Dominus
Iesus
Declaración
sobre la unicidad y la universalidad
salvífica de Jesucristo y de la Iglesia
Importante
explicación sobre la fe católica en Jesucristo, único
salvador. Es
una aclaración ante los errores relativistas que proponen que todas
las religiones pueden ser por igual caminos válidos de salvación.
Este documento no enseña nada nuevo pero el hecho de que haya sido
tan atacado demuestra lo necesario que es. La
Santa Sede ha clarificado que la Dominus
Iesus es parte del Magisterio universal.
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1-El Papa clarifica su intención
respecto a Dominus Iesus
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El
Papa clarifica su intención respecto a Dominus Iesus
En la cumbre del año
jubilar, con la declaración «Dominus Iesus» (Jesús es el Señor),
que he aprobado de manera especial, he querido invitar a los
cristianos a renovar su adhesión a Él en la alegría de la fe,
testimoniando unánimemente que Él es, hoy y mañana, «el camino, la
verdad y de la vida» (Juan 14, 6). Nuestra confesión de Cristo, como
Hijo único de Dios, a través de quien nosotros mismos vemos el
rostro del Padre (cf. Juan 14, 8), no es un acto de arrogancia que
desprecia a las demás religiones, sino un reconocimiento gozoso, pues
Cristo se nos ha mostrado sin que hayamos hecho nada para merecerlo. Y
Él, al mismo tiempo, nos ha comprometido a seguir dando lo que hemos
recibido y a comunicar a los demás lo que se nos ha dado, pues la
Verdad donada y el Amor que es Dios pertenecen a todos los hombres.
Con el apóstol Pedro confesamos que «no hay bajo el cielo otro
nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos»
(Hechos de los Apóstoles 4, 12). La declaración «Dominus Iesus»,
siguiendo las huellas del Vaticano II, muestra que con ello no se
niega la salvación a los no cristianos, sino que indica su manantial
último en Cristo, en el que se unen Dios y el hombre. Dios da la luz
a todos de manera adaptada a su situación interior y ambiental,
concediéndoles la gracia salvífica, a través de caminos que él
conoce (cf. «Dominus Iesus», VI, 20-21). El documento aclara los
elementos cristianos esenciales, que no obstaculizan el diálogo, sino
que ponen las bases, pues un diálogo sin cimientos estaría destinado
a degenerar en palabrería vacía.
Lo mismo vale también para la cuestión ecuménica. Si el documento,
con el Vaticano II, declara que la «única Iglesia de Cristo subsiste
en la Iglesia católica», no pretende con ello expresar poca
consideración por las demás Iglesias y comunidades eclesiales. Esta
convicción está apoyada por la conciencia de que no se trata de un mérito
humano, sino de un signo de fidelidad a Dios que es más fuerte que
las debilidades humanas y que los pecados, confesados por nosotros de
manera solemne ante Dios y los hombres al inicio de la Cuaresma. La
Iglesia católica sufre --como dice el documento-- por el hecho de que
auténticas Iglesias particulares y comunidades eclesiales, con
elementos preciosos de salvación, estén separadas de ella.
De este modo, el documento expresa una vez más la misma pasión ecuménica
que se encuentra en los cimientos de la encíclica «Ut
unum sint». Tengo la esperanza de que esta declaración, por la
que siento un gran aprecio, pueda desempeñar finalmente su función
de clarificación y al mismo tiempo de apertura, después de tantas
interpretaciones equivocadas.
Que María, a quien el Señor en la cruz nos confió como Madre de
todos, nos ayude a crecer juntos en la fe en Cristo, Redentor de todos
los hombres; en la esperanza de la salvación, ofrecida por Cristo a
todos; y en el amor, que es signo de los hijos de Dios.
DOMINUS
IESUS
Congregación para la
Doctrina de la Fe
+ Joseph Card. Ratzinger
Prefecto
+ Tarcisio Bertone, S.D.B.
Arzobispo emérito de Vercelli
Secretario
Roma, 6 de agosto del
2000,
Fiesta de la Transfiguración del Señor
SINTESIS de DOMINUS
IESUS
Algunos teólogos
afirman que las religiones son caminos igualmente válidos de salvación.
Estas teorías se fundan sobre algunos presupuestos de naturaleza
filosófica y teológica bastante difundidos que propagan la relatividad
con relación a la verdad: que aquello que es verdad para algunos no
lo es para otros; la contraposición radical que habría entre la
mentalidad lógica occidental y la mentalidad simbólica oriental; el subjetivismo
de quienes consideran a la razón como única fuente de conocimiento;
el eclecticismo (asumir diferentes contextos filosóficos y
religiosos, sin preocuparse de su coherencia, conexión sistemática y
compatibilidad con la verdad cristiana) y otros errores que llevan a la
tendencia a leer e interpretar la Sagrada Escritura fuera de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia. La Comisión Teológica
Internacional ya había publicado en 1997 un documento, 'El
Cristianismo y las religiones', que mostraba la falta de fundamento de
una teología pluralista de las religiones, afirmando en cambio la
unicidad y la universalidad salvífica del misterio de Cristo y de la
Iglesia, fuente de toda salvación, dentro y fuera del cristianismo.
INTRODUCCIÓN
I.
PLENITUD Y DEFINITIVIDAD DE LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO
II.
EL LOGOS ENCARNADOY EL ESPÍRITU SANTO EN LA OBRA DE LA SALVACIÓN
III.
UNICIDAD Y UNIVERSALIDAD DEL MISTERIO SALVÍFICO DE JESUCRISTO
IV. UNICIDAD Y
UNIDAD DE LA IGLESIA
V. IGLESIA,
REINO DE DIOS Y REINO DE CRISTO
VI.
LA IGLESIA Y LAS RELIGIONES EN RELACIÓN CON LA SALVACIÓN
CONCLUSIÓN
1. El Señor Jesús,
antes de ascender al cielo, confió a sus discípulos el mandato de
anunciar el Evangelio al mundo entero y de bautizar a todas las
naciones: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la
creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a
creer, será condenado" (Mc 16,15-16); "Me ha sido
dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos
a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo" (Mt 28,18-20; cf. también Lc 24,46-48;
Jn 17,18; 20,21; Hch 1,8).
La misión universal de la
Iglesia nace del mandato de Jesucristo y se cumple en el curso de los
siglos en la proclamación del misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, y del misterio de la encarnación del Hijo, como evento de
salvación para toda la humanidad. Es éste el contenido fundamental
de la profesión de fe cristiana: "Creo en un solo Dios, Padre
todopoderoso, Creador de cielo y tierra [...]. Creo en un solo Señor,
Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue
hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del
cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la
Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en
tiempos de Poncio Pilato: padeció y fue sepultado, y resucitó al
tercer día según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado
a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a
vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que con el Padre
y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los
profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo
futuro".[1]
2. La Iglesia, en el curso
de los siglos, ha proclamado y testimoniado con fidelidad el Evangelio
de Jesús. Al final del segundo milenio, sin embargo, esta misión está
todavía lejos de su cumplimiento.[2] Por eso, hoy más que nunca, es
actual el grito del apóstol Pablo sobre el compromiso misionero de
cada bautizado: "Predicar el Evangelio no es para mí ningún
motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y [exclamdown]ay
de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Co 9,16). Eso
explica la particular atención que el Magisterio ha dedicado a
motivar y a sostener la misión evangelizadora de la Iglesia, sobre
todo en relación con las tradiciones religiosas del mundo.[3]
Teniendo en cuenta los
valores que éstas testimonian y ofrecen a la humanidad, con una
actitud abierta y positiva, la Declaración conciliar sobre la relación
de la Iglesia con las religiones no cristianas afirma: "La
Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de
santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y
de vivir, los preceptos y las doctrinas, que, por más que discrepen
en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un
destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres".[4]
Prosiguiendo en esta línea, el compromiso eclesial de anunciar a
Jesucristo, "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6),
se sirve hoy también de la práctica del diálogo interreligioso, que
ciertamente no sustituye sino que acompaña la missio ad gentes, en
virtud de aquel "misterio de unidad", del cual "deriva
que todos los hombres y mujeres que son salvados participan, aunque en
modos diferentes, del mismo misterio de salvación en Jesucristo por
medio de su Espíritu".[5] Dicho diálogo, que forma parte de la
misión evangelizadora de la Iglesia,[6] comporta una actitud de
comprensión y una relación de conocimiento recíproco y de mutuo
enriquecimiento, en la obediencia a la verdad y en el respeto de la
libertad.[7]
3. En la práctica y
profundización teórica del diálogo entre la fe cristiana y las
otras tradiciones religiosas surgen cuestiones nuevas, las cuales se
trata de afrontar recorriendo nuevas pistas de búsqueda, adelantando
propuestas y sugiriendo comportamientos, que necesitan un cuidadoso
discernimiento. En esta búsqueda, la presente Declaración interviene
para llamar la atención de los Obispos, de los teólogos y de todos
los fieles católicos sobre algunos contenidos doctrinales
imprescindibles, que puedan ayudar a que la reflexión teológica
madure soluciones conformes al dato de la fe, que respondan a las
urgencias culturales contemporáneas.
El lenguaje expositivo de
la Declaración responde a su finalidad, que no es la de tratar en
modo orgánico la problemática relativa a la unicidad y universalidad
salvífica del misterio de Jesucristo y de la Iglesia, ni el proponer
soluciones a las cuestiones teológicas libremente disputadas, sino la
de exponer nuevamente la doctrina de la fe católica al respecto. Al
mismo tiempo la Declaración quiere indicar algunos problemas
fundamentales que quedan abiertos para ulteriores profundizaciones, y
confutar determinadas posiciones erróneas o ambiguas. Por eso el
texto retoma la doctrina enseñada en documentos precedentes del
Magisterio, con la intención de corroborar las verdades que forman
parte del patrimonio de la fe de la Iglesia.
4. El perenne anuncio
misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías de tipo
relativistas, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no sólo
de facto sino también de iure (o de principio). En consecuencia, se
retienen superadas, por ejemplo, verdades tales como el carácter
definitivo y completo de la revelación de Jesucristo, la naturaleza
de la fe cristiana con respecto a la creencia en las otra religiones,
el carácter inspirado de los libros de la Sagrada Escritura, la
unidad personal entre el Verbo eterno y Jesús de Nazaret, la unidad
entre la economía del Verbo encarnado y del Espíritu Santo, la
unicidad y la universalidad salvífica del misterio de Jesucristo, la
mediación salvífica universal de la Iglesia, la inseparabilidad
--aun en la distinción-- entre el Reino de Dios, el Reino de Cristo y
la Iglesia, la subsistencia en la Iglesia católica de la única
Iglesia de Cristo.
Las raíces de estas
afirmaciones hay que buscarlas en algunos presupuestos, ya sean de
naturaleza filosófica o teológica, que obstaculizan la inteligencia
y la acogida de la verdad revelada. Se pueden señalar algunos: la
convicción de la inaferrablilidad y la inefabilidad de la verdad
divina, ni siquiera por parte de la revelación cristiana; la actitud
relativista con relación a la verdad, en virtud de lo cual aquello
que es verdad para algunos no lo es para otros; la contraposición
radical entre la mentalidad lógica atribuida a Occidente y la
mentalidad simbólica atribuida a Oriente; el subjetivismo de quien,
considerando la razón como única fuente de conocimiento, se hace
"incapaz de levantar la mirada hacia lo alto para atreverse a
alcanzar la verdad del ser";[8] la dificultad de comprender y
acoger en la historia la presencia de eventos definitivos y escatológicos;
el vaciamiento metafísico del evento de la encarnación histórica
del Logos eterno, reducido a un mero aparecer de Dios en la historia;
el eclecticismo de quien, en la búsqueda teológica, asume ideas
derivadas de diferentes contextos filosóficos y religiosos, sin
preocuparse de su coherencia y conexión sistemática, ni de su
compatibilidad con la verdad cristiana; la tendencia, en fin, a leer e
interpretar la Sagrada Escritura fuera de la Tradición y del
Magisterio de la Iglesia.
Sobre la base de tales
presupuestos, que se presentan con matices diversos, unas veces como
afirmaciones y otras como hipótesis, se elaboran algunas propuestas
teológicas en las cuales la revelación cristiana y el misterio de
Jesucristo y de la Iglesia pierden su carácter de verdad absoluta y
de universalidad salvífica, o al menos se arroja sobre ellos la
sombra de la duda y de la inseguridad.
[1]Conc. de Constantinopla
I, Symbolum Costantinopolitanum: DS 150.
[2]Cf. Juan Pablo II, Enc.
Redemptoris missio, 1: AAS 83 (1991) 249-340.
[3]Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Decr. Ad gentes y Decl. Nostra aetate; cf. también
Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi: AAS 68 (1976)
5-76; Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio.
[4]Conc. Ecum. Vat.II,
Decl.Nostra aetate, 2.
[5]Pont. Cons. para el Diálogo
Interreligioso y la Congr. para la Evangelización de los Pueblos,
Instr. Diálogo y anuncio, 29; cf. Conc.Ecum. Vat II, Const.
past. Gaudium et spes, 22.
[6]Cf. Juan Pablo II, Enc.
Redemptoris missio, 55.
[7]Cf. Pont.Cons. para el
Diálogo Interreligioso y la Congr. para la Evangelización de los
Pueblos, Instr. Diálogo y anuncio, 9: AAS 84 (1992) 414-446.
[8]Juan Pablo II,Enc. Fides
et ratio, 5: AAS 91 (1999) 5-88.
5. Para poner remedio a
esta mentalidad relativista, cada vez más difundida, es necesario
reiterar, ante todo, el carácter definitivo y completo de la revelación
de Jesucristo. Debe ser, en efecto, firmemente creída la afirmación
de que en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, el
cual es "el camino, la verdad y la vida" (cf. Jn 14,6),
se da la revelación de la plenitud de la verdad divina: "Nadie
conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie
sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt
11,27). "A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que
está en el seno del Padre, él lo ha revelado" (Jn 1,18);
"porque en él reside toda la Plenitud de la Divinidad
corporalmente" (Col 2,9-10).
Fiel a la palabra de Dios,
el Concilio Vaticano II enseña: "La verdad íntima acerca de
Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la
revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda
la revelación".[9] Y confirma: "Jesucristo, el Verbo hecho
carne, "hombre enviado a los hombres", habla palabras de
Dios (Jn 3,34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el
Padre le confió (cf. Jn 5,36; 17,4). Por tanto, Jesucristo
--ver al cual es ver al Padre (cf. Jn 14,9)--, con su total presencia
y manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, sobre
todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, y
finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud
toda la revelación y la confirma con el testimonio divino [...]. La
economía cristiana, como la alianza nueva y definitiva, nunca cesará;
y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la
gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tm 6,14; Tit
2,13)".[10]
Por esto la encíclica
Redemptoris missio propone nuevamente a la Iglesia la tarea de
proclamar el Evangelio, como plenitud de la verdad: "En esta
Palabra definitiva de su revelación, Dios se ha dado a conocer del
modo más completo; ha dicho a la humanidad quién es. Esta
autorrevelación definitiva de Dios es el motivo fundamental por el
que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de
proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios
nos ha dado a conocer sobre sí mismo".[11] Sólo la revelación
de Jesucristo, por lo tanto, "introduce en nuestra historia una
verdad universal y última que induce a la mente del hombre a no
pararse nunca".[12]
6. Es, por lo tanto,
contraria a la fe de la Iglesia la tesis del carácter limitado,
incompleto e imperfecto de la revelación de Jesucristo, que sería
complementaria a la presente en las otras religiones. La razón que
está a la base de esta aserción pretendería fundarse sobre el hecho
de que la verdad acerca de Dios no podría ser acogida y manifestada
en su globalidad y plenitud por ninguna religión histórica, por lo
tanto, tampoco por el cristianismo ni por Jesucristo.
Esta posición contradice
radicalmente las precedentes afirmaciones de fe, según las cuales en
Jesucristo se da la plena y completa revelación del misterio salvífico
de Dios. Por lo tanto, las palabras, las obras y la totalidad del
evento histórico de Jesús, aun siendo limitados en cuanto realidades
humanas, sin embargo, tienen como fuente la Persona divina del Verbo
encarnado, "verdadero Dios y verdadero hombre"[13] y por eso
llevan en sí la definitividad y la plenitud de la revelación de las
vías salvíficas de Dios, aunque la profundidad del misterio divino
en sí mismo siga siendo trascendente e inagotable. La verdad
sobre Dios no es abolida o reducida porque sea dicha en lenguaje
humano. Ella, en cambio, sigue siendo única, plena y completa porque
quien habla y actúa es el Hijo de Dios encarnado. Por esto la fe
exige que se profese que el Verbo hecho carne, en todo su misterio,
que va desde la encarnación a la glorificación, es la fuente,
participada mas real, y el cumplimiento de toda la revelación salvífica
de Dios a la humanidad,[14] y que el Espíritu Santo, que es el Espíritu
de Cristo, enseña a los Apóstoles, y por medio de ellos a toda la
Iglesia de todos los tiempos, "la verdad completa" (Jn 16,13).
7. La respuesta adecuada a
la revelación de Dios es "la obediencia de la fe (Rm 1,5: Cf. Rm
16,26; 2 Co 10,5-6), por la que el hombre se confía libre y
totalmente a Dios, prestando "a Dios revelador el homenaje del
entendimiento y de la voluntad", y asistiendo voluntariamente a
la revelación hecha por Él".[15] La fe es un don de la gracia:
"Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que
previene y ayuda, y los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual
mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y
da "a todos la suavidad en el aceptar y creer la
verdad"".[16]
La obediencia de la fe
conduce a la acogida de la verdad de la revelación de Cristo,
garantizada por Dios, quien es la Verdad misma;[17] "La fe es
ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo
e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha
revelado".[18] La fe, por lo tanto, "don de Dios" y
"virtud sobrenatural infundida por Él",[19] implica una
doble adhesión: a Dios que revela y a la verdad revelada por él, en
virtud de la confianza que se le concede a la persona que la afirma.
Por esto "no debemos creer en ningún otro que no sea Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo".[20]
Debe ser, por lo tanto,
firmemente retenida la distinción entre la fe teoloGal y la
creencia en las otras religiones. Si la fe es la acogida en la gracia
de la verdad revelada, que "permite penetrar en el misterio,
favoreciendo su comprensión coherente",[21] la creencia en las
otras religiones es esa totalidad de experiencia y pensamiento que
constituyen los tesoros humanos de sabiduría y religiosidad, que el
hombre, en su búsqueda de la verdad, ha ideado y creado en su
referencia a lo Divino y al Absoluto.[22]
Non siempre tal distinción
es tenida en consideración en la reflexión actual, por lo cual a
menudo se identifica la fe teologal, que es la acogida de la verdad
revelada por Dios Uno y Trino, y la creencia en las otras religiones,
que es una experiencia religiosa todavía en búsqueda de la verdad
absoluta y carente todavía del asentimiento a Dios que se revela.
Este es uno de los motivos por los cuales se tiende a reducir, y a
veces incluso a anular, las diferencias entre el cristianismo y las
otras religiones.
8. Se propone también la
hipótesis acerca del valor inspirado de los textos sagrados de otras
religiones. Ciertamente es necesario reconocer que tales textos
contienen elementos gracias a los cuales multitud de personas a través
de los siglos han podido y todavía hoy pueden alimentar y conservar
su relación religiosa con Dios. Por esto, considerando tanto los
modos de actuar como los preceptos y las doctrinas de las otras
religiones, el Concilio Vaticano II --como se ha recordado antes--
afirma que "por más que discrepen en mucho de lo que ella [la
Iglesia] profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de
aquella Verdad que ilumina a todos los hombres".[23]
La tradición de la
Iglesia, sin embargo, reserva la calificación de textos inspirados a
los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto
inspirados por el Espíritu Santo.[24] Recogiendo esta tradición, la
Constitución dogmática sobre la divina Revelación del Concilio
Vaticano II enseña: "La santa Madre Iglesia, según la fe apostólica,
tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo
Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración
del Espíritu Santo (cf. Jn 20, 31; 2 Tm 3,16; 2 Pe 1,19-21;
3,15-16), tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a
la misma Iglesia".[25] Esos libros "enseñan firmemente, con
fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las
sagradas letras de nuestra salvación".[26]
Sin embargo, queriendo
llamar a sí a todas las gentes en Cristo y comunicarles la plenitud
de su revelación y de su amor, Dios no deja de hacerse presente en
muchos modos "no sólo en cada individuo, sino también en los
pueblos mediante sus riquezas espirituales, cuya expresión principal
y esencial son las religiones, aunque contengan "lagunas,
insuficiencias y errores"".[27] Por lo tanto, los libros
sagrados de otras religiones, que de hecho alimentan y guían la
existencia de sus seguidores, reciben del misterio de Cristo aquellos
elementos de bondad y gracia que están en ellos presentes.
[9]Conc. Ecum Vat. II,
Const. dogm.Dei verbum, 2.
[10]Ibíd., 4.
[11]Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio, 5.
[12]Juan Pablo II, Enc. Fides
et ratio, 14.
[13]Conc. Ecum. de
Calcedonia, DS 301. Cf. S. Atanasio de Alejandría, De
Incarnatione, 54,3: SC 199,458.
[14]Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm.Dei verbum, 4
[15]Ibíd., 5.
[16]Ibíd.
[17]3 Cf. Catecismo de
la Iglesia Católica, 144.
[18]Ibíd., 150.
[19]Ibíd., 153.
[20]Ibíd., 178.
[21]Juan Pablo II, Enc. Fides
et Ratio, 13.
[22]Cf. ibíd.,
31-32.
[23]Conc. Ecum. Vat.II,
Decl.Nostra aetae, 2. Cf. también Conc.Ecum. Vat. II, Decr. Ad
gentes, 9, donde se habla de todo lo bueno presente "en los
ritos y en las culturas de los pueblos"; Const. dogm. Lumen
gentium, 16, donde se indica todo lo bueno y lo verdadero presente
entre los no cristianos, que pueden ser considerados como una
preparación a la acogida del Evangelio.
[24]Cf. Conc. de Trento,
Decr. de libris sacris et de traditionibus recipiendis: DS
1501; Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm.Dei Filius, cap. 2: DS
3006.
[25]Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm.Dei verbum, 11.
[26]Ibíd.
[27]Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio, 55; cf. también 56. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii
nuntiandi, 53.
9. En la reflexión teológica
contemporánea a menudo emerge un acercamiento a Jesús de Nazaret
como si fuese una figura histórica particular y finita, que revela lo
divino de manera no exclusiva sino complementaria a otras presencias
reveladoras y salvíficas. El Infinito, el Absoluto, el Misterio último
de Dios se manifestaría así a la humanidad en modos diversos y en
diversas figuras históricas: Jesús de Nazaret sería una de esas. Más
concretamente, para algunos él sería uno de los tantos rostros que
el Logos habría asumido en el curso del tiempo para comunicarse salvíficamente
con la humanidad.
Además, para justificar
por una parte la universalidad de la salvación cristiana y por otra
el hecho del pluralismo religioso, se proponen contemporaneamente una
economía del Verbo eterno válida también fuera de la Iglesia y sin
relación a ella, y una economía del Verbo encarnado. La primera
tendría una plusvalía de universalidad respecto a la segunda,
limitada solamente a los cristianos, aunque si bien en ella la
presencia de Dios sería más plena.
10. Estas tesis contrastan
profundamente con la fe cristiana. Debe ser, en efecto, firmemente creída
la doctrina de fe que proclama que Jesús de Nazaret, hijo de María,
y solamente él, es el Hijo y Verbo del Padre. El Verbo, que
"estaba en el principio con Dios" (Jn 1,2), es el
mismo que "se hizo carne" (Jn 1,14). En Jesús
"el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16)
"reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col
2,9). Él es "el Hijo único, que está en el seno del
Padre" (Jn 1,18), el "Hijo de su amor, en quien
tenemos la redención [...]. Dios tuvo a bien hacer residir en él
toda la plenitud, y reconciliar con él y para él todas las cosas,
pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y
en los cielos" (Col 1,13-14.19-20).
Fiel a las Sagradas
Escrituras y refutando interpretaciones erróneas y reductoras, el
primer Concilio de Nicea definió solemnemente su fe en
"Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir,
de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de
Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por
quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que
hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación
descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció, y resucitó al
tercer día, subió a los cielos, y ha de venir a juzgar a los vivos y
a los muertos".[28] Siguiendo las enseñanzas de los Padres,
también el Concilio de Calcedonia profesó que "uno solo y el
mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, es él mismo perfecto en
divinidad y perfecto en humanidad, Dios verdaderamente, y
verdaderamente hombre [...], consustancial con el Padre en cuanto a la
divinidad, y consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad
[...], engendrado por el Padre antes de los siglos en cuanto a la
divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por
nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en
cuanto a la humanidad".[29]
Por esto, el Concilio
Vaticano II afirma que Cristo "nuevo Adán", "imagen de
Dios invisible" (Col 1,15), "es también el hombre
perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza
divina, deformada por el primer pecado [...]. Cordero inocente, con la
entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En Él
Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la
esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros
puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios "me amó y se entregó
a sí mismo por mí" (Gal 2,20)".[30]
Al respecto Juan Pablo II
ha declarado explícitamente: "Es contrario a la fe cristiana
introducir cualquier separación entre el Verbo y Jesucristo [...]:
Jesús es el Verbo encarnado, una sola persona e inseparable [...].
Cristo no es sino Jesús de Nazaret, y éste es el Verbo de Dios hecho
hombre para la salvación de todos [...]. Mientras vamos descubriendo
y valorando los dones de todas clases, sobre todo las riquezas
espirituales que Dios ha concedido a cada pueblo, no podemos
disociarlos de Jesucristo, centro del plan divino de salvación".[31]
Es también contrario a la
fe católica introducir una separación entre la acción salvífica
del Logos en cuanto tal, y la del Verbo hecho carne. Con la encarnación,
todas las acciones salvíficas del Verbo de Dios, se hacen siempre en
unión con la naturaleza humana que él ha asumido para la salvación
de todos los hombres. El único sujeto que obra en las dos
naturalezas, divina y humana, es la única persona del Verbo.[32]
Por lo tanto no es
compatible con la doctrina de la Iglesia la teoría que atribuye una
actividad salvífica al Logos como tal en su divinidad, que se
ejercitaría "más allá" de la humanidad de Cristo, también
después de la encarnación.[33]
11. Igualmente, debe ser
firmemente creída la doctrina de fe sobre la unicidad de la economía
salvífica querida por Dios Uno y Trino, cuya fuente y centro es el
misterio de la encarnación del Verbo, mediador de la gracia divina en
el plan de la creación y de la redención (cf. Col 1,15-20),
recapitulador de todas las cosas (cf. Ef 1,10), "al cual hizo
Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación
y redención" (1 Co 1,30). En efecto, el misterio de
Cristo tiene una unidad intrínseca, que se extiende desde la elección
eterna en Dios hasta la parusía: "[Dios] nos ha elegido en él
antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su
presencia, en el amor" (Ef 1,4); En él "por quien entramos
en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que
realiza todo conforme a la decisión de su voluntad" (Ef 1,11);
"Pues a los que de antemano conoció [el Padre], también los
predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el
primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos
también los justificó; a los que justificó, a ésos también los
glorificó" (Rm 8,29-30).
El Magisterio de la
Iglesia, fiel a la revelación divina, reitera que Jesucristo es el
mediador y el redentor universal: "El Verbo de Dios, por quien
todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvará a
todos y recapitulara todas las cosas. El Señor [...] es aquel a quien
el Padre resucitó, exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo
juez de vivos y de muertos".[34] Esta mediación salvífica también
implica la unicidad del sacrificio redentor de Cristo, sumo y eterno
sacerdote (cf. Eb 6,20; 9,11; 10,12-14).
12. Hay también quien
propone la hipótesis de una economía del Espíritu Santo con un carácter
más universal que la del Verbo encarnado, crucificado y resucitado.
También esta afirmación es contraria a la fe católica, que, en
cambio, considera la encarnación salvífica del Verbo como un evento
trinitario. En el Nuevo Testamento el misterio de Jesús, Verbo
encarnado, constituye el lugar de la presencia del Espíritu Santo y
la razón de su efusión a la humanidad, no sólo en los tiempos mesiánicos
(cf. Hch 2,32-36; Jn 20,20; 7,39; 1 Co 15,45),
sino también antes de su venida en la historia (cf. 1 Co 10,4;
1 Pe 1,10-12).
El Concilio Vaticano II ha
llamado la atención de la conciencia de fe de la Iglesia sobre esta
verdad fundamental. Cuando expone el plan salvífico del Padre para
toda la humanidad, el Concilio conecta estrechamente desde el inicio
el misterio de Cristo con el del Espíritu.[35] Toda la obra de
edificación de la Iglesia a través de los siglos se ve como una
realización de Jesucristo Cabeza en comunión con su Espíritu.[36]
Además, la acción salvífica
de Jesucristo, con y por medio de su Espíritu, se extiende más allá
de los confines visibles de la Iglesia y alcanza a toda la humanidad.
Hablando del misterio pascual, en el cual Cristo asocia vitalmente al
creyente a sí mismo en el Espíritu Santo, y le da la esperanza de la
resurrección, el Concilio afirma: "Esto vale no solamente para
los cristianos, sino también para todos los hombres de buena
voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo
murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una
sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu
Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios
conocida, se asocien a este misterio pascual".[37]
Queda claro, por lo tanto,
el vínculo entre el misterio salvífico del Verbo encarnado y el del
Espíritu Santo, que actúa el influjo salvífico del Hijo hecho
hombre en la vida de todos los hombres, llamados por Dios a una única
meta, ya sea que hayan precedido históricamente al Verbo hecho
hombre, o que vivan después de su venida en la historia: de todos
ellos es animador el Espíritu del Padre, que el Hijo del hombre dona
libremente (cf. Jn 3,34).
Por eso el Magisterio
reciente de la Iglesia ha llamado la atención con firmeza y claridad
sobre la verdad de una única economía divina: "La presencia y
la actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos,
sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las
culturas y a las religiones [...]. Cristo resucitado obra ya por la
virtud de su Espíritu [...]. Es también el Espíritu quien esparce
"las semillas de la Palabra" presentes en los ritos y
culturas, y los prepara para su madurez en Cristo".[38] Aun
reconociendo la función histórico-salvífica del Espíritu en todo
el universo y en la historia de la humanidad,[39] sin embargo
confirma: "Este Espíritu es el mismo que se ha hecho presente en
la encarnación, en la vida, muerte y resurrección de Jesús y que
actúa en la Iglesia. No es, por consiguiente, algo alternativo a
Cristo, ni viene a llenar una especie de vacío, como a veces se da
por hipótesis, que exista entre Cristo y el Logos. Todo lo que el Espíritu
obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las
culturas y religiones, tiene un papel de preparación evangélica, y
no puede menos de referirse a Cristo, Verbo encarnado por obra del Espíritu,
"para que, hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas
las cosas"".[40]
En conclusión, la acción
del Espíritu no está fuera o al lado de la acción de Cristo. Se
trata de una sola economía salvífica de Dios Uno y Trino, realizada
en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de
Dios, llevada a cabo con la cooperación del Espíritu Santo y
extendida en su alcance salvífico a toda la humanidad y a todo el
universo: "Los hombres, pues, no pueden entrar en comunión con
Dios si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu".[41]
[28]Conc. Ecum. de Nicea
I, DS 125.
[29]Conc. Ecum de
Calcedonia, DS 301.
[30]Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. Gaudium et spes, 22.
[31]Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio, 6.
[32]Cf. San León Magno, Tomus
ad Flavianum: DS 269.
[33]Cf. San León Magno, Carta
"Promisisse me memini" ad Leonem I imp: DS 318:
"In tantam unitatem ab ipso conceptu Virginis deitate et
humanitate conserta, ut nec sine homine divina, nec sine Dio agerentur
humana". Cf. también ibíd.: DS 317.
[34]Conc. Ecum. Vat. II,
Const. past. Gaudium et spes, 45. Cf. también Conc. de Trento,
Decr. De peccato originali, 3: DS 1513.
[35]Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm. Lumen gentium, 3-4.
[36]Cf. ibíd.,
7.Cf. San Ireneo, el cual afirmaba que en la Iglesia "ha sido
depositada la comunión con Cristo, o sea, el Espíritu Santo" (Adversus
Haereses III, 24, 1: SC 211, 472).
[37]Conc. Ecum. Vat. II,
Const. past. Gaudium et spes, 22.
[38]Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio, 28.Acerca de "las semillas del Verbo" cf. también
San Justino, 2 Apologia, 8,1-2,1-3; 13, 3-6: ed. E. J.
Goodspeed, 84; 85; 88-89.
[39]Cf. ibíd.,
28-29.
[40]Ibíd., 29.
[41]3 Ibíd., 5.
13. Es también frecuente
la tesis que niega la unicidad y la universalidad salvífica
del misterio de Jesucristo. Esta posición no tiene ningún fundamento
bíblico. En efecto, debe ser firmemente creída, como dato perenne de
la fe de la Iglesia, la proclamación de Jesucristo, Hijo de Dios, Señor
y único salvador, que en su evento de encarnación, muerte y
resurrección ha llevado a cumplimiento la historia de la salvación,
que tiene en él su plenitud y su centro.
Los testimonios
neotestamentarios lo certifican con claridad: "El Padre envió a
su Hijo, como salvador del mundo" (1 Jn 4,14); "He
aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29).
En su discurso ante el sanedrín, Pedro, para justificar la curación
del tullido de nacimiento realizada en el nombre de Jesús (cf. Hch
3,1-8), proclama: "Porque no hay bajo el cielo otro nombre
dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch
4,12). El mismo apóstol añade además que "Jesucristo es el
Señor de todos"; "está constituido por Dios juez de vivos
y muertos"; por lo cual "todo el que cree en él alcanza,
por su nombre, el perdón de los pecados" (Hch 10,36.42.43).
Pablo, dirigiéndose a la
comunidad de Corinto, escribe: "Pues aun cuando se les dé el
nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay
multitud de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un
solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual
somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y
por el cual somos nosotros" (1 Co 8,5-6). También el apóstol
Juan afirma: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga
vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para
juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17).
En el Nuevo Testamento, la voluntad salvífica universal de Dios está
estrechamente conectada con la única mediación de Cristo:
"[Dios] quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también
un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también,
que se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1 Tm 2,4-6).
Basados en esta conciencia
del don de la salvación, único y universal, ofrecido por el Padre
por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo (cf. Ef 1,3-14), los
primeros cristianos se dirigieron a Israel mostrando que el
cumplimiento de la salvación iba más allá de la Ley, y afrontaron
después al mundo pagano de entonces, que aspiraba a la salvación a
través de una pluralidad de dioses salvadores. Este patrimonio de la
fe ha sido propuesto una vez más por el Magisterio de la Iglesia:
"Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos (cf. 2
Co 5,15), da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a
fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido
dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea posible
salvarse (cf. Hch 4,12). Igualmente cree que la clave, el
centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y
Maestro".[42]
14. Debe ser, por lo
tanto, firmemente creída como verdad de fe católica que la voluntad
salvífica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida una
vez para siempre en el misterio de la encarnación, muerte y
resurrección del Hijo de Dios.
Teniendo en cuenta este
dato de fe, y meditando sobre la presencia de otras experiencias
religiosas no cristianas y sobre su significado en el plan salvífico
de Dios, la teología está hoy invitada a explorar si es posible, y
en qué medida, que también figuras y elementos positivos de otras
religiones puedan entrar en el plan divino de la salvación. En esta
tarea de reflexión la investigación teológica tiene ante sí un
extenso campo de trabajo bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II, en efecto, afirmó que "la única
mediación del Redentor no excluye, sino suscita en sus criaturas una
múltiple cooperación que participa de la fuente única".[43] Se
debe profundizar el contenido de esta mediación participada, siempre
bajo la norma del principio de la única mediación de Cristo:
"Aun cuando no se excluyan mediaciones parciales, de cualquier
tipo y orden, éstas sin embargo cobran significado y valor únicamente
por la mediación de Cristo y no pueden ser entendidas como paralelas
y complementarias".[44] No obstante, serían contrarias a la fe
cristiana y católica aquellas propuestas de solución que contemplen
una acción salvífica de Dios fuera de la única mediación de
Cristo.
15. No pocas veces algunos
proponen que en teología se eviten términos como
"unicidad", "universalidad",
"absolutez", cuyo uso daría la impresión de un énfasis
excesivo acerca del valor del evento salvífico de Jesucristo con
relación a las otras religiones. En realidad, con este lenguaje se
expresa simplemente la fidelidad al dato revelado, pues constituye un
desarrollo de las fuentes mismas de la fe. Desde el inicio, en efecto,
la comunidad de los creyentes ha reconocido que Jesucristo posee una
tal valencia salvífica, que Él sólo, como Hijo de Dios hecho
hombre, crucificado y resucitado, en virtud de la misión recibida del
Padre y en la potencia del Espíritu Santo, tiene el objetivo de donar
la revelación (cf. Mt 11,27) y la vida divina (cf. Jn 1,12;
5,25-26; 17,2) a toda la humanidad y a cada hombre.
En este sentido se puede y
se debe decir que Jesucristo tiene, para el género humano y su
historia, un significado y un valor singular y único, sólo de él
propio, exclusivo, universal y absoluto. Jesús es, en efecto, el
Verbo de Dios hecho hombre para la salvación de todos. Recogiendo
esta conciencia de fe, el Concilio Vaticano II enseña: "El Verbo
de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre
perfecto, salvará a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor
es el fin de la historia humana, "punto de convergencia hacia el
cual tienden los deseos de la historia y de la civilización",
centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de
sus aspiraciones. Él es aquel a quien el Padre resucitó, exaltó y
colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y de
muertos".[45] "Es precisamente esta singularidad única de
Cristo la que le confiere un significado absoluto y universal, por lo
cual, mientras está en la historia, es el centro y el fin de la
misma: "Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el
Principio y el Fin" (Ap 22,13)".[46]
[42]Conc. Ecum. Vat. II,
Const. past.Gaudium et spes, 10; cf. San Agustín, cuando
afirma que fuera de Cristo, "camino universal de salvación que
nunca ha faltado al género humano, nadie ha sido liberado, nadie es
liberado, nadie será liberado": De Civitate Dei 10, 32,
2: CCSL 47, 312.
[43]Conc. Ecum. Vat.II,
Const. dogm. Lumen gentium, 62.
[44]Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio, 5.
[45]Conc. Ecum. Vat. II,
Const. past. Gaudium et spes, 45. La necesidad y absoluta
singularidad de Cristo en la historia humana está bien expresada por
San Ireneo cuando contempla la preeminencia de Jesús como Primogénito:
"En los cielos como primogénito del pensamiento del Padre, el
Verbo perfecto dirige personalmente todas las cosas y legisla; sobre
la tierra como primogénito de la Virgen, hombre justo y santo, siervo
de Dios, bueno, aceptable a Dios, perfecto en todo; finalmente
salvando de los infiernos a todos aquellos que lo siguen, como primogénito
de los muertos es cabeza y fuente de la vida divina" (Demostratio,
39: SC 406, 138).
[46]Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio, 6.
16. El Señor Jesús, único
salvador, no estableció una simple comunidad de discípulos, sino que
constituyó a la Iglesia como misterio salvífico: Él mismo está en
la Iglesia y la Iglesia está en Él (cf. Jn 15,1ss; Ga 3,28;
Ef 4,15-16; Hch 9,5); por eso, la plenitud del misterio salvífico
de Cristo pertenece también a la Iglesia, inseparablemente unida a su
Señor. Jesucristo, en efecto, continúa su presencia y su obra de
salvación en la Iglesia y a través de la Iglesia (cf. Col 1,24-27),[47]
que es su cuerpo (cf. 1 Co 12, 12-13.27; Col 1,18).[48]
Y así como la cabeza y los miembros de un cuerpo vivo aunque no se
identifiquen son inseparables, Cristo y la Iglesia no se pueden
confundir pero tampoco separar, y constituyen un único "Cristo
total".[49] Esta misma inseparabilidad se expresa también en el
Nuevo Testamento mediante la analogía de la Iglesia como Esposa de
Cristo (cf. 2 Cor 11,2; Ef 5,25-29; Ap 21,2.9).[50]
Por eso, en conexión con
la unicidad y la universalidad de la mediación salvífica de
Jesucristo, debe ser firmemente creída como verdad de fe católica la
unicidad de la Iglesia por él fundada. Así como hay un solo Cristo,
uno solo es su cuerpo, una sola es su Esposa: "una sola Iglesia
católica y apostólica".[51] Además, las promesas del Señor de
no abandonar jamás a su Iglesia (cf. Mt 16,18; 28,20) y de
guiarla con su Espíritu (cf. Jn 16,13) implican que, según la
fe católica, la unicidad y la unidad, como todo lo que pertenece a la
integridad de la Iglesia, nunca faltaran.[52]
Los fieles están
obligados a profesar que existe una continuidad histórica --radicada
en la sucesión apostólica--[53]entre la Iglesia fundada por Cristo y
la Iglesia católica: "Esta es la única Iglesia de Cristo [...]
que nuestro Salvador confió después de su resurrección a Pedro para
que la apacentara (Jn 24,17), confiándole a él y a los demás
Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt 28,18ss.), y la
erigió para siempre como "columna y fundamento de la
verdad" (1 Tm 3,15). Esta Iglesia, constituida y ordenada en este
mundo como una sociedad, subsiste [subsistit in] en la Iglesia
católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en
comunión con él".[54] Con la expresión "subsitit in",
el Concilio Vaticano II quiere armonizar dos afirmaciones doctrinales:
por un lado que la Iglesia de Cristo, no obstante las divisiones entre
los cristianos, sigue existiendo plenamente sólo en la Iglesia católica,
y por otro lado que "fuera de su estructura visible pueden
encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad",[55]
ya sea en las Iglesias que en las Comunidades eclesiales separadas de
la Iglesia católica.[56] Sin embargo, respecto a estas últimas, es
necesario afirmar que su eficacia "deriva de la misma plenitud de
gracia y verdad que fue confiada a la Iglesia católica".[57]
17. Existe, por lo tanto,
una única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia católica,
gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con
él.[58] Las Iglesias que no están en perfecta comunión con la
Iglesia católica pero se mantienen unidas a ella por medio de vínculos
estrechísimos como la sucesión apostólica y la Eucaristía válidamente
consagrada, son verdaderas iglesias particulares.[59] Por eso, también
en estas Iglesias está presente y operante la Iglesia de Cristo, si
bien falte la plena comunión con la Iglesia católica al rehusar la
doctrina católica del Primado, que por voluntad de Dios posee y
ejercita objetivamente sobre toda la Iglesia el Obispo de Roma.[60]
Por el contrario, las
Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y
la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico,[61] no son
Iglesia en sentido propio; sin embargo, los bautizados en estas
Comunidades, por el Bautismo han sido incorporados a Cristo y, por lo
tanto, están en una cierta comunión, si bien imperfecta, con la
Iglesia.[62] En efecto, el Bautismo en sí tiende al completo
desarrollo de la vida en Cristo mediante la íntegra profesión de fe,
la Eucaristía y la plena comunión en la Iglesia.[63]
"Por lo tanto, los
fieles no pueden imaginarse la Iglesia de Cristo como la suma
--diferenciada y de alguna manera unitaria al mismo tiempo-- de las
Iglesias y Comunidades eclesiales; ni tienen la facultad de pensar que
la Iglesia de Cristo hoy no existe en ningún lugar y que, por lo
tanto, deba ser objeto de búsqueda por parte de todas las Iglesias y
Comunidades".[64] En efecto, "los elementos de esta Iglesia
ya dada existen juntos y en plenitud en la Iglesia católica, y sin
esta plenitud en las otras Comunidades".[65] "Por
consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y Comunidades separadas
tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en
el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha
rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud
deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió
a la Iglesia".[66]
La falta de unidad entre
los cristianos es ciertamente una herida para la Iglesiad; no en el
sentido de quedar privada de su unidad, sino "en cuanto obstáculo
para la realización plena de su universalidad en la
historia".[67]
[47]Cf. Conc. Ecum.
Vat.II, Const. dogm. Lumen gentium, 14.
[48]Cf. ibíd., 7.
[49]Cf. San Agustín, Enarrat.In
Psalmos, Ps 90, Sermo 2,1: CCSL 39, 1266; San Gregorio
Magno, Moralia in Iob, Praefatio, 6, 14: PL 75, 525; Santo Tomás
de Aquino, Summa Theologicae, III, q. 48, a. 2 ad 1.
[50]Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm.Lumen gentium, 6.
[51]Símbolo de la fe:
DS 48.Cf. Bonifacio VIII, Bula Unam Sanctam: DS
870-872; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 8.
[52]Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Decr. Unitatis redintegratio, 4; Juan Pablo II, Enc. Ut
unum sint, 11: AAS 87 (1995) 921-982.
[53]3 Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm. Lumen gentium, 20; cf. también San Ireneo, Adversus
Haereses, III, 3, 1-3: SC 211, 20-44; San Cipriano, Epist.
33, 1: CCSL 3B, 164-165; San Agustín, Contra advers. legis et
prophet., 1, 20, 39: CCSL 49, 70.
[54]Conc. Ecum Vat. II,
Const. dogm. Lumen gentium, 8.
[55]Ibíd., Cf.
Juan Pablo II, Enc. Ut unum sint, 13. Cf. también Conc.Ecum.
Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 15, y Decr.Unitatis
redintegratio, 3.
[56]Es, por lo tanto,
contraria al significado auténtico del texto conciliar la
interpretación de quienes deducen de la fórmula subsistitin la
tesis según la cual la única Iglesia de Cristo podría también
subsistir en otras iglesias cristianas. "El Concilio había
escogido la palabra "subsistit" precisamente para
aclarar que existe una sola "subsistencia" de la verdadera
Iglesia, mientras que fuera de su estructura visible existen sólo
"elementa Ecclesiae", los cuales --siendo elementos
de la misma Iglesia-- tienden y conducen a la Iglesia católica"
(Congr. para la Doctrina de la Fe, Notificación sobre el volumen
"Iglesia: carisma y poder" del P. Leonardo Boff, 11-III-1985:
AAS 77 (1985) 756-762).
[57]Cf. Conc. Ecum.
Vat.II, Decr. Unitatis redintegratio, 3.
[58]Cf. Congr. para la
Doctrina de la Fe, Decl. Mysterium ecclesiae, n. 1: AAS
65 (1973) 396-408.
[59]Cf. Conc. Ecum.
Vat.II, Decr. Unitatis redintegratio, 14 y 15; Congr. para
Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, 17 AAS 85
(1993) 838-850.
[60]Cf. Conc. Ecum Vat. I,
Const. Pastor aeternus: DS 3053-3064; Conc. Ecum. Vat.
II, Const dogm. Lumen gentium, 22.
[61]Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Decr.Unitatis redintegratio, 22.
[62]Cf. ibíd., 3.
[63]Cf. ibíd., 22.
[64]Congr. para la
Doctrina de la Fe, Decl. Mysterium ecclesiae, 1.
[65]Juan Pablo II, Enc. Ut
unum sint, 14.
[66]Conc. Ecum. Vat. II,
Decr.Unitatis redintegratio, 3.
[67]Congr. para la
Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, 17.Cf. Conc. Ecum.
Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, n. 4.
18. La misión de la
Iglesia es "anunciar el Reino de Cristo y de Dios, establecerlo
en medio de todas las gentes; [la Iglesia] constituye en la tierra el
germen y el principio de este Reino".[68] Por un lado la Iglesia
es "sacramento, esto es, signo e instrumento de la íntima unión
con Dios y de la unidad de todo el género humano";[69] ella es,
por lo tanto, signo e instrumento del Reino: llamada a anunciarlo y a
instaurarlo. Por otro lado, la Iglesia es el "pueblo reunido por
la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo";[70] ella
es, por lo tanto, el "reino de Cristo, presente ya en el
misterio",[71] constituyendo, así, su germen e inicio. El Reino
de Dios tiene, en efecto, una dimensión escatológica: Es una
realidad presente en el tiempo, pero su definitiva realización llegará
con el fin y el cumplimiento de la historia.[72]
De los textos bíblicos y
de los testimonios patrísticos, así como de los documentos del
Magisterio de la Iglesia no se deducen significados unívocos para las
expresiones Reino de los Cielos, Reino de Dios y Reino de Cristo, ni
de la relación de los mismos con la Iglesia, ella misma misterio que
no puede ser totalmente encerrado en un concepto humano. Pueden
existir, por lo tanto, diversas explicaciones teológicas sobre estos
argumentos. Sin embargo, ninguna de estas posibles explicaciones puede
negar o vaciar de contenido en modo alguno la íntima conexión entre
Cristo, el Reino y la Iglesia. En efecto, "el Reino de Dios que
conocemos por la Revelación, no puede ser separado ni de Cristo ni de
la Iglesia... Si se separa el Reino de la persona de Jesús, no es éste
ya el Reino de Dios revelado por él, y se termina por distorsionar
tanto el significado del Reino --que corre el riesgo de transformarse
en un objetivo puramente humano e ideológico-- como la identidad de
Cristo, que no aparece como el Señor, al cual debe someterse todo
(cf. 1 Co 15,27); asimismo, el Reino no puede ser separado de
la Iglesia. Ciertamente, ésta no es un fin en sí misma, ya que está
ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento.
Sin embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino, está
indisolublemente unida a ambos".[73]
19. Afirmar la relación
indivisible que existe entre la Iglesia y el Reino no implica olvidar
que el Reino de Dios --si bien considerado en su fase histórica-- no
se identifica con la Iglesia en su realidad visible y social. En
efecto, no se debe excluir "la obra de Cristo y del Espíritu
Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia".[74] Por lo
tanto, se debe también tener en cuenta que "el Reino interesa a
todos: a las personas, a la sociedad, al mundo entero. Trabajar por el
Reino quiere decir reconocer y favorecer el dinamismo divino, que está
presente en la historia humana y la transforma. Construir el Reino
significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. En
resumen, el Reino de Dios es la manifestación y la realización de su
designio de salvación en toda su plenitud".[75]
Al considerar la relación
entre Reino de Dios, Reino de Cristo e Iglesia es necesario, de todas
maneras, evitar acentuaciones unilaterales, como en el caso de
"determinadas concepciones que intencionadamente ponen el acento
sobre el Reino y se presentan como "reinocéntricas", las
cuales dan relieve a la imagen de una Iglesia que no piensa en sí
misma, sino que se dedica a testimoniar y servir al Reino. Es una
"Iglesia para los demás" --se dice-- como "Cristo es
el hombre para los demás"... Junto a unos aspectos positivos,
estas concepciones manifiestan a menudo otros negativos. Ante todo,
dejan en silencio a Cristo: El Reino, del que hablan, se basa en un
"teocentrismo", porque Cristo --dicen-- no puede ser
comprendido por quien no profesa la fe cristiana, mientras que
pueblos, culturas y religiones diversas pueden coincidir en la única
realidad divina, cualquiera que sea su nombre. Por el mismo motivo,
conceden privilegio al misterio de la creación, que se refleja en la
diversidad de culturas y creencias, pero no dicen nada sobre el
misterio de la redención. Además el Reino, tal como lo entienden,
termina por marginar o menospreciar a la Iglesia, como reacción a un
supuesto "eclesiocentrismo" del pasado y porque consideran a
la Iglesia misma sólo un signo, por lo demás no exento de ambigüedad".[76]
Estas tesis son contrarias a la fe católica porque niegan la unicidad
de la relación que Cristo y la Iglesia tienen con el Reino de Dios.
[68]Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. Lumen gentium, 5.
[69]3 Ibíd., 1.
[70]3 Ibíd., 4.
Cf. San Cipriano, De Dominica oratione 23: CCSL 3A, 105.
[71]Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. Lumen gentium, 3.
[72]Cf. ibíd., 9.
Cf. También la oración dirigida a Dios, que se encuentra en la Didaché
9, 4: SC 248, 176: "Se reúna tu Iglesia desde los confines
de la tierra en tu reino", e ibíd., 10, 5: SC 248, 180:
"Acuérdate, Señor, de tu Iglesia... y, santificada, reúnela
desde los cuatro vientos en tu reino que para ella has
preparado".
[73]Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio, 18; cf. Exhort. ap. Ecclesia in Asia, 6-XI-1999,
17: L'Osservatore Romano, 7-XI-1999. El Reino es tan
inseparable de Cristo que, en cierta forma, se identifica con él (cf.
Orígenes, In Mt. Hom., 14, 7: PG 13, 1197; Tertuliano, Adversus
Marcionem, IV, 33, 8: CCSL 1, 634.
[74]Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio, 18.
[75]Ibíd., 15.
[76]Ibíd., 17.
20. De todo lo que ha sido
antes recordado, derivan también algunos puntos necesarios para el
curso que debe seguir la reflexión teológica en la profundización
de la relación de la Iglesia y de las religiones con la salvación.
Ante todo, debe ser
firmemente creído que la "Iglesia peregrinante es necesaria para
la salvación, pues Cristo es el único Mediador y el camino de
salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, y Él,
inculcando con palabras concretas la necesidad del bautismo (cf. Mt
16,16; Jn 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la
Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una
puerta".[77] Esta doctrina no se contrapone a la voluntad salvífica
universal de Dios (cf. 1 Tm 2,4); por lo tanto, "es necesario,
pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real
de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la
Iglesia en orden a esta misma salvación".[78]
La Iglesia es
"sacramento universal de salvación"[79] porque, siempre
unida de modo misterioso y subordinada a Jesucristo el Salvador, su
Cabeza, en el diseño de Dios, tiene una relación indispensable con
la salvación de cada hombre.[80] Para aquellos que no son formal y
visiblemente miembros de la Iglesia, "la salvación de Cristo es
accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa
relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino
que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y
ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y
es comunicada por el Espíritu Santo".[81] Ella está relacionada
con la Iglesia, la cual "procede de la misión del Hijo y la misión
del Espíritu Santo",[82] según el diseño de Dios Padre.
21. Acerca del modo en el
cual la gracia salvífica de Dios, que es donada siempre por medio de
Cristo en el Espíritu y tiene una misteriosa relación con la
Iglesia, llega a los individuos no cristianos, el Concilio
Vaticano II se limitó a afirmar que Dios la dona "por caminos
que Él sabe".[83] La Teología está tratando de profundizar
este argumento, ya que es sin duda útil para el crecimiento de la
compresión de los designios salvíficos de Dios y de los caminos de
su realización. Sin embargo, de todo lo que hasta ahora ha sido
recordado sobre la mediación de Jesucristo y sobre las
"relaciones singulares y únicas"[84] que la Iglesia tiene
con el Reino de Dios entre los hombres --que substancialmente es el
Reino de Cristo, salvador universal--, queda claro que sería
contrario a la fe católica considerar la Iglesia como un camino de
salvación al lado de aquellos constituidos por las otras religiones.
Éstas serían complementarias a la Iglesia, o incluso
substancialmente equivalentes a ella, aunque en convergencia con ella
en pos del Reino escatológico de Dios.
Ciertamente, las
diferentes tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de
religiosidad, que proceden de Dios,[85] y que forman parte de
"todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de
los pueblos, así como en las culturas y religiones".[86] De
hecho algunas oraciones y ritos pueden asumir un papel de preparación
evangélica, en cuanto son ocasiones o pedagogías en las cuales los
corazones de los hombres son estimulados a abrirse a la acción de
Dios.[87] A ellas, sin embargo no se les puede atribuir un origen
divino ni una eficacia salvífica ex opere operato, que es propia de
los sacramentos cristianos.[88] Por otro lado, no se puede ignorar que
otros ritos no cristianos, en cuanto dependen de supersticiones o de
otros errores (cf. 1 Co 10,20-21), constituyen más bien un
obstáculo para la salvación.[89]
22. Con la venida de
Jesucristo Salvador, Dios ha establecido la Iglesia para la salvación
de todos los hombres (cf. Hch 17,30-31).[90] Esta verdad de fe
no quita nada al hecho de que la Iglesia considera las religiones del
mundo con sincero respeto, pero al mismo tiempo excluye esa mentalidad
indiferentista "marcada por un relativismo religioso que termina
por pensar que "una religión es tan buena como
otra"".[91] Si bien es cierto que los no cristianos pueden
recibir la gracia divina, también es cierto que objetivamente se
hallan en una situación gravemente deficitaria si se compara con la
de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvíficos.[92]
Sin embargo es necesario recordar a "los hijos de la Iglesia que
su excelsa condición no deben atribuirla a sus propios méritos, sino
a una gracia especial de Cristo; y si no responden a ella con el
pensamiento, las palabras y las obras, lejos de salvarse, serán
juzgados con mayor severidad".[93] Se entiende, por lo tanto,
que, siguiendo el mandamiento de Señor (cf. Mt 28,19-20) y
como exigencia del amor a todos los hombres, la Iglesia "anuncia
y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es
"el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6), en quien
los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien
Dios reconcilió consigo todas las cosas".[94]
La misión ad gentes,
también en el diálogo interreligioso, "conserva íntegra, hoy
como siempre, su fuerza y su necesidad".[95] "En efecto,
"Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2,4). Dios quiere la
salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se
encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de
verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia, a
quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la
buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de
salvación, la Iglesia debe ser misionera".[96] Por ello el diálogo,
no obstante forme parte de la misión evangelizadora, constituye sólo
una de las acciones de la Iglesia en su misión ad gentes.[97] La
paridad, que es presupuesto del diálogo, se refiere a la igualdad de
la dignidad personal de las partes, no a los contenidos doctrinales,
ni mucho menos a Jesucristo --que es el mismo Dios hecho hombre--
comparado con los fundadores de las otras religiones. De hecho, la
Iglesia, guiada por la caridad y el respeto de la libertad,[98] debe
empeñarse primariamente en anunciar a todos los hombres la verdad
definitivamente revelada por el Señor, y a proclamar la necesidad de
la conversión a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia a través del
bautismo y los otros sacramentos, para participar plenamente de la
comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por otra parte, la
certeza de la voluntad salvífica universal de Dios no disminuye sino
aumenta el deber y la urgencia del anuncio de la salvación y la
conversión al Señor Jesucristo.
[77]Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. Lumen gentium, 14. Cf. Decr. Ad gentes, 7;
Decr. Unitatis redintegratio, 3.
[78]Juan Pablo II,Enc. Redemptoris
missio, 9. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 846-847.
[79]3 Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm., Lumen gentium, 48.
[80]Cf. San Cipriano, De
catholicae ecclesiae unitate, 6: CCSL 3, 253-254; San Ireneo, Adversus
Haereses, III, 24, 1: SC 211, 472-474.
[81]Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio, 10.
[82]Conc. Ecum. Vat. II,
Decr.Ad gentes, 2. La conocida fórmula extra Ecclesiam
nullus omnino salvatur debe ser interpretada en el sentido aquí
explicado (cf. Conc.Ecum. Lateranense IV, Cap. 1. De fide catholica:
DS 802). Cf. también la Carta del Santo Oficio al Arzobispo
de Boston: DS 3866-3872.
[83]Conc. Ecum. Vat.II,
Decr. Ad gentes, 7.
[84]3 Juan Pablo II, Enc.Redemptoris
missio, 18.
[85]Son las semillas del
Verbo divino (semina Verbi), que la Iglesia reconoce con gozo y
respeto (cf. Conc.Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 11, Decl. Nostra
aetate, 2).
[86]Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio, 29.
[87]Cf. Ibíd.; Catecismo
de la Iglesia Católica, 843.
[88]Cf. Conc. de Trento,
Decr. De sacramentis, can. 8 de sacramentis in genere: DS
1608.
[89]Cf. Juan Pablo II,
Enc. Redemptoris missio, 55.
[90]Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm. Lumen gentium, 17; Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio, 11.
[91]Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio, 36.
[92]Cf. Pío XII, Enc. Myisticis
corporis, DS 3821.
[93]Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. Lumen gentium, 14.
[94]Conc. Ecum. Vat. II,
Decl. Nostra aetate, 2.
[95]Conc.Ecum. Vat. II,
Decr. Ad gentes, 7.
[96]Catecismo de la
Iglesia Católica, 851; cf. también, 849-856.
[97]Cf. Juan Pablo II,
Enc. Redemptoris missio, 55; Exhort. ap. Ecclesia in Asia,
31, 6-XI-1999.
[98]Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Decl. Dignitatis humanae, 1.
23. La presente Declaración,
reproponiendo y clarificando algunas verdades de fe, ha querido seguir
el ejemplo del Apóstol Pablo a los fieles de Corinto: "Os
transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí" (1 Co
15,3). Frente a propuestas problemáticas o incluso erróneas, la
reflexión teológica está llamada a confirmar de nuevo la fe de la
Iglesia y a dar razón de su esperanza en modo convincente y eficaz.
Los Padres del Concilio
Vaticano II, al tratar el tema de la verdadera religión, han
afirmado: "Creemos que esta única religión verdadera subsiste
en la Iglesia católica y apostólica, a la cual el Señor Jesús
confió la obligación de difundirla a todos los hombres, diciendo a
los Apóstoles: "Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles
a observar todo cuanto yo os he mandado" (Mt 28,19-20).
Por su parte todos los hombres están obligados a buscar la verdad,
sobre todo en lo referente a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida,
a abrazarla y practicarla".[99]
La revelación de Cristo
continuará a ser en la historia la verdadera estrella que orienta a
toda la humanidad:[100] "La verdad, que es Cristo, se impone como
autoridad universal".[101] El misterio cristiano supera de hecho
las barreras del tiempo y del espacio, y realiza la unidad de la
familia humana: "Desde lugares y tradiciones diferentes todos están
llamados en Cristo a participar en la unidad de la familia de los
hijos de Dios [...]. Jesús derriba los muros de la división y
realiza la unificación de forma original y suprema mediante la
participación en su misterio. Esta unidad es tan profunda que la
Iglesia puede decir con san Pablo: "Ya no sois extraños ni
forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de
Dios" (Ef 2,19)".[102]
El Sumo Pontífice
Juan Pablo II, en la Audiencia del día 16 de junio de 2000, concedida
al infrascrito Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina
de la Fe, con ciencia cierta y con su autoridad apostólica, ha
ratificado y confirmado esta Declaración decidida en la Sesión
Plenaria, y ha ordenado su publicación.
Dado en Roma, en la
sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 6 de agosto de
2000, Fiesta de la Transfiguración del Señor.
[99]Ibíd.
[100]Cf. Juan Pablo II,
Enc. Fides et ratio, 15.
[101]Ibid., 92.
[102]Ibíd., 70.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.