Oficio de lectura, VII lunes del tiempo ordinario
El sabio tiene sus ojos puestos en la cabeza
San Gregorio de Nisa,
obispo
De las homilías sobre el libro del Eclesiastés
(Homilía 5:PG 44, 683-686)
Si el alma eleva sus ojos a su cabeza, que es Cristo, según la
interpretación de Pablo, habrá que considerarla dichosa por la
penetrante mirada de sus ojos, ya que los tiene puestos allí donde no
existen las tinieblas del mal. El gran Pablo y todos los que tuvieron
una grandeza semejante a la suya tenían los ojos fijos en su cabeza, así
como todos los que viven, se mueven y existen en Cristo.
Pues, así como es imposible que el que está en la luz vea tinieblas, así
también lo es que el que tiene los ojos puestos en Cristo los fije en
cualquier cosa vana. Por tanto, el que tiene los ojos puestos en la
cabeza, y por cabeza entendemos aquí al que es principio de todo, los
tiene puestos en toda virtud (ya que Cristo es la virtud perfecta y
totalmente absoluta), en la verdad, en la justicia, en la
incorruptibilidad, en todo bien. Porque el sabio tiene sus ojos
puestos en la cabeza, mas el necio camina en tinieblas. El que no
pone su lámpara sobre el candelero, sino que la pone bajo el lecho, hace
que la luz sea para él tinieblas.
Por el contrario, cuántos hay que viven entregados a la lucha por las
cosas de arriba y a la contemplación de las cosas verdaderas, y son
tenidos por ciegos e inútiles, como es el caso de Pablo, que se gloriaba
de ser necio por Cristo. Porque su prudencia y sabiduría no consistía en
las cosas que retienen nuestra atención aquí abajo. Por esto dice:
Nosotros, unos necios por Cristo, que es lo mismo que decir:
«Nosotros somos ciegos con relación a la vida de este mundo, porque
miramos hacia arriba y tenemos los ojos puestos en la cabeza». Por esto
vivía privado de hogar y de mesa, pobre, errante, desnudo, padeciendo
hambre y sed.
¿Quién no lo hubiera juzgado digno de lástima, viéndolo encarcelado,
sufriendo la ignominia de los azotes, viéndolo entre las olas del mar al
ser la nave desmantelada, viendo cómo era llevado de aquí para allá
entre cadenas? Pero, aunque tal fue su vida entre los hombres, él nunca
dejó de tener los ojos puestos en la cabeza, según aquellas palabras
suyas: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo: ¿la aflicción?,
¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el
peligro?, ¿la espada? Que es como si dijese: «¿Quién apartará mis
ojos de la cabeza y hará que los ponga en las cosas que son
despreciables?»
A nosotros nos manda hacer lo mismo, cuando nos exhorta a aspirar a los
bienes de arriba, lo que equivale a decir «tener los ojos puestos en la
cabeza».
Oración
Dios todopoderoso y eterno, concede a tu
pueblo que la meditación asidua de tu doctrina le enseñe a cumplir, de
palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor
Jesucristo.