"Las Tentaciones medios para crecer en santidad y amor"
En la vida cristiana y de la persona consagrada
Por Hna. María José Socías,sctjm
Todo cristiano ha de recorrer el camino de la santidad para alcanzar la perfección del amor pero de manera especial las personas consagradas están llamadas a esta perfección, éste es el designio de Dios.
En el desarrollo de su vida espiritual, buscando alcanzar esta perfección, debe enfrentarse día a día con tres grandes enemigos: el demonio, el mundo y la carne (concupiscencia). Estos tres actúan en ocasiones separadamente y, en otras, en conjunto y su único propósito es apartarnos del camino emprendido e impedirnos alcanzar la plenitud del amor que sólo obtenemos al entrar en plena comunión con Dios . Por lo general al que mayor temor tenemos es al demonio, sin embargo, nuestro mayor enemigo lo tenemos en nuestra “propia casa”, es nuestra carne, que a través de sus debilidades y tendencias al mal, nos hace ser presa de las tentaciones del demonio. Así como todos estamos llamados a crecer en la vida de la gracia y en el camino del amor todos los días, así mismo diariamente estamos expuestos a ser tentados, y no hay nadie que esté excepto de serlo “... cuídate a ti mismo pues también tu puedes ser tentado” (Gal 6:1).
¿Qué es la tentación y de donde proviene?
La tentación es una solicitud, instigación o estímulo, interior o exterior, para cometer algún pecado.
• Interior; si proviene de nuestra concupiscencia “Cada uno es tentado por sus propias concupiscencias, que le atraen y seducen” (St. 1:14), es decir de las tendencias al pecado y al mal que hay en nuestro interior (egoísmos, soberbia, impaciencia, juicios...)
• exterior; si proviene de las sugestiones del mundo o del demonio. Muchas de las tentaciones que sufrimos en el transcurso de nuestra vida provienen de las sugestiones e insinuaciones del demonio y del mundo.
Así, nos dice San Pablo: “Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas (insidias) del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas (aire).” (Ef. 6:11-12). Sin embargo debemos tener claro que el demonio no tendría ningún poder sobre nosotros si nuestra carne estuviera bajo el dominio del Espíritu. El oficio propio del demonio es tentar, es decir, buscar como apartarnos del camino emprendido a toda costa y por todos los medios, y tendrá mayor eficacia si encuentra en nuestros corazones debilidades y tendencias al pecado que no hemos sabido poner a muerte por medio de la mortificación y la purificación de nuestro corazón. El demonio sabe que sólo puede invitarnos a pecar por medio de la tentación, ya que no nos puede obligar a hacer algo que no ha sido aprobado por nuestra voluntad. Dios nos ha dado la libertad para escoger “el bien o el mal.” La decisión final es de nuestro corazón. Somos enteramente responsables de cómo respondemos ante las tentaciones y no podemos hacer responsable de nuestras caídas a nadie más que a nosotros mismos.
Es por esta razón que debemos poner nuestra atención en las tendencias de nuestra carne, porque éstas, como vimos, son las que utiliza el demonio para tentarnos. Todo lo que proviene de nuestro propio corazón, de nuestra inclinación al mal. Así nos lo decía Jesús: “ Porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre” (Mt. 15:19-20). En nuestro corazón se libra una gran batalla entre la luz y la oscuridad; entre la gracia y el pecado; entre Dios y el demonio. Es por esto que debemos poner vigilancia a nuestro corazón y conocer profundamente nuestras inclinaciones al pecado y nuestras imperfecciones para poder, en el momento preciso , atajar la tentación cuando se presente y saberla combatir con sabiduría.
DIOS PERMITE LAS TENTACIONES
Muchos son los que tienden a claudicar cuando se ven asediados de tentaciones, no pocos se desaniman pensando que jamás podrán avanzar en el camino de la santidad ya que son tentados constantemente. Sin embargo, Dios permite que seamos tentados porque la tentación, vencida con el poder de la gracia trae un gran beneficio a nuestras almas y nos hace crecer en santidad y nos lleva al amor.
La tentación no es pecado en sí misma, y debemos tener esto muy claro en nuestro corazón. Sólo se convierte en pecado cuando hemos consentido plenamente con nuestra voluntad a ella. Prueba de que la tentación no es pecado es que el mismo Jesús permitió que el demonio le tentara, para enseñarnos a nosotros como vencerle (Mt. 4). San Francisco de Sales dice que: “Aún en las tentaciones más violentas, no habiendo consentimiento, no hay pecado; es arte del divino Amante el dejar a veces sufrir y combatir a aquellos que le tienen amor sin que ellos se den cuenta de tenérselo.”
La tentación se convierte entonces, en un medio eficaz para crecer en gracia y virtud, para crecer en el amor. Dios, en su infinita sabiduría, la permite pero como nos dice San Pablo: “ ...Dios no permitirá seáis tentados sobre vuestras propias fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito.” (1 Cor. 10:13). Junto con la tentación Dios nos da las gracias que necesitamos para poderla resistir si acudimos a Él con todo el corazón.
Mientras vivamos en este mundo experimentaremos tentaciones. Y aún si nos separamos de todos, el demonio siempre estará cerca buscando hacernos caer en sus trampas y aún mas, nuestra concupiscencia, que es el germen de todas nuestras tentaciones, nos acompaña siempre. Nos dice la Imitación de Cristo: “Mientras en el mundo vivimos, no podemos estar sin tribulaciones y tentaciones. Ninguno hay tan santo ni tan perfecto, que no tenga algunas veces tentaciones, y no podemos vivir sin ellas. No hay Orden o Religión tan santa, ni lugar tan secreto, donde no haya tentaciones y adversidades. No hay hombre enteramente seguro de tentaciones mientras viviere, porque está en nosotros mismos la causa de donde vienen, pues que nacemos con la inclinación al pecado; de ahí que pasada una tentación o tribulación, sobreviene otra, y siempre tendremos que sufrir, porque se perdió el bien de nuestra primera felicidad.” (Imitación de Cristo, Lib. I, cap. XII).
En la medida que mas nos adentramos en nuestra vida de comunión y de servicio a Dios, experimentamos las tentaciones de manera diferente. En nuestra “carrera hacia la meta”, vamos avanzando de escalón en escalón y las tentaciones del principio no son las mismas de las que se pudiesen experimentar en la mitad del camino. Cada etapa tiene sus luchas y batallas y hay que responder a cada una adecuadamente.
TENTACIONES DEL CONSAGRADO
El consagrado, de manera particular, ha hecho una elección por Dios y por sus cosas y un compromiso en el servicio de los demás. Ha entregado su corazón totalmente a Dios y ha abandonado su antigua manera de vivir para hacerlo ahora respondiendo al llamado de Dios. Por esta entrega total al servicio de Dios, experimentamos en nuestras vidas tentaciones que nos tienden a llevar al desánimo y cansancio.
La compensación: Gran tentación que puede venir al corazón, sin darnos cuenta. Para nosotros los seres humanos es muy difícil dejar las cosas tangibles por el Dios invisible. Nos cuesta experimentar “vacío” de lo humano para llenarnos sólo de Dios. Y cuando sentimos vacío inmediatamente queremos “llenarlo” y podemos dejarnos absorber por el trabajo, o por el ministerio convirtiéndose este en lo más importante....
El cansancio: pensar que se trabaja en vano; que los esfuerzos no dan fruto; que es inútil todo lo que hacemos... Nos lleva al desánimo.
Los juicios: dejándonos seducir por nuestro orgullo y juzgamos a los demás en todas sus acciones. Podemos pensar que nosotros lo hacemos mejor....
Vernos como víctimas de los demás: dejándonos llevar de nuestro amor propio, apartando los ojos de Cristo y poniéndolos en nosotros mismos con cuidado excesivo....
Trabajar y descuidar la oración: poniendo el trabajo en el lugar más importante, descuidando nuestra relación con el Señor quien es la fuente de nuestro apostolado. De nuestra oración sacamos las fuerzas necesarias para nuestro ministerio.
El ser intolerante con los demás: cuando se trabaja con las personas podemos tomar la posición de intolerancia, no sobrellevando las debilidades de nuestros hermanos sino, por el contrario, convirtiéndonos nosotros en grandes pesos para sus corazones.
¿CÓMO PREVENIR LAS TENTACIONES?
Fue el mismo Jesús quien nos dio la “fórmula” para prevenir las tentaciones, en el momento en el que su Corazón estaba siendo traspasado espiritualmente, en el momento en el que el demonio “regresó” para tentarle. “Velad y orada para que no caigáis en tentación” (Mt 26:41)
Vigilancia: Debemos andar con gran cuidado y vigilancia sobre nuestro propio corazón, sobre sus movimientos y afectos; sobre nuestros pensamientos y deseos, sobre nuestras palabras y acciones, sobre nuestros sentidos e imaginación y estar en guardia contra nuestros enemigos exteriores, el mundo y el demonio. El demonio nunca se cansa de buscar la oportunidad propicia para hacernos caer en tentación y es por esto que nosotros nunca podemos dejar de estar en plena vigilancia. Huir de todas las ocasiones que pudiesen convertirse en ocasiones peligrosas. Tener un dominio de nosotros mismos, especialmente el sentido de la vista y la imaginación por donde entran todas las cosas al corazón.
La Oración: es necesario que nos mantengamos en el estado de gracia y sólo lo podremos hacer teniendo una profunda comunión con el Señor. Sólo el Señor puede darnos las gracias necesarias para resistir en los momentos de tentación. Por medio de la oración alcanzamos el discernimiento espiritual necesario para poder conocer y detectar las insinuaciones y trampas del demonio y las debilidades de nuestra carne.
**Al percibir la tentación no debemos inquietarnos sino tratar de mantener la serenidad y tranquilidad de ánimo. Cuando nos agitamos no somos capaces de ver son claridad y somos presa fácil de la tentación. Hemos de alegrarnos cuando somos tentados como nos dice el Apóstol: “Considerad como un gran gozo, hermanos míos el estar rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada de vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento; pero la paciencia ha de ir acompañada de obras perfectas para que seáis perfectos e íntegros sin que dejéis nada que desear.” (St. 1:2-4).
**Desde el principio de la tentación hemos de revestirnos de fortaleza y resolución , y en ningún momento hemos de “dialogar” con la tentación sino al contrario hemos de rechazarla con un rotundo “NO”. “Debemos vigilar especialmente al principio de la tentación, porque entonces es más fácilmente vencido el enemigo, cuando no le dejamos pasar la puerta del alma, y se le sale al encuentro fuera del umbral, al instante que llama.” (Imitación, Lib. I cap. XIII)
**Orar y pedir la asistencia de la Santísima Virgen María, de nuestro Ángel de la Guarda y de los santos.
**Hacer la señal de la Cruz y usar agua bendita, pronunciar los nombres de Jesús y de María....
FRUTOS:
“Las tentaciones son muchas veces utilísimas al hombre, aunque sean graves y molestas, porque en ellas es uno humillado, purificado y enseñado” (Imitación, Lib. I cap. XII).
Las tentaciones mantienen nuestro corazón en:
• La humildad, porque no damos cuenta de que frágiles y pequeños somos y cuánto necesitamos del Señor;
• Vigilancia, nos hace estar prevenidos, alertas a los movimientos de nuestro corazón.
• Purificación, nos llevan a purificarnos de nuestros pecados.
• Compasión, porque nos permiten tratar benignamente a nuestros hermanos que también padecen tentaciones.
• Atención a Dios, acudiendo a Él con frecuencia cuando nos vemos asediados por las tentaciones.
• Sobriedad
• Dominio Propio
Nos hacen crecer en virtud:
Las tentaciones nos prueban en la virtud, ya que la virtud que no es probada no tendría mérito ninguno. Y cuando somos probados en la virtud esta crece en nuestro corazón y se enraíza como cuando un árbol es golpeado por el viento y sus raíces se hacen más profundas y fuertes. San Basilio nos dice: “¿Dónde descubre su habilidad el piloto sino en la tempestad? ¿Y el atleta su vigor sino en el estadio? ¿Y el soldado su valentía, sino en el combate? Pues así también el cristiano ha de probar la fidelidad de su amor para con Dios, y la verdad y estabilidad de su virtud entre los combates de las tentaciones.”
“¡Feliz el hombre que soporta la prueba, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman.” (St. 1:12)
Nos hacen crecer en el amor:
La tentación nos hace demostrar al Señor nuestro amor y fidelidad. El amor se prueba en el dolor y en el sufrimiento y cuando somos tentados y resistimos la tentación le mostramos al Señor cuánto le amamos. Él porque nos ama permite que seamos tentados: “Porque eras agradable a Dios fue necesario que la tentación te probara.” (Tob. 12:13).
Tanto en las tentaciones graves como en las pequeñas, San Francisco de Sales nos dice: “Después de haber hecho un acto de la virtud directamente contraria, si cómodamente se conoce la calidad de la tentación, volver sencillamente el corazón a Jesucristo crucificado, besando sus sagrados pies, por medio de un acto de amor. Este es el mejor modo de vencer al enemigo, tanto en las tentaciones pequeñas como en las grandes; pues como el amor de Dios contiene en sí todas las virtudes, y aún con más excelencia que ellas mismas, es también el mejor remedio contra todos los vicios; y acostumbrado el espíritu a recurrir en todas las tentaciones a este asilo común, no tendrá que mirar o examinar qué tentaciones padece, sino acudir, apenas se siente agitado, a este gran remedio, el cual, además de lo dicho, es tan formidable al espíritu maligno que cuando ve que sus tentaciones nos incitan al amor de Dios deja de tentarnos.” (Vida Devota, parte 4, cap. IX).
Que los Corazones de Jesús y de María, corazones que nunca pudieron ser tocados por el pecado ni la tentación, sean para nosotros un refugio seguro y el lugar donde aprendamos a resistir por amor todas las pruebas para que un día podamos recibir la corona de gloria que no se marchita.
Gal 6:1-10
Hermanos, si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes, los que están animados por el Espíritu, corríjanlo con dulzura. Piensa que también tú puedes ser tentado. Ayúdense mutuamente a llevar las cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo. Si alguien se imagina ser algo, se engaña, porque en realidad no es nada. Que cada uno examine su propia conducta, y así podrá encontrar en sí mismo y no en los demás, un motivo de satisfacción. Porque cada uno tiene que llevar su propia carga. El que recibe la enseñanza de la Palabra, que haga participar de todos sus bienes al que lo instruye. No se engañen: nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra: el que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción; y el que siembra según el Espíritu, del Espíritu recogerá la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe.