PONTIFICIO
CONSEJO PARA LA FAMILIA
PREPARACIÓN
AL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
PREÁMBULO
1. La preparación al
matrimonio, a la vida conyugal y familiar, es de suma importancia para
el bien de la Iglesia. De hecho el sacramento del Matrimonio posee
gran valor para la entera comunidad cristiana y en primer lugar para
los esposos, cuya decisión es tal que no puede dejarse a la
improvisación o a decisiones apresuradas. En otras épocas dicha
preparación podía contar con el apoyo de la sociedad, que reconocía
los valores y beneficios del matrimonio. Sin obstáculos ni
vacilaciones, la Iglesia tutelaba su santidad consciente del hecho de
que el sacramento del Matrimonio era una garantía eclesial en cuanto
célula vital del Pueblo de Dios. El apoyo eclesial era firme,
unitario, compacto, al menos en las comunidades realmente
evangelizadas. En general eran raras las separaciones y fracasos de
matrimonios, y se consideraba el divorcio una « plaga » social (cfr.
Gaudium et Spes = GS 47).
Por el contrario, hoy en día se asiste
en no pocos casos al deterioro acentuado de la familia y a cierta
corrosión de los valores del matrimonio. En numerosas naciones y en
especial en las económicamente desarrolladas, ha bajado el índice de
nupcialidad. Se contrae matrimonio en edad más avanzada y crece el
número de divorcios y separaciones incluso en los primeros años de
vida conyugal. Todo ello lleva a una preocupación pastoral reiterada
mil veces: Quien contrae matrimonio ?está realmente preparado al
mismo? El problema de la preparación al sacramento del Matrimonio y a
la vida subsiguiente emerge como gran necesidad pastoral sobre todo
para el bien de los esposos, la comunidad cristiana y la sociedad. Por
eso crecen en todas partes el interés e iniciativas para ofrecer
respuestas adecuadas y oportunas a la preparación al sacramento del
Matrimonio.
2. A través de contactos permanentes
con las Conferencias Episcopales y los Obispos en encuentros,
reuniones y sobre todo en las visitas « ad limina », el Pontificio
Consejo para la Familia ha seguido atentamente la preocupación
pastoral por la preparación y celebración del sacramento del
Matrimonio y la vida subsiguiente; y repetidamente ha sido invitado a
ofrecer un instrumento para la preparación de los novios cristianos:
esto es lo que ofrecemos en la presente orientación. Se ha nutrido
también de las aportaciones de muchos Movimientos Apostólicos,
Grupos y Asociaciones que colaboran en la pastoral familiar y que han
ofrecido su apoyo, consejos y experiencias para la elaboración de
este documento guía.
La preparación al matrimonio
constituye un momento providencial y privilegiado para cuantos
se orientan hacia este sacramento cristiano y un kairós, es
decir, un tiempo en el que Dios interpela a los novios y les lleva al
discernimiento sobre la vocación matrimonial y la vida en la que
ésta introduce. El noviazgo entra en el contexto de un denso proceso
de evangelización. De hecho confluyen en la vida de los novios,
futuros esposos, cuestiones que inciden en la familia. Por ello, se
les invita a comprender qué significa el amor responsable y maduro de
la comunidad de vida y amor que será su familia, verdadera iglesia
doméstica que enriquecerá a la Iglesia entera.
La importancia de la preparación exige
un proceso de evangelización consistente en la maduración de la fe y
su profundización. Si la fe está debilitada o casi no existe ya
(cfr. Familiaris Consortio = FC 68), es preciso
reavivarla y no se puede excluir una instrucción exigente y paciente
que provoque y alimente el ardor de una fe viva. Sobre todo donde el
ambiente se ha ido paganizando, será muy aconsejable un «
itinerario que recalque los dinamismos del catecumenado » (FC
66) y la presentación de las verdades cristianas fundamentales que
ayuden a adquirir o reforzar la madurez de la fe de los contrayentes.
Es de desear que el momento privilegiado de la preparación al
matrimonio se transforme, estimulados por la esperanza, en una Nueva
Evangelización para las futuras familias.
3. Evidencian esta atención peculiar,
las enseñanzas del Concilio Vaticano II (GS 52), las
orientaciones del Magisterio Pontificio (FC 66), las mismas
normas eclesiales (Codex Iuris Canonici = CIC, can. 1063; Codex
Canonum Ecclesiarum Orientalium = CCEO, can. 783), el Catecismo
de la Iglesia Católica (n. 1632) y otros documentos del
Magisterio, entre ellos la Carta de los Derechos de la Familia.
Los dos documentos más recientes del Magisterio Pontificio — la
Carta a las Familias Gratissimam Sane y la Encíclica Evangelium
Vitae (= EV) — han sido de gran ayuda en nuestra tarea.
El Pontificio Consejo para la Familia,
atento según se ha dicho, a reiteradas peticiones, ha comenzado a
reflexionar sobre el tema concentrándose en especial en los « cursos
de preparación », según la línea de la Exhortación Familiaris
Consortio, y por ello ha recorrido un itinerario de
redacción del tipo siguiente.
En 1991 el Consejo dedicó su Asamblea
Plenaria (30 septiembre-5 octubre) al tema de la preparación al
sacramento del Matrimonio; el Comité de Presidencia del Pontificio
Consejo para la Familia y los matrimonios que forman parte del mismo
aportaron abundante material para la redacción de un primer borrador.
Más adelante se convocó del 8 al 13 de julio 1992 a un grupo de
trabajo formado por pastores, consultores y expertos que han
re-elaborado un segundo borrador, enviado luego a las Conferencias
Episcopales a fin de recibir aportaciones y sugerencias
complementarias. Las respuestas, llegadas en gran número, con
oportunas sugerencias, han sido estudiadas e introducidas en el
sucesivo borrador por un grupo de trabajo en 1995. El Consejo presenta
ahora este documento-guía que se ofrece como base del trabajo
pastoral de preparación al sacramento del Matrimonio. Será de
especial utilidad para las Conferencias Episcopales en la redacción
de sus Directorios y también para incentivar un esfuerzo pastoral
mayor en las diócesis, parroquias y movimientos apostólicos (cfr. FC
66).
4. La « magna Charta » para las
familias, que es la citada Exhortación Apostólica Familiaris
Consortio, ya había puesto de relieve que « los cambios que han
sobrevenido en casi todas las sociedades modernas exigen que no sólo
la familia, sino también la sociedad y la Iglesia se comprometan en
el esfuerzo de preparar convenientemente a los jóvenes a las
responsabilidades de su futuro (...) Por esto la Iglesia debe promover
programas mejores y más intensos de preparación al matrimonio, para
eliminar lo más posible las dificultades en que se debaten tantos
matrimonios y, más aún, para favorecer positivamente el nacimiento y
maduración de matrimonios logrados » (FC 66).
El Código de Derecho Canónico dispone
que haya « preparación personal a la celebración del matrimonio y
con ella los esposos se dispongan a la santidad y deberes de su nuevo
estado » (CIC can. 1063, 2; CCEO can. 783, § 1),
disposición que está presente también en el Ordo Celebrandi
Matrimonium = OCD 12.
Y en el discurso del Santo Padre a la
Asamblea Plenaria del Consejo para la Familia (4 octubre 1991)
añadía: « Cuanto mayores sean las dificultades ambientales para
conocer la verdad del sacramento cristiano y de la misma institución
matrimonial, tanto mayores han de ser los esfuerzos por preparar
debidamente a los esposos a sus responsabilidades ». Y con
observaciones más concretas referentes a los cursos
propiamente dichos, proseguía: « Habéis podido observar que ante la
necesidad de realizar dichos cursos en las parroquias y dados los
resultados positivos de los varios métodos usados, parece conveniente
proceder a fijar los criterios a adoptar bajo forma de Guía o
Directorio, a fin de ofrecer ayuda eficaz a las Iglesias particulares
». Tanto más que dentro de las Iglesias particulares, para algunas
partes « "del pueblo de la vida y para la vida", es
decisiva la responsabilidad de la familia: es una responsabilidad
que brota de su propria naturaleza — la de ser comunidad de vida y
de amor, fundada sobre el matrimonio — y de su misión de
"custodiar, revelar y comunicar el amor" » (EV 92 y
cfr. FC 17).
5. Con este fin el Pontificio Consejo
para la Familia ofrece este documento que tiene por objeto la
preparación al sacramento del Matrimonio y su celebración.
Las líneas que emergen indican un
itinerario para la preparación remota, próxima e inmediata al
sacramento del Matrimonio (cfr. FC 66). El material aquí
presentado está destinado en primer lugar a las Conferencias
Episcopales, a cada Obispo y a sus colaboradores en la pastoral de la
preparación al matrimonio, pero son los mismos novios — y no
podría ser de otro modo — los más implicados y constituyen el
objeto de la preocupación pastoral de la Iglesia.
6. Particular atención pastoral ha de
reservarse a los novios que se hallen en las situaciones particulares
descritas por el CIC, can. 1071. 1072 y 1125, y por el CCEO,
can. 789 y 814; para éstos las líneas indicadas en el documento
pueden servir de útil orientación y de debido acompañamiento de los
novios, aun cuando no se puedan aplicar totalmente.
La Iglesia, fiel a la voluntad y
enseñanzas de Cristo, con la propria legislación expresa su caridad
pastoral en la atención a cualquier situación de los fieles. Los
criterios que se ofrecen son instrumento de ayuda real y no deben
tomarse como nuevas exigencias constrictivas.
7. La motivación doctrinal de fondo de
este documento-guía nace de la convicción de que el matrimonio es un
bien que tiene su origen en la Creación y por ello hunde sus raíces
en la naturaleza humana. « ?No habéis leído que el Creador desde el
comienzo los hizo varón y hembra y que dijo: Por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se
harán una sola carne? » (Mt 19, 4-5). Por tanto, lo que hace
la Iglesia en favor de la familia y el matrimonio contribuye
ciertamente al bien de la sociedad en cuanto tal y de todos los
hombres. El matrimonio cristiano, también en su expresión de novedad
de vida realizada por Cristo Resucitado, expresa siempre la verdad del
amor conyugal y es como una profecía que anuncia claramente la
exigencia auténtica del ser humano: hombre y mujer llamados desde su
origen a vivir en comunión de vida y amor y en complementariedad que
ayudan a conseguir el potenciamiento de la dignidad humana de los
cónyuges y el bien de los hijos y de la misma sociedad, con « la
defensa y promoción de la vida... deber y responsabilidad de todos »
(EV 91).
8. Por ello el documento contempla
tanto las realidades humanas naturales propias de la institución
divina, como las específicas del sacramento instituido por Cristo, y
se articula concretamente en tres partes:
1) Importancia de la preparación al
matrimonio cristiano;
2) Etapas o momentos de la
preparación;
3) Celebración del matrimonio.
I
IMPORTANCIA DE LA
PREPARACION
AL MATRIMONIO CRISTIANO
9. Punto de partida de
un itinerario de preparación al matrimonio ha de ser la convicción
de que el pacto conyugal ha sido asumido y elevado por el Señor
Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo, a sacramento de la
Nueva Alianza. Asocia a los cónyuges al amor oblacional de Cristo
Esposo a la Iglesia, su Esposa (cfr. Ef 5, 25-32), haciéndolos
imagen y participación de este amor, los convierte en alabanza del
Señor y santifica la unión conyugal y la vida de los cristianos que
lo celebran, dando origen a la familia cristiana, iglesia doméstica y
« primera y vital célula de la sociedad » (Apostolicam
Actuositatem, 11) y « santuario de la vida » (EV 92
y también n. 6, 88, 94). Por tanto, el sacramento se celebra y vive
en el corazón de la Nueva Alianza, es decir, en el misterio pascual.
Es Cristo, Esposo en medio de los suyos (cfr. Gratissimam Sane,
18; Mt 9,15) la verdadera fuente de todas las energías. Los
matrimonios y las familias cristianas por tanto no están aislados ni
abandonados.
Para los cristianos el matrimonio, que
tiene su origen en Dios creador, implica además una verdadera
vocación a un estado y vida de gracia particulares. Para llevar a su
madurez esta vocación, se requiere una preparación adecuada y
especial, y un camino de fe y amor específico, tanto más que dicha
vocación se otorga a la pareja para bien de la Iglesia y de la
sociedad. Y ello, con todo el significado y la fuerza de un compromiso
público, hecho ante Dios y ante la sociedad, que va más allá de los
límites individuales.
10. En cuanto comunidad de vida y amor,
sea como institución divina natural o como sacramento, el matrimonio
no obstante las dificultades presentes, sigue conservando en sí una
fuente de energías formidables (cfr. FC 43), y con el
testimonio de los esposos puede ser Buena Nueva y contribuir
eficazmente a la nueva evangelización y asegurar el futuro de la
sociedad. Pero es preciso descubrir estas energías, apreciarlas y
valorarlas por parte de los mismos esposos y de la comunidad eclesial
en la fase precedente a la celebración del matrimonio; y en esto
consiste su preparación.
Hay gran número de diócesis en el
mundo dedicadas a descubrir formas de preparación al matrimonio cada
vez más adecuadas. Muchas son las experiencias positivas transmitidas
a este Pontificio Consejo para la Familia, que se van consolidando y
constituirán una valiosa ayuda, si son conocidas y valoradas por las
Conferencias Episcopales y por cada Obispo en la pastoral de
las Iglesias locales.
Lo que aquí se llama Preparación abarca
un proceso amplio y exigente de educación a la vida conyugal
que ha de ser considerada en el conjunto de sus valores. Por ello, si
se tiene en cuenta el momento psicológico y cultural actual, la
preparación al matrimonio es una necesidad apremiante. De hecho,
consiste en educar al respeto y custodia de la vida que en el
Santuario de las familias debe convertirse en auténtica y propia
cultura de la vida humana en todas sus manifestaciones y fases para
quienes forman parte del pueblo de la vida y para la
vida (cfr. EV 6, 78, 105). La misma realidad del matrimonio es
tan rica que requiere un proceso de sensibilización en primer lugar
para que los novios sientan necesidad de prepararse. Por tanto,
oriente la pastoral familiar sus mejores esfuerzos a cualificar dicha
preparación recurriendo también a las aportaciones de la pedagogía
y psicología de sana orientación.
En otro documento publicado hace poco
(8 de diciembre, 1995) por el Pontificio Consejo para la Familia y
titulado Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones
educativas en familia, el mismo Consejo sale al encuentro de las
familias en su tarea de formación de los hijos a la sexualidad.
11. Y, en fin, la preocupación de la
Iglesia por este tema se ha hecho más insistente por las actuales
circunstancias (a que se ha aludido más arriba) en las que, por una
parte, se constata una cierta recuperación de los valores y aspectos
más importantes del matrimonio y la familia, y se reconoce que están
floreciendo testimonios gozosos de innumerables cónyuges y familias
cristianas. Por otro lado, aumenta el número de los que ignoran o
rechazan las riquezas del matrimonio con un tipo de desconfianza que
llega a dudar o rechazar sus bienes y valores (cfr. GS 48).
Alarmados, observamos que hoy se difunde una « cultura » o
mentalidad de desconfianza respecto de la familia como valor necesario
para los esposos, los hijos y la sociedad. Hay comportamientos y
disposiciones contemplados en las legislaciones, que no ayudan a la
familia fundada sobre el matrimonio y hasta le niegan sus derechos. En
efecto, se va extendiendo una atmósfera de secularización en
distintas partes del mundo que afecta especialmente a los
jóvenes y los somete a un ambiente de secularismo en el que terminan
por perder el sentido de Dios y, en consecuencia, se pierde asimismo
el significado profundo del amor esponsal y de la familia. ?Acaso no
es negar la verdad de Dios cerrar la misma fuente y manantial de este
misterio íntimo? (cfr. GS 22). En sus diversas formas, la
negación de Dios lleva con frecuencia el rechazo de las instituciones
y estructuras que forman parte del designio de
Dios que comenzó a concretarse ya
desde la Creación (cfr. Mt 19, 3ss). Así, todo es considerado
como fruto de la voluntad humana yo de acuerdos que pueden variar.
12. En los países donde el proceso de
descristianización está más extendido, se evidencia una preocupante
crisis de valores morales y, en particular, la pérdida de identidad
del matrimonio y de la familia cristiana y por tanto del mismo
significado del noviazgo. A estas pérdidas se añade la crisis de
valores en el seno de la familia, a la que contribuye un clima de
permisividad difundida, incluso legal. Esto lo incentivan no poco los
medios de comunicación social que exhiben modelos contrarios como si
fueran verdaderos valores. Se teje así un entramado aparentemente
cultural que se ofrece a las nuevas generaciones como alternativo del
concepto de vida conyugal y matrimonio, de su valor sacramental y de
sus vinculaciones con la Iglesia.
Fenómenos que confirman estas
realidades y refuerzan dicha cultura se unen a nuevos estilos de vida
que quitan valor a las dimensiones humanas de los contrayentes con
desastrosas consecuencias para la familia. Entre ellos se recuerdan
aquí el permisivismo sexual, la disminución del número de
matrimonios o el atrasarse éstos continuamente, el aumento de los
divorcios, la mentalidad contraceptiva, la difusión del aborto
voluntario, el vacío espiritual y la insatisfacción profunda que
contribuyen a la propagación de la droga, el alcoholismo, la
violencia y el suicidio entre los mismos jóvenes y adolescentes.
En otras partes del mundo, las
situaciones de subdesarrollo hasta la extrema pobreza y la miseria,
así como la presencia de elementos culturales adversos o extraños a
la óptica cristiana, hacen difícil y precaria la estabilidad misma
de la familia y la formación de una educación profunda al amor
cristiano.
13. A agravar la situación contribuyen
las leyes permisivas que con gran fuerza forjan una mentalidad que
hiere a las familias (cfr. EV 59) en cuestiones como el
divorcio, aborto y libertad sexual. Muchos medios de comunicación1
difunden, y colaboran en su arraigo, un clima de permisividad formando
un entramado que impide a los jóvenes el crecimiento normal en la fe
cristiana, la vinculación con la Iglesia y el descubrimiento del
valor sacramental del matrimonio y de las exigencias que derivan de su
celebración. Es verdad que siempre ha sido necesaria la educación al
matrimonio, pero antes la cultura cristiana consentía una
orientación y asimilación más fáciles. Hoy esto es con frecuencia
más laborioso y urgente.
14. Por todas estas razones, en la
Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, que recoge los
frutos del Sínodo sobre la Familia de 1980, Su Santidad Juan Pablo II
indica que « es más necesaria que nunca la preparación de los
jóvenes al matrimonio y a la vida familiar » (FC 66) y urge a
« promover programas mejores y más intensos de preparación al
matrimonio, para eliminar lo más posible las dificultades en que se
debaten tantos matrimonios y, más aún, para favorecer positivamente
el nacimiento y maduración de matrimonios logrados » (Ibíd.).
En la misma dirección y a fin de
responder de modo orgánico a las amenazas y exigencias del momento
presente, resulta oportuno que las Conferencias Episcopales se
apresuren a publicar « un Directorio para la pastoral de la
familia » (ibíd.). En esto Directorio se descubren e
indican los elementos considerados necesarios para una pastoral más
incisiva que tienda a recuperar la identidad cristiana del matrimonio
y de la familia, para que ésta llegue a ser comunidad de personas al
servicio de la vida humana y de la fe, célula primera y vital de la
sociedad, comunidad creyente y evangelizadora, verdadera « Iglesia
doméstica, centro de comunión y servicio eclesial » (ibíd.),
« llamada a anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la vida
» (EV 92 y también 28, 78, 79, 105).
15. Dada la importancia del tema y
habiendo tomado en consideración las iniciativas varias en esta
dirección de tantas Conferencias Episcopales y muchos Obispos
diocesanos, el Pontificio Consejo para la Familia invita a proseguir
con especial empeño en este servicio pastoral. Ellos han aportado un
material útil para contribuir a la preparación del matrimonio y al
acompañamiento de la vida familiar. En continuidad con las
indicaciones de la Sede Apostólica, el Pontificio Consejo ofrece
estas notas de reflexión relativas exclusivamente a una parte del
Directorio ya citado, la parte referente a la preparación al
sacramento del Matrimonio. Dichas notas pueden servir para delinear
mejor y desarrollar los aspectos necesarios de la preparación al
matrimonio y a la vida de la familia cristiana.
16. La Palabra de Dios, viva en la
tradición de la Iglesia y profundizada por el Magisterio, subraya que
para los esposos cristianos el matrimonio supone la respuesta a la
vocación de Dios y la aceptación de la misión de ser signo del amor
de Dios para con todos los miembros de la familia humana, por ser
participación en la alianza definitiva de Cristo con su Iglesia. Por
esto los esposos llegan a ser cooperadores del Creador y Salvador en
el don del amor y de la vida. De modo que la preparación al
matrimonio cristiano puede calificarse de itinerario de fe que no
termina con la celebración del matrimonio sino que continua en toda
la vida familiar; así que nuestra prospectiva no se cierra en el
matrimonio como acto, en el momento de la celebración sino como
estado permanente. También por esto la preparación es « ocasión
privilegiada para que los novios vuelvan a describrir y profundicen la
fe recibida en el Bautismo y alimentada con la educación cristiana.
De esta manera reconocen y acogen libremente la vocación a vivir el
seguimiento de Cristo y el servicio al Reino de Dios en el estado
matrimonial » (FC 51).
Los Obispos conocen la necesidad
urgente e indispensable de proponer y estructurar itinerarios de
formación específica en el cuadro de un proceso de formación
cristiana gradual y continuo (cfr. OCM 15). Por tanto, no será
inútil recordar que la verdadera preparación está orientada a la
celebración consciente y libre del sacramento del Matrimonio. Pero
esta celebración es fuente y expresión de implicaciones más
comprometidas y permanentes.
17. De la experiencia de muchos
pastores y educadores resulta que el tiempo del noviazgo puede ser
momento de descubrimiento recíproco, pero también de profundización
en la fe y consiguientemente de dones sobrenaturales especiales para
la espiritualidad personal e interpersonal; por desgracia, para muchos
esta etapa destinada a la maduración humana y cristiana, puede verse
alterada por el uso irresponsable de la sexualidad, el cual no ayuda a
la maduración del amor esponsal. De hecho, algunos llegan hasta una
especie de apología de las relaciones prematrimoniales.
El feliz éxito de la profundización
en la fe de los novios está condicionado también por su formación
anterior. Por otra parte, el modo en que se vive este periodo
influirá ciertamente en la vida futura de los cónyuges y de la
familia. De aquí la importancia decisiva de la ayuda que las familias
respectivas y toda la comunidad eclesial presten a los novios. Es
también fruto de oración; a este propósito es significativa la
bendición de los novios incluida en el De benedictionibus (n.
195-214), donde se recuerdan los símbolos de este compromiso inicial:
el anillo, el intercambio de dones y otros usos (n. 209-210). En todo
caso es preciso reconocer el espesor humano del noviazgo y así
rescatarlo de cualquier enfoque banal.
Por consiguiente, tanto la riqueza
del matrimonio y del sacramento del Matrimonio, como el decisivo relieve
que asume el período del noviazgo (frecuentemente prolongado hoy
varios años, con las dificultades de vario género que tal situación
acarrea), son razones que reclaman solidez particular en esta
formación.
18. De ello se sigue que la
programación diocesana y la parroquial (con planes pastorales que
privilegien la pastoral familiar enriquecedora del conjunto de la vida
eclesial) supone que la tarea formativa encuentre un espacio adecuado
para su desarrollo y que entre las diócesis y en los ámbitos de las
Conferencias Episcopales, las mejores experiencias se puedan comprobar
e intercambiar pastoralmente. Por eso resulta importante también
conocer las formas de catequesis y educación ofrecidas a los
adolescentes sobre los distintos tipos de vocaciones y el amor
cristiano, los itinerarios elaborados para los novios, las modalidades
con que se insertan en dicha formación las parejas de esposos más
maduros en la fe y las experiencias mejores encaminadas a crear un
clima espiritual y cultural idóneo para los jóvenes que se preparan
al matrimonio.
19. Según cuanto se recuerda también
en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, en el
proceso de formación hay que distinguir tres etapas o momentos
principales de la preparación al matrimonio: remota, próxima e
inmediata.
Se alcanzarán las metas particulares
de cada etapa si los novios llegan a conocer los contenidos
teológico-litúrgicos principales que jalonan las varias fases de la
preparación, además de las cualidades humanas fundamentales y las
verdades básicas de la fe. Y así con su esfuerzo por adecuar la vida
a estos valores, los novios conseguirán la auténtica formación que
les disponga a la vida de cónyuges.
20. La preparación al matrimonio ha de
encuadrarse en la urgencia de evangelizar la cultura —
impregnándola en sus raíces (cfr. Exhortación Apostólica Evangelii
Nuntiandi, 19) — en todo lo referente a la institución del
matrimonio: hacer penetrar el espíritu cristiano en las mentes y en
los comportamientos, en las leyes y en las estructuras de la comunidad
donde viven los cristianos (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 2105). Dicha preparación, implícita o explícita, constituye
un aspecto de la evangelización, hasta el punto de poder penetrar la
fuerza de la afirmación del Santo Padre: « La familia es el corazón
de la Nueva Evangelización » (...) La misma preparación « es tarea
que corresponde principalmente a los esposos, llamados a transmitir la
vida, siendo cada vez más conscientes del significado de la
procreación, como acontecimiento privilegiado en el cual se
manifiesta que la vida humana es un don recibido para ser a su vez
dado » (EV 92).
Como fundamento de la familia, el
matrimonio derrama sobre la sociedad, además de los valores
religiosos, abundantes bienes y valores que aseguran la solidaridad,
el respeto, la justicia y el perdón en las relaciones personales y
colectivas. A su vez, la familia fundada sobre el matrimonio, espera
de la sociedad que « sea reconocida en su identidad y aceptada
en su naturaleza de sujeto social » (Gratissimam Sane, 17)
y así llegar a ser « corazón de la civilización del amor » (ibíd.
13).
Toda la diócesis debe estar
comprometida en esta tarea y ofrecer el apoyo debido. El ideal sería
crear una Comisión diocesana para la preparación al matrimonio,
integrada por un grupo para la pastoral familiar de parejas de esposos
con experiencia parroquial, por movimientos, por expertos.
Sería misión de esta Comisión
diocesana la formación, acompañamiento y coordinación, en
colaboración con otros centros dedicados a este servicio a distintos
niveles. A su vez la Comisión debería comprender una red de equipos
de laicos elegidos que colaboren en la preparación en sentido amplio
y no sólo en los cursos. Debería servirse de la ayuda de un
coordinador, normalmente sacerdote, en nombre del Obispo. Si la
coordinación se confía a un laico o a un matrimonio, sería oportuna
la asesoría de un sacerdote.
Todo ello ha de entrar en el ámbito
organizativo de la diócesis, con sus estructuras correspondientes,
como zonas a cuyo frente esté un Vicario Episcopal y los vicarios
foráneos.
II
ETAPAS O PERIODOS DE LA
PREPARACIÓN
21. Las etapas o
momentos en cuestión no están definidas rígidamente. De hecho no
pueden fijarse ni en relación con la edad del destinatario, ni
respecto de la duración. Pero es útil conocerlas en cuanto
itinerarios e instrumentos de trabajo, sobre todo por los contenidos
que hay que transmitir. Se estructuran en preparación remota,
próxima e inmediata.
A. Preparación remota
22. La preparación remota abarca la
infancia, la niñez y la adolescencia, y tiene lugar sobre todo en la
familia y también en la escuela y grupos de formación, valiosas
ayudas de aquélla. Es el período en el que se transmite y como que
se graba la estima de todo valor humano auténtico, tanto en las
relaciones interpersonales como en las sociales, con cuanto comporta
para la formación del carácter, el dominio propio y la estima de sí
mismo, el uso recto de las inclinaciones y el respeto a las personas
también del otro sexo. Se requiere, además, sobre todo para el
cristiano, una sólida formación espiritual y catequética (cfr. FC
66).
23. En la Carta a las Familias Gratissimam
Sane, Juan Pablo II recuerda dos verdades fundamentales de la
tarea educativa: « la primera es que el hombre está llamado a vivir
en la verdad y en el amor. La segunda es que cada hombre se realiza
mediante la entrega sincera de sí mismo » (n. 16). Por tanto, la
educación de los niños comienza antes del nacimiento en el ambiente
en que la nueva vida del que va a nacer es esperada y acogida,
especialmente con el diálogo de amor de la madre con su criatura
(cfr. ibíd., 16); y prosigue durante la infancia, dado que la
educación es « ante todo una "dádiva" de humanidad por
parte de ambos padres: ellos comunican juntos su humanidad madura
al recién nacido » (ibíd.). « En la procreación de una
nueva vida los padres descubren que el hijo, si es fruto de su
recíproca donación de amor, es a su vez un don para ambos: un don
que brota del don » (EV 92).
En su significado integral, la
educación cristiana, que implica la transmisión y enraizamiento de
los valores humanos y cristianos — como afirma el Concilio Vaticano
II — « no persigue solamente la madurez de la persona humana, sino
que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes
cada día del don recibido de la fe, mientras se inician gradualmente
en el conocimiento del misterio de la salvación... formándose para
vivir según el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad » (Gravissimum
Educationis, 2).
24. Tampoco puede faltar en este
período la educación leal y valiente a la castidad, al amor como don
de sí. La castidad no es mortificación del amor, sino condición de
amor auténtico. En efecto, si la vocación al amor conyugal es
vocación a la entrega de sí en el matrimonio, es preciso llegar a
poseerse a si mismos para poderse entregar de verdad.
A este respecto es importante la
educación sexual recibida de los padres en los primeros años de la
niñez y la adolescencia, como lo indica el documento de este
Pontificio Consejo para la Familia ya citado en el n. 10.
25. En esta etapa o momento de
preparación remota hay que lograr objetivos específicos. Sin
pretender hacer un elenco exhaustivo, a modo de indicación, se
recuerda que dicha preparación deberá llegar a la meta, de que cada
fiel llamado al matrimonio, comprenda a fondo que a la luz del amor de
Dios, el amor humano asume un papel central en la ética cristiana. De
hecho, la vida humana como vocación-misión está llamada al amor, el
cual tiene su fuente y su fin en Dios, « sin excluir la posibilidad
del don total de sí mismo a Dios en la vocación a la vida sacerdotal
o religiosa » (FC 66). En este sentido es preciso recordar que
la preparación remota, aún cuando se centra en contenidos
doctrinales de carácter antropológico, va colocada en la prospectiva
del matrimonio donde el amor humano llega a ser participación,
además de signo, del amor entre Cristo y la Iglesia. Por
consiguiente, el amor conyugal hace presente entre los hombres el
mismo amor divino hecho visible en la redención. El paso o
conversión desde un nivel de fe más bien exterior y vago, propio de
muchos jóvenes, al descubrimiento del « misterio cristiano », es un
paso esencial y decisivo: una fe que implica la comunión de Gracia y
amor con Cristo Resucitado.
26. La preparación remota habrá
alcanzado sus metas principales si ha permitido a asimilar los
fundamentos para adquirir, gradualmente, los parámetros de un recto
juicio sobre la jerarquía de los valores necesaria para elegir lo
mejor que ofrece la sociedad, según el consejo de San Pablo: «
Examinadlo todo y quedaos con lo bueno » (1 Tes 5, 21). No hay
que olvidar tampoco que con la gracia de Dios, el amor se sana,
refuerza e intensifica a través también de los necesarios valores
unidos a la donación, al sacrificio, a la renuncia y a la
abnegación. Ya desde esta fase de la formación, la ayuda pastoral ha
de encaminarse a que la fe dirija el comportamiento moral. Un tal estilo
de vida cristiana encuentra estímulo, apoyo y consistencia en el
ejemplo de los padres, que se transforma así en verdadero testimonio
para los futuros esposos.
27. Esta preparación no perderá de
vista el hecho importantísimo de ayudar a los jóvenes a adquirir
capacidad crítica ante el ambiente y a tener la valentía cristiana
de quien sabe que está en el mundo sin ser del mundo. En este sentido
leemos en la Carta a Diogneto, venerable documento de la
primera época cristiana y de reconocida autenticidad: « Los
cristianos no se diferencian de los demás hombres ni por su tierra ni
por su habla ni por sus costumbres... pero dan muestras de peculiar
conducta admirable y, por confesión de todos, sorprendente... Se
casan como todos, como todos engendran hijos, pero no exponen los que
les nacen. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero
no viven según la carne » (V, 1, 4, 6, 7). La formación
habrá de conseguir una mentalidad y una personalidad capaces de no
dejarse arrastrar por ideas contrarias a la unidad y estabilidad del
matrimonio, y así poder reaccionar contra las estructuras del llamado
pecado social que « repercute con mayor o menor vehemencia,
con mayor o menor daño, en toda la urdimbre eclesial y en la entera
familia humana » (Exhortación Apostólica Reconciliatio et
Paenitentia, 16). Precisamente por estos influjos de pecado y ante
las muchas presiones sociales, debe fortalecerse la conciencia
crítica.
28. El estilo cristiano de vida de
que dan testimonio los hogares cristianos, es ya una evangelización,
es la base de la preparación remota. En efecto, otra meta consiste en
la presentación de la misión educativa de los propios padres. Pues
en la familia, iglesia doméstica, los padres cristianos son los
primeros testimonios y formadores de los hijos, tanto en el
crecimiento de la « fe-esperanza-caridad » como en la configuración
de la vocación propia de cada uno. « Los padres son los
primeros y principales educadores de sus propios hijos, y en este
campo tienen incluso una competencia fundamental: son educadores
por ser padres » (Gratissimam Sane, 16). A este propósito
también los padres necesitan ayudas oportunas y adecuadas.
29. Entre estas ayudas se ha de
incluir, ante todo, la parroquia como lugar de formación eclesial
cristiana; en ella se aprende el estilo de convivencia comunitaria (cfr.
Sacrosanctum Concilium, 42). No hay que olvidar tampoco la
escuela, las otras instituciones educativas, los movimientos, los
grupos, las asociaciones católicas y, claro está, aquellas de las
mismas familias cristianas.
Tienen incidencia particular en el
proceso educativo de los jóvenes, los medios de comunicación de
masas, que deberían colaborar positivamente en la misión de la
familia en la sociedad, en lugar de obstaculizarla.
30. Por este proceso educativo deben
interesarse a fondo los catequistas, los animadores de pastoral
juvenil y vocacional, y en especial los pastores, que aprovecharán la
ocasión de las homilías en las celebraciones litúrgicas, y en otras
formas de evangelización, de encuentros personales, de itinerarios de
compromiso cristiano, para subrayar y evidenciar los puntos que
contribuyen a la preparación orientada a un posible matrimonio (cfr. OCM
14).
31. Por tanto, es preciso « inventar
» modalidades de formación permanente de los adolescentes en el
período anterior al noviazgo como continuación de las etapas de la
iniciación cristiana; aquí es sumamente útil el intercambio de las
experiencias más pertinentes. Unidas en las parroquias, en las
instituciones, en diversas formas de asociación, las familias
contribuyen a crear una atmósfera social donde el amor responsable
sea sano; y donde esté contaminado por la pornografía, por ejemplo,
sean capaces de reaccionar en fuerza del derecho de la familia. Todo
ello forma parte de una « ecología humana » (cfr. Centesimus
Annus, 38).
B. Preparación próxima
32. La preparación próxima tiene
lugar en el tiempo del noviazgo. Se estructura en cursos específicos
y se la distingue de la inmediata que, habitualmente, se concentra en
los últimos encuentros entre los novios y agentes pastorales, antes
de la celebración del sacramento. Es oportuno que, durante la
preparación próxima, se ofrezca la posibilidad de verificar la
madurez de los valores humanos propios de la relación de amistad y
diálogo que caracterizan el noviazgo. En vista del nuevo estado de
vida que tendrán como matrimonio, ofrézcaseles la oportunidad de
profundizar la vida de fe, en especial en lo referente al conocimiento
de la sacramentalidad de la Iglesia. Esta es una importante etapa de
evangelización, en la que, la fe ha de incidir en la dimensión
personal y comunitaria, tanto de los novios personalmente cuanto de
sus familias. En esta profundización se podrán también percibir las
posibles dificultades para vivir una auténtica vida cristiana.
33. El período de esta preparación
coincidie, en general, con la época de la juventud; por tanto, se
presupone cuanto es propio de la pastoral juvenil propiamente dicha,
que se ocupa del crecimiento integral del fiel cristiano. La pastoral
juvenil no es separable del ámbito de la familia como si los jóvenes
formasen una especie de « clase social » disgregada e independiente.
Dicha pastoral debe reforzar el sentido social de los jóvenes,
primeramente con los miembros de la propia familia, orientando sus
valores hacia la futura familia que habrán de formar. Previamente se
les habrá ayudado a discernir su vocación con su esfuerzo personal y
con la ayuda de la comunidad, en especial de los pastores. Y esto ha
de iniciarse incluso antes del noviazgo. Cuando la vocación se
concreta en el matrimonio, estará sostenida por la gracia, en primer
lugar, y también por una adecuada preparación. Dicha pastoral
juvenil tendrá presente asimismo que, por dificultades de distinto
tipo como la « adolescencia prolongada » y una más larga
permanencia en la familia de origen (fenómeno nuevo y preocupante),
el compromiso matrimonial de los jóvenes de hoy se retrasa
excesivamente en no pocos casos.
34. La preparación próxima habrá de
apoyarse ante todo en una catequesis alimentada por la escucha de la
Palabra de Dios e interpretada con la guía del Magisterio de la
Iglesia, para que comprendan la fe con mayor plenitud y la testimonien
en la vida concreta. La enseñanza deberá ofrecerse en el contexto de
una comunidad de fe entre familias que según sus carismas y funciones
toman parte y colaboran — sobre todo en el ámbito de la parroquia
— en la formación de los jóvenes, extendiendo su influjo a otros
grupos sociales.
35. Se habrá de instruir a los novios
acerca de las exigencias naturales vinculadas a la relación
interpersonal hombre-mujer en el plan de Dios sobre el matrimonio y la
familia: el conocimiento consciente de la libertad del consentimiento
como fundamento de su unión, la unidad e indisolubilidad del
matrimonio, la recta concepción de la paternidad-maternidad
responsable, los aspectos humanos de la sexualidad conyugal, el acto
conyugal con sus exigencias y finalidades, la sana educación de los
hijos. Todo ello dirigido al conocimiento de la verdad moral y a la
formación de la conciencia personal.
La preparación próxima deberá
cerciorarse de si los novios poseen los elementos básicos de
carácter psicológico, pedagógico, legal y médico relacionados con
el matrimonio y la familia. Sin embargo, sobre todo por lo que
respecta a la donación total y la procreación responsable, la
formación teológica y moral deberá ser objeto de profundización
especial. Y es que el amor conyugal es un amor total, exclusivo, fiel
y fecundo (cfr. Humanae Vitae, 9).
Hoy en día está plenamente reconocida
la base científica2 de los métodos naturales de regulación de la
fecundidad. Es útil conocerlos; cuando hay causas justas, su empleo
no debe reducirse a una mera técnica de comportamiento, sino que ha
de encuadrarse en la pedagogía y en el proceso de crecimiento del
amor (cfr. EV 97). De este modo la virtud de la castidad entre
los cónyuges lleva a vivir la continencia periódica (cfr. Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 2366-2371).
Esta preparación deberá también
garantizar que los novios cristianos tengan ideas claras y un sincero
« sentire cum Ecclesia » sobre el mismo matrimonio, las funciones
proprias de hombre y mujer en la pareja, en la familia y en la
sociedad, sobre la sexualidad y la apertura hacia los otros.
36. Es obvio, asimismo, que se habrá
de ayudar a los jóvenes a tomar conciencia de posibles carencias
psicológicas yo afectivas, sobre todo de la incapacidad de abrirse a
los demás y de formas de egoísmo que pueden vanalizar el compromiso
total de su donación. Dicha ayuda conducirá también a descubrir las
potencialidades y exigencias de crecimiento humano y cristiano de su
existencia. Por ello, los responsables se preocuparán igualmente de
formar sólidamente la conciencia moral de los novios, a fin de que
estén preparados a la elección libre y definitiva del matrimonio que
se expresará en el consentimiento intercambiado mutuamente ante la
Iglesia con el pacto conyugal.
37. Durante este momento del itinerario
serán convenientes frecuentes encuentros en un clima de diálogo,
amistad y oración, con la participación de pastores y catequistas.
Estos deberán subrayar que « la familia celebra el Evangelio de
la vida con la oración cotidiana, individual y familiar: con ella
alaba y da gracias al Señor por el don de la vida e implora luz y
fuerza para afrontar los momentos de dificultad y de sufrimiento, sin
perder nunca la esperanza » (EV 93). Además, las parejas de
esposos cristianos comprometidas apostólicamente, con una óptica de
sano optimismo cristiano, pueden contribuir a realzar cada vez más la
vida cristiana en el contexto de la vocación al matrimonio y en la
complementariedad de todas las vocaciones. Por consiguiente, no será
éste un tiempo sólo de profundización teórica, sino tambien un
camino de formación en el que, con la ayuda de la gracia y la huida
de toda forma de pecado, los novios se preparen a donarse como pareja
a Cristo que sostiene, purifica y ennoblece el noviazgo y la vida
conyugal. Así adquiere pleno sentido la castidad prematrimonial y
descalifica las convivencias previas, las relaciones prematrimoniales
y otras expresiones como el mariage coutumier en el proceso del
crecimiento del amor.
38. Según los sanos principios
pedagógicos de la gradualidad y globalidad del crecimiento de la
persona, la preparación próxima no debe descuidar la formación para
las tareas sociales y eclesiales propias de aquellos que deberán dar
con su matrimonio comienzo a nuevas familias. No se ha de concebir la
intimidad familiar como intimismo cerrado en sí mismo, sino como
capacidad de interiorizar las riquezas humanas y cristianas insertadas
en la vida matrimonial, con vistas a una donación cada vez mayor a
los otros. Por tanto, la vida conyugal y familiar exige de los
cónyuges, según un concepto abierto de la familia, que se reconozcan
como sujetos con derechos y también con deberes respecto de la
sociedad y de la Iglesia. En relación con esto será muy útil
invitar a leer y a reflexionar sobre los siguientes documentos de la
Iglesia que son una fuente densa y alentadora de sabiduría humana y
cristiana: la Familiaris Consortio, la Carta a las Familias Gratissimam
Sane, la Carta de los Derechos de la Familia, la Evangelium
Vitae y otros.
39. De este modo la preparación
próxima de los jóvenes dará a conocer que el compromiso que
asumirán con el intercambio del consentimiento « ante a la Iglesia
», exige ya en el tiempo del noviazgo que inicien un camino de
fidelidad mutua, abandonando eventuales prácticas contrarias. Este
compromiso humano será enriquecido por los dones específicos que el
Espíritu Santo concede a los novios que le invocan.
40. Como el amor cristiano es
purificado, perfeccionado y elevado por el amor de Cristo a la Iglesia
(cfr. GS 49), los novios han de imitar este modelo creciendo en
la conciencia de la donación, relacionada siempre con el respeto
mutuo y la renuncia propia que ayudan a crecer en aquel. La entrega
recíproca, por tanto, comprende cada vez más el intercambio de dones
espirituales y de apoyo moral para un crecimiento en el amor y la
responsabilidad. « La entrega de la persona exige por su naturaleza,
que sea duradera e irrevocable. La indisolubilidad del matrimonio
deriva primariamente de la esencia de esa entrega: entrega de la
persona a la persona. En este entregarse recíproco se manifiesta
el carácter esponsal del amor » (Gratissimam Sane,
11).
41. La espiritualidad esponsal,
incluyendo la experiencia humana, nunca separada de la vida moral,
tiene su raíz en el Bautismo y en la Confirmación. Por consiguiente,
el itinerario de preparación de los novios deberá procurar la
recuperación de los dinamismos sacramentales con un particular papel
de los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía. El
sacramento de la Reconciliación ensalza la misericordia divina hacia
la miseria humana y acrece la vitalidad bautismal y los dinamismos
propios de la confirmación. De aquí el potenciamiento de la
pedagogía del amor redimido que lleva a descubrir con estupor la
grandeza de la misericordia de Dios ante el drama del hombre, creado
por Dios y redimido de modo todavía más admirable. Celebrando el
memorial de la donación de Cristo a la Iglesia, la Eucaristía
desarrolla el amor afectivo propio del matrimonio en la donación
cotidiana al cónyuge y a los hijos, sin olvidar ni desatender que «
la celebración que da significado a cualquier otra forma de oración
y de culto es la que se expresa en la vida cotidiana de la familia,
si es una vida hecha de amor y entrega » (EV 93).
42. Para esta preparación tan variada
y armónica, es preciso encontrar y formar debidamente encargados «
ad hoc ». Por tanto será oportuno crear un grupo, con niveles
diferentes, de agentes conscientes de esta misión de la Iglesia,
constituído especialmente por parejas de esposos cristianos entre los
que no han de faltar, si es posible, expertos en medicina, derecho y
psicología, con un sacerdote, a fin de que estén debidamente
preparados para realizar dicha misión.
43. Por todo ello, los colaboradores y
responsables han de ser personas de doctrina segura y de fidelidad
indiscutible al Magisterio de la Iglesia de modo que con conocimiento
suficiente y profundo y con el testimonio de la vida, puedan
transmitir las verdades de la fe y las responsabilidades vinculadas al
matrimonio. Es evidente que estos agentes pastorales, en cuanto
educadores, deberán poseer también capacidad de acogida de los
novios sea cual fuere su origen socio-cultural, su formación
intelectual y sus capacidades concretas. Además su testimonio de vida
fiel y de gozosa donación, es condición indispensable para cumplir
su misión. A partir de estas experiencias de vida y de sus problemas
humanos comenzarán a iluminar a los futuros esposos con la sabiduría
cristiana.
44. Ello implica un adecuado programa
de formación de agentes. Dicha preparación, dirigida a los
formadores, los capacitará para exponer, con clara adhesión al
Magisterio de la Iglesia, con idónea metodología y con sensibilidad
pastoral, las líneas fundamentales de la preparación al matrimonio
de que hemos hablado, y a aportar también su contribución
específica, según su competencia, a la preparación inmediata citada
en los números 50-59. Los agentes deberían recibir su formación en
apropriados Institutos Pastorales y ser elegidos cuidadosamente por el
Obispo.
45. El resultado final de este período
de preparación próxima consistirá en el conocimiento claro de las
notas esenciales del matrimonio cristiano: unidad, fidelidad,
indisolubilidad, fecundidad; la conciencia de fe sobre la prioridad de
la Gracia sacramental, que asocia a los esposos como sujetos y
ministros del sacramento al Amor de Cristo Esposo de la Iglesia; la
disponibilidad para vivir la misión propia de las familias en el
campo educativo social y eclesial.
46. Como recuerda la Familiaris
Consortio, el itinerario formativo de los jóvenes novios deberá
incluir: la profundización de la fe personal y el descubrimiento de
los valores de los sacramentos y la experiencia de oración; la
preparación específica a la vida en pareja « que, presentando el
matrimonio como una relación interpersonal del hombre y de la mujer a
desarrollarse continuamente, estimule a profundizar en los problemas
de la sexualidad conyugal y de la paternidad responsable, con los
conocimientos médico-biológicos esenciales que están en conexión
con ella y los encamine a la familiaridad con rectos métodos de
educación de los hijos, favoreciendo la adquisición de los elementos
de base para una ordenada conducción de la familia » (FC 66);
la « preparación al apostolado familiar, a la fraternidad y
colaboración con las demás familias, a la inserción activa en
grupos, asociaciones, movimientos e iniciativas que tienen como
finalidad el bien humano y cristiano de la familia » (ibíd.).
Además, ayúdese previamente a los
futuros esposos de modo que luego puedan mantener y cultivar el amor
conyugal, la comunicación interpersonal-conyugal, las virtudes y
dificultades de la vida conyugal y cómo superar las inevitables «
crisis » conyugales.
47. Pero el centro de dicha
preparación estará en la reflexión de fe por medio de la Palabra de
Dios y la guía del Magisterio sobre el sacramento del Matrimonio. Los
novios serán conscientes que, ser « una carne » (Mt 19, 6)
en Cristo, por fuerza del Espíritu en el matrimonio cristiano,
significa imprimir en la propia existencia una nueva conformación de
la vida bautismal. Con el sacramento, su amor se transformará en
expresión concreta del amor de Cristo a su Iglesia (cfr. LG
11). A la luz de la sacramentalidad, los mismos actos conyugales, la
procreación responsable, la acción educadora, la comunión de vida,
la apostolicidad y la misionariedad vinculadas a la vida de los
cónyuges cristianos, han de considerarse momentos privilegiados de
experiencia cristiana. Aunque todavía no modo de un sacramental,
Cristo sostiene y acompaña el itinerario de gracia y crecimiento de
los novios hacia la participación en su misterio de unión con la
Iglesia.
48. A propósito de un posible
directorio que recoja las mejores experiencias para la preparación al
matrimonio, parece oportuno recordar cuanto el Santo Padre Juan Pablo
II expresó en el discurso de clausura de la Asamblea Plenaria del
Pontificio Consejo para la Familia celebrada del 30 de septiembre al 5
de octubre del año 1991: « Es indispensable que se reserven tiempo y
atención especial a la preparación doctrinal. La seguridad sobre el
contenido ha de ser el centro y objetivo esenciales de los cursos con
la perspectiva de hacer más consciente la celebración del sacramento
del Matrimonio y cuanto de él se deriva para la responsabilidad de la
familia. Las cuestiones relativas a la unidad e indisolubilidad del
matrimonio y lo referente a los significados de la unión y
procreación de la vida conyugal y de su acto específico deben
tratarse con fidelidad y atención, según la clara enseñanza de la
Encíclica Humanae Vitae (cfr. 11-12). Igualmente todo lo
concerniente al don de la vida que los padres deben acoger
responsablemente con gozo, como colaboradores del Señor. Conviene que
en los cursos se privilegie no sólo cuanto se refiere a la libertad
madura y vigilante de los que desean contraer matrimonio, sino
también a la misión propia de los padres, primeros educadores de los
hijos y primeros evangelizadores ».
Este Pontificio Consejo constata con
profunda satisfacción, que crece la corriente encaminada a un mayor
afán y conocimiento de la importancia y dignidad del noviazgo.
Asimismo exhorta a que la duración de los cursos específicos no sea
tan breve que se reduzca a mera formalidad. En cambio deberán dedicar
el tiempo suficiente para conseguir una presentación buena y nítida
de los temas fundamentales indicados más arriba.3
Puede realizarse el curso en cada
parroquia si el número de novios es suficiente y si hay colaboradores
preparados, o en las Vicarías episcopales o Vicarías foráneas,
formas o estructuras de coordinación parroquial. A veces los pueden
llevar a cabo los encargados de Movimientos familiares, Asociaciones o
grupos apostólicos orientados por un sacerdote competente. Es un
campo éste que debería ser coordinado por un organismo diocesano que
actúe en nombre del Obispo. Sin descuidar los aspectos varios de la
psicología, medicina y otras ciencias humanas, los contenidos deben centrarse
en la doctrina natural y
cristiana del matrimonio.
49. En esta preparación sobre todo
hoy, conviene formar y afianzar, a los novios en los valores
referentes a la defensa de la vida. De modo especial, dado que
convirtiéndose en iglesia doméstica y « Santuario de la vida » (EV
92-94), formarán parte, con un nuevo título, del « pueblo de la
vida y para la vida » (EV 6, 101). La mentalidad contraceptiva
que hoy impera en tantos lugares y las legislaciones permisivas tan
extendidas con todo lo que comportan de desprecio a la vida desde el
momento de la concepción hasta la muerte, constituyen un conjunto de
abundantes ataques a que está expuesta la familia, que queda herida
en lo más íntimo de su misión y se le impide desarrollarse según
las exigencias del crecimiento humano auténtico (cfr. Centesimus
Annus, 39). Por tanto, hoy más que nunca es necesaria la
formación de la mente y el corazón de los miembros de los nuevos
hogares domésticos para que no se asimilen a las mentalidades
imperantes. Un día podrán así contribuir, con su vida de nuevas
familias, a crear y desarrollar la cultura de la vida, con el respeto
y la acogida en el interior de su amor de las nuevas vidas, como
testimonio y expresión del anuncio, celebración y servicio a toda
vida (cfr. EV 83-84, 86, 93).
C. Preparación inmediata
50. Donde se haya recorrido y asumido
un itinerario adecuado o cursos específicos en el tiempo de la
preparación próxima (cfr. n. 32 y ss.), los fines de la preparación
inmediata podrán consistir en los siguientes:
a)
Sintetizar el recorrido del itinerario anterior sobre todo en los
contenidos doctrinales, morales y espirituales, para colmar así
posibles carencias de formación básica;
b)
Efectuar experiencias de oración (retiros espirituales, ejercicios
para novios) donde el encuentro con el Señor haga descubrir la
profundidad y la belleza de la vida sobrenatural;
c)
Llevar a cabo una preparación litúrgica apropiada que incluya la
participación activa de los novios, con especial cuidado del
sacramento de la Reconciliación;
d)
Incentivar para un mayor conocimiento de cada uno, los coloquios con
el párroco canónicamente previstos.
Se conseguirán estos fines con
encuentros especiales intensificados.
51. La utilidad pastoral y la
experiencia positiva de los cursos de preparación al matrimonio hace
que se dispense de ellos solamente por causas proporcionalmente
graves. Por tanto, cuando con estas causas se presenten parejas
con urgente inminencia de celebrar el matrimonio sin la preparación
próxima, el párroco y los colaboradores ofrecerán ocasiones para
recuperar los conocimientos necesarios de los aspectos doctrinales,
morales y sacramentales que han sido expuestos, como específicos de
la preparación próxima, e inserirlos en la fase de preparación
inmediata.
Lo pide así la necesidad de
personalizar concretamente los itinerarios formativos a fin de
aprovechar toda ocasión orientada a profundizar en el significado de
cuanto se realiza en el sacramento, sin rechazar, por faltarles
algunas etapas de la preparación, a aquellos que presentan una
disposición adecuada a la fe y al sacramento.
52. La preparación inmediata al
sacramento del Matrimonio debe encontrar ocasiones aptas para iniciar
a los novios en el rito matrimonial. En dicha preparación, además de
profundizar en la doctrina cristiana sobre el matrimonio y la familia,
con especial mención de los deberes morales, los novios han de ser
guiados a tomar parte consciente y activa en la celebración nupcial,
para entender también el significado de los gestos y textos
litúrgicos.
53. Esta preparación al sacramento del
Matrimonio debería coronar una catequesis que ayude a los novios
cristianos a recorrer conscientemente su itinerario sacramental. Es
importante que sepan que se unen en matrimonio como bautizados en
Cristo y habrán de comportarse en su vida familiar en sintonía con
el Espíritu Santo. Conviene, pues, que los futuros esposos se
dispongan a la celebración del matrimonio para que sea válida, digna
y fructuosa, recibiendo el sacramento de la Penitencia (cfr. Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 1622). La preparación litúrgica al
sacramento del Matrimonio debe resaltar el valor de los elementos
rituales actualmente disponibles. Normalmente la celebración del
matrimonio se inserta en la celebración eucarística, a fin de
establecer una relación más clara entre el sacramento nupcial y el
misterio pascual.
54. Como la Iglesia se hace visible en
la diócesis y ésta se articula en parroquias, se comprende que toda
la preparación canónico-pastoral al matrimonio deba realizarse en el
ámbito parroquial y diocesano. Por tanto, está más conforme con el
significado eclesial del sacramento que éste se celebre siguiendo la
norma (CIC can. 1115) en la comunidad parroquial a la que
pertenecen los esposos.
Es de desear que la entera comunidad
parroquial tome parte en la celebración, en torno a las familias y
amigos de los novios. Haya disposiciones sobre ello en las diócesis,
teniendo en cuenta las situaciones locales y procurando también una
acción pastoral verdaderamente eclesial.
55. Quienes tomen parte activa en la
acción litúrgica sean invitados a prepararse debidamente también a
los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía. Explíquese
bien a los testigos que no sólo son garantes de un acto jurídico,
sino también representantes de la comunidad cristiana, que por su
medio, participa en un acto sacramental que le afecta, porque toda
familia nueva es una célula de la Iglesia. Por su esencial carácter
social, el matrimonio exige una participación de la sociedad y ésta
se expresa en la presencia de los testigos.
56. La familia es el lugar más
adecuado para que los padres en virtud del sacerdocio común, realicen
acciones sagradas y administren algunos sacramentales según el juicio
del Ordinario del lugar, como por ejemplo en ocasión de la
iniciación cristiana, en sucesos alegres o dolorosos de la vida
diaria, en la Bendición de la mesa. Se ha de reservar puesto
particular a la oración en familia. Esta creará un clima de fe en el
seno del hogar y será un medio para vivir más plenamente la
paternidad-maternidad respecto de los hijos, educándolos a la
oración e introduciéndolos en el descubrimiento gradual del misterio
de Dios y en el trato personal con El. Recuerden los padres que
cumplen su misión de anunciar el Evangelio de la vida (cfr. EV 92)
a través de la educación de los hijos.
57. La preparación inmediata ofrece
ocasión propicia para iniciar una pastoral matrimonial y familiar
ininterrumpida. Desde este punto de vista es preciso conseguir que los
esposos conozcan su misión en la Iglesia. En ello pueden ser ayudados
por la riqueza que ofrecen los diversos movimientos familiares, a fin
de cultivar la espiritualidad conyugal y familiar y el modo de cumplir
sus deberes en la familia, la Iglesia y la sociedad.
58. Se acompañe la preparación de los
novios con una devoción sincera y honda a María, Madre de la
Iglesia, Reina de la Familia; se forme a los futuros esposos
para que capten cómo la presencia de María está activa en la
familia, Iglesia Doméstica, como lo está en la Iglesia Grande; se
les eduque también a imitar las virtudes de María. De este modo la
Sagrada Familia, es decir, el hogar de María, José y Jesús,
llevará a los novios a descubrir « cuan dulce e insustituible es la
educación en familia » (Pablo VI, Discurso en Nazaret, 5.1.1964).
59. Señalar cuanto ha sido propuesto
creativamente en las distintas comunidades para hacer más profundas y
apropriadas estas fases de preparación próxima e inmediata será un
don y un enriquecimiento para toda la Iglesia.
III
CELEBRACION DEL
MATRIMONIO
60. La preparación al
matrimonio desemboca en la vida conyugal a través de la celebración
del sacramento. Es cumbre del camino de preparación realizado por los
novios y fuente y origen de la vida conyugal. Por tanto, la
celebración no puede quedar reducida solamente a la ceremonia, fruto
de culturas y condicionamientos sociológicos. Mas bien, pueden
introducir, en la celebración laudables costumbres propias de los
varios pueblos y etnias (cfr. Sacrosanctum Concilium, 77; FC
67), a condición de que expresen sobre todo la congregación de
la asamblea eclesial como signo de la fe de la Iglesia, que reconoce
en el sacramento la presencia del Señor Resucitado que incorpora a
los esposos al Amor Trinitario.
61. Corresponde a los Obispos dar
disposiciones concretas y velar por su puesta en práctica, por medio
de las Comisiones litúrgicas diocesanas, a fin de que en la
celebración del matrimonio se actúe la indicación del artículo 32
de la Constitución sobre la Liturgia, de modo que, incluso
externamente, se manifieste la igualdad de los fieles, evitando toda
apariencia de lujo. Fomentese de todos los modos posibles la
participación activa de las personas presentes en la celebración
nupcial. Ofréscanse toda clase de ayudas para que capten y gusten la
riqueza del rito.
62. Recordando que donde hay dos o tres
reunidos en nombre de Cristo (cfr. Mt 18, 20) está presente
El, el estilo sobrio de la celebración (estilo que debe mantenerse
también en los festejos) no sólo debe ser expresión de la comunidad
de fe, sino también ha de ser motivo de alabanza al Señor. Celebrar
la boda en el Señor y ante la Iglesia, significa afirmar que el don
de la gracia hecho a los cónyuges por la presencia y amor de Cristo y
de su Espíritu, exige una coherente respuesta con una vida de culto
en espíritu y verdad, en la familia cristiana, « iglesia doméstica
». Y justamente para que la celebración se entienda no sólo como
acto legal sino también como momento de la historia de la salvación
para los cónyuges, y a través de su sacerdocio común, para el bien
de la Iglesia y la sociedad, será oportuno ayudar a todos los
presentes a que participen activamente en dicha celebración.
63. Por tanto, el que presida se
preocupará de aprovechar las posibilidades que ofrece el mismo
ritual, sobre todo en su segunda edición típica promulgada en 1991
por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, a fin de poner en evidencia el papel de ministros del
sacramento del Matrimonio, que para los cristianos de Rito latino es
propio de los esposos, y también el valor sacramental de la
celebración comunitaria. Con la fórmula del mutuo consentimento, los
esposos podrán recordar siempre el aspecto personal, eclesial y
social que de ella deriva para toda la vida, como entrega de uno a
otro hasta la muerte.4
El Rito oriental reserva al sacerdote
celebrante el papel de ministro del matrimonio. En todo caso, según
la ley de la Iglesia la presencia del sacerdote o del ministro
delegado para ello, es necesaria para la validez de la unión
matrimonial; dicha presencia manifiesta claramente el significado
público y social de la alianza esponsal para la Iglesia y la entera
sociedad.
64. Teniendo en cuenta que
ordinariamente el matrimonio se celebra durante la Misa (cfr. Sacrosanctum
Concilium, 78; FC 57), cuando se trate de una boda entre
parte católica y parte bautizada no católica, la celebración se
desarrollará siguiendo disposiciones litúrgico-canónicas especiales
(cfr. OCM 79-117).
65. La celebración resultará más
participada si se utilizan moniciones adecuadas que introduzcan en el
significado de los textos litúrgicos y en el contenido de las
oraciones. La sobriedad de dichas moniciones contribuirá al
recogimiento y comprensión de la importancia de la celebración (cfr.
OCM 52, 59, 65, 87, 93, 99) y evitará que la celebración se
transforme en momento didáctico.
66. El celebrante que preside5 y pone
de manifiesto ante la asamblea el significado eclesial del compromiso
conyugal, procurará introducir activamente a los novios y a sus
familiares y testigos, en la comprensión de la estructura del rito,
sobre todo de las partes que lo caracterizan: palabra de Dios,
consentimiento mutuo ratificado, bendición de los signos que
representan el matrimonio (anillos, etc.), bendición solemne de los
esposos, mención de los esposos en el corazón de la Oración
Eucarística. « Las diversas liturgias son ricas en oraciones de
bendición y de epíclesis pidiendo a Dios su gracia y la bendición
sobre la nueva pareja, especialmente sobre la esposa » (Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 1624). Además, convendrá explicar el
gesto de la imposición de las manos sobre los « sujetos-ministros »
del sacramento. A todos los presentes se recuerde que deben de estar
de pie, intercambiarse la paz y otras indicaciones determinadas por
las autoridades competentes.
67. Para que el estilo de la
celebración sea sobrio y digno al mismo tiempo, acompañarán al
presidente de la ceremonia acólitos y otras personas que animen y
refuercen el canto de los fieles, guíen las respuestas y proclamen la
Palabra de Dios. Procurando una atención particular y concreta hacia
los novios y su situación en ese momento, y evitando toda acepción
de personas, el celebrante deberá él también adecuarse a la verdad
de los signos que utiliza la acción litúrgica. De modo que al
recibir y saludar a los novios, a sus padres si están presentes, a
los testigos y a los demás asistentes, será intérprete vivo de la
comunidad que acoge a los futuros esposos.
68. Lectores aptos y preparados
proclamen la Palabra de Dios. Pueden elegirse también de entre los
presentes, especialmente testigos, familiares, amigos; no parece
oportuno que la proclamen los mismos novios, ya que son ellos los
primeros destinatarios de la Palabra de Dios proclamada. La selección
de las lecturas puede hacerse de acuerdo con los novios en la fase de
preparación inmediata. De este modo apreciarán más la Palabra de
Dios y la traducirán en la práctica.
69. Siempre ha de haber homilía y se
centrará en la presentación del « misterio grande » que se está
celebrando ante Dios, ante la Iglesia y ante la sociedad. « San Pablo
sintetiza el tema de la vida familiar con la expresión: "gran
misterio" » (cfr. Ef 5, 32; Gratissimam Sane, 19).
A partir de los textos de la Palabra de Dios proclamados yo de las
oraciones litúrgicas, se iluminará el sacramento y se indicarán sus
consecuencias en la vida de los esposos y de las familias. Evítense
alusiones superfluas a la persona de los esposos.
70. Los mismos novios pueden llevar las
ofrendas al altar, si la ceremonia se desarrolla con la celebración
de la Misa. En todos los casos, la oración de los fieles bien
preparada, no ha de ser prolija ni dispersa. Según la oportunidad
pastoral, la Santa Comunión podrá hacerse bajo las dos especies.
71. Cuídese que los particulares de la
celebración matrimonial se caractericen por la sobriedad, sencillez y
autenticidad. De ningún modo se alterará el tono de la fiesta por el
derroche excesivo.
72. La bendición solemne de los
esposos quiere recordar que en el sacramento del Matrimonio se invoca
también el don del Espíritu, por cuyo medio se hacen más constantes
en la concordia recíproca y están espiritualmente sostenidos en el
cumplimiento de su misión especialmente en las dificultades de su
futura vida. En el marco de esta celebración, será muy conveniente
proponer a los esposos cristianos el modelo de vida de la Sagrada
Familia de Nazaret.
73. En lo referente a los períodos de
preparación remota, próxima e inmediata, será conveniente recoger
las experiencias que se están haciendo para conseguir un fuerte
cambio de mentalidad y praxis sobre la celebración; en cambio, el
cuidado de los agentes pastorales deberá proponerse seguir y hacer
comprender cuanto ha sido fijado y establecido ya por el ritual
litúrgico. Es obvio que dicha comprensión dependerá de todo el
proceso de preparación y del nivel de madurez cristiana de la
comunidad.
* * *
Cualquiera se puede dar
cuenta de que aquí se presentan algunos elementos para una organica
preparación de los fieles llamados al sacramento del Matrimonio. Es
de desear que las parejas, sobre todo en los primeros cinco años de
vida conyugal, sean acompañadas con cursos post-matrimoniales que se
tengan en las parroquias o en vicarías foráneas, de acuerdo con la
norma del Directorio de Pastoral de la Familia, mencionado más arriba
en los números 14 y 15, según la Exhortación Apostólica Familiaris
Consortio, 66.
El Pontificio Consejo para la Familia confía
a las Conferencias Episcopales estas líneas-guía para sus
directorios propios.
El interés de las Conferencias
Episcopales y de cada Obispo las harán operativas en las comunidades
eclesiales. Así cada fiel tendrá más presente que el sacramento del
Matrimonio, grande misterio (Ef 5, 21 ss.), es la
vocación de la mayoría del Pueblo de Dios.
Ciudad del Vaticano, 13 de mayo 1996
Alfonso Card. López
Trujillo
Presidente del
Pontificio Consejo para la Familia
+ Excmo. Mons. Francisco
Gil Hellín
Secretario