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Videos Clips vocacionales ¡Hágase! - Mensajes para acompañar corazones en discernimiento vocacionale por SCTJM
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Jésed - Estoy a la puerta y llamo
Jesed - Mi dulce esposo
Jesed - Dama pobre
Seguirte es mi vocacion




La esencia de la vida consagrada consiste en la dedicación o la total reserva de la persona para Dios. Es una entrega total, deseada por Dios, quien invita a la persona a un seguimiento más de cerca, y que es aceptado por ella, libremente y por amor, para ser total y exclusivamente para Dios y para Su Reino. Es un llamado a la perfecta imitación de Cristo a través de alcanzar la plena comunión con Dios y la perfección en el amor.

LA VIDA CONSAGRADA: INICIATIVA DE DIOS
A la persona consagrada Jesús le revela el amor del Padre, creador y dador de todo bien, que atrae a sí (Juan 6:44) una criatura suya con un amor especial para una misión especial. “Este es mi hijo amado; escuchadle” (Mateo 17:5) es lo que dice el Padre al alma de la persona invitada por una atracción interior a confiar en el amor de Jesús, que la quiere en íntima relación y en total consagración a Él y a su designio de salvación.

NATURALEZA DE LA VIDA CONSAGRADA
1. Comunión y pertenencia a Dios: entra en la esfera de lo sagrado. Porque consagrar es separar para Dios, para ser de una manera exclusiva para Dios (eje. Cáliz). Con corazón indiviso ama a Dios, y en Él a los hermanos.

2. Evangelica Testificatio (la exortación apostólica del Papa Pablo VI sobre la vida religiosa), el don de darse a Dios: la persona está totalmente dedicada a Dios
“total e irreversiblemente”
g“de forma incondicional y absoluta”.
4“se convierte en el principio de identidad de la persona y el alma de su actividad” (quién soy: toda de Dios. Qué hago: el hacer fruto del ser.)

3. Plenitud del bautismo: todos, por el Bautismo, somos consagrados a Dios, pero hay diferentes grados de vivir esta consagración. Estos grados se tratan de compromisos y exigencias, de estilo de vida y de comunión.

aEn el bautismo se nos da la gracia para ser hijos de Dios, discípulos de Cristo, miembros de la Iglesia, y de vivir en santidad. El alma consagrada quiere abrirse al don del bautismo en plenitud y vivir hasta las máximas consecuencias las gracias bautismales.

sSigno sobresaliente de la Iglesia: la Iglesia es la esposa de Cristo, y la vida consagrada actualiza en el tiempo esta realidad eclesial.

La Iglesia esposa se revela más claramente en las almas consagradas. Se revela la comunión de Cristo con su esposa.

fSi es signo debe ser permanente y visible.

dEs el amor de la Iglesia hacia el Esposo. Todo don de sí mismo es un don de amor. Por lo tanto, debe tener las características del amor: comunión, permanencia y fidelidad.

Está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión, ya que “indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana” (Ad Gentes, Concilio Vaticano II).

Revela la aspiración de toda la Iglesia que es Esposa de Cristo a vivir en comunión con Él.

Don peculiar del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es quien da la multitud de formas de vida consagrada en la historia de la Iglesia, suscitadas por Él.

Parecen como una planta llena de ramas que hunde sus raíces en el Evangelio y da frutos copiosos en cada época.

La llamada a la vida consagrada está también en íntima relación con la obra del Espíritu Santo. Es Él quien a lo largo de la historia de la Iglesia acerca siempre a nuevas personas a percibir la grandeza de un llamado tan comprometedor.

Es el Espíritu Santo quien suscita el deseo de una respuesta plena; es quien guía el crecimiento de tal deseo, llevándolo a la madurez hasta dar una respuesta de fíat, y sosteniendo después su fidelidad.

Es el Espíritu Santo quien lo capacita para la santidad, llevándolos por caminos de purificación y desarrollo en la virtud.

Es el Espíritu Santo quien equipa para la misión, revelándola en el corazón y dando los dones para cumplirla.

LA VIDA CONSAGRADA: VOCACIÓN AL AMOR
Hablar de vida consagrada es hablar de amor. El amor de Dios que elige y el amor de la persona que abraza esa llamada.

La vida consagrada es una comunión de corazones, un encuentro y diálogo de amor permanente, entre el Corazón de Dios y el corazón humano.

Un amor que no se compara a otros amores, que es eminentemente pleno y trae inmenso gozo al corazón. Una forma inmensamente nueva de amar a Dios y a los hombres. Tan fuera de nuestra imaginación que cumple la palabra de Isaías 55:9: “Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros”.

“Venid a la fuente los que están sedientos y tomad agua” (Isaías 55:1). Todos tenemos una sed de Dios, del amor y de amar, que es insaciable. Solo puede ser saciada en Dios mismo: “Solo en Dios descansa mi alma” (Salmo 62:2). “Fuimos creados para ti y solo en ti descansará mi alma” (San Agustín).

Todas las vocaciones responden a esa necesidad existencial de nuestras almas para ser saciadas. La diferencia en las vocaciones es el cómo y cuán rápido podemos llegar a experimentar esa comunión que sacia lo más profundo del ser. La vida consagrada a Dios está plenamente ligada con tomar de la fuente divina, que es el Corazón de Jesús. Es la vocación que nos llama a esa plena comunión de reciprocidad en el amor, que nos permite experimentar la promesa del evangelio: “Yo les aseguro que nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por el Reino de Dios quedará sin recibir mucho más al presente y, en el mundo venidero, la vida eterna” (Lucas 18:29).

Las necesarias renuncias abren paso a Dios en nuestros corazones. Si la casa está muy habitada no damos espacio a Jesús, que quiere nacer y morar en ella. Las renuncias son la apertura total al amor de Dios, es ese vacío de cosas terrenas, aunque buenas, que Él quiere llenar con su presencia y amor. Es un amor que llena a plenitud. La vida consagrada es una vocación a la plenitud, no al vacío. “Los barrancos serán rellenados” y “las colinas serán rebajadas”. Las necesarias renuncias preparan el camino del Señor (Lucas 3:4-5).

La vida consagrada es una vocación, no una carrera: significa una llamada Divina, iniciativa de Dios, a una forma de vida. Una invitación de Dios a que la persona se entregue totalmente según el plan de Su Corazón. No es una profesión o carrera en donde nos entregamos a un trabajo. Nos entregamos por completo a quien es el Amor.

Fuimos creados para estar en comunión con la Trinidad. Desde el seno materno tenemos todos la vocación fundamental al amor de Dios y con Dios. “Desde el seno materno te he amado” (Jeremías 31:3). Amarle con todo el corazón, la mente y la fuerza (Deuteronomio 6:4). Ahora bien, esta llamada universal al amor se hace concreta en un momento de la vida como una invitación directa a ofrecerse en amor a otro: vida consagrada, sacerdocio, matrimonio.

En la vida consagrada, nuestras potencias humanas, afectivas, etc., no son extinguidas, sino que canalizadas a un más alto y sublime propósito.

Nos ensancha el corazón para un amor universal: es el Espíritu Santo quien derrama este amor en nuestros corazones (Romanos 5:5). Es amar a los demás como los ama Dios: sin egoísmos, intereses ni conveniencias personales, “pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el Corazón de Cristo Jesús” (Filipenses 1:8).

El corazón consagrado a Dios es un corazón amplio y ancho, demasiado grande para no amar a muchos.

Puede contemplar más la belleza en otros, pues contempla por mucho tiempo a Dios, y lo descubre en el corazón del otro.

LA VIDA CONSAGRADA: SIGNO DE COMUNIÓN ESPONSAL CON CRISTO
Dios quiere una relación esponsal con su pueblo.

Toda la historia de salvación manifiesta a Dios invitando al corazón humano a entrar en una alianza de amor.

El Señor desea profunda comunión de amor con su pueblo.

Oseas 2: “La desposaré conmigo para siempre y conocerás a Yahveh”.

Isaías 62:2-5 habla de Yahveh regocijándose en su radiante y bella esposa.

A través de los profetas revela el dolor por la infidelidad de su esposa.

El CorazÓn Traspasado

Del costado del Señor nace la Iglesia, la esposa de Cristo.

Igual que a Adán lo hizo entrar en un sueño profundo y de una costilla creó a Eva, Jesús entra en el sueño de la muerte en la cruz, y de su corazón nace la esposa.

La plenitud de relación esponsal se alcanza por el corazón traspasado de Cristo.

La plena esposa, el nuevo pueblo de Dios, nace del corazón traspasado de Cristo.

La Iglesia es la esposa de Cristo
San Mateo nos invita a un amor total: con todo el corazón, la mente, el alma y la fuerza (Mateo 22:37). San Pablo nos revela a la Iglesia como la esposa casta y virgen desposada con Cristo (2 Corintios 11:2 y Efesios 5:25).

Apocalipsis 19: 7-9

Celebra las bodas del Cordero con su esposa.

Vestidos de blanco: pureza y santidad.

La esposa sin mancha ni arruga.

La relacióÓn esponsal se caracteriza por:

Comunión íntima: Esposa: pertenece a Cristo, vive para amarle y servirle; para escucharle y obedecerle. Esposa: relación más íntima de amor hasta el punto de “hacerse un solo espíritu con Él” (1 Corintios 6:17). Todo en la persona está orientado hacia Dios y su Reino: afectos, potencias, dones, etc. y de morar en Él. “Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Juan 4:16).

Fidelidad, justicia, amor y compasión.

Búsqueda constante del Amado: “He buscado el amor de mi alma. Me levantaré y le buscaré. Cuando encontré el amor de mi alma lo aprehendí y no lo soltaré” (Cantar de los cantares 3:1-4).

En los Evangelios: seguimiento de Cristo, por donde el vaya, participar de su vida.

San Pablo: total dedicación interior y exterior a Dios, su esposo.

Apocalipsis 14:4: acompañamiento del Cordero, lo siguen por dondequiera que Él vaya.

No se mancharon con el mundo.

Sin tacha, inmaculados.

De esto se concluye que el alma consagrada a Dios se ha desposado con Dios: en comunión profunda e íntima de amor, de profunda oración, de sumergirse en la contemplación del Amado, y de servirle con total dedicación.

LA VIDA CONSAGRADA: SEGUIMIENTO MÁS CERCANO A CRISTO
El Hijo, el camino que conduce al Padre (Juan 14:6), llama a todos a un seguimiento que reorienta toda su vida. Pero a algunos, precisamente las almas consagradas, pido un compromiso total que conlleva el abandono de todas las cosas (Mateo 19:27) para vivir en intimidad con él y seguirlo a donde vaya (Apocalipsis 14:4).

La persona que escucha la voz de Jesús y contempla su mirada de invitación a seguirle debe dejar las redes y seguir tras Él (Marcos 1:16-20; 2:14 y 10:21-28).

Considera que todo lo demás es “pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús”.

Su aspiración es identificarse con Él, asumiendo sus sentimientos y forma de vida.

Los consejos evangélicos, más que renuncia, son una acogida específica de la vida de Cristo.

Seguimiento más de cerca: Hay niveles en el seguimiento de Cristo. Entre más cerca, más se comparte su destino (María Santísima, más de cerca, su corazón fue traspasado.)

San Juan y San Pedro.

La cruz, salpicados por su sangre.

“Dondequiera que tú estés ahí estaré. A donde tu voluntad me lleve, ahí irá la mía. A la hora que sea, al lugar que sea y de la forma que sea. Te seguiré a dondequiera que vayas, sea al monte Tabor o al monte Calvario”.

Rut 1:16: “No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, yo moriré y allí seré enterrada”.

FRUTOS DE LA VIDA CONSAGRADA EN EL CORAZÓN

Busca y aspira a las cosas de arriba, no a las de la tierra (Colosenses 3:1), sin despreciarlas o con irresponsabilidad, solo que no busca su satisfacción en ellas. Por eso, es que la vida consagrada vivida plenamente nos eleva a un orden supremo y a una prioridad de vida perfecta.

Alcanza la perfecta caridad: (Perfectae Caritatis), porque es la llamada a la vida oblativa, de ofrenda total. El fin y el objetivo de la vocación: llegar a amar como Dios ama. La vida consagrada, que tiene como objetivo desarrollar la gracia bautismal, confiere un carácter particular en el alma consagrada para la santidad y la coloca en un estado de búsqueda y de inclinación hacia la perfección del amor.

El fundamento evangélico se debe buscar en la especial relación que Jesús, en su vida terrena, estableció con algunos discípulos, invitándolos no solo a acoger el Reino de Dios en la propia vida, sino a poner toda su persona al servicio de esta causa, dejando todo e imitando más de cerca su forma de vida.

 Los rasgos característicos de Jesús: virgen, pobre y obediente, tienen una típica y permanente visibilidad en medio del mundo (revelar el rostro de Cristo, llamada de Novo Millennio Ineunte).

Configurarse con Cristo. La persona consagrada no solo hace de Cristo el centro de la propia vida, sino que se preocupa de reproducir en sí misma, en cuanto es posible, “aquella forma de vida que escogió el Hijo de Dios al venir al mundo” (Lumen Gentium, 44). Abrazando la virginidad: hace suyo el amor de Cristo, amor que es puro, universal y capaz de dar la vida. Imitando su pobreza, lo confiesa como Aquel que es el tesoro más precioso para el corazón. Y adhiriéndose, con el sacrificio de la propia libertad, el misterio de la obediencia filial de Cristo que solo hizo la voluntad del Padre (Juan 4:34).

Total conformación con Él. El modo más radical de vivir el Evangelio.

Nos dispone para la libertad de seguir el programa de vida del Evangelio. Para San Mateo, vivir consagrado a Dios abre el corazón a la humildad y la pobreza necesarias para ser libres a la voz de Dios. Libres para ir tras el Maestro en la imitación de su Vida y en su Misión. Ser consumidos por un solo deseo: hacer la voluntad del Padre. ”Mi alimento es hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo su obra” (Juan 4:34).

Nos dispone al servicio generoso y a la libertad para el apostolado: una vida fecunda. El servicio es importante, aunque no es lo primario. Más bien es el fruto de la comunión. La vida consagrada está orientada primero al corazón indiviso y segundo al apostolado.

“La primera forma de evangelización”. Juan Pablo II: “Hoy más que nunca hay necesidad de vidas que proclamen la primacía de Dios” (1980). Eso es la vida consagrada: proclamar que Dios es lo primero, porque nos ama y fuimos creados para conocerlo, amarlo, servirle y obedecerle.

Dedicación absoluta al crecimiento de su Reino (la misión, aprovechar todo para extender el Reino: creatividad, potencias, talentos, esfuerzos y trabajos).

Reflejar la gloria futura. Tiene la misión de señalar a Cristo como la meta a la que todo tiende. Todo quedará atrás cuando vayamos a la Casa del Padre a morar eternamente con Él. El amor de Dios vale la pena de tal forma que dejo todo aquí en la tierra, mientras vivo en ella. Testimonio ante el mundo de que Él es la perla preciosa.

La santidad. Obliga a tender hacia la santidad y perfección de vida (Can 598:2). La vida consagrada es un “estado de perfección”, lo cual no significa que ya la alcanzaron quienes abrazaron la vocación, sino que tienen la obligación de buscarla.

La santidad, aunque esencialmente es un estado interior, requiere toda una expresión externa que sea coherente con la interior. El conformarse al cumplimiento externo sin el amor interior sería fariseísmo.

La razón de existir en la vida consagrada es la santidad (el amor perfecto) y la misión.

La perfección del amor debe traducirse en entrega y sacrificio. Esto se convierte en el mayor apostolado.

El futuro de la vida consagrada depende de que se redescubra la importancia del ser (santidad) y de las exigencias de llegar a la santidad.

Es la más grande separación posible del mal para adherirse al bien.

Debe ser visiblemente expresada en nuestras acciones, dando testimonio de nuestra renuncia y rechazo del mal en nuestros corazones y estilos de vida. “Lo que debemos hacer es renunciar a todo lo que no nos lleva a Dios” (Tito 2:12)

Adherirnos a Dios cada vez más, siendo fieles en el cumplimiento de su voluntad y creciendo día a día en el amor. Esta adhesión a Dios y a su voluntad proviene del amor que a través de los consejos evangélicos promueven la santidad en la vida consagrada.

Compartir la santidad de Cristo es irnos pareciendo a Él. Es todo un programa de vida que debe ser abrazado con seriedad y responsabilidad.

La Iglesia se beneficia más de la santidad de la vida consagrada que de su trabajo.

La consagraciÓn estÁ en directa conexiÓn con la santidad.
Por parte de Dios----------->conlleva un apartar o reservar para sí a la persona escogida-------> Dios se da a ella, como lo hizo con el pueblo elegido. Por parte de la Iglesia------>es una ofrenda que expresa su unidad esponsal con Cristo. Por parte del alma consagrada--->es una respuesta a la llamada de Dios para entrar en una relación especial con Él, para amarlo, honrarlo, servirle y compartir en su santidad por la perfección del amor.

LA VIDA CONSAGRADA ES REPARADORA

Al ser una ofrenda de vida que la persona dona a Dios es, por sí misma, una ofrenda de reparación al amor que tanto ha amado a los hombres y que solo recibe indiferencia, ingratitud y desprecio. La vida consagrada acoge con totalidad ese amor que se ha entregado por nosotros en la Cruz, dejando traspasar Su Corazón.

La vida consagrada es reparaciÓn, porque se sitÚa por su naturaleza al pie de la Cruz y ofrece su amor a Cristo crucificado.

Contempla en la oración al que Traspasaron.

Se une a Jesús Eucarístico, al pie del altar, en cada misa y en la adoración.

Acompaña con su fidelidad al Amor que es crucificado.

Acoge la sangre y el agua y su poder redentor con la vida de santidad.

Trasmite ese amor que recibe con su trabajo por el Reino.

Además, las tres grandes armas del enemigo para atraparnos en el mundo y el pecado son: El poder, la fama y el placer.

Se contrarrestan:
El poder: con la obediencia.

La fama: con la pobreza.

El placer: con la castidad.

LA VIRGEN SANTÍSIMA: LA PERFECTA CONSAGRADA A DIOS Y A SU REINO
Es el alma consagrada sin mancha ni arruga. En ella la Iglesia, esposa, ya alcanzó su perfección. Ella es la que “conserva la fe íntegra, la esperanza firme y el amor sincero” (Lumen Gentium, 64) en aquellos que recorren su vida consagrada dentro de su corazón. Con, en y a través de Ella, dar nuestro fíat.

Disponible en la obediencia

Intrépida en su pobreza

Acogedora en la virginidad fecunda.