamos ». 218 Al nivel más amplio posible, sería oportuno que « expertos en economía y cuestiones monetarias, de fama internacional, procedieran a un análisis crítico del orden económico mundial, en sus aspectos positivos y negativos, de modo que se corrija el orden actual, y propongan un sistema y mecanismos capaces de promover el desarrollo integral y solidario de las personas y los pueblos ». 219

Lucha contra la corrupción

60. En América el fenómeno de la corrupción está también ampliamente extendido. La Iglesia puede contribuir eficazmente a erradicar este mal de la sociedad civil con « una mayor presencia de cristianos laicos cualificados que, por su origen familiar, escolar y parroquial, promuevan la práctica de valores como la verdad, la honradez, la laboriosidad y el servicio del bien común ». 220 Para lograr este objetivo y también para iluminar a todos los hombres de buena voluntad, deseosos de poner fin a los males derivados de la corrupción, hay que enseñar y difundir lo más posible la parte que corresponde a este tema en el Catecismo de la Iglesia Católica, promoviendo al mismo tiempo entre los católicos de cada Nación el conocimiento de los documentos publicados al respecto por las Conferencias Episcopales de las otras Naciones. 221 Los cristianos así formados contribuirán significativamente a la solución de este problema, esforzándose en llevar a la práctica la doctrina social de la Iglesia en todos los aspectos que afecten a sus vidas y en aquellos otros a los que pueda llegar su influjo.

El problema de las drogas

61. En relación con el grave problema del comercio de drogas, la Iglesia en América puede colaborar eficazmente con los responsables de las Naciones, los directivos de empresas privadas, las organizaciones no gubernamentales y las instancias internacionales para desarrollar proyectos que eliminen este comercio que amenaza la integridad de los pueblos en América. 222 Esta colaboración debe extenderse a los órganos legislativos, apoyando las iniciativas que impidan el « blanqueo de dinero », favorezcan el control de los bienes de quienes están implicados en este tráfico y vigilen que la producción y comercio de las sustancias químicas para la elaboración de drogas se realicen según las normas legales. La urgencia y gravedad del problema hacen apremiante un llamado a los diversos ambientes y grupos de la sociedad civil para luchar unidos contra el comercio de la droga. 223 Por lo que respecta específicamente a los Obispos, es necesario —según una sugerencia de los Padres sinodales— que ellos mismos, como Pastores del pueblo de Dios, denuncien con valentía y con fuerza el hedonismo, el materialismo y los estilos de vida que llevan fácilmente a la droga. 224

Hay que tener también presente que se debe ayudar a los agricultores pobres para que no caigan en la tentación del dinero fácil obtenible con el cultivo de las plantas de las que se extraen las drogas. A este respecto, las Organizaciones internacionales pueden prestar una colaboración preciosa a los Gobiernos nacionales favoreciendo, con incentivos diversos, las producciones agrícolas alternativas. Se ha de alentar también la acción de quienes se esfuerzan en sacar de la droga a los que la usan, dedicando una atención pastoral a las víctimas de la tóxicodependencia. Tiene una importancia fundamental ofrecer el verdadero « sentido de la vida » a las nuevas generaciones, que por carencia del mismo acaban por caer frecuentemente en la espiral perversa de los estupefacientes. Este trabajo de recuperación y rehabilitación social puede ser también una verdadera y propia tarea de evangelización. 225

La carrera de armamentos

62. Un factor que paraliza gravemente el progreso de no pocas naciones de América es la carrera de armamentos. Desde las Iglesias particulares de América debe alzarse una voz profética que denuncie tanto el armamentismo como el escandaloso comercio de armas de guerra, el cual emplea sumas ingentes de dinero que deberían, en cambio, destinarse a combatir la miseria y a promover el desarrollo. 226 Por otra parte, la acumulación de armamentos es un factor de inestabilidad y una amenaza para la paz. 227 Por esto, la Iglesia está vigilante ante el riesgo de conflictos armados, incluso, entre naciones hermanas. Ella, como signo e instrumento de reconciliación y paz, ha de procurar « por todos los medios posibles, también por el camino de la mediación y del arbitraje, actuar en favor de la paz y de la fraternidad entre los pueblos ». 228

Cultura de la muerte y sociedad dominada por los poderosos

63. Hoy en América, como en otras partes del mundo, parece perfilarse un modelo de sociedad en la que dominan los poderosos, marginando e incluso eliminando a los débiles. Pienso ahora en los niños no nacidos, víctimas indefensas del aborto; en los ancianos y enfermos incurables, objeto a veces de la eutanasia; y en tantos otros seres humanos marginados por el consumismo y el materialismo. No puedo ignorar el recurso no necesario a la pena de muerte cuando otros « medios incruentos bastan para defender y proteger la seguridad de las personas contra el agresor [...] En efecto, hoy, teniendo en cuenta las posibilidades de que dispone el Estado para reprimir eficazmente el crimen dejando inofensivo a quien lo ha cometido, sin quitarle definitivamente la posibilidad de arrepentirse, los casos de absoluta necesidad de eliminar al reo "son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes" ». 229 Semejante modelo de sociedad se caracteriza por la cultura de la muerte y, por tanto, en contraste con el mensaje evangélico. Ante esta desoladora realidad, la Comunidad eclesial trata de comprometerse cada vez más en defender la cultura de la vida.

Por ello, los Padres sinodales, haciéndose eco de los recientes documentos del Magisterio de la Iglesia, han subrayado con vigor la incondicionada reverencia y la total entrega a favor de la vida humana desde el momento de la concepción hasta el momento de la muerte natural, y expresan la condena de males como el aborto y la eutanasia. Para mantener estas doctrinas de la ley divina y natural, es esencial promover el conocimiento de la doctrina social de la Iglesia, y comprometerse para que los valores de la vida y de la familia sean reconocidos y defendidos en el ámbito social y en la legislación del Estado. 230 Además de la defensa de la vida, se ha de intensificar, a través de múltiples instituciones pastorales, una activa promoción de las adopciones y una constante asistencia a las mujeres con problemas por su embarazo, tanto antes como después del nacimiento del hijo. Se ha de dedicar además una especial atención pastoral a las mujeres que han padecido o procurado activamente el aborto. 231

Doy gracias a Dios y manifiesto mi vivo aprecio a los hermanos y hermanas en la fe que en América, unidos a otros cristianos y a innumerables personas de buena voluntad, están comprometidos a defender con los medios legales la vida y a proteger al no nacido, al enfermo incurable y a los discapacitados. Su acción es aún más laudable si se consideran la indiferencia de muchos, las insidias eugenésicas y los atentados contra la vida y la dignidad humana, que diariamente se cometen por todas partes. 232

Esta misma solicitud se ha de tener con los ancianos, a veces descuidados y abandonados. Ellos deben ser respetados como personas. Es importante poner en práctica para ellos iniciativas de acogida y asistencia que promuevan sus derechos y aseguren, en la medida de lo posible, su bienestar físico y espiritual. Los ancianos deben ser protegidos de las situaciones y presiones que podrían empujarlos al suicidio; en particular han de ser sostenidos contra la tentación del suicidio asistido y de la eutanasia.

Junto con los Pastores del pueblo de Dios en América, dirijo un llamado a « los católicos que trabajan en el campo médico-sanitario y a quienes ejercen cargos públicos, así como a los que se dedican a la enseñanza, para que hagan todo lo posible por defender las vidas que corren más peligro, actuando con una conciencia rectamente formada según la doctrina católica. Los Obispos y los presbíteros tienen, en este sentido, la especial responsabilidad de dar testimonio incansable en favor del Evangelio de la vida y de exhortar a los fieles para que actúen en consecuencia ». 233 Al mismo tiempo, es preciso que la Iglesia en América ilumine con oportunas intervenciones la toma de decisiones de los cuerpos legislativos, animando a los ciudadanos, tanto a los católicos como a los demás hombres de buena voluntad, a crear organizaciones para promover buenos proyectos de ley y así se impidan aquellos otros que amenazan a la familia y la vida, que son dos realidades inseparables. En nuestros días hay que tener especialmente presente todo lo que se refiere a la investigación embrionaria, para que de ningún modo se vulnere la dignidad humana.

Los pueblos indígenas y los americanos de origen africano

64. Si la Iglesia en América, fiel al Evangelio de Cristo, desea recorre el camino de la solidaridad, debe dedicar una especial atención a aquellas etnias que todavía hoy son objeto de discriminaciones injustas. En efecto, hay que erradicar todo intento de marginación contra las poblaciones indígenas. Ello implica, en primer lugar, que se deben respetar sus tierras y los pactos contraídos con ellos; igualmente, hay que atender a sus legítimas necesidades sociales, sanitarias y culturales. Habrá que recordar la necesidad de reconciliación entre los pueblos indígenas y las sociedades en las que viven.

Quiero recordar ahora que los americanos de origen africano siguen sufriendo también, en algunas partes, prejuicios étnicos, que son un obstáculo importante para su encuentro con Cristo. Ya que todas las personas, de cualquier raza y condición, han sido creadas por Dios a su imagen, conviene promover programas concretos, en los que no debe faltar la oración en común, los cuales favorezcan la comprensión y reconciliación entre pueblos diversos, tendiendo puentes de amor cristiano, de paz y de justicia entre todos los hombres. 234

Para lograr estos objetivos es indispensable formar agentes pastorales competentes, capaces de usar métodos ya « inculturados » legítimamente en la catequesis y en la liturgia. Así también, se conseguirá mejor un número adecuado de pastores que desarrollen sus actividades entre los indígenas, si se promueven las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada entre dichos pueblos. 235

La problemática de los inmigrados

65. El Continente americano ha conocido en su historia muchos movimientos de inmigración, que llevaron multitud de hombres y mujeres a las diversas regiones con la esperanza de un futuro mejor. El fenómeno continúa también hoy y afecta concretamente a numerosas personas y familias procedentes de Naciones latinoamericanas del Continente, que se han instalado en las regiones del Norte, constituyendo en algunos casos una parte considerable de la población. A menudo llevan consigo un patrimonio cultural y religioso, rico de significativos elementos cristianos. La Iglesia es consciente de los problemas provocados por esta situación y se esfuerza en desarrollar una verdadera atención pastoral entre dichos inmigrados, para favorecer su asentamiento en el territorio y para suscitar, al mismo tiempo, una actitud de acogida por parte de las poblaciones locales, convencida de que la mutua apertura será un enriquecimiento para todos.

Las comunidades eclesiales procurarán ver en este fenómeno un llamado específico a vivir el valor evangélico de la fraternidad y a la vez una invitación a dar un renovado impulso a la propia religiosidad para una acción evangelizadora más incisiva. En este sentido, los Padres sinodales consideran que « la Iglesia en América debe ser abogada vigilante que proteja, contra todas las restricciones injustas, el derecho natural de cada persona a moverse libremente dentro de su propia nación y de una nación a otra. Hay que estar atentos a los derechos de los emigrantes y de sus familias, y al respeto de su dignidad humana, también en los casos de inmigraciones no legales ». 236

Con respecto a los inmigrantes, es necesaria una actitud hospitalaria y acogedora, que los aliente a integrarse en la vida eclesial, salvaguardando siempre su libertad y su peculiar identidad cultural. A este fin es muy importante la colaboración entre las diócesis de las que proceden y aquellas en las que son acogidos, también mediante las específicas estructuras pastorales previstas en la legislación y en la praxis de la Iglesia. 237 Se puede asegurar así la atención pastoral más adecuada posible e integral. La Iglesia en América debe estar impulsada por la constante solicitud de que no falte una eficaz evangelización a los que han llegado recientemente y no conocen todavía a Cristo. 238

CAPITULO VI

LA MISION DE LA IGLESIA HOY EN AMERICA: LA NUEVA EVANGELIZACION

« Como el Padre me envió, también yo os envío » (Jn 20, 21)

Enviados por Cristo

66. Cristo resucitado, antes de su ascensión al cielo, envió a los Apóstoles a anunciar el Evangelio al mundo entero (cf. Mc 16, 15), confiriéndoles los poderes necesarios para realizar esta misión. Es significativo que, antes de darles el último mandato misionero, Jesús se refiriera al poder universal recibido del Padre (cf. Mt 28, 18). En efecto, Cristo transmitió a los Apóstoles la misión recibida del Padre (cf. Jn 20, 21), haciéndolos así partícipes de sus poderes. Pero también « los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo». 239 En efecto, ellos han sido « hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo ». 240 Por consiguiente, « los fieles laicos —por su participación en el oficio profético de Cristo— están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia », 241 y por ello deben sentirse llamados y enviados a proclamar la Buena Nueva del Reino. Las palabras de Jesús: « Id también vosotros a mi viña » (Mt 20, 4), 242 deben considerarse dirigidas no sólo a los Apóstoles, sino a todos los que desean ser verdaderos discípulos del Señor.

La tarea fundamental a la que Jesús envía a sus discípulos es el anuncio de la Buena Nueva, es decir, la evangelización (cf. Mc 16, 15-18). De ahí que, « evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda ». 243 Como he manifestado en otras ocasiones, la singularidad y novedad de la situación en la que el mundo y la Iglesia se encuentran, a las puertas del Tercer milenio, y las exigencias que de ello se derivan, hacen que la misión evangelizadora requiera hoy un programa también nuevo que puede definirse en su conjunto como « nueva evangelización». 244 Como Pastor supremo de la Iglesia deseo fervientemente invitar a todos los miembros del pueblo de Dios, y particularmente a los que viven en el Continente americano —donde por vez primera hice un llamado a un compromiso nuevo « en su ardor, en sus métodos, en su expresión » 245— a asumir este proyecto y a colaborar en él. Al aceptar esta misión, todos deben recordar que el núcleo vital de la nueva evangelización ha de ser el anuncio claro e inequívoco de la persona de Jesucristo, es decir, el anuncio de su nombre, de su doctrina, de su vida, de sus promesas y del Reino que Él nos ha conquistado a través de su misterio pascual. 246

Jesucristo, « buena nueva » y primer evangelizador

67. Jesucristo es la « buena nueva » de la salvación comunicada a los hombres de ayer, de hoy y de siempre; pero al mismo tiempo es también el primer y supremo evangelizador. 247 La Iglesia debe centrar su atención pastoral y su acción evangelizadora en Jesucristo crucificado y resucitado. « Todo lo que se proyecte en el campo eclesial ha de partir de Cristo y de su Evangelio ». 248 Por lo cual, « la Iglesia en América debe hablar cada vez más de Jesucristo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre. Este anuncio es el que realmente sacude a los hombres, despierta y transforma los ánimos, es decir, convierte. Cristo ha de ser anunciado con gozo y con fuerza, pero principalmente con el testimonio de la propia vida». 249

Cada cristiano podrá llevar a cabo eficazmente su misión en la medida en que asuma la vida del Hijo de Dios hecho hombre como el modelo perfecto de su acción evangelizadora. La sencillez de su estilo y sus opciones han de ser normativas para todos en la tarea de la evangelización. En esta perspectiva, los pobres han de ser considerados ciertamente entre los primeros destinatarios de la evangelización, a semejanza de Jesús, que decía de sí mismo: « El Espíritu del Señor [...] me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva » (Lc 4, 18). 250

Como ya he indicado antes, el amor por los pobres ha de ser preferencial, pero no excluyente. El haber descuidado —como señalaron los Padres sinodales— la atención pastoral de los ambientes dirigentes de la sociedad, con el consiguiente alejamiento de la Iglesia de no pocos de ellos, 251 se debe, en parte, a un planteamiento del cuidado pastoral de los pobres con un cierto exclusivismo. Los daños derivados de la difusión del secularismo en dichos ambientes, tanto políticos, como económicos, sindicales, militares, sociales o culturales, muestran la urgencia de una evangelización de los mismos, la cual debe ser alentada y guiada por los Pastores, llamados por Dios para atender a todos. Es necesario evangelizar a los dirigentes, hombres y mujeres, con renovado ardor y nuevos métodos, insistiendo principalmente en la formación de sus conciencias mediante la doctrina social de la Iglesia. Esta formación será el mejor antídoto frente a tantos casos de incoherencia y, a veces, de corrupción que afectan a las estructuras sociopolíticas. Por el contrario, si se descuida esta evangelización de los dirigentes, no debe sorprender que muchos de ellos sigan criterios ajenos al Evangelio y, a veces, abiertamente contrarios a él. A pesar de todo, y en claro contraste con quienes carecen de una mentalidad cristiana, hay que reconocer « los intentos de no pocos [...] dirigentes por construir una sociedad justa y solidaria ». 252

El encuentro con Cristo lleva a evangelizar

68. El encuentro con el Señor produce una profunda transformación de quienes no se cierran a Él. El primer impulso que surge de esta transformación es comunicar a los demás la riqueza adquirida en la experiencia de este encuentro. No se trata sólo de enseñar lo que hemos conocido, sino también, como la mujer samaritana, de hacer que los demás encuentren personalmente a Jesús: « Venid a ver » (Jn 4, 29). El resultado será el mismo que se verificó en el corazón de los samaritanos, que decían a la mujer: « Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo » (Jn 4, 42). La Iglesia, que vive de la presencia permanente y misteriosa de su Señor resucitado, tiene como centro de su misión « llevar a todos los hombres al encuentro con Jesucristo ». 253

Ella está llamada a anunciar que Cristo vive realmente, es decir, que el Hijo de Dios, que se hizo hombre, murió y resucitó, es el único Salvador de todos los hombres y de todo el hombre, y que como Señor de la historia continúa operante en la Iglesia y en el mundo por medio de su Espíritu hasta la consumación de los siglos. La presencia del Resucitado en la Iglesia hace posible nuestro encuentro con Él, gracias a la acción invisible de su Espíritu vivificante. Este encuentro se realiza en la fe recibida y vivida en la Iglesia, cuerpo místico de Cristo. Este encuentro, pues, tiene esencialmente una dimensión eclesial y lleva a un compromiso de vida. En efecto, « encontrar a Cristo vivo es aceptar su amor primero, optar por Él, adherir libremente a su persona y proyecto, que es el anuncio y la realización del Reino de Dios ». 254

El llamado suscita la búsqueda de Jesús: « Rabbí —que quiere decir, "Maestro"— ¿dónde vives? Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día » (Jn 1, 38-39). « Ese quedarse no se reduce al día de la vocación, sino que se extiende a toda la vida. Seguirle es vivir como Él vivió, aceptar su mensaje, asumir sus criterios, abrazar su suerte, participar su propósito que es el plan del Padre: invitar a todos a la comunión trinitaria y a la comunión con los hermanos en una sociedad justa y solidaria ». 255 El ardiente deseo de invitar a los demás a encontrar a Aquél a quien nosotros hemos encontrado, está en la raíz de la misión evangelizadora que incumbe a toda la Iglesia, pero que se hace especialmente urgente hoy en América, después de haber celebrado los 500 años de la primera evangelización y mientras nos disponemos a conmemorar agradecidos los 2000 años de la venida del Hijo unigénito de Dios al mundo.

Importancia de la catequesis

69. La nueva evangelización, en la que todo el Continente está comprometido, indica que la fe no puede darse por supuesta, sino que debe ser presentada explícitamente en toda su amplitud y riqueza. Este es el objetivo principal de la catequesis, la cual, por su misma naturaleza, es una dimensión esencial de la nueva evangelización. « La catequesis es un proceso de formación en la fe, la esperanza y la caridad que informa la mente y toca el corazón, llevando a la persona a abrazar a Cristo de modo pleno y completo. Introduce más plenamente al creyente en la experiencia de la vida cristiana que incluye la celebración litúrgica del misterio de la redención y el servicio cristiano a los otros ». 256

Conociendo bien la necesidad de una catequización completa, hice mía la propuesta de los Padres de la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985, de elaborar « un catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto sobre fe como sobre moral », el cual pudiera ser « punto de referencia para los catecismos y compendios que se redacten en las diversas regiones ». 257 Esta propuesta se ha visto realizada con la publicación de la edición típica del Catechismus Catholicae Ecclesiae. 258 Además del texto oficial del Catecismo, y para un mejor aprovechamiento de sus contenidos, he querido que se elaborara y publicara también un Directorio general para la Catequesis. 259 Recomiendo vivamente el uso de estos dos instrumentos de valor universal a cuantos en América se dedican a la catequesis. Es deseable que ambos documentos se utilicen « en la preparación y revisión de todos los programas parroquiales y diocesanos para la catequesis, teniendo ante los ojos que la situación religiosa de los jóvenes y de los adultos requiere una catequesis más kerigmática y más orgánica en su presentación de los contenidos de la fe ». 260

Es necesario reconocer y alentar la valiosa misión que desarrollan tantos catequistas en todo el Continente americano, como verdaderos mensajeros del Reino: « Su fe y su testimonio de vida son partes integrantes de la catequesis ». 261 Deseo alentar cada vez más a los fieles para que asuman con valentía y amor al Señor este servicio a la Iglesia, dedicando generosamente su tiempo y sus talentos. Por su parte, los Obispos procuren ofrecer a los catequistas una adecuada formación para que puedan desarrollar esta tarea tan indispensable en la vida de la Iglesia.

En la catequesis será conveniente tener presente, sobre todo en un Continente como América, donde la cuestión social constituye un aspecto relevante, que « el crecimiento en la comprensión de la fe y su manifestación práctica en la vida social están en íntima correlación. Conviene que las fuerzas que se gastan en nutrir el encuentro con Cristo, redunden en promover el bien común en una sociedad justa ». 262

Evangelización de la cultura

70. Mi predecesor Pablo VI, con sabia inspiración, consideraba que « la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo ». 263 Por ello, los Padres sinodales han considerado justamente que « la nueva evangelización pide un esfuerzo lúcido, serio y ordenado para evangelizar la cultura ». 264 El Hijo de Dios, al asumir la naturaleza humana, se encarnó en un determinado pueblo, aunque su muerte redentora trajo la salvación a todos los hombres, de cualquier cultura, raza y condición. El don de su Espíritu y su amor van dirigidos a todos y cada uno de los pueblos y culturas para unirlos entre sí a semejanza de la perfecta unidad que hay en Dios uno y trino. Para que esto sea posible es necesario inculturar la predicación, de modo que el Evangelio sea anunciado en el lenguaje y la cultura de aquellos que lo oyen. 265 Sin embargo, al mismo tiempo no debe olvidarse que sólo el misterio pascual de Cristo, suprema manifestación del Dios infinito en la finitud de la historia, puede ser el punto de referencia válido para toda la humanidad peregrina en busca de unidad y paz verdaderas.

El rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe fue ya desde el inicio en el Continente un símbolo de la inculturación de la evangelización, de la cual ha sido la estrella y guía. Con su intercesión poderosa la evangelización podrá penetrar el corazón de los hombres y mujeres de América, e impregnar sus culturas transformándolas desde dentro. 266

Evangelizar los centros educativos

71. El mundo de la educación es un campo privilegiado para promover la inculturación del Evangelio. Sin embargo, los centros educativos católicos y aquéllos que, aun no siendo confesionales, tienen una clara inspiración católica, sólo podrán desarrollar una acción de verdadera evangelización si en todos sus niveles, incluido el universitario, se mantiene con nitidez su orientación católica. Los contenidos del proyecto educativo deben hacer referencia constante a Jesucristo y a su mensaje, tal como lo presenta la Iglesia en su enseñanza dogmática y moral. Sólo así se podrán formar dirigentes auténticamente cristianos en los diversos campos de la actividad humana y de la sociedad, especialmente en la política, la economía, la ciencia, el arte y la reflexión filosófica. 267 En este sentido, « es esencial que la Universidad Católica sea, a la vez, verdadera y realmente ambas cosas: Universidad y Católica. [...] La índole católica es un elemento constitutivo de la Universidad en cuanto institución y no una mera decisión de los individuos que dirigen la Universidad en un tiempo concreto ». 268 Por eso, la labor pastoral en las Universidades Católicas ha de ser objeto de particular atención en orden a fomentar el compromiso apostólico de los estudiantes para que ellos mismos lleguen a ser los evangelizadores del mundo universitario. 269 Además, « debe estimularse la cooperación entre las Universidades Católicas de toda América para que se enriquezcan mutuamente», 270 contribuyendo de este modo a que el principio de solidaridad e intercambio entre los pueblos de todo el Continente se realice también a nivel universitario.

Algo semejante se ha de decir también a propósito de las escuelas católicas, en particular de la enseñanza secundaria: « Debe hacerse un esfuerzo especial para fortificar la identidad católica de las escuelas, las cuales fundan su naturaleza específica en un proyecto educativo que tiene su origen en la persona de Cristo y su raíz en la doctrina del Evangelio. Las escuelas católicas deben buscar no sólo impartir una educación que sea competente desde el punto de vista técnico y profesional, sino especialmente proveer una formación integral de la persona humana ». 271 Dada la importancia de la tarea que los educadores católicos desarrollan, me uno a los Padres sinodales en su deseo de alentar, con ánimo agradecido, a todos los que se dedican a la enseñanza en las escuelas católicas: sacerdotes, hombres y mujeres consagrados, y laicos comprometidos, « para que perseveren en su misión de tanta importancia ». 272 Ha de procurarse que el influjo de estos centros de enseñanza llegue a todos los sectores de la sociedad sin distinciones ni exclusivismos. Es indispensable que se realicen todos los esfuerzos posibles para que las escuelas católicas, a pesar de las dificultades económicas, continúen « impartiendo la educación católica a los pobres y a los marginados en la sociedad ». 273 Nunca será posible liberar a los indigentes de su pobreza si antes no se los libera de la miseria debida a la carencia de una educación digna.

En el proyecto global de la nueva evangelización, el campo de la educación ocupa un lugar privilegiado. Por ello, ha de alentarse la actividad de todos los docentes católicos, incluso de los que enseñan en escuelas no confesionales. Así mismo, dirijo un llamado urgente a los consagrados y consagradas para que no abandonen un campo tan importante para la nueva evangelización. 274

Como fruto y expresión de la comunión entre todas las Iglesias particulares de América, reforzada ciertamente por la experiencia espiritual de la Asamblea sinodal, se procurará promover congresos para los educadores católicos en ámbito nacional y continental, tratando de ordenar e incrementar la acción pastoral educativa en todos los ambientes. 275

La Iglesia en América, para cumplir todos estos objetivos, necesita un espacio de libertad en el campo de la enseñanza, lo cual no debe entenderse como un privilegio, sino como un derecho, en virtud de la misión evangelizadora confiada por el Señor. Además, los padres tienen el derecho fundamental y primario de decidir sobre la educación de sus hijos y, por este motivo, los padres católicos han de tener la posibilidad de elegir una educación de acuerdo con sus convicciones religiosas. La función del Estado en este campo es subsidiaria. El Estado tiene la obligación de « garantizar a todos la educación y la obligación de respetar y defender la libertad de enseñanza. Debe denunciarse el monopolio del Estado como una forma de totalitarismo que vulnera los derechos fundamentales que debe defender, especialmente el derecho de los padres de familia a la educación religiosa de sus hijos. La familia es el primer espacio educativo de la persona ». 276

Evangelizar con los medios de comunicación social

72. Es fundamental para la eficacia de la nueva evangelización un profundo conocimiento de la cultura actual, en la cual los medios de comunicación social tienen gran influencia. Es por tanto indispensable conocer y usar estos medios, tanto en sus formas tradicionales como en las más recientes introducidas por el progreso tecnológico. Esta realidad requiere que se domine el lenguaje, naturaleza y características de dichos medios. Con el uso correcto y competente de los mismos se puede llevar a cabo una verdadera inculturación del Evangelio. Por otra parte, los mismos medios contribuyen a modelar la cultura y mentalidad de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, razón por la cual quienes trabajan en el campo de los medios de comunicación social han de ser destinatarios de una especial acción pastoral. 277

A este respecto, los Padres sinodales indicaron numerosas iniciativas concretas para una presencia eficaz del Evangelio en el mundo de los medios de comunicación social: la formación de agentes pastorales para este campo; el fomento de centros de producción cualificada; el uso prudente y acertado de satélites y de nuevas tecnologías; la formación de los fieles para que sean destinatarios críticos; la unión de esfuerzos en la adquisición y consiguiente gestión en común de nuevas emisoras y redes de radio y televisión, y la coordinación de las que ya existen. Por otra parte, las publicaciones católicas merecen ser sostenidas y necesitan alcanzar un deseado desarrollo cualitativo.

Hay que alentar a los empresarios para que respalden económicamente producciones de calidad que promueven los valores humanos y cristianos. 278 Sin embargo, un programa tan amplio supera con creces las posibilidades de cada Iglesia particular del Continente americano. Por ello, los mismos Padres sinodales propusieron la coordinación de las actividades en materia de medios de comunicación social a nivel interamericano, para fomentar el conocimiento recíproco y la cooperación en las realizaciones que ya existen en este campo. 279

El desafío de las sectas

73. La acción proselitista, que las sectas y nuevos grupos religiosos desarrollan en no pocas partes de América, es un grave obstáculo para el esfuerzo evangelizador. La palabra « proselitismo » tiene un sentido negativo cuando refleja un modo de ganar adeptos no respetuoso de la libertad de aquellos a quienes se dirige una determinada propaganda religiosa. 280 La Iglesia católica en América censura el proselitismo de las sectas y, por esta misma razón, en su acción evangelizadora excluye el recurso a semejantes métodos. Al proponer el Evangelio de Cristo en toda su integridad, la actividad evangelizadora ha de respetar el santuario de la conciencia de cada individuo, en el que se desarrolla el diálogo decisivo, absolutamente personal, entre la gracia y la libertad del hombre.

Ello ha de tenerse en cuenta especialmente respecto a los hermanos cristianos de Iglesias y Comunidades eclesiales separadas de la Iglesia católica, establecidas desde hace mucho tiempo en determinadas regiones. Los lazos de verdadera comunión, aunque imperfecta, que, según la doctrina del Concilio Vaticano II, 281 tienen esas comunidades con la Iglesia católica, deben iluminar las actitudes de ésta y de todos sus miembros respecto a aquéllas. 282 Sin embargo, estas actitudes no han de poner en duda la firme convicción de que sólo en la Iglesia católica se encuentra la plenitud de los medios de salvación establecidos por Jesucristo. 283

Los avances proselitistas de las sectas y de los nuevos grupos religiosos en América no pueden contemplarse con indiferencia. Exigen de la Iglesia en este Continente un profundo estudio, que se ha de realizar en cada nación y también a nivel internacional, para descubrir los motivos por los que no pocos católicos abandonan la Iglesia. A la luz de sus conclusiones será oportuno hacer una revisión de los métodos pastorales empleados, de modo que cada Iglesia particular ofrezca a los fieles una atención religiosa más personalizada, consolide las estructuras de comunión y misión, y use las posibilidades evangelizadoras que ofrece una religiosidad popular purificada, a fin de hacer más viva la fe de todos los católicos en Jesucristo, por la oración y la meditación de la palabra de Dios. 284

Por otra parte, como señalaron algunos Padres sinodales, hay que preguntarse si una pastoral orientada de modo casi exclusivo a las necesidades materiales de los destinatarios no haya terminado por defraudar el hambre de Dios que tienen esos pueblos, dejándolos así en una situación vulnerable ante cualquier oferta supuestamente espiritual. Por eso, « es indispensable que todos tengan contacto con Cristo mediante el anuncio kerigmático gozoso y transformante, especialmente mediante la predicación en la liturgia ». 285 Una Iglesia que viva intensamente la dimensión espiritual y contemplativa, y que se entregue generosamente al servicio de la caridad, será de manera cada vez más elocuente testigo creíble de Dios para los hombres y mujeres en su búsqueda de un sentido para la propia vida. 286 Para ello es necesario que los fieles pasen de una fe rutinaria, quizás mantenida sólo por el ambiente, a una fe consciente vivida personalmente. La renovación en la fe será siempre el mejor camino para conducir a todos a la Verdad que es Cristo.

Para que la respuesta al desafío de las sectas sea eficaz, se requiere una adecuada coordinación de las iniciativas a nivel supradiocesano, con el objeto de realizar una cooperación mediante proyectos comunes que puedan dar mayores frutos. 287

La misión « ad gentes »

74. Jesucristo confió a su Iglesia la misión de evangelizar a todas las naciones: « Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado » (Mt 28, 19-20). La conciencia de la universalidad de la misión evangelizadora que la Iglesia ha recibido debe permanecer viva, como lo ha demostrado siempre la historia del pueblo de Dios que peregrina en América. La evangelización se hace más urgente respecto a aquéllos que viviendo en este Continente aún no conocen el nombre de Jesús, el único nombre dado a los hombres para su salvación (cf. Hch 4, 12). Lamentablemente, este nombre es desconocido todavía en gran parte de la humanidad y en muchos ambientes de la sociedad americana. Baste pensar en las etnias indígenas aún no cristianizadas o en la presencia de religiones no cristianas, como el Islam, el Budismo o el Hinduismo, sobre todo en los inmigrantes provenientes de Asia.

Ello obliga a la Iglesia universal, y en particular a la Iglesia en América, a permanecer abierta a la misión ad gentes. 288 El programa de una nueva evangelización en el Continente, objetivo de muchos proyectos pastorales, no puede limitarse a revitalizar la fe de los creyentes rutinarios, sino que ha de buscar también anunciar a Cristo en los ambientes donde es desconocido.

Además, las Iglesias particulares de América están llamadas a extender su impulso evangelizador más allá de sus fronteras continentales. No pueden guardar para sí las inmensas riquezas de su patrimonio cristiano. Han de llevarlo al mundo entero y comunicarlo a aquéllos que todavía lo desconocen. Se trata de muchos millones de hombres y mujeres que, sin la fe, padecen la más grave de las pobrezas. Ante esta pobreza sería erróneo no favorecer una actividad evangelizadora fuera del Continente con el pretexto de que todavía queda mucho por hacer en América o en la espera de llegar antes a una situación, en el fondo utópica, de plena realización de la Iglesia en América.

Con el deseo de que el Continente americano participe, de acuerdo con su vitalidad cristiana, en la gran tarea de la misión ad gentes, hago mías las propuestas concretas que los Padres sinodales presentaron en orden a « fomentar una mayor cooperación entre las Iglesias hermanas; enviar misioneros (sacerdotes, consagrados y fieles laicos) dentro y fuera del Continente; fortalecer o crear Institutos misionales; favorecer la dimensión misionera de la vida consagrada y contemplativa; dar un mayor impulso a la animación, formación y organización misional ». 289 Estoy seguro de que el celo pastoral de los Obispos y de los demás hijos de la Iglesia en toda América sabrá encontrar iniciativas concretas, incluso a nivel internacional, que lleven a la práctica, con gran dinamismo y creatividad, estos propósitos misionales.

CONCLUSION

Con esperanza y gratitud

75. « He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 20). Confiando en esta promesa del Señor, la Iglesia que peregrina en el Continente americano se dispone con entusiasmo a afrontar los desafíos del mundo actual y los que el futuro pueda deparar. En el Evangelio la buena noticia de la resurrección del Señor va acompañada de la invitación a no temer (cf. Mt 28, 5.10). La Iglesia en América quiere caminar en la esperanza, como expresaron los Padres sinodales: « Con una confianza serena en el Señor de la historia, la Iglesia se dispone a traspasar el umbral del Tercer milenio sin prejuicios ni pusilanimidad, sin egoísmo, sin temor ni dudas, persuadida del servicio primordial que debe prestar en testimonio de fidelidad a Dios y a los hombres y mujeres del Continente ». 290

Además, la Iglesia en América se siente particularmente impulsada a caminar en la fe respondiendo con gratitud al amor de Jesús, « manifestación encarnada del amor misericordioso de Dios (cf. Jn 3, 16) ». 291 La celebración del inicio del Tercer milenio cristiano puede ser una ocasión oportuna para que el pueblo de Dios en América renueve « su gratitud por el gran don de la fe », 292 que comenzó a recibir hace cinco siglos. El año 1492, más allá de los aspectos históricos y políticos, fue el gran año de gracia por la fe recibida en América, una fe que anuncia el supremo beneficio de la Encarnación del Hijo de Dios, que tuvo lugar hace 2000 años, como recordaremos solemnemente en el Gran Jubileo tan cercano.

Este doble sentimiento de esperanza y gratitud ha de acompañar toda la acción pastoral de la Iglesia en el Continente, impregnando de espíritu jubilar las diversas iniciativas de las diócesis, parroquias, comunidades de vida consagrada, movimientos eclesiales, así como las actividades que puedan organizarse a nivel regional y continental. 293

Oración a Jesucristo por las familias de América

76. Por tanto, invito a todos los católicos de América a tomar parte activa en las iniciativas evangelizadoras que el Espíritu Santo vaya suscitando a lo largo y ancho de este inmenso Continente, tan lleno de posibilidades y de esperanzas para el futuro. De modo especial invito a las familias católicas a ser « iglesias domésticas », 294 donde se vive y se transmite a las nuevas generaciones la fe cristiana como un tesoro, y donde se ora en común. Si las familias católicas realizan en sí mismas el ideal al que están llamadas por voluntad de Dios, se convertirán en verdaderos focos de evangelización.

Al concluir esta Exhortación Apostólica, con la que he recogido las propuestas de los Padres sinodales, acojo gustoso su sugerencia de redactar una oración por las familias en América. 295 Invito a cada uno, a las comunidades y grupos eclesiales, donde dos o más se reúnen en nombre del Señor, para que a través de la oración se refuerce el lazo espiritual de unión entre todos los católicos americanos. Que todos se unan a la súplica del Sucesor de Pedro, invocando a Jesucristo, « camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América »:

Señor Jesucristo, te agradecemos
que el Evangelio del Amor del Padre,
con el que Tú viniste a salvar al mundo,
haya sido proclamado ampliamente en América
como don del Espíritu Santo
que hace florecer nuestra alegría.
Te damos gracias por la ofrenda de tu vida,
que nos entregaste amándonos hasta el extremo,
y nos hace hijos de Dios
y hermanos entre nosotros.
Aumenta, Señor, nuestra fe y amor a ti,
que estás presente en tantos sagrarios del Continente.
Concédenos ser fieles testigos de tu Resurrección
ante las nuevas generaciones de América,
para que conociéndote te sigan
y encuentren en ti su paz y su alegría.
Sólo así podrán sentirse hermanos
de todos los hijos de Dios dispersos por el mundo.
Tú, que al hacerte hombre
quisiste ser miembro de una familia humana,
enseña a las familias las virtudes que resplandecieron
en la casa de Nazaret.
Haz que permanezcan unidas,
como Tú y el Padre sois Uno,
y sean vivo testimonio de amor,
de justicia y solidaridad;
que sean escuela de respeto,
de perdón y mutua ayuda,
para que el mundo crea;
que sean fuente de vocaciones
al sacerdocio, a la vida consagrada
y a las demás formas de intenso compromiso cristiano.
Protege a tu Iglesia y al Sucesor de Pedro,
a quien Tú, Buen Pastor, has confiado
la misión de apacentar todo tu rebaño.
Haz que tu Iglesia florezca en América
y multiplique sus frutos de santidad.
Enséñanos a amar a tu Madre, María, como la amaste Tú.
Danos fuerza para anunciar con valentía tu Palabra
en la tarea de la nueva evangelización,
para corroborar la esperanza en el mundo.
¡Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de América,
ruega por nosotros!

Dado en Ciudad de México, el 22 de enero del año 1999, vigésimo primero de mi Pontificado.

NOTAS


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