El Encuentro con el Corazón Eucarístico
forma testigos del amor
Madre Adela Galindo, Fundadora
sctjm
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Solo para uso privado
En la carta apostólica Novo Milenio Ineunte, Su Santidad Juan Pablo II,
invitó a toda la Iglesia a entrar en este Tercer Milenio con una clara
convicción: solo los testigos del amor serán eficaces en la nueva
evangelización.
El amor es la identidad del cristiano auténtico y es el amor la fuerza
de toda evangelización. El Espíritu Santo está queriendo formar en este momento
histórico, grandes testigos del amor: de un amor que conlleva la
disposición a abrazar grandes sacrificios, tomar grandes riesgos y
llevar a cabo todos los designios de Dios edificándolos sobre la
abnegación y la generosidad de dar la vida, para que otros la tengan.
Solo esta clase de amor es el que sanará y restaurará al mundo de hoy,
convirtiéndolo en una civilización de amor y vida. Solo el amor crea,
decía San Maximiliano.
El amor es verdaderamente el corazón de la Iglesia, por que la Iglesia
nace del Corazón traspasado de Cristo. La caridad es verdaderamente el «
corazón » de la Iglesia. como bien intuyó santa Teresa de Lisieux:«
Comprendí que la Iglesia tenía un Corazón y que este Corazón ardía de
amor. Entendí que sólo el amor movía a los miembros de la Iglesia.
Entendí que el amor comprendía todas las vocaciones, que el Amor era
todo ».
El amor debe ser el origen y a la vez la meta, de toda misión en la
Iglesia. El gran desafío de la Iglesia en el tercer milenio, nos dijo el
Siervo de Dios
Juan Pablo II, es hacer de la Iglesia una “casa y escuela del amor”. Para ello,
la Iglesia, ha sido invitada a postrarse ante el amor de Cristo
Eucaristía, para aprender en la escuela de su Corazón, a amar como el
nos ha amado.
El
Corazón Eucarístico de Jesús escuela de amor
"Os doy un mandamiento nuevo, que os
améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34). Estamos
llamados a asemejarnos a Jesús, siendo testigos del amor, amando como el
nos ha amado. El es el modelo supremo del amor, y es en semejanza a su
Corazón que llegamos a vivir y testimoniar la plenitud del amor y la
santidad.. “Él mismo nos enseña que el corazón de la santidad es el amor
que conduce incluso a dar la vida por los otros" (cf. Jn 15, 13)Por
ello, imitar la santidad del Corazón de Cristo, no es otra cosa que
prolongar su amor en la historia” (exhortación apostólica Ecclesia in America, 30).
Siendo testigos del amor prolongamos su amor en la historia.
Para amar como Él nos ha amado debemos entrar en la escuela de su
Corazón y aprender de Él las dimensiones verdaderas del amor. No podemos
conformarnos con vivir menos que el amor pues como nos dice San Pablo en
su carta a los Filipenses, 2: “Tened entre vosotros los mismos
sentimientos de Cristo ”y como nos dijo S.S. Benedicto XVI, el 13 de mayo
2005: “Tenemos que ser realmente amigos del Señor, tener los mismos
sentimientos que Él, querer lo que Él quiere y no querer lo que Él no
quiere."
¿Como ama Jesús? Escuchemos las palabras del Sagrado Corazón a Santa
Margarita: “he aquí el Corazón que tanto ha amado sin escatimar en nada
por salvarles...” y San Juan nos dice en su Evangelio capítulo 13:
“habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo”. Hasta el extremo significa sin escatimar en nada,
absolutamente en nada, para manifestar su amor.
¿Como ama Jesús?
En el Corazón de Jesús había un solo amor; siendo su Corazón tan
grande, tan profundo, tan ancho y tan largo, no tenía, ni tiene, ni
tendrá más que un solo amor. Pues su amor nace de su santidad, y la
santidad tiene como característica la “sencillez”. Nosotros entendemos
la riqueza como multiplicidad, pero en Dios, su infinita riqueza está
ordenada por la simplicidad y la indivisión de su amor. La sencillez del
Corazón de Dios, le hace ser un amor riquísimo, un amor universal que
abarca cielo y tierra, el universo entero. Pero es un solo amor: un amor
tierno, apasionado, obediente y dispuesto en todo al Padre Celestial; y
a la vez, un amor puro, abnegado, generoso y sacrificial por los
hombres. Dos amores fundidos en un solo amor.
Cristo ama a los hombres y los salva por que son hijos del Padre, ama
tanto al Padre que quiere devolverle el amor perdido de sus hijos y
quiere manifestarle a los hombres el amor con que el Padre les ama.
“Padre, para que el amor con que tu me has amado esté en ellos” (Jn 17,
26). Ama al Padre, amando y cuidando de sus hijos. “Yo cuidaba en tu
nombre a los que me has dado, he velado por ellos” (San Juan capítulo 17).
Amar como Jesús ama, es amar con un amor único, indiviso y total por el
Padre y por la humanidad. Ahí radica la santidad, en la pureza de
nuestro amor. Nuestras luchas, inquietudes y ansiedades nacen de la
multiplicidad de afectos que batallan entre sí en nuestro corazón. De
manera que el primer proceso interior para la perfección en el amor es ir arrancando de nuestro corazón todo aquello que se opone al amor,
todos los obstáculos que bloquean o destruyen en nosotros esa sencillez
en el amor. Todos los afectos del corazón humano deben canalizarse,
ordenarse hacia un solo e indiviso amor: Dios y el prójimo.
Amar como Jesús ama, es amar con un amor universal.
El amor del Corazón de Jesús es radicalmente nuevo porque
trasciende las limitaciones y restricciones que estrechaban la idea del
amor. En el Antiguo Testamento se pensaba que el prójimo era solamente
los miembros del mismo pueblo y de la misma fe.
- Cristo rompe las barreras de esa hermandad restringida, y causa una
gran revolución de amor: su amor es universal, su salvación es
universal..
- Es tan universal que aún los enemigos no están excluidos: "Pues yo os
digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para
que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre
malos y buenos, y llover sobre justos e injusto" (San Mateo 5:43-48).
Nuestro amor
debe ser semejante al del Corazón de Cristo: universal, que no excluye a
nadie. No puede haber indiferencia, frialdad, desprecio para ninguna
persona, o ninguna nación, o ninguna raza o ninguna otra fe. El
verdadero amor cristiano, vence haciendo el bien a todos. El amor es la
victoria sobre la división, la animosidad, la rivalidad, la competencia.
El amor es la victoria sobre el mal. Esta lección es aprendida en el
corazón Eucarístico de Jesús, que vence el pecado, el rechazo y el
desprecio de los hombres, entregándose, donándose, voluntaria y
libremente para salvarnos. “Solo el amor crea, solo el amor triunfa”,
nos enseñaba San. Maximiliano Kolbe, porque “solo el amor tiene una
potencia invencible”. Solo el amor de Cristo fue capaz de vencer el
pecado, la oscuridad y la muerte. Solo el amor es capaz de vencer la
cultura de muerte y egoísmo del mundo moderno.
Amar como Jesús ama es amar con amor profundo. Jesús nos ama tan
profundamente, tan apasionadamente que nos lleva grabados en su corazón,
lleva escrito cada uno de nuestros nombres en Su Corazón. Por ello nos
diría en Cantar de los Cantares:” Ponme cual sello en tu corazón, como
un sello en tu brazo. Grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los
ríos anegarlo”.
Por ser su
amor la razón de nuestra salvación, Él permitió que su Corazón fuese
traspasado en la cruz, que su misión redentora fuese culminada con el
sello del amor: la llaga de su Corazón. Y ahí en la profundidad de la
llaga de su Corazón graba nuestros nombres. Isaías 49: “en las palmas de mis
manos te llevo grabada”.... Jesús no solo quiso llevar grabados nuestros
nombres en las llagas de sus manos, sino que permite que se le haga una
llaga en el Corazón para guardarnos en ella.
“Al recibir
la Eucaristía, me parece escuchar los latidos profundos del amor de tu
Corazón, Jesús. Me parece escuchar como me llamas, como pronuncias mi
nombre, que llevas grabado en la llaga de amor de tu corazón” (Santa
Teresita de Lisieux). Jesús, quiere, en la escuela de su Corazón
enseñarnos a amar profundamente, a dejar tanta superficialidad. El amor
debe calar lo mas profundo del ser, el amor debe ser la fuerza motora de
toda nuestra existencia. Con cuanta facilidad abandonamos el camino del
amor, y es porque no le hemos permitido echar raíces, sellar el corazón,
marcarlo profundamente para que sea nuestra identidad.
El Corazón
de Jesús, nos ha amado hasta el extremo, con amor abnegado y
sacrificial. Nos ha amado hasta el extremo entregándose total y
libremente para nuestra salvación. No ha escatimado en nada, hasta el
punto de darnos Su Cuerpo, Su Sangre y Su Corazón en la Cruz, y continúa
haciéndolo en la Sagrada Eucaristía. La Eucaristía es el don de su
auto-donación y su amor sacrificial por los hombres. En la Última Cena,
Jesús dijo a sus apóstoles, y a la Iglesia hasta el fin de los tiempos:
"Éste es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y
eterna, entregada por vosotros" (San Mateo 26). Que abnegación, que
generosidad!! Y no solamente entregó su vida, sino que lo hizo de forma
voluntaria y libre, pues éste es la marca del auténtico amor, "Yo doy mi
vida.., nadie me la quita, la doy voluntariamente" (San Juan 10,18).
El corazón que se olvida de si, es el amor abnegado, el que sabe sufrir
por amar. Santa Clara de Asís, “el amor que no conoce el dolor no es
digno de ese nombre”. Todo amor autentico experimentará necesariamente
un desgarramiento de corazón. El amor conlleva la inmolación del propio
deseo, de la propia voluntad, el amor conlleva renuncia y por eso dolor.
La abnegación es en si, la donación del ser por la causa del amor. Santa
Margarita nos dice que Jesús le relevó como desde la Encarnación, su
Corazón estaba marcado con la cruz. “Pues el amor y la abnegación fueron
la razón de mi Encarnación”.
El amor
generoso, abnegado, es el amor que crece, el que es fecundo. “ El amor
entre mas se da, mas crece, mas se multiplica, mas se extiende... el
amor en su esencia crece cuando mas se entrega” (Juan Pablo II, 1986).
Esto es
precisamente lo que el Corazón Eucarístico de Jesús quiere formar en
nosotros: corazones abnegados, dispuestos a dar la vida para el bien del
mundo y de la Iglesia. A la Venerable Conchita Armida, gran mística mexicana
de los 1920, el Señor le explicó: "Necesito un ejército de almas santas
transformadas en mí que convirtiéndose en hostias vivas que se ofrezcan
en total unión a la oblación de Cristo al Padre para el bien del mundo y
de la Iglesia." Conchita profetizó un segundo Pentecostés, tan
necesitado en el mundo: "éste Pentecostés será interior, habrá una
poderosa transformación de los corazones formados en la abnegación del
Corazón Eucarístico." El amor es siempre ofrenda, y toda ofrenda debiera
ser eucarística, es decir: como la de Jesús".
El
Corazón de Jesús forma a los santos y testigos del amor
“Cuanto se alegra la Iglesia, de que en el amor del Corazón de
Jesús se enciendan de amor los corazones de tantos, y se conviertan en
testigos del amor” (Juan Pablo II, 1986). El Corazón de Jesús es un horno
ardiente de amor, una zarza ardiente e inextinguible de amor. El quema
con el amor que lo colma. El amor posee algo de la naturaleza del fuego:
arde y quema, ilumina, derrite, calienta.. Jesús, en la Eucaristía, arde
de amor por nuestros corazones, y ese ardor es el que consume todo lo
que en nuestros corazones es materia pasajera, es impureza, es egoísmo,
es impedimento al amor.
“Todo corazón humano, nos dijo S.S. Juan PabloII en 1985, está llamado a palpitar
al ritmo del amor, así se mide su dignidad y su altura”- Esta medida,
esta altura es la que han alcanzado los santos que se han dejado
encender, se han dejado consumir en el fuego de amor del Corazón
Eucarístico de Jesús. Ellos se han dejado llenar de esa plenitud de amor y
se han dejado llevar a esas alturas de amor. Ellos dejaron que el amor
de Cristo ensanchara la estrechez de sus corazones como dice el profeta
Isaías, capítulo 54: “ensancha el espacio de tu tienda, pues te
expandirás a derecha e izquierda”. El Corazón Eucarístico de Jesús es el
tesoro, el modelo, el santuario y la morada de las grandes almas, de los
grandes testigos del amor."
Testigos del Amor
San Juan 19, 33: “uno de los soldados le atravesó el costado con
una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio', lo atestigua y su testimonio es válido;
él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis.” San Juan
es testigo del amor, por que contempla, por que ve, no solo con sus ojos
sino que también con su corazón, el misterio de amor del Corazón de
Cristo. Hay un “ver” que se queda en lo exterior, hay un ver que es
histórico, que está unido al momento que se vive, es el ver del testigo
ocular. Pero el testigo que es a la vez, apóstol y discípulo, es el que
se hace presente en el momento histórico, en la hora precisa y en el
lugar, y por ello puede contemplar el hecho con sus ojos, pero sobre
todo, lo contempla con el corazón lleno de fe y esto le permite penetrar
el sentido mas profundo del evento. Contempla el amor y capta su sentido
mas profundo, su sentido redentor........contempla desde dentro, no solo
desde afuera, ve el misterio de amor y lo atestigua con sus palabras
pero sobre todo con su propia vida.
San Juan
contempla el Corazón que tanto ha amado a la humanidad hasta el punto de
dejarse traspasar para dar vida. Ahí, al pie de la cruz, San Juan
comprendió las dimensiones fecundas del amor sacrificial del Corazón de
Cristo, ahí se convierte en testigo de que el amor es mas fuerte que la
muerte. (cf. Cantar de los Cantares, capítulo 8).
En este amor se consumió el corazón de Santa Rosa de Lima, “la primera
flor de santidad en el Nuevo Mundo”, como se le nombra en la
Exhortación Apostólica Ecclesia in America, pasaba tiempo con Jesús
eucarístico, dibujaba su corazón con diferentes aspectos de la
transformación interior que se sucedía mientras ella estaba expuesta a
los rayos de amor del Corazón de Cristo. “Ahí he aprendido a amar, decía
Santa Rosa, ahí aprendí que el amor consume y desea entregarse, por ello
debo darlo a los que sufren, a los enfermos: “no tengo miedo que se
manchen mis vestidos con las llagas de los que sufren, pues así limpio
las llagas del rostro de Cristo”
¿Como no entregar mi vida por amor, si el Corazón de Jesús me entrega su
amor a diario en la Eucaristía? Decía San Martín de Porres. Esta
conciencia del amor generoso de Cristo en la Eucaristía lo llevó a ser
gran apóstol de los enfermos. Fraile Cristóbal de San Juan testificó que
«a los religiosos enfermos les servía de rodillas; y estaba de esta
suerte asistiéndoles de noche a sus cabeceras ocho y quince días,
conforme a las necesidades en que les veía estar, levantándoles,
acostándoles y limpiándoles, aunque se tratase de las más grotescas
enfermedades».
Con la
fuerza del amor del Sagrado Corazón se forma el corazón misionero de
Madre Cabrini, quien movida por este amor se lanza con su orden
misionera y llega a América para cuidar de los inmigrantes. Si el Sagrado Corazón me
da la fuerza y los medios, iré a esas tierras lejanas a llevar el amor
de Cristo tanto para los que no lo conocen como para los que se han
olvidado de él”. El ardor misionero de Madre Cabrini surge después de
una experiencia ante el Santísimo Sacramento: El Sagrado Corazón le
mostró el amor de su Corazón, y le dijo: “tu corazón es mío, y mi
Corazón es tuyo. Desde este momento todas tus empresas las harás con el
amor de mi Corazón.” Desde ese momento, sintió unas palpitaciones en su
corazón por las cuales no hubo explicación médica.
A lo largo
de su recorrido por tierras guatemaltecas profesando amor, devoción, y
caridad, el Santo hermano Pedro, profesaba ardientemente su amor por el
Corazón de Cristo. “Es él, decía el santo, el que mueve mi pobre corazón
al amor. Cuando lo contemplo a diario en mi oración amando intensamente
a la miseria humana que no puedo conformarme con yo no hacer lo mismo”.
Este amor fue el motor para todas sus obras sociales. “la virtud de
la caridad ardía en su corazón. Fue pacífico, benigno, manso, sin nota
de malicia, de soberbia, sin ambición, ni protagonismos, sin irritación,
se dolía en el sufrimiento ajeno y se gozaba en la verdad y la
justicia”.
Santa Teresa
de los Andes, carmelita que ardía como ella explica “en el fuego
consumidor del amor de Cristo” y que deseaba ser para la Iglesia, para
el mundo, en el silencio del Carmelo un holocausto de amor como lo es el
Corazón Eucarístico. “Quiero proclamar, decía, con mi ofrecimiento y mi
sufrimiento, el gran evangelio del amor.”
América,
tierra de lagos y volcanes, de altas cumbres y hermosos mares... fue
llamada en 1992 por Su Santidad Juan Pablo II, en el V centenario de
nuestra evangelización, a ser el Continente de la Esperanza. Recuerdo
que estas palabras resonaron fuertemente, en el momento que se encendía
con poderosa luminosidad el faro de Colón, y de sus rayos, se reflejaba
en el oscuro firmamento, el signo de la Cruz.
América
Continente de la esperanza, porque estás llamada a formar grandes
testigos del amor en el inicio de este Tercer Milenio. “América, Avanza,
dijo Juan Pablo II, entre gozos y lágrimas hacia la anhelada
civilización del amor. . América, resiste a los embates del mal y a la
tentación de la violencia........no te dejes vencer."
Y en el
2001, nos exhortaba “preparense para la nueva evangelización en el
Corazón amante de Cristo: para ser testigos en el mundo, de que el
Cristianismo es la religión del Amor”. Su Santidad Benedicto XVI, nos
llamó a “ser testigos del amor, a no olvidarnos que esta es
la esencia del cristiano”. “No se olviden de amar” fueron las palabras
que San Maximiliano gritara a los frailes cuando los nazis se los
llevaban a las prisiones y campos de concentración.
El Siervo de Dios, Su Santidad Juan Pablo II, dijo en 1987: “La
construcción de una civilización del amor requiere temples recios y
perseverantes, dispuestos al sacrificio e ilusionados en abrir nuevos
caminos de convivencia humana, superando divisiones y materialismos
opuestos. Esta es una responsabilidad de todos, los hombres y mujeres
del mañana, en los albores del tercer milenio cristiano.” Y el Padre
Kentenich, fundador de Shoenstatt: nos dijo "Queremos asistir a la
escuela superior de la Eucaristía y aprender allí cómo debe ser la
culminación de un amor creciente y de un espíritu de sacrificio que se
muestra en los hechos". Si "Pruébenme primero por hechos que me aman
realmente… Ahora tienen la mejor oportunidad para ello."
América, América cristiana, América eucarística y
mariana, ahora es tu mejor oportunidad de ser para el mundo entero, como
nos pidió S.S. Benedicto XVI : “testigos luminosos del
amor”