Queridos
hermanos y hermanas:
La
Iglesia, como Madre, nos invita en éste período previo a la celebración de la
Navidad, a una adecuada preparación. Éste tiempo de espera, al cual llamamos
Adviento, es un tiempo de sincera reflexión, de adecuada preparación y de
profundo agradecimiento por la gracia tan inmensa que hemos recibido: el
nacimiento de Nuestro Salvador.
El profeta Simeón, después
de esperar por tantos años la llegada del Mesías, exclama: "Ahora Señor según
tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu
salvación, la que has preparado ante todos los pueblos. Luz para alumbrar a las
naciones y gloria de tu pueblo Israel" (Luc 2: 29) . ¡Qué alegría la de
Simeón al contemplar ante sus ojos al Salvador del mundo! Y es esa misma
alegría, la que nosotros debemos sentir desde lo mas profundo de nuestros
corazones cuando contemplamos a Jesús presentado al mundo en brazos de Su
Santísima Madre.
El ángel dijo a los pastores: no
temáis, les anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo, os ha
nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor". (Luc
2:10) Para poder
nosotros esperar la venida del Salvador con gran alegría y agradecimiento, se
requiere que primero comprendamos la necesidad de salvación que tenemos cada uno
de nosotros. Es necesario reconocer primero que hemos sido trasladados del reino
de las TINIEBLAS al reino de la LUZ.
Por el pecado de nuestros
primeros padres, entró en la humanidad el reino de la oscuridad y de la muerte.
Es por esto, que desde las primeras páginas del Génesis, se nos da la promesa
misericordiosa del envío de un salvador, el Mesías que vendría a liberarnos del
pecado, la oscuridad y la muerte.
¿Qué sería de nosotros si
no hubiese venido Cristo, si no hubiese habido Encarnación, sino hubiésemos sido
salvados? Tendríamos sin opción como Padre, al demonio y como estilo de vida, el
pecado. No tendríamos esperanza. Estaríamos condenados a vivir en el reino de la
oscuridad, sometidos a sus apetencias, invitaciones y estilos de vida. Pero en
Isaías vemos que se anuncia el gran acto de misericordia que el Señor realizaría
para sacarnos de este reino de oscuridad y muerte; del reino del demonio, al
reino de Dios... "El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande. Los
que vivían en tierra de sombras, una luz brillo sobre ellos. Acrecentaste el
regocijo, hiciste grande la alegría, alegría por tu presencia" (Is 9, 1-2) .
Por la Encarnación y la obra
redentora de Cristo, Dios restituye al hombre y le da la oportunidad de,
libremente, abrazar las gracias de salvación y así adentrarse en el reino de la
luz, o sea, en el reino de Cristo, en el Corazón de Cristo.
Por esto hermanos, el adviento es
tiempo de alegría, pero no de una alegría meramente humana, sino de una alegría
espiritual, la alegría de saber que "la Palabra se hizo carne y habito entre
nosotros... La Palabra era la luz verdadera.. y la luz brilla en las tinieblas y
las tinieblas no la vencieron.". Cristo, la luz del mundo, ha disipado con Su
amor, nuestro egoísmo; con Su obediencia, nuestra rebeldía; con Su perdón,
nuestro odio; con Su olvido de sí, nuestra frialdad; con su paz, nuestra
violencia.
Como dice su SS Juan Pablo II:
"El Adviento, es el tiempo de regocijarnos en el don que se nos ha dado, El
Salvador." Abrazar este don de la salvación requiere una adecuada preparación de
nuestra parte. Por esto vemos a Sn Juan Bautista, quien prepara el camino del
Salvador, proclamar como debida preparación para recibir al Salvador, un
"bautismo de conversión para el perdón de los pecados": "Voz que clama en el
desierto, preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será
rellenado, todo monte y colina será rebajado lo tortuoso será recto y las
asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios" (Luc 3: 3-6)
El Señor nos pide que le
permitamos hablar a nuestros corazones para así, podernos revelar cuales son
esos obstáculos que bloquean nuestra vida de santidad, virtud y de auténtico
seguimiento a Cristo. El Señor quiere revelarnos cuales son esas sendas
interiores o exteriores que están torcidas y que debemos enderezar; cuales son
esos barrancos de nuestra escasez espiritual o humana que no nos permiten dar lo
mejor de nosotros a Dios y a los demás. El Señor quiere rebajar las colinas de
nuestro orgullo, egoísmo, ira, soberbia o avaricia, que impiden que la gracia
fluya libremente en nuestros corazones. El quiere limar las asperezas y las
durezas en nuestras formas de pensar, hablar y sentir hacia los que nos rodean.
Ahora bien, sólo en corazones que han sido preparados con una verdadera
conversión, puede llegar la salvación de Dios.
Hermanos, en fin, hay que remover
las imperfecciones de carácter, la falta de amor, paz y gozo, la falta de
humildad, la falta de autenticidad de vida. Hay que remover todos los obstáculos
para que Jesús pueda nacer en nuestros corazones. Tenemos que preparar nuestras
almas con gran diligencia y solicitud, pues como nos dice dice San Pablo: "
"Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese Día os
sorprenda como ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del dia.
Nosotros no somos de la noche, ni de las tinieblas. Por lo tanto si somos del
día revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza
de salvación" (1 Tes 5:4-8).
Con todo nuestro amor,
agradecimiento y constantes oraciones,