Oficio de Lectura, XXXIV Lunes del Tiempo Ordinario
Cual sea el trabajo de cada
uno, tal será su ganancia
De los sermones de san
León Magno, papa
Sermón 92,
1.2.3
Dice el Señor: Si no sois mejores que los
escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Esta superioridad de nuestra virtud ha de consistir en que la
misericordia triunfe sobre el juicio. Y, en verdad, lo
más justo y adecuado es que la criatura, hecha a imagen y semejanza
de Dios, imite a su Creador, que ha establecido la reparación y
santificación de los creyentes en el perdón de los pecados,
prescindiendo de la severidad del castigo y de cualquier suplicio, y
haciendo así que de reos nos convirtiéramos en inocentes y que la
abolición del pecado en nosotros fuera el origen de las virtudes.
La virtud cristiana puede superar a la de los
escribas y fariseos no por la supresión de la ley, sino por no
entenderla en un sentido material. Por esto, el Señor, al enseñar a
sus discípulos la manera de ayunar, les dice: Cuando ayunéis, no
andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para
hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su
paga. ¿Qué paga sino la paga de la alabanza de los hombres? Por
el deseo de esta alabanza se exhibe muchas veces una apariencia de
virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la
rectitud interior; así, lo que no es más que maldad escondida se
complace en la falsa apreciación de los hombres.
El que ama a Dios se contenta con agradarlo,
porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor,
en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor.
El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro
deleite. Porque es una gran verdad aquello que dice el Señor:
Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El tesoro del
hombre viene a ser como la reunión de los frutos recolectados con su
esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el
trabajo de cada uno, tal será su ganancia; y donde ponga el corazón
su deleite, allí queda reducida su solicitud. Mas, como sea que hay
muchas clases de riquezas y diversos objetos de placer, el tesoro de
cada uno viene determinado por la tendencia de su deseo, y, si este
deseo se limita a los bienes terrenos, no hallará en ellos la
felicidad, sino la desdicha.
En cambio, los que ponen su corazón en las cosas
del cielo, no en las de la tierra, y su atención en las cosas
eternas, no en las perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible
y escondida, aquella a la que se refiere el profeta cuando dice:
La sabiduría y el saber serán su refugio salvador, el temor del
Señor será su tesoro. Esta sabiduría divina hace que, con la
ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se conviertan en
celestiales, cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea
legalmente heredadas o adquiridas de otro modo, en instrumentos de
bondad. Los que reparten lo que les sobra para sustento de los
pobres se ganan con ello una riqueza imperecedera; lo que dieron en
limosnas no es en modo alguno un derroche; éstos pueden en justicia
tener su corazón donde está su tesoro, ya que han tenido el acierto
de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas.