FAMILIAS Y UNIONES DE HECHO
Ver también:
Cantalamessa
Declaración del Pontificio
Consejo para la Familia acerca de la Resolución del Parlamento
Europeo del 16/3/2000 sobre la
Equiparación entre familia y 'uniones de hecho', incluso
homosexuales.
Los medios de comunicación informan que el
Parlamento Europeo ha aprobado una Resolución sobre el respeto de los
derechos humanos en la Unión Europea, que contempla también la
modalidad de las uniones de hecho y entre ellas la convivencia
registrada entre personas de un mismo sexo, así como la necesidad del
reconocimiento de 'matrimonios legales' entre personas del mismo sexo.
Esta Resolución representa un grave y reiterado
atentado contra la familia fundada en el matrimonio, como unión de
amor y de vida entre un hombre y una mujer, de la cual naturalmente
nace la vida. En tal unión matrimonial, como bien necesario que es,
está sólidamente basada toda sociedad. Negar esta fundamental y
elemental verdad antropológica llevaría a la destrucción del tejido
social. Asimilar tales uniones de hecho, y más aún las homosexuales,
a las uniones propiamente matrimoniales e invitar a que los
Parlamentos legislen en este sentido, ¿no constituye un
desconocimiento de la profunda aspiración de los pueblos en su más
honda identidad?
A lo largo de la historia los pueblos han reconocido
con sabiduría lo que es y comporta el matrimonio, ahora sometido por
el Parlamento Europeo en esta Resolución a tan lamentable
tergiversación. Por fortuna, los Parlamentos de Europa sabrán
seguramente estar en sintonía con la inmensa mayoría de las familias
europeas, a las que urge ayudar en su noble misión y que ahora se verían
injustamente equiparadas a esta clase de 'uniones', por esta resolución,
que en ninguna forma tiene auténtico valor de ley o de orientación
obligante. La naturaleza específica de la familia, fundada en el
matrimonio, es reconocida por la mayoría de las Constituciones
europeas. Esta no es por otra parte sólo una verdad de los creyentes,
sino patrimonio natural de la humanidad, inscrita en el corazón del
hombre y que marca la cultura de los pueblos.
Por tanto, los legisladores, y en modo particular
los parlamentarios católicos, no podrían cooperar con su voto a esta
clase de legislación, que, por ir contra el bien común y la verdad
del hombre, sería propiamente inicua.
Ciudad del Vaticano, 17 de marzo de
2000
Cardenal Alfonso López Trujillo
Presidente
+Francisco Gil Hellín
+Secretario