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ios es amor”, exclama con ardor el apóstol San Juan en 1 Juan 4:8. San Juan, el más joven de los discípulos del Señor, denominado el apóstol del amor, fue el último en morir. Según crecía en edad, su enseñanza fue cada vez más sencilla y hablaba solo del amor de Dios. Según una tradición, uno de sus discípulos le preguntó: “¿Por qué no hablas de otra cosa?”. Y Él respondió: “Porque no hay otra cosa más importante de qué hablar”.

Aunque el cristianismo es complejo, conteniendo misterios y verdades que a veces a la mente humana le cuesta penetrar, es a la vez muy sencillo: al final de todo análisis se encuentra el amor de Dios y a lo único que esas verdades nos deben llevar es a amar a Dios. El amor de Dios es la causa última de todo lo que existe, la causa última de todo lo que ocurre, la causa última de nuestra existencia. Todo lo que Dios ha creado lo ha hecho por amor, nos ha creado por amor… sostiene todo en existencia por amor... nos busca después de que nos hemos alejado de Él, por amor... desarrolla todo un plan de salvación por amor… se encarna por amor... nos perdona y nos salva por amor... sufre pasión y muerte por amor, y sigue siendo el Amor que anda en búsqueda del corazón humano para restaurarnos, derramar sus gracias y su misericordia, para elevarnos a la dignidad de hijos de Dios... Él busca nuestro corazón porque nos ama. “He buscado el amor de mi alma… Me levantaré y recorreré la ciudad... buscaré el amor de mi alma” (Cánticos 3).

San Juan Pablo II en “Tertio Milenio Adviente” nos dice: “En Jesucristo Dios no solo habla al hombre, sino que lo busca. La Encarnación del Hijo testimonia que Dios busca al hombre. Es una búsqueda que nace de lo más íntimo de Dios y tiene su punto culminante en la Encarnación del Verbo. Si Dios busca al hombre, creado a su imagen y semejanza, lo hace porque lo ama eternamente en el Verbo, y en Cristo lo quiere elevar a la dignidad de hijo adoptivo. Dios busca al hombre movido por su corazón de Padre. ¿Por qué lo busca? Porque el hombre se ha alejado de Él. El hombre se ha dejado extraviar por el enemigo de Dios. Buscando al hombre a través del Hijo, Dios quiere inducirlo a abandonar los caminos del mal, en los que tiende a adentrarse cada vez más. Hacerle abandonar el mal quiere decir derrotar el mal extendido por la historia humana. Derrotar el mal: esto es la Redención”.

Dios creó a Adán y Eva por puro amor. Ellos rompieron su relación de amor con Dios, al dejarse llevar por la invitación del demonio: quieren ser como Dios, rebelarse a su relación de hijos, romper por desconfianza sus lazos de amor con Dios. Pero desde la caída del hombre, Dios busca restablecer su relación... desea atraerlo de nuevo a su Corazón de Padre... les promete un salvador. Así se inicia la búsqueda de Dios por nuestros corazones, se inician las alianzas o restauraciones de la relación de Dios con la humanidad... Así comienza la gran aventura de amor que culminaría con la manifestación visible del amor en la Cruz.

1. Dios busca a la humanidad en la persona de Noé. Una humanidad corrompida, merece el castigo del diluvio. Una familia fiel que responde al llamado de Dios es protegida del desastre... A través de esa familia continuarían las generaciones... Dios se promete nunca más aniquilar a toda la humanidad con un diluvio. Su Corazón misericordioso opta por proteger.

2. Dios busca a la humanidad a través de Abraham. Hace una alianza personal que pasará a sus descendientes. Dios quiere reunir a la humanidad dispersa en la confusión de la torre de Babel. Quiere formarse un pueblo, una familia que le sea fiel, que viva en santidad, que escuche su revelación. Promete a Abraham una fecundidad sin medida, y dará a su descendencia la tierra de Canaán en posesión. Su Corazón amante opta por bendecir.

3. Dios busca a la humanidad a través de Moisés: libera al pueblo de la esclavitud. El Señor manifiesta su amor haciendo muchos milagros, y el pueblo no es agradecido. A pesar de todo, Dios quiere hacer con ellos un pueblo que diga “sí” a sus mandatos. Un pueblo que lo conozca y lo ame, que sirva al Dios verdadero. Quiere darles la ley, el medio concreto de vivir esa relación de amor. Quiere grabar en ellos la ley y que esta ley penetre toda la vida religiosa y moral del pueblo. Su Corazón opta por revelar el camino seguro de llegar a Él.

Podríamos pasar la vida entera meditando en todas las manifestaciones del amor de Dios a través de la historia de la salvación. Y a pesar de tanto amor de Dios hacia los hombres, el pueblo (Israel) en muchas ocasiones fue la esposa infiel de la que nos habla el profeta Oseas, separando su corazón del Señor, enfriándose en el amor y sirviendo a otros dioses. Dios no se conforma con esto... Y por eso vemos a través de los profetas las constantes llamadas a volver a Él con todo el corazón.

Dios, que es Padre, no se conforma con haber perdido a la humanidad en las garras del demonio. No se conforma porque nos ama, porque somos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza. Él sufre profundamente por nuestra rebeldía e infidelidad, sufre porque nos ama, pero su amor es infinito, perfecto y misericordioso, y por eso nos busca atrayéndonos a su amor.

Oseas 11: “Cuando Israel era niño yo le amé y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba más se alejaban de mí… Yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no reconocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía y con lazos de amor, pero se han negado a convertirse… Pero ¿cómo voy a dejarte, Efraín, cómo voy a entregarte, Israel? No daré curso al ardor de mi cólera, porque soy Dios”.

¡Cuánto amor! Toda la historia de la salvación se trata de descubrir a Dios amando a los hombres… Les ama perdonando, hablando a través de los profetas, haciendo alianzas, corrigiendo, liberando, protegiendo, revelándoles su voluntad, manifestando su providencia y sus milagros. Lo hizo de tantas formas, pero la muestra mayor de su amor fue la Encarnación, la Segunda Persona de la Trinidad que se hace hombre. Aquel que movido por Su Corazón lleno de amor buscaba al hombre… se encarna para redimir y transformar con su amor, sus palabras, sus obras y su sacrificio, el corazón endurecido de la humanidad. Se encarna para buscar el corazón del hombre, con Su propio Corazón. La encarnación y la redención es precisamente eso: entrar en una alianza, de corazón a corazón, porque Dios es amante del corazón humano. Busca el corazón del hombre. “Nada me da tanta delicia como el corazón del hombre, del cual muchas veces soy privado. Yo tengo todas las cosas en abundancia, sin embargo, cuánto se me priva del amor del corazón del hombre” (Jesús a Santa Gertrudis).

Dios no solo nos ama, sino que ha querido revelarnos claramente su amor, ha querido que viéramos, palpáramos, comprendiéramos hasta dónde llega su amor. Por eso la tarea más importante de nuestras vidas es conocer el amor de Dios que nos ha sido manifestado en el Corazón del Hijo, en su vida, sus palabras, sus actos, su pasión, su muerte y su resurrección. Nuestra misión en la vida es conocer a Dios y amarle para vivir todo lo que es su designio de amor para nosotros.

Esa revelación del misterio del amor de Dios la vemos claramente en el amor de la Encarnación, en el amor que nos ha tenido el Hijo. Juan 3:16: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su único Hijo”.

1 Juan 4:9-10: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”.

Isaías 49: “En las palmas de mis manos te llevo grabada”... Jesús no solo quiso llevar grabados nuestros nombres en las llagas de sus manos, sino que permite que se le haga una llaga en el Corazón para guardarnos en ella...

Para nosotros, el emblema del amor es el Corazón de Jesús, Corazón del Dios hecho hombre, por eso el Corazón de Jesús es el lugar de encuentro entre los dos amores: el del cielo y el de la tierra. Todo amor debe medirse, compararse al del Corazón de Jesús.

Ya que el amor de su Corazón es lo que hizo que se encarnara para salvarnos, su misión debía ser culminada con su Corazón. Es por eso que el sello de su sacrificio redentor fue el traspaso de su Corazón... Graba en la llaga de su Corazón nuestros nombres. Isaías 49: “En las palmas de mis manos te llevo grabada”... Jesús no solo quiso llevar grabados nuestros nombres en las llagas de sus manos, sino que permite que se le haga una llaga en el Corazón para guardarnos en ella. El Corazón de Jesús es horno ardiente de amor, es santuario de amor. Si contemplamos ese Corazón divino, veremos que todo en él es caridad. Jésus dijo a la Beata Angela de Foligno: “Mira bien mi Corazón. ¿Hay algo en él que no sea amor? Podríamos decir que en el Corazón de Jesús hay también dolor, misericordia; hay espinas, hay cruz, hay lanza, hay pureza, hay humildad, hay mansedumbre, etc... Hay todo eso, porque brotan del amor. El amor es la explicación de todo lo que hay en este Corazón divino. Es el abismo de todas las virtudes, porque es el horno encendido de la caridad.

En el Corazón de Jesús todo lo que hay es amor. ¡Y qué amor! Es un amor hasta el extremo... es un amor de cruz y de sacrificio, de olvido de sí para alcanzarnos la vida eterna. ¡Cómo palidece el símbolo de amor en el mundo comparado al símbolo cristiano del amor que es el Corazón de Jesús! Para nosotros el emblema del amor es el Corazón de Jesús, Corazón del Dios hecho hombre; por eso el Corazón de Jesús es el lugar de encuentro entre los dos amores: el del cielo y el de la tierra. Todo amor debe medirse, compararse al del Corazón de Jesús para saber cuán auténtico es.

El CorazÓn de JesÚs arde de amor

Generalmente, cuando el Señor ha revelado su Corazón, lo manifiesta rodeado de Fuego: “El divino corazón se me representó como en un trono de fuego y de llamas, echando rayos por todas partes, más resplandecientes que el sol” (Santa Margarita). “Me queman las llamas de la misericordia y mi amor, las quiero derramar a las almas” (Santa Faustina). ¿Por qué el fuego? Porque Jesús arde de amor por la humanidad. Su amor es tan apasionado que se describe en el Cantar de los Cantares 8:6: “Es fuerte el amor como la muerte, implacable como seól la pasión. Saetas de fuego sus saetas, una llama de Yahveh”. Su amor es un amor que lo consume… y este es el amor al Eterno Padre y el amor a los hombres. Es un amor apasionado por la humanidad, que la lleva a entregarse hasta el extremo por la salvación de los hombres. Su amor es un horno inextinguible. Recordemos el Éxodo 3: cuando a Moisés se le apareció el Señor en forma de llama de fuego en medio de una zarza. Vio que la zarza ardía, pero no se consumía. Igual es el amor de Cristo: nos revela Su Corazón ardiendo en fuego, pero un fuego que no cesa, sino que al contrario, crece en intensidad a medida que más necesitamos de su perdón y de su misericordia.

El horno ardiente ilumina las tinieblas de la noche y calienta los cuerpos en el frío. El amor de Cristo posee algo de la naturaleza del fuego, arde y quema para iluminar la oscuridad de nuestros corazones y calentar la frialdad de nuestros egoísmos. Arde y quema para consumir las impurezas de nuestros corazones, para arrancar las piedras, las durezas y darnos un corazón nuevo semejante al suyo.

A Santa Margarita María de Alacoque el Señor le quitó su corazón y lo depositó en el suyo. Nos dice la santa que cuando su corazón tocó las llamas del amor del Corazón de Jesús, inmediatamente fue consumido por ese fuego. Le parecía que era como un pequeño átomo que desaparecía en la inmensidad del amor de Cristo. Así debe ocurrir con nosotros. Entreguemos nuestros corazones a Jesús, dejemos que nos consuma, nos purifique, nos sumerja en su gran misericordia, nos limpie y nos dé, entonces, un corazón puro, tierno, amoroso... un corazón que sabe de amor y, por lo tanto, también de sacrificio.

“¡He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, que no ha escatimado en nada, hasta quedar agotado y consumido para testimoniarles mi amor!” (Jesús a Santa Margarita). Pío IX, en el decreto de beatificación de Santa Margarita, dijo: “El Corazón de Jesús está lleno de una inmensa caridad... que está inflamado de amor por el género humano... y debemos venerarle como la sede de la divina caridad”. El Papa quiso con sus palabras enfatizar el mensaje que le diera Jesús a Santa Margarita: “Mi corazón está tan apasionado de amor por los hombres, que no pudiendo contener ya dentro de sí las llamaradas de su ardiente caridad, hace falta que las difunda por tu mediación”. Su Corazón es fuente de Salvación. El amor salva. Por eso, ¡qué engaño es la falsa visión de amor y misericordia que ha penetrado las mentes y los corazones de muchos, incluso en la Iglesia! Misericordia y amor no es dejar a los demás hundidos en el pecado, es entregar la vida para que sean liberados de él.

El CorazÓn de JesÚs es signo de salvaciÓn para la humanidad

San Bernardo: “¡Oh, Señor Jesús!, Vuestro Corazón fue herido en la cruz, a fin de que de esta herida visible a nuestra vista podamos ver la herida invisible de Vuestro Corazón”. Juan 19:34: “Uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua”. Al ser traspasado el costado de Jesús se dio cumplimiento a la profecía de Zacarías:
Mirarán al que traspasaron (Zacarías 12:10)
Derramará espíritu de gracia y oración (Zacarías 12:10)
Habra una fuente abierta para todos (Zacarías 13:1)

De la fuente abierta fluyen Sangre y Agua: de su Corazón traspasado brotó sangre y agua. Por eso, en la imagen de la Divina Misericordia, el Señor se revela con dos rayos, uno rojo y otro transparente.

Sangre: representa su sacrificio, el precio que pagó por salvar a la humanidad. En todos los pueblos y principalmente entre los judíos, la sangre de las víctimas era esparcida para la expiación y reparación de los pecados. Su Sangre procede de Su Corazón, no solo físicamente, sino espiritualmente.

San Pablo nos dice que la Sangre de Cristo nos compró. Jesús ofreció toda su sangre (hasta la última gota) para nuestra salvación. Se entregó enteramente como holocausto por nuestros pecados. Su sangre fue pacificadora. De valor infinito, que sobrepasaba todas las deudas de todos los hombres. Fue como un tesoro universal, donde todos los pecadores, desde que brotó de Su Corazón, pudieron tomar de ella, como una fuente, y así adquirir la vida de la gracia. Nos purifica nuestras manchas y nos abre las puertas del cielo.

Agua: el don del Espíritu obtenido por Su Corazón para todos. El Espíritu Santo viene a purificar los corazones. “Jesús puesto en pie gritó: ‘Si alguno tiene sed, venga a mí y beba’ ” (Juan 7:37).

En esta ocasión Jesús se presenta como la fuente de agua viva. Así como Él había invitado a los cansados y agobiados a encontrar descanso (cf. Mateo 11:28), aquí invita a los que estén sedientos y creen en él, a beber del agua viva que “brotará de su seno”.

En el Antiguo Testamento se anuncian los tiempos mesiánicos con un derramamiento del Espíritu Santo simbolizado en el signo del agua. El Espíritu Santo sería el don que actualizaría la salvación que el Mesías alcanzaría para todos los hombres. El profeta Ezequiel en 47:1-12 describe una corriente que brota del interior del templo, y por donde pasa trae sanación, fertilidad y abundancia de vida. El profeta Zacarías anuncia una fuente de agua que se abrirá trayendo liberación de las impurezas e idolatrías.

A la samaritana, Cristo le ofrece un agua que solo Él podía dar. Agua viva que se convertiría en torrente de vida y santidad en el interior del creyente (cf. Juan 4). En la Fiesta de las Tiendas pedían lluvia. Jesús proclama que solo en Él encuentra el hombre el agua de una vida nueva. Agua que brota de su seno o sea de Su Corazón. En el significado de estos dos elementos, la Sangre y el Agua, descubrimos que el centro de la Redención del hombre está en el Corazón de Jesús.

La llaga: representa la puerta abierta del Reino de los Cielos. El Reino estaba cerrado para nosotros y Cristo lo abre con su sacrificio redentor. Por esa puerta, fluye el amor de Dios para la humanidad, por esa puerta debe entrar la humanidad a la Casa del Padre. “La real puerta por la que bulle el amor de Dios hacia nosotros es la del Corazón de su Hijo, traspasado en la cruz. En ella es donde se encuentra la puerta santa, la puerta jubilar. Dichoso aquel que habiendo descubierto esta fuente de amor, no sabe separarse nunca de ella. Dichoso aquel que bebiendo de esta fuente de amor ve su sed acrecentarse en el mismo instante en el que ella lo colma". (Cardenal Etchegaray, presidente del comité para el Jubileo del 2000). Su amor es la razón de la redención: Mi Corazón está colmado de amor y misericordia para las almas, especialmente para los pobres pecadores. Oh, si pudieran comprender que para ellas ha brotado Sangre y Agua como de una fuente desbordante de misericordia y salvación (Jesús a Santa Faustina).

San Juan, el Apóstol que nos narra cómo fue traspasado el Corazón de Jesús, considera esto como el signo visible de la salvación. A esta fuente de redención debemos dirigirnos para alcanzar la salvación. El Santo Padre, en su carta Tertio Milenio Adviente y en Fátima, nos dirigió la mirada hacia el Corazón de Cristo y nos dijo que entrando en el Corazón de Cristo, regresamos a esa fuente abierta de salvación y entramos así en la Casa del Padre.

El Reino de Dios

¡Cuánto nos ama el Corazón de Jesús! Toda la predicación de Jesús se resume en el pasaje de Marcos 1:15: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está entre vosotros”. Cristo quiere manifestar lo que es el Reino de Dios. Es la preocupación básica del Corazón de Jesús, porque el Reino de Dios está en el corazón. Es el reino del amor. Jesús quiere que todos participen del Reino, invita a los hombres, pero también deja claro que para entrar es necesario la conversión de corazón que consiste en una nueva actitud hacia Dios como Padre, una nueva actitud hacia los hombres como hermanos; una nueva actitud hacia las cosas del mundo. O sea, un cambio total de las inclinaciones interiores del corazón.

Jesús obra para manifestar el reino: perdona a los pecadores, sana a los enfermos, exorcisa a los endemoniados, enseña la verdad, recibe a los que son despreciados, toma autoridad sobre el mal, hace milagros por compasión, perdona a los enemigos, sufre por nosotros... Todas esas manifestaciones nos revelan el amor de Su Corazón. Su Corazón es el Reino de Dios. Él no actúa simplemente como un agente del Reino, sino como la realización del mismo. Por eso, cuando se abre Su Corazón con el traspaso de una lanza, se abre la puerta del Reino celestial para nosotros.

El Reino de amor de Jesús no tiene precedencia, es el amor de Dios que se hace hombre. Por eso es que su amor trasciende nuestras capacidades y nuestra limitación. ¡Jamás podremos entender cuánto nos ama!. (La Virgen María dijo en una aparición: “Si supieran cuánto los amo, llorarían de alegría”). La fuerza que movía a Cristo en todas sus palabras, acciones y hasta el sacrificio es el amor. Cuántas veces me he preguntado: “¿Que te movía Jesús a levantarte en tus caídas con el peso de la cruz, si lo que venía era la crucifixión? Siempre recibo la misma respuesta: ‘¡Mi amor por los hombres!’ “.

Características del amor del Corazón de Jesús:
El ideal del amor se realiza en el Corazón de Jesús. Fuera de ahí todo amor es imperfecto. El amor humano está lleno de deficiencias: es efímero, vacilante, egoísta, estéril... Pero en el Corazón de Jesús, el amor es lo que debe ser:

1. Fiel:
El Corazón de toda la Historia de la Salvación es la revelación del amor fiel de Yahveh. Es decir, el corazón de la alianza de Dios con los hombres es el amor fiel y eterno de Dios. El salmista canta: “Porque es eterno su amor” (Salmo 107:1). “Dad gracias a Yahveh porque es bueno, porque es eterno su amor” (Salmo 136).  Esta fidelidad de su amor fue muchas veces mal interpretada, ya sea para sofocar el amor o para abusar de él. Para el legalismo judaico era difícil pasar a descubrir el amor en la ley. Para otros, la fidelidad de ese amor les llevaba a olvidarse que habían exigencias necesarias para no ofender ese amor.

La misión de Jesús es revelar de forma plena y definitiva la profundidad del amor de Dios. En Cristo, Dios Padre se comprometió para siempre a amarnos, no solo a Israel, sino a toda la humanidad. Este carácter difinitivo del amor de Dios por los hombres se reveló en el hecho mismo de la Encarnación: Jesús es el heraldo del amor del Padre; Jesús es la Encarnación del amor del Padre. El Corazón de Jesús es el símbolo visible del amor del Padre. Este amor está plenamente revelado en el hecho de que se hizo hombre para salvarnos. En su vida, su compasión, su rectitud en la verdad, su enseñanza, sus milagros.... Pero, sobre todo, en su pasión y muerte.

Jesús vino como el Buen Pastor, el novio, el que sana. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos (Juan 15:13). Romanos 8:35: “¿Quien nos separará del amor de Cristo? La tribulación, la enfermedad, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, la espada, los peligros?”. Este amor no solo es eterno, sino que se manifiesta y se experimenta en todas las realidades de nuestra vida.

2. Universal:
El amor de Jesús es radicalmente nuevo porque trasciende las limitaciones y restricciones que estrechaban la idea del amor en el Antiguo Testamento  La ley prescribe: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" Lev 19,18. En el Antiguo Testamento se pensaba que el amor se daba solamente a los miembros del mismo pueblo y de la misma fe. Cristo rompe las barreras de esa hermandad restringida, causando con ello una gran revolución de amor: salvación universal, filiación universal, hermandad universal y amor universal.

La revolucionaria noción del prójimo revelada por Jesús aparece en muchos pasajes, por ejemplo en la Parábola del Buen Samaritano
(cf. Lucas 10:29-37). En Mateo 5:43-48, ni los enemigos están excluidos: "Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos”
La universalidad del amor del Padre se revela claramente y se convierte en la norma de nuestro amor.

3. Compasivo y misericordioso:
Es un amor misericordioso que perdona, que olvida; un amor que desciende hasta las profundidades, hasta los abismos, para levantar al caído, al que está hundido. El Corazón de Jesús es la manifestación suprema de la infinita bondad, pues la bondad es el amor gratuito.

En el Antiguo Testamento se manifestaba la piedad confesando odio por los pecadores. Jesús hizo lo contrario: vino a llamar no a los justos, sino a los pecadores (Marcos 2:17), a los enfermos, no a los que estaban sanos. Pecadores somos todos y enfermos estamos todos. Vino a revelarnos la necesidad que todos tenemos de salvación.

Jesús es el buen pastor que va tras la oveja perdida. El buen samaritano que sana a la humanidad sufriente. Sanó a muchas personas, liberó a los oprimidos por espíritus malignos, multiplicó panes y peces para los hambrientos y cansados, sacó lo mejor de los corazones endurecidos; cambió el agua en vino, resucitó muertos, hablo con las mujeres... Tenía compasión por la miseria humana en todos sus aspectos. Se conmovía ante el dolor humano. Perdonó pecados, comía con publicanos y pecadores (cf. Marcos 2:15-16). Libró a la mujer acusada de adulterio de ser apedreada y le da la gracia para no volver a pecar (cf. Juan 8:3-11). Los amigos de Jesús son personas como María Magdalena, Mateo y Zaqueo, y hasta llamó a Judas su amigo, y pidió perdón por aquellos que le crucificaban.

La idea de perdonar a los pecadores es central en el ministerio de Jesús. Pedro se percata de ello y pregunta: “Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces siete? Pedro estaba contando, pero Jesús no, y le contesta: ‘No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete’ ”. Jesús no vino como juez, sino como salvador (cf. Juan 3:17). Jesús es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo (Juan 1:29). Derramó su sangre por la remisión de los pecados (Mateo 26:28).
El Corazón de Jesús es el signo de la nueva alianza: el nuevo corazón, lleno de amor misericordioso en acción.

4. Amor de abnegaciÓn:
Es un amor abnegadísimo, un amor que todo lo sufre por la fuerza de su abnegación; un amor tan delicado, tan tierno, que ni el de las madres se compara. Toda la vida de Jesús fue una revelación de su amor al Padre y a la humanidad, pero durante las últimas 24 horas de su vida, este amor se manifestó en plenitud.

Hemos de prestar atención a dos lugares: el cenáculo y el calvario. San Juan nos dice en el capítulo 13: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Antes de darnos el nuevo mandamiento del amor en palabras quiso dárnoslo con su propio ejemplo, con su propio sufrimiento, para dejar bien clara la naturaleza del amor que Él nos enseña. Por eso puede mandarnos a amar como Él nos ha amado. Por eso se arrodilla y lava los pies de sus discípulos. El amor que Él nos enseña es:
1. Amor que sirve.
2. Amor que se demuestra en los sacrificios de cada día.
3. Amor que se olvida de sí para entregarse a los demás.

Después de servir humildemente instituye la Eucaristía: el Sacramento del Amor. Signo visible de su entrega. Entrega Su Cuerpo y Su Sangre. Se entrega todo por amor. Se quedará con nosotros de una forma real. Nos dará Su propio cuerpo como alimento, todo entregado para nuestra salvación. Es entonces que nos dice: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 13:34). “Como el Padre me amó yo les he amado” (Juan 15:9).

Jesús nos manda a amar “como yo os he amado”, es decir, no a nuestra medida y concepto, sino con el mismo amor sacrificial y con la misma entrega abnegada de Su Corazón. Por esto nos dice San Juan en su Primera carta: “Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en Él” (1 Juan 4:16).

Además de los dos grandes dones que son la Eucaristía y el mandamiento del amor, Jesús nos dio en estas últimas horas cruciales:

Su amistad:
“Ya no os llamo siervos, sino amigos” (Juan 15:14-15).
Sus últimos avisos sobre un mundo sin amor (Juan 16:1-4).
Nos promete la presencia de la Trinidad en nuestros corazones (cf. Juan 14:23).
Nos promete que el Espíritu Santo nos guiará hacia la verdad completa. (cf. Juan 14:26; 15:26; 16:15).

Jesús en la oración sacerdotal:
Pide al Padre que nos consagre en la Verdad y que nos dé vida eterna; que nos haga perfectamente uno en la mente y el corazón, para testimonio del amor de Dios

En la cruz:
Desposeido de todo, solo lleno de amor por la humanidad, nos da su amor expresado en palabras cortas pero llenas de abnegación: perdona a los que le crucifican; nos da a su Madre para ser nuestra madre; da esperanza al ladrón; cumple la voluntad del Padre: entrega su espíritu.

Finalmente:
Permite que traspasen Su Corazón para que brote sangre y agua. Aquel que no tenía dónde recostar su cabeza... muere sin encontrar descanso. Muere amando, porque vivió amando. Ese es el Amor del Corazón de Jesús, un amor apasionado y ardiente como no se había visto jamás en la tierra. Ese el Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad.

El CorazÓn de JesÚs, remedio de los males de nuestro tiempo.

Santa Gertrudis, en una experiencia mística, le preguntó a San Juan por qué, si él se había recostado en el pecho de Jesús en la última cena, no había escrito sobre las profundidades de Su Sagrado Corazón. San Juan le respondió: “Mi ministerio en ese tiempo en que la Iglesia se formaba consistía en hablar únicamente sobre el Eterno Hijo del Padre…, pero en los últimos tiempos  les está reservada la gracia de oír la voz elocuente del Corazón de Jesús. A esta voz, el mundo, cansado por los años, renovará su juventud, se levantará de su letargo y, una vez más, será inflamado en la llama del amor divino”. Nos dice el Señor a través de Santa Gertrudis que la renovación del mundo, cuando se encontrara cansado, aletargado, sin fuego en su corazón, vendría a escuchar los latidos del Corazón de Jesús: latidos de amor.

“Cristo ofrece su divino y humano Corazón, fuente de reconciliación y principio de nueva vida en el Espíritu Santo, a todas los hombres y mujeres de hoy que están sumergidos en un mundo secularizado en el cual corren el peligro de perder el centro de la gravedad de sus vidas” (San Juan Pablo II, 28 de junio de 1998).

Vivimos en un mundo que se ha alejado de Dios, y por lo tanto, ha perdido el centro de su gravedad. Todo está alterado: la fe, la relación con Dios, la moral, la vida familiar, las identidades del hombre y la mujer, los valores sobre la vida, etc.

JesÚs es remedio para:

1. La falta de fe: el Apóstol Santo Tomás ve el Corazón del Señor que le invita a poner su dedo en la llaga del costado y exclama con un grito de fe ardiente: “¡Señor mío y Dios mío!”.

2. La falta de unidad: su amor atrae a cada criatura hacia sí y hace que aquellos que creen en Él tengan un solo corazón y una sola mente.

3. La falta de paz: Su Corazón es signo de la reconciliación, la cual es la base de la paz. En Su Corazón se encuentran todos los hombres, en su debilidad, en su miseria y, a la vez, en su grandeza de hijos.
Solo de Su Corazón fluye la paz. Cuando se aparece a los apóstoles, muestra la llaga de su Corazón y dice: “La paz sea con ustedes”. La paz es fruto del amor de su Corazón.

4. El temor: “Cada uno puede contemplar este Cuadro del Corazón misericordioso de Jesús de donde irradian las gracias, y escuchar en lo más íntimo de su alma lo que oyó Santa Faustina: “No tengas miedo de nada. Yo estoy contigo”. Y así podemos contestar con seguridad: “Jesús, yo confío en ti”. Este diálogo del Corazón de Cristo con el corazón humano se basa en el amor, pues “en el amor no hay temor”, sino que “el amor perfecto expulsa el temor” (1 Juan 4:18).

5. La frialdad del mundo: la frialdad es fruto del egoísmo. “Al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará. Por eso es necesario en estos tiempos acercarnos a la llama ardiente de amor y caridad del Corazón de Jesús. El amor de Cristo no se extingue ni se deteriora jamás. Su Amor es eterno,  el único amor capaz de transformar el corazón del hombre y renovar el mundo, el único amor capaz de hacer que se enciendan de amor los corazones humanos.

“La devoción a mi Corazón es mi último esfuerzo para calentar a un mundo frío” (Jesús a Santa Margarita). Al egoísmo de nuestra época, a sus tendencias sensuales, a su indiferencia religiosa, se le opone el culto más delicado, más puro, más desinteresado, más tierno y compasivo: el culto al Sagrado Corazón.

6. Un mundo necesitado de amor: “Dios nos hizo para sí (nos creó por amor, para amar y ser amados) y nuestros corazones jamás descansarán, si no descansan en Él” (cf. San Agustín). El amor es el motor de nuestra existencia. La plenitud y madurez de nuestra humanidad se alcanza a la medida que experimentamos el amor de Dios y nos sabemos y sentimos amados por El y somos capaces de amar a los demás.

El corazón humano siempre tendrá hambre y sed de amor, pues para eso fue creado por Dios. Hasta que no vivamos en el amor, nuestros corazones estarán privados de su mayor anhelo. Solo hay auténtico desarrollo humano en la medida que el ser humano ama. Es un grave error pensar que alcanzamos la realización fuera del amor. El egoísmo nos roba la dignidad y nos deja en un estado de inmadurez. Nuestra dignidad está en ser hijos de Dios y, por lo tanto, en vivir por amor, en amor y para amar.

1 Juan 3:1: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues !lo somos!”.

7. Un mundo racionalista: un mundo que rechaza lo sobrenatural, que niega la divinidad de Jesucristo, la autoridad de la Iglesia y, como consecuencia, proclama la indiferencia en materia de fe y religión, la independencia de pensamiento y la autonomía para decidir el bien y el mal.

Pero al contemplar el CorazÓn de JesÚs, vemos:
-El Corazón de Dios hecho hombre para entrar en relación directa con la humanidad.
-El Corazón traspasado de donde nace la Iglesia, revestida de fuerza divina, que tiene en sí la vida de las almas y de las sociedades.
Papa Pío IX: “El divino Corazón de Nuestro Señor es el remedio destinado a salvar al mundo”.

Al espíritu de orgullo, el Sagrado Corazón opone su humildad.
Al espíritu de independencia, el Sagrado Corazón opone su obediencia.
Al espíritu de débil que sirve a los valores del mundo, el Sagrado Corazón opone su firmeza.

El Corazón de Jesús, siendo el horno ardiente de caridad, la fuente de la salvación, la fuente abundante de gracia y salvación… es nuestra esperanza. ¡La esperanza de la humanidad!

Hermanos, levantemos muy en alto y sobre toda la humanidad el Corazón de Jesús, por el cual la humanidad es redimida y transformada. Que todos entremos a través de la llaga del Costado a vivir dentro del Corazón de Cristo, y así, consumidos por el fuego de su amor, lleguemos un día a arder de tanto amor, que incendiemos el mundo, tan necesitado hoy de una nueva civilización, una nueva cultura de amor.

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