DE
CORAZÓN A CORAZÓN
El Sufrimiento, misterio de amor
Editorial- Madre Adela Galindo, Fundadora, SCTJM
Marzo 2005
Queridos hermanos y hermanas:
"Suplo en mi carne ‑dice el apóstol S. Pablo en su carta a los
Colosenses‑ lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo,
que es la Iglesia". Con estas palabras, pareciera
que S. Pablo ha querido revelarnos un misterio poderoso, un tesoro de
gran valor que él ha descubierto: el sentido y el valor salvífico del
sufrimiento. Aunque ha sido un descubrimiento personal, S. Pablo nos
invita a descubrir este tesoro escondido. Descubrirlo, es abrirnos a una
potencia de gracia, de amor, de fecundidad y de participación
inimaginable en los designios de redención de Dios sobre los hombres y
sobre el mundo.
El sufrimiento, nos dice el Santo Padre en su Carta Apóstolica,
Salvificis Doloris, "parece ser, y lo es, casi inseparable de la
existencia terrena del hombre". El dolor es un misterio, una realidad
inherente a la propia condición humana. Éste ocurre en diversos momentos
de la vida; se realiza de maneras diferentes, asume dimensiones
diversas; sin embargo, de una forma o de otra, acompaña la vida del
hombre aquí en la tierra en su doble dimensión: corporal y espiritual.
El Papa nos ha recordado en esta carta que la redención realizada por
Cristo, al precio de la pasión y muerte de cruz, es un acontecimiento
decisivo y determinante en la historia de la humanidad. No solo por que
cumple el designio divino de justicia y misericordia, asumiendo nuestros
pecados y pagando por ellos, alcanzándonos así la salvación, sino
también, porque el sufrimiento del Dios-hecho hombre, revela al hombre
un nuevo significado del sufrimiento. Significado que el corazón humano
ha buscado incesantemente entender, porque éste le ha acompañado a lo
largo y a lo ancho de la historia y a través de toda la geografía, y que
solo en la Cruz de Cristo encuentra su más elocuente explicación: Dios
es amor y por lo tanto, la cruz es signo y manifestación misteriosa de
su amor.
¡Oh, qué misterio es el sufrimiento, qué misterio se encierra en el
poder de la Cruz! Misterio que es accesible solo a aquellos que abren su
corazón a contemplar el poder y la fuerza del amor manifestado en el
dolor. Como nos dice S. Pablo: "Así, mientras los judíos piden señales y
los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo
crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, más
para los llamados, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. La
predicación de la Cruz es una necedad para los que se pierden; mas para
los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios." (1 Cor 1; 17..)
¡Qué misterio! Para algunos la cruz es escándalo, o sea, piedra de
tropiezo; para otros necedad, o sea, una tontería; para muchos,
debilidad; para otros, un mal que hay que evitar a toda costa.......
para algunos caída y para otros elevación, cumpliendo así la profecía de
Simeón en la presentación del Niño Jesús al Templo: "Este está puesto
como signo de contradicción, puesto para caída y para elevación de
muchos". (Luc 2, 33)
Para los sencillos de corazón, para los que elevan su corazón más allá
de sus expectaciones y añoranzas terrenas, para los que permiten al
Espíritu Santo iluminar su limitado entendimiento con la luz de la
inteligencia espiritual, la cruz, el sufrimiento abrazado con amor y en
unión con Cristo, es fuerza de Dios, es sabiduría de Dios, es
manifestación poderosa de la potencia del amor, y del amor hasta el
extremo.
Ante el anuncio del sufrimiento del Mesías, el cual profetiza Simeón que
sería para algunos caída y para otros elevación, la Virgen Santísima,
quien comprendió profundamente que la misión salvadora de su Hijo se
daría en el contexto del dolor y la oposición, ese anuncio es
oportunidad de elevación. Es oportunidad para dar "otro fíat" con el que
acoge el destino de su Hijo, y al cual une su corazón en plena comunión
de amor con él: "a ti misma una espada traspasará tu corazón". Ese es el
misterio que Nuestra Madre, y en imitación y comunión con su Corazón,
muchos santos y santas, han comprendido.. Que el amor, si es verdadero,
estará siempre dispuesto a sufrir con el Amado. Santa Clara de Asís,
como fruto de su experiencia de vida, nos dice: "El amor que no puede
sufrir no es digno de ese nombre".
El amor es, por lo tanto, la fuente más rica para entender el sentido
del sufrimiento, que siempre es y será un misterio. Para descubrir, a la
medida posible, este misterio, este tesoro escondido, debemos contemplar
la Cruz de Cristo: el amor salvífico de Cristo que se entregó por
nosotros, amándonos hasta el extremo de dar la vida para salvarnos.
Sí, el amor de Cristo, manifestado en su máxima expresión en la Cruz, da
un nuevo sentido, un nuevo valor al sufrimiento humano. "La cruz de
Cristo --la pasión-- arroja una luz completamente nueva sobre este
misterio, dando otro sentido al sufrimiento humano en general." (JPII,
1988) Para leer el sentido más profundo del sufrimiento, debemos hacerlo
desde la Cruz de Cristo, leerlo desde el lenguaje del amor oblativo y
del amor salvífico. No podremos comprender el sentido más profundo de la
Cruz, a menos que lo contemplemos desde el amor del Corazón de Cristo,
como expresión elocuente del amor hasta el extremo."He aquí el Corazón
que no ha escatimado en nada por revelarnos su amor"(Palabras de Jesús a
Santa Margarita).
Que en esta Semana Santa, en el Año de la Eucaristía, se nos conceda la
gracia de contemplar la oblación del Corazón de Cristo y así, seamos
movidos al amor que es capaz de dar la vida.
Con la Carta Apostólica «Mane Nobiscum Domine», dada el pasado 7 de
octubre, Su Santidad Juan Pablo II inició el Año de la Eucaristía que se
celebrará en toda la Iglesia, entre octubre de 2004 y octubre de 2005.
¡Quédate con nosotros! Con esta invitación apremiante que los discípulos
que se dirigían hacia Emaús hicieran al caminante que se había unido a
ellos a lo largo del trayecto, el Santo Padre comienza esta Carta
Apostólica y así quiere orientarnos a que este año nos dediquemos a
contemplar el gran misterio de Cristo realmente presente en el don de la
Santísima Eucaristía. Aquellos discípulos iban por su camino con el peso
del desconsuelo y del desánimo ante todos los eventos acontecidos unos
días atrás en Jerusalén. Parecía que la oscuridad les rodeaba y su
esperanza estaba debilitada. En medio de esas sombras y penumbras, el
Caminante desconocido les acompaña, está en medio de ellos, les explica
con ardor las Escrituras, les incendia el corazón y les disipa las
tinieblas interiores, a tal punto que nos dice San Lucas (24:29): «se
les abrieron los ojos».
¿Acaso no parece este relato del evangelio de San Lucas, la realidad en
que muchos discípulos de Cristo nos encontramos hoy? ¿No vamos acaso por
nuestros caminos cotidianos conversando sobre la oscuridad espiritual,
moral y social en la que la civilización moderna está sumergida? ¿No nos
entristecen acaso los sufrimientos de tantos hermanos sorprendidos por
las fuerzas destructoras de la naturaleza? ¿No vemos las noticias que a
diario nos presentan el aumento de la violencia del terrorismo, de la
injusticia, de la inmoralidad, de la pobreza, y de la desvalorización de
la vida y la persona humana? Y podríamos continuar mencionando las
tantas «sombras oscuras» que amenazan a la humanidad, a la estabilidad
familiar, a los valores fundamentales de toda sociedad, a la paz
mundial, a la vida de los niños, de los enfermos, y de los ancianos.
¿Podríamos acaso no sentir temor ante el desprecio tan militante contra
Dios, su nombre, sus mandamientos, su Iglesia y su amor, y las
consecuencias tan funestas de un mundo que pretende vivir sin Dios?
Sin embargo, ante las nubes oscuras que surgen sobre el horizonte de la
humanidad, el Santo Padre ha querido levantar muy en alto la Presencia
de Cristo Eucarístico, luz y vida del mundo. El Verbo que hecho hombre
vino al mundo para salvarlo, para redimirlo e iluminarlo en sus
tinieblas, está realmente, substancialmente presente en la Eucaristía.
En medio del desconcierto del mundo de hoy, se presenta ante nuestros
ojos Aquél que es Señor de la historia, que es el eje y centro no sólo
de la historia de la Iglesia, sino también de la historia de la
humanidad. Se levanta ante nuestros ojos cargados de penumbra, el don
sublime y luminoso de Cristo en la Eucaristía, para darnos su luz, luz
que brilla en las tinieblas y las tinieblas no le vencieron (Jn. 1).
¡Qué inmenso don, hermanos! Un año de la Eucaristía, un año de gracia y
de luz. Un año de misericordia, señalada particularmente con «la
indulgencia concedida por el Santo Padre a algunos actos de devoción y
amor al Santísimo Sacramento». Año de contemplar, en medio de la
inestabilidad del mundo, a Aquél que es el mismo ayer, hoy y siempre.
En este año, les invito a que, en la escuela del Corazón de María,
aprendamos a contemplar el rostro ardiente del Salvador, a reparar por
todas las ofensas al amor de Su Corazón, a reflexionar con profundidad
la Palabra, a escuchar atentamente su voz y a disponernos a que el poder
de la Eucaristía nos transforme e ilumine, a tal grado, que salgamos al
mundo en sombras, a llevarles el fuego ardiente del amor del Corazón
Eucarístico de Cristo.
Que en el Corazón de María, aprendamos a ser hombres y mujeres
«eucarísticos», a guardar en el tabernáculo de nuestro corazón la
presencia viva de Cristo que recibimos en la Eucaristía y a ser como
ella, canales transparentes de su presencia en el mundo. Que nos
dispongamos en este año a ser iluminados ante la Eucaristía, para poder
iluminar, con fuerza y dinamismo, a todos los hombres. «Vosotros sois la
luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un
monte» (Mt. 5,14).
Madre Adela Galindo, SCTJM
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