Oficio de lectura, VI lunes del tiempo ordinario
Hay que buscar la sabiduría
San Bernardo, abad
Sermón 15 sobre diversas materias: PL 183, 577-579
Trabajemos para tener el manjar que no se consume: trabajemos en la obra
de nuestra salvación. Trabajemos en la viña del Señor, para hacernos
merecedores del denario cotidiano. Trabajemos para obtener la sabiduría,
ya que ella afirma: Los que trabajan para alcanzarme no pecarán. El
campo es el mundo –nos dice aquel que es la Verdad–; cavemos en este
campo; en él se halla escondido un tesoro que debemos desenterrar. Tal
es la sabiduría, que ha de ser extraída de lo oculto. Todos la buscamos,
todos la deseamos.
Si queréis preguntar –dice la Escritura–, preguntad,
convertíos, venid. ¿Te preguntas de dónde te has de convertir? Refrena
tus deseos, hallamos también escrito. Pero, si en mis deseos no
encuentro la sabiduría –dices–, ¿dónde la hallaré? Pues mi alma la desea
con vehemencia, y no me contento con hallarla, si es que llego a
hallarla, sino que echo en mi regazo una medida generosa, colmada,
remecida, rebosante. Y esto con razón. Porque, dichoso el que
encuentra sabiduría, el que alcanza inteligencia. Búscala, pues,
mientras puede ser encontrada; invócala, mientras está cerca.
¿Quieres saber cuán cerca está? La palabra está cerca de ti: la
tienes en los labios y en el corazón; sólo a condición de que la
busques con un corazón sincero. Así es como encontrarás la sabiduría en
tu corazón, y tu boca estará llena de inteligencia, pero vigila que esta
abundancia de tu boca no se derrame a manera de vómito.
Si has hallado la sabiduría, has hallado la miel; procura no comerla con
exceso, no sea que, harto de ella, la vomites. Come de manera que
siempre quedes con hambre. Porque dice la misma sabiduría: El que me
come tendrá más hambre. No tengas en mucho lo que has alcanzado; no
te consideres harto, no sea que vomites y pierdas así lo que pensabas
poseer, por haber dejado de buscar antes de tiempo. Pues no hay que
desistir en esta búsqueda y llamada de la sabiduría, mientras pueda ser
hallada, mientras esté cerca. De lo contrario, como la miel daña
–según dice el Sabio– a los que comen de ella en demasía, así el que
se mete a escudriñar la majestad será oprimido por su gloria.
Del mismo modo que es dichoso el que encuentra sabiduría, así
también es dichoso, o mejor, más dichoso aún, el hombre que
piensa en la sabiduría; esto seguramente se refiere a la abundancia
de que hemos hablado antes.
En estas tres cosas se conocerá que tu boca está llena en abundancia de
sabiduría o de prudencia: si confiesas de palabra tu propia iniquidad,
si de tu boca sale la acción de gracias y la alabanza y si de ella salen
también palabras de edificación. En efecto, por la fe del corazón
llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la
salvación. Y además, lo primero que hace el justo al hablar es
acusarse a si mismo: y así, lo que debe hacer en segundo lugar es
ensalzar a Dios, y en tercer lugar (si a tanto llega la abundancia de su
sabiduría) edificar al prójimo.
Oración:
Señor, tú que te complaces en habitar
en los rectos y sencillos de corazón, concédenos vivir por tu gracia
de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por
nuestro Señor Jesucristo.