EXHORTACION APOSTÓLICA POSTSINODAL
ECCLESIA IN EUROPA
DEL SANTO PADRE
JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS,
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS, A LOS CONSAGRADOS Y
CONSAGRADAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE JESUCRISTO
VIVO EN SU IGLESIA Y FUENTE DE ESPERANZA PARA EUROPA
-29-VI-03
ESTE DOCUMENTO ABARCA DOS PAGINAS: ESTA Y
LA 2>>>
INTRODUCCIÓN
Un gozoso anuncio para Europa
1. La Iglesia en Europa ha acompañado con
sentimientos de cercanía a sus Obispos reunidos por segunda vez en
Sínodo, mientras estaban dedicados a meditar en Jesucristo vivo en su
Iglesia y fuente de esperanza para Europa.
Es un tema que también yo, recordando con
mis hermanos Obispos las palabras de la Primera Carta de san Pedro,
deseo proclamar a todos los cristianos de Europa al comienzo del tercer
milenio. « No les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario, dad
culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar
respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza » (3, 14-15).1
Esta exhortación ha tenido eco
continuamente durante el Gran Jubileo del año dos mil, con el cual el
Sínodo, celebrado inmediatamente antes, ha estado en estrecha relación,
como una puerta abierta hacia él.2 El Jubileo ha sido « un
canto de alabanza único e ininterrumpido a la Trinidad », un auténtico «
camino de reconciliación » y un « signo de la genuina esperanza para
quienes miran a Cristo y a su Iglesia ».3 Al dejarnos en
herencia la alegría del encuentro vivificante con Cristo, que « es el
mismo, ayer, hoy y siempre » (cf. Hb 13, 8), nos ha presentado al
Señor Jesús como único e indefectible fundamento de la verdadera
esperanza.
Un segundo Sínodo para Europa
2. La profundización en el tema de la
esperanza fue desde el principio el objetivo principal de la II Asamblea
Especial para Europa del Sínodo de los Obispos. Era el último de la
serie de Sínodos de carácter continental celebrados como preparación
para el Gran Jubileo del año dos mil 4 y tenía como objetivo
analizar la situación de la Iglesia en Europa y ofrecer indicaciones
para promover un nuevo anuncio del Evangelio, como subrayé en la
convocatoria que anuncié públicamente el 23 de junio de 1996, al final
de la Eucaristía celebrada en el Estadio Olímpico de Berlín. 5
La Asamblea sinodal no podía dejar de
referirse, evaluar y desarrollar lo que se había puesto de relieve en el
Sínodo anterior dedicado a Europa y celebrado en 1991, apenas después de
la caída del muro, sobre el tema « Para ser testigos de Cristo que nos
ha liberado ». Aquella primera Asamblea puso de relieve la urgencia y la
necesidad de la « nueva evangelización », consciente de que « Europa,
hoy, no debe apelar simplemente a su herencia cristiana anterior; hay
que alcanzar de nuevo la capacidad de decidir sobre el futuro de Europa
en un encuentro con la persona y el mensaje de Jesucristo ».6
Transcurridos nueve años, se ha
considerado, con toda su fuerza estimulante, que « la Iglesia tiene la
tarea urgente de aportar, de nuevo, a los hombres de Europa el anuncio
liberador del Evangelio ».7 El tema elegido para la nueva
Asamblea sinodal reiteró el mismo reto, esta vez desde la perspectiva de
la esperanza. Se trataba, pues, de proclamar esta exhortación a la
esperanza a una Europa que parecía haberla perdido.8
La experiencia del Sínodo
3. La Asamblea sinodal, celebrada del 1
al 23 de octubre de 1999, ha sido una preciosa oportunidad de
encuentro, escucha y confrontación: se ha profundizado en el
conocimiento mutuo entre Obispos de diversas partes de Europa y con el
Sucesor de Pedro y, todos juntos, hemos podido edificarnos
recíprocamente, sobre todo gracias a los testimonios de aquellos que han
soportado duras y prolongadas persecuciones a causa de la fe bajo los
regímenes totalitarios pasados.9 Hemos vivido una vez más
momentos de comunión en la fe y en la caridad, animados por el deseo de
realizar un fraterno « intercambio de dones » y enriquecidos mutuamente
con las diversas experiencias de cada uno.10
De todo ello ha surgido el deseo de
acoger la llamada que el Espíritu dirige a las Iglesias en Europa para
que se comprometan ante los nuevos desafíos.11 Con una
mirada llena de amor, los participantes en el encuentro sinodal han
examinado sin reparos la realidad actual del Continente,
constatando en ella luces y sombras. Se ha llegado a la clara convicción
de que la situación está marcada por graves incertidumbres en el campo
cultural, antropológico, ético y espiritual. Asimismo, se ha ido
afirmando con nitidez una creciente voluntad de ahondar e interpretar
esta situación, con el fin de descubrir las tareas que le esperan a la
Iglesia: se han propuesto « orientaciones útiles para que el rostro
Cristo sea cada vez más visible a través de un anuncio más eficaz,
corroborado por un testimonio coherente ».12
4. Al vivir la experiencia sinodal con
discernimiento evangélico, ha madurado cada vez más la conciencia de
la unidad que, sin negar las diferencias derivadas de las
vicisitudes históricas, aglutina las diversas partes de Europa. Una
unidad que, hundiendo sus raíces en la común inspiración cristiana, sabe
articular las diferentes tradiciones culturales y exige un camino
constante de conocimiento mutuo, tanto en lo social como en lo eclesial,
que esté abierto a compartir mejor los valores de cada uno.
En el transcurso del Sínodo,
paulatinamente se ha ido notando un gran impulso hacia la esperanza.
Aun aceptando los análisis sobre la complejidad que caracteriza el
Continente, los Padres sinodales se han percatado de que, tal vez, lo
más crucial, en el Este como en el Oeste, es su creciente necesidad de
esperanza que pueda dar sentido a la vida y a la historia, y permita
caminar juntos. Todas las reflexiones del Sínodo se han orientado a dar
respuesta a esta necesidad, partiendo del misterio de Cristo y del
misterio trinitario. El Sínodo ha presentado de nuevo la figura de
Jesús, que vive en su Iglesia y es revelador del Dios Amor, que es
comunión de las tres Personas divinas.
El Apocalipsis como icono
5. Con la presente Exhortación
postsinodal, me complace compartir con la Iglesia en Europa los frutos
de esta II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos.
Quiero satisfacer así el deseo manifestado al final de la reunión
sinodal, cuando los Pastores me han entregado el texto de sus
reflexiones, junto con la petición de ofrecer a la Iglesia peregrina en
Europa un documento sobre el mismo tema del Sínodo.13
« El que tenga oídos, oiga lo que el
Espíritu dice a las Iglesias » (Ap
2, 7). Al anunciar a Europa el Evangelio de la esperanza, sigo como guía
el libro del Apocalipsis, « revelación profética » que desvela a
la comunidad creyente el sentido escondido y profundo de los
acontecimientos (cf. Ap 1, 1). El Apocalipsis nos pone ante una
palabra dirigida a las comunidades cristianas para que sepan interpretar
y vivir su inserción en la historia, con sus interrogantes y sus penas,
a la luz de la victoria definitiva del Cordero inmolado y resucitado. Al
mismo tiempo, nos hallamos ante una palabra que compromete a vivir
abandonando la insistente tentación de construir la ciudad de los
hombres prescindiendo de Dios o contra Él. En efecto, si esto llegara a
suceder, sería la convivencia humana misma la que, antes o después,
experimentaría una derrota irremediable.
El Apocalipsis trata de alentar a los
creyentes: más allá de toda apariencia, y aunque no vean aún los
resultados, la victoria de Cristo ya se ha realizado y es definitiva.
Esto es una orientación para afrontar los acontecimientos humanos con
una actitud de fundamental confianza, que surge de la fe en el
Resucitado, presente y activo en la historia.
CAPÍTULO I
JESUCRISTO ES NUESTRA ESPERANZA
« No temas, soy yo, el
Primero y el Último, el que vive »
(Ap 1, 17-18)
El Resucitado está siempre con nosotros
6. En la época del autor del Apocalipsis,
tiempo de persecución, tribulación y desconcierto para la Iglesia (cf.
Ap 1, 9), en la visión se proclama una palabra de esperanza:
« No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto,
pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves
de la Muerte y del Hades » (Ap 1, 17-18). Estamos ante el
Evangelio, « la Buena nueva », que es Jesucristo mismo. Él es el
Primero y el Último: en Él comienza, tiene sentido, orientación y
cumplimiento toda la historia; en Él y con Él, en su muerte y
resurrección, ya se ha dicho todo. Es el que vive: murió, pero
ahora vive para siempre. Él es el Cordero que está de pie en
medio del trono de Dios (cf. Ap 5, 6): es inmolado, porque
ha derramado su sangre por nosotros en el madero de la cruz; está en
pie, porque ha vuelto para siempre a la vida y nos ha mostrado la
omnipotencia infinita del amor del Padre. Tiene firme en sus manos
las siete estrellas (cf. Ap 1, 16), es decir, la Iglesia de
Dios perseguida, en lucha contra el mal y contra el pecado, pero que
tiene igualmente derecho a sentirse alegre y victoriosa, porque está en
manos de Quien ya ha vencido el mal. Camina entre los siete
candeleros de oro (Ap 2, 1): está presente y actúa en su
Iglesia en oración. Él es también el que « va a venir » (cf.
Ap 1,4) por medio de la misión y la acción de la Iglesia a lo largo
de la historia humana; viene al final de los tiempos, como segador
escatológico, para dar cumplimento a todas las cosas (cf. Ap 14,
15- 16; 22, 20).
I. Retos y signos de
esperanza
para la Iglesia en Europa
El oscurecimiento de la esperanza
7. Esta palabra se dirige hoy
también a las Iglesias en Europa, afectadas a menudo por un
oscurecimiento de la esperanza. En efecto, la época que estamos
viviendo, con sus propios retos, resulta en cierto modo desconcertante.
Tantos hombres y mujeres parecen desorientados, inseguros, sin
esperanza, y muchos cristianos están sumidos en este estado de ánimo.
Hay numerosos signos preocupantes que, al principio del tercer
milenio, perturban el horizonte del Continente europeo que, « aun
teniendo cuantiosos signos de fe y testimonio, y en un clima de
convivencia indudablemente más libre y más unida, siente todo el
desgaste que la historia, antigua y reciente, ha producido en las fibras
más profundas de sus pueblos, engendrando a menudo desilusión ».14
Entre los muchos aspectos indicados con
ocasión del Sínodo,15 quisiera recordar la pérdida de la
memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de
agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual muchos
europeos dan la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos
que han despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia.
Por eso no han de sorprender demasiado los intentos de dar a Europa una
identidad que excluye su herencia religiosa y, en particular, su
arraigada alma cristiana, fundando los derechos de los pueblos que la
conforman sin injertarlos en el tronco vivificado por la savia del
cristianismo.
En el Continente europeo no faltan
ciertamente símbolos prestigiosos de la presencia cristiana, pero éstos,
con el lento y progresivo avance del laicismo, corren el riesgo de
convertirse en mero vestigio del pasado. Muchos ya no logran integrar el
mensaje evangélico en la experiencia cotidiana; aumenta la dificultad de
vivir la propia fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el
proyecto de vida cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado; en
muchos ambientes públicos es más fácil declararse agnóstico que
creyente; se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, mientras
que creer requiere una legitimación social que no es indiscutible ni
puede darse por descontada.
8. Esta pérdida de la memoria cristiana
va unida a un cierto miedo en afrontar el futuro. La imagen del
porvenir que se propone resulta a menudo vaga e incierta. Del futuro se
tiene más temor que deseo. Lo demuestran, entre otros signos
preocupantes, el vacío interior que atenaza a muchas personas y la
pérdida del sentido de la vida. Como manifestaciones y frutos de esta
angustia existencial pueden mencionarse, en particular, el dramático
descenso de la natalidad, la disminución de las vocaciones al sacerdocio
y a la vida consagrada, la resistencia, cuando no el rechazo, a tomar
decisiones definitivas de vida incluso en el matrimonio.
Se está dando una difusa fragmentación
de la existencia; prevalece una sensación de soledad; se multiplican
las divisiones y las contraposiciones. Entre otros síntomas de este
estado de cosas, la situación europea actual experimenta el grave
fenómeno de las crisis familiares y el deterioro del concepto mismo de
familia, la persistencia y los rebrotes de conflictos étnicos, el
resurgir de algunas actitudes racistas, las mismas tensiones
interreligiosas, el egocentrismo que encierra en sí mismos a las
personas y los grupos, el crecimiento de una indiferencia ética general
y una búsqueda obsesiva de los propios intereses y privilegios. Para
muchos, la globalización que se está produciendo, en vez de llevar a una
mayor unidad del género humano, amenaza con seguir una lógica que
margina a los más débiles y aumenta el número de los pobres de la
tierra.
Junto con la difusión del individualismo,
se nota un decaimiento creciente de la solidaridad interpersonal:
mientras las instituciones asistenciales realizan un trabajo benemérito,
se observa una falta del sentido de solidaridad, de manera que muchas
personas, aunque no carezcan de las cosas materiales necesarias, se
sienten más solas, abandonadas a su suerte, sin lazos de apoyo afectivo.
9. En la raíz de la pérdida de la
esperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología sin
Dios y sin Cristo. Esta forma de pensar ha llevado a considerar al
hombre como « el centro absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar así
falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace
a Dios, sino que es Dios quien hace al hombre. El olvido de Dios condujo
al abandono del hombre », por lo que, « no es extraño que en este
contexto se haya abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo del
nihilismo, en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la
moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la
configuración de la existencia diaria ».16 La cultura europea
da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre
autosuficiente que vive como si Dios no existiera.
En esta perspectiva surgen los intentos,
repetidos también últimamente, de presentar la cultura europea
prescindiendo de la aportación del cristianismo, que ha marcado su
desarrollo histórico y su difusión universal. Asistimos al nacimiento de
una nueva cultura, influenciada en gran parte por los medios de
comunicación social, con características y contenidos que a menudo
contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana. De
esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso cada vez más
difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo, que
hunde sus raíces en la pérdida de la verdad del hombre como fundamento
de los derechos inalienables de cada uno. Los signos de la falta de
esperanza se manifiestan a veces en las formas preocupantes de lo que se
puede llamar una « cultura de muerte ».17
La imborrable nostalgia de la esperanza
10. Pero, como han subrayado los Padres
sinodales, « el hombre no puede vivir sin esperanza: su vida,
condenada a la insignificancia, se convertiría en insoportable ».18
Frecuentemente, quien tiene necesidad de esperanza piensa poder saciarla
con realidades efímeras y frágiles. De este modo la esperanza,
reducida al ámbito intramundano cerrado a la trascendencia, se
contenta, por ejemplo, con el paraíso prometido por la ciencia y la
técnica, con las diversas formas de mesianismo, con la felicidad de tipo
hedonista, lograda a través del consumismo o aquella ilusoria y
artificial de las sustancias estupefacientes, con ciertas modalidades
del milenarismo, con el atractivo de las filosofías orientales, con la
búsqueda de formas esotéricas de espiritualidad o con las diferentes
corrientes de New Age.19
Sin embargo, todo esto se demuestra
sumamente ilusorio e incapaz de satisfacer la sed de felicidad que el
corazón del hombre continúa sintiendo dentro de sí. De este modo
permanecen y se agudizan los signos preocupantes de la falta de
esperanza, que a veces se manifiesta también bajo formas de agresividad
y violencia.20
Signos de esperanza
11. Ningún ser humano puede vivir sin
perspectivas de futuro. Mucho menos la Iglesia, que vive de la esperanza
del Reino que viene y que ya está presente en este mundo. Sería injusto
no reconocer los signos de la influencia del Evangelio de
Cristo en la vida de la sociedad. Los Padres sinodales los han
especificado y subrayado.
Entre estos signos se ha de mencionar la
recuperación de la libertad de la Iglesia en Europa del Este, con las
nuevas posibilidades de actividad pastoral que se han abierto para ella;
el que la Iglesia se concentre en su misión espiritual y en su
compromiso de vivir la primacía de la evangelización incluso en sus
relaciones con la realidad social y política; la creciente toma de
conciencia de la misión propia de todos los bautizados, con la variedad
y complementariedad de sus dones y tareas; la mayor presencia de la
mujer en las estructuras y en los diversos ámbitos de la comunidad
cristiana.
Una comunidad de pueblos
12. Considerando Europa como comunidad
civil, no faltan signos que dan lugar a la esperanza: en ellos,
aun entre las contradicciones de la historia, podemos percibir con una
mirada de fe la presencia del Espíritu de Dios que renueva la faz de la
tierra. Los Padres sinodales los han descrito así al final de sus
trabajos: « Comprobamos con alegría la creciente apertura
recíproca de los pueblos, la reconciliación entre naciones
durante largo tiempo hostiles y enemigas, la ampliación
progresiva del proceso unitario a los países del Este europeo.
Reconocimientos, colaboraciones e intercambios de todo tipo se
están llevando a cabo, de forma que, poco a poco, se está creando una
cultura, más aún, una conciencia europea, que esperamos pueda
suscitar, especialmente entre los jóvenes, un sentimiento de fraternidad
y la voluntad de participación. Registramos como positivo el hecho de
que todo este proceso se realiza según métodos democráticos, de
manera pacífica y con un espíritu de libertad, que respeta y
valora las legítimas diversidades, suscitando y sosteniendo el proceso
de unificación de Europa. Acogemos con satisfacción lo que se ha
hecho para precisar las condiciones y las modalidades del respeto de los
derechos humanos. Por último, en el contexto de la legítima y
necesaria unidad económica y política de Europa, mientras registramos
los signos de la esperanza que ofrece la consideración dada al
derecho y a la calidad de la vida, deseamos vivamente que,
con fidelidad creativa a la tradición humanista y cristiana de nuestro
continente, se garantice la supremacía de los valores éticos y
espirituales ».21
Los mártires y los testigos de la fe
13. Pero quiero llamar la atención
particularmente sobre algunos signos surgidos en el ámbito
específicamente eclesial. Ante todo, con los Padres sinodales, quiero
proponer a todos, para que nunca se olvide, el gran signo de esperanza
constituido por los numerosos testigos de la fe cristiana que ha
habido en el último siglo, tanto en el Este como en el Oeste. Ellos han
sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución,
frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre.
Estos testigos, especialmente los que han
afrontado el martirio, son un signo elocuente y grandioso que se nos
pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son
para ella y la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en
las tinieblas la luz de Cristo; al pertenecer a diversas confesiones
cristianas, brillan asimismo como signo de esperanza para el camino
ecuménico, por la certeza de que su sangre es « también linfa de unidad
para la Iglesia ».22
Más radicalmente aún, demuestran que el
martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza: «
En efecto, los mártires anuncian este Evangelio y lo testimonian con su
vida hasta la efusión de su sangre, porque están seguros de no poder
vivir sin Cristo y están dispuestos a morir por Él, convencidos de que
Jesús es el Dios y el Salvador del hombre y que, por tanto, sólo en Él
encuentra el hombre la plenitud verdadera de la vida. De este modo,
según la exhortación del apóstol Pedro, se muestran preparados para dar
razón de su esperanza (cf. 1 Pe 3, 15). Los mártires, además,
celebran el "Evangelio de la esperanza", porque el ofrecimiento de su
vida es la manifestación más radical y más grande del sacrificio vivo,
santo y agradable a Dios, que constituye el verdadero culto espiritual (cf.
Rm 12, 1), origen, alma y cumbre de toda celebración cristiana.
Ellos, por fin, sirven al "Evangelio de la esperanza", porque con su
martirio expresan en sumo grado el amor y el servicio al hombre, en
cuanto demuestran que la obediencia a la ley evangélica genera una vida
moral y una convivencia social que honra y promueve la dignidad y la
libertad de cada persona ».23
La santidad de
muchos
14. Fruto de la conversión realizada por
el Evangelio es la santidad de tantos hombres y mujeres de
nuestro tiempo. No sólo de los que así han sido proclamados oficialmente
por la Iglesia, sino también de los que, con sencillez y en la
existencia cotidiana, han dado testimonio de su fidelidad a Cristo.
¿Cómo no pensar en los innumerables hijos de la Iglesia que, a lo largo
de la historia del Continente europeo, han vivido una santidad generosa
y auténtica de forma oculta en la vida familiar, profesional y social? «
Todos ellos, como "piedras vivas", unidas a Cristo "piedra angular", han
construido Europa como edificio espiritual y moral, dejando a la
posteridad la herencia más preciosa. Nuestro Señor Jesucristo lo había
prometido: "El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y
las hará mayores aún, porque yo voy al Padre" (Jn 14, 12). Los
santos son la prueba viva del cumplimiento de esta promesa, y nos animan
a creer que ello es posible también en los momentos más difíciles de la
historia ».24
La parroquia y los movimientos eclesiales
15. El Evangelio sigue dando sus frutos
en las comunidades parroquiales, en las personas consagradas, en las
asociaciones de laicos, en los grupos de oración y apostolado, en muchas
comunidades juveniles, así como también a través de la presencia y
difusión de nuevos movimientos y realidades eclesiales. En efecto, el
mismo Espíritu sabe suscitar en cada uno de ellos una renovada entrega
al Evangelio, disponibilidad generosa al servicio, vida cristiana
caracterizada por el radicalismo evangélico y el impulso misionero.
Todavía hoy en Europa, tanto en los
Países postcomunistas como en Occidente, la parroquia, si bien
necesita una renovación constante,25 sigue conservando y
ejerciendo su misión indispensable y de gran actualidad en el ámbito
pastoral y eclesial. Es capaz de ofrecer a los fieles un espacio para el
ejercicio efectivo de la vida cristiana y es lugar también de auténtica
humanización y socialización, tanto en un contexto de dispersión y
anonimato, propio de las grandes ciudades modernas, como en zonas
rurales con escasa población.26
16. Al mismo tiempo, mientras expreso
junto con los Padres sinodales mi gran estima por la presencia y la
acción de muchas asociaciones y organizaciones apostólicas y, en
particular, de la Acción Católica, deseo hacer notar la contribución
específica que, en comunión con las otras realidades eclesiales y nunca
de manera aislada, pueden ofrecer los nuevos movimientos y las nuevas
comunidades eclesiales. En efecto, éstos últimos « ayudan a los
cristianos a vivir más radicalmente según el Evangelio; son cuna de
diversas vocaciones y generan nuevas formas de consagración; promueven
sobre todo la vocación de los laicos y la llevan a manifestarse en los
diversos ámbitos de la vida; favorecen la santidad del pueblo; pueden
ser anuncio y exhortación para quienes, de otra manera, no se
encontrarían con la Iglesia; con frecuencia apoyan el camino ecuménico y
abren cauces para el diálogo interreligioso; son un antídoto contra la
difusión de las sectas; son una gran ayuda para difundir vivacidad y
alegría en la Iglesia ».27
El camino ecuménico
Damos gracias a Dios por el destacado y
alentador signo de esperanza que son los progresos logrados por el
camino ecuménico siguiendo las directrices de la verdad, la caridad
y la reconciliación.
Es uno de los grandes dones del Espíritu
Santo a un Continente como el europeo, que dio origen a las graves
divisiones entre los cristianos en el segundo milenio y que todavía
sufre mucho por sus consecuencias.
Recuerdo con emoción algunos momentos muy
intensos experimentados durante los trabajos sinodales y la convicción
unánime, expresada también por los Delegados Fraternos, de que este
camino – no obstante los problemas aún pendientes y los nuevos que van
surgiendo – no se debe interrumpir, sino que ha de continuar con
renovado ardor, con más profunda determinación y con la humilde
disponibilidad de todos al perdón recíproco. Me complace hacer mías
algunas expresiones de los Padres sinodales, puesto que « el progreso en
el diálogo ecuménico, que tiene su fundamento más profundo en el Verbo
mismo de Dios, representa un signo de gran esperanza para la Iglesia de
hoy. En efecto, el crecimiento de la unidad entre los cristianos
enriquece mutuamente a todos ».28 Hace falta « fijarse con
alegría en los progresos conseguidos hasta ahora en el diálogo, sea con
los hermanos de las Iglesias ortodoxas, sea con los de las comunidades
eclesiales procedentes de la Reforma, reconociendo en ellos un signo de
la acción del Espíritu, por la cual se ha de alabar y dar gracias a Dios
».29
II. Volver a Cristo,
fuente de toda esperanza
Confesar nuestra fe
18. En la Asamblea sinodal se ha
consolidado la certeza, clara y apasionada, de que la Iglesia ha de
ofrecer a Europa el bien más precioso y que nadie más puede darle: la fe
en Jesucristo, fuente de la esperanza que no defrauda,30 don
que está en el origen de la unidad espiritual y cultural de los pueblos
europeos, y que todavía hoy y en el futuro puede ser una aportación
esencial a su desarrollo e integración. Sí, después de veinte siglos, la
Iglesia se presenta al principio del tercer milenio con el mismo anuncio
de siempre, que es su único tesoro: Jesucristo es el Señor; en Él, y en
ningún otro, podemos salvarnos (cf. Hch 4, 12). La fuente de la
esperanza, para Europa y el mundo entero, es Cristo, y « la Iglesia es
el canal a través del cual pasa y se difunde la ola de gracia que fluye
del Corazón traspasado del Redentor ».31
En base a esta confesión de fe brota de
nuestro corazón y de nuestros labios « una alegre confesión de
esperanza: ¡tú, Señor, resucitado y vivo, eres la esperanza siempre
nueva de la Iglesia y de la humanidad; tú eres la única y verdadera
esperanza del hombre y de la historia; tú eres entre nosotros "la
esperanza de la gloria" (Col 1, 27) ya en esta vida y también más
allá de la muerte! En ti y contigo podemos alcanzar la verdad, nuestra
existencia tiene un sentido, la comunión es posible, la diversidad puede
transformarse en riqueza, la fuerza del Reino ya está actuando en la
historia y contribuye a la edificación de la ciudad del hombre, la
caridad da valor perenne a los esfuerzos de la humanidad, el dolor puede
hacerse salvífico, la vida vencerá a la muerte y lo creado participará
de la gloria de los hijos de Dios ».32
Jesucristo nuestra
esperanza
19. Jesucristo, el Verbo eterno de Dios
que está en el seno del Padre desde siempre (cf. Jn 1, 18), es
nuestra esperanza porque nos ha amado hasta el punto de asumir en todo
nuestra naturaleza humana, excepto el pecado, participando de nuestra
vida para salvarnos. La confesión de esta verdad está en el corazón
mismo de nuestra fe. La pérdida de la verdad sobre Jesucristo, o su
incomprensión, impiden ahondar en el misterio mismo del amor de Dios y
de la comunión trinitaria.33
Jesucristo es nuestra esperanza porque
revela el misterio de la Trinidad. Éste es el centro de la fe
cristiana, que puede ofrecer todavía una gran aportación, como lo ha
hecho hasta ahora, a la edificación de estructuras que, inspirándose en
los grandes valores evangélicos o confrontándose con ellos, promuevan la
vida, la historia y la cultura de los diversos pueblos del Continente.
Múltiples son las raíces ideales que han
contribuido con su savia al reconocimiento del valor de la persona y de
su dignidad inalienable, del carácter sagrado de la vida humana y el
papel central de la familia, de la importancia de la educación y la
libertad de opinión, de palabra, de religión, así como también a la
tutela legal de los individuos y los grupos, a la promoción de la
solidaridad y el bien común, al reconocimiento de la dignidad del
trabajo. Tales raíces han favorecido que el poder político esté sujeto a
la ley y al respeto de los derechos de la persona y de los pueblos. A
este propósito se han de recordar el espíritu de la Grecia antigua y de
la romanidad, las aportaciones de los pueblos celtas, germanos, eslavos,
ugrofineses, de la cultura hebrea y del mundo islámico. Sin embargo, se
ha de reconocer que estas influencias han encontrado históricamente en
la tradición judeocristiana una fuerza capaz de armonizarlas,
consolidarlas y promoverlas. Se trata de un hecho que no se puede
ignorar; por el contrario, en el proceso de construcción de la « casa
común europea », debe reconocerse que este edificio ha de apoyarse
también sobre valores que encuentran en la tradición cristiana su plena
manifestación. Tener esto en cuenta beneficia a todos.
La Iglesia « no posee título alguno para
expresar preferencias por una u otra solución institucional o
constitucional » de Europa y coherentemente, por tanto, quiere respetar
la legítima autonomía del orden civil.34 Sin embargo, tiene
la misión de avivar en los cristianos de Europa la fe en la Trinidad,
sabiendo que esta fe es precursora de auténtica esperanza para el
Continente.
Muchos de los grandes paradigmas de
referencia antes indicados, que son la base de la civilización europea,
hunden sus raíces últimas en la fe trinitaria. Ésta contiene un
extraordinario potencial espiritual, cultural y ético, capaz, entre
otras cosas, de iluminar algunas grandes cuestiones que hoy se debaten
en Europa, como la disgregación social y la pérdida de una referencia
que dé sentido a la vida y a la historia. De ello se desprende la
necesidad de una renovada meditación teológica, espiritual y pastoral
sobre el misterio trinitario.35
20. Las Iglesias particulares en Europa
no son meras entidades u organizaciones privadas. En realidad, actúan
con una dimensión institucional específica que merece ser valorada
jurídicamente, en el pleno respeto del justo ordenamiento civil. Al
reflexionar sobre sí mismas, las comunidades cristianas han de
reconocerse como un don con el que Dios enriquece a los pueblos que
viven en el Continente. Éste es el anuncio gozoso que han de llevar a
todas las personas. Profundizando su propia dimensión misionera, deben
dar constantemente testimonio de que Jesucristo « es el único
mediador y portador de salvación para la humanidad entera: sólo en
Él la humanidad, la historia y el cosmos encuentran su sentido positivo
definitivamente y se realizan totalmente; Él tiene en sí mismo, en sus
hechos y en su persona, las razones definitivas de la salvación; no sólo
es un mediador de salvación, sino la fuente misma de la salvación ».36
En el contexto del pluralismo ético y
religioso actual que caracteriza cada vez más a Europa, es necesario,
pues, confesar y proponer la verdad de Cristo como único Mediador entre
Dios y los hombres y único Redentor del mundo. Por tanto –como he hecho
al final de la asamblea sinodal–, con toda la Iglesia, invito a mis
hermanos y hermanas en la fe a abrirse constantemente con confianza a
Cristo y a dejarse renovar por Él, anunciando con el vigor de la paz y
el amor a todas las personas de buena voluntad, que quien encuentra al
Señor conoce la Verdad, descubre la Vida y reconoce el Camino que
conduce a ella (cf. Jn 14, 6; Sal 16 [15], 11). Por el
tenor de vida y el testimonio de la palabra de los cristianos, los
habitantes de Europa podrán descubrir que Cristo es el futuro del
hombre. En efecto, en la fe de la Iglesia « no hay bajo el cielo otro
nombre dado a los hombres por el que debamos salvarnos » (Hch 4,
12).37
21. Para los creyentes, Jesucristo es la
esperanza de toda persona porque da la vida eterna. Él es « la
Palabra de vida » (1 Jn 1, 1), venido al mundo para que los
hombres « tengan la vida y la tengan en abundancia » (Jn 10, 10).
Así nos enseña cómo el verdadero sentido de la vida del hombre no queda
encerrado en el horizonte mundano, sino que se abre a la eternidad. La
misión de cada Iglesia particular en Europa es tener en cuenta la sed de
verdad de toda persona y la necesidad de valores auténticos que animen a
los pueblos del Continente. Ha de proponer con renovada energía la
novedad que la anima. Se trata de emprender una articulada acción
cultural y misionera, enseñando con obras y argumentos convincentes cómo
la nueva Europa necesita descubrir sus propias raíces últimas. En este
contexto, los que se inspiran en los valores evangélicos tienen un papel
esencial que desempeñar, relacionado con el sólido fundamento sobre el
cual se ha de edificar una convivencia más humana y más pacífica porque
es respetuosa de todos y de cada uno.
Es preciso que las Iglesias particulares
en Europa sepan devolver a la esperanza su dimensión escatológica
originaria.38 En efecto, la verdadera esperanza cristiana es
teologal y escatológica, fundada en el Resucitado, que vendrá de nuevo
como Redentor y Juez, y que nos llama a la resurrección y al premio
eterno.
Jesucristo vivo en la Iglesia
22. Mirando a Cristo, los pueblos
europeos podrán hallar la única esperanza que puede dar plenitud de
sentido a la vida. También hoy lo pueden encontrar, porque Jesús está
presente, vive y actúa en su Iglesia: Él está en la Iglesia y la
Iglesia está en Él (cf. Jn 15, 1ss; Ga 3, 28; Ef 4,
15-16; Hch 9, 5). En ella, por el don del Espíritu Santo,
continúa sin cesar su obra salvadora.39
Con los ojos de la fe podemos ver la
misteriosa acción de Jesús en los diversos signos que nos ha dejado.
Está presente, ante todo, en la Sagrada Escritura, que habla de Él en
todas sus páginas (cf. Lc 24, 27.44-47). Pero de una manera
verdaderamente única está presente en las especies eucarísticas. Esta «
presencia se llama "real", no por exclusión, como si las otras no fueran
"reales", sino por antonomasia, ya que es sustancial, ya que por
ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e
íntegro ».40 En efecto, en la Eucaristía « se contiene
verdadera, real y sustancialmente, el Cuerpo y la Sangre, juntamente con
el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo
entero ».41 « Verdaderamente la Eucaristía es mysterium
fidei, misterio que supera nuestro pensamiento y puede ser acogido
sólo en la fe ».42 También es real la presencia de Jesús en
las otras acciones litúrgicas que, en su nombre, celebra la Iglesia. Así
ocurre en los Sacramentos, acciones de Cristo, que Él realiza a través
de los hombres.43
Jesús está verdaderamente presente
también en el mundo de otros modos, especialmente en sus discípulos que,
fieles al doble mandamiento de la caridad, adoran a Dios en espíritu y
en verdad (cf. Jn 4, 24), y testimonian con la vida el amor
fraterno que los distingue como seguidores del Señor (cf. Mt 25,
31-46; Jn 13, 35; 15, 1-17).44
CAPÍTULO II
EL EVANGELIO DE LA ESPERANZA
CONFIADO A LA IGLESIA
DEL NUEVO MILENIO
« Ponte en vela, reanima
lo que te queda
y está a punto de morir » (Ap
3, 2)
I. El Señor llama a la
conversión
Jesús se dirige a nuestras Iglesias
23. « Esto dice el que tiene
las siete estrellas en su mano derecha, el que camina entre los siete
candeleros de oro [...], el Primero y el Ultimo, el que estuvo muerto y
revivió [...], el Hijo de Dios » (Ap 2, 1.8.18). Jesús mismo
es el que habla a su Iglesia. Su mensaje se dirige a cada una de
las Iglesias particulares y concierne su vida interna, caracterizada a
veces por la presencia de concepciones y mentalidades incompatibles con
la tradición evangélica, víctima a menudo de diversas formas de
persecución y, lo que es más peligroso aún, afectada por síntomas
preocupantes de mundanización, pérdida de la fe primigenia y connivencia
con la lógica del mundo. No es raro que las comunidades ya no tengan el
amor que antes tenían (cf. Ap 2, 4).
Se observa cómo nuestras comunidades
eclesiales tienen que forcejear con debilidades, fatigas,
contradicciones. Necesitan escuchar también de nuevo la voz del Esposo
que las invita a la conversión, las incita a actuar con entusiasmo en
las nuevas situaciones y las llama a comprometerse en la gran obra de la
« nueva evangelización ». La Iglesia tiene que someterse constantemente
al juicio de la palabra de Cristo y vivir su dimensión humana con una
actitud de purificación para ser cada vez más y mejor la Esposa sin
mancha ni arruga, engalanada con un vestido de lino puro resplandeciente
(cf. Ef 5, 27; Ap 19, 7-8).
De este modo, Jesucristo llama a
nuestras Iglesias en Europa a la conversión, y ellas, con su Señor y
gracias a su presencia, se hacen portadoras de esperanza para la
humanidad.
La acción del Evangelio a lo largo de la
historia
24. Europa ha sido impregnada
amplia y profundamente por el cristianismo. « No cabe duda de que,
en la compleja historia de Europa, el cristianismo representa un
elemento central y determinante, que se ha consolidado sobre la base
firme de la herencia clásica y de las numerosas aportaciones que han
dado los diversos flujos étnicos y culturales que se han sucedido a lo
largo de los siglos. La fe cristiana ha plasmado la cultura del
Continente y se ha entrelazado indisolublemente con su historia, hasta
el punto de que ésta no se podría entender sin hacer referencia a las
vicisitudes que han caracterizado, primero, el largo periodo de la
evangelización y, después, tantos siglos en los que el cristianismo, aun
en la dolorosa división entre Oriente y Occidente, se ha afirmado como
la religión de los europeos. También en el periodo moderno y
contemporáneo, cuando se ha ido fragmentando progresivamente la unidad
religiosa, bien por las posteriores divisiones entre los cristianos,
bien por los procesos que han alejado la cultura del horizonte de la fe,
el papel de ésta ha seguido teniendo una importancia notable ».45
25. El interés que la Iglesia tiene
por Europa deriva de su misma naturaleza y misión. En efecto, a lo
largo de los siglos, la Iglesia ha mantenido lazos muy estrechos con
nuestro Continente, de tal modo que la fisonomía espiritual de Europa se
ha ido formando gracias a los esfuerzos de grandes misioneros y al
testimonio de santos y mártires, a la labor asidua de monjes, religiosos
y pastores. De la concepción bíblica del hombre, Europa ha tomado lo
mejor de su cultura humanista, ha encontrado inspiración para sus
creaciones intelectuales y artísticas, ha elaborado normas de derecho y,
sobre todo, ha promovido la dignidad de la persona, fuente de derechos
inalienables.46 De este modo la Iglesia, en cuanto
depositaria del Evangelio, ha contribuido a difundir y a consolidar los
valores que han hecho universal la cultura europea.
Al recordar todo esto, la Iglesia de hoy
siente, con nueva responsabilidad, el deber apremiante de no disipar
este patrimonio precioso y ayudar a Europa a construirse a sí misma,
revitalizando las raíces cristianas que le han dado origen.47
Para dar una verdadera imagen de Iglesia
26. Que toda la Iglesia en Europa sienta
como dirigida a ella la exhortación y la invitación del Señor:
arrepiéntete, conviértete, « ponte en vela, reanima lo que te queda y
está a punto de morir » (Ap 3, 2). Es una exigencia que nace
también de la consideración del tiempo actual: « La grave situación de
indiferencia religiosa de numerosos europeos; la presencia de muchos
que, incluso en nuestro Continente, no conocen todavía a Jesucristo y su
Iglesia, y que todavía no están bautizados; el secularismo que contagia
a un amplio sector de cristianos que normalmente piensan, deciden y
viven "como si Cristo no existiera", lejos de apagar nuestra esperanza,
la hacen más humilde y capaz de confiar sólo en Dios. De su misericordia
recibimos la gracia y el compromiso de la conversión ».48
27. A pesar de que a veces, como en el
episodio evangélico de la tempestad calmada (cf. Mc 4, 35- 41;
Lc 8, 22-25), pueda parecer que Cristo duerme y deja su barca a
merced de las olas encrespadas, se pide a la Iglesia en Europa que
cultive la certeza de que el Señor, por el don de su Espíritu,
está siempre presente y actúa en ella y en la historia de la humanidad.
Él prolonga en el tiempo su misión, haciendo que la Iglesia fuera una
corriente de vida nueva, que fluye dentro de la vida de la humanidad
como signo de esperanza para todos.
En un contexto en el que la tentación del
activismo llega fácilmente también al ámbito pastoral, se pide a los
cristianos en Europa que sigan siendo transparencia real del
Resucitado, viviendo en íntima comunión con Él. Hacen falta
comunidades que, contemplando e imitando a la Virgen María, figura y
modelo de la Iglesia en la fe y en la santidad,49 cuiden el
sentido de la vida litúrgica y de la vida interior. Ante todo y sobre
todo, han de alabar al Señor, invocarlo, adorarlo y escuchar su Palabra.
Sólo así asimilarán su misterio, viviendo totalmente dedicadas a Él,
como miembros de su fiel Esposa.
28. Ante las insistentes tentaciones de
división y contraposición, la diversas Iglesias particulares en Europa,
bien unidas al Sucesor de Pedro, han de esforzarse en ser
verdaderamente lugar e instrumento de comunión de todo el Pueblo de
Dios en la fe y en el amor.50 Cultiven, por tanto, un clima
de caridad fraterna, vivida con radicalidad evangélica en el nombre de
Jesús y de su amor; desarrollen un ambiente de relaciones de amistad, de
comunicación, corresponsabilidad, participación, conciencia misionera,
disponibilidad y servicialidad; estén animadas por actitudes recíprocas
de estima, acogida y corrección (cf. Rm 12, 10; 15, 7-14), de
servicio y ayuda (cf. Ga 5, 13; 6, 2), de perdón mutuo (cf.
Col 3, 13) y edificación de unos con otros (cf. 1 Ts 5, 11);
se esfuercen en realizar una pastoral que, valorando todas las
diversidades legítimas, fomente una colaboración cordial entre todos los
fieles y sus asociaciones; promuevan los organismos de participación
como instrumentos preciosos de comunión para una acción misionera
armónica, impulsando la presencia de agentes de pastoral adecuadamente
preparados y cualificados. De este modo, las Iglesias mismas, animadas
por la comunión, que es manifestación del amor de Dios, fundamento y
razón de la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5), serán un
reflejo más brillante de la Trinidad, además de un signo que interpela e
invita a creer (cf. Jn 17, 21).
29. Para vivir de manera plena la
comunión en la Iglesia, hace falta valorar la variedad de carismas y
vocaciones, que confluyen cada vez más en la unidad y pueden
enriquecerla (cf. 1 Co 12). En esta perspectiva, es necesario
también que, de una parte, los nuevos movimientos y las nuevas
comunidades eclesiales « abandonando toda tentación de reivindicar
derechos de primogenitura y toda incomprensión recíproca », avancen en
el camino de una comunión más auténtica entre sí y con todas las demás
realidades eclesiales, y « vivan con amor en total obediencia a los
Obispos »; por otro lado, es necesario también que los Obispos, «
manifestándoles la paternidad y el amor propios de los pastores »,51
sepan reconocer, discernir y coordinar sus carismas y su presencia para
la edificación de la única Iglesia.
En efecto, gracias al crecimiento de la
colaboración entre los numerosos sectores eclesiales bajo la guía afable
de los pastores, la Iglesia entera podrá presentar a todos una imagen
más hermosa y creíble, transparencia más límpida del rostro del Señor, y
contribuir así a dar nueva esperanza y consuelo, tanto a los que la
buscan como a los que, aunque no la busquen, la necesitan.
Para poder responder a la llamada del
Evangelo a la conversión, « debemos hacer todos juntos un humilde y
valiente examen de conciencia para reconocer nuestros temores y
nuestros errores, para confesar con sinceridad nuestras lentitudes,
omisiones, infidelidades y culpas ».52 En vez de adoptar
actitudes huidizas de desaliento, el reconocimiento evangélico de las
propias culpas suscitará en la comunidad la experiencia que vive cada
bautizado: la alegría de una profunda liberación y la gracia de comenzar
de nuevo, que permite proseguir con mayor vigor el camino de la
evangelización.
Para progresar hacia la unidad de los
cristianos
30. Finalmente, el Evangelio de la
esperanza es también fuerza y llamada a la conversión en el campo
ecuménico. En la certeza de que la unidad de los cristianos
corresponde al mandato del Señor, « para que todos sean uno » (cf. Jn
17, 11), y que hoy se presenta como una necesidad para que sea más
creíble la evangelización y la contribución a la unidad de Europa, es
necesario que todas las Iglesias y Comunidades eclesiales « sean
ayudadas e invitadas a interpretar el camino ecuménico como un "ir
juntos" hacia Cristo » 53 y hacia la unidad visible querida
por Él, de tal modo que la unidad en la diversidad brille en la Iglesia
como don del Espíritu Santo, artífice de comunión.
Para lograr esto hace falta un paciente y
constante empeño por parte de todos, animado por una auténtica esperanza
y, al mismo tiempo, por un sobrio realismo, orientado a la « valoración
de lo que ya nos une, a la sincera estima recíproca, a la eliminación de
los prejuicios, al conocimiento y al amor mutuo ».54 En esta
perspectiva, el esfuerzo por la unidad ha de incluir, si quiere apoyarse
en fundamentos sólidos, la búsqueda apasionada de la verdad, a través de
un diálogo y una confrontación que, mientras reconoce los resultados
hasta ahora alcanzados, los considere un estímulo para seguir avanzando
en la superación de las divergencias que todavía dividen a los
cristianos.
31. Sin rendirse ante dificultades y
cansancios, es preciso continuar con determinación el diálogo,
que se ha entablar « bajo muchos aspectos (doctrinal, espiritual y
práctico), siguiendo la lógica del intercambio de dones que el Espíritu
suscita en cada Iglesia y educando a las comunidades y los fieles, sobre
todo a los jóvenes, a vivir momentos de encuentro, haciendo del
ecumenismo rectamente entendido una dimensión ordinaria de la vida y de
la acción eclesial ».55
Este diálogo es una de las principales
preocupaciones de la Iglesia, sobre todo en esta Europa que en el
milenio pasado ha visto surgir demasiadas divisiones entre los
cristianos y que hoy se encamina hacia una mayor unidad. ¡No podemos
detenernos ni volver atrás! Hemos de continuar este camino y vivirlo con
confianza, porque la estima recíproca, la búsqueda de la verdad, la
colaboración en la caridad y, sobre todo, el ecumenismo de la santidad,
con la ayuda de Dios, no dejarán de producir sus frutos.
32. A pesar de las dificultades
inevitables, invito a todos a reconocer y valorar, con amor y
fraternidad, la contribución que las Iglesias Católicas Orientales
pueden ofrecer para una edificación más real de la unidad, con su
presencia misma, la riqueza de su tradición, el testimonio de su «
unidad en la diversidad », la inculturación realizada por ellas en el
anuncio del Evangelio o la diversidad de sus ritos.56 Al
mismo tiempo, quiero asegurar una vez más a los pastores y a los
hermanos y hermanas de las Iglesias ortodoxas, que la nueva
evangelización en modo alguno debe ser confundida con el proselitismo,
quedando firme el deber de respetar la verdad, la libertad y la dignidad
de toda persona.
II. Toda la Iglesia
enviada en misión
33. Servir al Evangelio de la esperanza
mediante una caridad que evangeliza es un compromiso y una
responsabilidad de todos. En efecto, cualquiera que sea el carisma y
el ministerio de cada uno, la caridad es la vía maestra indicada a todos
y que todos pueden recorrer: es la vía que la comunidad eclesial entera
está llamada a emprender siguiendo las huellas de su Maestro.
Compromiso de los ministros ordenados
34. En virtud de su ministerio, los
sacerdotes están llamados a celebrar, enseñar y servir de modo especial
el Evangelio de la esperanza. Por el sacramento del Orden, que los
configura a Cristo Cabeza y Pastor, los Obispos y sacerdotes tienen que
conformar toda su vida y su acción con Jesús; por la predicación de la
Palabra, la celebración de los sacramentos y la guía de la comunidad
cristiana, hacen presente el misterio de Cristo y, por el ejercicio de
su ministerio, están « llamados a prolongar la presencia de Cristo,
único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una
transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado ».57
Estando "en" el mundo, pero sin ser "del"
mundo (cf. Jn 17, 15-16), en la actual situación cultural y
espiritual del Continente europeo, se les pide que sean signo de
contradicción y esperanza para una sociedad aquejada de horizontalismo y
necesitada de abrirse al Trascendente.
35. En este marco adquiere relieve
también el celibato sacerdotal, signo de una esperanza puesta
totalmente en el Señor. No es una mera disciplina eclesiástica impuesta
por la autoridad; por el contrario, es ante todo gracia, don inestimable
de Dios para la Iglesia, valor profético para el mundo actual, fuente de
vida espiritual intensa y de fecundidad pastoral, testimonio del Reino
escatológico, signo del amor de Dios a este mundo, así como del amor
indiviso del sacerdote a Dios y a su Pueblo.58 Vivido como
respuesta al don de Dios y como superación de las tentaciones de una
sociedad hedonista, no sólo favorece la realización humana de quien ha
sido llamado, sino que se manifiesta también como factor de crecimiento
para los demás.
Considerado conveniente para el
sacerdocio en toda la Iglesia,59 requerido obligatoriamente
por la Iglesia latina,60 sumamente respetado por las Iglesias
Orientales,61 el celibato aparece en el contexto de la
cultura actual como signo elocuente, que debe ser custodiado como un
bien precioso para la Iglesia. A este respeto, una revisión de la
disciplina actual no permitiría solucionar la crisis de las vocaciones
al presbiterado que se percibe en muchas partes de Europa.62
Un compromiso al servicio del Evangelio de la esperanza requiere también
que la Iglesia presente el celibato en toda su riqueza bíblica,
teológica y espiritual.
36. No se puede ignorar que el ejercicio del sagrado ministerio
encuentra hoy muchas dificultades, bien debidas a la cultura imperante,
bien por la disminución numérica de los presbíteros, con el aumento de
la carga pastoral y de cansancio que esto puede comportar. Por eso son
más dignos aun de estima, gratitud y cercanía los sacerdotes que
viven con admirable dedicación y fidelidad el ministerio que se les ha
confiado.63
Tomando las palabras escritas por los
Padres sinodales, quiero también animarlos, con confianza y gratitud: «
No os desalentéis y no os dejéis abatir por el cansancio; en total
comunión con nosotros, los obispos, en gozosa fraternidad con los demás
presbíteros y en cordial corresponsabilidad con los consagrados y todos
los fieles laicos, continuad vuestra valiosa e insustituible labor ».64
Junto con los presbíteros, deseo recordar
también a los diáconos, que participan, aunque en grado
diferente, del mismo sacramento del Orden. Destinados al servicio de la
comunión eclesial, ejercen, bajo la guía del Obispo y con su
presbiterio, la "diaconía" de la liturgia, de la palabra y de la
caridad.65 De este modo específico,
están al servicio del Evangelio de la esperanza.
Testimonio de los consagrados
37. El testimonio de las personas
consagradas es particularmente elocuente. A este propósito, se ha de
reconocer, ante todo, el papel fundamental que ha tenido el monacato y
la vida consagrada en la evangelización de Europa y en la construcción
de su identidad cristiana.66 Este papel no puede faltar hoy,
en un momento en el que urge una « nueva evangelización » del
Continente, y en el que la creación de estructuras y vínculos más
complejos lo sitúan ante un cambio delicado. Europa necesita siempre la
santidad, la profecía, la actividad evangelizadora y de servicio de las
personas consagradas. También se ha de resaltar la contribución
específica que los Institutos seculares y las Sociedades de vida
apostólica pueden ofrecer a través de su aspiración a transformar el
mundo desde dentro con la fuerza de las bienaventuranzas.
38. La aportación específica que
las personas consagradas pueden ofrecer al Evangelio de la esperanza
proviene de algunos aspectos que caracterizan la actual fisonomía
cultural y social de Europa.67 Así, la demanda de nuevas
formas de espiritualidad que se produce hoy en la sociedad, ha de
encontrar una respuesta en el reconocimiento de la supremacía
absoluta de Dios, que los consagrados viven con su entrega total y
con la conversión permanente de una existencia ofrecida como auténtico
culto espiritual. En un contexto contaminado por el laicismo y subyugado
por el consumismo, la vida consagrada, don del Espíritu a la Iglesia y
para la Iglesia, se convierte cada vez más en signo de esperanza, en la
medida en que da testimonio de la dimensión trascendente de la
existencia. Por otro lado, en la situación actual de pluralismo
religioso y cultural, se considera urgente el testimonio de la
fraternidad evangélica que caracteriza la vida consagrada, haciendo
de ella un estímulo para la purificación y la integración de valores
diferentes, mediante la superación de las contraposiciones. La presencia
de nuevas formas de pobreza y marginación debe suscitar la creatividad
en la atención de los más necesitados, que ha distinguido a
tantos fundadores de Institutos religiosos. Por fin, la tendencia de la
sociedad europea a encerrarse en sí misma se debe contrarrestar con la
disponibilidad de las personas consagradas a continuar la obra de
evangelización en otros Continentes, a pesar de la disminución
numérica que se observa en algunos Institutos.
Cultivo de las vocaciones
39. Al ser determinante la entrega de los
ministros ordenados y de los consagrados, no se puede pasar por alto la
preocupante escasez de seminaristas y de aspirantes a la vida religiosa,
sobre todo en Europa occidental. Esta situación requiere que todos se
comprometan en una adecuada pastoral de las vocaciones. Sólo «
cuando a los jóvenes se les presenta sin recortes la persona de
Jesucristo, prende en ellos una esperanza que les impulsa a dejarlo todo
para seguirle, atendiendo su llamada, y para dar testimonio de él ante
sus coetáneos ».68 El cultivo de las vocaciones es, pues, un
problema vital para el futuro de la fe cristiana en Europa y repercute
en el progreso espiritual de sus pueblos; es paso obligado para una
Iglesia que quiera anunciar, celebrar y servir al Evangelio de la
esperanza.69
40. Para desarrollar una pastoral
vocacional, tan necesaria, es oportuno explicar a los fieles la fe de la
Iglesia sobre la naturaleza y la dignidad del sacerdocio ministerial;
animar a las familias a vivir como verdaderas « iglesias domésticas » en
cuyo seno se puedan percibir, acoger y acompañar las diversas
vocaciones; realizar una acción pastoral que ayude, sobre todo a los
jóvenes, a tomar opciones de una vida arraigada en Cristo y dedicada a
la Iglesia.70
En la certeza de que también hoy actúa el
Espíritu Santo y no faltan signos de su presencia, se trata ante todo de
llevar el anuncio vocacional al terreno de la pastoral ordinaria.
Por eso es necesario « reavivar, sobre todo en los jóvenes, una profunda
nostalgia de Dios, creando así el marco adecuado para que broten
vocaciones como respuesta generosa »; es urgente que se propague en las
Comunidades eclesiales del continente europeo un gran movimiento de
oración, puesto que « la actual situación histórica y cultural, que ha
cambiado bastante, exige que la pastoral de las vocaciones sea
considerada como uno de los objetivos primarios de toda la Comunidad
cristiana ».71 Y es indispensable que los sacerdotes mismos
vivan y actúen en coherencia con su verdadera identidad sacramental. En
efecto, si la imagen que dan de sí mismos fuera opaca o lánguida, ¿cómo
podrían inducir a los jóvenes a imitarlos?
Misión de los laicos
41. La aportación de los fieles laicos
a la vida eclesial es irrenunciable: es, efectivamente, insustituible el
papel que tienen en el anuncio y el servicio al Evangelio de la
esperanza, ya que « por medio de ellos la Iglesia de Cristo se hace
presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de
esperanza y amor ».72
Participando plenamente de la misión de
la Iglesia en el mundo, están llamados a dar testimonio de que la fe
cristiana es la única respuesta completa a los interrogantes que la vida
plantea a todo hombre y a cada sociedad, y pueden insertar en el mundo
los valores del Reino de Dios, promesa y garantía de una esperanza que
no defrauda.
La Europa de ayer y de hoy cuenta con
figuras significativas y ejemplos luminosos de laicos de este tipo.
Como han subrayado los Padres sinodales, se deben recordar con gratitud,
entre otros, a los hombres y mujeres que han testimoniado y testimonian
a Cristo y su Evangelio con el servicio a la vida pública y las
responsabilidades que éste comporta. Es de capital importancia «
suscitar y apoyar vocaciones específicas al servicio del bien común:
personas que, a ejemplo y con el estilo de los que se ha llamado "padres
de Europa", sepan ser artífices de la sociedad europea del porvenir,
fundándola en las bases sólidas del espíritu ».73
Análoga estima merece la labor de laicas
y laicos cristianos, realizada frecuentemente en lo recóndito de la vida
ordinaria mediante pequeños servicios que anuncian la misericordia de
Dios a cuantos se hallan en la pobreza; hemos de agradecerles su audaz
testimonio de caridad y de perdón, valores que evangelizan los grandes
horizontes de la política, la realidad social, la economía, la cultura,
la ecología, la vida internacional, la familia, la educación, las
profesiones, el trabajo y el sufrimiento.74 Para ello se
necesitan programas pedagógicos, que capaciten a los fieles laicos a
proyectar la fe sobre las realidades temporales. Tales programas,
basados en un aprendizaje serio de vida eclesial, particularmente en el
estudio de la doctrina social, han de proporcionarles no solamente
doctrina y estímulo, sino también una orientación espiritual adecuada
que anime el compromiso vivido como auténtico camino de santidad.
Papel de la mujer
42. La Iglesia es consciente
de la aportación específica de la mujer al servicio del Evangelio
de la esperanza. Las vicisitudes de la comunidad cristiana muestran que
las mujeres han tenido siempre un lugar relevante en el testimonio del
Evangelio. Se debe recordar todo lo que han hecho, a menudo en silencio
y con discreción, acogiendo y transmitiendo el don de Dios, bien
mediante la maternidad física y espiritual, la actividad educativa, la
catequesis y la realización de grandes obras de caridad, bien por la
vida de oración y contemplación, las experiencias místicas y por
escritos ricos de sabiduría evangélica.75
A la luz de los magníficos testimonios
del pasado, la Iglesia manifiesta su confianza en lo que las mujeres
pueden hacen hacer hoy en favor del crecimiento de la esperanza en todas
sus dimensiones. Hay aspectos de la sociedad europea contemporánea que
son un reto a la capacidad que tienen las mujeres de acoger, compartir y
engendrar en el amor, con tesón y gratuidad. Piénsese, por ejemplo, en
la mentalidad científico-técnica generalizada que ensombrece la
dimensión afectiva y la importancia de los sentimientos, en la falta de
gratuidad, en el temor difuso a dar la vida a nuevas criaturas, en la
dificultad de vivir la reciprocidad con el otro y en acoger a quien es
diferente. Éste es el contexto en el que la Iglesia espera de las
mujeres una aportación vivificadora para una nueva oleada de esperanza.
43. Para lograr todo esto es necesario que, ante todo, en la Iglesia
se promueva la dignidad de la mujer, puesto que la dignidad del
hombre y de la mujer es idéntica, creados ambos a imagen y semejanza de
Dios (cf. Gn 1, 27), y cada uno colmado de dones propios y
particulares.
Como se ha subrayado en el Sínodo, es deseable que, para favorecer la
plena participación de la mujer en la vida y misión de la Iglesia, se
tenga en mayor estima sus propias cualidades, también mediante la
asunción de funciones eclesiales reservada por el derecho a los laicos.
Además, se ha de valorar adecuadamente la misión de la mujer como esposa
y madre, así como su dedicación a la vida familiar.76
La Iglesia no deja de alzar su voz para
denunciar las injusticias y violencias cometidas contra las mujeres, en
cualquier lugar y circunstancia que ocurran. Pide que se apliquen
efectivamente las leyes que protegen a la mujer y que se establezcan
medidas eficaces contra el empleo humillante de imágenes femeninas en la
propaganda comercial, así como contra la plaga de la prostitución; desea
que el servicio prestado por la madre, del mismo modo que por el padre,
en la vida doméstica, se considere como una contribución al bien común,
incluso mediante formas de reconocimiento económico.
CAPÍTULO III
ANUNCIAR EL EVANGELIO
DE LA ESPERANZA
« Toma el librito que está
abierto [...]
devóralo » (Ap 10, 8.9)
I. Proclamar el misterio
de Cristo
La revelación da sentido a la historia
44. La visión del Apocalipsis nos habla
de « un libro, escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete
sellos », tenido « en la mano derecha del que está sentado en el trono »
(Ap 5, 1). Este texto contiene al plan creador y salvador de
Dios, su proyecto detallado sobre toda la realidad, sobre las personas,
sobre las cosas y sobre los acontecimientos. Ningún ser creado, terreno
o celestial, es capaz « de abrir el libro ni de leerlo » (Ap 5,
3), o sea de comprender su contenido. En la confusión de las vicisitudes
humanas, nadie sabe decir la dirección y el sentido último de las
cosas.
Sólo Jesucristo posee el volumen sellado
(cf. Ap 5, 6-7); sólo Él es « digno de tomar el libro y abrir sus
sellos » (Ap 5, 9). En efecto, sólo Jesús puede revelar y
actuar el proyecto de Dios que encierra. El esfuerzo del hombre, por
sí mismo, es incapaz de dar un sentido a la historia y a sus
vicisitudes: la vida se queda sin esperanza. Sólo el Hijo de Dios puede
disipar las tinieblas e indicar el camino.
El libro abierto es entregado
a Juan y, por su medio, a la Iglesia entera. Se invita a Juan a
tomar el libro y a devorarlo: « Vete, toma el librito que está abierto
en la mano del Ángel, el que está de pie sobre el mar y sobre la tierra
[...]. Toma, devóralo » (Ap 10, 8-9). Sólo después de haberlo
asimilado en profundidad podrá comunicarlo adecuadamente a los demás, a
los que es enviado con la orden de « profetizar otra vez contra muchos
pueblos, naciones, lenguas y reyes » (Ap 10, 11).
Necesidad y urgencia del anuncio
45. El Evangelio de la
esperanza, entregado a la Iglesia y asimilado por ella, exige que se
anuncie y testimonie cada día. Esta es la vocación propia de la Iglesia
en todo tiempo y lugar. Es también la misión de la Iglesia hoy en
Europa. « Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia
de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar,
es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia,
reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo
en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa ».77
¡Iglesia en Europa,
te espera la tarea de la « nueva evangelización »! Recobra el entusiasmo
del anuncio. Siente, como dirigida a ti, en este comienzo del tercer
milenio, la súplica que ya resonó en los albores del primer milenio,
cuando, en una visión, un macedonio se le apareció a Pablo suplicándole:
« Pasa por Macedonia y ayúdanos » (Hch 16, 9). Aunque no se
exprese o incluso se reprima, ésta es la invocación más profunda y
verdadera que surge del corazón de los europeos de hoy, sedientos de una
esperanza que no defrauda. A ti se te ha dado esta esperanza como don
para que tú la ofrezcas con gozo en todos los tiempos y latitudes. Por
tanto, que el anuncio de Jesús, que es el Evangelio de la
esperanza, sea tu honra y tu razón de ser. Continúa con renovado
ardor el mismo espíritu misionero que, a lo largo de estos veinte siglos
y comenzando desde la predicación de los apóstoles Pedro y Pablo, ha
animado a tantos Santos y Santas, auténticos evangelizadores del
continente europeo.
Primer anuncio y nuevo anuncio
46. En varias partes de
Europa se necesita un primer anuncio del Evangelio: crece el
número de las personas no bautizadas, sea por la notable presencia de
emigrantes pertenecientes a otras religiones, sea porque también los
hijos de familias de tradición cristiana no han recibido el Bautismo,
unas veces por la dominación comunista y otras por una indiferencia
religiosa generalizada.78 De hecho, Europa ha pasado a formar
parte de aquellos lugares tradicionalmente cristianos en los que, además
de una nueva evangelización, se impone en ciertos casos una primera
evangelización
La Iglesia no puede eludir el deber de un
diagnóstico claro que permita preparar los remedios oportunos. En el «
viejo » Continente existen también amplios sectores sociales y
culturales en los que se necesita una verdadera y auténtica misión ad
gentes.79
47. Además, por doquier es necesario
un nuevo anuncio incluso a los bautizados. Muchos europeos
contemporáneos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo
conocen. Con frecuencia se ignoran ya hasta los elementos y las nociones
fundamentales de la fe. Muchos bautizados viven como si Cristo no
existiera: se repiten los gestos y los signos de la fe, especialmente en
las prácticas de culto, pero no se corresponden con una acogida real del
contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús. En muchos, un
sentimiento religioso vago y poco comprometido ha suplantado a las
grandes certezas de la fe; se difunden diversas formas de agnosticismo y
ateísmo práctico que contribuyen a agravar la disociación entre fe y
vida; algunos se han dejado contagiar por el espíritu de un humanismo
inmanentista que ha debilitado su fe, llevándoles frecuentemente, por
desgracia, a abandonarla completamente; se observa una especie de
interpretación secularista de la fe cristiana que la socava, relacionada
también con una profunda crisis de la conciencia y la práctica moral
cristiana.80 Los grandes valores que tanto han inspirado la
cultura europea han sido separados del Evangelio, perdiendo así su alma
más profunda y dando lugar a no pocas desviaciones.
« Pero cuando el Hijo del hombre venga,
¿encontrará la fe sobre la tierra? » (Lc 18, 8). ¿La encontrará
en estas tierras de nuestra Europa de antigua tradición cristiana? Es
una pregunta abierta que indica con lucidez la profundidad y el
dramatismo de uno de los retos más serios que nuestras Iglesias han de
afrontar. Se puede decir – como se ha subrayado en el Sínodo – que tal
desafío consiste frecuentemente no tanto en bautizar a los nuevos
convertidos, sino en guiar a los bautizados a convertirse a Cristo y
a su Evangelio: 81 nuestras comunidades tendrían que
preocuparse seriamente por llevar el Evangelio de la esperanza a los
alejados de la fe o que se han apartado de la práctica cristiana.
Fidelidad al único mensaje
48. Para poder anunciar el Evangelio de
la esperanza hace falta una sólida fidelidad al Evangelio mismo.
Por tanto, la predicación de la Iglesia en todas sus formas,
se ha de centrar siempre en la persona de Jesús y debe conducir cada
vez más a Él. Es preciso vigilar que se le presente en su integridad:
no sólo como modelo ético, sino ante todo como el Hijo de Dios, el
Salvador único y necesario para todos, que vive y actúa en su Iglesia.
Para que la esperanza sea verdadera e indestructible, la « predicación
íntegra, clara y renovada de Jesucristo resucitado, de la resurrección y
de la vida eterna » 82 debe ser una prioridad en la acción
pastoral de los próximos años.
Si bien el Evangelio que se ha de
anunciar es siempre el mismo, los modos en que dicho anuncio puede
hacerse son diferentes. Por tanto, cada uno está llamado a «
proclamar » a Jesús y la fe en Él en todas las circunstancias; a «
atraer » a otros a la fe, poniendo en práctica formas de vida personal,
familiar, profesional y comunitaria que reflejen el Evangelio; a «
irradiar » en su entorno alegría, amor y esperanza, para que muchos,
viendo nuestras buenas obras, den gloria al Padre que está en los cielos
(cf. Mt 5, 16), de tal modo que sean « contagiados » y
conquistados; a ser « fermento » que transforma y anima desde dentro
toda expresión cultural.83
Testimonio de vida
49. Europa reclama evangelizadores
creíbles, en cuya vida, en comunión con la cruz y la resurrección de
Cristo, resplandezca la belleza del Evangelio.84 Estos
evangelizadores han de ser formados adecuadamente.85 Hoy más
que nunca se necesita una conciencia misionera en todo cristiano,
comenzando por los Obispos, presbíteros, diáconos, consagrados,
catequistas y profesores de religión: « Todo bautizado, en cuanto
testigo de Cristo, ha de adquirir la formación apropiada a su situación,
para que la fe no sólo no se agoste por falta de cuidado en un medio tan
hostil como es el ambiente secularista, sino para sostener e impulsar el
testimonio evangelizador ».86
El hombre contemporáneo « escucha más a
gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los
que enseñan es porque dan testimonio ».87 Por consiguiente,
hoy son decisivos los signos de la santidad: ésta es un
requisito previo esencial para una auténtica evangelización capaz de
dar de nuevo esperanza. Hacen falta testimonios fuertes, personales y
comunitarios, de vida nueva en Cristo. En efecto, no basta ofrecer la
verdad y la gracia a través de la proclamación de la Palabra y la
celebración de los Sacramentos; es necesario que sean acogidas y vividas
en cada circunstancia concreta, en el modo de ser de los cristianos y de
las comunidades eclesiales. Éste es uno de los retos más grandes que
tiene la Iglesia en Europa al principio del nuevo milenio.
Formar para una fe madura
50. « La actual situación cultural y
religiosa de Europa exige la presencia de católicos adultos en la fe y
de comunidades cristianas misioneras que testimonien la caridad de Dios
a todos los hombres ».88 El anuncio del Evangelio de la
esperanza comporta, por tanto, que se promueva el paso de una fe
sustentada por costumbres sociales, aunque sean apreciables, a una fe
más personal y madura, iluminada y convencida.
Los cristianos, pues, han de tener una fe
que les permita enfrentarse críticamente con la cultura actual,
resistiendo a sus seducciones; incidir eficazmente en los ámbitos
culturales, económicos, sociales y políticos; manifestar que la comunión
entre los miembros de la Iglesia católica y con los otros cristianos es
más fuerte que cualquier vinculación étnica; transmitir con alegría la
fe a las nuevas generaciones; construir una cultura cristiana capaz de
evangelizar la cultura más amplia en que vivimos.89
51. Además de esforzarse para que el
ministerio de la Palabra, la celebración de la liturgia y el ejercicio
de la caridad, se orienten a la edificación y el sustento de una fe
madura y personal, es necesario que las comunidades cristianas se
movilicen para proponer una catequesis apropiada a los diversos
itinerarios espirituales de los fieles en las diversas edades y
condiciones de vida, previendo también formas adecuadas de
acompañamiento espiritual y de redescubrimiento del propio Bautismo.90
En este cometido, el Catecismo de la Iglesia Católica es obviamente un
punto de referencia fundamental.
En particular, reconociendo su innegable
prioridad en la acción pastoral, se ha de cultivar y, si fuera el
caso, relanzar el ministerio de la catequesis como educación y
desarrollo de la fe de cada persona, de modo que crezca y madure la
semilla puesta por el Espíritu Santo y transmitida con el Bautismo.
Remitiéndose constantemente a la Palabra de Dios, custodiada en la
Sagrada Escritura, proclamada en la liturgia e interpretada por la
Tradición de la Iglesia, una catequesis orgánica y sistemática es sin
duda alguna un instrumento esencial y primario para formar a los
cristianos en una fe adulta.91
52. A este respecto, se ha de subrayar
también el papel importante de la teología. En efecto, hay una
conexión intrínseca e inseparable entre la evangelización y la reflexión
teológica, ya que esta última, como ciencia con reglas y metodología
propias, vive de la fe de la Iglesia y está al servicio de su misión.92
Nace de la fe y está llamada a interpretarla, conservando su vinculación
irrenunciable con la comunidad cristiana en todas sus articulaciones; al
estar al servicio del crecimiento espiritual de todos los fieles,93
los encamina hacia la comprensión más profunda del mensaje de Cristo.
En el desempeño de la misión de anunciar
el Evangelio de la esperanza, la Iglesia en Europa aprecia con gratitud
la vocación de los teólogos, valora y promueve su trabajo.94
A ellos les dirijo, con estima y afecto, una invitación a perseverar en
el servicio que prestan, uniendo siempre investigación científica y
oración, poniéndose en diálogo atento con la cultura contemporánea,
adhiriendo fielmente al Magisterio y colaborando con él en espíritu de
comunión en la verdad y la caridad, respirando el sensus fidei
del Pueblo de Dios y contribuyendo a alimentarlo.
II. Testimoniar en la
unidad y en el diálogo
Comunión entre las Iglesias
particulares
53. La fuerza del anuncio del Evangelio
de la esperanza será más eficaz si se une al testimonio de una profunda
unidad y comunión en la Iglesia. Las Iglesias particulares no pueden
estar solas a la hora de afrontar el reto que se les presenta. Se
necesita una auténtica colaboración entre todas las Iglesias
particulares del Continente, que sea expresión de su comunión esencial;
colaboración exigida también por la nueva realidad europea.95
En este contexto se debe situar la contribución de los organismos
eclesiales continentales, comenzando por el Consejo de las
Conferencias Episcopales Europeas. Éste es un instrumento eficaz
para buscar juntos vías idóneas para evangelizar Europa.96
Mediante el « intercambio de dones » entre las diversas Iglesias
particulares, se ponen en común las experiencias y las reflexiones de
Europa del Oeste y del Este, del Norte y del Sur, compartiendo
orientaciones pastorales comunes; por tanto, representa cada vez más una
expresión significativa del sentimiento colegial entre los Obispos del
Continente, para anunciar juntos, con audacia y fidelidad, el nombre de
Jesucristo, única fuente de esperanza para todos en Europa.
Junto con todos los cristianos
54. Al mismo tiempo, el deber de una
fraterna y sincera colaboración ecuménica es un imperativo
irrenunciable.
El destino de la evangelización está
estrechamente unido al testimonio de unidad que den los discípulos de
Cristo: « Todos los cristianos están llamados a cumplir esta misión de
acuerdo con su vocación. La tarea de la evangelización exige que todos
los cristianos nos acerquemos unos a otros y avancemos juntos, con el
mismo espíritu; evangelización y unidad, evangelización y ecumenismo
están indisolublemente vinculados entre sí ».97 Por eso hago
mías las palabras escritas por Pablo VI al Patriarca ecuménico
Atenágoras I: « Que el Espíritu Santo nos guíe por el camino de la
reconciliación, para que la unidad de nuestras Iglesias llegue a ser un
signo cada vez más luminoso de esperanza y de consuelo para toda la
humanidad ».98
En diálogo con las otras religiones
55. Como en toda la tarea de la « nueva
evangelización », para anunciar el Evangelio de la esperanza es
necesario también que se establezca un diálogo interreligioso
profundo e inteligente, en particular con el hebraísmo y el islamismo. «
Entendido como método y medio para un conocimiento y enriquecimiento
recíproco, no está en contraposición con la misión ad gentes; es
más, tiene vínculos especiales con ella y es una de sus expresiones ».99
En el ejercicio de este diálogo no se trata de dejarse llevar por una «
mentalidad indiferentista, ampliamente difundida, desgraciadamente,
también entre cristianos, enraizada a menudo en concepciones teológicas
no correctas y marcada por un relativismo religioso que termina por
pensar que "una religión vale la otra" ».100
56. Se trata más bien de tomar mayor
conciencia de la relación que une a la Iglesia con el pueblo judío
y del papel singular desempeñado por Israel en la historia de la
salvación. Como ya se hizo notar en la I Asamblea Especial para Europa
del Sínodo de los Obispos y se ha reiterado también en este Sínodo, se
han de reconocer las raíces comunes existentes entre el cristianismo y
el pueblo judío, llamado por Dios a una alianza que sigue siendo
irrevocable (cf. Rm 11, 29) 101 y que ha alcanzado su
plenitud definitiva en Cristo.
Es necesario, pues, favorecer el diálogo
con el hebraísmo, sabiendo que éste tiene una importancia fundamental
para la conciencia cristiana de sí misma y para superar las divisiones
entre las Iglesias, y esforzarse para que florezca una nueva primavera
en las relaciones recíprocas. Esto comporta que cada comunidad eclesial
debe ejercitarse, en cuanto las circunstancias lo permitan, en el
diálogo y la colaboración con los creyentes de religión hebrea. Dicho
ejercicio implica, entre otras cosas, que « se recuerde la parte que
hayan podido desempeñar los hijos de la Iglesia en el nacimiento y
difusión de una actitud antisemita en la historia, y que pida perdón a
Dios por ello, favoreciendo toda suerte de encuentros de reconciliación
y de amistad con los hijos de Israel ».102 En este contexto,
por lo demás, habrá que recordar también a los numerosos cristianos que,
a veces a costa de la propia vida, sobre todo en periodos de
persecución, han ayudado y salvado a estos « hermanos mayores » suyos.
57. Se trata también de sentirse
interesados en conocer mejor las otras religiones, para poder entablarse
un coloquio fraterno con las personas que se adhieren a ellas y viven en
la Europa de hoy. En particular, es importante una correcta relación
con el Islam. Esto, como han notado varias veces en estos años los
Obispos europeos, « debe llevarse a cabo con prudencia, con ideas claras
sobre sus posibilidades y límites, y con confianza en el designio
salvífico de Dios con respecto a todos sus hijos ».103 Es
necesario, además, ser conscientes de la notable diferencia entre la
cultura europea, con profundas raíces cristianas, y el pensamiento
musulmán.104
A este respecto, hay que preparar
adecuadamente a los cristianos que viven cotidianamente en contacto con
musulmanes para que conozcan el Islam de manera objetiva y sepan
confrontarse con él; dicha preparación debe propiciarse particularmente
en los seminaristas, los presbíteros y todos los agentes de pastoral.
Por lo demás, es comprensible que la Iglesia, así como pide que las
Instituciones europeas promuevan la libertad religiosa en Europa,
reitere también que la reciprocidad en la garantía de la libertad
religiosa se observe en Países de tradición religiosa distinta, en los
cuales los cristianos son minoría.105
En este sentido, se comprende « la
extrañeza y sentimiento de frustración de los cristianos que acogen, por
ejemplo en Europa, a creyentes de otras religiones y les dan la
posibilidad de ejercer su culto, y a ellos se les prohíbe todo ejercicio
del culto cristiano » 106 en los Países donde estos creyentes
mayoritarios han hecho de su religión la única admitida y promovida. La
persona humana tiene derecho a la libertad religiosa y todos, en
cualquier parte del mundo, « deben estar libres de coacción, tanto por
parte de personas particulares como de los grupos sociales y de
cualquier poder humano ».107
III. Evangelizar la vida
social
Evangelización de la cultura e
inculturación del Evangelio
58. El anuncio de Jesucristo tiene que
llegar también a la cultura europea contemporánea. La evangelización
de la cultura debe mostrar también que hoy, en esta Europa, es
posible vivir en plenitud el Evangelio como itinerario que da sentido a
la existencia. Para ello, la pastoral ha de asumir la tarea de imprimir
una mentalidad cristiana a la vida ordinaria: en la familia, la escuela,
la comunicación social; en el mundo de la cultura, del trabajo y de la
economía, de la política, del tiempo libre, de la salud y la enfermedad.
Hace falta una serena confrontación crítica con la actual situación
cultural de Europa, evaluando las tendencias emergentes, los hechos y
las situaciones de mayor relieve de nuestro tiempo, a la luz del papel
central de Cristo y de la antropología cristiana.
Hoy, recordando también la fecundidad
cultural del cristianismo a lo largo de la historia de Europa, es
preciso mostrar el planteamiento evangélico, teórico y práctico, de la
realidad y del hombre. Además, considerando el gran impacto de las
ciencias y los progresos tecnológicos en la cultura y en la sociedad de
Europa, la Iglesia, con sus instrumentos de profundización teórica y de
iniciativa práctica, está llamada a relacionarse de manera activa con
los conocimientos científicos y sus aplicaciones, indicando la
insuficiencia y el carácter inadecuado de una concepción inspirada en el
cientificismo, que pretende reconocer validez objetiva solamente al
saber experimental, y señalando asimismo los criterios éticos que el
hombre lleva inscritos en su propia naturaleza.108
59. En la tarea de evangelización de la
cultura interviene el importante servicio desarrollado por las
escuelas católicas. Es necesario esforzarse para que se reconozca
una libertad efectiva de educación e igualdad jurídica entre las
escuelas estatales y no estatales. Éstas últimas son a veces el único
medio para proponer la tradición cristiana a los que se encuentran
alejados de ella. Exhorto a los fieles implicados en el mundo de la
escuela a perseverar en su misión, llevando la luz de Cristo
Salvador en sus actividades educativas específicas, científicas y
académicas.109 Se debe valorar en particular la contribución
de los cristianos dedicados a la investigación o que enseñan en las
Universidades: con su « servicio intelectual », transmiten a las
jóvenes generaciones los valores de un patrimonio cultural enriquecido
por dos milenios de experiencia humanista y cristiana. Convencido de la
importancia de las instituciones académicas, pido también que en las
diversas Iglesias particulares se promueva una pastoral universitaria
apropiada, favoreciendo así una respuesta a las actuales necesidades
culturales.110
60. Tampoco puede olvidarse la aportación
positiva que supone la valoración de los bienes culturales de la
Iglesia. En efecto, éstos pueden ser un factor peculiar que ayude a
suscitar nuevamente un humanismo de inspiración cristiana. Con una
adecuada conservación y un uso inteligente, pueden ser, en cuanto
testimonio vivo de la fe profesada a lo largo de los siglos, un
instrumento válido para la nueva evangelización y la catequesis, e
invitar a descubrir el sentido del misterio.
Al mismo tiempo, se han de promover
nuevas expresiones artísticas de la fe mediante un diálogo asiduo
con quienes se dedican al arte.111 En efecto, la Iglesia
necesita el arte, la literatura, la música, la pintura, la escultura y
la arquitectura, porque « debe hacer perceptible, más aún, fascinante en
lo posible, el mundo del espíritu, de lo invisible, de Dios »,112
y porque la belleza artística, como un reflejo del Espíritu de Dios, es
un criptograma del misterio, una invitación a buscar el rostro de Dios
hecho visible en Jesús de Nazaret.
Educación de los jóvenes en la fe
61. Animo además a la Iglesia en Europa a
dedicar una creciente atención a la educación de los jóvenes en la fe.
Al poner la mirada en el porvenir no podemos dejar de pensar en ellos:
hemos de encontrarnos con la mente, el corazón y el carácter juvenil,
para ofrecerles una sólida formación humana y cristiana.
En toda ocasión en la que participan
muchos jóvenes, no es difícil percatarse de que hay en ellos actitudes
diferenciadas. Se constata el deseo de vivir juntos para salir del
aislamiento, la sed más o menos sentida de lo absoluto; se ve en ellos
una fe oculta que debe ser purificada e impulsa a seguir al Señor; se
nota la decisión de continuar el camino ya emprendido y la exigencia de
compartir la fe.
62. Para lograrlo hace falta renovar
la pastoral juvenil, articulada por edades y atenta a las distintas
condiciones de niños, adolescentes y jóvenes. Es necesario además
dotarla de mayor organicidad y coherencia, escuchando pacientemente las
preguntas de los jóvenes, para hacerlos protagonistas de la
evangelización y edificación de la sociedad.
En este quehacer hay que promover
ocasiones de encuentro entre los jóvenes, para favorecer un clima de
escucha recíproca y oración. No se ha de tener miedo a ser exigentes con
ellos en lo que atañe a su crecimiento espiritual. Se les debe indicar
el camino de la santidad, estimulándolos a tomar decisiones
comprometidas en el seguimiento de Jesús, fortalecidos por una vida
sacramentalmente intensa. De este modo podrán resistir a las seducciones
de una cultura que con frecuencia les propone sólo valores efímeros e
incluso contrarios al Evangelio, y hacer que ellos mismos sean capaces
de manifestar una mentalidad cristiana en todos los ámbitos de la
existencia, incluidos el del ocio y la diversión.113
Tengo aún presente ante mis ojos los
rostros alegres de muchos jóvenes, verdadera esperanza de la Iglesia
y del mundo, signo elocuente del Espíritu que no se cansa de suscitar
nuevas energías. Los he encontrado tanto en mi peregrinar por diversos
Países como en las inolvidables Jornadas Mundiales de la Juventud.114
Atención a los medios de comunicación
social
63. Dada su importancia, la Iglesia en
Europa ha de prestar particular atención al multiforme mundo de los
medios de comunicación social. Entre otras cosas, esto comporta la
adecuada formación de los cristianos que trabajan en ellos y de los
usuarios de los mismos, con el fin de alcanzar un buen dominio de los
nuevos lenguajes. Se ha de poner un cuidado especial en la elección de
personas competentes para la comunicación del mensaje a través de estos
medios. Es también muy útil el intercambio de informaciones y
estrategias entre las Iglesias sobre los diversos aspectos y sobre las
iniciativas concernientes este tipo de comunicación. Y no se debe
descuidar la creación de medios de comunicación social locales, incluso
en el ámbito parroquial.
Al mismo tiempo, hay que tratar de
introducirse en los procesos de la comunicación social para hacer que se
respete mejor la verdad de la información y la dignidad de la persona
humana. A este propósito, invito a los católicos a participar en la
elaboración de un código deontológico para todos los que intervienen en
el sector de la comunicación social, dejándose guiar por los criterios
que los competentes organismos de la Santa Sede han indicado
recientemente,115 y que los Obispos en el Sínodo habían
sintetizado así: « Respeto de la dignidad de la persona humana, de sus
derechos, incluido el derecho a la privacidad; servicio a la
verdad, a la justicia y a los valores humanos, culturales y
espirituales; respeto por las diversas culturas, evitando que se diluyan
en la masa, tutela de los grupos minoritarios y de los más débiles;
búsqueda del bien común por encima de intereses particulares o del
predominio de criterios exclusivamente económicos ».116
Misión
ad gentes
64. Un anuncio de Jesucristo y de su
Evangelio que se limitara sólo al contexto europeo mostraría síntomas de
una preocupante falta de esperanza. La obra de evangelización está
animada por verdadera esperanza cristiana cuando se abre a horizontes
universales, que llevan a ofrecer gratis a todos lo que se ha recibido
también como don. La misión ad gentes se convierte así en
expresión de una Iglesia forjada por el Evangelio de la esperanza,
que se renueva y rejuvenece continuamente. Ésta ha sido la convicción de
la Iglesia en Europa a lo largo de los siglos: innumerables grupos de
misioneros y misioneras han anunciado el Evangelio de Jesucristo a las
gentes de todo el mundo, yendo al encuentro de otros pueblos y
civilizaciones.
El mismo ardor misionero debe animar a la
Iglesia en la Europa de hoy. La
disminución de presbíteros y personas consagradas en ciertos Países no
ha de ser impedimento en ninguna Iglesia particular para que asuma las
exigencias de la Iglesia universal. Cada una encontrará el modo de
favorecer la preparación a la misión ad gentes, para responder
así con generosidad al clamor que se eleva aún en muchos pueblos y
naciones deseosas de conocer el Evangelio. En otros Continentes,
particularmente Asia y África, las Comunidades eclesiales observan
todavía a las Iglesias en Europa y esperan que sigan llevando a cabo su
vocación misionera. Los cristianos en Europa no pueden renunciar a su
historia.117
El Evangelio: libro para la Europa de hoy
y de siempre
65. Al principio del Gran Jubileo del año
2000, al pasar por la Puerta Santa levanté ante la Iglesia y al mundo el
libro de los Evangelios. Este gesto, realizado por cada Obispo en las
diversas catedrales del mundo, debe indicar el compromiso que la Iglesia
tiene hoy y siempre en nuestro Continente.
Iglesia en Europa, ¡entra en el nuevo
milenio con el libro de los Evangelios!
Que todos los fieles acojan la exhortación
conciliar a « la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la
"sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús" (Flp 3, 8), "pues
desconocer la Escritura es desconocer a Cristo" ».118 Que la
Sagrada Biblia siga siendo un tesoro para la Iglesia y para todo
cristiano: en el estudio atento de la Palabra encontraremos alimento y
fuerza para llevar a cabo cada día nuestra misión.
¡Tomemos este Libro en nuestras
manos! Recibámoslo del Señor que lo ofrece continuamente por
medio de su Iglesia (cf. Ap 10, 8). Devorémoslo (cf. Ap
10, 9) para que se convierta en vida de nuestra vida. Gustémoslo
hasta el fondo: nos costará, pero nos proporcionará alegría porque es
dulce como la miel (cf. Ap 10, 9-10). Estaremos así
rebosantes de esperanza y capaces de comunicarla a cada hombre y
mujer que encontremos en nuestro camino.
CAPÍTULO
IV
CELEBRAR EL EVANGELIO
DE LA ESPERANZA
« Al que está sentado en
el trono y al Cordero, alabanza,
honor, gloria y potencia
por los siglos de los siglos » (Ap
5, 13)
Una comunidad orante
66. Se ha de celebrar el Evangelio de
la esperanza, anuncio de la verdad que nos hace libres (cf. Jn
8, 32). Ante el Cordero del Apocalipsis comienza una liturgia solemne de
alabanza y adoración: « Al que está sentado en el trono y al Cordero,
alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos » (Ap
5, 13). Esta visión, que revela a Dios y el sentido de la historia,
tiene lugar « en el día del Señor » (Ap 1, 10), el día de la
resurrección revivido por la asamblea dominical.
La Iglesia
que recibe esta revelación es una
comunidad que ora. Orando escucha a su Señor y lo que el
Espíritu le dice: ella adora, alaba, da gracias e invoca la llegada del
Señor, « ¡Ven, Señor Jesús! » (cf. Ap 22, 16-20), afirmando así
que sólo de Él espera la salvación.
También a ti, Iglesia de Dios que
vives en Europa, se te pide que seas comunidad que ora, celebrando a
tu Señor con los Sacramentos, la liturgia y toda la existencia. En la
oración descubrirás la presencia vivificante del Señor. Así, enraizando
en Él cada una de tus acciones, podrás proponer de nuevo a los europeos
el encuentro con Él mismo, esperanza verdadera y la única que puede
satisfacer plenamente el anhelo de Dios escondido en las diversas formas
de búsqueda religiosa que retoñan en la Europa contemporánea.
I. Descubrir la liturgia
El sentido religioso en la Europa de hoy
67. No obstante las amplias áreas
descristianizadas en el Continente europeo, hay signos que ayudan
a perfilar el rostro de una Iglesia que, creyendo, anuncia, celebra y
sirve a su Señor. En efecto, no faltan ejemplos de cristianos
auténticos, que viven momentos de silencio contemplativo, participan
fielmente en iniciativas espirituales, viven el Evangelio en su
existencia cotidiana y dan testimonio de él en los diversos ámbitos en
que se mueven. Se pueden entrever, además, muestras de una « santidad de
pueblo », que manifiestan cómo en la Europa actual es posible vivir el
Evangelio no sólo en la esfera personal sino también como una auténtica
experiencia comunitaria.
68. Junto con muchos ejemplos de fe
genuina, hay también en Europa una religiosidad vaga y, a veces,
desencaminada. Sus manifestaciones son frecuentemente genéricas y
superficiales, en ocasiones incluso contrastantes en las personas mismas
de las que proceden. Hay fenómenos claros de fuga hacia el
espiritualismo, el sincretismo religioso y esotérico, una búsqueda de
acontecimientos extraordinarios a todo coste, hasta llegar a opciones
descarriadas, como la adhesión a sectas peligrosas o a experiencias
pseudoreligiosas.
El deseo difuso de alimento espiritual
ha de ser acogido con comprensión y purificado. Al hombre que se
percata, aunque sea confusamente, de no poder vivir sólo de pan, la
Iglesia ha de presentarle de modo convincente la respuesta de Jesús al
tentador: « No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale
de la boca de Dios » (Mt 4, 4).
Una Iglesia que celebra
69. En el contexto de la sociedad actual,
cerrada con frecuencia a la trascendencia, sofocada por comportamientos
consumistas, presa fácil de antiguas y nuevas idolatrías y, al mismo
tiempo, sedienta de algo que vaya más allá de lo inmediato, a la
Iglesia en Europa le espera una tarea laboriosa y apasionante a la
vez. Consiste en descubrir el sentido del « misterio »; en renovar las
celebraciones litúrgicas para que sean signos más elocuentes de la
presencia de Cristo, el Señor; en proporcionar nuevos espacios para el
silencio, la oración y la contemplación; en volver a los Sacramentos,
especialmente la Eucaristía y la Penitencia, como fuente de libertad y
de nueva esperanza.
Por eso te dirijo a ti, Iglesia que
vives en Europa, una invitación apremiante: sé una Iglesia que
ora, alaba a Dios, reconoce su absoluta supremacía y lo exalta con
fe gozosa. Descubre el sentido del misterio: vívelo con humilde
gratitud; da testimonio de él con alegría sincera y contagiosa.
Celebra la salvación de Cristo: acógela como don que te convierte en
sacramento suyo y haz de tu vida un verdadero culto espiritual agradable
a Dios (cf. Rm 12, 1).
Sentido del misterio
70. Algunos síntomas revelan un
decaimiento del sentido del misterio en las celebraciones litúrgicas,
que deberían precisamente acercarnos a él. Por tanto, es urgente que
en la Iglesia se reavive el auténtico sentido de la liturgia. Ésta,
como han recordado los Padres sinodales,119 es instrumento de
santificación, celebración de la fe de la Iglesia y medio de transmisión
de la fe. Con la Sagrada Escritura y las enseñanzas de los Padres de la
Iglesia, es fuente viva de auténtica y sólida espiritualidad. Con ella,
como subraya certeramente también la tradición de las venerables
Iglesias de Oriente, los fieles entran en comunión con la Santísima
Trinidad, experimentando su participación en la naturaleza divina como
don de la gracia. La liturgia se convierte así en anticipación de la
bienaventuranza final y participación de la gloria celestial.
71. En las celebraciones hay que poner
como centro a Jesús para dejarnos iluminar y guiar por Él. En ellas
podemos encontrar una de las respuestas más rotundas que nuestras
Comunidades han de dar a una religiosidad ambigua e inconsistente. La
liturgia de la Iglesia no tiene como objeto calmar los deseos y los
temores del hombre, sino escuchar y acoger a Jesús que vive, honra y
alaba al Padre, para alabarlo y honrarlo con Él. Las celebraciones
eclesiales proclaman que nuestra esperanza nos viene de Dios por medio
de Jesús, nuestro Señor.
Se trata de vivir la liturgia como
acción de la Trinidad. El Padre es quien actúa por nosotros en los
misterios celebrados; Él es quien nos habla, nos perdona, nos escucha,
nos da su Espíritu; a Él nos dirigimos, lo escuchamos, alabamos e
invocamos. Jesús es quien actúa para nuestra santificación, haciéndonos
partícipes de su misterio. El Espíritu Santo es el que interviene con su
gracia y nos convierte en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
Se debe vivir la liturgia como anuncio
y anticipación de la gloria futura, término último de nuestra
esperanza. Como enseña el Concilio, « en la liturgia terrena pregustamos
y participamos en la Liturgia celeste que se celebra en la ciudad santa,
Jerusalén, hacia la que nos dirigimos como peregrinos [...], hasta que
se manifieste Él, nuestra Vida, y nosotros nos manifestamos con Él en la
gloria ».120
Formación litúrgica
72. Aunque se ha avanzado mucho después
del Concilio Ecuménico Vaticano II en vivir el auténtico sentido de la
liturgia, todavía queda mucho por hacer. Es necesaria una renovación
continua y una constante formación de todos: ordenados, consagrados y
laicos.
La verdadera renovación, más que
recurrir a actuaciones arbitrarias, consiste en desarrollar cada vez
mejor la conciencia del sentido del misterio, de modo que las liturgias
sean momentos de comunión con el misterio grande y santo de la Trinidad.
Celebrando los actos sagrados como relación con Dios y acogida de sus
dones, como expresión de auténtica vida espiritual, la Iglesia en Europa
podrá alimentar verdaderamente su esperanza y ofrecerla a quien la ha
perdido.
73. Para ello se necesita un gran
esfuerzo de formación. Ésta se orienta a favorecer la comprensión
del verdadero sentido de las celebraciones de la Iglesia y requiere,
además, una adecuada instrucción sobre los ritos, una auténtica
espiritualidad y una educación a vivirla en plenitud.121 Por
tanto, se ha de promover más una autentica « mistagogía litúrgica », con
la participación activa de todos los fieles, cada uno según sus
propios cometidos, en las acciones sagradas, especialmente en la
Eucaristía.
II. Celebrar los
Sacramentos
74. Se debe dar gran relieve a la
celebración de los Sacramentos, como acciones de Cristo y de la
Iglesia orientadas a dar culto a Dios, a la santificación de los hombres
y la edificación de la Comunidad eclesial. Reconociendo que Cristo mismo
actúa en ellos por medio del Espíritu Santo, los Sacramentos se deben
celebrar con el máximo esmero y poniendo las condiciones apropiadas. Las
Iglesias particulares del Continente han de poner sumo interés en
reforzar su pastoral de los Sacramentos, para que se reconozca su verdad
profunda. Los Padres sinodales han destacado esta exigencia para
contrarrestar dos peligros: por un lado, algunos ambientes eclesiales
parecen haber perdido el auténtico sentido del sacramento y podrían
banalizar los misterios celebrados; por otro, muchos bautizados, por
costumbre y tradición, siguen recurriendo a los Sacramentos en momentos
significativos de su existencia, pero sin vivir conforme a las normas de
la Iglesia.122
La Eucaristía
75. La Eucaristía, supremo don de
Cristo a la Iglesia, hace presente sacramentalmente el sacrificio de
Cristo para nuestra salvación: « La sagrada Eucaristía, en efecto,
contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo,
nuestra Pascua ».123 La Iglesia, en su peregrinación, acude a
ella, « fuente y cima de toda la vida cristiana »,124
encontrando la fuente de toda esperanza. En efecto, la Eucaristía « da
impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva
esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas ».125
Todos estamos invitados a confesar la
fe en la Eucaristía, « prenda de la gloria futura », convencidos de
que la comunión con Cristo, vivida ahora como peregrinos en la
existencia terrena, anticipa el encuentro supremo del día en que «
seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es » (1 Jn 3,
2). La Eucaristía es « gustar la eternidad en el tiempo », presencia
divina y comunión con ella; memorial de la Pascua de Cristo, es por
naturaleza portadora de la gracia en la historia humana. Abre al futuro
de Dios; siendo comunión con Cristo, con su cuerpo y su sangre, es
participación en la vida eterna de Dios.126
La reconciliación
76. Junto con la Eucaristía, el
sacramento de la Reconciliación debe tener también un papel
fundamental en la recuperación de la esperanza: « En efecto, la
experiencia personal del perdón de Dios para cada uno de nosotros es
fundamento esencial de toda esperanza respecto a nuestro futuro ».127
Una de las causas del abatimiento que acecha a muchos jóvenes de hoy
debe buscarse en la incapacidad de reconocerse pecadores y dejarse
perdonar, una incapacidad debida frecuentemente a la soledad de quien,
viviendo como si Dios no existiera, no tiene a nadie a quien pedir
perdón. El que, por el contrario, se reconoce pecador y se encomienda a
la misericordia del Padre celestial, experimenta la alegría de una
verdadera liberación y puede vivir sin encerrarse en su propia miseria.128
Recibe así la gracia de un nuevo comienzo y encuentra motivos para
esperar.
Es necesario, pues, que se revitalice en
la Iglesia en Europa el sacramento de la Reconciliación. Se recuerda,
sin embargo, que la forma del Sacramento es la confesión personal de los
pecados seguida de la absolución individual. Este encuentro entre el
penitente y el sacerdote ha de ser favorecido en cualquiera de las
formas previstas por el rito del Sacramento. Ante la pérdida tan
extendida del sentido del pecado y la creciente mentalidad caracterizada
por el relativismo y el subjetivismo en campo moral, es preciso que en
cada comunidad eclesial se imparta una seria formación de las
conciencias.129 Los Padres Sinodales ha insistido en que se
reconozca claramente la verdad del pecado personal y la necesidad del
perdón personal de Dios mediante el ministerio del sacerdote. Las
absoluciones colectivas no son un modo alternativo de administrar el
sacramento de la Reconciliación.130
77. Me dirijo a los sacerdotes,
exhortándolos a ofrecer generosamente la propia disponibilidad para oír
las confesiones y a que ellos mismos den ejemplo, acudiendo con
regularidad al sacramento de la Penitencia. Les recomiendo que procuren
estar al día en el campo de la teología moral, de modo que sepan
afrontar con competencia los problemas planteados recientemente a la
moral personal y social. Presten una especial atención, además, a las
condiciones concretas de vida en que se encuentran los fieles y les
ayuden pacientemente a descubrir las exigencias de la ley moral
cristiana, ayudándolos a vivir el Sacramento como un gozoso encuentro
con la misericordia del Padre celestial.131
Oración y vida
78. Junto con la celebración Eucarística,
hace falta promover también otras formas de oración comunitaria,132
ayudando a descubrir la relación entre ésta y la oración litúrgica. En
particular, manteniendo viva la tradición de la Iglesia latina, se han
de promover las diversas manifestaciones del culto eucarístico fuera
de la Misa: adoración personal, exposición y procesión, que se han
de concebir como expresión de fe en la presencia real y permanente del
Señor en el Sacramento del altar.133 Se ha de educar a ver
una conexión similar con el misterio eucarístico en la celebración,
personal o comunitaria, de la Liturgia de las Horas, cuyo valor
para los fieles laicos ha sido puesto también de relieve por el Concilio
Vaticano II.134 Se exhorte a las familias a dedicar algún
tiempo a la oración en común, de tal modo que interpreten a la luz del
Evangelio toda la vida matrimonial y familiar. Así, partiendo de quienes
se ponen a la escucha de la Palabra de Dios, se formará una liturgia
doméstica que marcará cada momento de la familia.135
Toda forma de oración comunitaria
presupone la oración individual. Entre la persona y Dios se establece un
coloquio franco que se expresa en la alabanza, el agradecimiento, la
súplica al Padre por Jesucristo y en el Espíritu Santo. Nunca se
descuide la oración personal, que es como el aire que respira el
cristiano. Y se eduque también a descubrir la relación entre ésta última
y la oración litúrgica.
79. Se ha de dedicar también una atención
especial a la piedad popular.136 Muy extendida por las
diversas regiones de Europa mediante las cofradías, procesiones y
peregrinaciones a numerosos santuarios, enriquece el itinerario del año
litúrgico, inspirando usos y costumbres familiares y sociales. Todas
estas formas deben ser consideradas cuidadosamente mediante una pastoral
de promoción y renovación, que les ayude a desarrollar todo lo que es
expresión auténtica de la sabiduría del Pueblo de Dios. Lo es
ciertamente el Santo Rosario. En este año dedicado al mismo, me complace
recomendar su rezo, porque « el Rosario, comprendido en su pleno
significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una
oportunidad ordinaria y fecunda, espiritual y pedagógica, para la
contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva
evangelización ».137
En el campo de la piedad popular hay que
vigilar constantemente los aspectos ambiguos de algunas de sus
manifestaciones, preservándo las de desviaciones secularistas,
consumismos desconsiderados o también de riesgos de superstición, para
mantenerlas dentro de formas auténticas y juiciosas. Se ha de llevar a
cabo una pedagogía apropiada, explicando cómo la piedad popular se ha
vivir siempre en armonía con la liturgia de la Iglesia y vinculada con
los Sacramentos.
80. No se debe olvidar que el « culto
espiritual agradable a Dios » (cf. Rm 12, 1) se realiza ante
todo en la existencia cotidiana, vivida en la caridad por la
entrega libre y generosa de uno mismo incluso en momentos de aparente
impotencia. Así, la vida está animada por una esperanza inquebrantable,
porque sólo se apoya en la certeza del poder de Dios y la victoria de
Cristo: es una vida rebosante de consolaciones de Dios, con las cuales
hemos de consolar, por nuestra parte, a cuantos encontramos en nuestro
camino (cf. 2 Co 1, 4).
El día del Señor
81. El día del Señor es un momento
paradigmático y sumamente evocador en la celebración del Evangelio de la
esperanza.
En el contexto actual, diversas
circunstancias hacen difícil que los cristianos vivan plenamente el
domingo como día del encuentro con el Señor. No es raro que se reduzca a
un simple « fin de semana », a un tiempo de mera evasión. Hace falta,
pues, una acción pastoral articulada en el ámbito educativo, espiritual
y social, que ayude a vivir su sentido genuino.
82. Renuevo, por tanto, la invitación a
recuperar el sentido más profundo del día del Señor,138
para que sea santificado con la participación en la Eucaristía y con un
descanso lleno de fraternidad y regocijo cristiano. Que se celebre como
centro de todo el culto, preanuncio incesante de la vida sin fin, que
reanima la esperanza y alienta en el camino. Por eso no se ha de tener
miedo a defenderlo contra toda insidia y a esforzarse por
salvaguardarlo en la organización del trabajo, de modo que sea un
día para el hombre y ventajoso para toda la sociedad. En efecto, si se
priva al domingo de su sentido originario y no es posible darle un
espacio adecuado para la oración, el descanso, la comunión y la alegría,
puede suceder que « el hombre quede cerrado en un horizonte tan
restringido que no le permite ya ver el "cielo". Entonces, aunque
vestido de fiesta, interiormente es incapaz de "hacer fiesta" ».139
Y sin la dimensión de la fiesta, la esperanza no encontraría un hogar
donde vivir.
CONTINUACIÓN
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