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ARTÍCULO 7
EL SÉPTIMO MANDAMIENTO
No robarás (Ex 20, 15; Dt 5,19).
No robarás (Mt 19, 18).
2401 El séptimo mandamiento prohíbe tomar o
retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier
manera al prójimo en sus bienes. Prescribe la justicia y la caridad en
la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los
hombres. Con miras al bien común exige el respeto del destino
universal de los bienes y del derecho de propiedad privada. La vida
cristiana se esfuerza por ordenar a Dios y a la caridad fraterna los
bienes de este mundo.
I El destino universal y la propiedad privada de los bienes
2402 Al comienzo Dios confió la tierra y sus
recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera
cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de
sus frutos (cf Gn 1, 26-29). Los bienes de la creación están
destinados a todo el género humano. Sin embargo, la tierra está
repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida, expuesta a
la penuria y amenazada por la violencia. La apropiación de bienes es
legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas,
para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las
necesidades de los que están a su cargo. Debe hacer posible que se
viva una solidaridad natural entre los hombres.
2403 El derecho a la propiedad privada,
adquirida por el trabajo, o recibida de otro por herencia o por
regalo, no anula la donación original de la tierra al conjunto de la
humanidad. El destino universal de los bienes continúa siendo
primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto de la
propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio.
2404 ‘El hombre, al servirse de esos bienes,
debe considerar las cosas externas que posee legítimamente no sólo
como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que han de
aprovechar no sólo a él, sino también a los demás’ (GS 69, 1). La
propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la
providencia para hacerlo fructificar y comunicar sus beneficios a
otros, ante todo a sus próximos.
2405 Los bienes de producción -materiales o
inmateriales- como tierras o fábricas, profesiones o artes, requieren
los cuidados de sus poseedores para que su fecundidad aproveche al
mayor número de personas. Los poseedores de bienes de uso y consumo
deben usarlos con templanza reservando la mejor parte al huésped, al
enfermo, al pobre.
2406 La autoridad política tiene el
derecho y el deber de regular en función del bien común el ejercicio
legítimo del derecho de propiedad (cf GS 71, 4; SRS 42; CA 40; 48).
II El respeto de
las personas y sus bienes
2407 En materia económica el respeto de la
dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza,
para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la justicia,
para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y
de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y según la
generosidad del Señor, que ‘siendo rico, por vosotros se hizo pobre a
fin de que os enriquecierais con su pobreza’ (2 Co 8, 9).
2408 El séptimo mandamiento prohíbe el robo, es
decir, la usurpación del bien ajeno contra la voluntad razonable de su
dueño. No hay robo si el consentimiento puede ser presumido o si el
rechazo es contrario a la razón y al destino universal de los bienes.
Es el caso de la necesidad urgente y evidente en que el único medio de
remediar las necesidades inmediatas y esenciales (alimento, vivienda,
vestido...) es disponer y usar de los bienes ajenos (cf GS 69, 1).
2409 Toda forma de tomar o retener injustamente
el bien ajeno, aunque no contradiga las disposiciones de la ley civil,
es contraria al séptimo mandamiento. Así, retener deliberadamente
bienes prestados u objetos perdidos, defraudar en el ejercicio del
comercio (cf Dt 25, 13-16), pagar salarios injustos
(cf Dt 24,14-15; St 5,4), elevar los precios especulando
con la ignorancia o la necesidad ajenas (cf Am 8, 4-6).
Son también moralmente ilícitos, la especulación
mediante la cual se pretende hacer variar artificialmente la
valoración de los bienes con el fin de obtener un beneficio en
detrimento ajeno; la corrupción mediante la cual se vicia el juicio
de los que deben tomar decisiones conforme a derecho; la apropiación
y el uso privados de los bienes sociales de una empresa; los
trabajos mal hechos, el fraude fiscal, la falsificación de cheques y
facturas, los gastos excesivos, el despilfarro. Infligir
voluntariamente un daño a las propiedades privadas o públicas es
contrario a la ley moral y exige reparación.
2410 Las promesas deben ser cumplidas, y
los contratos rigurosamente observados en la medida en que el
compromiso adquirido es moralmente justo. Una parte notable de la vida
económica y social depende del valor de los contratos entre personas
físicas o morales. Así, los contratos comerciales de venta o compra,
los contratos de arriendo o de trabajo. Todo contrato debe ser hecho y
ejecutado de buena fe.
2411 Los contratos están sometidos a la
justicia conmutativa, que regula los intercambios entre las
personas en el respeto exacto de sus derechos. La justicia conmutativa
obliga estrictamente; exige la salvaguardia de los derechos de
propiedad, el pago de las deudas y el cumplimiento de obligaciones
libremente contraídas. Sin justicia conmutativa no es posible ninguna
otra forma de justicia.
La justicia conmutativa se distingue de la
justicia legal, que se refiere a lo que el ciudadano debe
equitativamente a la comunidad, y de la justicia distributiva
que regula lo que la comunidad debe a los ciudadanos en proporción a
sus contribuciones y a sus necesidades.
2412 En virtud de la justicia conmutativa, la
reparación de la injusticia cometida exige la restitución del
bien robado a su propietario:
Jesús bendijo a Zaqueo por su resolución: ‘Si en
algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo’ (Lc 19, 8). Los
que, de manera directa o indirecta, se han apoderado de un bien
ajeno, están obligados a restituirlo o a devolver el equivalente en
naturaleza o en especie si la cosa ha desaparecido, así como los
frutos y beneficios que su propietario hubiera obtenido
legítimamente de ese bien. Están igualmente obligados a restituir,
en proporción a su responsabilidad y al beneficio obtenido, todos
los que han participado de alguna manera en el robo, o que se han
aprovechado de él a sabiendas; por ejemplo, quienes lo hayan
ordenado o ayudado o encubierto.
2413
Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las
apuestas no son en sí mismos contrarios a la justicia. No obstante,
resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que
le es necesario para atender a sus necesidades o las de los demás. La
pasión del juego corre peligro de convertirse en una grave
servidumbre. Apostar injustamente o hacer trampas en los juegos
constituye una materia grave, a no ser que el daño infligido sea tan
leve que quien lo padece no pueda razonablemente considerarlo
significativo.
2414 El séptimo mandamiento proscribe los actos
o empresas que, por una u otra razón, egoísta o ideológica, mercantil
o totalitaria, conducen a esclavizar seres humanos, a
menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos y a
cambiarlos como mercancía. Es un pecado contra la dignidad de las
personas y sus derechos fundamentales reducirlos por la violencia a la
condición de objeto de consumo o a una fuente de beneficio. San Pablo
ordenaba a un amo cristiano que tratase a su esclavo cristiano ‘no
como esclavo, sino... como un hermano... en el Señor’ (Flm 16).
El respeto de la integridad de la creación
2415 El séptimo mandamiento exige el respeto de
la integridad de la creación. Los animales, como las plantas y los
seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la
humanidad pasada, presente y futura (cf Gn 1, 28-31). El uso de los
recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser
separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido
por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos
no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida
del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras; exige un
respeto religioso de la integridad de la creación (cf CA 37-38).
2416 Los animales son criaturas de Dios,
que los rodea de su solicitud providencial (cf Mt 6, 16). Por su
simple existencia, lo bendicen y le dan gloria (cf Dn 3, 57-58).
También los hombres les deben aprecio. Recuérdese con qué delicadeza
trataban a los animales san Francisco de Asís o san Felipe Neri.
2417 Dios confió los animales a la
administración del que fue creado por él a su imagen (cf Gn 2, 19-20;
9, 1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los animales para el
alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para que
ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos
médicos y científicos en animales, si se mantienen en límites
razonables, son prácticas moralmente aceptables, pues contribuyen a
cuidar o salvar vidas humanas.
2418 Es contrario a la dignidad humana hacer
sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus
vidas. Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían
remediar más bien la miseria de los hombres. Se puede amar a los
animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido
únicamente a los seres humanos.
III
La doctrina social de la Iglesia
2419 ‘La revelación cristiana... nos conduce a
una comprensión más profunda de las leyes de la vida social’ (GS 23,
1). La Iglesia recibe del Evangelio la plena revelación de la verdad
del hombre. Cuando cumple su misión de anunciar el Evangelio, enseña
al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la
comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia
y de la paz, conformes a la sabiduría divina.
2420 La Iglesia expresa un juicio moral, en
materia económica y social, ‘cuando lo exigen los derechos
fundamentales de la persona o la salvación de las almas’ (GS 76, 5).
En el orden de la moralidad, la Iglesia ejerce una misión distinta de
la que ejercen las autoridades políticas: ella se ocupa de los
aspectos temporales del bien común a causa de su ordenación al supremo
Bien, nuestro fin último. Se esfuerza por inspirar las actitudes
justas en el uso de los bienes terrenos y en las relaciones
socioeconómicas.
2421 La doctrina social de la Iglesia se
desarrolló en el siglo XIX, cuando se produce el encuentro entre el
Evangelio y la sociedad industrial moderna, sus nuevas estructuras
para producción de bienes de consumo, su nueva concepción de la
sociedad, del Estado y de la autoridad, sus nuevas formas de trabajo y
de propiedad. El desarrollo de la doctrina de la Iglesia en materia
económica y social da testimonio del valor permanente de la enseñanza
de la Iglesia, al mismo tiempo que del sentido verdadero de su
Tradición siempre viva y activa (cf CA 3).
2422 La enseñanza social de la Iglesia contiene
un cuerpo de doctrina que se articula a medida que la Iglesia
interpreta los acontecimientos a lo largo de la historia, a la luz del
conjunto de la palabra revelada por Cristo Jesús y con la asistencia
del Espíritu Santo (cf SRS 1; 41). Esta enseñanza resultará tanto más
aceptable para los hombres de buena voluntad cuanto más inspire la
conducta de los fieles.
2423 La doctrina social de la Iglesia propone
principios de reflexión, extrae criterios de juicio, da orientaciones
para la acción:
Todo sistema según el cual las relaciones sociales
deben estar determinadas enteramente por los factores económicos,
resulta contrario a la naturaleza de la persona humana y de sus
actos (cf CA 24).
2424 Una teoría que hace del lucro la norma
exclusiva y el fin último de la actividad económica es moralmente
inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de producir
efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos
que perturban el orden social (cf GS 63, 3; LE 7; CA 35).
Un sistema que ‘sacrifica los derechos fundamentales
de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de
la producción’ es contrario a la dignidad del hombre (cf GS 65). Toda
práctica que reduce a las personas a no ser más que medios con vistas
al lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y
contribuye a difundir el ateísmo. ‘No podéis servir a Dios y al
dinero’ (Mt 6, 24; Lc 16, 13).
2425 La Iglesia ha rechazado las ideologías
totalitarias y ateas asociadas en los tiempos modernos al ‘comunismo’
o ‘socialismo’. Por otra parte, ha rechazado en la práctica del
‘capitalismo’ el individualismo y la primacía absoluta de la ley de
mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10, 13.44). La regulación de la
economía por la sola planificación centralizada pervierte en su base
los vínculos sociales; su regulación únicamente por la ley de mercado
quebranta la justicia social, porque ‘existen numerosas necesidades
humanas que no pueden ser satisfechas por el mercado’ (CA 34). Es
preciso promover una regulación razonable del mercado y de las
iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y con
vistas al bien común.
IV La
actividad económica y la justicia social
2426 El desarrollo de las actividades
económicas y el crecimiento de la producción están destinados a
satisfacer las necesidades de los seres humanos. La vida económica no
tiende solamente a multiplicar los bienes producidos y a aumentar el
lucro o el poder; está ordenada ante todo al servicio de las personas,
del hombre entero y de toda la comunidad humana. La actividad
económica dirigida según sus propios métodos, debe moverse no obstante
dentro de los límites del orden moral, según la justicia social, a fin
de responder al plan de Dios sobre el hombre (cf GS 64).
2427 El trabajo humano procede
directamente de personas creadas a imagen de Dios y llamadas a
prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de la creación
dominando la tierra (cf Gn 1, 28; GS 34; CA 31). El trabajo es, por
tanto, un deber: ‘Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma’ (2
Ts 3, 10; cf 1 Ts 4, 11). El trabajo honra los dones del Creador y los
talentos recibidos. Puede ser también redentor. Soportando el peso del
trabajo (cf Gn 3, 14-19), en unión con Jesús, el carpintero de Nazaret
y el crucificado del Calvario, el hombre colabora en cierta manera con
el Hijo de Dios en su obra redentora. Se muestra como discípulo de
Cristo llevando la Cruz cada día, en la actividad que está llamado a
realizar (cf LE 27). El trabajo puede ser un medio de santificación y
de animación de las realidades terrenas en el espíritu de Cristo.
2428 En el trabajo, la persona ejerce y aplica
una parte de las capacidades inscritas en su naturaleza. El valor
primordial del trabajo pertenece al hombre mismo, que es su autor y su
destinatario. El trabajo es para el hombre y no el hombre para el
trabajo (cf LE 6).
Cada cual debe poder sacar del trabajo los medios para
sustentar su vida y la de los suyos, y para prestar servicio a la
comunidad humana.
2429 Cada uno tiene el derecho de iniciativa
económica, y podrá usar legítimamente de sus talentos para
contribuir a una abundancia provechosa para todos, y para recoger los
justos frutos de sus esfuerzos. Deberá ajustarse a las
reglamentaciones dictadas por las autoridades legítimas con miras al
bien común (cf CA 32; 34).
2430 La vida económica se ve afectada
por intereses diversos, con frecuencia opuestos entre sí. Así se
explica el surgimiento de conflictos que la caracterizan (cf LE 11).
Será preciso esforzarse para reducir estos últimos mediante la
negociación, que respete los derechos y los deberes de cada parte: los
responsables de las empresas, los representantes de los trabajadores,
por ejemplo, de las organizaciones sindicales y, en caso necesario,
los poderes públicos.
2431 La responsabilidad del Estado. ‘La
actividad económica, en particular la economía de mercado, no puede
desenvolverse en medio de un vacío institucional, jurídico y político.
Por el contrario supone una seguridad que garantiza la libertad
individual y la propiedad, además de un sistema monetario estable y
servicios públicos eficientes. La primera incumbencia del Estado es,
pues, la de garantizar esa seguridad, de manera que quien trabaja y
produce pueda gozar de los frutos de su trabajo y, por tanto, se
sienta estimulado a realizarlo eficiente y honestamente... Otra
incumbencia del Estado es la de vigilar y encauzar el ejercicio de los
derechos humanos en el sector económico; pero en este campo la primera
responsabilidad no es del Estado, sino de cada persona y de los
diversos grupos y asociaciones en que se articula la sociedad’ (CA
48).
2432 A los responsables de las empresas
les corresponde ante la sociedad la responsabilidad económica y
ecológica de sus operaciones (CA 37). Están obligados a considerar el
bien de las personas y no solamente el aumento de las ganancias.
Sin embargo, éstas son necesarias; permiten realizar las inversiones
que aseguran el porvenir de las empresas, y garantizan los puestos de
trabajo.
2433 El acceso al trabajo y a la
profesión debe estar abierto a todos sin discriminación injusta, a
hombres y mujeres, sanos y disminuidos, autóctonos e inmigrados (cf LE
19; 22-23). Habida consideración de las circunstancias, la sociedad
debe por su parte ayudar a los ciudadanos a procurarse un trabajo y un
empleo (cf CA 48).
2434 El salario justo es el fruto
legítimo del trabajo. Negarlo o retenerlo puede constituir una grave
injusticia
(cf Lv 19,
13; Dt 24, 14-15; St 5, 4). Para determinar la justa
remuneración se han de tener en cuenta a la vez las necesidades y las
contribuciones de cada uno. ‘El trabajo debe ser remunerado de tal
modo que se den al hombre posibilidades de que él y los suyos vivan
dignamente su vida material, social, cultural y espiritual, teniendo
en cuenta la tarea y la productividad de cada uno, así como las
condiciones de la empresa y el bien común’ (GS 67, 2). El acuerdo de
las partes no basta para justificar moralmente la cuantía del salario.
2435 La huelga es moralmente legítima
cuando constituye un recurso inevitable, si no necesario para obtener
un beneficio proporcionado. Resulta moralmente inaceptable cuando va
acompañada de violencias o también cuando se lleva a cabo en función
de objetivos no directamente vinculados con las condiciones del
trabajo o contrarios al bien común.
2436 Es injusto no pagar a los organismos de
seguridad social las cotizaciones establecidas por las
autoridades legítimas.
La privación de empleo a causa de la huelga es
casi siempre para su víctima un atentado contra su dignidad y una
amenaza para el equilibrio de la vida. Además del daño personal
padecido, de esa privación se derivan riesgos numerosos para su hogar
(cf LE 18).
V Justicia y
solidaridad entre las naciones
2437 En el plano internacional la desigualdad
de los recursos y de los medios económicos es tal que crea entre las
naciones un verdadero ‘abismo’ (SRS 14). Por un lado están los que
poseen y desarrollan los medios de crecimiento, y por otro, los que
acumulan deudas.
2438 Diversas causas, de naturaleza religiosa,
política, económica y financiera, confieren hoy a la cuestión social
‘una dimensión mundial’ (SRS 9). Es necesaria la solidaridad entre las
naciones cuyas políticas son ya interdependientes. Es todavía más
indispensable cuando se trata de acabar con los ‘mecanismos perversos’
que obstaculizan el desarrollo de los países menos avanzados (cf SRS
17; 45). Es preciso sustituir los sistemas financieros abusivos, si no
usurarios (cf CA 35), las relaciones comerciales inicuas entre las
naciones, la carrera de armamentos, por un esfuerzo común para
movilizar los recursos hacia objetivos de desarrollo moral, cultural y
económico ‘redefiniendo las prioridades y las escalas de valores’(CA
28).
2439 Las naciones ricas tienen una
responsabilidad moral grave respecto a las que no pueden por sí mismas
asegurar los medios de su desarrollo, o han sido impedidas de
realizarlo por trágicos acontecimientos históricos. Es un deber de
solidaridad y de caridad; es también una obligación de justicia si el
bienestar de las naciones ricas procede de recursos que no han sido
pagados con justicia.
2440 La ayuda directa constituye una
respuesta apropiada a necesidades inmediatas, extraordinarias,
causadas por ejemplo por catástrofes naturales, epidemias, etc. Pero
no basta para reparar los graves daños que resultan de situaciones de
indigencia ni para remediar de forma duradera las necesidades. Es
preciso también reformar las instituciones económicas y
financieras internacionales para que promuevan y potencien relaciones
equitativas con los países menos desarrollados (cf SRS 16). Es preciso
sostener el esfuerzo de los países pobres que trabajan por su
crecimiento y su liberación (cf CA 26). Esta doctrina exige ser
aplicada de manera muy particular en el ámbito del trabajo agrícola.
Los campesinos, sobre todo en el Tercer Mundo, forman la masa
mayoritaria de los pobres.
2441 Acrecentar el sentido de Dios y el
conocimiento de sí mismo constituye la base de todo desarrollo
completo de la sociedad humana. Este multiplica los bienes
materiales y los pone al servicio de la persona y de su libertad.
Disminuye la miseria y la explotación económicas. Hace crecer el
respeto de las identidades culturales y la apertura a la trascendencia
(cf SRS 32; CA 51).
2442 No corresponde a los pastores de la
Iglesia intervenir directamente en la actividad política y en la
organización de la vida social. Esta tarea forma parte de la vocación
de los fieles laicos, que actúan por su propia iniciativa con
sus conciudadanos. La acción social puede implicar una pluralidad de
vías concretas. Deberá atender siempre al bien común y ajustarse al
mensaje evangélico y a la enseñanza de la Iglesia. Pertenece a los
fieles laicos ‘animar, con su compromiso cristiano, las realidades y,
en ellas, procurar ser testigos y operadores de paz y de justicia’ (SRS
47; cf 42).
VI El amor de
los pobres
2443 Dios bendice a los que ayudan a los pobres
y reprueba a los que se niegan a hacerlo: ‘A quien te pide da, al que
desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda’ (Mt 5, 42).
‘Gratis lo recibisteis, dadlo gratis’ (Mt 10, 8). Jesucristo
reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres (cf Mt
25, 31-36). La buena nueva ‘anunciada a los pobres’ (Mt 11, 5; Lc 4,
18)) es el signo de la presencia de Cristo.
2444 ‘El amor de la Iglesia por los pobres...
pertenece a su constante tradición’ (CA 57). Está inspirado en el
Evangelio de las bienaventuranzas (cf Lc 6, 20-22), en la pobreza de
Jesús (cf Mt 8, 20), y en su atención a los pobres (cf Mc 12, 41-44).
El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de
trabajar, con el fin de ‘hacer partícipe al que se halle en necesidad’
(Ef 4, 28). No abarca sólo la pobreza material, sino también las
numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).
2445 El amor a los pobres es incompatible con
el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta:
Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos
por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra
riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro
oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será
testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego.
Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad:
el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros
campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a
los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra
regaladamente y os habéis entregado a los placeres; habéis hartado
vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis
al justo; él no os resiste (St 5, 1-6).
2446 San Juan Crisóstomo lo recuerda
vigorosamente: ‘No hacer participar a los pobres de los propios bienes
es robarles y quitarles la vida. Lo que poseemos no son bienes
nuestros, sino los suyos’. Es preciso ‘satisfacer ante todo las
exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de
caridad lo que ya se debe a título de justicia’ (AA 8):
Cuando damos a los pobres las cosas indispensables
no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo
que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es
cumplir un deber de justicia. (S. Gregorio Magno, past. 3, 21).
2447 Las obras de misericordia son
acciones caritativas mediante las cuales socorremos a nuestro prójimo
en sus necesidades corporales y espirituales
(cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3). Instruir,
aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de
misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las
obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de
comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo,
visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos
(cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la
limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno de los
principales testimonios de la caridad fraterna; es también una
práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6, 2-4):
El que tenga dos túnicas que las reparta con el que
no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo (Lc 3, 11). Dad
más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras
para vosotros (Lc 11, 41). Si un hermano o una hermana están
desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les
dice: ‘Id en paz, calentaos o hartaos’, pero no les dais lo
necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? (St 2, 15-16).
2448 ‘Bajo sus múltiples formas -indigencia
material, opresión injusta, enfermedades físicas o psíquicas y, por
último, la muerte-, la miseria humana es el signo manifiesto de
la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer
pecado y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la miseria
humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar
sobre sí e identificarse con los «más pequeños de sus hermanos».
También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un
amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los
orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha
cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha
hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en
todo lugar continúan siendo indispensables’ (CDF, instr. "Libertatis
conscientia" 68).
2449 En el Antiguo Testamento, toda una serie
de medidas jurídicas (año jubilar, prohibición del préstamo a interés,
retención de la prenda, obligación del diezmo, pago cotidiano del
jornalero, derecho de rebusca después de la vendimia y la siega)
corresponden a la exhortación del Deuteronomio: ‘Ciertamente nunca
faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este mandamiento:
debes abrir tu mano a tu hermano, a aquél de los tuyos que es
indigente y pobre en tu tierra’ (Dt 15, 11). Jesús hace suyas estas
palabras: ‘Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no
siempre me tendréis’ (Jn 12, 8). Con esto, no hace caduca la
vehemencia de los oráculos antiguos: ‘comprando por dinero a los
débiles y al pobre por un par de sandalias...’ (Am 8, 6), sino que nos
invita a reconocer su presencia en los pobres que son sus hermanos (cf
Mt 25, 40):
El día en que su madre le reprendió por atender en
la casa a pobres y enfermos, santa Rosa de Lima le contestó: ‘Cuando
servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos
cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a
Jesús’.
Resumen
2450
‘No robarás’ (Dt 5, 19). ‘Ni los
ladrones, ni los avaros..., ni los rapaces heredarán el Reino de Dios’
(1Co 6, 10).
2451
El séptimo mandamiento prescribe la
práctica de la justicia y de la caridad en el uso de los bienes
terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres.
2452
Los bienes de la creación están
destinados a todo el género humano. El derecho a la propiedad privada
no anula el destino universal de los bienes.
2453
El séptimo mandamiento prohíbe el robo.
El robo es la usurpación del bien ajeno contra la voluntad razonable
de su dueño.
2454
Toda manera de tomar y de usar
injustamente un bien ajeno es contraria al séptimo mandamiento. La
injusticia cometida exige reparación. La justicia conmutativa impone
la restitución del bien robado.
2455
La ley moral prohíbe los actos que, con
fines mercantiles o totalitarios, llevan a esclavizar a los seres
humanos, a comprarlos, venderlos y cambiarlos como si fueran
mercaderías.” 2456. “El dominio, concedido por el Creador, sobre los
recursos minerales, vegetales y animales del universo, no puede ser
separado del respeto de las obligaciones morales frente a todos los
hombres, incluidos los de las generaciones venideras.
2457
Los animales están confiados a la
administración del hombre que les debe benevolencia. Pueden servir a
la justa satisfacción de las necesidades del hombre.
2458
La Iglesia pronuncia un juicio en
materia económica y social cuando lo exigen los derechos fundamentales
de la persona o la salvación de las almas. Cuida del bien común
temporal de los hombres en razón de su ordenación al supremo Bien,
nuestro fin último.
2459
El hombre es el autor, el centro y el
fin de toda la vida económica y social. El punto decisivo de la
cuestión social estriba en que los bienes creados por Dios para todos
lleguen de hecho a todos, según la justicia y con la ayuda de la
caridad.
2460
El valor primordial del trabajo atañe
al hombre mismo que es su autor y su destinatario. Mediante su
trabajo, el hombre participa en la obra de la creación. Unido a
Cristo, el trabajo puede ser redentor.
2461
El desarrollo verdadero es el del
hombre en su integridad. Se trata de hacer crecer la capacidad de cada
persona a fin de responder a su vocación y, por lo tanto, a la llamada
de Dios (cf CA 29).
2462
La limosna hecha a los pobres es un
testimonio de caridad fraterna; es también una práctica de justicia
que agrada a Dios.
2463
En la multitud de seres humanos sin
pan, sin techo, sin patria, hay que reconocer a Lázaro, el mendigo
hambriento de la parábola (cf 16, 19-31). En dicha multitud hay que
oír a Jesús que dice: ‘Cuanto dejasteis de hacer con uno de éstos,
también conmigo dejasteis de hacerlo’ (Mt 25, 45).
ARTÍCULO 8
EL OCTAVO MANDAMIENTO
No darás testimonio falso contra tu prójimo (Ex 20,
16).
Se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que
cumplirás al Señor tus juramentos (Mt 5, 33).
2464 El octavo mandamiento prohíbe falsear la
verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral deriva de
la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y que
quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras
o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son
infidelidades básicas frente a Dios y, en este sentido, socavan las
bases de la Alianza.
I Vivir en la verdad
2465 El Antiguo Testamento lo proclama: Dios
es fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad
(cf Pr 8, 7; 2 S 7, 28). Su ley es verdad
(cf Sal 119, 142). ‘Tu verdad, de edad en edad’ (Sal 119, 90; Lc 1,
50). Puesto que Dios es el ‘Veraz’ (Rm 3, 4), los miembros de su
pueblo son llamados a vivir en la verdad (cf Sal 119, 30).
2466 En Jesucristo la verdad de Dios se
manifestó en plenitud. ‘Lleno de gracia y de verdad’ (Jn 1, 14), él es
la ‘luz del mundo’ (Jn 8, 12), la Verdad (cf Jn 14, 6). El que
cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12, 46). El discípulo
de Jesús, ‘permanece en su palabra’, para conocer ‘la verdad que hace
libre’ (cf Jn 8, 31-32) y que santifica (cf Jn 17, 17). Seguir a Jesús
es vivir del ‘Espíritu de verdad’ (Jn 14, 17) que el Padre envía en su
nombre (cf Jn 14, 26) y que conduce ‘a la verdad completa’ (Jn 16,
13). Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la verdad:
‘Sea vuestro lenguaje: «sí, sí»; «no, no»’ (Mt 5, 37).
2467 El hombre busca naturalmente la verdad.
Está obligado a honrarla y atestiguarla: ‘Todos los hombres, conforme
a su dignidad, por ser personas..., se ven impulsados, por su misma
naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral
de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están
obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido
y a ordenar toda su vida según sus exigencias’ (DH 2).
2468 La verdad como rectitud de la acción y de
la palabra humana, tiene por nombre veracidad, sinceridad o
franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que consiste en
mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus
palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.
2469 ‘Los hombres no podrían vivir juntos si no
tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la
verdad’ (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 109, 3 ad 1). La virtud
de la veracidad da justamente al prójimo lo que le es debido; observa
un justo medio entre lo que debe ser expresado y el secreto que debe
ser guardado: implica la honradez y la discreción. En justicia, ‘un
hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad’ (S.
Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 109, 3).
2470 El discípulo de Cristo acepta ‘vivir en la
verdad’, es decir, en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo
del Señor y permaneciendo en su Verdad. ‘Si decimos que estamos en
comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos
conforme a la verdad’ (1 Jn 1, 6).
II
‘Dar testimonio de la verdad’
2471 Ante Pilato, Cristo proclama que había
‘venido al mundo: para dar testimonio de la verdad’ (Jn 18, 37). El
cristiano no debe ‘avergonzarse de dar testimonio del Señor’ (2 Tm 1,
8). En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el
cristiano debe profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de san Pablo ante
sus jueces. Debe guardar una ‘conciencia limpia ante Dios y ante los
hombres’ (Hch 24, 16).
2472 El deber de los cristianos de tomar parte
en la vida de la Iglesia, los impulsa a actuar como testigos del
Evangelio y de las obligaciones que de él se derivan. Este
testimonio es transmisión de la fe en palabras y obras. El testimonio
es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad (cf Mt
18, 16):
Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan,
están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio
de su palabra al hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y
la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la
confirmación (AG 11).
2473 El martirio es el supremo
testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega
hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y
resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la
verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante
un acto de fortaleza. ‘Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me
será dado llegar a Dios’ (S. Ignacio de Antioquía, Rom 4, 1).
2474 Con el más exquisito cuidado, la Iglesia
ha recogido los recuerdos de quienes llegaron hasta el extremo para
dar testimonio de su fe. Son las actas de los Mártires, que
constituyen los archivos de la Verdad escritos con letras de sangre:
No me servirá nada de los atractivos del mundo ni de
los reinos de este siglo. Es mejor para mí morir (para unirme) a
Cristo Jesús que reinar hasta los confines de la tierra. Es a El a
quien busco, a quien murió por nosotros. A El quiero, al que
resucitó por nosotros. Mi nacimiento se acerca... [S. Ignacio de
Antioquía, Rom. 6, 1-2).
Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y
esta hora, digno de ser contado en el número de tus mártires... Has
cumplido tu promesa, Dios de la fidelidad y de la verdad. Por esta
gracia y por todo te alabo, te bendigo, te glorifico por el eterno y
celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo amado. Por El, que
está contigo y con el Espíritu, te sea dada gloria ahora y en los
siglos venideros. Amén. (S. Policarpo, mart. 14, 2-3).
III Las
ofensas a la verdad
2475 Los discípulos de Cristo se han ‘revestido
del Hombre Nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la
verdad’ (Ef 4, 24). ‘Desechando la mentira’ (Ef 4, 25), deben
‘rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda
clase de maledicencias’ (1 Pe 2, 1).
2476 Falso testimonio y perjurio. Una
afirmación contraria a la verdad posee una gravedad particular cuando
se hace públicamente. Ante un tribunal viene a ser un falso testimonio
(cf Pr 19, 9). Cuando es pronunciada bajo juramento se trata de
perjurio. Estas maneras de obrar contribuyen a condenar a un inocente,
a disculpar a un culpable o a aumentar la sanción en que ha incurrido
el acusado (cf Pr 18, 5); comprometen gravemente el ejercicio de la
justicia y la equidad de la sentencia pronunciada por los jueces.
2477 El respeto de la reputación de las
personas prohíbe toda actitud y toda palabra susceptibles de causarles
un daño injusto (cf CIC can. 220). Se hace culpable:
– de juicio temerario el que, incluso tácitamente,
admite como verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un
defecto moral en el prójimo;
– de maledicencia el que, sin razón objetivamente
válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que
los ignoran;
– de calumnia el que, mediante palabras contrarias a la
verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos
respecto a ellos.
2478 Para evitar el juicio temerario, cada uno
debe interpretar, en cuanto sea posible, en un sentido favorable los
pensamientos, palabras y acciones de su prójimo:
Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la
proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar,
inquirirá cómo la entiende, y si mal la entiende, corríjale con
amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que,
bien entendiéndola, se salve (S. Ignacio de Loyola, ex. spir. 22).
2479 La maledicencia y la calumnia destruyen la
reputación y el honor del prójimo. Ahora bien, el honor
es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada uno posee un
derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto.
Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la
justicia y de la caridad.
2480 Debe proscribirse toda palabra o actitud
que, por halago, adulación o complacencia, alienta y confirma a
otro en la malicia de sus actos y en la perversidad de su conducta. La
adulación es una falta grave si se hace cómplice de vicios o pecados
graves. El deseo de prestar un servicio o la amistad no justifica una
doblez del lenguaje. La adulación es un pecado venial cuando sólo
desea hacerse grato, evitar un mal, remediar una necesidad u obtener
ventajas legítimas.
2481 “La vanagloria o jactancia
constituye una falta contra la verdad. Lo mismo sucede con la ironía
que trata de ridiculizar a uno caricaturizando de manera malévola tal
o cual aspecto de su comportamiento.
2482 ‘La mentira consiste en decir
falsedad con intención de engañar’ (S. Agustín, mend. 4, 5). El Señor
denuncia en la mentira una obra diabólica: ‘Vuestro padre es el
diablo... porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo
que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira’ (Jn
8, 44).
2483 La mentira es la ofensa más directa contra
la verdad. Mentir es hablar u obrar contra la verdad para inducir a
error al que tiene el derecho de conocerla. Lesionando la relación del
hombre con la verdad y con el prójimo, la mentira ofende el vínculo
fundamental del hombre y de su palabra con el Señor.
2484 La gravedad de la mentira se mide
según la naturaleza de la verdad que deforma, según las
circunstancias, las intenciones del que la comete, y los daños
padecidos por los que resultan perjudicados. Si la mentira en sí sólo
constituye un pecado venial, sin embargo llega a ser mortal cuando
lesiona gravemente las virtudes de la justicia y la caridad.
2485. La mentira es condenable por su misma
naturaleza. Es una profanación de la palabra cuyo objeto es comunicar
a otros la verdad conocida. La intención deliberada de inducir al
prójimo a error mediante palabras contrarias a la verdad constituye
una falta contra la justicia y la caridad. La culpabilidad es mayor
cuando la intención de engañar corre el riesgo de tener consecuencias
funestas para los que son desviados de la verdad.
2486 La mentira, por ser una violación de la
virtud de la veracidad, es una verdadera violencia hecha a los demás.
Atenta contra ellos en su capacidad de conocer, que es la condición de
todo juicio y de toda decisión. Contiene en germen la división de los
espíritus y todos los males que ésta suscita. La mentira es funesta
para toda sociedad: socava la confianza entre los hombres y rompe el
tejido de las relaciones sociales.
2487 Toda falta cometida contra la justicia y
la verdad entraña el deber de reparación, aunque su autor haya
sido perdonado. Cuando es imposible reparar un daño públicamente, es
preciso hacerlo en secreto; si el que ha sufrido un perjuicio no puede
ser indemnizado directamente, es preciso darle satisfacción
moralmente, en nombre de la caridad. Este deber de reparación se
refiere también a las faltas cometidas contra la reputación del
prójimo. Esta reparación, moral y a veces material, debe apreciarse
según la medida del daño causado. Obliga en conciencia
IV El respeto
de la verdad
2488 El derecho a la comunicación de la
verdad no es incondicional. Todos deben conformar su vida al precepto
evangélico del amor fraterno. Este exige, en las situaciones
concretas, estimar si conviene o no revelar la verdad a quien la pide.
2489 La caridad y el respeto de la verdad deben
dictar la respuesta a toda petición de información o de
comunicación. El bien y la seguridad del prójimo, el respeto de la
vida privada, el bien común, son razones suficientes para callar lo
que no debe ser conocido, o para usar un lenguaje discreto. El deber
de evitar el escándalo obliga con frecuencia a una estricta
discreción. Nadie está obligado a revelar una verdad a quien no tiene
derecho a conocerla (cf Si 27, 16; Pr 25, 9-10).
2490 El secreto del sacramento de la
Reconciliación es sagrado y no puede ser revelado bajo ningún
pretexto. ‘El sigilo sacramental es inviolable; por lo cual está
terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de
palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo’ (CIC can. 983,
1),
2491 Los secretos profesionales -que
obligan, por ejemplo, a políticos, militares, médicos, juristas- o las
confidencias hechas bajo secreto deben ser guardados, salvo los casos
excepcionales en los que el no revelarlos podría causar al que los ha
confiado, al que los ha recibido o a un tercero daños muy graves y
evitables únicamente mediante la divulgación de la verdad. Las
informaciones privadas perjudiciales al prójimo, aunque no hayan sido
confiadas bajo secreto, no deben ser divulgadas sin una razón grave y
proporcionada.”
2492 Se debe guardar la justa reserva respecto
a la vida privada de la gente. Los responsables de la comunicación
deben mantener un justo equilibrio entre las exigencias del bien común
y el respeto de los derechos particulares. La ingerencia de la
información en la vida privada de personas comprometidas en una
actividad política o pública, es condenable en la medida en que atenta
contra su intimidad y libertad.
V El uso de
los medios de comunicación social
2493 Dentro de la sociedad moderna, los medios
de comunicación social desempeñan un papel importante en la
información, la promoción cultural y la formación. Su acción aumenta
en importancia por razón de los progresos técnicos, de la amplitud y
la diversidad de las noticias transmitidas, y la influencia ejercida
sobre la opinión pública.
2494 La información de estos medios es un
servicio del bien común (cf IM 11). La sociedad tiene derecho a una
información fundada en la verdad, la libertad, la justicia y la
solidaridad:
El recto ejercicio de este derecho exige que, en
cuanto a su contenido, la comunicación sea siempre verdadera e
íntegra, salvadas la justicia y la caridad; además, en cuanto al
modo, ha de ser honesta y conveniente, es decir, debe respetar
escrupulosamente las leyes morales, los derechos legítimos y la
dignidad del hombre, tanto en la búsqueda de la noticia como en su
divulgación. (IM 11).
2495 ‘Es necesario que todos los miembros de la
sociedad cumplan sus deberes de caridad y justicia también en este
campo, y, así, con ayuda de estos medios, se esfuercen por formar y
difundir una recta opinión pública’ (IM 8). La solidaridad aparece
como una consecuencia de una información verdadera y justa, y de la
libre circulación de las ideas, que favorecen el conocimiento y el
respeto del prójimo.
2496 Los medios de comunicación social (en
particular, los mass-media) pueden engendrar cierta pasividad en los
usuarios, haciendo de éstos, consumidores poco vigilantes de mensajes
o de espectáculos. Los usuarios deben imponerse moderación y
disciplina respecto a los mass-media. Han de formarse una conciencia
clara y recta para resistir más fácilmente las influencias menos
honestas.
2497 Por razón de su profesión en la prensa,
sus responsables tienen la obligación, en la difusión de la
información, de servir a la verdad y de no ofender a la caridad. Han
de esforzarse por respetar con una delicadeza igual, la naturaleza de
los hechos y los límites el juicio crítico respecto a las personas.
Deben evitar ceder a la difamación.
2498 ‘La autoridad civil tiene en esta
materia deberes peculiares en razón del bien común, al que se ordenan
estos medios. Corresponde, pues, a dicha autoridad... defender y
asegurar la verdadera y justa libertad’ (IM 12). Promulgando leyes y
velando por su aplicación, los poderes públicos se asegurarán de que
el mal uso de los medios no llegue a causar ‘graves peligros para las
costumbres públicas y el progreso de la sociedad’ (IM 12). Deberán
sancionar la violación de los derechos de cada uno a la reputación y
al secreto de la vida privada. Tienen obligación de dar a tiempo y
honestamente las informaciones que se refieren al bien general y
responden a las inquietudes fundadas de la población. Nada puede
justificar el recurso a falsas informaciones para manipular la opinión
pública mediante los mass-media. Estas intervenciones no deberán
atentar contra la libertad de los individuos y de los grupos.
2499 La moral denuncia la llaga de los estados
totalitarios que falsifican sistemáticamente la verdad, ejercen
mediante los mass-media un dominio político de la opinión, manipulan a
los acusados y a los testigos en los procesos públicos y tratan de
asegurar su tiranía yugulando y reprimiendo todo lo que consideran
‘delitos de opinión’.
VI
Verdad, belleza y arte sacro
2500 La práctica del bien va acompañada de un
placer espiritual gratuito y de belleza moral. De igual modo, la
verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza espiritual. La
verdad es bella por sí misma. La verdad de la palabra, expresión
racional del conocimiento de la realidad creada e increada, es
necesaria al hombre dotado de inteligencia, pero la verdad puede
también encontrar otras formas de expresión humana, complementarias,
sobre todo cuando se trata de evocar lo que ella entraña de indecible,
las profundidades del corazón humano, las elevaciones del alma, el
Misterio de Dios. Antes de revelarse al hombre en palabras de verdad,
Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la Creación,
obra de su Palabra, de su Sabiduría: el orden y la armonía del cosmos,
que percibe tanto el niño como el hombre de ciencia, ‘pues por la
grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a
contemplar a su Autor’ (Sb 13, 5), ‘pues fue el Autor mismo de la
belleza quien las creó’ (Sb 13, 3).
La sabiduría es un hálito del poder de Dios, una
emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada
manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un
espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad (Sb
7, 25-26). La sabiduría es en efecto más bella que el Sol, supera a
todas las constelaciones; comparada con la luz, sale vencedora,
porque a la luz sucede la noche, pero contra la sabiduría no
prevalece la maldad (Sb 7, 29-30). Yo me aconstituí en el amante de
su belleza (Sb 8, 2).
2501 El hombre, ‘creado a imagen de Dios’ (Gn
1, 26), expresa también la verdad de su relación con Dios Creador
mediante la belleza de sus obras artísticas. El arte, en
efecto, es una forma de expresión propiamente humana; por encima de la
satisfacción de las necesidades vitales, común a todas las criaturas
vivas, el arte es una sobreabundancia gratuita de la riqueza interior
del ser humano. Este brota de un talento concedido por el Creador y
del esfuerzo del hombre, y es un género de sabiduría práctica, que une
conocimiento y habilidad (cf Sb 7, 16-17) para dar forma a la verdad
de una realidad en lenguaje accesible a la vista y al oído. El arte
entraña así cierta semejanza con la actividad de Dios en la creación,
en la medida en que se inspira en la verdad y el amor de los seres.
Como cualquier otra actividad humana, el arte no tiene en sí mismo su
fin absoluto, sino que está ordenado y se ennoblece por el fin último
del hombre (cf Pío XII, discurso 25 diciembre 1955 y discurso 3
septiembre 1950).
2502 El arte sacro es verdadero y bello
cuando corresponde por su forma a su vocación propia: evocar y
glorificar, en la fe y la adoración, el Misterio trascendente de Dios,
Belleza sobreeminente e invisible de Verdad y de Amor, manifestado en
Cristo, ‘Resplandor de su gloria e Impronta de su esencia’ (Hb 1, 3),
en quien ‘reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente’ (Col
2, 9), belleza espiritual reflejada en la Santísima Virgen Madre de
Dios, en los Angeles y los Santos. El arte sacro verdadero lleva al
hombre a la adoración, a la oración y al amor de Dios Creador y
Salvador, Santo y Santificador.
2503 Por eso los obispos deben personalmente o
por delegación vigilar y promover el arte sacro antiguo y nuevo en
todas sus formas, y apartar con la misma atención religiosa de la
liturgia y de los edificios de culto todo lo que no está de acuerdo
con la verdad de la fe y la auténtica belleza del arte sacro (cf
SC 122-127).
Resumen
2504
‘No darás falso testimonio contra tu
prójimo’ (Ex 20, 16). Los discípulos de Cristo se han ‘revestido del
Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la
verdad’ (Ef 4, 24).
2505
La verdad o veracidad es la virtud que
consiste en mostrarse verdadero en sus actos y en sus palabras,
evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.
2506
El cristiano no debe ‘avergonzarse de
dar testimonio del Señor’ (2 Tm 1, 8) en obras y palabras. El martirio
es el supremo testimonio de la verdad de la fe.
2507
El respeto de la reputación y del honor
de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra de maledicencia o
de calumnia.
2508
La mentira consiste en decir algo falso
con intención de engañar al prójimo que tiene derecho a la verdad.
2509
Una falta cometida contra la verdad
exige reparación.
2510
La regla de oro ayuda a discernir en
las situaciones concretas si conviene o no revelar la verdad a quien
la pide.
2511
‘El sigilo sacramental es inviolable’
(CIC can. 983, 1), Los secretos profesionales deben ser guardados. Las
confidencias perjudiciales a otros no deben ser divulgadas.
2512
La sociedad tiene derecho a una
información fundada en la verdad, la libertad, la justicia. Es preciso
imponerse moderación y disciplina en el uso de los medios de
comunicación social.
2513
Las bellas artes, sobre todo el arte
sacro, ‘están relacionadas, por su naturaleza, con la infinita belleza
divina, que se intenta expresar, de algún modo, en las obras humanas.
Y tanto más se consagran a Dios y contribuyen a su alabanza y a su
gloria, cuanto más lejos están de todo propósito que no sea colaborar
lo más posible con sus obras a dirigir las almas de los hombres
piadosamente hacia Dios’ (SC 122).
ARTÍCULO 9
EL NOVENO MANDAMIENTO
No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás
la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni
su asno, ni nada que sea de tu prójimo (Ex 20, 17).
El que mira a una mujer deseándola, ya cometió
adulterio con ella en su corazón (Mt 5, 28).
2514 San Juan distingue tres especies de
codicia o concupiscencia: la concupiscencia de la carne, la
concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (cf 1 Jn 2, 16).
Siguiendo la tradición catequética católica, el noveno mandamiento
prohíbe la concupiscencia de la carne; el décimo prohíbe la codicia
del bien ajeno.
2515 En sentido etimológico, la
‘concupiscencia’ puede designar toda forma vehemente de deseo humano.
La teología cristiana le ha dado el sentido particular de un
movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón
humana. El apóstol san Pablo la identifica con la lucha que la ‘carne’
sostiene contra el ‘espíritu’
(cf Gal 5, 16.17.24; Ef 2, 3). Procede de
la desobediencia del primer pecado (Gn 3, 11). Desordena las
facultades morales del hombre y, sin ser una falta en sí misma, le
inclina a cometer pecados (cf Cc Trento: DS 1515).
2516 En el hombre, porque es un ser
compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, y se
desarrolla una lucha de tendencias entre el ‘espíritu’ y la ‘carne’.
Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado. Es
una consecuencia de él, y, al mismo tiempo, confirma su existencia.
Forma parte de la experiencia cotidiana del combate espiritual:
Para el apóstol no se trata de discriminar o
condenar el cuerpo, que con el alma espiritual constituye la
naturaleza del hombre y su subjetividad personal, sino que trata de
las obras -mejor dicho, de las disposiciones estables-, virtudes y
vicios, moralmente buenas o malas, que son fruto de
sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia (en el
segundo caso) a la acción salvífica del Espíritu Santo. Por
ello el apóstol escribe: ‘si vivimos según el Espíritu, obremos
también según el Espíritu’ (Ga 5, 25) (Juan Pablo II, DeV 55).
I La
purificación del corazón
2517 El corazón es la sede de la personalidad
moral: ‘de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos,
adulterios, fornicaciones’ (Mt 15, 19). La lucha contra la
concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón:
Mantente en la simplicidad, la inocencia y serás
como los niños pequeños que ignoran el mal destructor de la vida de
los hombres (Hermas, mand. 2, 1).
2518
La sexta bienaventuranza proclama: "Bienaventurados los
limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). Los "corazones
limpios" designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad
a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres
dominios: la caridad (cf 1 Tm 4, 3-9; 2 Tm 2 ,22), la castidad o
rectitud sexual (cf 1 Ts 4, 7; Col 3, 5; Ef 4, 19), el amor de la
verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1, 15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26).
Existe un vínculo entre la pureza del corazón, del cuerpo y de la fe:
Los fieles deben creer los artículos del Símbolo
‘para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien;
viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón,
comprendan lo que creen’ (S. Agustín, fid. et symb. 10, 25).
2519 A los ‘limpios de corazón’ se les promete
que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a El (cf 1 Co 13,
12, 1 Jn 3, 2). La pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya
desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir al
otro como un ‘prójimo’; nos permite considerar el cuerpo humano, el
nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una
manifestación de la belleza divina.
II El combate
por la pureza
2520 El Bautismo confiere al que lo recibe la
gracia de la purificación de todos los pecados. Pero el bautizado debe
seguir luchando contra la concupiscencia de la carne y los apetitos
desordenados. Con la gracia de Dios lo consigue
– mediante la virtud y el don de la castidad,
pues la castidad permite amar con un corazón recto e indiviso;
– mediante la pureza de intención, que consiste en
buscar el fin verdadero del hombre: con una mirada limpia el bautizado
se afana por encontrar y realizar en todo la voluntad de Dios (cf Rm
12, 2; Col 1, 10);
– mediante la pureza de la mirada exterior e interior;
mediante la disciplina de los sentidos y la imaginación; mediante el
rechazo de toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan
a apartarse del camino de los mandamientos divinos: ‘la vista
despierta la pasión de los insensatos’ (Sb 15, 5);
– mediante la oración:
Creía que la continencia dependía de mis propias
fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo tan necio que no
entendía lo que estaba escrito: que nadie puede ser continente, si
tú no se lo das. Y cierto que tú me lo dieras, si con interior
gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida arrojase en ti mi
cuidado (S. Agustín, conf. 6, 11, 20).
2521 La pureza exige el pudor. Este es
parte integrante de la templanza. El pudor preserva la intimidad de la
persona. Designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado.
Está ordenado a la castidad, cuya delicadeza proclama. Ordena las
miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y
con la relación que existe entre ellas.
2522 El pudor protege el misterio de las
personas y de su amor. Invita a la paciencia y a la moderación en la
relación amorosa; exige que se cumplan las condiciones del don y del
compromiso definitivo del hombre y de la mujer entre sí. El pudor es
modestia; inspira la elección de la vestimenta. Mantiene silencio o
reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana; se
convierte en discreción.
2523 Existe un pudor de los sentimientos como
también un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza, por ejemplo, los
exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad o las
incitaciones de algunos medios de comunicación a hacer pública toda
confidencia íntima. El pudor inspira una manera de vivir que permite
resistir a las solicitaciones de la moda y a la presión de las
ideologías dominantes.
2524 Las formas que reviste el pudor varían de
una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye la
intuición de una dignidad espiritual propia al hombre. Nace con el
despertar de la conciencia personal. Educar en el pudor a niños y
adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona humana.
2525 La pureza cristiana exige una
purificación del clima social. Obliga a los medios de comunicación
social a una información cuidadosa del respeto y de la discreción. La
pureza de corazón libera del erotismo difuso y aparta de los
espectáculos que favorecen el exhibicionismo y los sueños indecorosos.
2526 Lo que se llama permisividad de las
costumbres se basa en una concepción errónea de la libertad
humana; para llegar a su madurez, ésta necesita dejarse educar
previamente por la ley moral. Conviene pedir a los responsables de la
educación que impartan a la juventud una enseñanza respetuosa de la
verdad, de las cualidades del corazón y de la dignidad moral y
espiritual del hombre.
2527 ‘La buena nueva de Cristo renueva
continuamente la vida y la cultura del hombre caído; combate y elimina
los errores y males que brotan de la seducción, siempre amenazadora,
del pecado. Purifica y eleva sin cesar las costumbres de los pueblos.
Con las riquezas de lo alto fecunda, consolida, completa y restaura en
Cristo, como desde dentro, las bellezas y cualidades espirituales de
cada pueblo o edad’ (GS 58, 4).
Resumen
2528
‘Todo el que mira a una mujer
deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón’ (Mt 5, 28).
2529
El noveno mandamiento pone en guardia
contra el desorden o concupiscencia de la carne.
2530
La lucha contra la concupiscencia de la
carne pasa por la purificación del corazón y por la práctica de la
templanza
2531 La pureza del corazón nos alcanzará el
ver a Dios: nos da desde ahora la capacidad de ver según Dios todas
las cosas.
2532 La purificación del corazón es
imposible sin la oración, la práctica de la castidad y la pureza de
intención y de mirada.
2533 La pureza del corazón requiere el
pudor, que es paciencia, modestia y discreción. El pudor preserva la
intimidad de la persona.
ARTÍCULO 10
EL DÉCIMO MANDAMIENTO
No codiciarás... nada que sea de tu prójimo (Ex 20,
17).
No desearás... su casa, su campo, su siervo o su
sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo (Dt 5, 21).
Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón
(Mt 6, 21).
2534 El décimo mandamiento desdobla y completa
el noveno, que versa sobre la concupiscencia de la carne. Prohíbe la
codicia del bien ajeno, raíz del robo, de la rapiña y del fraude,
prohibidos por el séptimo mandamiento. La ‘concupiscencia de los ojos’
(cf 1 Jn 2, 16) lleva a la violencia y la injusticia prohibidas por el
quinto precepto (cf Mi 2, 2). La codicia tiene su origen, como la
fornicación, en la idolatría condenada en las tres primeras
prescripciones de la ley (cf Sb 14, 12). El décimo mandamiento se
refiere a la intención del corazón; resume, con el noveno, todos los
preceptos de la Ley.
I El
desorden de la concupiscencia
2535 El apetito sensible nos impulsa a desear
las cosas agradables que no poseemos. Así, desear comer cuando se
tiene hambre, o calentarse cuando se tiene frío. Estos deseos son
buenos en sí mismos; pero con frecuencia no guardan la medida de la
razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro y
pertenece, o es debido a otra persona.
2536 El décimo mandamiento prohíbe la
avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes
terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión
inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de
cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus
bienes temporales:
Cuando la Ley nos dice: ‘No codiciarás’, nos dice,
en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no
nos pertenece. Porque la sed del bien del prójimo es inmensa,
infinita y jamás saciada, como está escrito: ‘El ojo del avaro no se
satisface con su suerte’ (Si 5, 9) (Catec. R. 3, 37).
2537 No se quebranta este mandamiento deseando
obtener cosas que pertenecen al prójimo siempre que sea por medios
justos. La catequesis tradicional señala con realismo ‘quiénes son los
que más deben luchar contra sus codicias pecaminosas’ y a los que, por
tanto, es preciso ‘exhortar más a observar este precepto’:
Los comerciantes, que desean la escasez o la carestía
de las mercancías, que ven con tristeza que no son los únicos en
comprar y vender, pues de lo contrario podrían vender más caro y
comprar a precio más bajo; los que desean que sus semejantes estén en
la miseria para lucrarse vendiéndoles o comprándoles... Los médicos,
que desean tener enfermos; los abogados que anhelan causas y procesos
importantes y numerosos... (Catec. R. 3, 37).
2538 El décimo mandamiento exige que se
destierre del corazón humano la envidia. Cuando el profeta
Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la
historia del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como
una hija, y del rico que, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba
al primero y acabó por robarle la oveja (cf 2 S 12, 1-4). La envidia
puede conducir a las peores fechorías (cf Gn 4, 3-7; 1 R 21, 1-29). La
muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (cf Sb 2, 24).
Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos
arma unos contra otros... Si todos se afanan así por perturbar el
Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? Estamos debilitando el Cuerpo
de Cristo... Nos declaramos miembros de un mismo organismo y nos
devoramos como lo harían las fieras. (S. Juan Crisóstomo, hom. in 2
Cor. 28, 3-4).
2539 La envidia es un pecado capital.
Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el
deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida. Cuando
desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal:
San Agustín veía en la envidia el ‘pecado diabólico
por excelencia’ (ctech. 4,8). ‘De la envidia
nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por
el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad’ (S.
Gregorio Magno, mor. 31, 45).
2540 La envidia representa una de las formas de
la tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado debe
luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia procede con
frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la
humildad:
¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues
bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será
glorificado por vosotros. Dios será alabado -se dirá- porque su
siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los
méritos de otros (S. Juan Crisóstomo, hom. in Rom. 7, 3).
II Los deseos
del Espíritu
2541 La economía de la Ley y de la Gracia
aparta el corazón de los hombres de la codicia y de la envidia: lo
inicia en el deseo del Supremo Bien; lo instruye en los deseos del
Espíritu Santo, que sacia el corazón del hombre.
El Dios de las promesas puso desde el comienzo al
hombre en guardia contra la seducción de lo que, desde entonces,
aparece como ‘bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para
lograr sabiduría’ (Gn 3, 6).
2542 “La Ley confiada a Israel nunca fue
suficiente para justificar a los que le estaban sometidos; incluso
vino a ser instrumento de la ‘concupiscencia’ (cf Rm 7, 7). La
inadecuación entre el querer y el hacer (cf Rm 7, 10) manifiesta el
conflicto entre la ‘ley de Dios’, que es la ‘ley de la razón’, y la
otra ley que ‘me esclaviza a la ley del pecado que está en mis
miembros’ (Rm 7, 23).
2543 ‘Pero ahora, independientemente de la ley,
la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los
profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que
creen’ (Rm 3, 21-22.]. Por eso, los fieles de Cristo ‘han crucificado
la carne con sus pasiones y sus apetencias’ (Ga 5, 24); ‘son guiados
por el Espíritu’ (Rm 8, 14) y siguen los deseos del Espíritu (cf Rm 8,
27).
III La pobreza
de corazón
2544 Jesús exhorta a sus discípulos a
preferirle a El respecto a todo y a todos y les propone ‘renunciar a
todos sus bienes’ (Lc 14, 33) por El y por el Evangelio (cf Mc 8, 35).
Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de
Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf
Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es
obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.
2545 ‘Todos los cristianos... han de intentar
orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este
mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu
de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto’ (LG 42).
2546 ‘Bienaventurados los pobres en el
espíritu’ (Mt 5, 3). Las bienaventuranzas revelan un orden de
felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría
de los pobres, a quienes pertenece ya el Reino (Lc 6, 20)
El Verbo llama ‘pobreza en el Espíritu’ a la
humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el apóstol
nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: ‘Se hizo pobre
por nosotros’ (2 Co 8, 9) (S. Gregorio de Nisa, beat, 1).
2547 El Señor se lamenta de los ricos porque
encuentran su consuelo en la abundancia de bienes (cf Lc 6, 24). ‘El
orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca
el Reino de los cielos’ (S. Agustín, serm. Dom. 1, 3). El abandono en
la providencia del Padre del cielo libera de la inquietud por el
mañana (cf Mt 6, 25-34). La confianza en Dios dispone a la
bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.
IV ‘Quiero ver a
Dios’
2548 El deseo de la felicidad verdadera aparta
al hombre del apego desordenado a los bienes de este mundo, y tendrá
su plenitud en la visión y la bienaventuranza de Dios. ‘La promesa de
ver a Dios supera toda felicidad. En la Escritura, ver es poseer. El
que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir’ (S.
Gregorio de Nisa, beat. 6).
2549 Corresponde, por tanto, al pueblo santo
luchar, con la gracia de lo alto, para obtener los bienes que Dios
promete. Para poseer y contemplar a Dios, los fieles cristianos
mortifican sus concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen las
seducciones del placer y del poder.
2550 En este camino hacia la perfección, el
Espíritu y la Esposa llaman a quien les escucha (cf Ap 22, 17) a la
comunión perfecta con Dios:
Allí se dará la gloria verdadera;
nadie será alabado allí por error o por adulación; los verdaderos
honores no serán ni negados a quienes los merecen ni concedidos a
los indignos; por otra parte, allí nadie indigno pretenderá honores,
pues allí sólo serán admitidos los dignos. Allí reinará la verdadera
paz, donde nadie experimentará oposición ni de sí mismo ni de otros.
La recompensa de la virtud será Dios mismo, que ha dado la virtud y
se prometió a ella como la recompensa mejor y más grande que puede
existir: "Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo" (Lv 26,
12)...Este es también el sentido de las palabras del apóstol: "para
que Dios sea todo en todos" (1 Co 15, 28). El será el fin de
nuestros deseos, a quien contemplaremos sin fin, amaremos sin
saciedad, alabaremos sin cansancio. Y este don, este amor, esta
ocupación serán ciertamente, como la vida eterna, comunes a todos
(S. Agustín, civ. 22,30).
Resumen
2551
"Donde está
tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt 6,21).
2552
El décimo mandamiento prohíbe el deseo
desordenado, nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y del
poder.
2553
La envidia es la tristeza experimentada
ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. Es un
pecado capital.
2554
El bautizado combate la envidia
mediante la caridad, la humildad y el abandono en la providencia de
Dios.
2555
Los fieles cristianos "han crucificado
la carne con sus pasiones y sus concupiscencias" (Gal 5,24); son
guiados por el Espíritu y siguen sus deseos.
2556
El desprendimiento de las riquezas es
necesario para entrar en el Reino de los cielos. "Bienaventurados los
pobres de corazón".
2557
El hombre que anhela dice: "Quiero ver
a Dios". La sed de Dios es saciada por el agua de la vida (cf Jn
4,14).
CUARTA PARTE
LA ORACIÓN CRISTIANA
PRIMERA SECCIÓN
LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA
2558 "Este es el Misterio de la fe". La Iglesia lo profesa
en el Símbolo de los Apóstoles (Primera Parte del Catecismo) y lo
celebra en la Liturgia sacramental (Segunda Parte), para que la vida
de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria
de Dios Padre (Tercera Parte). Por tanto, este Misterio exige que los
fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente
y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración.
¿QUÉ ES LA ORACIÓN?
Para mí, la oración es un impulso del corazón, una
sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y
de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la
alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, ms autob. C 25r).
La oración como don de Dios
2559 "La oración es la elevación del alma a Dios o la
petición a Dios de bienes convenientes"(San Juan Damasceno, f. o. 3,
24). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro
orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal
130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es
ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la
oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La
humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el
don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín,
serm 56, 6, 9).
2560 "Si conocieras el don de Dios"(Jn 4, 10). La maravilla
de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a
buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano,
es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene
sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea.
La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de sed
del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de El (cf San
Agustín, quaest. 64, 4).
2561 "Tú le habrías rogado a él, y él te habría dado agua
viva" (Jn 4, 10). Nuestra oración de petición es paradójicamente una
respuesta. Respuesta a la queja del Dios vivo: "A mí me dejaron,
Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas
agrietadas" (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa gratuita de
salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de amor a la
sed del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1).
La oración como Alianza
2562 ¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que
sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo
el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la
oración, las Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con
más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el
que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión de la oración es
vana.
2563 El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo
habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo "me adentro").
Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por
la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es
el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias
psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida
y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios,
vivimos en relación: es el lugar de la Alianza.
2564 La oración cristiana es una relación de Alianza entre
Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del
Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión
con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre.
La oración como Comunión
2565 En la nueva Alianza, la oración es la relación viva de
los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo
Jesucristo y con el Espíritu Santo. La gracia del Reino es "la unión
de la Santísima Trinidad toda entera con el espíritu todo entero" (San
Gregorio Nac., or. 16, 9). Así, la vida de oración es estar
habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en comunión
con El. Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante el
Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6,
5). La oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión con
Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones
son las del Amor de Cristo (cf Ef 3, 18-21).
CAPÍTULO PRIMERO
LA REVELACIÓN DE LA ORACIÓN
La llamada universal a la
oración
2566 El hombre busca a Dios. Por la
creación Dios llama a todo ser desde la nada a la existencia.
"Coronado de gloria y esplendor" (Sal 8, 6), el hombre es, después de
los ángeles, capaz de reconocer "¡qué glorioso es el Nombre del Señor
por toda la tierra!" (Sal 8, 2). Incluso después de haber perdido, por
su pecado, su semejanza con Dios, el hombre sigue siendo imagen de su
Creador. Conserva el deseo de Aquél que le llama a la existencia.
Todas las religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de los
hombres (cf Hch. 17, 27).
2567 Dios es quien primero llama al hombre.
Olvide el hombre a s u Creador o se esconda lejos de su Faz, corra
detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el
Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al
encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios
fiel es siempre lo primero en la oración, el caminar del hombre es
siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre
a sí mismo, la oración aparece como un llamamiento recíproco, un hondo
acontecimiento de Alianza. A través de palabras y de actos, tiene
lugar un trance que compromete el corazón humano. Este se revela a
través de toda la historia de la salvación.
ARTÍCULO 1
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
2568 La revelación de la oración en el Antiguo
Testamento se inscribe entre la caída y la elevación del hombre, entre
la llamada dolorosa de Dios a sus primeros hijos: "¿Dónde estás?...
¿Por qué lo has hecho?" (Gn 3, 9. 13) y la respuesta del Hijo único al
entrar en el mundo: "He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu
voluntad" (Hb 10, 5-7). Así, la oración está ligada con la historia de
los hombres, es la relación con Dios en los acontecimientos de la
historia.
La creación, fuente de la oración
2569 La oración se vive primeramente a partir
de las realidades de la creación. Los nueve primeros capítulos
del Génesis describen esta relación con Dios como ofrenda por Abel de
los primogénitos de su rebaño (cf Gn 4, 4), como invocación del nombre
divino por Enós (cf Gn 4, 26), como "marcha con Dios" (Gn 5, 24). La
ofrenda de Noé es "agradable" a Dios que le bendice y, a través de él,
bendice a toda la creación (cf Gn 8, 20-9, 17), porque su corazón es
justo e íntegro; él también "marcha con Dios" (Gn 6, 9). Una
muchedumbre de hombres pertenecientes a todas las religiones siempre
han vivido esta característica de la oración.
En su alianza indefectible con todos los seres
vivientes (cf Gn 9, 8-16), Dios llama siempre a los hombres a orar.
Pero, en el Antiguo Testamento, la oración se revela sobre todo a
partir de nuestro padre Abraham.
La Promesa y la oración de la fe
2570 Cuando Dios le llama, Abraham parte "como
se lo había dicho el Señor" (Gn 12, 4): todo su corazón se somete a la
Palabra y obedece. La obediencia del corazón a Dios que llama es
esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo. Por eso,
la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos: hombre de
silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más
tarde aparece su primera oración con palabras: una queja velada
recordando a Dios sus promesas que no parecen cumplirse (cf Gn 15,
2-3). De este modo surge desde los comienzos uno de los aspectos de la
tensión dramática de la oración: la prueba de la fe en la fidelidad a
Dios.
2571 Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6),
marchando en su presencia y en alianza con él (cf Gn 17, 2), el
patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso:
es la admirable hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del
verdadero Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde
entonces, habiéndole confiado Dios su plan, el corazón de Abraham está
en consonancia con la compasión de su Señor hacia los hombres y se
atreve a interceder por ellos con una audaz confianza (cf Gn 18,
16-33).
2572 Como última purificación de su fe, se le
pide al "que había recibido las promesas" (Hb 11, 17) que sacrifique
al hijo que Dios le ha dado. Su fe no vacila: "Dios proveerá el
cordero para el holocausto" (Gn 22, 8), "pensaba que poderoso era Dios
aun para resucitar de entre los muertos" (Hb 11, 19). Así, el padre de
los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio
Hijo sino que lo entregará por todos nosotros (cf Rm 8, 32). La
oración restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace
participar en la potencia del amor de Dios que salva a la multitud (cf
Rm 4, 16-21).
2573 Dios renueva su promesa a Jacob, cabeza de
las doce tribus de Israel (cf Gn 28, 10-22). Antes de enfrentarse con
su hermano Esaú, lucha una noche entera con "alguien" misterioso que
rehúsa revelar su nombre pero que le bendice antes de dejarle, al
alba. La tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato
el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de la
perseverancia (cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).
Moisés y la oración del mediador
2574 Cuando comienza a realizarse la promesa
(Pascua, Exodo, entrega de la Ley y conclusión de la Alianza), la
oración de Moisés es la figura cautivadora de la oración de
intercesión que tiene su cumplimiento en "el único Mediador entre Dios
y los hombres, Cristo-Jesús" (1 Tm 2, 5).
2575 También aquí, Dios interviene, el primero.
Llama a Moisés desde la zarza ardiendo (cf Ex 3, 1-10). Este
acontecimiento quedará como una de las figuras principales de la
oración en la tradición espiritual judía y cristiana. En efecto, si
"el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" llama a su servidor Moisés
es que él es el Dios vivo que quiere la vida de los hombres. El se
revela para salvarlos, pero no lo hace solo ni contra la voluntad de
los hombres: llama a Moisés para enviarlo, para asociarlo a su
compasión, a su obra de salvación. Hay como una imploración divina en
esta misión, y Moisés, después de debatirse, acomodará su voluntad a
la de Dios salvador. Pero en este diálogo en el que Dios se confía,
Moisés aprende también a orar: se humilla, objeta, y sobre todo pide
y, en respuesta a su petición, el Señor le confía su Nombre inefable
que se revelará en sus grandes gestas.
2576 Pues bien, "Dios hablaba con Moisés cara a
cara, como habla un hombre con su amigo" (Ex 33, 11). La oración de
Moisés es típica de la oración contemplativa gracias a la cual el
servidor de Dios es fiel a su misión. Moisés "habla" con Dios
frecuentemente y durante largo rato, subiendo a la montaña para
escucharle e implorarle, bajando hacia el pueblo para transmitirle las
palabras de su Dios y guiarlo. "El es de toda confianza en mi casa;
boca a boca hablo con él, abiertamente" (Nm 12, 7-8), porque "Moisés
era un hombre humilde más que hombre alguno sobre la haz de la tierra"
(Nm 12, 3).
2577 De esta intimidad con el Dios fiel, tardo
a la cólera y rico en amor (cf Ex 34, 6), Moisés ha sacado la fuerza y
la tenacidad de su intercesión. No pide por él, sino por el pueblo que
Dios ha adquirido. Moisés intercede ya durante el combate con los
amalecitas (cf Ex 17, 8-13) o para obtener la curación de Myriam (cf
Nm 12, 13-14). Pero es sobre todo después de la apostasía del pueblo
cuando "se mantiene en la brecha" ante Dios (Sal 106, 23) para salvar
al pueblo (cf Ex 32, 1-34, 9). Los argumentos de su oración (la
intercesión es también un combate misterioso) inspirarán la audacia de
los grandes orantes tanto del pueblo judío como de la Iglesia. Dios es
amor, por tanto es justo y fiel; no puede contradecirse, debe
acordarse de sus acciones maravillosas, su Gloria está en juego, no
puede abandonar al pueblo que lleva su Nombre.
David y la oración del rey
2578 La oración del pueblo de Dios se
desarrolla a la sombra de la Morada de Dios, el Arca de la Alianza y
más tarde el Templo. Los guías del pueblo - pastores y profetas - son
los primeros que le enseñan a orar. El niño Samuel aprendió de su
madre Ana cómo "estar ante el Señor" (cf 1 S 1, 9-18) y del sacerdote
Elí cómo escuchar Su Palabra: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (cf
1 S 3, 9-10). Más tarde, también él conocerá el precio y el peso de la
intercesión: "Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor dejando
de suplicar por vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto" (1 S
12, 23).
2579 David es, por excelencia, el rey "según el
corazón de Dios", el pastor que ruega por su pueblo y en su nombre,
aquél cuya sumisión a la voluntad de Dios, cuya alabanza y
arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo. Ungido de Dios,
su oración es adhesión fiel a la promesa divina (cf 2 S 7, 18-29),
confianza amante y alegre en aquél que es el único Rey y Señor. En los
Salmos, David, inspirado por el Espíritu Santo, es el primer profeta
de la oración judía y cristiana. La oración de Cristo, verdadero
Mesías e hijo de David, revelará y llevará a su plenitud el sentido de
esta oración.
2580 El Templo de Jerusalén, la casa de oración
que David quería construir, será la obra de su hijo, Salomón. La
oración de la Dedicación del Templo (cf 1 R 8, 10-61) se apoya en la
Promesa de Dios y su Alianza, la presencia activa de su Nombre entre
su Pueblo y el recuerdo de los grandes hechos del Exodo. El rey eleva
entonces las manos al cielo y ruega al Señor por él, por todo el
pueblo, por las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y
sus necesidades diarias, para que todas las naciones sepan que Dios es
el único Dios y que el corazón del pueblo le pertenece por entero a
El.
Elías, los profetas y la conversión del corazón
2581 Para el pueblo de Dios, el Templo debía
ser el lugar donde aprender a orar: las peregrinaciones, las fiestas,
los sacrificios, la ofrenda de la tarde, el incienso, los panes de "la
proposición", todos estos signos de la Santidad y de la Gloria de
Dios, Altísimo pero muy cercano, eran llamadas y caminos de la
oración. Sin embargo, el ritualismo arrastraba al pueblo con
frecuencia hacia un culto demasiado exterior. Era necesaria la
educación de la fe, la conversión del corazón. Esta fue la misión de
los profetas, antes y después del Destierro.
2582 Elías es el padre de los profetas, "de la
raza de los que buscan a Dios, de los que persiguen su Faz" (Sal 24,
6). Su nombre, "El Señor es mi Dios", anuncia el grito del pueblo en
respuesta a su oración sobre el Monte Carmelo (cf 1 R 18, 39).
Santiago nos remite a él para incitarnos a orar: "La oración ferviente
del justo tiene mucho poder" (St 5, 16b-18).
2583 Después de haber aprendido la misericordia
en su retirada al torrente de Kérit, aprende junto a la viuda de
Sarepta la fe en la palabra de Dios, fe que confirma con su oración
insistente: Dios devuelve la vida al hijo de la viuda (cf 1 R 17,
7-24).
En el sacrificio sobre el Monte Carmelo, prueba
decisiva para la fe del pueblo de Dios, el fuego del Señor es la
respuesta a su súplica de que se consume el holocausto "a la hora de
la ofrenda de la tarde": "¡Respóndeme, Señor, respóndeme!" son las
palabras de Elías que repiten exactamente las liturgias orientales en
la epíclesis eucarística (cf 1 R 18, 20-39).
Finalmente, repitiendo el camino del desierto hacia el
lugar donde el Dios vivo y verdadero se reveló a su pueblo, Elías se
recoge como Moisés "en la hendidura de la roca" hasta que "pasa" la
presencia misteriosa de Dios (cf 1 R 19, 1-14; Ex 33, 19-23). Pero
solamente en el monte de la Transfiguración se dará a conocer Aquél
cuyo Rostro buscan (cf. Lc 9, 30-35): el conocimiento de la Gloria de
Dios está en la rostro de Cristo crucificado y resucitado (cf 2 Co 4,
6).
2584 En el "cara a cara" con Dios, los profetas
sacan luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del
mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, a veces un
litigio o una queja, siempre una intercesión que espera y prepara la
intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf Am 7, 2. 5;
Is 6, 5. 8. 11; Jr 1, 6; 15, 15-18; 20, 7-18).
Los Salmos, oración de la Asamblea
2585 Desde David hasta la venida del Mesías,
las Sagradas Escrituras contienen textos de oración que atestiguan el
sentido profundo de la oración para sí mismo y para los demás (cf Esd
9, 6-15; Ne 1, 4-11; Jon 2, 3-10; Tb 3, 11-16; Jdt 9, 2-14). Los
salmos fueron reunidos poco a poco en un conjunto de cinco libros: los
Salmos (o "alabanzas"), son la obra maestra de la oración en el
Antiguo Testamento.
2586 Los Salmos alimentan y expresan la oración
del pueblo de Dios como Asamblea, con ocasión de las grandes fiestas
en Jerusalén y los sábados en las sinagogas. Esta oración es
indisociablemente individual y comunitaria; concierne a los que oran y
a todos los hombres; asciende desde la Tierra santa y desde las
comunidades de la Diáspora, pero abarca a toda la creación; recuerda
los acontecimientos salvadores del pasado y se extiende hasta la
consumación de la historia; hace memoria de las promesas de Dios ya
realizadas y espera al Mesías que les dará cumplimiento definitivo.
Los Salmos, usados por Cristo en su oración y que en él encuentran su
cumplimiento, continúan siendo esenciales en la oración de su Iglesia
(cf IGLH 100-109).
2587 El Salterio es el libro en el que la
Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. En los demás
libros del Antiguo Testamento "las palabras proclaman las obras" (de
Dios por los hombres) "y explican su misterio" (DV 2). En el salterio,
las palabras del salmista expresan, cantándolas para Dios, sus obras
de salvación. El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la respuesta
del hombre. Cristo unirá ambas. En El, los salmos no cesan de
enseñarnos a orar.
2588 Las múltiples expresiones de oración de
los Salmos se encarnan a la vez en la liturgia del templo y en el
corazón del hombre. Tanto si se trata de un himno como de una oración
de desamparo o de acción de gracias, de súplica individual o
comunitaria, de canto real o de peregrinación o de meditación
sapiencial, los salmos son el espejo de las maravillas de Dios en la
historia de su pueblo y en las situaciones humanas vividas por el
salmista. Un salmo puede reflejar un acontecimiento pasado, pero es de
una sobriedad tal que se puede rezar verdaderamente por los hombres de
toda condición y de todo tiempo.
2589 Hay unos rasgos constantes en los Salmos:
la simplicidad y la espontaneidad de la oración, el deseo de Dios
mismo a través de su creación, y con todo lo que hay de bueno en ella,
la situación incómoda del creyente que, en su amor preferente por el
Señor, se enfrenta con una multitud de enemigos y de tentaciones; y
que, en la espera de lo que hará el Dios fiel, mantiene la certeza del
amor de Dios, y la entrega a la voluntad divina. La oración de los
salmos está siempre orientada a la alabanza; por lo cual, corresponde
bien al conjunto de los salmos el título de "Las Alabanzas". Reunidos
los Salmos en función del culto de la Asamblea, son invitación a la
oración y respuesta a la misma: "Hallelu-Ya!" (Aleluya), "¡Alabad al
Señor!"
¿Qué hay mejor que un Salmo? Por eso, David dice muy
bien: "¡Alabad al Señor, porque es bueno salmodiar: a nuestro Dios
alabanza dulce y bella!". Y es verdad. Porque el salmo es bendición
pronunciada por el pueblo, alabanza de Dios por la Asamblea,
aclamación de todos, palabra dicha por el universo, voz de la
Iglesia, melodiosa profesión de fe (San Ambrosio, Sal. 1, 9).
Resumen
2590
"La oración es la elevación del alma
hacia Dios o la petición a Dios de bienes convenientes" (San Juan
Damasceno, f. o. 3, 24).
2591 Dios llama incansablemente a cada
persona al encuentro misterioso con El. La oración acompaña a toda la
historia de la salvación como una llamada recíproca entre Dios y el
hombre.
2592 La oración de Abraham y de Jacob
aparece como una lucha de fe vivida en la confianza a la fidelidad de
Dios, y en la certeza de la victoria prometida a quienes perseveran.
2593
La oración de Moisés responde a la
iniciativa del Dios vivo para la salvación de su pueblo. Prefigura la
oración de intercesión del único mediador, Cristo Jesús.
2594
La oración del pueblo de Dios se
desarrolla a la sombra de la Morada de Dios, el arca de la alianza y
el Templo, bajo la guía de los pastores, especialmente el rey David, y
de los profetas.
2595
Los profetas llaman a la conversión del
corazón y, buscando siempre el rostro de Dios, como Elías, interceden
por el pueblo.
2596
Los salmos constituyen la obra maestra
de la oración en el Antiguo Testamento. Presentan dos componentes
inseparables: individual y comunitario. Abarcan todas las dimensiones
de la historia, conmemorando las promesas de Dios ya cumplidas y
esperando la venida del Mesías.
2597
Rezados y cumplidos en Cristo, los
Salmos son un elemento esencial y permanente de la oración de su
Iglesia. Se adaptan a los hombres de toda condición y de todo tiempo.
ARTÍCULO 2
EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
2598 El drama de la oración se nos revela
plenamente en el Verbo que se ha hecho carne y que habita entre
nosotros. Intentar comprender su oración, a través de lo que sus
testigos nos dicen en el Evangelio, es aproximarnos al Santo Señor
Jesús como a la Zarza ardiendo: primero contemplando a él mismo en
oración y después escuchando cómo nos enseña a orar, para conocer
finalmente cómo acoge nuestra plegaria.
Jesús ora
2599 El Hijo de Dios hecho hombre también
aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. El aprende de su
madre las fórmulas de oración; de ella, que conservaba toas las
"maravillas " del Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf Lc 1,
49; 2, 19; 2, 51). Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la
oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero
su oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja
presentir a la edad de los doce años: "Yo debía estar en las cosas de
mi Padre" (Lc 2, 49). Aquí comienza a revelarse la novedad de la
oración en la plenitud de los tiempos: la oración filial, que
el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el propio
Hijo único en su Humanidad, con y para los hombres.
2600 El Evangelio según San Lucas subraya la
acción del Espíritu Santo y el sentido de la oración en el ministerio
de Cristo. Jesús ora antes de los momentos decisivos de su
misión: antes de que el Padre dé testimonio de él en su Bautismo (cf
Lc 3, 21) y de su Transfiguración (cf Lc 9, 28), y antes de dar
cumplimiento con su Pasión al Plan amoroso del Padre (cf Lc 22,
41-44); ora también ante los momentos decisivos que van a comprometer
la misión de sus Apóstoles: antes de elegir y de llamar a los Doce (cf
Lc 6, 12), antes de que Pedro lo confiese como "el Cristo de Dios" (Lc
9, 18-20) y para que la fe del príncipe de los Apóstoles no
desfallezca ante la tentación (cf Lc 22, 32). La oración de Jesús ante
los acontecimientos de salvación que el Padre le pide es una entrega,
humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad amorosa del
Padre.
2601 "Estando él orando en cierto lugar, cuando
terminó, le dijo uno de sus discípulos: `Maestro, enséñanos a orar'" (Lc
11, 1). Es, sobre todo, al contemplar a su Maestro en oración, cuando
el discípulo de Cristo desea orar. Entonces, puede aprender del
Maestro de la oración. Contemplando y escuchando al Hijo, los
hijos aprenden a orar al Padre.
2602 Jesús se aparta con frecuencia a la
soledad en la montaña, con preferencia por la noche, para orar (cf Mc
1, 35; 6, 46; Lc 5, 16). Lleva a los hombres en su oración, ya
que también asume la humanidad en la Encarnación, y los ofrece al
Padre, ofreciéndose a sí mismo. El, el Verbo que ha "asumido la
carne", comparte en su oración humana todo lo que viven "sus hermanos"
(Hb 2, 12); comparte sus debilidades para librarlos de ellas (cf Hb 2,
15; 4, 15). Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras
aparecen entonces como la manifestación visible de su oración "en lo
secreto".
2603 Los evangelistas han conservado dos
oraciones más explícitas de Cristo durante su ministerio. Cada una de
el las comienza precisamente con la acción de gracias. En la primera (cf
Mt 11, 25-27 y Lc 10, 21-23), Jesús confiesa al Padre, le da gracias y
lo bendice porque ha escondido los misterios del Reino a los que se
creen doctos y los ha revelado a los "pequeños" (los pobres de las
Bienaventuranzas). Su conmovedor "¡Sí, Padre!" expresa el fondo de su
corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el "Fiat"
de Su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá
al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión
amorosa de su corazón de hombre al "misterio de la voluntad" del Padre
(Ef 1, 9).
2604 La segunda oración es narrada por San Juan
(cf Jn 11, 41-42) en el pasaje de la resurrección de Lázaro. La acción
de gracias precede al acontecimiento: "Padre, yo te doy gracias por
haberme escuchado", lo que implica que el Padre escucha siempre su
súplica; y Jesús añade a continuación: "Yo sabía bien que tú siempre
me escuchas", lo que implica que Jesús, por su parte, pide de
una manera constante. Así, apoyada en la acción de gracias, la oración
de Jesús nos revela cómo pedir: antes de que la petición sea
otorgada, Jesús se adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones. El
Dador es más precioso que el don otorgado, es el "tesoro", y en El
está el corazón de su Hijo; el don se otorga como "por añadidura" (cf
Mt 6, 21. 33).
La oración "sacerdotal" de Jesús (cf. Jn 17) ocupa un
lugar único en la Economía de la salvación. (Su explicación se hace al
final de esta primera sección) Esta oración, en efecto, muestra el
carácter permanente de la plegaria de nuestro Sumo Sacerdote, y al
mismo tiempo contiene lo que Jesús nos enseña en la oración del
Padrenuestro (la cual se explica en la sección segunda).
2605 Cuando llega la hora de realizar el plan
amoroso del Padre, Jesús deja entrever la profundidad insondable de su
plegaria filial, no solo antes de entregarse libremente ("Abbá ...no
mi voluntad, sino la tuya": Lc 22, 42), sino hasta en sus últimas
palabras en la Cruz, donde orar y entregarse son una sola cosa:
"Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34); "Yo te
aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 24,43); "Mujer, ahí
tienes a tu Hijo" - "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27); "Tengo
sed" (Jn 19, 28); "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" (Mc
15, 34; cf Sal 22, 2); "Todo está cumplido" (Jn 19, 30); "Padre, en
tus manos pongo mi espíritu" (Lc 23, 46), hasta ese "fuerte grito"
cuando expira entregando el espíritu (cf Mc 15, 37; Jn 19, 30b).
2606 Todos los infortunios de la humanidad de
todos los tiempos, esclava del pecado y de la muerte, todas las
súplicas y las intercesiones de la historia de la salvación están
recogidas en este grito del Verbo encarnado. He aquí que el Padre las
acoge y, por encima de toda esperanza, las escucha al resucitar a su
Hijo. Así se realiza y se consuma el drama de la oración en la
Economía de la creación y de la salvación. El salterio nos da la clave
para su comprensión en Cristo. Es en el "hoy" de la Resurrección
cuando dice el Padre: "Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy.
Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad
los confines de la tierra" (Sal 2, 7-8; cf Hch 13, 33).
La carta a los Hebreos expresa en términos
dramáticos cómo actúa la plegaria de Jesús en la victoria de la
salvación: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal
ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía
salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun
siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado
a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para
todos los que le obedecen" (Hb 5, 7-9).
Jesús enseña a orar
2607 Cuando Jesús ora, ya nos enseña a orar. El
camino teologal de nuestra oración es su oración a su Padre. Pero el
Evangelio nos entrega una enseñanza explícita de Jesús sobre la
oración. Como un pedagogo, nos toma donde estamos y, progresivamente,
nos conduce al Padre. Dirigiéndose a las multitudes que le siguen,
Jesús comienza con lo que ellas ya saben de la oración por la Antigua
Alianza y las prepara para la novedad del Reino que está viniendo.
Después les revela en parábolas esta novedad. Por último, a sus
discípulos que deberán ser los pedagogos de la oración en su Iglesia,
les hablará abiertamente del Padre y del Espíritu Santo.
2608 Ya en el Sermón de la Montaña,
Jesús insiste en la conversión del corazón: la reconciliación
con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar (cf Mt 5,
23-24), el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores (cf
Mt 5, 44-45), orar al Padre "en lo secreto" (Mt 6, 6), no gastar
muchas palabras (cf Mt 6, 7), perdonar desde el fondo del corazón al
orar (cf, Mt 6, 14-15), la pureza del corazón y la búsqueda del Reino
(cf Mt 6, 21. 25. 33). Esta conversión está toda ella polarizada hacia
el Padre, es filial.
2609 Decidido así el corazón a convertirse,
aprende a orar en la fe. La fe es una adhesión filial a Dios,
más allá de lo que nosotros sentimos y comprendemos. Se ha hecho
posible porque el Hijo amado nos abre el acceso al Padre. Puede
pedirnos que "busquemos" y que "llamemos" porque él es la puerta y el
camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14).
2610 Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le
da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia
filial: "todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis
recibido" (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, "todo es
posible para quien cree" (Mc 9, 23), con una fe "que no duda" (Mt 21,
22). Tanto como Jesús se entristece por la "falta de fe" de los de
Nazaret (Mc 6, 6) y la "poca fe" de sus discípulos (Mt 8, 26), así se
admira ante la "gran fe" del centurión romano (cf Mt 8, 10) y de la
cananea (cf Mt 15, 28).
2611 La oración de fe no consiste solamente en
decir "Señor, Señor", sino en disponer el corazón para hacer la
voluntad del Padre (Mt 7, 21). Jesús invita a sus discípulos a
llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino (cf
Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34).
2612 En Jesús "el Reino de Dios está próximo",
llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia.
En la oración, el discípulo espera atento a aquél que "es y que
viene", en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la
carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf
Mc 13; Lc 21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración de los
discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en
la tentación (cf Lc 22, 40. 46).
2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas
principales sobre la oración:
La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13),
invita a una oración insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora
así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo
el Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), está
centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar
siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. "Pero, cuando
el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"
La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf
Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh
Dios, ten compasión de mí que soy pecador". La Iglesia no cesa de
hacer suya esta oración: "¡Kyrie eleison!".
2614 Cuando Jesús confía abiertamente a sus
discípulos el misterio de la oración al Padre, les desvela lo que
deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto, con su
humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es
"pedir en su Nombre" (Jn 14, 13). La fe en El introduce a los
discípulos en el conocimiento del Padre porque Jesús es "el Camino, la
Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su
Palabra, sus mandamientos, permanecer con El en el Padre que nos ama
en El hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza
de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de
Jesús (cf Jn 14, 13-14).
2615 Más todavía, lo que el Padre nos da cuando
nuestra oración está unida a la de Jesús, es "otro Paráclito, para que
esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad" (Jn 14,
16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones aparece en
todo el Discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15;
16, 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de
amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en
El: "Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y
recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24).
Jesús escucha la oración
2616 La oración a Jesús ya ha sido
escuchada por él durante su ministerio, a través de los signos que
anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la
oración de fe expresada en palabras (el leproso: cf Mc 1, 40-41;
Jairo: cf Mc 5, 36; la cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc 23,
39-43), o en silencio (los portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la
hemorroísa que toca su vestido: cf Mc 5, 28; las lágrimas y el perfume
de la pecadora: cf Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos:
"¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de
David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la
tradición de la Oración a Jesús: "¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios,
Señor, ten piedad de mí, pecador!" Curando enfermedades o perdonando
pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe:
"Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!".
San Agustín resume admirablemente las tres
dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos
noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus
noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in
nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros
como cabeza nuestra; a El dirige nuestra oración como a Dios
nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de
El, en nosotros", Sal 85, 1; cf IGLH 7).
La oración de la Virgen María
2617 La oración de María se nos revela en la
aurora de la plenitud de los tiempos. Antes de la encarnación del Hijo
de Dios y antes de la efusión del Espíritu Santo, su oración coopera
de manera única con el designio amoroso del Padre: en la anunciación,
para la concepción de Cristo (cf Lc 1, 38); en Pentecostés para la
formación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo (cf Hch 1, 14). En la fe de
su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba
desde el comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha hecho
"llena de gracia" responde con la ofrenda de todo su ser: "He aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Fiat, ésta
es la oración cristiana: ser todo de El, ya que El es todo nuestro.
2618 El Evangelio nos revela cómo María ora e
intercede en la fe: en Caná (cf Jn 2, 1-12) la madre de Jesús ruega a
su hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro
banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a
petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva Alianza,
al pie de la Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la
verdadera "madre de los que viven".
2619 Por eso, el cántico de María (cf Lc 1,
46-55; el "Magnificat" latino, el "Megalynei" bizantino)
es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico
de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción de
gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la
salvación, cántico de los "pobres" cuya esperanza ha sido colmada con
el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres "en favor de
Abraham y su descendencia, para siempre".
Resumen
2620
En el Nuevo Testamento el modelo
perfecto de oración se encuentra en la oración filial de Jesús. Hecha
con frecuencia en la soledad, en lo secreto, la oración de Jesús
entraña una adhesión amorosa a la voluntad del Padre hasta la cruz y
una absoluta confianza en ser escuchada.
2621
En su enseñanza, Jesús instruye a sus
discípulos para que oren con un corazón purificado, una fe viva y
perseverante, una audacia filial. Les insta a la vigilancia y les
invita a presentar sus peticiones a Dios en su Nombre. El mismo
escucha las plegarias que se le dirigen.
2622
La oración de la Virgen María, en su
Fiat y en su Magnificat, se caracteriza por la ofrenda generosa de
todo su ser en la fe.
ARTÍCULO 3
EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
2623 El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se
derramó sobre los discípulos, "reunidos en un mismo lugar" (Hch 2, 1),
que lo esperaban "perseverando en la oración con un mismo espíritu" (Hch
1, 14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que
Jesús dijo (cf Jn 14, 26), será también quien la formará en la vida de
oración.
2624 En la primera comunidad de Jerusalén, los creyentes
"acudían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión,
a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42). Esta secuencia
de actos es típica de la oración de la Iglesia; fundada sobre la fe
apostólica y autentificada por la caridad, se alimenta con la
Eucaristía.
2625 Estas oraciones son en primer lugar las que los fieles
escuchan y leen en las Escrituras, pero las actualizan, especialmente
las de los salmos, a partir de su cumplimient o en Cristo (cf Lc 24,
27. 44). El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante su Iglesia
orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena, y suscita nuevas
formulaciones que expresarán el insondable Misterio de Cristo que
actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia. Estas
formulaciones se desarrollan en las grandes tradiciones litúrgicas y
espirituales. Las formas de la oración, tal como las revelan
las Escrituras apostólicas canónicas, siguen siendo normativas para la
oración cristiana.
I La bendición y la
adoración
2626 La bendición expresa el movimiento de fondo de
la oración cristiana: es encuentro de Dios con el hombre; en ella, el
don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración
de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque
Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquél
que es la fuente de toda bendición.
2627 Dos formas fundamentales expresan este movimiento: o
bien sube llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el
Padre (nosotros le bendecimos por habernos bendecido; cf Ef 1, 3-14; 2
Co 1, 3-7; 1 P 1, 3-9); o bien implora la gracia del Espíritu Santo
que, por medio de Cristo, desciende del Padre (es él quien nos
bendice; cf 2 Co 13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6, 23-24).
2628 La adoración es la primera actitud del hombre
que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor
que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que
nos libera del mal. Es la acción de humill ar el espíritu ante el "Rey
de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de
Dios "siempre mayor" (S. Agustín, Sal. 62, 16). La adoración de Dios
tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da
seguridad a nuestras súplicas.
II La oración de petición
2629 El vocabulario neotestamentario sobre la oración de
súplica está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con
insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso "luchar en la oración"
(cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más habitual, por ser la más
espontánea, es la petición: Mediante la oración de petición mostramos
la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no
somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni
nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como
cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un
retorno hacia El.
2630 El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones de
lamentación, frecuentes en el Antiguo. En adelante, en Cristo
resucitado, la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza,
aunque todavía estemos en la espera y tengamos que convertirnos cada
día. La petición cristiana brota de otras profundidades, de lo que S.
Pablo llama el gemido: el de la creación "que sufre dolores de
parto" (Rm 8, 22), el nuestro también en la espera "del rescate de
nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza" (Rm
8, 23-24), y, por último, los "gemidos inefables" del propio Espíritu
Santo que "viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no
sabemos pedir como conviene" (Rm 8, 26).
2631 La petición de perdón es el primer movimiento de
la oración de petición (cf el publicano: "ten compasión de mí que soy
pecador": Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La
humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y
su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2):
entonces "cuanto pidamos lo recibimos de El" (1 Jn 3, 22). Tanto la
celebración de la eucaristía como la oración personal comienzan con la
petición de perdón.
2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la
búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de
Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las
peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para
acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión
de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es
objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3).
Es la oración de Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos revela cómo
la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración
cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4, 3-4.
12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.
2633 Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se
comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de
petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es
glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre (cf
Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8) y Pablo nos
exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20; Flp 4, 6-7; Col
3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).
III La oración de
intercesión
2634 La intercesión es una oración de petición que nos
conforma muy de cerca con la oración de Jesús. El es el único
intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los
pecadores en particular (cf Rm 8, 34; 1 Jn 2, 1; 1 Tm 2. 5-8). Es
capaz de "salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya
que está siempre vivo para interceder en su favor" (Hb 7, 25). El
propio Espíritu Santo "intercede por nosotros... y su intercesión a
favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 26-27).
2635 Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham,
lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el
tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de
Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la
intercesión, el que ora busca "no su propio interés sino el de los
demás" (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (recuérdese a
Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28.
34).
2636 Las primeras comunidades cristianas vivieron
intensamente esta forma de participación (cf Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5;
2 Co 9, 14). El Apóstol Pablo les hace participar así en su ministerio
del Evangelio (cf Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1 Ts 5, 25); él intercede
también por ellas (cf 2 Ts 1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4). La
intercesión de los cristianos no conoce fronteras: "por todos los
hombres, por todos los constituídos en autoridad" (1 Tm 2, 1), por los
perseguidores (cf Rm 12, 14), por la salvación de los que rechazan el
Evangelio (cf Rm 10, 1).
IV La oración de
acción de gracias
2637 La acción de gracias caracteriza la oración de la
Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte más
en lo que ella es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a
la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y
devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias de los
miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza.
2638 Al igual que en la oración de petición, todo
acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de
acción de gracias. Las cartas de San Pablo comienzan y terminan
frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre
está presente en ella. "En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios,
en Cristo Jesús, quiere de vosotros" (1 Ts 5, 18). "Sed perseverantes
en la oración, velando en ella con acción de gracias" (Col 4, 2).
V La oración de alabanza
2639 La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más
directa que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por
lo que hace sino por lo que El es. Participa en la bienaventuranza de
los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la Gloria.
Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar
testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8, 16), da testimonio
del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al
Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva
hacia Aquél que es su fuente y su término: "un solo Dios, el Padre,
del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1 Co
8, 6).
2640 San Lucas menciona con frecuencia en su Evangelio la
admiración y la alabanza ante las maravillas de Cristo, y las subraya
también respecto a las acciones del Espíritu Santo que son los hechos
de los apóstoles : la comunidad de Jerusalén (cf Hch 2, 47), el
tullido curado por Pedro y Juan (cf Hch 3, 9), la muchedumbre que
glorificaba a Dios por ello (cf Hch 4, 21), y los gentiles de Pisidia
que "se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor" (Hch
13, 48).
2641 "Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos
inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor" (Ef 5, 19;
Col 3, 16). Como los autores inspirados del Nuevo Testamento, las
primeras comunidades cristianas releen el libro de los Salmos cantando
en él el Misterio de Cristo. En la novedad del Espíritu, componen
también himnos y cánticos a partir del acontecimiento inaudito que
Dios ha realizado en su Hijo: su encarnación, su muerte vencedora de
la muerte, su resurrección y su ascensión a su derecha (cf Flp 2,
6-11; Col 1, 15-20; Ef 5, 14; 1 Tm 3, 16; 6, 15-16; 2 Tm 2, 11-13). De
esta "maravilla" de toda la Economía de la salvación brota la
doxología, la alabanza a Dios (cf Ef 1, 3-14; Rm 16, 25-27; Ef 3,
20-21; Judas 24-25).
2642 La revelación "de lo que ha de suceder pronto", el
Apocalipsis, está sostenida por los cánticos de la liturgia celestial
(cf Ap 4, 8-11; 5, 9-14; 7, 10-12) y también por la intercesión de los
"testigos" (mártires: Ap 6, 10). Los profetas y los santos, todos los
que fueron degollados en la tierra por dar testimonio de Jesús (cf Ap
18, 24), la muchedumbre inmensa de los que, venidos de la gran
tribulación nos han precedido en el Reino, cantan la alabanza de
gloria de Aquél que se sienta en el trono y del Cordero (cf Ap 19,
1-8). En comunión con ellos, la Iglesia terrestre canta también estos
cánticos, en la fe y la prueba. La fe, en la petición y la
intercesión, espera contra toda esperanza y da gracias al "Padre de
las luces de quien desciende todo don excelente" (St 1, 17). La fe es
así una pura alabanza.
2643 La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de
oración: es la "ofrenda pura" de todo el Cuerpo de Cristo "a la gloria
de su Nombre" (cf Ml 1, 11); es, según las tradiciones de Oriente y de
Occidente, "el sacrificio de alabanza".
Resumen
2644
El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le
recuerda todo lo que Jesús dijo, la educa también en la vida de
oración, suscitando expresiones que se renuevan dentro de unas formas
permanentes de orar: bendición, petición, intercesión, acción de
gracias y alabanza.
2645
Porque Dios bendice al hombre, su corazón puede
bendecir, a su vez, a Aquel que es la fuente de toda bendición.
2646
La oración de petición tiene por objeto el perdón,
la búsqueda del Reino y cualquier necesidad verdadera.
2647
La oración de intercesión consiste en una petición
en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los
enemigos.
2648
Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda
necesidad pueden ser materia de la acción de gracias que, participando
en la de Cristo, debe llenar toda la vida: "En todo dad gracias" (1 Ts
5, 18).
2649 La oración de alabanza, totalmente desinteresada, se
dirige a Dios; canta para El y le da gloria no sólo por lo que ha
hecho sino porque él es.
Continuación
Esta página es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y
María
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