Oficio de Lectura, XXXIV
Miércoles del Tiempo Ordinario
¡Ay del alma en la que no habita Cristo!
De las homilías atribuidas a san Macario, obispo
Homilía 28
Así como en otro tiempo Dios, irritado contra
los judíos, entregó a Jerusalén a la afrenta de sus enemigos, y sus
adversarios los sometieron, de modo que ya no quedaron en ella ni
fiestas ni sacrificios, así también ahora, airado contra el alma que
quebranta sus mandatos, la entrega en poder de los mismos enemigos
que la han seducido hasta afearla.
Y, del mismo modo que una casa, si no habita en ella su dueño, se
cubre de tinieblas, de ignominia y de afrenta, y se llena de
suciedad y de inmundicia, así también el alma, privada de su Señor y
de la presencia gozosa de sus ángeles, se llena de las tinieblas del
pecado, de la fealdad de las pasiones y de toda clase de ignominia.
¡Ay del camino por el que nadie transita y en el que no se oye
ninguna voz humana!, porque se convierte en asilo de animales. ¡Ay
del alma por la que no transita el Señor ni ahuyenta de ella con su
voz a las bestias espirituales de la maldad! ¡Ay de la casa en la
que no habita su dueño! ¡Ay de la tierra privada de colono que la
cultive! ¡Ay de la nave privada de piloto!, porque, embestida por
las olas y tempestades del mar, acaba por naufragar. ¡Ay del alma
que no lleva en sí al verdadero piloto, Cristo!, porque, puesta en
un despiadado mar de tinieblas, sacudida por las olas de sus
pasiones y embestida por los espíritus malignos como por una
tempestad invernal terminará en el naufragio.
¡Ay del alma privada del cultivo diligente de Cristo que es quien le
hace producir los buenos frutos del Espíritu!, porque, hallándose
abandonada, llena de espinos y de abrojos, en vez de producir fruto,
acaba en la hoguera. ¡Ay del alma en la que no habita Cristo, su
Señor!, porque, al hallarse abandonada y llena de la fetidez de sus
pasiones, se convierte en hospedaje de todos los vicios.
Del mismo modo que el colono, cuando se dispone cultivar la tierra,
necesita los instrumentos y vestiduras apropiadas, así también
Cristo, el rey celestial y verdadero agricultor, al venir a la
humanidad desolada por pecado, habiéndose revestido de un cuerpo
humano y llevando como instrumento la cruz, cultivó el alma
abandonada, arrancó de ella los espinos y abrojos de los malos
espíritus, quitó la cizaña del pecado y arrojó al fuego toda la
hierba mala; y, habiéndola así trabajado incansablemente con el
madero de la cruz, plantó en ella el huerto hermosísimo del
Espíritu, huerto que produce para Dios, su Señor, un fruto suavísimo
y gratísimo.