Oficio de lectura, VI jueves del tiempo ordinario
Abre tu boca a la palabra de Dios
San Ambrosio, obispo
De sus comentarios sobre los salmos
(Salmo 36, 65-66: CSEL 64, 123-125)
En todo momento, tu corazón y tu boca deben meditar la sabiduría, y tu
lengua proclamar la justicia, siempre debes llevar en el corazón la ley
de tu Dios. Por esto, te dice la Escritura. Hablarás de ellas estando
en casa y yendo de camino, acostado y levantado. Hablemos, pues, del
Señor Jesús, porque él es la sabiduría, él es la palabra, y Palabra de
Dios.
Porque también está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios.
Por él anhela quien repite sus palabras y las medita en su interior.
Hablemos siempre de él. Si hablamos de sabiduría, él es la sabiduría; si
de virtud, él es la virtud; si de justicia, él es la justicia; si de
paz, él es la paz; si de la verdad, de la vida, de la redención, él es
todo esto.
Está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Tú ábrela, que
él habla. En este sentido dijo el salmista: Voy a escuchar lo que
dice el Señor, y el mismo Hijo de Dios dice: Abre tu boca que te
la llene. Pero no todos pueden percibir la sabiduría en toda su
perfección, como Salomón o Daniel; a todos, sin embargo, se les infunde,
según su capacidad, el espíritu de sabiduría, con tal de que tengan fe.
Si crees, posees el espíritu de sabiduría.
Por esto, medita y habla siempre las cosas de Dios, estando en casa.
Por la palabra casa podemos entender la iglesia o, también,
nuestro interior, de modo que hablemos en nuestro interior con nosotros
mismos. Habla con prudencia, para evitar el pecado, no sea que caigas
por tu mucho hablar. Habla en tu interior contigo mismo como quien
juzga. Habla cuando vayas de camino, para que nunca dejes de hacerlo.
Hablas por el camino si hablas en Cristo, porque Cristo es el camino.
Por el camino, háblate a ti mismo, habla a Cristo. Atiende cómo tienes
que hablarle: Quiero –dice– que los hombres recen en cualquier
lugar alzando las manos limpias de iras y divisiones. Habla, oh
hombre, cuando te acuestes, no sea que te sorprenda el sueño de la
muerte. Atiende cómo debes hablar al acostarte: No daré sueño a mis
ojos, ni reposo a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el
Señor, una morada para el Fuerte de Jacob.
Cuando te levantes, habla también de él, y cumplirás así lo que se te
manda. Fíjate cómo te despierta Cristo. Tu alma dice: Oigo a mi amado
que llama, y Cristo responde: Ábreme, amada mía. Ahora ve
cómo despiertas tú a Cristo. El alma dice: ¡Muchachas de Jerusalén,
os conjuro que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor! El
amor es Cristo.
Oración
Señor, tú que te complaces en habitar en
los rectos y sencillos de corazón, concédenos vivir por tu gracia de tal
manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor
Jesucristo