UN GRAN DON DEL ESPÍRITU: EL CONCILIO VATICANO
II
Madre Adela Galindo, Fundadora
sctjm
©
Solo para uso privado
"Espíritu Divino, renueva tus maravillas en esta
nuestra era como si fuera un nuevo Pentecostés, y concede que tu
Iglesia, orando perseverantemente e insistentemente con un solo corazón
y mente junto con María, la Madre de Jesús, y guiados por Pedro,
promueva el reinado del Divino Salvador, el reino de justicia, de amor y
de paz". (oración de Juan XXIII, al invocar el Concilio Vaticano II- da
visión profética).
Cuando alguien le preguntó al Papa Juan XXIII
sobre la finalidad del Concilio, se nos ha relatado que él abrió una
ventana y se asomó a ella. Era abrir las ventanas de la Iglesia al
Espíritu Santo para llevarla a donde el quisiera.
Cual fue la visión de Juan XXIII al convocar el
concilio?:
“Un nuevo pentecostés”: alocución de inauguración.
• que siendo fieles la doctrina invariable de la
fe se ofreciera al mundo moderno las respuestas a tantos de sus mayores
interrogantes.
• que esta doctrina influenciara los numerosos campos de la actividad
humana, con referencia a los individuos, familias y la vida social.
• presentando y anunciando el sagrado e inmutable patrimonio de la
verdad actualizado sus formas, metodos y ardores según el momento
histórico y el tiempo requerían. Manteniendo siempre el contenido y el
significado.
• No fue un concilio doctrinal sino pastoral. La aplicación de la
doctrina en una pastoral apropiada para el tiempo.
Fue preparado por la providencia divina con: los movimientos litúrgico,
bíblico y ecuménico que habían surgido en los años previos. En él
influyeron eficazmente el acercamiento con los Padre de la Iglesia, la
renovación pastoral y misionera, la trayectoria de la Doctrina Social de
la Iglesia, etc.
Cuando fue anunciado el CVII, no había en la Iglesia problemas graves de
fe, de comunión o de disciplina. La situación en general era pacífica;
en muchas partes la vida de la Iglesia era fecunda. No estuvo, por lo
tanto, el Concilio condicionado ni en sus temas ni en sus actitudes por
serias provocaciones que reclamaran de la Iglesia una respuesta, como
había sido el caso de la mayoría.
Los cuatro objetivos del Concilio:
1. Acrecentar día a día entre los fieles la vida cristiana
2. Adaptar y reformar las instituciones
mudables de la Iglesia (lo que puede ser cambiable)
• los cambios no se dieron por afán simplemente de cambiar, o para
acomodarse al espíritu del mundo, sino para que la Iglesia viva con
mayor profundidad y transparencia, en la situación presente de la
historia, arraigada en la vid que es Jesús.
3. Promover todo aquello que pueda contribuir a
la unión de cuantos creen en Jesucristo. El ecumenismo.
• una Iglesia mas fiel a su Cabeza y a sus enseñanzas, buscará
decididamente la unidad con los demás cristianos, y la comunión de los
discípulos de Jesús será a su vez un signo claro que revele el amor de
Cristo a los hombres. “ que todos sean uno: para que el mundo crea”.
• La reforma de las instituciones tiene como finalidad la renovación de
los Cristianos: por ejemplo: la reforma litúrgica tiende a la
celebración mas consciente , participada y activa del misterio de
Cristo, con los frutos de santidad y de misión.
• Tender un puente hacia el mundo contemporáneo que le lleve al
Evangelio y lo invite, acortando distancias y eliminando recelos, a
formar parte del Pueblo de Dios. La Iglesia en el Concilio se examinó a
si misma, dirigió su mirada hacia dentro: este tipo de examen actualiza
la conciencia para dar mas fuerza a su obediencia a Dios y para
disponerla a la misión apostólica.
• Juan XXIII: “lo que se pide hoy de la Iglesia es que infunda en las
venas de la humanidad actual la fuerza perenne, vital y divina del
Evangelio”.
• Pablo VI: “La iglesia se ha recogido en su íntima conciencia
espiritual...para hallar el designio de Dios. “Tal vez nunca como en
esta ocasión ha sentido la Iglesia la necesidad de conocer, de
acercarse, de comprender, de penetrar, de servir, de evangelizar a la
sociedad que la rodea”.
• Juan Pablo II: “se puede decir con toda propiedad que el CVII
representa el fundamento y la puesta en marcha de una gigantesca
evangelización en el mundo moderno, llegado a una encrucijada nueva en
la historia de la humanidad, en la que tareas de una gravedad y amplitud
inmensa esperan a la Iglesia”
4.Hacer
a la Iglesia del siglo XX mas apta todavía para anunciar el Evangelio a
la humanidad del siglo XX.
Juan XXIII al clausurar el primer período: “hemos querido el
Concilio para que la Iglesia, consolidada en la fe, confirmada en la
esperanza, mas ardiente en la caridad, reflorezca con un nuevo y juvenil
vigor; defendida por santas instituciones, sea mas enérgica y libre para
propagar el reino de Cristo.”
El CVII es un concilio de:
• reforma y renovación: volver a las fuentes. Orígenes y fundamento
permanente con el fin de responder mas adecuadamente a los desafíos del
mundo contemporáneo.
• actualización, fidelidad y pastoralidad: La actualización no es
contraria a la fidelidad, ni la pastoralidad se opone a la verdad
doctrinal
• comunión: anhelo intenso por la unidad de los cristianos. Poner acento
mas en lo que une que en lo que divide. La Iglesia cree mas en el poder
de la verdad salvadora que en las polémicas.
• aproximación solidaria y evangelizadora del mundo actual (nacido en
gran parte fuera de la Iglesia y en contra de ella muchas veces):
mostrar la bella y atracción del Evangelio a los que están mas
distantes. En estos tiempos difíciles y complejos, vio la apremiante
llamada de infundir en las venas de la humanidad la savia regeneradora
del Evangelio. Ante sus graves peligros, quiso dar los remedios y las
esperanzas.
• tres diálogos de la Iglesia: con sus fieles, con los hermanos todavía
no unidos visiblemente, y con el mundo contemporáneo. (Tres luces: Luz
de Cristo, Luz de la Iglesia, Luz de las Gentes)
• la Iglesia sobre la Iglesia: dos grandes preguntas para la Iglesia:
¿Que es? ¿Que hace? La Iglesia se reunió en Concilio para meditar sobre
si misma en relación incesante a Dios, de quien procede, y en relación a
los hombres, a los que es enviada. La identidad de la Iglesia consiste
en vivir desde Dios para los hombres, y en medio de los hombres para
Dios.
Tanto Pablo VI como Juan Pablo II han comprendido
fundamentalmente sus pontificados como servicio y recepción del Vaticano
II. Se ha considerado, sin embargo, JPII ha sido la actualización mas
clara de la intención del Concilio.
JUAN PABLO II y el CONCILIO VATICANO SEGUNDO
• colaboró en la Constitución sobre la Iglesia y el mundo de hoy:
Gaudium et Spes. Fue un momento determinante para el camino que estaba
llamado a recorrer. “El concilio V II es para mi el constate punto de
referencia de toda mi acción pastoral, en el compromiso responsable de
traducir sus directrices en aplicaciones concretas y fieles” (OR, 1985)
• su tarea era y es primordialmente, como obispo y Papa, recorrer los
caminos trazados por el Concilio y llevar por ellos también a la
Iglesia. Y lo cumple por que está íntimamente convencido de que las
afirmaciones y decisiones del Concilio son indicaciones maduradas,
gracias a la asistencia poderosa del Espíritu Santo, que responden a lo
que el Señor desea y dice hoy a su Iglesia.
“El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice
a las iglesias” (en el Apocalipsis 2y 3, así concluyen las cartas a las
7 iglesias) El Espíritu Santo quiere hablar de una manera particular a
la Iglesia de cada momento histórico.
Es por esto que Su Santidad Juan Pablo II incesantemente ha dirigido la
atención de la Iglesia al tema del urgente “estudio, conocimiento y
aplicación del Concilio Vaticano II”. El acontecimiento mas importante
de la Iglesia católica del siglo XX, posee tales dimensiones que durante
mucho tiempo será el norte de su caminar. Un don inmenso de Dios a la
Iglesia y al mundo.
• JPII nos quiere hacer conciencia que su recepción y aplicación están
todavía pendientes.
• JPII: está seriamente comprometido con: revivirlo, verificar su
recepción en la Iglesia, celebrarlo como un don y promover sin desmayo
su auténtica interpretación, y su aplicación íntegra y fiel.
• de su recepción depende el nuevo pentecostés.
• en 1985: asamblea extraordinaria del Sinodo de los obispos: “ este
Concilio continúa siendo la “Carta Magna” de la Iglesia para nuestro
tiempo. “Animados por esta esperanza para la Iglesia y el mundo, os
invitamos a conocer mejor e íntegramente el Concilio Vaticano II, a
realizar un estudio del mismo mas intenso y profundo, a penetrar mejor
la unidad de todas sus constituciones, decretos y declaraciones, y la
riqueza de su conjunto. Se trata de llevarlas a la práctica con mayor
profundidad: en comunión con Cristo, presenta en la Iglesia (Lumen
Gentium), en la escucha de la Palabra (Dei Verbum), en la Sagrada
Liturgia (Sacrosanctum Concilium), en el servicio a todos los hombres y
sobre todo, a los mas pobres (Gaudium et Spes). El mensaje del CVII solo
podrá dar fruto con el esfuerzo perserverante y constante de todos en el
tiempo.”
¡Cuánta riqueza, queridos hermanos y hermanas, en las orientaciones que
nos dio el Concilio Vaticano II! Por eso, en la preparación del Gran
Jubileo, he pedido a la Iglesia que se interrogase sobre la acogida del
Concilio. ¿Se ha hecho? A medida que pasan los años, aquellos textos no
pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera
apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y
normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. Después
de concluir el Jubileo siento más que nunca el deber de indicar el
Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en
el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para
orientarnos en el camino del siglo que comienza. (novo milenio ineunte,
57)
El concilio ecuménico (convocado, dirigido y clausurado por el Papa; y
todos sus documentos aprobados y promulgados en comunión con todos los
padres conciliares) Vaticano II ese un don del Espíritu Santo a su
Iglesia. Por este motivo sigue siendo un acontecimiento fundamental, no
sólo para comprender la historia de la Iglesia en este tramo del siglo,
sino también, y sobre todo, para verificar la presencia permanente de
Cristo junto a su Esposa entre las vicisitudes del mundo.
SEGÚN SU SANTIDAD JUAN PABLO II, EL CONCILIO ES:
Un Acto de Amor
El Concilio fue un acto de amor: "Un grande y triple acto de amor"
-como dijo Pablo VI en el discurso de apertura del cuarto período del
Concilio--, un acto de amor "hacia Dios, hacia la Iglesia, hacia la
humanidad" («Insegnamenti», vol. III [1965] 475). La eficacia de ese
acto no se ha agotado en absoluto: continúa obrando a través de la rica
dinámica de sus enseñanzas.
Una Experiencia de Fe
Con el Concilio, la Iglesia vivió, ante todo, una experiencia de fe,
abandonándose a Dios sin reservas, con la actitud de que quien confía y
tiene la certeza de ser amado.
• esta actitud de abandono en Dios se nota con claridad al hacer un
examen sereno de todas sus Actas.
• quien quisiera acercarse al Concilio prescindiendo de esta clave de
lectura, no podría penetrar en su sentido más profundo.
• sólo desde una perspectiva de fe, el acontecimiento conciliar se abre
a nuestros ojos como un don, cuya riqueza aún escondida es necesario
saber captar.
• vuelven a nuestra memoria, en esta circunstancia, las significativas
palabras de san Vicente de Lérins: "La Iglesia de Cristo, diligente y
cauta custodia de los dogmas confiados a ella, nunca cambia nada en
ellos; nada disminuye, nada añade; no amputa nada necesario, no añade
nada superfluo; no pierde lo que es suyo, no se apropia de lo que es de
otros; por el contrario, con celo, considerando con fidelidad y
sabiduría los antiguos dogmas, tiene como único deseo perfeccionar y
pulir los que antiguamente recibieron una primera forma y un primer
esbozo, consolidar y reforzar los que ya han alcanzado relieve y
desarrollo, custodiar los que ya han sido confirmados y definidos" («Commonitorium»,
XXIII).
Un verdadero desafío
Los padres conciliares afrontaron un auténtico desafío. Consistía en
tratar de comprender más íntimamente, en un período de rápidos cambios,
la naturaleza de la Iglesia y su relación con el mundo, para realizar la
oportuna actualización ("aggiornamento").
Aceptamos ese desafío -yo fui uno de los padres conciliares-, y dimos
una respuesta buscando una inteligencia más coherente de la fe.
• mostrar que también el hombre contemporáneo, si quiere comprenderse a
fondo a sí mismo, necesita a Jesucristo y a su Iglesia, que permanece en
el mundo como signo de unidad y comunión.
• la Iglesia, pueblo de Dios en camino por los senderos de la historia,
es el testimonio perenne de una profecía que, a la vez que testimonia la
novedad de la promesa, hace evidente su realización.
• El Dios que hizo la promesa es el Dios fiel que cumple la palabra
dada. ¿No estamos en un proceso constante de transmisión de la Palabra
que salva y que ofrece al hombre, dondequiera que se encuentre, el
sentido de su existencia? La Iglesia, depositaria de la Palabra
revelada, tiene la misión de anunciarla a todos.
• Esta misión profética exige tomar la responsabilidad de manifestar lo
que la Palabra anuncia. Debemos presentar signos visibles de la
salvación, para que el anuncio que llevamos se comprenda en su
integridad. Anunciar el Evangelio al mundo es una tarea que los
cristianos no pueden delegar a otros. Es una misión que deriva de la
responsabilidad propia de la fe y del seguimiento de Cristo.
• El Concilio quiso devolver a todos los creyentes esta verdad
fundamental.
Necesidad de la Interpretación Auténtica
Para recordar el vigésimo aniversario del concilio Vaticano II, el
Papa Juan Pablo II convocó en 1985 un Sínodo extraordinario de los
obispos. Tenía como objetivo celebrar, verificar y promover la enseñanza
conciliar.
• Los obispos, en su análisis, hablaron de "luces y sombras" que habían
caracterizado el período postconciliar.
• Por este motivo, en la carta «Tertio millennio adveniente» escribí que
"el examen de conciencia debe mirar también la recepción del Concilio"
(n. 36).
• El trabajo que se realizó en ese Sinodo, mostró la exigencia de un
conocimiento cada vez más profundo de las enseñanzas conciliares.
• es necesario no perder la genuina intención de los padres conciliares;
más bien, hay que recuperarla superando interpretaciones arbitrarias y
parciales, que han impedido expresar del mejor modo posible la novedad
del magisterio conciliar.
• La Iglesia conoce desde siempre las reglas para una recta hermenéutica
de los contenidos del dogma. Son reglas que se sitúan dentro del
entramado de fe y no fuera de él. Leer el Concilio suponiendo que
conlleva una ruptura con el pasado, mientras que en realidad se sitúa en
la línea de la fe de siempre, es una clara tergiversación.
• Lo que han creído "todos, siempre y en todo lugar", es la auténtica
novedad que permite que cada época se sienta iluminada por la palabra de
la revelación de Dios en Jesucristo.
Las Cuatro Constituciones:
Los documentos fundamentales. En ellas se contienen las grandes
proposiciones doctrinales, los principios de reforma y de la renovación,
las opciones pastorales.
• La Palabra de Dios
• el culto divino
• el misterio de la Iglesia
• su misión en el mundo contemporáneo
La Iglesia, bajo la Palabra de Dios, celebra los misterios de Cristo,
para la salvación del mundo. Escuchar la Palabra, realizarla en la vida
de la Iglesia y anunciarla creíblemente a todos los hombres.
"Dei Verbum"
La constitución dogmática «Dei Verbum» puso con renovada conciencia
la palabra de Dios en el centro de la vida de la Iglesia.
• esta centralidad deriva de una percepción más viva de la unidad entre
la sagrada Escritura y la sagrada Tradición.
• la palabra de Dios, que se mantiene viva gracias a la fe del pueblo
santo de los creyentes bajo la guía del Magisterio, nos pide también a
cada uno de nosotros que asumamos nuestra responsabilidad en la
conservación intacta del proceso de transmisión.
"Sacrosanctum Concilium"
Lo que la Iglesia cree es lo que asume como objeto de su oración. La
constitución «Sacrosanctum Concilium» ilustró las premisas para una vida
litúrgica que rinda a Dios el verdadero culto que le debe dar el pueblo
llamado a ejercer el sacerdocio de la nueva Alianza.
• la acción litúrgica debe ayudar a todos los fieles a entrar en la
intimidad del misterio, para captar la belleza de la alabanza al Dios
trino. En efecto, constituye una anticipación en la tierra de la
alabanza que los bienaventurados rinden a Dios en el cielo.
• en toda celebración litúrgica habría que dar a los participantes la
posibilidad de gustar anticipadamente, aunque sea bajo el velo de la fe,
algo de las dulzuras que brotarán de la contemplación de Dios en el
paraíso.
• todo ministro, consciente de la responsabilidad que tiene con respecto
al pueblo confiado a él, deberá respetar fielmente el carácter sagrado
del rito, creciendo en la inteligencia de lo que celebra.
"Lumen Gentium"
El documento principal del CVII, al que se ordena el resto de los
documentos y de que reciben su sentido. La espina dorsal del Concilio.
"Ha llegado la hora en que la verdad sobre la Iglesia de Cristo debe ser
analizada, ordenada y expresada", afirmó el Papa Pablo VI en el discurso
de apertura del segundo período del Concilio («Insegnamenti», vol. I
[1963], 173-174).
• Con esas palabras el inolvidable Pontífice identificó la tarea
principal del Concilio. La constitución dogmática «Lumen gentium» fue un
verdadero canto de exaltación de la belleza de la Esposa de Cristo.
• se recoge la doctrina expresada por el concilio Vaticano I e
imprimimos el sello para un estudio renovado del misterio de la Iglesia.
• La comunión es el fundamento en el que se apoya la realidad de la
Iglesia. Una «koinonía» cuya fuente está en el misterio mismo del Dios
trino y se extiende a todos los bautizados, que por eso están llamados a
la unidad plena en Cristo.
• Dicha comunión se manifiesta en las diversas formas institucionales en
las que se realiza el ministerio eclesial y en la función del Sucesor de
Pedro como signo visible de la unidad de todos los creyentes.
• hizo suyo con gran impulso el anhelo "ecuménico". El movimiento de
encuentro y clarificación, que se puso en marcha con todos los hermanos
bautizados, es irreversible. La fuerza del Espíritu llama a los
creyentes a la obediencia, para que la unidad sea fuente eficaz de la
evangelización.
• Capítulo sobre la Virgen: aparece como el tipo o icono de la Iglesia.
En ella la Iglesia alcanzó su plenitud y consumación final. En ella
podemos ver lo que la Iglesia cuando, fiel a su misión, es y llegará a
ser: sin mancha ni arruga. La Iglesia para comprenderse mejor, tiene que
contemplar a María. “El magisterio del Concilio ha subrayado que la
verdad sobre la SV, madre de Cristo, constituye un medio eficaz para la
profundización de la verdad sobre la Iglesia.” (MR,47)
"Gadium et spes"
Una novedad en la historia de los Concilios Ecuménicos ya que por
primera vez, un documento conciliar se dirige no solo a los hijos de la
Iglesia, y a cuantos invocan el nombre de Cristo, sino a todos los
hombres. La Iglesia en el mundo actual.
• establecer un dialogo con la humanidad entera.
• la Iglesia de frente a las exigencias y a las necesidades de los
pueblos.
• darle respuestas al mundo de las cuestiones de mayor importancia que
le propone. Es consciente de que posee un mensaje que es síntesis
fecunda de la expectativa de todo hombre y de la respuesta que Dios le
da.
• temas que afectan a toda las familia humana (guerra, la vida humana,
la dignidad humana, la paz, la justicia social, el ateísmo, los sistemas
totalitarios, la evangelización, etc.
• le presenta al hombre una realidad: "El misterio del hombre sólo se
esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (n. 22)
• propone la actitud de la Iglesia ante el mundo y los hombres
contemporáneos.
• El vacío que muchos experimentan hoy ante la pregunta sobre el porqué
de la vida y de la muerte, sobre el destino del hombre y sobre el
sentido del sufrimiento, sólo puede ser colmado por el anuncio de la
verdad que es Jesucristo. El corazón del hombre estará siempre
"inquieto", hasta que descanse en él, verdadero consuelo para cuantos
están "fatigados y sobrecargados" (Mt 11, 28).
Un árbol cargado de frutos
La "pequeña semilla" que el Papa Juan XXIII depositó "con el corazón
y la mano temblorosos" (constitución apostólica «Humanae salutis», 25 de
diciembre de 1961) en la basílica de San Pablo extramuros el 25 de enero
de 1959, anunciando su intención de convocar el vigésimo primer concilio
ecuménico de la historia de la Iglesia, ha crecido convirtiéndose en un
árbol que ahora extiende sus ramas majestuosas y fuertes en la viña del
Señor. Ya ha dado muchos frutos en estos treinta y cinco años de vida, y
dará muchos más en el futuro. Una nueva época se abre ante nuestros
ojos: es el tiempo de la profundización de las enseñanzas conciliares,
el tiempo de la cosecha de cuanto sembraron los padres conciliares y la
generación de estos años ha cultivado y esperado.
El concilio ecuménico Vaticano II fue una verdadera profecía para la
vida de la Iglesia: y seguirá siéndolo durante muchos años del tercer
milenio recién iniciado. La Iglesia, con la riqueza de las verdades
eternas que le han sido confiadas, continuará hablando al mundo,
anunciando que Jesucristo es el único verdadero Salvador del mundo:
ayer, hoy y siempre.
Juan Pablo II siente gran responsabilidad por la recepción y realización
del Concilio
Vaticano II que es un acontecimiento providencial del Espíritu Santo. En
la Carta Apostolica Tertio Millenio Adveniente no. 17 al 20 leemos: "En
la historia de la Iglesia cada jubileo es preparado por la divina
Providencia. Esto vale también para el Gran Jubileo del Año 2000.
Convencidos de ello, hoy miramos con sentido de gratitud y también de
responsabilidad cuanto ha sucedido en la historia de la humanidad a
partir del nacimiento de Cristo, principalmente los acontecimientos
entre el Mil y el Dos mil. De un modo muy particular dirigimos la mirada
de fe a este siglo nuestro, buscando en él aquello que da testimonio no
sólo de la historia del hombre, sino también de la intervención divina
en las vicisitudes humanas."
En este
sentido se puede afirmar que el Concilio Vaticano II constituye un
acontecimiento providencial, gracias al cual la Iglesia ha iniciado la
preparación próxima del Jubileo del segundo milenio. Se trata de un
Concilio semejante a los anteriores, aunque muy diferente; un Concilio
centrado en el misterio de Cristo y de su Iglesia, y al mismo tiempo
abierto al mundo.
• Esta apertura ha sido la respuesta evangélica a la reciente evolución
del mundo con las desconcertantes experiencias del siglo XX, atormentado
por una primera y una segunda guerra mundial, por la experiencia de los
campos de concentración y por horrendas matanzas. Lo sucedido muestra
sobre todo que el mundo tiene necesidad de purificación, tiene necesidad
de conversión.
Se piensa
con frecuencia que el Concilio Vaticano II marca una época nueva en la
vida de la Iglesia. Esto es verdad, pero a la vez es difícil no ver cómo
la Asamblea conciliar ha tomado mucho de las experiencias y de las
reflexiones del período precedente, especialmente del pensamiento de Pío
XII. En la historia de la Iglesia, « lo viejo » y « lo nuevo » están
siempre profundamente relacionados entre sí. Lo « nuevo » brota de lo «
viejo » y lo « viejo » encuentra en lo « nuevo » una expresión más
plena. Así ha sido para el Concilio Vaticano II y para la actividad de
los Pontífices relacionados con la Asamblea conciliar, comenzando por
Juan XXIII, siguiendo con Pablo VI y Juan Pablo I, hasta el Papa actual.
Lo que ellos
han realizado durante y después del Concilio, tanto el magisterio como
la actividad de cada uno, ha aportado ciertamente una significativa
ayuda a la preparación de la nueva primavera de vida cristiana que
deberá manifestar el Gran Jubileo, si los cristianos son dóciles a la
acción del Espíritu Santo. (El concilio en relación a la nueva
primavera: un nuevo pentecostés).
El Concilio,
aunque no empleó el tono severo de Juan Bautista, cuando a orillas del
Jordán exhortaba a la penitencia y a la conversión (cf. Lc 3, 1-17), ha
puesto de relieve algo del antiguo Profeta, mostrando con nuevo vigor a
los hombres de hoy a Cristo, el « Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo » (Jn 1, 29), el Redentor del hombre, el Señor de la historia.
• r la Iglesia, queriendo ser plenamente fiel a su Maestro, se planteó
su propia identidad, descubriendo la profundidad de su misterio de
Cuerpo y Esposa de Cristo. Poniéndose en dócil escucha de la Palabra de
Dios, confirmó la vocación universal a la santidad; dispuso la reforma
de la liturgia, « fuente y culmen » de su vida; impulsó la renovación de
muchos aspectos de su existencia tanto a nivel universal como al de
Iglesias locales; se empeñó en la promoción de las distintas vocaciones
cristianas: la de los laicos y la de los religiosos, el ministerio de
los diáconos, el de los sacerdotes y el de los Obispos; redescubrió, en
particular, la colegialidad episcopal, expresión privilegiada del
servicio pastoral desempeñado por los Obispos en comunión con el Sucesor
de Pedro.
• Sobre la base de esta profunda renovación, el Concilio se abrió a los
cristianos de otras Confesiones, a los seguidores de otras religiones, a
todos los hombres de nuestro tiempo. En ningún otro Concilio se habló
con tanta claridad de la unidad de los cristianos, del diálogo con las
religiones no cristianas, del significado específico de la Antigua
Alianza y de Israel, de la dignidad de la conciencia personal, del
principio de libertad religiosa, de las diversas tradiciones culturales
dentro de las que la Iglesia lleva a cabo su mandato misionero, de los
medios de comunicación social.
La enorme riqueza de contenidos y el tono nuevo, desconocido antes, de
la presentación conciliar de estos contenidos constituyen casi un
anuncio de tiempos nuevos. Los Padres conciliares han hablado con el
lenguaje del Evangelio, con el lenguaje del Sermón de la Montaña y de
las Bienaventuranzas. El mensaje conciliar presenta a Dios en su señorío
absoluto sobre todas las cosas, aunque también como garante de la
auténtica autonomía de las realidades temporales.
Es urgente un renovado compromiso de aplicación, lo más fiel posible, de
las enseñanzas del Vaticano II a la vida de cada uno y de toda la
Iglesia. Con el Vaticano II se ha inaugurado, en el sentido más amplio
de la palabra, la inmediata preparación del Gran Jubileo del 2000. Si
buscáramos algo análogo en la liturgia, se podría decir que la anual
liturgia del Adviento es el tiempo más parecido al espíritu del
Concilio. El Adviento nos prepara al encuentro con Aquel que era, que es
y que constantemente viene (cf. Ap 4, 8)
Que ha habido después del Concilio: Luces y Sombras
Todos los grandes actos de Dios se convierten en signo de contradicción:
elevación y caída. (Luc 2) Respuestas de los corazones: luces o sombras.
Las grandes obras de gracia siempre han conllevado un tiempo de gran
ataque del enemigo.
Cuales luces, cuales sombras?
El CVII de nuestro tiempo ha contribuido extraordinariamente a que la
Iglesia, renovada sin cesar, acentúe generosamente la solidaridad con la
humanidad en sus esperanzas e inquietudes y a que, confiada en Dios,
afronte con valentía la evangelización del hombre contemporáneo. El
Espíritu Santo nos ha enseñado lo que quiere decir a la Iglesia en la
hora presente, en este momento histórico. A la medida que nos adentramos
en el TM debemos percatarnos del gran regalo que ha sido el Concilio, y
consiguientemente, de la responsabilidad que tenemos de estudiarlo,
conocerlo, profundizarlo y vivirlo.
• ha impulsado la transición de la Iglesia desde una época a otra, y ha
introducido a una relación nueva entre la Iglesia y el mundo.
Sombras (TMA)
A las puertas del nuevo Milenio los cristianos deben ponerse
humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades
que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo. La
época actual junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras.
¿Cómo callar, por ejemplo, ante la indiferencia religiosa que lleva a
muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera o a conformarse
con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la
verdad y con el deber de la coherencia? A esto hay que añadir aún la
extendida pérdida del sentido trascendente de la existencia humana y el
extravío en el campo ético, incluso en los valores fundamentales del
respeto a la vida y a la familia. Se impone además a los hijos de la
Iglesia una verificación: ¿en qué medida están también ellos afectados
por la atmósfera de secularismo y relativismo ético? ¿Y qué parte de
responsabilidad deben reconocer también ellos, frente a la desbordante
irreligiosidad, por no haber manifestado el genuino rostro de Dios, « a
causa de los defectos de su vida religiosa, moral y social »? 20
De hecho, no se puede negar que la vida espiritual atraviesa en muchos
cristianos un momento de incertidumbre que afecta no sólo a la vida
moral, sino incluso a la oración y a la misma rectitud teologal de la
fe. Esta, ya probada por el careo con nuestro tiempo, está a veces
desorientada por posturas teológicas erróneas, que se difunden también a
causa de la crisis de obediencia al Magisterio de la Iglesia.
Y sobre el testimonio de la Iglesia en nuestro tiempo, ¿cómo no sentir
dolor por la falta de discernimiento, que a veces llega a ser
aprobación, de no pocos cristianos frente a la violación de
fundamentales derechos humanos por parte de regímenes totalitarios? ¿Y
no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la
corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticia y
de marginación social? Hay que preguntarse cuántos, entre ellos, conocen
a fondo y practican coherentemente las directrices de la doctrina social
de la Iglesia.
Falta de recepción:
Los que le rechazan como si es el causante de las sombras, o los que
tergiversan su sentido, su espíritu y sus palabras, dando una falsa
interpretación.
Cuando examinamos la conciencia sobre las sombras, debemos primero mirar
también la falta de recepción del Concilio, este gran don del Espíritu a
la Iglesia al final del segundo milenio. ¿En qué medida la Palabra de
Dios ha llegado a ser plenamente el alma de la teología y la inspiradora
de toda la existencia cristiana, como pedía la Dei Verbum? ¿Se vive la
liturgia como « fuente y culmen » de la vida eclesial, según las
enseñanzas de la Sacrosanctum Concilium? ¿Se consolida, en la Iglesia
universal y en las Iglesias particulares, la eclesiología de comunión de
la Lumen gentium, dando espacio a los carismas, los ministerios, las
varias formas de participación del Pueblo de Dios, aunque sin admitir un
democraticismo y un sociologismo que no reflejan la visión católica de
la Iglesia y el auténtico espíritu del Vaticano II? Un interrogante
fundamental debe también plantearse sobre el estilo de las relaciones
entre la Iglesia y el mundo. Las directrices conciliares —presentes en
la Gaudium et spes y en otros documentos— de un diálogo abierto,
respetuoso y cordial, acompañado sin embargo por un atento
discernimiento y por el valiente testimonio de la verdad, siguen siendo
válidas y nos llaman a un compromiso ulterior.
Papa mariano realizador del Concilio
Un concilio lleno de la presencia de la Virgen: se dio la fecha de
inauguración el 2 de Febrero de 1962 (presentación del niño en el
Templo), se inaugura el 11 de octubre 1962 (fecha en que el concilio de
Efeso proclamó a María, Madre de Dios. Se clausuró el 8 de Diciembre de
1965, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Durante el concilio al
promulgarse la Constitución Lumen Gentium, el 21 de Noviembre de 1964,
se proclamó a María Madre de la Iglesia.
Un Concilio guardado de tal forma en el Corazón de María, debía ser
promovido y realizado por un Papa formado y guardado en el Corazón de
María. Este Papa, Juan Pablo II, formado en el Corazón Inmaculado y por
los tanto, formado en las disposiciones y actitudes interiores de la
Santísima Virgen, podría gracias a su espiritualidad mariana captar el
“espíritu del Concilio”: apertura y fidelidad. Cuando Juan Pablo II,
inauguró el Sínodo especial conmemorativo de los 20 años del Concilio V
II, se refirió a María la Madre de la Iglesia, con su constante apertura
a la Palabra de Dios, a su completa e inalterable fidelidad.
Estas dos características forman una unidad integral. Ella está
constantemente disponible para escuchar la llamada de Dios, llamada que
necesariamente la hará tomar nuevos rumbos, entrar en situaciones nuevas
inesperadas, desconocidas,... por ello esta apertura exige una
permanente y amorosa valentía para hacer frente con serenidad y
determinación a todas esas situaciones. Esta apertura no viola la
fidelidad, sino que debe darse al mismo tiempo, estar abiertos a la
nueva acción del Espíritu, pero manteniendo lo que antes ya hizo en
nosotros. Apertura y fidelidad constituyen dimensiones claras en el
Corazón de la Santísima Virgen: es aquí a lo que el Concilio quería
dirigirnos. El Papa aprende estas enseñanzas del Corazón de María y nos
la trasmite. Por eso, como Papa mariano, es el realizador fiel del
Concilio.
El trascendental discurso de inauguración, con que JPII inició, el 22 de
Octubre de 1978 su pontificado, culminó con la exclamación que resonó
desde la Plaza de S. Pedro a todo el mundo: ¡No tengáis miedo, abrid,
mas aún: abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad
salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y
políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización, del
desarrollo. No tengáis miedo. Cristo sabe lo que hay dentro del hombre.
Sólo El lo sabe!. Abrir, de par en par, las puertas a Cristo, pro todas
partes, superar el miedo de que pueda exigirnos demasiado, de que pueda
sustraer algo a nuestra vida: esta apertura y, esta liberación del miedo
constituyen el programa que, por si solo, puede definir todo el
pontificado el Papa actual y es, justa y precisamente, el programa del
Concilio Vaticano II.
El Papa viaja por todo el mundo sin temor al cansancio o la enfermedad.
Se entrega sin reservas para abrir las puertas mas cerradas a Cristo y
abatir las barreras de las que se rodea el hombre. JPII se acerca a los
poderosos y a los débiles, a los ricos y a lo pobres, a los
intelectuales y a los sencillos, en lugares lejanos o en grandes plazas,
siempre para llevar a Cristo en medio del mundo. Misas privadas en su
capillita, como Misas masivas en plazas mayores de las ciudades. Ha
llevado la Palabra de Dios a todos los tejados (Mt 10,27). Se reúne con
los niños, familias, movimientos, jóvenes, artistas, deportistas,
profesionales, mujeres, pecadores, protestantes, ortodoxos,...etc.. El
ES a través de él ha abierto puertas que parecían cerradas para siempre,
ha desmoronado sistemas que parecían inconmovibles, han caído murallas
cuyo cemento parecía hecho para durar una eternidad. La fe ha sido
despertada a un nuevo ardor, en un dialogo respetuoso y sabio con el
mundo de hoy: SS Juan Pablo II es la realización del Concilio Vaticano
II.