Editorial de Octubre 1999
Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

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Queridos hermanos y hermanas:

"He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha escatimado en nada por salvarles y demostrarles mi amor". Estas son las palabras que Jesús dijo a Santa Margarita María de Alacoque el 16 de junio de 1675, mientras le revelaba físicamente Su Corazón.

¡Jesús nos ha revelado su Corazón! Sí hermanos, Jesús ha querido que contemplemos la grandeza del amor de su Corazón. El quiere que conozcamos cuán grande, cuán ancho, cuán profundo y cuán alto es su amor. Debemos darnos cuenta de que Dios desea que alcancemos un verdadero conocimiento de su amor. Conociendo su Amor, le conocemos a Él, porque "Dios es amor".

Debemos preguntarnos, entonces: ¿Cómo es el amor del Corazón de Jesús? Ante todo debemos comprender que es un amor infinito, un amor abnegado, un amor de entrega, y de entrega "hasta el extremo" (Jn 13,1). Es un amor que no escatima en nada, absolutamente en nada, por salvarnos, liberarnos, sanarnos y darnos su vida de gracia y santidad. Es un amor tan fiel, constante y eterno que nada nos puede separar de él: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?... estoy seguro que nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,35_39).

El amor de Jesús es radicalmente nuevo porque trasciende nuestras ideas tan estrechas y tan limitadas del amor. Es un amor universal, abarca a todos, desde el prójimo, el hermano, el de la misma fe, hasta al enemigo. Es un amor que causa en nuestros corazones una verdadera revolución: nos mueve a bendecir a los que nos maldicen (Rom 12,14); nos mueve a orar por los que nos persiguen y a amar a nuestros enemigos (Mt 5,44); nos hace poner la mejilla después que nos han golpeado la otra (Mt 5,39); nos hace dar nuestro manto a quien nos ha quitado la túnica (Mt 5,40); nos lleva a vender todo lo que tenemos y darlo a los pobres (Lc 18,21); nos hace perdonar a los que nos ofenden (Mt 6,12) e incluso, entregar la propia vida por otros (Jn 15,13).

El amor del Corazón de Jesús es compasivo y misericordioso. Es un amor que perdona, que olvida; un amor que desciende hasta las profundidades, hasta los abismos, para levantar al caído, para redimir al pecador. Jesús es el buen pastor que busca a la oveja perdida; que sana a la que está desvalida; que lleva en sus brazos a la débil. El es el buen samaritano que sana a la humanidad sufriente y herida con las llagas mortales del pecado. Su amor es bondadoso dandose gratuitamente a todos: sanando enfermos, liberando a los oprimidos por espíritus malignos, multiplicando panes y peces para alimentar a los hambrientos; cambiando agua en vino para que los nuevos esposos no pasaran vergüenza; resucita a muertos para consolar a sus familiares; comía con publicanos y pecadores; libera a una adúltera de ser apedreada y, por encima de todo, perdona, perdona a los pecadores.

El amor de Jesús es redentor, o sea, que libera de las garras del demonio, del pecado y de la muerte. Es un amor que no se conforma con dejarnos en nuestra miseria, sino que quiere elevarnos a la dignidad de ser hijos de Dios y de vivir como tales. Fue el amor de Jesús lo que hizo que aquella mujer adúltera dejara su pecado público y se convirtiera en seguidora fiel de Cristo y su primer testigo de la Resurrección. Fue el amor de Jesús el que hizo de un recaudador implacable de impuestos, uno de los doce apóstoles y a la vez, uno de los cuatro evangelistas. Fue el amor de Jesús el que transformó a San Pablo de un perseguidor de cristianos al gran apóstol de los gentiles.

¡Qué poderoso es el amor del Corazón de Jesús! ¡El amor de Jesús todo lo puede y todo lo crea!

Contemplar el Corazón de Jesús es contemplar su amor, amor que es capaz de transformar nuestros corazones de piedras en corazones de carne (Ez 36,26). Sí, es necesario que contemplemos con los ojos de nuestras almas, hasta dónde llega el amor del Corazón de Jesús por nosotros. Quizás al mirar, con amor y piedad, la grandeza y profundidad de Su amor, se conmuevan nuestros corazones. Tal vez al contemplar con amor, el Corazón traspasado de Jesús que tanto ha amado a la humanidad, nos dispongamos a amarle con todo nuestro corazón y busquemos con todas nuestras fuerzas ser transformados a imagen y semejanza de Su Corazón.

Madre Adela Galindo, SCTJM
 


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