Oficio de lectura, VIII
Martes del tiempo ordinario
A
ti, Señor, me manifiesto tal como soy
San Agustín
De sus Confesiones 10,1-2,2; 5,7
Conózcate a ti, Conocedor mío, conózcate
a ti como tú me conoces.
Fuerza de mi alma, entra en ella y ajústala a ti, para que la tengas y
poseas sin
mancha ni arruga.
Ésta es mi esperanza, por eso hablo; y en
esta esperanza me gozo cuando rectamente me gozo. Las demás cosas de
esta vida tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto
más se han de deplorar cuanto menos se las deplora.
He aquí que amaste la verdad,
porque
el que realiza la
verdad se acerca a la luz. Yo quiero obrar según ella,
delante de ti por esta mi confesión, y delante de muchos testigos por
éste mi escrito.
Y ciertamente, Señor, a cuyos ojos está
siempre desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿qué podría haber
oculto en mí, aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que haría sería
esconderte a ti de mí, no a mí de ti. Pero ahora, que mi gemido es un
testimonio de que tengo desagrado de mí, tú brillas y me llenas de
contento, y eres amado y deseado por mí, hasta el punto de llegar a
avergonzarme y desecharme a mí mismo y de elegirte sólo a ti, de manera
que en adelante no podré ya complacerme si no es en ti, ni podré serte
grato si no es por ti.
Comoquiera, pues, que yo sea, Señor,
manifiesto estoy ante ti. También he dicho ya el fruto que produce en mí
esta confesión, porque no la hago con palabras y voces de carne, sino
con palabras del alma y clamor de la mente, que son las que tus oídos
conocen. Porque, cuando soy malo, confesarte a ti no es otra cosa que
tomar disgusto de mí; y, cuando soy bueno, confesarte a ti no es otra
cosa que no atribuirme eso a mí,
porque tú, Señor, bendices al justo; pero antes de ello
haces justo al impío. Así,
pues, mi confesión en tu presencia, Dios mío, es a la vez callada y
clamorosa: callada en cuanto que se hace sin ruido de palabras, pero
clamorosa en cuanto al clamor con que clama el afecto.
Tú eres, Señor, el que me juzgas; porque,
aunque ninguno de los hombres
conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está
dentro de él, con todo, hay algo en el hombre que ignora aun
el mismo espíritu que habita dentro de él; pero tú, Señor, conoces todas
sus cosas, porque tú lo has hecho. También yo, aunque en tu presencia me
desprecie y me tenga por tierra y ceniza, sé algo de ti que ignoro de
mí.
Ciertamente ahora te vemos
confusamente en un espejo, aún no cara
a cara; y así, mientras peregrino fuera de ti, me siento más
presente a mí mismo que a ti; y sé que no puedo de ningún modo violar el
misterio que te envuelve; en cambio, ignoro a qué tentaciones podré yo
resistir y a cuáles no podré, estando solamente mi esperanza en que eres
fiel y no permitirás que seamos tentados más de lo que podamos soportar,
antes con la tentación das también el éxito, para que podamos resistir.
Confiese, pues, yo lo que sé de mí;
confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que sé de mí lo sé
porque tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que
mis tinieblas se conviertan en mediodía ante tu presencia.
Esta página
es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
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