ADVIENTO: TIEMPO DE SER TESTIGOS DE ESPERANZA
Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM
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El Adviento: tiempo de espera en el SeÑor

ADVIENTO es tiempo de espera, tiempo en que se debe fortalecer nuestra esperanza… para convertirnos en testigos de esperanza para el mundo. Adviento es tiempo en que esperamos confiados en la visita, en la manifestación del Dios que se hace hombre para salvarnos, para redimir al hombre… para redimir todas las realidades humanas… para acercar a Dios, la vida divina, al hombre y su realidad. Tiempo de espera gozosa y expectante, ya que lo que esperamos es la llegada de nuestra Salvación. Es el tiempo que estuvieron esperando y ansiando los patriarcas y profetas, y que fue tiempo de tantos suspiros, el tiempo que la Virgen Santísima espera, añora… y obtiene con la potencia de su pureza de fe y su indivisible amor, por y con su fíat el Verbo se hizo Carne. El tiempo en que San José, con su total donación al don de la Madre y el Niño se hace partícipe y custodio, junto con la Virgen, del gran misterio de la Encarnación. Adviento... tiempo de espera... tiempo de emprender el camino al encuentro del Salvador… tiempo de oración, de purificación, de crecer en fe, esperanza y caridad, de preguntas fundamentales y de respuestas que den una nueva dirección a nuestra vida. “El Adviento”, dijo el Papa Francisco, “nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. Una esperanza que no decepciona, sencillamente, porque el Señor no decepciona jamás. ¡Él es fiel!” (Angelus, 1 de diciembre de 2013).

Adviento es el tiempo de espera y preparación para contemplar y participar en las manifestaciones de Dios… de un Dios que se ha hecho carne y ha morado entre nosotros. Se hace carne y entra en la historia de todas nuestras realidades personales, familiares, comunitarias, eclesiásticas y mundiales. Porque hemos visto y creído en el amor que Dios nos tiene, porque creemos en un Dios que ha entrado en la historia… y que no cesa de hacerlo, es que somos testigos de esperanza. Creemos en un Dios amor que no nos ha abandonado ni dejado solos o huérfanos, que están en medio de nosotros, que ha entrado en los establos y pesebres de la humanidad, en su pobreza para enriquecerla, en su escasez para llenarnos de bienes, en su pecado para purificarlo y liberarlo, en sus sufrimientos para abrazarlos… se ha hecho hombre para redimir al hombre. La Navidad es la más profunda fiesta humana de la fe y de la esperanza, porque nos permite sentir profundamente el amor de Dios por la humanidad, que ha querido asumir la humanidad y hacerla suya.

Por esto los cristianos vivimos siempre en Adviento, que significa “espera de presencia, espera de la llegada de Dios”, pues vivimos en la constante espera de ver una “encarnacion de Dios” en nuestras realidades humanas. Nosotros vivimos con esperanza cristiana… creemos, que como nos enseña el Papa Emérito Benedicto XVI en la Encíclica “Spe Salvi”: “San Pablo recuerda a los Tesalonicenses: «No os aflijáis como los hombres sin esperanza» (1 Tesalonicenses 4:13). La esperanza es elemento distintivo de los cristianos, el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Solo cuando el futuro es cierto como realidad positiva se hace llevadero también el presente. Por eso el que tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva”. Porque todo nuestro presente, aunque contenga situaciones dolorosas y oscuras, tiene un futuro… en el cual “habrá una visita de Dios”… “una llegada de Dios”…. Una visita en la que Él vendrá a “morar entre nosotros” y a “estar cerca de nosotros”, en la que vendrá “a iluminar cualquier oscuridad”. Por eso todo en nuestra vida presente contiene rasgos de la belleza del Adviento… caminamos no hacia un futuro incierto como si fuere un abismo o vacío, nuestro futuro no acaba en el vacío, sino que estará lleno de la presencia de Dios y de sus intervenciones. Cuando vemos todas las cosas como parte de un constante Adviento, siempre hay espacio, disponibilidad para avanzar por el camino, aunque se vaya por el desierto, sin encontrar hospedaje, pero confiando en que aunque sea en un establo, Dios nacerá, habrá una visita, Emmanuel se hará presente. “Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”.

Adviento: tiempo de esperanza y oraciÓn

“Sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor” (Salmo 26).
Dos virtudes que deben sostener nuestro corazón en la espera es la valentía o fortaleza, (fidelidad en el camino) y el ánimo, que es vivir sin miedo porque nos sentimos y nos sabemos en las manos de Aquel que nos ama con amor infinito, eterno, fiel y permanente, incambiable… y que El es más fuerte que todo o que todos. Romanos 8: 31-37: ¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? En todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a Aquel que nos amó”. La esperanza es un don que cambia la vida de quien lo recibe, como demuestra la experiencia de muchos santos y santas. ¿En qué consiste esta esperanza tan grande y tan «confiable»? En definitiva, consiste en el conocimiento de Dios, en el descubrimiento de su corazón de Padre bueno y misericordioso. Jesús, con su muerte en la cruz y con su resurrección, nos ha revelado su rostro, el rostro de un Dios tan grande en el amor que nos ha dado una esperanza inquebrantable, que ni siquiera la muerte puede resquebrajar, pues la vida de quien confía en este Padre se abre a la perspectiva de la felicidad eterna.

Pero aprender a esperar (confiar en abandono, esperar con fe en el cumplimiento de sus promesas) en Dios de esta forma requiere de una vida de profunda oración, en la cual entramos en dialogo interior con el corazón de Dios, con la razón de nuestra esperanza. Es en la oración que aprendemos a esperar en Dios… a esperar con Dios, y a esperar en lo que Dios hará, aun cuando sobrepase nuestro entendimiento. Esperar en Dios… ¡La oración es la escuela de los testigos de esperanza!

El primer lugar donde el corazón aprende a “esperar en Dios”, a ser testigo de esperanza es la oración:

1. Se crece en la virtud de la esperanza a través de la oración y la reflexión de la Palabra de Dios…. En el Salmo 130: 5-7, el salmista nos expresa su experiencia de la esperanza: “Mi alma espera en el Señor, mi alma espera en su palabra. Mi alma espera al Señor, más que el centinela la aurora. Como el centinela espera la aurora, espere Israel al Señor, porque en él se encuentra la misericordia y la redención copiosa (en abundancia) ”.

2. La oración sostiene la esperanza del que espera, muchas veces en soledad y en la oscuridad de la incertidumbre. Encíclica “Spe Salvi” 32: “Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme [25]. Si me veo relegado a la extrema soledad...; el que reza nunca está totalmente solo. De sus 13 años de prisión, nueve de los cuales en aislamiento, el inolvidable Cardenal François-Xavier Nguyen Van Thuan nos ha dejado un precioso opúsculo: oraciones de esperanza. Durante 13 años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el mundo un testigo de la esperanza, esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de soledad”.

3. La oración purifica las motivaciones de nuestros deseos, de nuestra espera, de nuestras expectaciones... Encíclica “Spe Salvi” 33-34.
San Agustín ilustró de forma muy bella la relación íntima entre oración y esperanza en una homilía sobre la Primera Carta de San Juan.

• Él define la oración como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad, el gran don, que se le entrega. Debe crecer en las bienaventuranzas para “ver a Dios, heredar su tierra, ser llamado hijo de Dios, para ser consolado, para recibir misericordia, para recibir el reino”.

• Tiene que ser ensanchado, preparado. «Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don]». Agustín se refiere a San Pablo, el cual dice de sí mismo que vive lanzado hacia lo que está por delante (cf. Filipenses 3:13).

• Después usa una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento y preparación del corazón humano. «Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel?». El vaso, es decir el corazón, antes tiene que ser ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero solo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados [26].

• Con este esfuerzo por liberarse del vinagre y de su sabor, el hombre no solo se hace libre para Dios, sino que se abre también a los demás. Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón privado de la propia felicidad. El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás.

• En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Qué puede esperar de Dios… y qué no puede esperar o desear. Ha de aprender que no puede rezar contra el otro. Ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios... porque se siente defraudado.

• Ha de purificar sus deseos y sus esperanzas. Debe liberarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escruta, y la confrontación con Dios obliga al hombre a reconocerlas también. «¿Quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta», ruega el salmista (19[18],13). No reconocer la culpa, la ilusión de inocencia, no me justifica ni me salva, porque la ofuscación de la conciencia, la incapacidad de reconocer en mí el mal en cuanto tal, es culpa mía.

• Encíclica “Spe Salvi” 34: Para que la oración produzca esta fuerza purificadora debe ser, por una parte, muy personal, una confrontación de mi yo con Dios, con el Dios vivo. El encuentro con Dios despierta mi conciencia para que esta ya no me ofrezca más una autojustificación ni sea un simple reflejo de mí mismo y de las voces del mundo.

• Solo con una oración sincera podemos hablar a Dios, y Dios hablarnos a nosotros. De este modo se realizan en nosotros las purificaciones a través de las cuales llegamos a ser capaces de una verdadera esperanza y nos convertimos en ministros de la esperanza para los demás: la esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual luchamos para que las cosas no acaben en un «final perverso». Es también esperanza activa en el sentido de que mantenemos el mundo abierto a Dios. Esperando y atrayendo con la oración su visita, su encarnación en la historia de hoy.

Adviento: tiempo de preguntas fundamentales
que dan razÓn a nuestra esperanza

En Adviento nos ponemos en camino, al encuentro con el Misterio de la Encarnación, al encuentro con Dios, quien ha amado a la humanidad hasta la locura de la Encarnación, que no ha escatimado en nada por salvarnos… Adviento es un tiempo de esperar confiadamente que Dios se nos revela como un Dios de amor… todo amor... y que debemos salir a su encuentro… como los reyes magos, los pastores… debemos salir y encontrarlo donde El quiere revelarse (como la Virgen y San José); por tanto Adviento es tiempo de peregrinación… tiempo de caminar hacia la meta (Cristo mismo)… y de encontrar el misterio de Cristo que entra definitivamente en la historia humana, en tu historia, como un niño en un pesebre, con pequeñez, pobreza, pureza, mansedumbre, humildad, justicia, paz. Entra así para hacernos preguntas fundamentales en nuestro encuentro. Ante el pesebre, debemos contemplar la verdad sobre la persona humana… El es el camino, la verdad y la vida… nuestra jornada debe terminar en Él… y encontrar la verdad que Él nos revela, la vida que Él nos propone.

En Adviento, junto con la Virgen y San José, que emprenden su camino hacia Belén, hacia el establo y el pesebre debemos preguntarnos: ¿Hacia dónde te diriges? ¿Qué esperas, qué deseas? ¿Qué esperas encontrar en el pesebre? ¿Qué significa contemplar a Dios hecho carne y siendo niño, para tu vida? Cuando la Virgen De Guadalupe se aparece a Juan Diego, y creo que no es un detalle que debemos dejar pasar inadvertido que la Fiesta de la Virgen de Guadalupe está en el centro del Adviento, el corazón de nuestra jornada, como estrella que debe iluminar nuestro camino… en su primer encuentro, la Virgen le pregunta a Juan Diego: “Juan Dieguito, ¿hacia dónde te diriges?”.

Adviento, la manifestación de Dios que se hace hombre en nuestra historia, siempre evoca preguntas en el corazón humano… unas para eliminar su presencia, otras para acoger los efectos de su visita. En el Evangelio de San Mateo 2: 1-11: “Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo». Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías «En Belén de Judea», le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel». Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje». Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra”. ¡Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría!

Virgen MarÍa, estrella y signo de esperanza… EncÍclica “Spe Salvi” 50
La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta.

• Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su «sí» abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Juan 1:14)?

• Santa María, tú fuiste una de aquellas almas humildes y grandes en Israel que, como Simeón, esperó «el consuelo de Israel» (Lucas 2:25) y esperaron, como Ana, «la redención de Jerusalén» (Lucas 2:38). Tú viviste en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descendencia (cf. Lucas 1:55). Así comprendemos el santo temor que te sobrevino cuando el ángel de Dios entró en tu aposento y te dijo que darías a luz a Aquel que era la esperanza de Israel y la esperanza del mundo.

• Por ti, por tu «sí», la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia. Tú te has inclinado ante la grandeza de esta misión y has dicho «sí»: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1:38). Cuando llena de santa alegría fuiste aprisa por los montes de Judea para visitar a tu pariente Isabel, te convertiste en la imagen de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo por los montes de la historia.

• Junto con la alegría que en tu “Magníficat”, con las palabras y el canto, has difundido en los siglos, conocías también las afirmaciones oscuras de los profetas sobre el sufrimiento del siervo de Dios en este mundo. Sobre su nacimiento en el establo de Belén brilló el resplandor de los ángeles que llevaron la buena nueva a los pastores, pero al mismo tiempo se hizo de sobra palpable la pobreza de Dios en este mundo. El anciano Simeón te habló de la espada que traspasaría tu corazón (cf. Lucas 2:35), del signo de contradicción que tu Hijo sería en este mundo.

• Cuando comenzó después la actividad pública de Jesús, debiste hacerte a un lado, en un aparente silencio, para dar espacio a que pudiera crecer la nueva familia que Él había venido a instituir y que se desarrollaría con la aportación de los que hubieran escuchado y cumplido su palabra (cf. Lucas 11:27s). No obstante toda la grandeza y la alegría de los primeros pasos de la actividad de Jesús, ya en la sinagoga de Nazaret experimentaste la verdad de aquella palabra sobre el «signo de contradicción» (cf. Lucas 4:28ss). Así has visto el poder creciente de la hostilidad y el rechazo que progresivamente fue creándose en torno a Jesús hasta la hora de la cruz, en la que viste morir como un fracasado, expuesto al escarnio, entre los delincuentes, al Salvador del mundo, el heredero de David, el Hijo de Dios. Recibiste entonces la palabra: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Juan 19:26). Desde la cruz recibiste una nueva misión.

• A partir de la cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo. La espada del dolor traspasó tu corazón. ¿Había muerto la esperanza? ¿Se había quedado el mundo definitivamente sin luz, la vida sin meta? Probablemente habrás escuchado de nuevo en tu interior en aquella hora la palabra del ángel, con la que respondió a tu temor en el momento de la anunciación: «No temas, María» (Lucas 1:30). ¡Cuántas veces el Señor, tu Hijo, dijo lo mismo a sus discípulos: «no temáis»! En la noche del Gólgota oíste una vez más estas palabras en tu corazón. A sus discípulos, antes de la hora de la traición, Él les dijo: «Tened valor: Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). «No tiemble vuestro corazón ni se acobarde» (Juan 14:27). «No temas, María». En la hora de Nazaret el ángel también te dijo: «Su reino no tendrá fin» (Lucas 1:33). ¿Acaso había terminado antes de empezar? No, junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te convertiste en madre de los creyentes.

• Con esta fe, que en la oscuridad del Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, te has ido a encontrar con la mañana de Pascua. La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste en la comunidad de los creyentes que en los días después de la Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu Santo (cf. Hechos 1:14), que recibieron el día de Pentecostés. El «reino» de Jesús era distinto de como lo habían podido imaginar los hombres. Este «reino» comenzó en aquella hora y ya nunca tendría fin. Por eso tú permaneces con los discípulos como Madre suya, como Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino.

Tú, que eres totalmente pura y transparente para recibir a Dios y comunicarlo, dirígenos en el camino de la purificación de nuestras expectaciones, nuestras esperanzas y nuestros deseos. Sé la estrella que nos dirige en el camino hacia el encuentro con el verdadero rostro de Cristo, quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Que contigo caminemos a su encuentro, que con tu Corazón esperemos en las maravillas que hace el Todopoderoso... maravillas que hace en los humildes y pobres de corazón. Un Dios que ha entrado definitivamente en la historia de la humanidad.