CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
LIBERTATIS NUNTIUS -
Instrucción sobre algunos aspectos de la 'Teología de la
liberación'
6-8-1984
INTRODUCCIÓN
El Evangelio de Jesucristo es un mensaje de libertad y una fuerza de
liberación. En los últimos años esta verdad esencial ha sido objeto de
reflexión por parte de los teólogos, con una nueva atención rica de
promesas.
La liberación es ante todo y principalmente liberación de la
esclavitud radical del pecado. Su fin y su término es la libertad de
los hijos de Dios, don de la gracia. Lógicamente reclama la liberación
de múltiples esclavitudes de orden cultural, económico, social y
político, que, en definitiva, derivan del pecado, y constituyen tantos
obstáculos que impiden a los hombres vivir según su dignidad.
Discernir claramente lo que es fundamental y lo que pertenece a las
consecuencias es una condición indispensable para una reflexión
teológica sobre la liberación.
En efecto, ante la urgencia de los problemas, algunos se sienten
tentados a poner el acento de modo unilateral sobre la liberación de
las esclavitudes de orden terrenal y temporal, de tal manera que
parecen hacer pasar a un segundo plano la liberación del pecado, y por
ello no se le atribuye prácticamente la importancia primaria que le es
propia. La presentación que proponen de los problemas resulta así
confusa y ambigua. Además, con la intención de adquirir un
conocimiento más exacto de las causas de las esclavitudes que quieren
suprimir, se sirven, sin suficiente precaución crítica, de
instrumentos de pensamiento que es difícil, e incluso imposible,
purificar de una inspiración ideológica incompatible con la fe
cristiana y con las exigencias éticas que de ella derivan.
La Congregación para la Doctrina de la Fe no se propone tratar aquí el
vasto tema de la libertad cristiana y de la liberación. Lo hará en un
documento posterior que pondrá en evidencia, de modo positivo, todas
sus riquezas tanto doctrinales como prácticas.
La presente Instrucción tiene un fin más preciso y limitado: atraer la
atención de los pastores, de los teólogos y de todos los fieles, sobre
las desviaciones y los riesgos de desviación, ruinosos para la fe y
para la vida cristiana, que implican ciertas formas de teología de la
liberación que recurren, de modo insuficientemente crítico, a
conceptos tomados de diversas corrientes del pensamiento marxista.
Esta llamada de atención de ninguna manera debe interpretarse como una
desautorización de todos aquellos que quieren responder generosamente
y con auténtico espíritu evangélico a «la opción preferencial por los
pobres». De ninguna manera podrá servir de pretexto para quienes se
atrincheran en una actitud de neutralidad y de indiferencia ante los
trágicos y urgentes problemas de la miseria y de la injusticia. Al
contrario, obedece a la certeza de que las graves desviaciones
ideológicas que señala conducen inevitablemente a traicionar la causa
de los pobres. Hoy más que nunca, es necesario que la fe de numerosos
cristianos sea iluminada y que éstos estén resueltos a vivir la vida
cristiana integralmente, comprometiéndose en la lucha por la justicia,
la libertad y la dignidad humana, por amor a sus hermanos
desheredados, oprimidos o perseguidos. Más que nunca, la Iglesia se
propone condenar los abusos, las injusticias y los ataques a la
libertad, donde se registren y de donde provengan, y luchar, con sus
propios medios, por la defensa y promoción de los derechos del hombre,
especialmente en la persona de los pobres.
I - UNA ASPIRACIÓN
1. La poderosa y casi irresistible aspiración de los pueblos a una
liberación constituye uno de los principales signos de los tiempos que
la Iglesia debe discernir e interpretar a la luz del Evangelio. 1 Este
importante fenómeno de nuestra época tiene una amplitud universal,
pero se manifiesta bajo formas y grados diferentes según los pueblos.
Es una aspiración que se expresa con fuerza, sobre todo en los pueblos
que conocen el peso de la miseria y en el seno de los estratos
sociales desheredados.
2. Esta aspiración traduce la percepción auténtica, aunque oscura, de
la dignidad del hombre, creado «a imagen y semejanza de Dios» (Gén 1,
26-27), ultrajada y despreciada por las múltiples opresiones
culturales, políticas, raciales, sociales y económicas, que a menudo
se acumulan.
3. Al descubrirles su vocación de hijos de Dios, el Evangelio ha
suscitado en el corazón de los hombres la exigencia y la voluntad
positiva de una vida fraterna, justa y pacífica, en la que cada uno
encontrará el respeto y las condiciones de su desarrollo espiritual y
material. Esta exigencia es sin duda la fuente de la aspiración de que
hablamos.
4. Consecuentemente, el hombre no quiere sufrir ya pasivamente el
aplastamiento de la miseria con sus secuelas de muerte, enfermedades y
decadencias. Siente hondamente esta miseria como una violación
intolerable de su dignidad natural. Varios factores, entre los cuales
hay que contar la levadura evangélica, han contribuido al despertar de
la conciencia de los oprimidos.
5. Ya no se ignora, aun en
los sectores todavía analfabetos de la población, que, gracias al
prodigioso desarrollo de las ciencias y de las técnicas, la humanidad,
en constante crecimiento demográfico, seria capaz de asegurar a cada
ser humano el mínimo de los bienes requeridos por su dignidad de
persona humana.
6. El escándalo de irritantes desigualdades entre ricos y pobres ya no
se tolera, sea que se trate de desigualdades entre países ricos y
países pobres o entre estratos sociales en el interior de un mismo
territorio nacional. Por una parte, se ha alcanzado una abundancia,
jamás conocida hasta ahora, que favorece el despilfarro; por otra, se
vive todavía en un estado de indigencia marcado por la privación de
los bienes de estricta necesidad, de suerte que no es posible contar
el número de las víctimas de la mala alimentación.
7. La ausencia de equidad y de sentido de la solidaridad en los
intercambios internacionales se vuelve ventajosa para los países
industrializados, de modo que la distancia entre ricos y pobres no
deja de crecer. De ahí, el sentimiento de frustración en los pueblos
del Tercer Mundo, y la acusación de explotación y de colonialismo
dirigida contra los países industrializados.
8. El recuerdo de los daños de un cierto colonialismo y de sus
secuelas crea a menudo heridas y traumatismos.
9. La Sede Apostólica, en la línea del Concilio Vaticano II, así como
las Conferencias Episcopales, no han dejado de denunciar el escándalo
que constituye la gigantesca carrera de armamentos que, junto a las
amenazas contra la paz, acapara sumas enormes de las cuales una parte
solamente bastaría para responder a las necesidades más urgentes de
las poblaciones privadas de lo necesario.
II - EXPRESIONES DE ESTA ASPIRACIÓN
1. La aspiración a la justicia y al reconocimiento efectivo de la
dignidad de cada ser humano requiere, como toda aspiración profunda,
ser iluminada y guiada.
2. En efecto, se debe ejercer el discernimiento de las expresiones,
teóricas y prácticas, de esta aspiración. Pues son numerosos los
movimientos políticos y sociales que se presentan como portavoces
auténticos de la aspiración de los pobres, y como capacitados, también
por el recurso a los medios violentos, a realizar los cambios
radicales que pondrán fin a la opresión y a la miseria del pueblo.
3. De este modo con frecuencia la aspiración a la justicia se
encuentra acaparada por ideologías que ocultan o pervierten el sentido
de la misma, proponiendo a la lucha de los pueblos para su liberación
fines opuestos a la verdadera finalidad de la vida humana, y
predicando caminos de acción que implican el recurso sistemático a la
violencia, contrarios a una ética respetuosa de las personas.
4. La interpretación de los signos de los tiempos a la luz del
Evangelio exige, pues, que se descubra el sentido de la aspiración
profunda de los pueblos a la justicia, pero igualmente que se examine,
con un discernimiento crítico, las expresiones, teóricas y prácticas,
que son datos de esta aspiración.
III - LA LIBERACIÓN, TEMA CRISTIANO
1. Tomada en sí misma, la aspiración a la liberación no puede dejar de
encontrar un eco amplio y fraternal en el corazón y en el espíritu de
los cristianos.
2. Así, en consonancia con esta aspiración, ha nacido el movimiento
teológico y pastoral conocido con el nombre de «teología de la
liberación», en primer lugar en los países de América Latina, marcados
por la herencia religiosa y cultural del cristianismo, y luego en
otras regiones del Tercer Mundo, como también en ciertos ambientes de
los países industrializados.
3. La expresión «teología de la liberación» designa en primer lugar
una preocupación privilegiada, generadora del compromiso por la
justicia, proyectada sobre los pobres y las víctimas de la opresión. A
partir de esta aproximación, se pueden distinguir varias maneras, a
menudo inconciliables, de concebir la significación cristiana de la
pobreza y el tipo de compromiso por la justicia que ella requiere.
Como todo movimiento de ideas, las «teologías de la liberación»
encubren posiciones teológicas diversas; sus fronteras doctrinales
están mal definidas.
4. La aspiración a la liberación, como el mismo término sugiere, toca
un tema fundamental del Antiguo y del Nuevo Testamento. Por tanto,
tomada en sí misma, la expresión «teología de la liberación» es una
expresión plenamente válida: designa entonces una reflexión teológica
centrada sobre el tema bíblico de la liberación y de la libertad, y
sobre la urgencia de sus incidencias prácticas. El encuentro de la
aspiración a la liberación y de las teologías de la liberación no es
pues fortuito. La significación de este encuentro no puede ser
comprendida correctamente sino a la luz de la especificidad del
mensaje de la Revelación, auténticamente interpretado por el
Magisterio de la Iglesia. 2
IV - FUNDAMENTOS BÍBLICOS
1. Así una teología de la liberación correctamente entendida
constituye una invitación a los teólogos a profundizar ciertos temas
bíblicos esenciales, con la preocupación de las cuestiones graves y
urgentes que plantean a la Iglesia tanto la aspiración contemporánea a
la liberación como los movimientos de liberación que le hacen eco más
o menos fielmente. No es posible olvidar ni un sólo instante las
situaciones de miseria dramática de donde brota la interpelación así
lanzada a los teólogos.
2. La experiencia radical de la libertad cristiana 3 constituye aquí
el primer punto de referencia. Cristo, nuestro Liberador, nos ha
librado del pecado, y de la esclavitud de la ley y de la carne, que es
la señal de la condición del hombre pecador. Es pues la vida nueva de
gracia, fruto de la justificación, la que nos hace libres. Esto
significa que la esclavitud más radical es la esclavitud del pecado.
Las otras formas de esclavitud encuentran pues en la esclavitud del
pecado su última raíz. Por esto la libertad en pleno sentido
cristiano, caracterizada por la vida en el Espíritu, no podrá ser
confundida con la licencia de ceder a los deseos de la carne. Ella es
vida nueva en la caridad.
3. Las «teologías de la liberación» tienen en cuenta ampliamente la
narración del Éxodo. En efecto, éste constituye el acontecimiento
fundamental en la formación del pueblo elegido. Es la liberación de la
dominación extranjera y de la esclavitud. Se considera que la
significación especifica del acontecimiento le viene de su finalidad,
pues esta liberación está ordenada a la fundación del pueblo de Dios y
al culto de la Alianza celebrado en el Monte Sinaí. 4 Por esto la
liberación del Éxodo no puede referirse a una liberación de naturaleza
principal y exclusivamente política. Por otra parte es significativo
que el término liberación sea a veces reemplazado en la Escritura por
el otro, muy cercano, de redención.
4. El episodio que originó el Éxodo jamás se borrará de la memoria de
Israel. A él se hace referencia cuando, después de la ruina de
Jerusalén y el Exilio a Babilonia, se vive en la esperanza de una
nueva liberación y, más allá, en la espera de una liberación
definitiva. En esta experiencia, Dios es reconocido como el Liberador.
El sellará con su pueblo una Nueva Alianza, marcada con el don de su
Espíritu y la conversión de los corazones. 5
5. Las múltiples angustias y miserias experimentadas por el hombre
fiel al Dios de la Alianza proporcionan el tema a varios salmos:
lamentos, llamadas de socorro, acciones de gracias hacen mención de la
salvación religiosa y de la liberación. En este contexto, la angustia
no se identifica pura y simplemente con una condición social de
miseria o con la de quien sufre la opresión política. Contiene además
la hostilidad de los enemigos, la injusticia, la muerte, la falta. Los
salmos nos remiten a una experiencia religiosa esencial: sólo de Dios
se espera la salvación y el remedio. Dios, y no el hombre, tiene el
poder de cambiar las situaciones de angustia. Así los «pobres del
Señor» viven en una dependencia total y de confianza en la providencia
amorosa de Dios. 6 Y por otra parte, durante toda la travesía del
desierto, el Señor no ha dejado de proveer a la liberación y la
purificación espiritual de su pueblo.
6. En el Antiguo Testamento los Profetas, después de Amós, no dejan de
recordar, con particular vigor, las exigencias de la justicia y de la
solidaridad, y de hacer un juicio extremamente severo sobre los ricos
que oprimen al pobre. Toman la defensa de la viuda y del huérfano.
Lanzan amenazas contra los poderosos: la acumulación de iniquidades no
puede conducir más que a terribles castigos. Por esto la fidelidad a
la Alianza no se concibe sin la práctica de la justicia. La justicia
con respecto a Dios y la justicia con respecto a los hombres son
inseparables. Dios es el defensor y el liberador del pobre.
7. Tales exigencias se encuentran en el Nuevo Testamento. Aún más,
están radicalizadas, como lo muestra el discurso sobre las
Bienaventuranzas. La conversión y la renovación se deben realizar en
lo más hondo del corazón.
8. Ya anunciado en el Antiguo Testamento, el mandamiento del amor
fraterno extendido a todos los hombres constituye la regla suprema de
la vida social. 7 No hay discriminaciones o límites que puedan
oponerse al reconocimiento de todo hombre como el prójimo. 8
9. La pobreza por el Reino es magnificada. Y en la figura del Pobre,
somos llevados a reconocer la imagen y como la presencia misteriosa
del Hijo de Dios que se ha hecho pobre por amor hacia nosotros. 9 Tal
es el fundamento de las palabras inagotables de Jesús sobre el Juicio
en Mt 25, 31-46. Nuestro Señor es solidario con toda miseria: toda
miseria está marcada por su presencia.
10. Al mismo tiempo, las exigencias de la justicia y de la
misericordia, ya anunciadas en el Antiguo Testamento, se profundizan
hasta el punto de revestir en el Nuevo Testamento una significación
nueva. Los que sufren o están perseguidos son identificados con
Cristo. 10 La perfección que Jesús pide a sus discípulos (Mt 5, 18)
consiste en el deber de ser misericordioso «como vuestro Padre es
misericordioso» (Lc 6, 36).
11. A la luz de la vocación cristiana al amor fraterno y a la
misericordia, los ricos son severamente llamados a su deber. 11 San
Pablo, ante los desórdenes de la Iglesia de Corinto, subraya con
fuerza el vínculo que existe entre la participación en el sacramento
del amor y el compartir con el hermano que está en la necesidad. 12
12. La Revelación del Nuevo Testamento nos enseña que el pecado es el
mal más profundo, que alcanza al hombre en lo más íntimo de su
personalidad. La primera liberación, a la que han de hacer referencia
todas las otras, es la del pecado.
13. Sin duda, para señalar el carácter radical de la liberación traída
por Cristo, ofrecida a todos los hombres, ya sean políticamente libres
o esclavos, el Nuevo Testamento no exige en primer lugar, como
presupuesto para la entrada en esta libertad, un cambio de condición
política y social. Sin embargo, la Carta a Filemón muestra que la
nueva libertad, traída por la gracia de Cristo, debe tener
necesariamente repercusiones en el plano social.
14. Consecuentemente no se puede restringir el campo del pecado, cuyo
primer efecto es introducir el desorden en la relación entre el hombre
y Dios, a lo que se denomina «pecado social». En realidad, sólo una
justa doctrina del pecado permite insistir sobre la gravedad de sus
efectos sociales.
15. No se puede tampoco localizar el mal principal y únicamente en las
«estructuras» económicas, sociales o políticas malas, como si todos
los otros males se derivasen, como de su causa, de estas estructuras,
de suerte que la creación de un «hombre nuevo» dependiera de la
instauración de estructuras económicas y sociopolíticas diferentes.
Ciertamente hay estructuras inicuas y generadoras de iniquidades, que
es preciso tener la valentía de cambiar. Frutos de la acción del
hombre, las estructuras, buenas o malas, son consecuencias antes de
ser causas. La raíz del mal reside, pues, en las personas libres y
responsables, que deben ser convertidas por la gracia de Jesucristo,
para vivir y actuar como criaturas nuevas, en el amor al prójimo, la
búsqueda eficaz de la justicia, del dominio de sí y del ejercicio de
las virtudes. 13
Cuando se pone como primer imperativo la revolución radical de las
relaciones sociales y se cuestiona, a partir de aquí, la búsqueda de
la perfección personal, se entra en el camino de la negación del
sentido de la persona y de su trascendencia, y se arruina la ética y
su fundamento que es el carácter absoluto de la distinción entre el
bien y el mal. Por otra parte, siendo la caridad el principio de la
auténtica perfección, esta última no puede concebirse sin apertura a
los otros y sin espíritu de servicio.
V - LA VOZ DEL MAGISTERIO
1. Para responder al desafío lanzado a nuestra época por la opresión y
el hambre, el Magisterio de la Iglesia, preocupado por despertar las
conciencias cristianas en el sentido de la justicia, de la
responsabilidad social y de la solidaridad con los pobres y oprimidos,
ha recordado repetidas veces la actualidad y la urgencia de la
doctrina y de los imperativos contenidos en la Revelación.
2. Contentémonos con mencionar aquí algunas de estas intervenciones:
los documentos pontificios más recientes: Mater et Magistra y Pacem in
terris , Populorum progressio , Evangelii nuntiandi. Mencionemos
igualmente la Carta al Cardenal Roy, Octogesima adveniens .
3. El Concilio Vaticano II, a su vez, ha abordado las cuestiones de la
justicia y de la libertad en la Constitución pastoral Gaudium et spes
.
4. El Santo Padre ha insistido en varias ocasiones sobre estos temas,
especialmente en las Encíclicas Redemptor hominis, Dives in
misericordia y Laborem exercens . Las numerosas intervenciones
recordando la doctrina de los derechos del hombre tocan directamente
los problemas de la liberación de la persona humana respecto a los
diversos tipos de opresión de la que es víctima. A este propósito es
necesario mencionar especialmente el Discurso pronunciado ante la
XXXVI Asamblea general de la O.N.U. en Nueva York, el 2 de octubre de
1979. 14 El 28 de enero del mismo año, Juan Pablo II, al inaugurar la
III Conferencia del CELAM en Puebla, había recordado que la verdad
sobre el hombre es la base de la verdadera liberación. 15 Este texto
constituye un documento de referencia directa para la teología de la
liberación.
5. Por dos veces, en 1971 y 1974, el Sínodo de los Obispos ha abordado
temas que se refieren directamente a una concepción cristiana de la
liberación: el de la justicia en el mundo y el de la relación entre la
liberación de las opresiones y la liberación integral o la salvación
del hombre. Los trabajos de los Sínodos de 1971 y de 1974 llevaron a
Pablo VI a precisar en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi
los lazos entre evangelización y liberación o promoción humana. 16
6. La preocupación de la Iglesia por la liberación y por la promoción
humana se ha manifestado también mediante la constitución de la
Comisión Pontificia Justicia y Paz.
7. Numerosos son los Episcopados que, de acuerdo con la Santa Sede,
han recordado también la urgencia y los caminos de una auténtica
liberación cristiana. En este contexto, conviene hacer una mención
especial de los documentos de las Conferencias Generales del
Episcopado latinoamericano en Medellín en 1968 y en Puebla en 1979.
Pablo VI estuvo presente en la apertura de Medellín, Juan Pablo II en
la de Puebla. Uno y otro abordaron el tema de la conversión y de la
liberación.
8. En la línea de Pablo VI, insistiendo sobre la especificidad del
mensaje del Evangelio, 17 especificidad que deriva de su origen
divino, Juan Pablo II, en el discurso de Puebla, ha recordado cuáles
son los tres pilares sobre los que debe apoyarse toda teología de la
liberación auténtica: la verdad sobre Jesucristo, la verdad sobre la
Iglesia, la verdad sobre el hombre. 18
VI - UNA NUEVA INTERPRETACIÓN DEL CRISTIANISMO
l. No se puede olvidar el ingente trabajo desinteresado desarrollado
por cristianos, pastores, sacerdotes, religiosos o laicos que,
impulsados por el amor a sus hermanos que viven en condiciones
inhumanas, se esfuerzan en llevar ayuda y alivio a las innumerables
angustias que son fruto de la miseria. Entre ellos, algunos se
preocupan de encontrar medios eficaces que permitan poner fin lo más
rápidamente posible a una situación intolerable.
2. El celo y la compasión que deben estar presentes en el corazón de
todos los pastores corren el riesgo de ser desviados y proyectados
hacia empresas tan ruinosas para el hombre y su dignidad como la
miseria que se combate, si no se presta suficiente atención a ciertas
tentaciones.
3. El angustioso sentimiento de la urgencia de los problemas no debe
hacer perder de vista lo esencial, ni hacer olvidar la respuesta de
Jesús al Tentador (Mt 4, 4): «No sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios» (Dt 8, 3). Así, ante la
urgencia de compartir el pan, algunos se ven tentados a poner entre
paréntesis y a dejar para el mañana la evangelización: en primer lugar
el pan, la Palabra para más tarde. Es un error mortal el separar ambas
cosas hasta oponerlas entre sí. Por otra parte, el sentido cristiano
sugiere espontáneamente lo mucho que hay que hacer en uno y otro
sentido. 19
4. Para otros, parece que la lucha necesaria por la justicia y la
libertad humanas, entendidas en su sentido económico y político,
constituye lo esencial y el todo de la salvación. Para éstos, el
Evangelio se reduce a un evangelio puramente terrestre.
5. Las diversas teologías de la liberación se sitúan, por una parte,
en relación con la opción preferencial por los pobres reafirmada con
fuerza y sin ambigüedades, después de Medellín, en la Conferencia de
Puebla, 20 y por otra, en la tentación de reducir el Evangelio de la
salvación a un evangelio terrestre.
6. Recordemos que la opción preferencial definida en Puebla es doble:
por los pobres y por los jóvenes. 21 Es significativo que la opción
por la juventud se haya mantenido totalmente en silencio.
7. Anteriormente hemos dicho (cf. IV, 3) que hay una auténtica
«teología de la liberación», la que está enraizada en la Palabra de
Dios, debidamente interpretada.
8. Pero, desde un punto de vista descriptivo, conviene hablar de las
teologías de la liberación, ya que la expresión encubre posiciones
teológicas, o a veces también ideológicas, no solamente diferentes,
sino también a menudo incompatibles entre sí.
9. El presente documento sólo tratará de las producciones de la
corriente del pensamiento que, bajo el nombre de «teología de la
liberación» proponen una interpretación innovadora del contenido de la
fe y de la existencia cristiana que se aparta gravemente de la fe de
la Iglesia, aún más, que constituye la negación práctica de la misma.
10. Préstamos no criticados de la ideología marxista y el recurso a
las tesis de una hermenéutica bíblica dominada por el racionalismo son
la raíz de la nueva interpretación, que viene a corromper lo que tenía
de auténtico el generoso compromiso inicial en favor de los pobres.
VII - EL ANÁLISIS MARXISTA
1. La impaciencia y una voluntad de eficacia han conducido a ciertos
cristianos, desconfiando de todo otro método, a refugiarse en lo que
ellos llaman «el análisis marxista».
2. Su razonamiento es el siguiente: una situación intolerable y
explosiva exige una acción eficaz que no puede esperar más. Una acción
eficaz supone un análisis científico de las causas estructurales de la
miseria. Ahora bien, el marxismo ha puesto a punto los instrumentos de
tal análisis. Basta pues aplicarlos a la situación del Tercer Mundo, y
en especial a la de América Latina.
3. Es evidente que el conocimiento científico de la situación y de los
posibles caminos de transformación social es el presupuesto para una
acción capaz de conseguir los fines que se han fijado. En ello hay una
señal de la seriedad del compromiso.
4. Pero el término «científico» ejerce una fascinación casi mítica, y
todo lo que lleva la etiqueta de científico no es de por sí realmente
científico. Por esto precisamente la utilización de un método de
aproximación a la realidad debe estar precedido de un examen crítico
de naturaleza epistemológica. Este previo examen crítico le falta a
más de una «teología de la liberación».
5. En las ciencias humanas y sociales, conviene ante todo estar atento
a la pluralidad de los métodos y de los puntos de vista, de los que
cada uno no pone en evidencia más que un aspecto de una realidad que,
en virtud de su complejidad, escapa a la explicación unitaria y
unívoca.
6. En el caso del marxismo , tal como se intenta utilizar, la crítica
previa se impone tanto más cuanto que el pensamiento de Marx
constituye una concepción totalizante del mundo en la cual numerosos
datos de observación y de análisis descriptivo son integrados en una
estructura filosófico-ideológica, que impone la significación y la
importancia relativa que se les reconoce. Los a priori ideológicos son
presupuestos para la lectura de la realidad social. Así, la
disociación de los elementos heterogéneos que componen esta amalgama
epistemológicamente híbrida llega a ser imposible, de tal modo que
creyendo aceptar solamente lo que se presenta como un análisis,
resulta obligado aceptar al mismo tiempo la ideología. Así no es raro
que sean los aspectos ideológicos los que predominan en los préstamos
que muchos de los «teólogos de la liberación» toman de los autores
marxistas.
7. La llamada de atención de Pablo VI sigue siendo hoy plenamente
actual: a través del marxismo , tal como es vivido concretamente, se
pueden distinguir diversos aspectos y diversas cuestiones planteadas a
los cristianos para la reflexión y la acción. Sin embargo, «seria
ilusorio y peligroso llegar a olvidar el íntimo vínculo que los une
radicalmente, aceptar los elementos del análisis marxista sin
reconocer sus relaciones con la ideología, entrar en la práctica de la
lucha de clases y de su interpretación marxista dejando de percibir el
tipo de sociedad totalitaria a la cual conduce este proceso».22
8. Es verdad que desde los orígenes, pero de manera más acentuada en
los últimos años, el pensamiento marxista se ha diversificado para dar
nacimiento a varias corrientes que divergen notablemente unas de
otras. En la medida en que permanecen realmente marxistas, estas
corrientes continúan sujetas a un cierto número de tesis fundamentales
que no son compatibles con la concepción cristiana del hombre y de la
sociedad. En este contexto, algunas fórmulas no son neutras, pues
conservan la significación que han recibido en la doctrina marxista.
«La lucha de clases» es un ejemplo. Esta expresión conserva la
interpretación que Marx le dio, y no puede en consecuencia ser
considerada como un equivalente, con alcance empírico, de la expresión
«conflicto social agudo». Quienes utilizan semejantes fórmulas,
pretendiendo sólo mantener algunos elementos del análisis marxista,
por otra parte rechazado en su totalidad, suscitan por lo menos una
grave ambigüedad en el espíritu de sus lectores.
9. Recordemos que el ateísmo y la negación de la persona humana, de su
libertad y de sus derechos, están en el centro de la concepción
marxista. Esta contiene pues errores que amenazan directamente las
verdades de la fe sobre el destino eterno de las personas. Aún más,
querer integrar en la teología un «análisis» cuyos criterios de
interpretación dependen de esta concepción atea, es encerrarse en
ruinosas contradicciones. El desconocimiento de la naturaleza
espiritual de la persona conduce a subordinarla totalmente a la
colectividad y, por tanto, a negar los principios de una vida social y
política conforme con la dignidad humana.
10. El examen crítico de los métodos de análisis tomados de otras
disciplinas se impone de modo especial al teólogo. La luz de la fe es
la que provee a la teología sus principios. Por esto la utilización
por la teología de aportes filosóficos o de las ciencias humanas tiene
un valor «instrumental» y debe ser objeto de un discernimiento crítico
de naturaleza teológica. Con otras palabras, el criterio último y
decisivo de verdad no puede ser otro, en última instancia, que un
criterio teológico. La validez o grado de validez de todo lo que las
otras disciplinas proponen, a menudo por otra parte de modo
conjetural, como verdades sobre el hombre, su historia y su destino,
hay que juzgarla a la luz de la fe y de lo que ésta nos enseña acerca
de la verdad del hombre y del sentido último de su destino.
11. La aplicación a la realidad económica, social y política de hoy de
esquemas de interpretación tomados de la corriente del pensamiento
marxista puede presentar a primera vista alguna verosimilitud, en la
medida en que la situación de ciertos países ofrezca algunas analogías
con la que Marx describió e interpretó a mediados del siglo pasado.
Sobre la base de estas analogías se hacen simplificaciones que, al
hacer abstracción de factores esenciales específicos, impiden de hecho
un análisis verdaderamente riguroso de las causas de la miseria, y
mantienen las confusiones.
12. En ciertas regiones de América Latina, el acaparamiento de la gran
mayoría de las riquezas por una oligarquía de propietarios sin
conciencia social, la casi ausencia o las carencias del Estado de
derecho, las dictaduras militares que ultrajan los derechos
elementales del hombre, la corrupción de ciertos dirigentes en el
poder, las prácticas salvajes de cierto capital extranjero,
constituyen otros tantos factores que alimentan un violento
sentimiento de revolución en quienes se consideran víctimas impotentes
de un nuevo colonialismo de orden tecnológico, financiero, monetario o
económico. La toma de conciencia de las injusticias está acompañada de
un pathos que toma prestado a menudo su razonamiento del marxismo ,
presentado abusivamente como un razonamiento «científico».
13. La primera condición de un análisis es la total docilidad respecto
a la realidad que se describe. Por esto una conciencia crítica debe
acompañar el uso de las hipótesis de trabajo que se adoptan. Es
necesario saber que éstas corresponden a un punto de vista particular,
lo cual tiene como consecuencia inevitable subrayar unilateralmente
algunos aspectos de la realidad, dejando los otros en la sombra. Esta
limitación, que fluye de la naturaleza de las ciencias sociales, es
ignorada por quienes, a manera de hipótesis reconocidas como tales,
recurren a una concepción totalizante como es el pensamiento de Marx .
VIII - SUBVERSIÓN DEL SENTIDO DE LA VERDAD
Y VIOLENCIA
1. Esta concepción totalizante impone su lógica y arrastra las
«teologías de la liberación» a aceptar un conjunto de posiciones
incompatibles con la visión cristiana del hombre. En efecto, el núcleo
ideológico, tomado del marxismo , al cual hace referencia, ejerce la
función de un principio determinante. Esta función se le ha dado en
virtud de la calificación de científico, es decir, de necesariamente
verdadero, que se le ha atribuido. En este núcleo se pueden distinguir
varios componentes.
2. En la lógica del pensamiento marxista, «el análisis» no es
separable de la praxis y de la concepción de la historia a la cual
está unida esta praxis. El análisis es así un instrumento de crítica,
y la crítica no es más que un momento de combate revolucionario. Este
combate es el de la clase del Proletariado investido de su misión
histórica.
3. En consecuencia sólo quien participa en este combate puede hacer un
análisis correcto.
4. La conciencia verdadera es así una conciencia partidaria. Se ve que
la concepción misma de la verdad en cuestión es la que se encuentra
totalmente subvertida: se pretende que sólo hay verdad en y por la
praxis partidaria.
5. La praxis, y la verdad que de ella deriva, son praxis y verdad
partidarias, ya que la estructura fundamental de la historia está
marcada por la lucha de clases. Hay pues una necesidad objetiva de
entrar en la lucha de clases (la cual es el reverso dialéctico de la
relación de explotación que se denuncia). La verdad es verdad de
clase, no hay verdad sino en el combate de la clase revolucionaria.
6. La ley fundamental de la historia que es la ley de la lucha de
clases implica que la sociedad está fundada sobre la violencia. A la
violencia que constituye la relación de dominación de los ricos sobre
los pobres deberá responder la contra-violencia revolucionaria
mediante la cual se invertirá esta relación.
7. La lucha de clases es pues presentada como una ley objetiva,
necesaria. Entrando en su proceso, al lado de los oprimidos, se «hace»
la verdad, se actúa «científicamente». En consecuencia, la concepción
de la verdad va a la par con la afirmación de la violencia necesaria,
y por ello con la del amoralismo político. En estas perspectivas,
pierde todo sentido la referencia a las exigencias éticas que ordenan
reformas estructurales e institucionales radicales y valerosas.
8. La ley fundamental de la lucha de clases tiene un carácter de
globalidad y de universalidad. Se refleja en todos los campos de la
existencia, religiosos, éticos, culturales e institucionales. Con
relación a esta ley, ninguno de estos campos es autónomo. Esta ley
constituye el elemento determinante en cada uno.
9. Por concesión hecha a las tesis de origen marxista, se pone
radicalmente en duda la naturaleza misma de la ética. De hecho, el
carácter trascendente de la distinción entre el bien y el mal,
principio de la moralidad, se encuentra implícitamente negado en la
óptica de la lucha de clases.
IX - TRADUCCIÓN «TEOLÓGICA» DE ESTE NÚCLEO
1. Las posiciones presentadas aquí se encuentran a veces tal cual en
algunos escritos de los «teólogos de la liberación». En otros,
proceden lógicamente de sus premisas. Por otra parte, en ellas se
basan algunas prácticas litúrgicas, como por ejemplo «la Eucaristía»
transformada en celebración del pueblo en lucha, aunque quienes
participan en estas prácticas no sean plenamente conscientes de ello.
Uno se encuentra pues delante de un verdadero sistema, aun cuando
algunos duden de seguir la lógica hasta el final. Este sistema como
tal es una perversión del mensaje cristiano tal como Dios lo ha
confiado a su Iglesia. Así, pues, este mensaje se encuentra
cuestionado en su globalidad por las «teologías de la liberación».
2. Lo que estas «teologías de la liberación» han acogido como un
principio, no es el hecho de las estratificaciones sociales con las
desigualdades e injusticias que se les agregan, sino la teoría de la
lucha de clases como ley estructural fundamental de la historia. Se
saca la conclusión de que la lucha de clases entendida así divide a la
Iglesia y que en función de ella hay que juzgar las realidades
eclesiales. También se pretende que es mantener, con mala fe, una
ilusión engañosa el afirmar que el amor, en su universalidad, puede
vencer lo que constituye la ley estructural primera de la sociedad
capitalista.
3. En esta concepción, la lucha de clases es el motor de la historia.
La historia llega a ser así una noción central. Se afirmará que Dios
se hace historia. Se añadirá que no hay más que una sola historia, en
la cual no hay que distinguir ya entre historia de la salvación e
historia profana. Mantener la distinción sería caer en el «dualismo».
Semejantes afirmaciones reflejan un inmanentismo historicista. Por
esto se tiende a identificar el Reino de Dios y su devenir con el
movimiento de la liberación humana, y a hacer de la historia misma el
sujeto de su propio desarrollo como proceso de la autorredención del
hombre a través de la lucha de clases. Esta identificación está en
oposición con la fe de la Iglesia, tal como la ha recordado el
Concilio Vaticano II. 23
4. En esta línea, algunos llegan hasta el límite de identificar a Dios
y la historia, y a definir la fe como «fidelidad a la historia», lo
cual significa fidelidad comprometida en una práctica política
conforme a la concepción del devenir de la humanidad concebido como un
mesianismo puramente temporal.
5. En consecuencia, la fe, la esperanza y la caridad reciben un nuevo
contenido: ellas son «fidelidad a la historia», «confianza en el
futuro», «opción por los pobres»: que es como negarlas en su realidad
teologal.
6. De esta nueva concepción se sigue inevitablemente una politización
radical de las afirmaciones de la fe y de los juicios teológicos. Ya
no se trata solamente de atraer la atención sobre las consecuencias e
incidencias políticas de las verdades de fe, las que serían respetadas
ante todo por su valor trascendente. Se trata más bien de la
subordinación de toda afirmación de la fe o de la teología a un
criterio político dependiente de la teoría de la lucha de clases,
motor de la historia.
7. En consecuencia, se presenta la entrada en la lucha de clases como
una exigencia de la caridad como tal; se denuncia como una actitud
estática y contraria al amor a los pobres la voluntad de amar desde
ahora a todo hombre, cualquiera que sea su pertenencia de clase, y de
ir a su encuentro por los caminos no violentos del diálogo y de la
persuasión. Si se afirma que el hombre no debe ser objeto de odio, se
afirma igualmente que en virtud de su pertenencia objetiva al mundo de
los ricos, él es ante todo un enemigo de clase que hay que combatir.
Consecuentemente la universalidad del amor al prójimo y la fraternidad
llegan a ser un principio escatológico, válido sólo para el «hombre
nuevo» que surgirá de la revolución victoriosa.
8. En cuanto a la Iglesia, se tiende a ver en ella sólo una realidad
interior de la historia, que obedece también a las leyes que se
suponen dirigen el devenir histórico en su inmanencia. Esta reducción
vacía la realidad específica de la Iglesia, don de la gracia de Dios y
misterio de fe. Igualmente, se niega que tenga todavía sentido la
participación en la misma Mesa eucarística de cristianos que por otra
parte pertenecen a clases opuestas.
9. En su significación positiva, la Iglesia de los pobres significa la
preferencia, no exclusiva, dada a los pobres, según todas las formas
de miseria humana, ya que ellos son los preferidos de Dios. La
expresión significa también la toma de conciencia de las exigencias de
la pobreza evangélica en nuestro tiempo, por parte de la Iglesia,
-como comunión y como institución- así como por parte de sus miembros.
10. Pero las «teologías de la liberación», que tienen el mérito de
haber valorado los grandes textos de los Profetas y del Evangelio
sobre la defensa de los pobres, conducen a un amalgama ruinosa entre
el pobre de la Escritura y el proletariado de Marx . Por ello el
sentido cristiano del pobre se pervierte y el combate por los derechos
de los pobres se transforma en combate de clase en la perspectiva
ideológica de la lucha de clases. La Iglesia de los pobres significa
así una Iglesia de clase, que ha tomado conciencia de las necesidades
de la lucha revolucionaria como etapa hacia la liberación y que
celebra esta liberación en su liturgia.
11. Es necesario hacer una observación análoga respecto a la expresión
Iglesia del pueblo. Desde el punto de vista pastoral, se puede
entender por ésta los destinatarios prioritarios de la evangelización,
aquellos hacia los cuales, en virtud de su condición, se dirige ante
todo el amor pastoral de la Iglesia. Se puede también referir a la
Iglesia como «pueblo de Dios», es decir, como el pueblo de la Nueva
Alianza sellada en Cristo. 24
12. Pero las «teologías de la liberación», de las que hablamos,
entienden por Iglesia del pueblo una Iglesia de clase, la Iglesia del
pueblo oprimido que hay que «concientizar» en vista de la lucha
liberadora organizada. El pueblo así entendido llega a ser también
para algunos, objeto de la fe.
13. A partir de tal concepción de la Iglesia del pueblo, se desarrolla
una crítica de las estructuras mismas de la Iglesia. No se trata
solamente de una corrección fraternal respecto a los pastores de la
Iglesia cuyo comportamiento no refleja el espíritu evangélico de
servicio y se une a signos anacrónicos de autoridad que escandalizan a
los pobres. Se trata de poner en duda la estructura sacramental y
jerárquica de la Iglesia, tal como la ha querido el Señor. Se denuncia
la jerarquía y el Magisterio como representantes objetivos de la clase
dominante que es necesario combatir. Teológicamente, esta posición
vuelve a decir que el pueblo es la fuente de los ministerios y que se
puede dotar de ministros a elección propia, según las necesidades de
su misión revolucionaria histórica.
X - UNA NUEVA HERMENÉUTICA
1. La concepción partidaria de la verdad que se manifiesta en la
praxis revolucionaria de clase corrobora esta posición. Los teólogos
que no comparten las tesis de la «teología de la liberación», la
jerarquía, y sobre todo el Magisterio romano son así desacreditados a
priori, como pertenecientes a la clase de los opresores. Su teología
es una teología de clase. Argumentos y enseñanzas no son examinados en
sí mismos, pues sólo reflejan los intereses de clase. Por ello, su
contenido es decretado, en principio, falso.
2. Aquí aparece el carácter global y totalizante de la «teología de la
liberación». Esta, en consecuencia, debe ser criticada, no en tal o
cual de sus afirmaciones, sino a nivel del punto de vista de clase que
adopta a priori y que funciona en ella como un principio hermenéutico
determinante.
3. A causa de este presupuesto clasista, se hace extremamente difícil,
por no decir imposible, obtener de algunos «teólogos de la liberación»
un verdadero diálogo en el cual el interlocutor sea escuchado y sus
argumentos sean discutidos objetivamente y con atención. Porque estos
teólogos parten, más o menos conscientemente, del presupuesto de que
el punto de vista de la clase oprimida y revolucionaria, que sería la
suya, constituye el único punto de vista de la verdad. Los criterios
teológicos de verdad se encuentran así relativizados y subordinados a
los imperativos de la lucha de clases. En esta perspectiva, se
substituye la ortodoxia como recta regla de la fe, por la idea de
ortopraxis como criterio de verdad. A este respecto, no hay que
confundir la orientación práctica, propia de la teología tradicional
al igual y con el mismo título que la orientación especulativa, con un
primado privilegiado reconocido a un cierto tipo de praxis. De hecho,
esta última es la praxis revolucionaria que llegaría a ser el supremo
criterio de la verdad teológica. Una sana metodología teológica tiene
en cuenta sin duda la praxis de la Iglesia en donde encuentra uno de
sus fundamentos, en cuanto que deriva de la fe y es su expresión
vivida.
4. La doctrina social de la Iglesia es rechazada con desdén. Se dice
que procede de la ilusión de un posible compromiso, propio de las
clases medias que no tienen destino histórico.
5. La nueva hermenéutica inscrita en las «teologías de la liberación»
conduce a una relectura esencialmente política de la Escritura. Por
tanto se da mayor importancia al acontecimiento del Éxodo en cuanto
que es liberación de la esclavitud política. Se propone igualmente una
lectura política del Magnificat. El error no está aquí en prestarle
atención a una dimensión política de los relatos bíblicos. Está en
hacer de esta dimensión la dimensión principal y exclusiva, que
conduce a una lectura reductora de la Escritura.
6. Igualmente, se sitúa en la perspectiva de un mesianismo temporal,
el cual es una de las expresiones más radicales de la secularización
del Reino de Dios y de su absorción en la inmanencia de la historia
humana.
7. Privilegiando de esta manera la dimensión política, se ha llegado a
negar la radical novedad del Nuevo Testamento y, ante todo, a
desconocer la persona de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y
verdadero hombre, al igual que el carácter específico de la liberación
que nos aporta, y que es ante todo liberación del pecado, el cual es
la fuente de todos los males.
8. Por otra parte, al dejar a un lado la interpretación autorizada del
Magisterio, denunciada como interpretación de clase, se descarta al
mismo tiempo la Tradición. Por esto, se priva de un criterio teológico
esencial de interpretación y, en el vacío así creado, se acogen las
tesis más radicales de la exégesis racionalista. Sin espíritu crítico
se vuelve a la oposición entre el «Jesús de la historia» y el «Jesús
de la fe».
9. Es cierto que se conservan literalmente las fórmulas de la fe, en
particular la de Calcedonia, pero se le atribuye una nueva
significación, lo cual es una negación de la fe de la Iglesia. Por un
lado se rechaza la doctrina cristológica ofrecida por la Tradición, en
nombre del criterio de clase; por otro, se pretende alcanzar el «Jesús
de la historia» a partir de la experiencia revolucionaria de la lucha
de los pobres por su liberación.
10. Se pretende revivir una experiencia análoga a la que habría sido
la de Jesús. La experiencia de los pobres que luchan por su liberación
-la cual habría sido la de Jesús-, revelaría ella sola el conocimiento
del verdadero Dios y del Reino.
11. Está claro que se niega la fe en el Verbo encarnado, muerto y
resucitado por todos los hombres, y que «Dios ha hecho Señor y
Cristo».25 Se le substituye por una «figura» de Jesús que es una
especie de símbolo que recapitula en sí las exigencias de la lucha de
los oprimidos.
12. Así se da una interpretación exclusivamente política de la muerte
de Cristo. Por ello se niega su valor salvífico y toda la economía de
la redención.
13. La nueva interpretación abarca así el conjunto del misterio
cristiano.
14. De manera general, opera lo que se puede llamar una inversión de
los símbolos. En lugar de ver con S. Pablo, en el Éxodo, una figura
del bautismo, 26 se llega al límite de hacer de él un símbolo de la
liberación política del pueblo.
15. Al aplicar el mismo criterio hermenéutico a la vida eclesial y a
la constitución jerárquica de la Iglesia, las relaciones entre la
jerarquía y la «base» llegan a ser relaciones de dominación que
obedecen a la ley de la lucha de clases. Se ignora simplemente la
sacramentalidad que está en la raíz de los ministerios eclesiales y
que hace de la Iglesia una realidad espiritual irreductible a un
análisis puramente sociológico.
16. La inversión de los símbolos se constata también en el campo de
los sacramentos. La Eucaristía ya no es comprendida en su verdad de
presencia sacramental del sacrificio reconciliador, y como el don del
Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Se convierte en celebración del
pueblo que lucha. En consecuencia, se niega radicalmente la unidad de
la Iglesia. La unidad, la reconciliación, la comunión en el amor ya no
se conciben como don que recibimos de Cristo. 27 La clase histórica de
los pobres es la que construye la unidad, a través de su lucha. La
lucha de clases es el camino para esta unidad. La Eucaristía llega a
ser así Eucaristía de clase. Al mismo tiempo se niega la fuerza
triunfante del amor de Dios que se nos ha dado.
XI - ORIENTACIONES
1. La llamada de atención contra las graves desviaciones de ciertas
«teologías de la liberación» de ninguna manera debe ser interpretada
como una aprobación, aun indirecta, dada a quienes contribuyen al
mantenimiento de la miseria de los pueblos, a quienes se aprovechan de
ella, a quienes se resignan o a quienes deja indiferentes esta
miseria. La Iglesia, guiada por el Evangelio de la Misericordia y por
el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia 28 y quiere
responder a él con todas sus fuerzas
2. Por tanto, se hace a la Iglesia un profundo llamamiento. Con
audacia y valentía, con clarividencia y prudencia, con celo y fuerza
de ánimo, con amor a los pobres hasta el sacrificio, los pastores
-como muchos ya lo hacen-, considerarán tarea prioritaria el responder
a esta llamada.
3. Todos los sacerdotes, religiosos y laicos que, escuchando el clamor
por la justicia, quieran trabajar en la evangelización y en la
promoción humana, lo harán en comunión con sus obispos y con la
Iglesia, cada uno en la línea de su específica vocación eclesial.
4. Conscientes del carácter eclesial de su vocación, los teólogos
colaborarán lealmente y en espíritu de diálogo con el Magisterio de la
Iglesia. Sabrán reconocer en el Magisterio un don de Cristo a su
Iglesia 29 y acogerán su palabra y sus instrucciones con respeto
filial.
5. Las exigencias de la promoción humana y de una liberación
auténtica, solamente se comprenden a partir de la tarea evangelizadora
tomada en su integridad. Esta liberación tiene como pilares
indispensables la verdad sobre Jesucristo el Salvador, la verdad sobre
la Iglesia, la verdad sobre el hombre y sobre su dignidad. 30 La
Iglesia, que quiere ser en el mundo entero la Iglesia de los pobres,
intenta servir a la noble lucha por la verdad y por la justicia, a la
luz de las Bienaventuranzas, y ante todo de la bienaventuranza de los
pobres de corazón. La Iglesia habla a cada hombre y, por lo tanto, a
todos los hombres. Es «la Iglesia universal. La Iglesia del misterio
de la encarnación. No es la Iglesia de una clase o de una sola casta.
Ella habla en nombre de la verdad misma. Esta verdad es realista».
Ella conduce a tener en cuenta «toda realidad humana, toda injusticia,
toda tensión, toda lucha».31
6. Una defensa eficaz de la justicia se debe apoyar sobre la verdad
del hombre, creado a imagen de Dios y llamado a la gracia de la
filiación divina. El reconocimiento de la verdadera relación del
hombre con Dios constituye el fundamento de la justicia que regula las
relaciones entre los hombres. Por esta razón la lucha por los derechos
del hombre, que la Iglesia no cesa de recordar, constituye el
auténtico combate por la justicia.
7. La verdad del hombre exige que este combate se lleve a cabo por
medios conformes a la dignidad humana. Por esta razón el recurso
sistemático y deliberado a la violencia ciega, venga de donde venga,
debe ser condenado. 32 El tener confianza en los medios violentos con
la esperanza de instaurar más justicia es ser víctima de una ilusión
mortal. La violencia engendra violencia y degrada al hombre. Ultraja
la dignidad del hombre en la persona de las víctimas y envilece esta
misma dignidad en quienes la practican.
8. La urgencia de reformas radicales de las estructuras que producen
la miseria y constituyen ellas mismas formas de violencia no puede
hacer perder de vista que la fuente de las injusticias está en el
corazón de los hombres. Solamente recurriendo a las capacidades éticas
de la persona y a la perpetua necesidad de conversión interior se
obtendrán los cambios sociales que estarán verdaderamente al servicio
del hombre. 33 Pues a medida que los hombres, conscientes del sentido
de su responsabilidad, colaboran libremente, con su iniciativa y
solidaridad, en los cambios necesarios, crecerán en humanidad. La
inversión entre moralidad y estructuras conlleva una antropología
materialista incompatible con la verdad del hombre.
9. Igualmente es una ilusión mortal creer que las nuevas estructuras
por sí mismas darán origen a un «hombre nuevo», en el sentido de la
verdad del hombre. El cristiano no puede desconocer que el Espíritu
Santo, que nos ha sido dado, es la fuente de toda verdadera novedad y
que Dios es el señor de la historia.
10. Igualmente, la inversión por la violencia revolucionaria de las
estructuras generadoras de injusticia no es ipso facto el comienzo de
la instauración de un régimen justo. Un hecho notable de nuestra época
debe ser objeto de la reflexión de todos aquellos que quieren
sinceramente la verdadera liberación de sus hermanos. Millones de
nuestros contemporáneos aspiran legítimamente a recuperar las
libertades fundamentales de las que han sido privados por regímenes
totalitarios y ateos que se han apoderado del poder por caminos
revolucionarios y violentos, precisamente en nombre de la liberación
del pueblo. No se puede ignorar esta vergüenza de nuestro tiempo:
pretendiendo aportar la libertad se mantiene a naciones enteras en
condiciones de esclavitud indignas del hombre. Quienes se vuelven
cómplices de semejantes esclavitudes, tal vez inconscientemente,
traicionan a los pobres que intentan servir.
11. La lucha de clases como camino hacia la sociedad sin clases es un
mito que impide las reformas y agrava la miseria y las injusticias.
Quienes se dejan fascinar por este mito deberían reflexionar sobre las
amargas experiencias históricas a las cuales ha conducido.
Comprenderán entonces que no se trata de ninguna manera de abandonar
un camino eficaz de lucha en favor de los pobres en beneficio de un
ideal sin efectos. Se trata, al contrario, de liberarse de un
espejismo para apoyarse sobre el Evangelio y su fuerza de realización.
12. Una de las condiciones para el necesario enderezamiento teológico
es la recuperación del valor de la enseñanza social de la Iglesia.
Esta enseñanza de ningún modo es cerrada. Al contrario, está abierta a
todas las cuestiones nuevas que no dejan de surgir en el curso de los
tiempos. En esta perspectiva, la contribución de los teólogos y
pensadores de todas las regiones del mundo a la reflexión de la
Iglesia es hoy indispensable.
13. Igualmente, la experiencia de quienes trabajan directamente en la
evangelización y promoción de los pobres y oprimidos es necesaria para
la reflexión doctrinal y pastoral de la Iglesia. En este sentido, hay
que decir que se tome conciencia de ciertos aspectos de la verdad a
partir de la praxis, si por ésta se entiende la práctica pastoral y
una práctica social de inspiración evangélica.
14. La enseñanza de la Iglesia en materia social aporta las grandes
orientaciones éticas. Pero, para que ella pueda guiar directamente la
acción, exige personalidades competentes, tanto desde el punto de
vista científico y técnico como en el campo de las ciencias humanas o
de la política. Los pastores estarán atentos a la formación de tales
personalidades competentes, viviendo profundamente del Evangelio. A
los laicos, cuya misión propia es construir la sociedad, corresponde
aquí el primer puesto.
15. Las tesis de las «teologías de la liberación» son ampliamente
difundidas, bajo una forma todavía simplificada, en sesiones de
formación o en grupos de base que carecen de preparación catequética y
teológica. Son así aceptadas, sin que resulte posible un juicio
crítico, por hombres y mujeres generosos.
16. Por esto los pastores deben vigilar la calidad y el convenido de
la catequesis y de la formación que siempre debe presentar la
integridad del mensaje de la salvación y los imperativos de la
verdadera liberación humana en el marco de este mensaje integral.
17. En esta presentación integral del misterio cristiano, será
oportuno acentuar los aspectos esenciales que las «teologías de la
liberación» tienden especialmente a desconocer o eliminar:
trascendencia y gratuidad de la liberación en Jesucristo, verdadero
Dios y verdadero hombre, soberanía de su gracia, verdadera naturaleza
de los medios de salvación, y en particular de la Iglesia y de los
sacramentos. Se recordará la verdadera significación de la ética para
la cual la distinción entre el bien y el mal no podrá ser relativizada,
el sentido auténtico del pecado, la necesidad de la conversión y la
universalidad de la ley del amor fraterno. Se pondrá en guardia contra
una politización de la existencia que, desconociendo a un tiempo la
especificidad del Reino de Dios y la trascendencia de la persona,
conduce a sacralizar la política y a captar la religiosidad del pueblo
en beneficio de empresas revolucionarias.
18. A los defensores de «la ortodoxia», se dirige a veces el reproche
de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a
situaciones de injusticia intolerables y de los regímenes políticos
que las mantienen. La conversión espiritual, la intensidad del amor a
Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido
evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos, y
especialmente a los pastores y a los responsables. La preocupación por
la pureza de la fe ha de ir unida a la preocupación por aportar, con
una vida teologal integral, la respuesta de un testimonio eficaz de
servicio al prójimo, y particularmente al pobre y al oprimido. Con el
testimonio de su fuerza de amar, dinámica y constructiva, los
cristianos pondrán así las bases de aquella «civilización del amor» de
la cual ha hablado, después de Pablo VI, la Conferencia de Puebla. 34
Por otra parte, son muchos, sacerdotes, religiosos y laicos, los que
se consagran de manera verdaderamente evangélica a la creación de una
sociedad justa.
CONCLUSIÓN
Las palabras de Pablo VI, en el Credo del pueblo de Dios, expresan con
plena claridad la fe de la Iglesia, de la cual no se puede apartar sin
provocar, con la ruina espiritual, nuevas miserias y nuevas
esclavitudes.
«Confesamos que el Reino de Dios iniciado aquí abajo en la Iglesia de
Cristo no es de este mundo, cuya figura pasa, y que su crecimiento
propio no puede confundirse con el progreso de la civilización, de la
ciencia o de la técnica humanas, sino que consiste en conocer cada vez
más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en esperar cada
vez con más fuerza los bienes eternos, en corresponder cada vez más
ardientemente al Amor de Dios, en dispensar cada vez más
abundantemente la gracia y la santidad entre los hombres. Es este
mismo amor el que impulsa a la Iglesia a preocuparse constantemente
del verdadero bien temporal de los hombres. Sin cesar de recordar a
sus hijos que ellos no tienen una morada permanente en este mundo, los
alienta también, en conformidad con la vocación y los medios de cada
uno, a contribuir al bien de su ciudad terrenal, a promover la
justicia, la paz y la fraternidad entre los hombres, a prodigar ayuda
a sus hermanos, en particular a los más pobres y desgraciados. La
intensa solicitud de la Iglesia, Esposa de Cristo, por las necesidades
de los hombres, por sus alegrías y esperanzas, por sus penas y
esfuerzos, nace del gran deseo que tiene de estar presente entre ellos
para iluminarlos con la luz de Cristo y juntar a todos en Él, su único
Salvador. Pero esta actitud nunca podrá comportar que la Iglesia se
conforme con las cosas de este mundo ni que disminuya el ardor de la
espera de su Señor y del Reino eterno».35
El Santo Padre Juan Pablo II, en el transcurso de una Audiencia
concedida al infrascrito Prefecto, ha aprobado esta Instrucción, cuya
preparación fue decidida en una reunión ordinaria de la Congregación
para la Doctrina de la Fe, y ha ordenado su publicación.
Dado en Roma, en la Sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
el día 6 de agosto de 1984, fiesta de la Transfiguración del Señor.
JOSEPH Card. RATZINGER
Prefecto
ALBERTO BOVONE
Arzobispo Tit. de Cesárea de Numidia
Secretario