Arder de Amor por Cristo
Madre Adela Galindo, Fundadora, SCTJM

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(Reflexión dada a religiosas en la convocación
de la Jornada mundial de la Vida Consagrada
en la Arquidiócesis de Miami, febrero del 2005)
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Año de la Eucaristía, año de encender nuestro corazón en el ardor del amor

El pasado 7 de octubre su Santidad Juan Pablo II, proclamó del Año de la Eucaristía con la Carta Apostólica «Mane Nobiscum Domine»,”Quedate con nosotros, Señor”. ¡Quédate con nosotros! Esta fue la invitación que los discípulos que se dirigían hacia Emaús hicieron al caminante que se había unido a ellos a lo largo del trayecto. Aquellos discípulos que caminaban con el peso de la tristeza, del desconsuelo, del cansancio y del desánimo, sintieron necesidad de la presencia de “Aquel” cuyas palabras y compañía, les hacía “arder el corazón”, como nos dice este pasaje de San Lucas. (24,29)

Entre las sombras y penumbras, los discípulos experimentaron con la presencia del Señor, un “ ardor del corazón”, o sea, un fuego de amor que les incendiaba el corazón y les disipaba las tinieblas interiores, iluminándolo todo a tal punto que nos dice San Lucas (24:29): «se les abrieron los ojos».

En este Año de la Eucaristía, estamos invitadas a “redescubrir” el gran misterio de amor de la presencia real y sustancial de Cristo en la Eucaristía. Tomando la imagen de los discípulos de Emaús, la Iglesia entera y de manera particular las comunidades religiosas, estamos siendo invitadas a dirigir la mirada de nuestro corazón a Cristo, que ha cumplido y siempre cumple la promesa que nos hiciera en Mt 28, 20: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. ¡El está con nosotros! El se ha quedado con nosotros en medio de las dificultades y durezas de la vida, en medio de los sufrimientos y pecados, en medio de la frialdad y los agobios del mundo. El está con nosotros para que el fuego de su corazón mantenga la llama de los nuestros encendida, nos mantenga ardiendo de amor por El y por la humanidad. Su presencia a veces escondida a nuestros ojos, es tan real como la que testificaron los discípulos de Emáus, y el efecto principal de su presencia a nuestros corazones debe ser ante todo el mismo que experimentaron estos discípulos: “les ardía el corazón” o sea, que la presencia de Cristo “enciende” el corazón humano con el fuego de su amor. Sobre este tema precisamente el Cardenal Carlos Amigo de España, decía hace unos días en ocasión de la Jornada de Vida Consagrada: “la vida consagrada y la Eucaristía se unen de tal manera que queman en amor a la persona consagrada”.

El arde de amor por nosotros en la Eucaristía
“'La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia. Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor" (EE, 1).

La Eucaristía es el don por excelencia del amor del Sagrado Corazón. No podemos entender la Eucaristía sin entender el amor del Corazón de Jesús. En el capítulo 13 de su Evangelio, San Juan nos dice:"̈Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn. 13:1. Hasta el extremo, significa sin escatimar en nada, absolutamente en nada, para manifestar Su amor. Solo el amor y que clase de amor es el que ha hecho capaz al Corazón de Jesús de quedarse con nosotros en la humildad de la Eucaristía. Por ello diría a Sta. Faustina desde el tabernáculo:"̈El amor me ha traído aquí y el amor me mantiene aquí”

En este año, estamos llamadas, de manera particular las personas consagradas, a descubrir el misterio del infinito amor de Cristo en la Eucaristía. Comprender el amor con que somos amados para poder corresponder con generosidad y gratitud al amor de Aquel que tanto nos ha amado y que como decía San Francisco, “no es amado”.

Las personas consagradas, estamos llamadas, de forma especial, a descubrir y valorar la Eucaristía como un "Misterio de Amor", como un acto de amor personal del Señor con cada una de nosotras, y participar y adorar este sacramento como un verdadero acto de amor a Dios, como una respuesta de amor a quien tanto nos ha amado. "Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega 'hasta el extremo' (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida" (EE, 11) y este amor engendra amor en el corazón humano.

Esta profunda comprensión del “amor hasta el extremo” con que Cristo nos ha amado, como lo dijera a Santa Margarita María: "He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, sin escatimar en nada, hasta el punto de consumirse para darles a conocer Su amor", evocará en nuestro corazón una respuesta de amor, propia de la dimensión esponsal de nuestra vocación consagrada. El amor de Cristo invita al amor, a la unión profunda del corazón humano con el suyo. “Mi amado es para mi y yo soy para mi amado”. (Cant 6)

“Yo estoy con vosotros todos los días” (Mt 28)
“La Eucaristía es un misterio de presencia, a través del cual se realiza de modo supremo la promesa de Jesús de estar con nosotros hasta el fin del mundo” (MND, 16)

¡Que misterio! el amor es singularmente “presencia”. Uno de los signos evidentes del amor y la fidelidad será “estar al lado del amado”, entregando el corazón, el amor, la vida. La presencia es fundamental para que el amor pueda ser percibido, recibido, comprendido y para que opere sus efectos mas profundos en el corazón de quien recibe y acoge ese amor.

Para Jesús, el quedarse con nosotros “todos los días” para acompañar, vivificar, alimentar, iluminar y proteger a la Iglesia su esposa, fue y continua siendo, signo elocuente de su amor y de su fidelidad. El está con nosotros todos los días... Y a nosotras, almas consagradas, esposas de Cristo, nos conmueve ese amor que es “presencia” y debemos corresponderle con nuestra presencia. Si el está con nosotros todos los días, nosotras debemos estar todos los días con él. Debemos estar con el amado, como el está con nosotros en la Eucaristía.

Estar con El, como El está con nosotros
Escuchemos las palabras del Santo Padre en la Carta Apostólica “MND” con que inició el Año de la Eucaristía: “Vosotros, consagrados y consagradas, llamados por vuestra propia consagración a una contemplación más prolongada, recordad que Jesús en el Sagrario espera teneros a su lado para rociar vuestros corazones con esa íntima experiencia de su amistad, la única que puede dar sentido y plenitud a vuestra vida”. (n. 30)

Nuestra relación esponsal con Cristo, alcanza un cúlmen particular en la comunión eucarística. En ese momento las palabras de Cristo "Permaneced en mí, como yo en vosotros" (Jn 15,4), se actualizan de modo poderoso. Es en la comunión eucarística como en la adoración eucarística, que la dimensión esponsal de nuestra vocación entra en un dinamismo de amor, que tiene el poder de transformar, encender y elevar nuestro corazón a grandes alturas de santidad y de caridad. “no dejen de dedicar, con renovada convicción, un tiempo suficientemente largo a la oración ante el Señor para decirle su amor y, sobre todo, para sentirse amados por El"(EE, 6).

Una actitud fundamental de la Santísima Virgen, que podemos evidentemente palpar en las Sagradas Escrituras, es “el siempre estar al lado del Señor”... Desde la Anunciación... los nueve meses de espera y oración; en Belén, encontraban al niño, al lado de su madre. En la presentación, está con el niño en brazos... en la pérdida en el Templo, ella sale al encuentro; en su ministerio público, ella está silentemente a su lado; en el camino al Calvario, con dolorosa fidelidad lo acompaña; en el Gólgota, su compañía y su mirada están al pie de su hijo crucificado. Muerto, lo colocan en sus brazos.. Ella lo deposita en el sepulcro. Con la Iglesia naciente, el cuerpo místico de Cristo, Ella está a su lado.

Por tanto, la Virgen es el primer y elevado modelo de toda persona consagrada.¡Cuán consolador, nos dice el Papa, es saber que María está a nuestro lado, como Madre y Maestra, en nuestro itinerario de consagración! «Quisiera ser como María — escribe la B. Carmelita María Cándida de la Eucaristía en una de las páginas más intensas y profundas de La Eucaristía —, ser María para Jesús, ocupar el puesto de su madre. “La mujer eucarística con toda su vida “ (EE, 53). «Le pido a mi Jesús ser puesta como centinela de todos los sagrarios del mundo hasta el fin de los tiempos»

“Estar con Cristo ”... en un relato de los evangelios se nos recuerda que Jesús alabó esta disposición de María de Betania que, «sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra». A Marta, que se acercó a Jesús pidiendo que interviniera para que su hermana la ayudara en el servicio, el Maestro respondió: «María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada» (Lc 10, 38-42). El significado de estas palabras de Jesús es muy claro: la mejor parte consiste “en estar con Jesús”, permanecer con El, cerca de él.. Tener el corazón en plena comunión con el suyo. Por eso, en la tradición cristiana, inspirada en el Evangelio, la contemplación goza de una prioridad indiscutible en la vida consagrada. Oseas 2:16 “la llevaré al desierto y hablaré a su corazón”.

Así nos lo explica el Santo Padre: “Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. El alma consagrada ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el 'arte de la oración' [7], ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!" (EE 25)

La Eucaristía forja mártires de amor
La eucaristía es expresión clara de la fidelidad de Cristo con su Esposa, la Iglesia, y con la Eucaristía también nosotras debemos claramente expresar nuestra fidelidad y compañía al Esposo. La constate dedicación en la oración, en la escucha, en la comunicación de amor ante la presencia Eucarística, forja en el corazón consagrado la disposición total a la entrega diaria hasta el extremo de dar la vida. “En este siglo, como en otras épocas de la historia, hombres y mujeres consagrados han dado testimonio de Cristo, el Señor, con la entrega de la propia vida”. (VC, 86

La fidelidad de tantos consagrados en medio de largos y heroicos padecimientos, hasta llegar a dar su sangre en perfecta conformación con Cristo Crucificado es fruto de la contemplación asidua del gran misterio de amor y oblación de Cristo en la Eucaristía. En esta contemplación descubrimos su fidelidad, su amor hasta el extremo y su abnegación sublime, hasta el punto de la cruz y de la eucaristía. Nos dice VC, 83, que “la entrega hasta el heroísmo pertenece a la índole profética de la vida consagrada”. Está en el carácter, en la esencia de la vida consagrada, esa fidelidad total a Cristo, hasta incluso, llegar a los sacrificios mas heroicos. Este amor es forjado en la Eucaristía. Como decía el Beato Damian: “Si no fuese por la constante presencia de Nuestro Divino Maestro en nuestra humilde capilla, no hubiese podido perseverar en participar de la misma suerte de los leprosos en Molokai”.

El amor del Corazón Eucarístico, siempre producirá amor en el corazón humano. Ir a la escuela de amor abnegado y sacrificial, transforma nuestros corazones y nos dispone a la misma fidelidad de permanecer fieles a Cristo y ser testigos de su amor, aunque esto nos cueste la propia vida. S. Maximiliano Kolbe, el caballero de la inmaculada, era conocido por visitar constantemente el Sagrario...”para ir a la escuela del amor, decía, a transformar mi corazón en semejanza al suyo”. Por ello, fue capaz de tomar el lugar de un hombre padre de familia, en el campo de concentración de Autzchich y ser, en ese lugar de tanto odio, testigo elocuente del amor, muriendo como Cristo dando la vida por otro.

Santidad de vida consagrada fruto de la relación eucarística
“Aspirar a la santidad: este es en síntesis el programa de toda vida consagrada, también en la perspectiva de su renovación e los umbrales del tercer milenio” (VC, 93).

SS Juan Pablo II nos ha dicho en NMI que el Camino pastoral de la Iglesia de hoy es uno solo y es urgente: el de la santidad. Para Juan Pablo II, la nueva primera de la Iglesia es ante todo un momento de gracia abundante, por la cual se forjarán grandes santos y santas. Los nuevos santos de este Milenio. “La santidad es el mensaje elocuente que no necesita palabras, la santidad representa al vivo el rostro de Cristo. (NMI,7) . “No os olvidéis que vosotros de manera particular, podéis y debéis decir no sólo que sois de Cristo, sino que habéis llegado a ser Cristo mismo” (VC, 109)
¡El alma consagrada se forma y se forja en el trato frecuente con Cristo en la Eucaristía! Ante Él el alma se llena de gracias, la fe se robustece, la esperanza se hace más gozosa y segura, el amor se dilata.

¿Donde se forjan los santos? Ante la presencia de Cristo en la Eucaristía. La eucaristía es el secreto de los santos, por que ellos han entendido plenamente las palabras de Jesús: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mi y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.” (S. Juan 15, 5)

No hay santos sin la Eucaristía, y no hay mas santos, porque faltan hombres y mujeres que van a estar con Jesús en la Eucaristía para ser transformados en imágenes vivientes de los sentimientos, virtudes y mociones del Corazón Eucarístico de Cristo. “Sigamos, queridos hermanos la enseñanza de los Santos, grandes intérpretes de la verdadera piedad eucarística. Con ellos la teología de la Eucaristía adquiere todo el esplendor de la experiencia vivida, nos contagia y nos enciende”. EE, 62) Podríamos dar tantos ejemplos de Santos y Santas que su vida ha estado totalmente centrada en la Eucaristía... que han hecho de toda su vida una vida eucarística.

Santa Teresita de Lesieux: El centro de toda su vida, su afecto y atención era “el prisionero de amor” como llamaba a Jesús Eucarístico. En una poesía que compuso nos revela su amor ardiente y dependencia total por el Sacramento de Amor. “quiero ser llave del sagrario para abrir la prisión de la Santa Eucaristía. Quiero ser la lámpara que se consuma cerca del sagrario.. Quiero ser la piedra del altar para ser un nuevo establo en donde repose la Eucaristía. Quiero ser corporales para guardar en ella la hostia consagrada. Quiero ser patena .... quiero ser custodia... quiero ser cáliz ..” o sea, que Sta. Teresita quería ser todo lo que pueda ser para amar y custodiar a Jesús Eucarístico.

Reparar con nuestro amor
(MND 18): “La adoración eucarística, fuera de la misa, debe ser durante este año un objetivo especial para las comunidades religiosas. Postrémonos largo rato ante Jesús presente en la Eucaristía, reparando con nuestra fe y nuestro amor los descuidos, los olvidos e incluso los ultrajes que nuestro Salvador padece en tantas partes del mundo”.

El Santo Padre nos ha llamado a que en este año de la Eucaristía ante todo ofrezcamos nuestro amor a Jesús, como una ofrenda de reparación. Este acto de amor toma particular significado en la vida consagrada, pues nuestra vocación es en si misma una ofrenda de reparación, como nos dice S. Tomás de Aquino: “ se puede comprender la identidad de la persona consagrada a partir de la totalidad de la entrega, equiparable a un auténtico holocausto (VC 17). Por lo tanto nuestra reparación tiene una doble fuerza, la del amor que conlleva todo acto reparador y la de la vocación misma, vivida en entrega generosa y voluntaria del ser, a Dios y al cumplimiento de su voluntad. “Os exhorto, a que ofrezcaíz vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios, tal será vuestro culto espiritual” (Rom 12). “No constituye su vocación acaso un ofrecimiento sacrificial en si mismo? Cada persona consagrada, guíada por el amor esponsal hacia Cristo, le ofrece el sacrificio de su vida, entregándose por completo y dejándolo todo, a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia.” (JPII, 1996)

La reparación de la religiosa encuentra su mas alta manifestación de amor en la comunión intima, real y total de su corazón con el corazón Eucarístico. “quiero que en su visita al Tabernáculo, todos los días vengan a recoger mis lágrimas, enjugando mis ojos con sus corazones”. (Jesús a la Ven. Conchita Armida)

La vocación consagrada repara por todo lo que se opone al amor de Dios en el corazón humano y en el mundo
El Papa nos explica este tema en la Exhortación Apostólica “Vita Consecrata”:
“En la economía de la Redención los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia constituyen los medios más radicales para transformar en el corazón del hombre tal relación con "el mundo"; con el mundo exterior y con el propio "yo". En la primera Carta de San Juan, no es difícil advertir la importancia fundamental de los tres consejos evangélicos en toda la economía de la Redención.
• la castidad evangélica nos ayuda a transformar en nuestra vida interior lo que encuentra su raíz en la concupiscencia de la carne
• la pobreza evangélica todo lo que tiene su raíz en la concupiscencia de los ojos
• la obediencia evangélica nos permite transformar de modo radical lo que en el corazón humano brota del orgullo de la vida.

A las carmelitas en el convento de Auschwitz, “recordando las palabras de Sta. Teresita, “mi vocación es el amor.. He encontrado mi lugar en la Iglesia... en el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor”...el Santo Padre les preguntaba: ¿que deben hacer con su presencia en este lugar? Ser amor, hacer que el amor triunfe en un lugar que por muchos años fue capital de odio y violencia. Lugar donde tantos hijos de la Iglesia fueron testigos del amor... que su presencia religiosa sea signo permanente y ardiente de “que el amor es mas fuerte que la muerte”.

Arder de amor para encender el mundo
La Iglesia nos invita a partir todos desde la Eucaristía par la primera y para la nueva evangelización de nuestro mundo. ¿No fuimos acaso invitados en el 2002 con el documento dado por la Congregación para los Institutos de vida consagrada, “a caminar desde Cristo”? O sea, a emprender nuestro camino como personas consagradas en este Tercer Milenio, partiendo desde nuestro encuentro diario, personal y comunitario, con Cristo en la Eucaristía.

En este mismo documento, se nos invita a la Nueva Evangelización con especial brillor eucarístico: “ un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su reflejo.. Esta es una tarea que nos hace temblar si nos fijamos en la debilidad que tan a menudo nos vuelve opacos y que llenos de sombras. Pero es una tarea posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a su gracia que nos hace hombres nuevos” (CDC 46). El Santo Padre, precisamente, este pasado 2 de Febrero para la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, nos envió desde su cama del hospital Gemelli, este mensaje a todos los consagrados: “la Eucaristía es el secreto de ardor que necesitan hoy los religiosos”.

Si ha llegado la hora de elevar nuestros ojos hacia lo alto, hacia la hostia consagrada, hacia Cristo presente entre nosotros... ha llegado la hora de seguir adelante con la fuerza transformada y renovadora de la Eucaristía. La Iglesia necesita hombres y mujeres consagrados cuyo corazón arda, como el de los discípulos de Emaús, ante la presencia de Cristo. Sólo si nuestro corazón arde de amor, se consume en pasión de amor por Cristo y la humanidad, es que tendremos la fuerza, el valor, el impulso y la valentía para lanzarnos a la Nueva Evangelización tan necesaria en nuestro mundo contemporáneo. Tenemos que ser encendidos para poder entonces encender.. Tenemos que conocer íntimamente en el corazón para poder transmitir como testigos vivientes, el fuego del amor de Cristo y de su Evangelio.. “la nueva evangelización como la de siempre será eficaz si se sabe proclamar desde los tejados lo que ha vivido en la intimidad con el Señor” (VC 81)

Conclusión con las palabras de Ecclesia de eucharistia, 62
"Sigamos, queridos hermanos y hermanas, la enseñanza de los Santos, grandes intérpretes de la verdadera piedad eucarística. Con ellos la teología de la Eucaristía adquiere todo el esplendor de la experiencia vivida, nos 'contagia' y, por así decir, nos 'enciende'. Pongámonos, sobre todo, a la escucha de María Santísima, en quien el Misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor."
 

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