El
Reino del Corazón Eucarístico:
El Triunfo del Amor
Madre Adela Galindo,
Fundadora SCTJM
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La
Eucaristía es un don del amor del Sagrado Corazón La Eucaristía es el
don por excelencia del amor del Sagrado Corazón. No podemos entender la
Eucaristía sin entender el amor del Corazón de Jesús. En el capítulo 13
de su Evangelio, San Juan nos dice: Habiendo amado a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13,1). Hasta el
extremo, significa sin escatimar en nada, absolutamente en nada, para
manifestar Su amor. Jesús dirigió estas palabras a Santa Margarita
María: He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, sin
escatimar en nada, hasta el punto de consumirse para darles a conocer Su
amor.
El Sagrado Corazón de Jesús nos ha amado hasta el extremo entregándose
total y libremente para nuestra salvación. No ha escatimado en nada,
hasta el punto de darnos Su Cuerpo, Su Sangre y Su Corazón en la Cruz, y
continúa haciéndolo en la Sagrada Eucaristía. La Eucaristía es el don de
su auto-donación y su amor sacrificial por los hombres. Al instituir la
Eucaristía en la Última Cena, Jesús dijo a sus apóstoles, y a la Iglesia
hasta el fin de los tiempos: Éste es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre,
Sangre de la Alianza nueva y eterna, entregada por vosotros (Mt 26). La
Eucaristía es muestra del amor y de la generosidad del Sagrado Corazón.
No solamente entregó su vida, sino que lo hizo de forma voluntaria,
libre, pues ésta es la marca del auténtico amor: Yo doy mi vida.., nadie
me la quita, la doy voluntariamente (Jn 10,18).
Y no sólo la dio voluntariamente, también intensamente, hasta el
extremo. Tal como lo dijera Jesús a Santa Margarita: Mi divino Corazón
está tan inflamado de amor por los hombres, que no pudiendo contener en
sí las llamas de su ardiente caridad, debe repartirlas y darse a conocer
(manifestarse) a ellos para enriquecerles con los tesoros de mi Corazón.
Cuando contemplamos la Eucaristía, contemplamos el Corazón que ha sido
traspasado por amor, el Corazón que constantemente renueva su
inmolación, su entrega, su sacrificio. Por lo tanto, contemplamos el
amor oblativo y permanente del Corazón de Cristo. Contemplamos el
Corazón de Cristo, que nos ha amado hasta el extremo de la Cruz, y hasta
el extremo de la Eucaristía. ¿Acaso no es la Eucaristía el recordatorio
permanente y continuo de la generosidad y auto-donación de Cristo? La
generosidad y entrega total son los frutos de su amor hasta el extremo.
La oblación del Corazón de Cristo nos revela que el amor es la victoria
sobre el mal. Él conquista la dureza del corazón humano; no a la fuerza,
sino ofreciendo el testimonio del poder de Su amor. ¿Acaso no es la
Eucaristía el signo viviente de su amor sacrificial? El se nos da a
nosotros, a nosotros quienes le hemos rechazado y maltratado. Él nos ha
enseñado a vivir en el camino del amor, el único camino que triunfa
sobre el mal:
Nos dio el testamento del amor e instituyó el sacramento del amor en la
noche en que iba a ser traicionado, negado y hecho prisionero por
nosotros. Tomó sobre Sí mismo nuestros pecados, cargando nuestra
debilidad; por sus llagas hemos sido sanados. Sus sufrimientos nos
alcanzaron la eterna felicidad. Nos da su Sangre para apagar nuestra
sed, aún cuando vamos detrás de charcos de agua, sucios y estériles. (mi
Sangre es bebida que brota para la vida eterna, Jn 6,55)
Nos da su Carne para saciar nuestra hambre, aún cuando buscamos
satisfacción en alimentos temporales. (Yo soy el Pan de Vida, el que
venga a mí no tendrá hambre Jn 6)
Permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos, para acompañarnos,
aún cuando nosotros le abandonamos. Nuestro amado Redentor, en la última
noche de su vida, sabiendo que había llegado la hora en que debía morir
por amor a los hombres, no pudo dejarnos solos en este valle de
lágrimas; y así, para que la muerte no le separase de nosotros, habría
de ofrecerse a sí mismo en el Sacramento del Altar, sabiendo que era lo
máximo que podía darnos para demostrarnos Su amor. (San Alfonso de
Ligorio) Por nuestro rechazo, le traspasamos el Corazón, y de él
brotaron Sangre y Agua; los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía.
De su costado herido, dio vida a la Iglesia y nos dejó la Eucaristía
para ser el corazón latente de la Iglesia, para sostenerla, alimentarla
y fortalecerla en su misión de ser gran signo de amor en el mundo. El
Santísimo Sacramento es el Corazón vivo de cada una de nuestras
iglesias. (Papa Pablo VI).
Para actualizar el poder de Su redención a todas las generaciones, mandó
y dio poder, a los Apóstoles y a sus sucesores, para perpetuar su
Sacrificio en la Cruz, haciendo posible de este modo que todos los
hombres, de cada generación, pudiesen estar al pie de la Cruz,
recibiendo el poder de la salvación. El permanece en cada tabernáculo,
nos dice Sta. Teresa de Lisieux, como prisionero del amor; prisionero,
para que así podamos recibir su libertad. Él está presente en la
Eucaristía, y ha escogido permanecer ahí aún vulnerable a los hombres,
simplemente para poder ofrecer su amor al corazón humano. Jesús dirigió
estas palabras a Sta. Faustina desde el tabernáculo: El amor me ha
traído aquí y el amor me mantiene aquí.
¡¡Eso es amor!! El Corazón Eucarístico es el modelo de amor, tal y como
nos lo describe San Pablo en la 1ra Carta a los Corintios, 13: El amor
es paciente, servicial, no tiene envidia, no se irrita, no busca su
interés; no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, se
alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo
lo soporta, el amor nunca falla (no acaba nunca).
San Francisco de Sales nos dice: No hay aspecto más amoroso o tierno de
Nuestro Salvador que podamos contemplar, que este acto, en el cual Él,
por decirlo así, se aniquila, y se nos da como alimento, para saciar
nuestras almas, y unirse de este modo de una forma más íntima, al
corazón de sus fieles.
Podemos ver como en la Cruz y en la Eucaristía, el amor ha triunfado,
pues el amor triunfa cuando el mal es conquistado con la bondad; cuando
la entrega sacrificial de uno mismo es la respuesta a la dureza del
corazón, como nos lo enseña San Pablo en la Carta a los Romanos 12,
21:"resistid el mal, venciendo al mal con el bien". A sus discípulos,
Jesús no les prometió estar exentos del mal, pero sí les prometió la
victoria sobre el mismo: Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en
mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero, ánimo! Yo he vencido al
mundo: (Jn 16,33) ¿Cómo conquistó Jesús al mundo? Amando hasta el
extremo de la Cruz y de la Eucaristía. Amando hasta el extremo de
olvidarse a sí mismo. El Papa León XIII nos dijo:"recordad el acto
supremo de amor mediante el cual nuestro Redentor, vertiendo para
nosotros las riquezas de Su Corazón, instituyó el adorable Sacramento de
la Eucaristía, para así permanecer con nosotros hasta el fin del mundo.
Y ciertamente la Eucaristía, la cual hemos recibido del gran amor de Su
Corazón, es Su Corazón, el amor de Su Corazón".
El Corazón Eucarístico es el signo viviente del Reino del amor. Jesús
dijo que el Reino de Dios estaba en el corazón. Vino al mundo a
establecer Su Reino, como lo dijo el ángel a la Santísima Virgen en la
Anunciación:"su Reino no tendrá fin". Qué clase de reino es aquél que no
tiene fin? Ha de ser un reino que se establece en el corazón del hombre,
donde nada externo puede removerlo. Qué nos separará del amor de Dios?
La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los
peligros, la espada? No, en todo esto salimos vencedores gracias a Aquél
que nos amó. (Rm. 8,34)
Cuando estudiamos el Evangelio, vemos claramente que Jesús dirigió su
misión a una profunda transformación del corazón humano, puesto que vino
a establecer una nueva alianza. Esta Nueva Alianza fue profetizada y
explicada por el profeta Ezequiel 36: "Os daré un corazón nuevo, e
infundiré en vosotros un espíritu nuevo. Quitaré de vuestra carne el
corazón de piedra y os daré un corazón de carne." Mientras que los
hombres esperaban un reino terrenal, con poderes de este mundo, Jesús
nos dijo que Su Reino no era de este mundo. No es de este mundo, puesto
que no es producido por las acciones de este mundo, sino que se
establece en el corazón del hombre por el poder de Dios que ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. (Rm 5). Por lo
tanto, el Reino de Dios es un reino de amor, amor que es capaz de
transformar los movimientos más profundo del corazón humano, hasta el
punto de arrancar la dureza, la frialdad, el egoísmo, la auto
protección, las piedras de nuestro corazón, tornándolas en carne, lo
cual significa ser sensible, noble, generoso, dócil, sacrificial y
completamente abiertos y dispuestos al amor de Dios y del prójimo. Es
por esto que Su Reino solo puede ser extendido en el tiempo mediante la
Presencia Real del Corazón de Cristo en la Eucaristía, porque es su
amor, vivo, latente, con el poder de transformar el corazón humano y el
mundo entero:"Yo soy la vida del mundo."
El Corazón Eucarístico es el Horno de amor en el cual nuestros corazones
han de ser consumidos por (para) la vida del mundo.
"He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y cuánto desearía que ya
estuviera encendido! (Lc.12,49) ¿Cuál es el fuego que Jesús ha venido a
arrojar sobre el mundo? Es el fuego de su infinito amor y misericordia,
el fuego del Espíritu Santo que transforma nuestros corazones
haciéndonos imágenes de Su Corazón. Es por esto que desde el Antiguo
Testamento Él ha identificado su amorosa Presencia con el fuego, así
como se manifestara a Moisés en Ex. 3,2: la zarza estaba ardiendo, pero
no se consumía." Nunca se consumirá pues su amor es infinito, es eterno.
A Santa Margarita María el Sagrado Corazón siempre se le aparecía cuando
ella se encontraba en adoración ante el Santísimo Sacramento, y se le
revelaba en llamas:"el divino Corazón se me reveló como en un trono de
llamas, más resplandeciente que el sol y transparente como el cristal,
parecido a un horno abierto. Su Corazón abierto era la fuente de estas
llamas".
Puesto que el fuego consume todo lo que toca, de este modo debe consumir
nuestro pecado, nuestra frialdad, nuestro egoísmo e indiferencia, y
todas esas actitudes que nos impiden responder a la llamada de amar como
Jesús nos ha amado. Debemos entrar en el fuego del Corazón de Jesús y
permitir que Él nos purifique de todo lo que en nosotros es contrario al
amor. Esto causará dolor, ya que el egoísmo está fuertemente enraizado
en nuestro corazón, pero es la única forma de hacernos uno con Cristo,
de llegar a tener comunión verdadera con Cristo. Debemos permitirle al
Señor purificarnos para verdaderamente convertirnos en incienso que
cuando es quemado despide su dulce aroma frente al altar. El fuego del
amor del Corazón de Jesús siempre será el remedio para nuestra frialdad
y egoísmo. San Mateo nos dice en su Evangelio, en el capítulo 24, que en
el transcurso del tiempo, la caridad se enfriará en la mayoría de los
hombres. Jesús dijo a Santa Margarita que la revelación de su Corazón
era el último esfuerzo de amor en los últimos tiempos, para calentar al
mundo que había crecido en la frialdad. A Santa Faustina, Jesús le dijo
que Él estaba ofreciendo a un mundo frío, el último refugio: la
misericordia de Su Corazón. Creo que en nuestros tiempos los corazones
han vuelto muy fríos, el egoísmo reina entre los hombres y la forma
común de vida es la violencia. Los hombres han olvidado el significado
del amor. Es por eso que el Señor ofrece a nuestra generación su Corazón
Sagrado, Misericordioso, y Eucarístico. Él quiere transformar nuestro
corazón, para que así pueda surgir una nueva civilización en la que el
amor triunfe sobre el mal. A varios santos el Señor les dio la gracia de
introducir sus corazones en el fuego de su Sagrado Corazón. Santos como
Santa Margarita María, Santa Faustina, Santa Teresa de Ávila y Santa
Catalina de Siena, y muchos otros, recibieron este intercambio de
corazones. Estos santos simbolizan lo que el Corazón Eucarístico desea
hacer en cada uno de nosotros cuando nos acercamos con apertura a Él.
Nos quiere dar Su Corazón, sus sentimientos, sus deseos, sus movimientos
internos, su amor. En la primera aparición a Santa Margarita María, el
Sagrado Corazón le pidió que ella le diera su corazón. Ella lo colocó en
las llamas del Corazón de Jesús, y vio su corazón como un pequeño átomo
que se consumía en un gran horno. Cuando le fue devuelto, sintió un amor
intenso que a partir de ese día, nunca se agotaba y solo deseaba darlo a
los demás.
En una ocasión, el Señor tomó el corazón de Santa Faustina y lo
introdujo en las llamas de su Corazón misericordioso. Después le
dijo:"hija mía, te he llevado a las profundidades de mi Corazón
misericordioso para que reflejes en tu corazón mi misericordia; solo así
podrás proclamarla al mundo. Enciende el mundo con ella."
A Santa Catalina de Siena, estando en adoración ante el Santísimo
Sacramento, Jesús se le apareció con su Corazón en llamas, y en ese
momento, tomo el corazón de la santa y lo introdujo en su costado
abierto. Después, Jesús le dijo:"mira, hija mía, he tomado tu corazón
para darte uno nuevo, encendido de mi amor, para que siempre
experimentes mi inmenso amor hacia las almas".
Para San Maximiliano Kolbe, recibir el Corazón de Jesús en la Eucaristía
significaba consumir nuestros corazones en su amor y ser purificados de
todo lo que es contrario al amor. ¨El amor, por su propia esencia, nos
debe transformar. Debe consumirnos, y a través de nosotros, encender en
llamas al mundo. Debe destruir y hacer desaparecer todo el mal que
existe en él. Este es el fuego al que se refirió el Señor, cuando dijo
que había venido a arrojar fuego sobre la tierra.¨ (San Maximiliano) En
la Eucaristía contemplamos el acto de oblación del Corazón de Cristo, Él
se consume de amor por nosotros y esa es la razón de su ofrenda. La
Eucaristía debe formar en nosotros un corazón que es capaz de darse a sí
mismo como sacrificio vivo, ofrecido por la vida del mundo, así como Él
se ofrece. El Corazón de Jesús, vivo en la Eucaristía, quiere formar un
ejército de corazones eucarísticos, sacrificios vivos, hostias vivas
donde el amor del Corazón Eucarístico pueda reinar. Rm 12: "Os exhorto,
hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos
como una víctima viva, santa, agradable a Dios". A la Ven. Conchita
Armida, una gran mística mexicana de los 1920s, y fundadora de varias
comunidades religiosas, el Señor le explicó: Necesito un ejército de
almas santas transformadas en mí, quienes exhalen virtudes y atraigan
otras almas con el buen aroma de Cristo Eucarístico. Convirtiéndose en
hostias vivas que se ofrezcan en total unión a la oblación de Cristo al
Padre para el bien del mundo y de la Iglesia.¨ Conchita profetizó un
segundo Pentecostés, tan necesitado en el mundo: "éste pentecostés será
interior, trayendo una poderosa transformación de los corazones de los
hombres en el Corazón de Cristo en la Eucaristía.” Según la Madre
Auxilia de la Cruz, fundadora mexicana de las Oblatas del Santísimo
Sacramento, y amiga de Conchita, el Espíritu Santo habría de traer en
nuestros tiempos, el fuego del divino amor, el fuego que nos transforma
en hostias vivas. Lo cual significa, personas que están dispuestas a ser
como Cristo en la Eucaristía, totalmente consagradas a Dios, dispuestas
a ser partidas y entregadas, dispuestas a abrazar sufrimientos y
sacrificios por amor a los demás. Creo que estas revelaciones nos
explican la razón por la cual en los últimos 150 años hemos visto un
aumento de almas víctimas, con un claro llamado eucarístico de ofrecerse
para el bien de la Iglesia y del mundo, por los pecadores, sacerdotes, y
almas consagradas, por las familias... por la paz. Estas almas víctimas
han sido llamadas a ser de tal forma sacrificios vivos, hostias vivas,
que muchas de ellas han vivido solamente de la Eucaristía. Este milagro
pone de manifiesto la perfecta comunión de sus vidas con el sacrificio
Eucarístico de Cristo. Podemos traer a la mente el ejemplo de tres
estigmatizadas: Teresa Newman, quien se ofreció primordialmente por los
sacerdotes, la cual vivió 40 años sin ningún otro alimento que la
Eucaristía. La Venerable Alejandrina da Costa, una joven portuguesa
quien fue llamada a sufrir como alma víctima por la consagración del
mundo al Inmaculado Corazón, vivió de la Eucaristía por los últimos 13
años de su vida. La Ven. Ana Catalina Emmerick, gran mística y alma
víctima, la cual se ofreció por la Iglesia, vivió los últimos 12 años de
su vida solo de la Eucaristía. Santa Faustina, la gran apóstol de la
Misericordia del Corazón de Dios, consideraba un aspecto esencial de su
vida el ofrecerse para ser transformada en hostia viva."Transfórmame en
Ti, oh Jesús, para que pueda ser un sacrificio vivo. Deseo expiar a cada
momento por los pobres pecadores (908)
Para ella, la experiencia de ser una hostia viva, solo podía provenir de
su comunión con la Santa Eucaristía. Esta comunión con el Corazón
Eucarístico es lo que causa que nuestros corazones sean uno con el Suyo
y produce en nosotros la capacidad de amar hasta el extremo."No es
posible tener una unión de amor más profunda y más total: Él en mi y yo
en Él. El uno en el otro, qué más se puede desear?" Sta. Gema Galgani.
"La Santa Eucaristía es el Sacramento del Amor: Significa amor y produce
amor." -Sto Tomás de Aquino.
Al Arzobispo Fulton Sheen, una vez le preguntaron quien era la persona
que más le había inspirado en su vida? Respondió que había sido una niña
china de once años. Explicó que cuando los comunistas tomaron el poder
en la China, apresaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la
iglesia. Después de haberle encerrado, el sacerdote pudo ver como los
comunistas entraban en la iglesia y rompían el tabernáculo. Tomaron el
ciborio y lo tiraron al suelo, haciendo caer las Hostias consagradas. El
sacerdote sabía que habían treinta y dos hostias. Cuando los comunistas
se fueron, no se dieron cuenta de que había una pequeña niña rezando al
fondo de la iglesia, la cual había visto lo ocurrido. Aquella misma
noche la niña logró entrar a escondidas en la iglesia, a pesar de que
había un guardia comunista dentro. Una vez dentro, la niña hizo una hora
santa de oración y reparación, un acto de amor a cambio del acto de odio
que había presenciado. Después de la hora santa, se acercó a las
Sagradas formas en el suelo, se arrodilló, se inclinó y consumió una de
ellas con su lengua. (En aquél entonces no era permitido tocar la
Eucaristía con la mano).
La pequeña continuó yendo cada noche, treinta y una noches más, para
hacer su hora de reparación y oración, consumiendo cada hostia que había
en el suelo. En la última noche, después de haber consumido la última
hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. El corrió
tras ella, alcanzándola y golpeándola con su rifle hasta que la mató.
Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacerdote, quien
observaba desde la rectoría este testimonio de amor por el Sacramento
del amor. El Corazón Eucarístico, signo del amor sacrificial de Jesús
por los hombres, inspira amor como respuesta. El Santo Padre nos dice en
su Carta Apostólica: Misterio y Culto de la Eucaristía: "Junto al don
infinito y gratuito del amor sacrificial de Dios, ... y del cual la
Eucaristía es el signo indeleble, también brota de nuestro ser una viva
respuesta de amor. No solamente contemplamos el amor, nosotros mismos
comenzamos a amar. Gracias a la Eucaristía, el amor que brota de nuestro
ser por la Eucaristía se desarrolla en nosotros, se hace más profundo y
crece cada vez más fuerte." (Juan Pablo II, 1980)
El Corazón Eucarístico forma grandes testigos del amor. “Sed, pues,
imitadores de Cristo, como hijos queridos, y vivid en el amor como
Cristo os amó y se entrego por nosotros como oblación y víctima de suave
aroma” (Ef 5,1)
Su Santidad Juan Pablo II, al concluir el año jubilar, nos dijo en su
carta apostólica Novo Millennio Ineunte, que la mayor evangelización de
la Iglesia al comienzo de este siglo, se realizaría si nos convertíamos
en testigos del amor. El afirma que la Iglesia del tercer milenio,
necesita convertirse en un gran signo de amor para el mundo. El amor es
verdaderamente el corazón de la Iglesia, así lo entendió Santa Teresa de
Lisieux, a quien proclamé Doctora de la Iglesia precisamente porque ella
es una experta en la ciencia del amor,"scientia amoris": "Comprendí que
la Iglesia tenía un corazón y que ese corazón estaba encendido en llamas
de amor. Comprendí que solo el amor podía mover a los miembros de la
Iglesia a actuar... Comprendí que el Amor abarca todas las vocaciones,
que el Amor lo era todo."
Quiero hablarles hoy de un fiel testigo del amor en nuestros tiempos tan
difíciles, alguien que nunca se olvidó de amar, aún cuando a su
alrededor reinaba el odio. San Maximiliano Kolbe Conocido como el gran
santo de la Inmaculada, totalmente consagrado a la Santísima Virgen,
tenía como centro de su espiritualidad, aquello que también es esencial
para el amor del Inmaculado Corazón, el amor al Corazón Eucarístico de
Jesús. Este es el amor que debe ser el centro de la espiritualidad de
todo discípulo de Cristo. Para S. Maximiliano, la Consagración a la
Inmaculada no tiene otro fin que el de llevarnos a compartir el amor de
Jesús, quien murió en la Cruz por amor y en amor, un misterio que se
extiende a nosotros en la Sagrada Eucaristía. Este amor es en su
esencia, una identificación con las intenciones del Corazón de Cristo,
amando, entregando, sacrificando su propio ser "por la vida del mundo.
Nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida por sus amigos" (Jn.
15,13).
Aquellos que vivieron con San Maximiliano, testifican que era una
experiencia realmente conmovedora, observarle mientras celebraba el
sacrificio de la Santa Misa: Él vivía la Misa! Se hallaba absorto en el
carácter sagrado de la Misa, uniéndose a sí mismo a Cristo en el
misterio de nuestra redención! Unía todos sus sufrimientos personales a
los de Cristo. Para él, la celebración del sacrificio del altar era la
realización de su vocación y de su vida. Cuando fundó la Ciudad de la
Inmaculada, desde la cual florecería un gran apostolado mariano de
evangelización, hizo de la Santa Misa y de la adoración al Corazón
Eucarístico, el centro, la actividad más importante de la ciudad. En
varias ocasiones el mismo lo expresaba de esta forma. El Corazón de
Niepokalanow es la Eucaristía. Además de participar en las oraciones
comunitarias ante la Eucaristía, San Maximiliano visitaba al Santísimo
Sacramento, probablemente de 10 a 15 veces en el día, "para conocer cada
día más el amor y la misericordia del Corazón Eucarístico, para ir a la
escuela del amor" Explicaba.
Esta formación Eucarística de amor y auto-donación, sería la fuerza
motora detrás de este sacerdote mariano en el Campo de Concentración de
Auschwitz. Allí, el habría de seguir el mismo consejo que exclamó a viva
voz a sus hermanos cuando todos ellos eran llevados por la guardia nazi:
("No olvidéis el amor"). Este es el mismo grito que el Corazón
Eucarístico nos dirige a todos nosotros:"¡No olvidéis el amor! No me
olvidéis, a mi que os he amado, y he dado mi vida por vosotros!
Por el hecho de ser sacerdote recibió constantes golpizas, y tras ellas
le dejaban tirado, abandonado. En Auschwitz, se aniquilaba de hambre a
los prisioneros de una forma lenta y sistemática. Cuando les traían la
comida, todos se peleaban por su lugar y porción de alimento. El Padre
Maximiliano, sin embargo, se hacía a un lado, a pesar del hambre atroz,
para dar paso a otros, muchas veces no sobraba nada para él. En otras
ocasiones compartía su pequeña porción de sopa o pan con otras personas.
Un prisionero relataba que él y varios otros, a veces gateaban en la
noche hasta llegar a la cama del Padre Kolbe, para hacer sus confesiones
y recibir palabras de amor y consuelo. El Padre Kolbe suplicaba a los
prisioneros que perdonaran a sus enemigos y que vencieran el mal con el
bien, el odio con el amor. Un doctor protestante que estaba a cargo de
los pacientes del bloque n. 12, testificó que el Padre Kolbe esperaba
hasta que todos los demás habían sido atendidos, antes de pedir
cualquier ayuda. “Se sacrificaba constantemente por los demás”, nos dice
el doctor.
"Ora para que mi amor no tenga límites", escribió a su madre en una
ocasión. Esa clase de amor es la que él contemplaba en la Cruz y en la
Eucaristía, en la escuela de amor. Esta es la oración que el Señor
siempre responde, pues es el deseo de su Corazón que nos convirtamos en
imágenes suyas, que tengamos los mismos sentimientos de Su Corazón. San
Maximiliano ofreció su primera misa por la conversión de los corazones
endurecidos, la segunda, por la gracia del martirio, y la tercera, por
la gracia de amar hasta el punto de convertirse en una víctima. (Todas
estas oraciones fueron respondidas por el Señor y todas ellas fueron
inspiradas por las vidas de Sta. Teresa de Lisieux y Sta. Gema Galgani).
Quizás muchos de ustedes conocen el final de la vida de este gran santo.
Un día, cuando diez hombres fueron escogidos para morir de hambre en
celdas destinadas para ello, como castigo por el escape de algunos
prisioneros, uno de ellos comenzó a llorar y gritaba: Por favor, tengo
esposa e hijos... San Maximiliano, acostumbrado a contemplar y vivir el
amor sacrificial del Corazón Eucarístico, dio un paso al frente y dijo:
-Yo quiero tomar su lugar. -Quién eres? Preguntó el comandante nazi.
-Soy un sacerdote católico! Un sacerdote, otro Cristo, unido a sus
sufrimientos por el bien de los demás. Sí, un sacerdote, para dar mi
vida, mi cuerpo, mi sangre, así como Jesús se dio por nosotros en la
Cruz y continúa dándose en la Eucaristía. San Maximiliano fue el último
en morir en la celda, habiendo ayudado a los demás a encontrar el poder
del perdón y del amor, el poder del amor de Jesús y María.
Este acto de amor manifestado en una ciudad de odio, como lo era
Auschwitz, la transformó, según nos lo manifiesta el testimonio de
aquellos que sobrevivieron. Por qué? porque pudieron contemplar la
realidad del amor: nunca puede ser vencido por el odio, ni la luz no
puede ser vencida por la oscuridad, cuando el reino del Corazón
Eucarístico habita en el corazón del hombre. De pequeño, San Maximiliano
tuvo una aparición de la Santísima Virgen, la cual le ofreció dos
coronas: una roja y otra blanca. El escogió las dos. Pureza y
sacrificio. Supo vivir las dos hasta el final. Vivió en dos ciudades: La
ciudad de la Inmaculada, donde el amor y la pureza reinaban, y la ciudad
de Auschwitz, donde reinaba el odio y el terror. En ambas Maximiliano
llevó las dos coronas del triunfo del Corazón Eucarístico: el triunfo
del amor: del amor sobre el odio, el bien sobre el mal, la luz sobre la
oscuridad. Este es el verdadero triunfo, cuando nuestros corazones,
movidos por el poder del Corazón Eucarístico, se adentran en su fuego
purificador y viven de su amor sobrenatural.
¡El vivía la Santa Misa! Dijo uno de los que le vieron celebrarla. En el
último periodo de su vida, en el campo de concentración, cuando ya no
podía celebrar la misa de modo sacramental, la celebró hasta el final
con su vida y muerte, con su total identificación con la Eucaristía,
ofreciéndose como un sacrificio vivo, como una hostia viva. San
Maximiliano estaba tan lleno de amor, aprendido y recibido en su
constante contemplación del amor oblativo del Corazón Eucarístico, que
se convirtió en el primer mártir del amor. Con este título nunca antes
concedido a otra persona, fue canonizado por el Papa Juan Pablo II. El
Santo Padre también le llamó: "profeta de la nueva civilización del
amor". El Papa dijo que es imposible no descubrir en su vida y
sacrificio, un poderoso testimonio de la Iglesia en el mundo moderno, y
al mismo tiempo, un gran signo para nuestros tiempos. San Maximiliano,
un gran santo mariano, completamente consagrado a la Inmaculada, fue
guiado por la Santísima Virgen hacia el fuego consumidor del amor del
Corazón Eucarístico, hasta el punto de convertirse en sacrificio vivo,
hostia viva, testigo del amor. La Consagración al Inmaculado Corazón
promueve el Reino del amor del Corazón Eucarístico en nuestros
corazones.
San Maximiliano:"Esta verdad debe estar inscrita en los corazones de
toda la humanidad, aquellos que viven en el presente y los que vendrán
en el futuro, hasta el fin de los tiempos. La Inmaculada debe ser
presentada a los corazones de todos los hombres, y de este modo
permitirle a Ella elevar el trono de Su Hijo en ellos, y de este modo
atraer a toda la humanidad al conocimiento de Cristo e inflamarles con
el amor a su Sagrado y Eucarístico Corazón."
La consagración al Inmaculado Corazón es el camino seguro para la
comunión con el Corazón Eucarístico, puesto que su Corazón es el que
conoce el secreto para la más íntima unión con el Corazón de Jesús. Ella
siempre nos llevará a alcanzar un mayor amor y comunión con su Hijo.
Ella nos dirige hacia la adoración y contemplación de su Hijo, y le ha
sido confiada la misión de reproducir en nosotros la imagen del Corazón
de Jesús. En Octubre 13 de 1917 en Fátima, le fue concedido a la
humanidad un gran regalo: el milagro del sol. En ese día anunciado por
Nuestra Señora, el Señor iba a manifestar un milagro que todos pudiesen
ver. Una copiosa lluvia cubría el lugar, los peregrinos tuvieron que
caminar en una atmósfera nublada, sobre charcos de lodo. Había llovido
toda la noche y en ese día oscuro y frío el Señor iba a manifestar su
presencia y su poder. De repente, después de que la Santísima Virgen
señalara hacia el sol, éste se hizo visible a todos y tomó la forma de
una Hostia. Comenzó a girar y pulsar hacia la multitud, parecía que se
venía hacia ellos con su intenso fuego para quemar la tierra. Se acercó
a la tierra, y los que allí se habían congregado estaban temerosos y no
comprendían lo que estaba sucediendo. Temían el fuego que se acercaba,
pero a su aproximación, todo se secó y el día fue transformado de
oscuridad en luz, de frialdad a calor. Este milagro del sol, es signo de
lo que el Corazón Eucarístico quiere obrar en nuestra generación.
"Debemos conquistar el mundo y ganar cada alma, ahora y en el futuro,
hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada, y a través de ella,
para el Sagrado Corazón de Jesús" A través del Inmaculado Corazón de
nuestra Madre, somos guiados hacia el Corazón Eucarístico de Jesús, el
horno ardiente de caridad, para que nuestros corazones sean
transformados en hostias vivas, testimonios vivientes del amor y de la
oblación total. Atraigamos a nuestra civilización el poder que triunfa
sobre el mal: El Reino del Corazón Eucarístico: ¡No olvidéis el amor!