Domingo después de Pentecostés
SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD
COMENTARIO
PRIMERA LECTURA
Señor, Señor, Dios compasivo y
misericordioso
Lectura del libro del Éxodo 34,
4b-6. 8-9
En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el
Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra.
El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del
Señor.
El Señor pasó ante él, proclamando:
-«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y
lealtad.»
Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra.
Y le dij* o:
-«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de
cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.»
Palabra de Dios.
Salmo responsorial
Dn 3, 52. 53. 54. 55. 56
R. A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y glorioso.
R./ A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
R./ A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres sobre el trono de tu reino.
R./ A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos.
R./ A ti gloria y
alabanza por los siglos.
Bendito eres en la bóveda del cielo.
R./ A ti gloria y alabanza por los siglos.
SEGUNDA LECTURA
La gracia de Jesucristo,
el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
Lectura de la segunda carta del
apóstol san Pablo a los Corintios 13, 11-13
Hermanos:
Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y
de la paz estará con vosotros.
Saludaos mutuamente con el beso ritual.
Os saludan todos los santos.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté
siempre con todos vosotros.
Palabra de Dios.
Aleluya Ap 1, 8
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, al Dios que es, que era y que viene.
EVANGELIO
Dios mandó su Hijo
para que el mundo se salve por él
+ Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-18
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los
que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído
en el nombre del Hijo único de Dios.
Palabra de Dios
COMENTARIO
Santísima Trinidad
Padre Raniero Cantalamessa
La
Trinidad revela el secreto de relaciones humanas
Síntesis:
- ¿Por qué los
cristianos creen en la Trinidad?
- Sin ella sería
mas fácil dialogar con judíos y musulmanes
- Respuesta porque
creen que Dios es amor.
- Si Dios es amor
debe amar a alguien.
- el ama a los
hombres pero estos solo han existido un tiempo.
- Dios no puede
haber empezado a ser amor desde cierto momento,
porque El no cambia.
- Antes de la
creación, ¿a quién amaba Dios para poderse
definir amor?
- No podemos
decir: se amaba a sí mismo, porque amarse uno
mismo no es amor, sino egoísmo o narcisismo.
- La respuesta de la
revelación cristiana: Dios es amor en sí mismo,
antes del tiempo, porque desde siempre tiene en
sí mismo un Hijo, el Verbo, a quien ama con amor
infinito, y ese amor es el Espíritu Santo.
- En todo amor
hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama,
uno que es amado y el amor que les une.
- Unidad y
Trinidad. La teología se ha servido del término
naturaleza, o
sustancia, para indicar en Dios la unidad,
y del término
persona para indicar la distinción.
Decimos que nuestro Dios es un Dios único en tres
personas.
- Creemos en un
solo Dios, solo que la unidad en la que creemos
no es una unidad de número, sino de naturaleza.
Se parece más a la unidad de la familia que a la
del individuo.
- La Trinidad es
un misterio de relación. Las personas divinas
son definidas por la teología «relaciones
subsistentes». Significa que las personas
divinas no
tienen relaciones, sino que
son relaciones. Los seres humanos tenemos
relaciones de amor -entre padre e hijo, entre esposa
y esposo, etcétera--, pero existimos también fuera y
sin ellas. No así el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
- La Trinidad nos
revela el secreto para tener relaciones bellas.
Lo que hace bella, libre y gratificante una relación
es el amor. Aprendemos a amar contemplando la fuente
del amor que es Dios.
- Si Dios
fuese poder absoluto pero sin amor, entonces
podría ser una sola persona, porque el poder
puede ejercerlo uno solo. Pero si Dios es
también amor, entonces es tres Personas.
- El poder de
Dios siempre manifiesta su amor. El amor dona,
el poder domina.
- Lo que
envenena una relación es querer dominar al
otro, poseerle, instrumentalizarlo, en vez de
acogerle y entregarse.
- Dios reveló
su amor para que seamos como El.
Meditaciones sobre la Santísima Trinidad
Colección Hablar con Dios de Francisco
Fernández Carvajal
- Revelación
del misterio trinitario.
- El trato
con cada una de las Personas divinas
- Oración a
la Trinidad Beatísima.
Tibi laus,
Tibi gloria, Tibi gratiarum actio... A Ti la alabanza, a Ti la gloria, a
Ti hemos de dar gracias por los siglos de los siglos, “oh Trinidad
Beatísima! (Trisagio angélico).
Después de
haber renovado los misterios de la salvación -desde el Nacimiento de
Cristo en Belén hasta la venida del Espíritu Santo en Pentecostés-, la
liturgia nos presenta la Santísima Trinidad, fuente de todos los dones y
gracias, misterio inefable de la vida íntima de Dios.
Dios se da a
conocer
Poco a poco, con una pedagogía divina, Dios fue manifestando su realidad
íntima, nos ha ido revelando cómo es Él, en Sí, independiente de
todo lo creado. En el Antiguo Testamento da a conocer sobre todo la
Unidad de su Ser, y su completa distinción del mundo y su modo de
relacionarse con él, como Creador y Señor. Se nos enseña de muchas
maneras que Dios, a diferencia del mundo, es increado; que no
está limitado a un espacio (es inmenso), ni al tiempo (es
eterno). Su poder no tiene límites (es omnipotente):
Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón -nos invita la liturgia-que
el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la
tierra; no hay otro (2). Sólo Tú, Señor.
El Antiguo
Testamento proclama sobre todo la grandeza de Yahvé, único Dios, Creador
y Señor de todo el Universo. Pero también se revela como el pastor
que busca a su rebaño, que cuida a los suyos con mimo y ternura, que
perdona y olvida las frecuentes infidelidades del pueblo elegido... A la
vez, se va manifestando la paternidad de Dios Padre, la Encarnación de
Dios Hijo, que es anunciada por los Profetas, y la acción del Espíritu
Santo, que lo vivifica todo.
Pero es
Cristo quien nos revela la intimidad del misterio trinitario y la
llamada a participar en él. Nadie conoce al Padre sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo quiera revelarlo (3). Él nos reveló también la
existencia del Espíritu Santo junto con el Padre y lo envió a la Iglesia
para que la santificara hasta el fin de los tiempos; y nos reveló la
perfectísima Unidad de vida entre las divinas Personas (4).
El misterio
de la Santísima Trinidad es el punto de partida de toda la verdad
revelada y la fuente de donde procede la vida sobrenatural y a donde nos
encaminamos: somos hijos del Padre, hermanos y coherederos del Hijo,
santificados continuamente por el Espíritu Santo para asemejarnos cada
vez más a Cristo. Así crecemos en el sentido de nuestra filiación
divina. Esto nos hace ser templos vivos de la Santísima Trinidad.
Por ser el
misterio central de la vida de la Iglesia, la Trinidad Beatísima es
continuamente invocada en toda la liturgia. En el nombre del Padre, y
del Hijo y del Espíritu fuimos bautizados, y en su nombre se nos
perdonan los pecados; al comenzar y al terminar muchas oraciones, nos
dirigimos al Padre, por mediación de Jesucristo, en unidad del Espíritu
Santo. Muchas veces a lo largo del día repetimos los cristianos:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. “-”Dios es mi
Padre! -Si lo meditas, no saldrás de esta consoladora consideración.
“-¡Jesús es
mi Amigo entrañable! (otro Mediterráneo), que me quiere con toda la
divina locura de su Corazón.
“-¡El
Espíritu Santo es mi Consolador!, que me guía en el andar de todo mi
camino.
“Piénsalo
bien. -Tú eres de Dios..., y Dios es tuyo” (5).
II. La vida
divina -a cuya participación hemos sido llamados- es fecundísima.
Eternamente el Padre engendra al Hijo, y el Espíritu Santo procede del
Padre y del Hijo. Esta generación del Hijo y la espiración del Espíritu
Santo no es algo que aconteció en un momento determinado, dejando como
fruto estable las Tres Divinas Personas: esas procedencias (los teólogos
las llaman “procesiones”) son eternas.
En el caso de
las generaciones humanas, un padre engendra a un hijo, pero ese padre y
ese hijo permanecen después del mismo acto de engendrar, incluso aunque
muera uno de los dos. El hombre que es padre no sólo es “padre”: antes y
después de engendrar es “hombre”. La esencia, sin embargo, de Dios Padre
está en que todo su ser consiste en dar la vida al Hijo. Eso es lo que
lo determina como Persona divina, distinta de las demás. En la vida
natural, el hijo que es engendrado tiene otra realidad. Pero la esencia
del Unigénito de Dios es precisamente ser Hijo (6). Y es a través de Él,
haciéndonos semejantes a Él, por un impulso constante del Espíritu
Santo, como nosotros alcanzamos y crecemos en el sentido de nuestra
filiación divina. Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios,
ésos son hijos de Dios. Habéis recibido no un Espíritu de esclavitud
para recaer en el temor; sino un Espíritu de adopción, que nos hace
gritar: Abba! ( ¡Padre!). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un
testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también
herederos de Dios y coherederos con Cristo (7).
La paternidad
y la filiación humanas son algo que acontece a las personas, pero no
expresan todo su ser. En Dios, la Paternidad, la Filiación y la
Espiración constituyen todo el Ser del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo (8).
Desde que el
hombre es llamado a participar de la misma vida divina por la gracia
recibida en el Bautismo, está destinado a participar cada vez más en
esta Vida. Es un camino que es preciso andar continuamente. Del Espíritu
Santo recibimos constantes impulsos, mociones, luces, inspiraciones para
ir más deprisa por ese camino que lleva a Dios, para estar cada vez en
una “órbita” más cercana al Señor. “El corazón necesita, entonces,
distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo,
es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural,
como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y
se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu
Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador,
que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes
sobrenaturales!
“Hemos
corrido como el ciervo, que ansía las fuentes de las aguas (Sal
41, 2); con sed, rota la boca, con sequedad. Queremos beber en ese
manantial de agua viva. Sin rarezas, a lo largo del día nos movemos en
ese abundante y claro venero de frescas linfas que saltan hasta la vida
eterna (cfr. Jn 4, 14). Sobran las palabras, porque la lengua no
logra expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se discurre, ¡se
mira! Y el alma rompe otra vez a cantar con cantar nuevo, porque se
siente y se sabe también mirada amorosamente por Dios, a todas horas”
(9).
III. La
Trinidad Santa habita en nuestra alma como en un templo. Y San Pablo nos
hace saber que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado (10). Y ahí, en
la intimidad del alma, nos hemos de acostumbrar a tratar a Dios Padre, a
Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo. “Tú, Trinidad eterna, eres mar
profundo, en el que cuanto más penetro, más descubro, y cuanto más
descubro, más te busco” (11), le decimos en la intimidad de nuestra
alma.
“¡Oh, Dios
mío, Trinidad Beatísima! Sacad de mi pobre ser el máximo rendimiento
para vuestra gloria y haced de mí lo que queráis en el tiempo y en la
eternidad. Que ya no ponga jamás el menor obstáculo voluntario a vuestra
acción transformadora (...). Segundo por segundo, con intención siempre
actual, quisiera ofreceros todo cuanto soy y tengo; y que mi
pobre vida fuera en unión íntima con el Verbo Encarnado un
sacrificio incesante de alabanza de gloria de la Trinidad Beatísima
(...).
“¡Oh, Dios
mío, cómo quisiera glorificaros! ¡Oh, si a cambio de mi completa
inmolación, o de cualquier otra condición, estuviera en mi mano
incendiar el corazón de todas vuestras criaturas y la Creación entera en
las llamas de vuestro amor, qué de corazón quisiera hacerlo! Que al
menos mi pobre corazón os pertenezca por entero, que nada me reserve
para mí ni para las criaturas, ni uno solo de sus latidos. Que ame
inmensamente a todos mis hermanos, pero únicamente con Vos, por Vos y
para Vos (...). Quisiera, sobre todo, amaros con el corazón de San José,
con el Corazón Inmaculado de María, con el Corazón adorable de Jesús.
Quisiera, finalmente, hundirme en ese Océano infinito, en ese Abismo de
fuego que consume al Padre y al Hijo en la unidad del Espíritu Santo y
amaros con vuestro mismo infinito amor (...).
“Padre
Eterno, Principio y Fin de todas las cosas! Por el Corazón Inmaculado de
María os ofrezco a Jesús, vuestro Verbo Encarnado, y por Él, con Él y en
Él, quiero repetiros sin cesar este grito arrancado de lo más hondo de
mi alma: Padre, glorificad continuamente a vuestro Hijo, para que
vuestro Hijo os glorifique en la unidad del Espíritu Santo por los
siglos de los siglos (Jn 17, 1).
“Oh, Jesús,
que habéis dicho: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce
al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiera revelárselo
(Mt 11, 27)!: "“Mostradnos al Padre y esto nos basta!" (Jn
14, 8).
“Y Vos, “oh,
Espíritu de Amor!, enseñadnos todas las cosas (Jn 14, 26)
y formad con María en nosotros a Jesús (Gal 4, 19), hasta
que seamos consumados en la unidad (Jn 17, 23) en el
seno del Padre (Jn 1, 18). Amén” (12).
- (2)
Primera lectura. Ciclo B. Dt 4, 39.- (3) Mt 11, 27.-
(4) Evangelio de la Misa. Ciclo C. Jn 16, 12-15.- (5) J.
ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 2.- (6) Cfr. J. M. PERO-SANZ,
El Símbolo atanasiano, Palabra, Madrid 1976, p. 51.- (7) Segunda
lectura. Ciclo C. Rom 8, 14-17 .- (8) UN CARTUJO, La
Trinidad y la vida interior, Rialp, Madrid 1958, 2ª ed., pp. 45-47.-
(9) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 306-307.- (10)
Segunda lectura. Ciclo C. Rom 5, 5.- (11) SANTA CATALINA DE
SIENA, Diálogo, 167.- (12) SOR ISABEL DE LA TRINIDAD,
Elevación a la Santísima Trinidad, en Obras completas, Ed. Monte
Carmelo, 4ª ed., Burgos 1985, pp. 757-758.
*La Iglesia
celebra hoy el misterio central de nuestra fe, la Santísima Trinidad,
fuente de todos los dones y gracias, el misterio inefable de la vida
íntima de Dios. La liturgia de la Misa nos invita a tratar con intimidad
a cada una de las Tres Divinas Personas: al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo. La fiesta fue establecida para todo Occidente en 1334 por el Papa
Juan XXII, y quedó fijada para este domingo después de la venida del
Espíritu Santo, el último de los misterios de nuestra salvación. Hoy
podemos repetir muchas veces, despacio, con particular atención: Gloria
al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
40.
INHABITACION DE LA SANTISIMA TRINIDAD EN EL ALMA
- Presencia
de Dios, Uno y Trino, en el alma en gracia.
- La vida
sobrenatural del cristiano se orienta al conocimiento y al trato con la
Santísima Trinidad.
- Templos de
Dios.
I. Si
alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a
él, y haremos morada en él (1), respondió Jesús en la Ultima Cena a
uno de sus discípulos que le había preguntado por qué se habría de
manifestar a ellos y no al mundo, como los judíos de aquel tiempo
pensaban de la aparición del Mesías. El Señor revela que no sólo Él,
sino la misma Trinidad Beatísima, estaría presente en el alma de quienes
le aman, como en un templo (2). Esta revelación constituye “la
sustancia del Nuevo Testamento” (3), la esencia de sus enseñanzas.
Dios -Padre,
Hijo y Espíritu Santo- habita en nuestra alma en gracia no sólo con una
presencia de inmensidad, como se encuentra en todas las cosas, sino de
un modo especial, mediante la gracia santificante (4). Esta nueva
presencia llena de amor y de gozo inefable al alma que va por caminos de
santidad. Y es ahí, en el centro del alma, donde debemos acostumbrarnos
a buscar a Dios en las situaciones más diversas de la vida: en la calle,
en el trabajo, en el deporte, mientras descansamos... “Oh, pues, alma
hermosísima -exclamaba San Juan de la Cruz- que tanto deseas saber el
lugar donde está tu Amado para buscarle y mirarte con él, ya se te dice
que tú misma eres el aposento donde él mora y el lugar y escondrijo
donde está escondido; que es cosa de gran contentamiento y alegría para
ti ver que todo tu bien y esperanza está tan cerca de ti que esté en ti
o, por mejor decir, tú no puedes estar sin él. Cata -dice el
Esposo- que el reino de Dios está dentro de vosotros (Lc
17, 21); y su siervo el Apóstol San Pablo: Vosotros -dice-
sois templos de Dios (2 Cor 6, 16)” (5).
Esta dicha de
la presencia de la Trinidad Beatísima en el alma no está destinada sólo
para personas extraordinarias, con carismas o cualidades excepcionales,
sino también para el cristiano corriente, llamado a la santidad en medio
de sus quehaceres profesionales y que desea amar a Dios con todo su ser,
aunque, como señala Santa Teresa de Jesús, “hay muchas almas que están
en la ronda del castillo (del alma), que es adonde están los que le
guardan, y no se les da nada entrar dentro, ni saben qué hay en aquel
tan precioso lugar, ni quién está dentro...” (6). En ese “precioso
lugar”, en el alma que resplandece por la gracia, está Dios con
nosotros: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Esta
presencia, que los teólogos llaman inhabitación, sólo difiere por
su condición del estado de bienaventuranza de quienes ya gozan de la
felicidad eterna en el Cielo (7). Y aunque es propia de las Tres divinas
Personas, se atribuye al Espíritu Santo, pues la obra de la
santificación es propia del Amor.
Esta
revelación que Dios hizo a los hombres, como en confidencia amorosa,
admiró desde el principio a los cristianos, y llenó sus corazones de paz
y de gozo sobrenatural. Cuando estamos bien asentados en esta realidad
sobrenatural -Dios, Uno y Trino, habita en mí- convertimos la vida -con
sus contrariedades, e incluso a través de ellas- en un anticipo del
Cielo: es como meternos en la intimidad de Dios y conocer y amar la
vida divina, de la que nos hacemos partícipes.
“Océano sin
fondo de la vida divina!
Me he llegado a tus márgenes con un ansia de fe.
Di, ¿qué tiene tu abismo que a tal punto fascina?
¡Océano sin fondo de la vida divina!
Me atrajeron tus ondas... “y ya he perdido pie! (8).
II. El
cristiano comienza su vida en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo; y en este mismo Nombre se despide de este mundo para
encontrar en la plenitud de la visión en el Cielo a estas divinas
Personas, a quienes ha procurado tratar aquí en la tierra. Un solo Dios
y Tres divinas Personas: ésta es nuestra profesión de fe, la que los
Apóstoles recogieron de labios de Jesús y transmitieron, la que creyeron
desde el primer momento todos los cristianos, la que el Magisterio de la
Iglesia ha enseñado siempre. Los cristianos de todos los tiempos, en la
medida en que avanzaban en su caminar hacia Dios, han sentido la
necesidad de meditar esta verdad primera de nuestra fe y de tratar a
cada una de Ellas. Santa Teresa de Jesús nos cuenta en su Vida
cómo meditando precisamente una de las más antiguas reglas de fe sobre
el misterio trinitario -el llamado Símbolo Atanasiano o Quicumque-
recibió especiales gracias para penetrar en esta maravillosa realidad.
“Estando una vez rezando el Quicumque vult - escribe la Santa-,
se me dio a entender la manera cómo era un solo Dios y tres Personas tan
claro, que yo me espanté y me consolé mucho. Hízome grandísimo provecho
para conocer más la grandeza de Dios y sus maravillas, y para cuando o
pienso o se trata de la Santísima Trinidad, parece entiendo cómo puede
ser, y es me mucho contento” (9).
Toda la vida
sobrenatural del cristiano se orienta a ese conocimiento y trato íntimo
con la Trinidad, que viene a ser “el fruto y el fin de toda nuestra
vida” (10). Para este fin hemos sido creados y elevados al orden
sobrenatural: para conocer, tratar y amar a Dios Padre, a Dios Hijo y a
Dios Espíritu Santo, que habitan en el alma en gracia. De estas divinas
Personas, el cristiano llega a tener en esta vida “un conocimiento
experimental” que, lejos de ser una cosa extraordinaria, está dentro de
la vía normal de la santidad (11). Santidad a la que es llamada la madre
de familia que apenas tiene tiempo para atender y sacar adelante el
hogar, el obrero que comienza su trabajo antes del amanecer, el enfermo
al que no le permite hacer nada su enfermedad... Dios, en su amor
infinito por cada alma, desea ardientemente darse a conocer de esa
manera íntima y amorosa a quienes de verdad siguen tras las huellas de
su Hijo.
En ese camino
hacia la Trinidad, a la que deben conducir todos nuestros empeños,
llevamos como Guía y Maestro al Espíritu Santo. Yo rogaré al Padre
- había prometido el Señor, y su palabra no puede fallar- y os dará
otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de la
verdad, al que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce;
vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está en vosotros.
No os dejaré huérfanos, Yo volveré a vosotros (12). En este
vosotros nos incluimos, dichosamente, quienes hemos sido bautizados
y, de modo particular, quienes queremos seguir a Jesús de cerca, desde
el lugar y las circunstancias donde la vida nos ha situado. Es dulce
meditar que este misterio inaccesible a la sola razón humana se hace
luminoso con la luz de la fe y la ayuda del Espíritu Santo: a
vosotros se os han dado a conocer los misterios del Reino de los Cielos
(13). Pidámosle hoy que nos guíe en ese camino lleno de luz.
III. A la vez
que pedimos al Espíritu Santo un deseo grande de purificar el corazón,
hemos de desear este encuentro íntimo con la Beatísima Trinidad, sin que
nos detenga el que quizá cada vez vemos con más claridad nuestras
flaquezas y nuestra tosquedad para con Dios. Cuenta Santa Teresa que al
considerar la presencia de las Tres divinas Personas en su alma “estaba
espantada de ver tanta majestad en cosa tan baja como es mi alma”;
entonces, le dijo el Señor: “No es baja, hija, pues está hecha a mi
imagen” (14). Y la Santa quedó llena de consuelo. A nosotros nos puede
hacer un gran bien considerar estas palabras como dirigidas a nosotros
mismos, y nos animarán a proseguir en ese camino que acaba en Dios.
También debemos tratar a quienes cada día encontramos y hablamos como
poseedores de un alma inmortal, imagen de Dios, que son o pueden llegar
a ser templos de Dios. Sor Isabel de la Trinidad, recientemente
beatificada, escribía a su hermana, al tener noticia del nacimiento y
bautizo de su primera sobrina: “Me siento penetrada de respeto ante este
pequeño santuario de la Santísima Trinidad... Si estuviese a su lado, me
arrodillaría para adorar a Aquel que mora en ella” (15).
La Iglesia
nos recomienda alimentar la piedad con un sólido alimento, y por eso
hemos de rezar o meditar esas reglas de fe y las oraciones compuestas
para alabanza de la Trinidad: el Símbolo Atanasiano o
Quicumque (que antiguamente los cristianos recitaban cada domingo
después de la homilía, y que aún hoy muchos recitan y meditan en honor
de la Santísima Trinidad), el Trisagio Angélico, especialmente en
esta Solemnidad, el Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo...
Cuando, con la ayuda de la gracia, aprendemos a penetrar en estas
prácticas de devoción es como si volviéramos a oír las palabras del
Señor: dichosos vuestros ojos, porque ven; y dichosos vuestros oídos,
porque oyen: pues en verdad os digo que muchos profetas y justos
ansiaron ver los que vosotros estáis viendo y no lo vieron, y oír lo que
oís y no lo oyeron (16).
Terminamos
este rato de oración repitiendo en nuestro corazón, con San Agustín:
“Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no sucumba al
desaliento y deje de buscarte. Que yo ansíe siempre ver tu rostro. Dame
fuerzas para la búsqueda, Tú que hiciste que te encontrara y que me has
dado esperanzas de un conocimiento más perfecto. Ante Ti está mi firmeza
y mi debilidad: sana ésta, conserva aquélla. Ante Ti está mi ciencia y
mi ignorancia: si me abres, recibe al que entra; si me cierras el
postigo, abre al que llama. Haz que me acuerde de Ti, que te comprenda y
te ame.
Acrecienta
en mí estos dones hasta mi reforma completa (...).
“Cuando
arribemos a tu presencia, cesarán estas muchas cosas que ahora hablamos
sin comprenderlas, y Tú permanecerás todo en todos, y entonces
modularemos un cántico eterno, alabándote unánimemente, y hechos en Ti
también nosotros una sola cosa” (17).
La
contemplación y la alabanza a la Trinidad Santa es la sustancia de
nuestra vida sobrenatural, y ése es también nuestro fin: porque en el
Cielo, junto a nuestra Madre Santa María -Hija de Dios Padre, Madre de
Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo: “más que Ella, sólo Dios!
(18)-, nuestra felicidad y nuestro gozo será una alabanza eterna al
Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.
(1) Jn
14, 23.- (2) Cfr. 1 Cor 6, 19.- (3) TERTULIANO, Contra Praxeas,
31.- (4) Cfr. SANTO TOMAS, Suma Teológica, 1, q. 43, a. 3.- (5)
SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 1, 7.- (6) SANTA TERESA,
Moradas primeras, 5, 6.- (7) Cfr. LEON XIII, Enc. Divinum
illud munus, 9-V-1897.- (8) SOR CRISTINA DE ARTEAGA, Sembrad,
Ed. Monasterio de Santa Paula, Sevilla 1982. LXXXV.- (9) SANTA TERESA,
Vida, 39, 25.- (10) SANTO TOMAS, Comentario al Libro IV de las
Sentencias, I, d. 2, q. 1, exord.- (11) Cfr. R. GARRIGOU-LAGRANGE,
Las tres edades de la vida interior, I, p. 118.- (12) Jn
14, 16-18.- (13) Mt 13, 11.- (14) SANTA TERESA DE JESUS,
Cuentas de conciencia, 41ª, 2.- (15) SOR ISABEL DE LA TRINIDAD,
Carta a su hermana Margarita, en Obras completas, p. 466.- (16)
Mt 13, 16-17.- (17) SAN AGUSTIN, Tratado sobre la Trinidad,
15, 28, 51.- (18) Cfr. J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 496.
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