UN GRAN DON DEL ESPÍRITU: EL CONCILIO VATICANO II
Madre Adela Galindo, Fundadora sctjm
© Solo para uso privado

"Espíritu Divino, renueva tus maravillas en esta nuestra era como si fuera un nuevo Pentecostés, y concede que tu Iglesia, orando perseverantemente e insistentemente con un solo corazón y mente junto con María, la Madre de Jesús, y guiados por Pedro, promueva el reinado del Divino Salvador, el reino de justicia, de amor y de paz". (oración de Juan XXIII, al invocar el Concilio Vaticano II- da visión profética).

Cuando alguien le preguntó al Papa Juan XXIII sobre la finalidad del Concilio, se nos ha relatado que él abrió una ventana y se asomó a ella. Era abrir las ventanas de la Iglesia al Espíritu Santo para llevarla a donde el quisiera.

Cual fue la visión de Juan XXIII al convocar el concilio?:
“Un nuevo pentecostés”: alocución de inauguración.

• que siendo fieles la doctrina invariable de la fe se ofreciera al mundo moderno las respuestas a tantos de sus mayores interrogantes.
• que esta doctrina influenciara los numerosos campos de la actividad humana, con referencia a los individuos, familias y la vida social.
• presentando y anunciando el sagrado e inmutable patrimonio de la verdad actualizado sus formas, metodos y ardores según el momento histórico y el tiempo requerían. Manteniendo siempre el contenido y el significado.
• No fue un concilio doctrinal sino pastoral. La aplicación de la doctrina en una pastoral apropiada para el tiempo.

Fue preparado por la providencia divina con: los movimientos litúrgico, bíblico y ecuménico que habían surgido en los años previos. En él influyeron eficazmente el acercamiento con los Padre de la Iglesia, la renovación pastoral y misionera, la trayectoria de la Doctrina Social de la Iglesia, etc.

Cuando fue anunciado el CVII, no había en la Iglesia problemas graves de fe, de comunión o de disciplina. La situación en general era pacífica; en muchas partes la vida de la Iglesia era fecunda. No estuvo, por lo tanto, el Concilio condicionado ni en sus temas ni en sus actitudes por serias provocaciones que reclamaran de la Iglesia una respuesta, como había sido el caso de la mayoría.

Los cuatro objetivos del Concilio:
1. Acrecentar día a día entre los fieles la vida cristiana

2. Adaptar y reformar las instituciones mudables de la Iglesia (lo que puede ser cambiable)
• los cambios no se dieron por afán simplemente de cambiar, o para acomodarse al espíritu del mundo, sino para que la Iglesia viva con mayor profundidad y transparencia, en la situación presente de la historia, arraigada en la vid que es Jesús.

3. Promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo. El ecumenismo.
• una Iglesia mas fiel a su Cabeza y a sus enseñanzas, buscará decididamente la unidad con los demás cristianos, y la comunión de los discípulos de Jesús será a su vez un signo claro que revele el amor de Cristo a los hombres. “ que todos sean uno: para que el mundo crea”.
• La reforma de las instituciones tiene como finalidad la renovación de los Cristianos: por ejemplo: la reforma litúrgica tiende a la celebración mas consciente , participada y activa del misterio de Cristo, con los frutos de santidad y de misión.
• Tender un puente hacia el mundo contemporáneo que le lleve al Evangelio y lo invite, acortando distancias y eliminando recelos, a formar parte del Pueblo de Dios. La Iglesia en el Concilio se examinó a si misma, dirigió su mirada hacia dentro: este tipo de examen actualiza la conciencia para dar mas fuerza a su obediencia a Dios y para disponerla a la misión apostólica.
• Juan XXIII: “lo que se pide hoy de la Iglesia es que infunda en las venas de la humanidad actual la fuerza perenne, vital y divina del Evangelio”.
• Pablo VI: “La iglesia se ha recogido en su íntima conciencia espiritual...para hallar el designio de Dios. “Tal vez nunca como en esta ocasión ha sentido la Iglesia la necesidad de conocer, de acercarse, de comprender, de penetrar, de servir, de evangelizar a la sociedad que la rodea”.
• Juan Pablo II: “se puede decir con toda propiedad que el CVII representa el fundamento y la puesta en marcha de una gigantesca evangelización en el mundo moderno, llegado a una encrucijada nueva en la historia de la humanidad, en la que tareas de una gravedad y amplitud inmensa esperan a la Iglesia”

4.Hacer a la Iglesia del siglo XX mas apta todavía para anunciar el Evangelio a la humanidad del siglo XX.
Juan XXIII al clausurar el primer período: “hemos querido el Concilio para que la Iglesia, consolidada en la fe, confirmada en la esperanza, mas ardiente en la caridad, reflorezca con un nuevo y juvenil vigor; defendida por santas instituciones, sea mas enérgica y libre para propagar el reino de Cristo.”

El CVII es un concilio de:
• reforma y renovación: volver a las fuentes. Orígenes y fundamento permanente con el fin de responder mas adecuadamente a los desafíos del mundo contemporáneo.
• actualización, fidelidad y pastoralidad: La actualización no es contraria a la fidelidad, ni la pastoralidad se opone a la verdad doctrinal
• comunión: anhelo intenso por la unidad de los cristianos. Poner acento mas en lo que une que en lo que divide. La Iglesia cree mas en el poder de la verdad salvadora que en las polémicas.
• aproximación solidaria y evangelizadora del mundo actual (nacido en gran parte fuera de la Iglesia y en contra de ella muchas veces): mostrar la bella y atracción del Evangelio a los que están mas distantes. En estos tiempos difíciles y complejos, vio la apremiante llamada de infundir en las venas de la humanidad la savia regeneradora del Evangelio. Ante sus graves peligros, quiso dar los remedios y las esperanzas.
• tres diálogos de la Iglesia: con sus fieles, con los hermanos todavía no unidos visiblemente, y con el mundo contemporáneo. (Tres luces: Luz de Cristo, Luz de la Iglesia, Luz de las Gentes)
• la Iglesia sobre la Iglesia: dos grandes preguntas para la Iglesia: ¿Que es? ¿Que hace? La Iglesia se reunió en Concilio para meditar sobre si misma en relación incesante a Dios, de quien procede, y en relación a los hombres, a los que es enviada. La identidad de la Iglesia consiste en vivir desde Dios para los hombres, y en medio de los hombres para Dios.

Tanto Pablo VI como Juan Pablo II han comprendido fundamentalmente sus pontificados como servicio y recepción del Vaticano II. Se ha considerado, sin embargo, JPII ha sido la actualización mas clara de la intención del Concilio.

JUAN PABLO II y el CONCILIO VATICANO SEGUNDO
• colaboró en la Constitución sobre la Iglesia y el mundo de hoy: Gaudium et Spes. Fue un momento determinante para el camino que estaba llamado a recorrer. “El concilio V II es para mi el constate punto de referencia de toda mi acción pastoral, en el compromiso responsable de traducir sus directrices en aplicaciones concretas y fieles” (OR, 1985)
• su tarea era y es primordialmente, como obispo y Papa, recorrer los caminos trazados por el Concilio y llevar por ellos también a la Iglesia. Y lo cumple por que está íntimamente convencido de que las afirmaciones y decisiones del Concilio son indicaciones maduradas, gracias a la asistencia poderosa del Espíritu Santo, que responden a lo que el Señor desea y dice hoy a su Iglesia.

“El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (en el Apocalipsis 2y 3, así concluyen las cartas a las 7 iglesias) El Espíritu Santo quiere hablar de una manera particular a la Iglesia de cada momento histórico.

Es por esto que Su Santidad Juan Pablo II incesantemente ha dirigido la atención de la Iglesia al tema del urgente “estudio, conocimiento y aplicación del Concilio Vaticano II”. El acontecimiento mas importante de la Iglesia católica del siglo XX, posee tales dimensiones que durante mucho tiempo será el norte de su caminar. Un don inmenso de Dios a la Iglesia y al mundo.
• JPII nos quiere hacer conciencia que su recepción y aplicación están todavía pendientes.
• JPII: está seriamente comprometido con: revivirlo, verificar su recepción en la Iglesia, celebrarlo como un don y promover sin desmayo su auténtica interpretación, y su aplicación íntegra y fiel.
• de su recepción depende el nuevo pentecostés.
• en 1985: asamblea extraordinaria del Sinodo de los obispos: “ este Concilio continúa siendo la “Carta Magna” de la Iglesia para nuestro tiempo. “Animados por esta esperanza para la Iglesia y el mundo, os invitamos a conocer mejor e íntegramente el Concilio Vaticano II, a realizar un estudio del mismo mas intenso y profundo, a penetrar mejor la unidad de todas sus constituciones, decretos y declaraciones, y la riqueza de su conjunto. Se trata de llevarlas a la práctica con mayor profundidad: en comunión con Cristo, presenta en la Iglesia (Lumen Gentium), en la escucha de la Palabra (Dei Verbum), en la Sagrada Liturgia (Sacrosanctum Concilium), en el servicio a todos los hombres y sobre todo, a los mas pobres (Gaudium et Spes). El mensaje del CVII solo podrá dar fruto con el esfuerzo perserverante y constante de todos en el tiempo.”

¡Cuánta riqueza, queridos hermanos y hermanas, en las orientaciones que nos dio el Concilio Vaticano II! Por eso, en la preparación del Gran Jubileo, he pedido a la Iglesia que se interrogase sobre la acogida del Concilio. ¿Se ha hecho? A medida que pasan los años, aquellos textos no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. Después de concluir el Jubileo siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza. (novo milenio ineunte, 57)

El concilio ecuménico (convocado, dirigido y clausurado por el Papa; y todos sus documentos aprobados y promulgados en comunión con todos los padres conciliares) Vaticano II ese un don del Espíritu Santo a su Iglesia. Por este motivo sigue siendo un acontecimiento fundamental, no sólo para comprender la historia de la Iglesia en este tramo del siglo, sino también, y sobre todo, para verificar la presencia permanente de Cristo junto a su Esposa entre las vicisitudes del mundo.

SEGÚN SU SANTIDAD JUAN PABLO II, EL CONCILIO ES:

Un Acto de Amor
El Concilio fue un acto de amor: "Un grande y triple acto de amor" -como dijo Pablo VI en el discurso de apertura del cuarto período del Concilio--, un acto de amor "hacia Dios, hacia la Iglesia, hacia la humanidad" («Insegnamenti», vol. III [1965] 475). La eficacia de ese acto no se ha agotado en absoluto: continúa obrando a través de la rica dinámica de sus enseñanzas.

Una Experiencia de Fe
Con el Concilio, la Iglesia vivió, ante todo, una experiencia de fe, abandonándose a Dios sin reservas, con la actitud de que quien confía y tiene la certeza de ser amado.
• esta actitud de abandono en Dios se nota con claridad al hacer un examen sereno de todas sus Actas.
• quien quisiera acercarse al Concilio prescindiendo de esta clave de lectura, no podría penetrar en su sentido más profundo.
• sólo desde una perspectiva de fe, el acontecimiento conciliar se abre a nuestros ojos como un don, cuya riqueza aún escondida es necesario saber captar.
• vuelven a nuestra memoria, en esta circunstancia, las significativas palabras de san Vicente de Lérins: "La Iglesia de Cristo, diligente y cauta custodia de los dogmas confiados a ella, nunca cambia nada en ellos; nada disminuye, nada añade; no amputa nada necesario, no añade nada superfluo; no pierde lo que es suyo, no se apropia de lo que es de otros; por el contrario, con celo, considerando con fidelidad y sabiduría los antiguos dogmas, tiene como único deseo perfeccionar y pulir los que antiguamente recibieron una primera forma y un primer esbozo, consolidar y reforzar los que ya han alcanzado relieve y desarrollo, custodiar los que ya han sido confirmados y definidos" («Commonitorium», XXIII).

Un verdadero desafío
Los padres conciliares afrontaron un auténtico desafío. Consistía en tratar de comprender más íntimamente, en un período de rápidos cambios, la naturaleza de la Iglesia y su relación con el mundo, para realizar la oportuna actualización ("aggiornamento").
Aceptamos ese desafío -yo fui uno de los padres conciliares-, y dimos una respuesta buscando una inteligencia más coherente de la fe.
• mostrar que también el hombre contemporáneo, si quiere comprenderse a fondo a sí mismo, necesita a Jesucristo y a su Iglesia, que permanece en el mundo como signo de unidad y comunión.
• la Iglesia, pueblo de Dios en camino por los senderos de la historia, es el testimonio perenne de una profecía que, a la vez que testimonia la novedad de la promesa, hace evidente su realización.
• El Dios que hizo la promesa es el Dios fiel que cumple la palabra dada. ¿No estamos en un proceso constante de transmisión de la Palabra que salva y que ofrece al hombre, dondequiera que se encuentre, el sentido de su existencia? La Iglesia, depositaria de la Palabra revelada, tiene la misión de anunciarla a todos.
• Esta misión profética exige tomar la responsabilidad de manifestar lo que la Palabra anuncia. Debemos presentar signos visibles de la salvación, para que el anuncio que llevamos se comprenda en su integridad. Anunciar el Evangelio al mundo es una tarea que los cristianos no pueden delegar a otros. Es una misión que deriva de la responsabilidad propia de la fe y del seguimiento de Cristo.
• El Concilio quiso devolver a todos los creyentes esta verdad fundamental.

Necesidad de la Interpretación Auténtica
Para recordar el vigésimo aniversario del concilio Vaticano II, el Papa Juan Pablo II convocó en 1985 un Sínodo extraordinario de los obispos. Tenía como objetivo celebrar, verificar y promover la enseñanza conciliar.
• Los obispos, en su análisis, hablaron de "luces y sombras" que habían caracterizado el período postconciliar.
• Por este motivo, en la carta «Tertio millennio adveniente» escribí que "el examen de conciencia debe mirar también la recepción del Concilio" (n. 36).
• El trabajo que se realizó en ese Sinodo, mostró la exigencia de un conocimiento cada vez más profundo de las enseñanzas conciliares.
• es necesario no perder la genuina intención de los padres conciliares; más bien, hay que recuperarla superando interpretaciones arbitrarias y parciales, que han impedido expresar del mejor modo posible la novedad del magisterio conciliar.
• La Iglesia conoce desde siempre las reglas para una recta hermenéutica de los contenidos del dogma. Son reglas que se sitúan dentro del entramado de fe y no fuera de él. Leer el Concilio suponiendo que conlleva una ruptura con el pasado, mientras que en realidad se sitúa en la línea de la fe de siempre, es una clara tergiversación.
• Lo que han creído "todos, siempre y en todo lugar", es la auténtica novedad que permite que cada época se sienta iluminada por la palabra de la revelación de Dios en Jesucristo.

Las Cuatro Constituciones:
Los documentos fundamentales. En ellas se contienen las grandes proposiciones doctrinales, los principios de reforma y de la renovación, las opciones pastorales.
• La Palabra de Dios
• el culto divino
• el misterio de la Iglesia
• su misión en el mundo contemporáneo
La Iglesia, bajo la Palabra de Dios, celebra los misterios de Cristo, para la salvación del mundo. Escuchar la Palabra, realizarla en la vida de la Iglesia y anunciarla creíblemente a todos los hombres.

"Dei Verbum"
La constitución dogmática «Dei Verbum» puso con renovada conciencia la palabra de Dios en el centro de la vida de la Iglesia.
• esta centralidad deriva de una percepción más viva de la unidad entre la sagrada Escritura y la sagrada Tradición.
• la palabra de Dios, que se mantiene viva gracias a la fe del pueblo santo de los creyentes bajo la guía del Magisterio, nos pide también a cada uno de nosotros que asumamos nuestra responsabilidad en la conservación intacta del proceso de transmisión.

"Sacrosanctum Concilium"
Lo que la Iglesia cree es lo que asume como objeto de su oración. La constitución «Sacrosanctum Concilium» ilustró las premisas para una vida litúrgica que rinda a Dios el verdadero culto que le debe dar el pueblo llamado a ejercer el sacerdocio de la nueva Alianza.
• la acción litúrgica debe ayudar a todos los fieles a entrar en la intimidad del misterio, para captar la belleza de la alabanza al Dios trino. En efecto, constituye una anticipación en la tierra de la alabanza que los bienaventurados rinden a Dios en el cielo.
• en toda celebración litúrgica habría que dar a los participantes la posibilidad de gustar anticipadamente, aunque sea bajo el velo de la fe, algo de las dulzuras que brotarán de la contemplación de Dios en el paraíso.
• todo ministro, consciente de la responsabilidad que tiene con respecto al pueblo confiado a él, deberá respetar fielmente el carácter sagrado del rito, creciendo en la inteligencia de lo que celebra.

"Lumen Gentium"
El documento principal del CVII, al que se ordena el resto de los documentos y de que reciben su sentido. La espina dorsal del Concilio.
"Ha llegado la hora en que la verdad sobre la Iglesia de Cristo debe ser analizada, ordenada y expresada", afirmó el Papa Pablo VI en el discurso de apertura del segundo período del Concilio («Insegnamenti», vol. I [1963], 173-174).
• Con esas palabras el inolvidable Pontífice identificó la tarea principal del Concilio. La constitución dogmática «Lumen gentium» fue un verdadero canto de exaltación de la belleza de la Esposa de Cristo.
• se recoge la doctrina expresada por el concilio Vaticano I e imprimimos el sello para un estudio renovado del misterio de la Iglesia.
• La comunión es el fundamento en el que se apoya la realidad de la Iglesia. Una «koinonía» cuya fuente está en el misterio mismo del Dios trino y se extiende a todos los bautizados, que por eso están llamados a la unidad plena en Cristo.
• Dicha comunión se manifiesta en las diversas formas institucionales en las que se realiza el ministerio eclesial y en la función del Sucesor de Pedro como signo visible de la unidad de todos los creyentes.
• hizo suyo con gran impulso el anhelo "ecuménico". El movimiento de encuentro y clarificación, que se puso en marcha con todos los hermanos bautizados, es irreversible. La fuerza del Espíritu llama a los creyentes a la obediencia, para que la unidad sea fuente eficaz de la evangelización.
• Capítulo sobre la Virgen: aparece como el tipo o icono de la Iglesia. En ella la Iglesia alcanzó su plenitud y consumación final. En ella podemos ver lo que la Iglesia cuando, fiel a su misión, es y llegará a ser: sin mancha ni arruga. La Iglesia para comprenderse mejor, tiene que contemplar a María. “El magisterio del Concilio ha subrayado que la verdad sobre la SV, madre de Cristo, constituye un medio eficaz para la profundización de la verdad sobre la Iglesia.” (MR,47)

"Gadium et spes"
Una novedad en la historia de los Concilios Ecuménicos ya que por primera vez, un documento conciliar se dirige no solo a los hijos de la Iglesia, y a cuantos invocan el nombre de Cristo, sino a todos los hombres. La Iglesia en el mundo actual.
• establecer un dialogo con la humanidad entera.
• la Iglesia de frente a las exigencias y a las necesidades de los pueblos.
• darle respuestas al mundo de las cuestiones de mayor importancia que le propone. Es consciente de que posee un mensaje que es síntesis fecunda de la expectativa de todo hombre y de la respuesta que Dios le da.
• temas que afectan a toda las familia humana (guerra, la vida humana, la dignidad humana, la paz, la justicia social, el ateísmo, los sistemas totalitarios, la evangelización, etc.
• le presenta al hombre una realidad: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (n. 22)
• propone la actitud de la Iglesia ante el mundo y los hombres contemporáneos.
• El vacío que muchos experimentan hoy ante la pregunta sobre el porqué de la vida y de la muerte, sobre el destino del hombre y sobre el sentido del sufrimiento, sólo puede ser colmado por el anuncio de la verdad que es Jesucristo. El corazón del hombre estará siempre "inquieto", hasta que descanse en él, verdadero consuelo para cuantos están "fatigados y sobrecargados" (Mt 11, 28).

Un árbol cargado de frutos
La "pequeña semilla" que el Papa Juan XXIII depositó "con el corazón y la mano temblorosos" (constitución apostólica «Humanae salutis», 25 de diciembre de 1961) en la basílica de San Pablo extramuros el 25 de enero de 1959, anunciando su intención de convocar el vigésimo primer concilio ecuménico de la historia de la Iglesia, ha crecido convirtiéndose en un árbol que ahora extiende sus ramas majestuosas y fuertes en la viña del Señor. Ya ha dado muchos frutos en estos treinta y cinco años de vida, y dará muchos más en el futuro. Una nueva época se abre ante nuestros ojos: es el tiempo de la profundización de las enseñanzas conciliares, el tiempo de la cosecha de cuanto sembraron los padres conciliares y la generación de estos años ha cultivado y esperado.
El concilio ecuménico Vaticano II fue una verdadera profecía para la vida de la Iglesia: y seguirá siéndolo durante muchos años del tercer milenio recién iniciado. La Iglesia, con la riqueza de las verdades eternas que le han sido confiadas, continuará hablando al mundo, anunciando que Jesucristo es el único verdadero Salvador del mundo: ayer, hoy y siempre.

Juan Pablo II siente gran responsabilidad por la recepción y realización del Concilio Vaticano II que es un acontecimiento providencial del Espíritu Santo. En la Carta Apostolica Tertio Millenio Adveniente no. 17 al 20 leemos: "En la historia de la Iglesia cada jubileo es preparado por la divina Providencia. Esto vale también para el Gran Jubileo del Año 2000. Convencidos de ello, hoy miramos con sentido de gratitud y también de responsabilidad cuanto ha sucedido en la historia de la humanidad a partir del nacimiento de Cristo, principalmente los acontecimientos entre el Mil y el Dos mil. De un modo muy particular dirigimos la mirada de fe a este siglo nuestro, buscando en él aquello que da testimonio no sólo de la historia del hombre, sino también de la intervención divina en las vicisitudes humanas."

En este sentido se puede afirmar que el Concilio Vaticano II constituye un acontecimiento providencial, gracias al cual la Iglesia ha iniciado la preparación próxima del Jubileo del segundo milenio. Se trata de un Concilio semejante a los anteriores, aunque muy diferente; un Concilio centrado en el misterio de Cristo y de su Iglesia, y al mismo tiempo abierto al mundo.
• Esta apertura ha sido la respuesta evangélica a la reciente evolución del mundo con las desconcertantes experiencias del siglo XX, atormentado por una primera y una segunda guerra mundial, por la experiencia de los campos de concentración y por horrendas matanzas. Lo sucedido muestra sobre todo que el mundo tiene necesidad de purificación, tiene necesidad de conversión.

Se piensa con frecuencia que el Concilio Vaticano II marca una época nueva en la vida de la Iglesia. Esto es verdad, pero a la vez es difícil no ver cómo la Asamblea conciliar ha tomado mucho de las experiencias y de las reflexiones del período precedente, especialmente del pensamiento de Pío XII. En la historia de la Iglesia, « lo viejo » y « lo nuevo » están siempre profundamente relacionados entre sí. Lo « nuevo » brota de lo « viejo » y lo « viejo » encuentra en lo « nuevo » una expresión más plena. Así ha sido para el Concilio Vaticano II y para la actividad de los Pontífices relacionados con la Asamblea conciliar, comenzando por Juan XXIII, siguiendo con Pablo VI y Juan Pablo I, hasta el Papa actual.

Lo que ellos han realizado durante y después del Concilio, tanto el magisterio como la actividad de cada uno, ha aportado ciertamente una significativa ayuda a la preparación de la nueva primavera de vida cristiana que deberá manifestar el Gran Jubileo, si los cristianos son dóciles a la acción del Espíritu Santo. (El concilio en relación a la nueva primavera: un nuevo pentecostés).

El Concilio, aunque no empleó el tono severo de Juan Bautista, cuando a orillas del Jordán exhortaba a la penitencia y a la conversión (cf. Lc 3, 1-17), ha puesto de relieve algo del antiguo Profeta, mostrando con nuevo vigor a los hombres de hoy a Cristo, el « Cordero de Dios que quita el pecado del mundo » (Jn 1, 29), el Redentor del hombre, el Señor de la historia.
• r la Iglesia, queriendo ser plenamente fiel a su Maestro, se planteó su propia identidad, descubriendo la profundidad de su misterio de Cuerpo y Esposa de Cristo. Poniéndose en dócil escucha de la Palabra de Dios, confirmó la vocación universal a la santidad; dispuso la reforma de la liturgia, « fuente y culmen » de su vida; impulsó la renovación de muchos aspectos de su existencia tanto a nivel universal como al de Iglesias locales; se empeñó en la promoción de las distintas vocaciones cristianas: la de los laicos y la de los religiosos, el ministerio de los diáconos, el de los sacerdotes y el de los Obispos; redescubrió, en particular, la colegialidad episcopal, expresión privilegiada del servicio pastoral desempeñado por los Obispos en comunión con el Sucesor de Pedro.
• Sobre la base de esta profunda renovación, el Concilio se abrió a los cristianos de otras Confesiones, a los seguidores de otras religiones, a todos los hombres de nuestro tiempo. En ningún otro Concilio se habló con tanta claridad de la unidad de los cristianos, del diálogo con las religiones no cristianas, del significado específico de la Antigua Alianza y de Israel, de la dignidad de la conciencia personal, del principio de libertad religiosa, de las diversas tradiciones culturales dentro de las que la Iglesia lleva a cabo su mandato misionero, de los medios de comunicación social.
La enorme riqueza de contenidos y el tono nuevo, desconocido antes, de la presentación conciliar de estos contenidos constituyen casi un anuncio de tiempos nuevos. Los Padres conciliares han hablado con el lenguaje del Evangelio, con el lenguaje del Sermón de la Montaña y de las Bienaventuranzas. El mensaje conciliar presenta a Dios en su señorío absoluto sobre todas las cosas, aunque también como garante de la auténtica autonomía de las realidades temporales.
Es urgente un renovado compromiso de aplicación, lo más fiel posible, de las enseñanzas del Vaticano II a la vida de cada uno y de toda la Iglesia. Con el Vaticano II se ha inaugurado, en el sentido más amplio de la palabra, la inmediata preparación del Gran Jubileo del 2000. Si buscáramos algo análogo en la liturgia, se podría decir que la anual liturgia del Adviento es el tiempo más parecido al espíritu del Concilio. El Adviento nos prepara al encuentro con Aquel que era, que es y que constantemente viene (cf. Ap 4, 8)

Que ha habido después del Concilio: Luces y Sombras
Todos los grandes actos de Dios se convierten en signo de contradicción: elevación y caída. (Luc 2) Respuestas de los corazones: luces o sombras. Las grandes obras de gracia siempre han conllevado un tiempo de gran ataque del enemigo.

Cuales luces, cuales sombras?
El CVII de nuestro tiempo ha contribuido extraordinariamente a que la Iglesia, renovada sin cesar, acentúe generosamente la solidaridad con la humanidad en sus esperanzas e inquietudes y a que, confiada en Dios, afronte con valentía la evangelización del hombre contemporáneo. El Espíritu Santo nos ha enseñado lo que quiere decir a la Iglesia en la hora presente, en este momento histórico. A la medida que nos adentramos en el TM debemos percatarnos del gran regalo que ha sido el Concilio, y consiguientemente, de la responsabilidad que tenemos de estudiarlo, conocerlo, profundizarlo y vivirlo.
• ha impulsado la transición de la Iglesia desde una época a otra, y ha introducido a una relación nueva entre la Iglesia y el mundo.

Sombras (TMA)
A las puertas del nuevo Milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo. La época actual junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras.
¿Cómo callar, por ejemplo, ante la indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de la coherencia? A esto hay que añadir aún la extendida pérdida del sentido trascendente de la existencia humana y el extravío en el campo ético, incluso en los valores fundamentales del respeto a la vida y a la familia. Se impone además a los hijos de la Iglesia una verificación: ¿en qué medida están también ellos afectados por la atmósfera de secularismo y relativismo ético? ¿Y qué parte de responsabilidad deben reconocer también ellos, frente a la desbordante irreligiosidad, por no haber manifestado el genuino rostro de Dios, « a causa de los defectos de su vida religiosa, moral y social »? 20
De hecho, no se puede negar que la vida espiritual atraviesa en muchos cristianos un momento de incertidumbre que afecta no sólo a la vida moral, sino incluso a la oración y a la misma rectitud teologal de la fe. Esta, ya probada por el careo con nuestro tiempo, está a veces desorientada por posturas teológicas erróneas, que se difunden también a causa de la crisis de obediencia al Magisterio de la Iglesia.
Y sobre el testimonio de la Iglesia en nuestro tiempo, ¿cómo no sentir dolor por la falta de discernimiento, que a veces llega a ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la violación de fundamentales derechos humanos por parte de regímenes totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticia y de marginación social? Hay que preguntarse cuántos, entre ellos, conocen a fondo y practican coherentemente las directrices de la doctrina social de la Iglesia.
Falta de recepción:
Los que le rechazan como si es el causante de las sombras, o los que tergiversan su sentido, su espíritu y sus palabras, dando una falsa interpretación.
Cuando examinamos la conciencia sobre las sombras, debemos primero mirar también la falta de recepción del Concilio, este gran don del Espíritu a la Iglesia al final del segundo milenio. ¿En qué medida la Palabra de Dios ha llegado a ser plenamente el alma de la teología y la inspiradora de toda la existencia cristiana, como pedía la Dei Verbum? ¿Se vive la liturgia como « fuente y culmen » de la vida eclesial, según las enseñanzas de la Sacrosanctum Concilium? ¿Se consolida, en la Iglesia universal y en las Iglesias particulares, la eclesiología de comunión de la Lumen gentium, dando espacio a los carismas, los ministerios, las varias formas de participación del Pueblo de Dios, aunque sin admitir un democraticismo y un sociologismo que no reflejan la visión católica de la Iglesia y el auténtico espíritu del Vaticano II? Un interrogante fundamental debe también plantearse sobre el estilo de las relaciones entre la Iglesia y el mundo. Las directrices conciliares —presentes en la Gaudium et spes y en otros documentos— de un diálogo abierto, respetuoso y cordial, acompañado sin embargo por un atento discernimiento y por el valiente testimonio de la verdad, siguen siendo válidas y nos llaman a un compromiso ulterior.

Papa mariano realizador del Concilio
Un concilio lleno de la presencia de la Virgen: se dio la fecha de inauguración el 2 de Febrero de 1962 (presentación del niño en el Templo), se inaugura el 11 de octubre 1962 (fecha en que el concilio de Efeso proclamó a María, Madre de Dios. Se clausuró el 8 de Diciembre de 1965, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Durante el concilio al promulgarse la Constitución Lumen Gentium, el 21 de Noviembre de 1964, se proclamó a María Madre de la Iglesia.
Un Concilio guardado de tal forma en el Corazón de María, debía ser promovido y realizado por un Papa formado y guardado en el Corazón de María. Este Papa, Juan Pablo II, formado en el Corazón Inmaculado y por los tanto, formado en las disposiciones y actitudes interiores de la Santísima Virgen, podría gracias a su espiritualidad mariana captar el “espíritu del Concilio”: apertura y fidelidad. Cuando Juan Pablo II, inauguró el Sínodo especial conmemorativo de los 20 años del Concilio V II, se refirió a María la Madre de la Iglesia, con su constante apertura a la Palabra de Dios, a su completa e inalterable fidelidad.
Estas dos características forman una unidad integral. Ella está constantemente disponible para escuchar la llamada de Dios, llamada que necesariamente la hará tomar nuevos rumbos, entrar en situaciones nuevas inesperadas, desconocidas,... por ello esta apertura exige una permanente y amorosa valentía para hacer frente con serenidad y determinación a todas esas situaciones. Esta apertura no viola la fidelidad, sino que debe darse al mismo tiempo, estar abiertos a la nueva acción del Espíritu, pero manteniendo lo que antes ya hizo en nosotros. Apertura y fidelidad constituyen dimensiones claras en el Corazón de la Santísima Virgen: es aquí a lo que el Concilio quería dirigirnos. El Papa aprende estas enseñanzas del Corazón de María y nos la trasmite. Por eso, como Papa mariano, es el realizador fiel del Concilio.

El trascendental discurso de inauguración, con que JPII inició, el 22 de Octubre de 1978 su pontificado, culminó con la exclamación que resonó desde la Plaza de S. Pedro a todo el mundo: ¡No tengáis miedo, abrid, mas aún: abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. No tengáis miedo. Cristo sabe lo que hay dentro del hombre. Sólo El lo sabe!. Abrir, de par en par, las puertas a Cristo, pro todas partes, superar el miedo de que pueda exigirnos demasiado, de que pueda sustraer algo a nuestra vida: esta apertura y, esta liberación del miedo constituyen el programa que, por si solo, puede definir todo el pontificado el Papa actual y es, justa y precisamente, el programa del Concilio Vaticano II.

El Papa viaja por todo el mundo sin temor al cansancio o la enfermedad. Se entrega sin reservas para abrir las puertas mas cerradas a Cristo y abatir las barreras de las que se rodea el hombre. JPII se acerca a los poderosos y a los débiles, a los ricos y a lo pobres, a los intelectuales y a los sencillos, en lugares lejanos o en grandes plazas, siempre para llevar a Cristo en medio del mundo. Misas privadas en su capillita, como Misas masivas en plazas mayores de las ciudades. Ha llevado la Palabra de Dios a todos los tejados (Mt 10,27). Se reúne con los niños, familias, movimientos, jóvenes, artistas, deportistas, profesionales, mujeres, pecadores, protestantes, ortodoxos,...etc.. El ES a través de él ha abierto puertas que parecían cerradas para siempre, ha desmoronado sistemas que parecían inconmovibles, han caído murallas cuyo cemento parecía hecho para durar una eternidad. La fe ha sido despertada a un nuevo ardor, en un dialogo respetuoso y sabio con el mundo de hoy: SS Juan Pablo II es la realización del Concilio Vaticano II.

siervas_logo_color.jpg (14049 bytes) 
Regreso a la página principal
www.corazones.org
Prohibida la reproducción
de esta enseñanza de la Madre Adela Galindo, excepto para uso personal.
Esta página es obra de Las  Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
Copyright © 2005 SCTJM