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Contexto histÓrico

 

En 1914 se inicia la GRAN GUERRA, que se llamó así porque nunca antes había sucedido algo semejante en la historia de la humanidad. El año 1917 marca el nacimiento del ateísmo, porque fue el establecimiento del primer régimen ateo en el mundo. La revolución contra Dios en su fase primaria y fundamental, fruto de esta guerra, que hoy llamamos Primera Guerra Mundial, fue la secularización de los poderes del mundo.

En medio de este ambiente de tensión y como respuesta a la oración que el 5 de mayo de 1917, el Papa Benedicto XV hizo a la Virgen para que ella terminara la guerra, solo ocho días después, el 13 de mayo, aconteció un evento que transformó la historia de la Iglesia y del mundo en el siglo XX: la Santísima Virgen se apareció en Fátima, Portugal. Esta intervención del Corazón de Cristo en nuestra historia contemporánea a través del Corazón de su Madre ha sido uno de los signos más claros, como nos dijo el Papa Emérito Benedicto XVI, recordando este evento, “de que Dios no es indiferente ante las vicisitudes humanas, sino que penetra en ellas realizando sus ‘caminos’, es decir, sus ‘designios’ y sus ‘obras’ eficaces”.

 

FÁtima

 

En 1917, en un remoto pueblecito de la península Ibérica, en Fátima, Portugal, a tres pastorcitos de una sencilla aldea se les apareció la Santísima Virgen con un mensaje que tendría repercusiones trascendentales para la historia del siglo XX y para la vida de la Iglesia. Un mensaje de suma urgencia para la humanidad. La humanidad sumergida en la guerra, en gran crisis de fe, y la Iglesia en vías de iniciar lo que hoy podemos llamar el calvario del siglo XX, recibió de la Santísima Virgen un llamado a la conversión, a la reparación, al ofrecimiento y a la consagración a los Corazones de Jesús y María, como el gran remedio para batallar los grandes males de la época, para reparar y consolar a los Dos Corazones y para atraer sobre el mundo y nuestro momento histórico de gran crisis de amor, su triunfo... El reinado del amor.

Precisamente en el mismo lugar de las apariciones de Nuestra Señora, en 1982 el entnces Papa Juan Pablo II nos dijo: “El contenido de la llamada de Nuestra Señora de Fátima está tan profundamente enraizado en el evangelio y en la tradición, y contiene una verdad y un llamado tan fundamentales en su contexto, que la Iglesia misma se siente urgida por este mensaje. Este llamado fue hecho al inicio del siglo XX y consecuentemente tuvo una implicación directa y particular para ese siglo y para el siglo XXI, para estas generaciones. Por eso todo el mensaje que el cielo ha dado en este lugar debe ser escuchado”.

El mensaje que el Corazón Inmaculado de María traería al mundo fue precedido por el ángel guardián de Portugal en el año 1916, quien preparó a los niños para comprender la seriedad del momento y la grandeza de la elección recibida, para que pudiesen responder con responsabilidad al llamado de ser “artífices” del drama de la historia que ante sus pequeñas vidas se desenvolvería. ¿Quién diría que niños tan pequeños podrían, a tal grado, impactar la historia?

Todo corazón abierto con humildad y disponible con generosidad a los designios del Corazón de Dios es la sede sobre la que se construyen las grandes obras de amor y salvación que Él va haciendo surgir en la historia para el bien de la humanidad. Solo se necesita un corazón dispuesto a la voluntad de Dios, para que Él pueda entrar en la historia y efectuar poderosamente su salvación. ¿Quién mejor que la Virgen Santísima sabe de esta profunda realidad?

Su Corazón fue el que acogió el designio del Corazón de Dios de hacerse hombre y venir al mundo a salvarlo. Ella es la que ha abierto su corazón de par en par al Corazón de Cristo; por eso la encarnación inaugura la nueva alianza, la íntima relación del Corazón de Jesús con el Corazón de María, relación de corazones cuyo fruto fue la redención de toda la humanidad. El fíat del Corazón de María: “He aquí la esclava del Señor”, es la perfecta respuesta de amor al fíat del Corazón del Dios hecho hombre: “El cual siendo de condición divina se despojó de sí mismo, obedeciendo hasta la muerte en cruz” (Filipenses 2:6-8) para salvarnos.

El fíat del corazón humano es la única condición necesaria para que Dios pueda realizar grandes obras en cada momento histórico, y para que se haga realidad la promesa que la Virgen nos hiciera en el Magníficat: “Su misericordia llega de generación en generación” (Lucas 2:50).

 

Leer los signos de los tiempos

 

Precisamente, para poder dar un fíat a los designios del Corazón de Dios, a cada generación le corresponde saber identificar los signos de luz y los signos de sombras que se manifiestan en su tiempo, como nos decía San Juan Pablo II en la carta Tertio Millennio Adveniente # 17: “Debemos buscar todo lo que da testimonio no solo de lo que el hombre hace, sino también de la intervención de Dios en las vicisitudes humanas”. Esto se llama leer los signos de los tiempos que como el Concilio Vaticano II nos enseña: son los indicios significativos, claros y evidentes de la presencia y de la acción del Espíritu de Dios en la historia. Gaudium Et Spes # 4: “Corresponde a la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del evangelio, de forma que de manera acomodada a cada generación pueda responder a los perennes interrogantes de los hombres”.

Por lo tanto, cada generación tiene la responsabilidad de descubrir qué movimiento está gestando el Espíritu Santo para:

1) Construir el reino de Dios en el curso de la historia.
2) Contrarrestar las fuerzas oscuras que se ciernen sobre el horizonte de la humanidad.
3) Alcanzar el corazón de los hombres de ese momento histórico y revelarles el amor salvífico de Cristo.
4) Fortalecer a la Iglesia con hombres y mujeres que se disponen a ser testigos luminosos en medio de la oscuridad del mundo.

Por lo tanto, la advertencia que Jesús nos dirige en Mateo 16:3-4 debe hoy resonar fuertemente en nuestros corazones: “Sabéis interpretar el aspecto del cielo y no podéis interpretar los signos de los tiempos”. La Iglesia del inicio del Tercer Milenio debe hacer memoria de la manifestación del Espíritu en su generación para comprender cuál es su misión particular en este momento histórico. Mediante un retorno a la memoria, se adquiere una conciencia más viva de la propia identidad (San Juan Pablo II, Memoria e Identidad).

Nuestra era que sabe explorar el espacio, los planetas, el fondo del mar y los misterios de la ciencia, debe detenerse a profundizar en los designios de Dios sobre nuestra historia, qué acontecimientos y hechos han caracterizado nuestra época, para dar una respuesta adecuada y responsable. Es necesario, nos invitó San Juan Pablo II en Tertio Millennio Adveniente: “A que estimen y profundicen los signos de esperanza presentes en este último fin de siglo, a pesar de las sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos”.

 

Las sombras del siglo XX

 

Evaluación hecha por San Juan Pablo II al inicio del Tercer Milenio ante el cuerpo diplomático en la Santa Sede:
“Mientras pensamos en el siglo que ha terminado, se impone una consideración a este respecto: pasará a la historia como el siglo que ha visto las mayores conquistas de la ciencia y de la técnica, pero también como el siglo en el que la vida humana ha sido menospreciada de la manera más brutal: las crueles guerras, los totalitarismos, las leyes que han legalizado el aborto y la eutanasia, los modelos culturales que han diseminado la ideología del consumismo y del hedonismo a cualquier precio. Siglo de gran crisis moral, porque ha abandonado los valores éticos”. Podríamos decir que el siglo XX se caracterizó por una crisis de amor.

El hombre ha trastornado los equilibrios de la creación y se ha olvidado que es responsable de sus hermanos, y no cuida del entorno que el Creador le ha puesto en sus manos. “En este inicio del milenio, salvemos al hombre que en esta era ha caído gravemente en la tentación mas peligrosa del corazón de los hombres, creerse que puede llegar a ser dueño de la naturaleza y de la historia”.

Nuestra generación construyó tres grandes ídolos:
1. La felicidad a cualquier precio.
2. La riqueza material como único valor.
3. La ciencia como la única explicación de la realidad.

Estos ídolos solo podrán ser derrumbados con una profunda conversión del corazón. Ante esta realidad histórica, fruto de la libertad del hombre y de la acción diabólica, el Papa Emérito Benedicto XVI nos ha recordado que: “La historia, de hecho, no está en manos de potencias oscuras, del azar o de opciones humanas. Ante el desencadenamiento de energías malvadas, ante la irrupción vehemente de Satanás, ante tantos azotes y males, se eleva el Señor, árbitro supremo de las vicisitudes de la historia”. Precisamente esta es la razón, nos dijo el Cardenal Tarcisio Bertone, por la cual al inicio del Tercer Milenio, Juan Pablo II tomó la decisión de hacer pública la tercera parte del “secreto” de Fátima, revelando así que el capítulo de la historia del siglo XX, que fue marcada por la trágica voluntad humana de poder y de iniquidad, está ante todo impregnada del amor misericordioso del Corazón de Dios y del Corazón de la Virgen.

Corazones que desde el inicio del siglo pasado han revelado un designio de misericordia a nuestra generación. Designio que comienza a manifestarse al mundo en el verano de 1916, cuando el ángel en Portugal dice a los pastorcitos: ”¿Qué hacéis? ¡Orad! ¡Rezad mucho! Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios”.

En este segundo mensaje, el ángel reclama a los niños el hecho de que no se han tomado con seriedad la urgencia del mensaje; luego les manifiesta la elección de los Dos Corazones sobre sus vidas: ellos tienen designios que cumplir en la humanidad a través de su fíat, de su libre y generosa cooperación, por lo tanto debían ser responsables, pues mucho dependía de ellos. El ángel les hacía comprender que el amor siempre es responsable. La persona humana, dijo San Juan Pablo II, es un actor en el drama del mundo, en el cual escribe la verdadera historia, la historia del amor o de su negación.

 

Designios de misericordia

 

En el drama del mundo del siglo XX, Jacinta, Francisco y Lucía jugarían un papel crucial. Las palabras del ángel: “De todo lo que puedan ofrezcan un sacrificio”, fue la regla de vida para estos pastorcitos. Las palabras de la Virgen, “no ofendan más a Dios, que ya está muy ofendido”, traspasaron el corazón de Francisco, quien se ofreció como víctima de reparación y consolación al Corazón Eucarístico de Jesús”... cuántas horas ante el Santísimo, para acompañarlo y reparar por el abandono de los hombres de nuestra época.

Jacinta, quien movida por un profundo amor a los pecadores, a quienes había visto ir al infierno porque nadie oraba y se sacrificaba por ellos, se ofrece como víctima por los pecadores, para poner con su vida y su sacrificio, como ella misma lo dijo: “Una tapa que impidiera que los pecadores entraran en el infierno”.

Jacinta vio a un Papa sufriente y se ofreció por él... Un Papa que lloraba y se cubría el rostro con sus manos... Un Papa herido... Un Papa por el que ella ofreció su vida, aunque no lo conocía, ni siquiera había nacido. Qué poder tiene el ofrecimiento de una niña para cambiar de tal forma la historia, que en 1981, el 13 de mayo, a las 17:17, Juan Pablo II, a quien un asesino profesional disparó con precisión para matar y a pocos pasos de distancia, dijera con certeza: “Una mano disparó y una mano materna guió la trayectoria de la bala”, permitiendo al “Papa agonizante” que se detuviera “a las puertas de la muerte”. Por ello, el 13 de mayo de 2000, con gran emoción, Juan Pablo II exclamó en Fátima durante la homilía de la misa de beatificación de los dos pastorcitos: “¡Gracias, Jacinta, por salvarme la vida!”. Juan Pablo II fue testigo de que el Inmaculado Corazón triunfó. “El corazón materno de María es más fuerte que el proyectil asesino”, y por eso quiso que la bala que un día traspasó su cuerpo fuese engarzada en la corona de la Virgen en Fátima en Cova de Iría.

En esa misma ocasión, Juan Pablo II, a través del Cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, quiso revelar al mundo el esperado tercer secreto y que el Papa que caminaba tembloroso entre cadáveres y en una generación en ruinas era él mismo. Sin embargo, lo más poderoso de la revelación de este secreto no fueron tanto sus signos, sino más bien su mensaje, como nos explicó el Cardenal Joseph Ratzinger, ahora Papa Emérito Benedicto XVI: “La llamada a la conversión y a la penitencia es central y, a la vez, manifiesta claramente que la historia no se desenvuelve con un determinismo sin escapatoria, como si todo estuviera escrito sin poder ser alterado, sino que sigue siendo una historia de libertad: donde la oración y la penitencia pueden cambiar eventos proféticos”.

“Todo el secreto es un dramático llamado a la libertad del hombre; una llamada a cambiarse a sí mismo y, por lo tanto, a cambiar el curso de la historia; esto es precisamente lo que este secreto tiene de similitud con el Apocalipsis. Si el Papa Juan Pablo II fue protegido de la muerte el 13 de mayo de 1981, es una señal de que la historia puede ser cambiada por la oración” (Cardenal Ratzinger, en Dios y el mundo, 2002). ¡La historia puede cambiar si corazones generosos se disponen a cumplir los designios de misericordia de los Dos Corazones!

 

San Maximiliano Kolbe

 

En el mismo año cuando Jacinta, Francisco y Lucía respondían “sí queremos” a la pregunta de la Señora del cielo: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplicas por la conversión de los pecadores? Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios os fortalecerá”, había un joven polaco, seminarista en Roma, quien daba su fíat a la Inmaculada para trabajar ardientemente en el mundo por el reinado del Corazón de Jesús. San Maximiliano Kolbe funda el 16 de octubre de 1917, tres días después del gran milagro del sol, la Milicia de la Inmaculada: “Tenemos que ganar el mundo entero y cada alma, ahora y en el futuro, hasta el final de los tiempos, para la Inmaculada, y a través de Ella, para el Sagrado Corazón de Jesús”.

San Maximiliano comprende que esta conquista de corazones por el reino de los Dos Corazones no se dará sin una gran batalla. Pues como nos dice Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Mater (Madre del Redentor) #11: “La victoria del Hijo de la mujer no sucederá sin una dura lucha que penetrará toda la historia humana. María está situada en el centro mismo de aquella lucha que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación”.

San Maximiliano, con mirada profética, comprende los signos de los tiempos de su tiempo y dice un poco antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial: “Los tiempos modernos están dominados por Satanás y esto incrementará en el futuro. El conflicto con el infierno no puede ser abrazado por los hombres, ni siquiera por el más inteligente. Solo la Inmaculada tiene la promesa hecha por Dios de la victoria sobre Satanás”. Estas palabras fueron una profecía cumplida en la vida de San Maximiliano, quien solo unos años después de decir estas palabras, confrontó el horror de ver la ciudad de la Inmaculada despojada por los nazis, y quien en medio de un campo de concentración, se levantó como un gran testigo del triunfo del amor y del reino de los Dos Corazones, cuando al dar un paso al frente, entregó su vida para salvar a otro. Muchos sobrevivientes de aquel lugar de horror y muerte dijeron: “Después de ese acto del Padre Maximiliano nada fue igual en Auschwitz, hasta los doctores nazis escondían a los enfermos para salvarlos”. Murió como vivió: todo por el reino del Sagrado Corazón a través de la Inmaculada. “Para esto”, decía, “vivo, trabajo y sufro... y con la ayuda de la Inmaculada, moriré por ello”. El gran caballero de la Virgen también cambió la historia.

 

Santa MarÍa Faustina Kowalska

 

Solo dos años después de que en Polonia se inició la ciudad de la Inmaculada como signo visible del reino del Corazón de María, y a una corta distancia en la misma nación, una joven religiosa, María Faustina Kowalska, recibió para el mundo sumergido en las tinieblas de los años previos a la Segunda Guerra Mundial, la revelación del Corazón Misericordioso de Jesús. A través de ella, Cristo dijo al mundo y a nuestra historia que el mal nunca consigue la victoria definitiva. Que la vida prevalece sobre la muerte y el amor triunfa sobre el odio. Que si el pecado parecía ser el tema de esta generación, la misericordia es su respuesta. Pues su misericordia llega de generación en generación. “La miseria humana no es un obstáculo para Mi Misericordia. Hija mía, escribe que cuanto más grande es la miseria de las almas tanto más grande es el derecho que tiene a Mi Misericordia e invita a todas las almas a confiar en el inconcebible abismo de Mi Misericordia” (Diario #1182). “La humanidad no encontrará ni paz ni tranquilidad hasta que no se vuelva con confianza a Mi Divina Misericordia”. (Diario #300).

Santa Faustina se ofrece igual que los niños de Fátima, por los pecadores, especialmente por los que habían perdido la esperanza en la misericordia del Corazón de Dios. En su misión de ofrecimiento incluso llegó a experimentar en su cuerpo, el dolor y las consecuencias de los abortos que se realizaban en Polonia ilegalmente en altas horas de la noche, convirtiéndose de esta forma en alma víctima por la vida.

“La Secretaria de la Misericordia” del Corazón de Cristo transmite un mensaje que transformó y transforma la historia de nuestra generación. Nuestro mundo tan moderno, tan rico de ciencia, de técnica y de descubrimientos, al final no es capaz de dar un sentido a la propia existencia. Se encuentra dividido en su interior, movido por el odio, por la guerra y la muerte, y tiene que volver a encontrar la fuerza y las razones para poder vivir y esperar. Y los cristianos creemos y afirmamos que estas razones y esta fuerza solo se encuentran en el Corazón de Dios. Por tanto, el mundo de hoy que experimenta y experimentará su propia pobreza tiene necesidad más que nunca de un anuncio de gracia y de misericordia que solo Dios puede ofrecer... Un misterio gratuito de amor de Dios por la humanidad. El único amor en el cual el hombre puede descansar.

“En los designios de la Providencia nada es pura coincidencia”, decía San Juan Pablo II. Un niño Polaco, que llegaría a ser el Padre Maximiliano, había recibido dos coronas por parte de la Virgen, una roja y una blanca; una religiosa polaca, recibía el don insondable de contemplar dos rayos, rojo y blanco, la Sangre y el Agua que fluían del Corazón de Jesús, y unos años mas tarde, Polonia, daba a la Iglesia y al mundo a un Papa cuyo vestido blanco fue manchado de sangre el 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro. Polonia así cumplía la profecía dada por el Corazón de Jesús a Santa Faustina: “Amo a Polonia en modo particular, y si obedeciera a mi voluntad, la enalteceré en poder y santidad. De ella saldrá la chispa que preparará al mundo para la segunda venida” (Diario #1732). Polonia y Fátima... dos grandes torrentes confluían en un solo océano, el océano de la infinita misericordia del Corazón de Jesús.

 

San Juan Pablo II: el Papa de los Dos Corazones que cumple sus designios de misericordia

 

Testigo de las grandes batallas del siglo XX fue, con razón, llamado el Grande: “la enalteceré (Polonia) en poder y santidad”: ¡Juan Pablo II el Grande! Desde temprana edad, además de sus sufrimientos personales, vivió las dramáticas y heroicas vicisitudes de su país, Polonia. En las últimas décadas fue también protagonista, primero como sacerdote, después como obispo y, finalmente, como Papa, de muchos episodios de la historia de Europa y del mundo entero. Todo esto, según él mismo confirmó, lo llevó a madurar en su comprensión de las formas en que el mal quiere influenciar la historia. En su libro Memoria e identidad, escribió: “La historia de la humanidad es una trama de la coexistencia entre el bien y el mal. En nuestros tiempos el mal ha crecido desmesuradamente a tal grado que ha alcanzado proporciones gigantescas. Un mal que ha utilizado las estructuras estatales para llevar a cabo sus designios, un mal erigido en sistema”.

Pero a la vez, si Juan Pablo II logró penetrar con aguda mirada los males de este tiempo, también logró descubrir con confianza de corazón, que como nos dice San Pablo en Romanos 5:20: “Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”. En una entrevista le preguntaron en qué se fundamentaba su confianza ante la oscuridad de estos tiempos: “En el poder del amor del Corazón misericordioso de Cristo, pues estoy convencido de que al final es el único que sale y saldrá victorioso, y que la fuerza materna que prepara esos triunfos es el Corazón Inmaculado de María”. Por esto nos dijo en su libro Cruzando el umbral de la esperanza: “La victoria, si llega, será alcanzada por María. Cristo vencerá por medio de Ella, porque Él quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en el mundo del futuro estén unidas a Ella”.

Sí, Juan Pablo II vivía convencido de esta verdad, pues era testigo, que de muchas y diferentes formas, desde las realidades de su propia nación hasta la caída del comunismo soviético, que María participa de forma maternalmente poderosa en la victoria del Corazón de Cristo sobre el mundo y que el medio seguro para activar esta mediación materna es a través de la consagración a su Corazón. Según el gran mariólogo Stephano De Fiores: “Si los últimos Papas han hablado favorablemente sobre la Consagración Mariana, Juan Pablo II la ha hecho una de las características claves de su Pontificado. Para Juan Pablo II, la consagración Mariana es un punto elemental en su programa de vida espiritual y pastoral".

¿Y cómo no hacerlo, si tanto él como todos nosotros somos testigos de lo que la Virgen ha hecho en la historia de nuestras vidas, naciones y familias, para hacer que el Reino de su Hijo prevalezca sobre las amenazas del mal? ¿No hemos visto como el acto de consagración del mundo al Inmaculado Corazón en 1984, derrumbó “milagrosamente, sin una gota de sangre”, el sistema totalitarista y ateo del comunismo ruso que había traído los mayores mártires a la Iglesia del siglo XX? Lo que muy pocos saben es que mientras Juan Pablo II pronunciaba el acto de consagración en la Plaza de San Pedro, en Roma, en comunión con todos los obispos, el Obispo Pavel Hnilica entraba de forma clandestina al Kremlin, en Moscú, y allí, en el corazón del comunismo internacional, centro de una potencia política, militar e ideológica, que quería construir un nuevo mundo, una sociedad sin Dios, escondido celebró la Santa Misa, quizás la primera en 70 años, y rezó la oración de consagración. Al concluir, el Obispo percibió claramente que los Corazones de Jesús y María comenzaban a reinar en ese lugar. Se sonrió al leer en un gran cartel: “El comunismo vencerá y dominará el mundo entero”. “Le queda poco”, dijo el Obispo a su acompañante... “Los Dos Corazones triunfarán en Rusia, porque el amor misericordioso de Jesús vence el pecado, el odio, la violencia y el mal”. Y así fue. Porque la esencia de la misericordia es revelar que el amor es más fuerte que la muerte. “El poder de esta consagración por siempre abarca a todos los hombres, pueblos y naciones, y supera todo el mal que el espíritu de las tinieblas es capaz de sembrar en el corazón del hombre y de su historia, y que de hecho ha sembrado en nuestro tiempo” (palabras de la oración de consagración de 1984).

En el Santuario del amor misericordioso en Italia, Juan Pablo II dijo en noviembre de 1981: “Desde el comienzo de mi ministerio petrino consideré que el mensaje de la misericordia del Corazón de Cristo era mi misión particular. La Providencia divina me lo ha asignado en la situación del hombre de hoy, de la Iglesia y del mundo. Podría decir que precisamente esta situación crítica me asigna al mismo tiempo la responsabilidad de ser mensajero del Corazón misericordioso, siendo mi tarea ante Dios y los hombres. Lo lograré si la Madre de Dios me ayuda a cumplirla”.

¡Su tarea ante Dios y los hombres! Tarea muy bien hecha la de Juan Pablo II. Murió como vivió, pues nos dice San Pablo en Romanos 14:7-8: “Nadie vive para sí, ni nadie muere para sí; si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos para el Señor morimos”. Su vida fue generosamente entregada para ser testigo luminoso del amor del Corazón misericordioso de Cristo y del amor materno de María. Esa fue su tarea que cumplió tan bien, aun en su muerte, la cual se da un primer sábado de mes en la víspera de la fiesta de la Divina Misericordia. Fue testigo no solo con sus palabras, sino hasta con sus gestos. ¡Qué gesto más elocuente nos dejó antes de morir! Muere entre los Dos Corazones, por los que él dio la vida, gota a gota, para promover su reinado en el mundo, para dar testimonio de que el amor de estos Corazones es más fuerte que todo el mal de nuestra historia, de nuestra generación. “Solo el amor crea, solo el amor triunfa”, nos enseñaba San Maximiliano Kolbe, porque “solo el amor tiene una potencia invencible”. Estas palabras fueron la razón por la que una ola de amor cubría a Roma y al mundo entero, después de la muerte de Juan Pablo II, en su funeral. “Hemos visto que el sufrimiento por amor quema y consume el mal con la llama del amor y obtiene también del pecado un multiforme florecimiento de bien”.

 

Un testamento para nuestra generaciÓn

 

Estas palabras son el mayor testamento que nos han dejado los grandes testigos y profetas del siglo XX. Ahora nos toca a nosotros construir la historia del siglo XXI, la historia de nuestra generación... Donde crece el mal, el cristiano tiene la gran oportunidad de combatirlo con el bien, y un bien que puede llegar a grados heroicos. Porque el mal se vence con el bien, pero no sin muchos sacrificios y a veces hasta dando la vida.

El mal, nos explicó Juan Pablo II en su último libro, Memoria e Identidad, publicado solo dos meses antes de su muerte, es siempre la ausencia de un bien que en un determinado momento se debía dar, que en una determinada generación se debió ejercer, que corazones debían generosamente entregar, pero nunca es ausencia absoluta del bien. Es un gran reto, hermanos, porque el mal crece donde hay ausencia de bien. Y a la vez, es una gran esperanza saber que si cooperamos con el bien, el mal va siendo arrancado de la historia. ¡Qué gran responsabilidad!

Hoy, las palabras del ángel de Portugal a los niños resuenan como un eco en nuestros corazones... ¿Qué hacen? Los Corazones de Jesús y María tienen designios de misericordia sobre ustedes. Fátima continúa siendo actual. En el libro Cruzando el umbral de la esperanza, Juan Pablo II nos dice: “Las palabras de Fátima parecen acercarse, al fin del siglo, a su cumplimiento”. ¿Qué hacen? ¿Qué hacemos?

"Esta generación tiene la misión de llevar el Evangelio a la humanidad del futuro. Vosotros sois los testigos de Cristo en el nuevo milenio. Sed muy conscientes de ello y responded con pronta fidelidad a esta urgente llamada. La Iglesia cuenta con vosotros. No tengan miedo de ser los santos y apóstoles del Tercer Milenio” (Juan Pablo II, 21 de noviembre de 2000).

Hermanos, las puertas de este nuevo milenio están abiertas... Hay que entrar y cruzar el umbral y ponernos en camino. Un camino en el que el amor del Corazón de Jesús y de María va adelante y nos indica cómo recorrerlo. Una historia se escribe. Todos debemos escribirla con nuestra vida de santidad personal y colectiva. Hoy, igual que ayer y mañana, esta generación tiene una responsabilidad ante Dios y ante los hombres. Tantos se han dispuesto como Jacinta y Francisco, como Sor Lucía, como San Maximiliano, como Santa Faustina, como San Juan Pablo II, a cumplir con la entrega generosa de su propia vida, los designios de misericordia de los Dos Corazones. Otros han cerrado el corazón a esos designios, por eso en una poesía decía el Juan Pablo II: “La división de las generaciones pasa entre los que no han pagado bastante y los que tuvieron que pagar más de la cuenta”. Y nosotros, ¿de qué lado estamos?

La época moderna se ha caracterizado por ser una era de revoluciones, de cambios drásticos, rápidos y profundos. Desafortunadamente, estas revoluciones han sido buscando el hombre alejarse de Dios y por eso sus efectos han sido funestos. Han querido poner al hombre sobre Dios.

Revolución “iluminación”, primacía de la razón.
Revolución francesa, primacía de los derechos del hombre.
Revolución comunista, primacía del estado.
Revolución industrial, primacía del trabajo.
Revolución científica, primacía de la ciencia.
Revolución sexual, primacía del placer.

Yo les invito a que el siglo XXI sea un siglo de revolución, de un cambio drástico y profundo, que este siglo pase a la historia como el de la revolución del amor, cuya primacía es el corazón, sede del amor cuya fuente es el Corazón de Cristo y cuyo reflejo más perfecto es el Corazón de María. “El hombre del año 2000 tiene necesidad del Corazón de Cristo para conocer a Dios y para conocerse a sí mismo; tiene necesidad de Él para construir la civilización del amor” (Juan Pablo II, 1999).

Sor Lucía dijo al Cardenal Joachim Meisner, el 13 de mayo de 2002: “La Virgen de Fátima tiene mucho que hacer todavía, hasta que triunfen los Sagrados Corazones de Jesús y de María en nuestro mundo”. Por ello, recemos junto con San Maximiliano Kolbe estas palabras de su oración de consagración. “Haz que en tus manos purísimas y misericordiosas me convierta en instrumento útil para introducir y aumentar tu gloria en tantas almas tibias e indiferentes, y de este modo, aumentar en cuanto sea posible el bienaventurado Reino del Sagrado Corazón de Jesús”.

Comprendamos la seriedad del momento y la grandeza de la elección recibida, para que podamos responder con responsabilidad.