34 domingo, Jesucristo, Rey del Universo
Venga a nosotros tu reino
Del Opúsculo de
Orígenes,
presbítero, sobre la oración
Cap 25
Ver también:
Cristo Rey
Si, como dice nuestro Señor y Salvador, el
reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está
aquí o está allí, sino que el reino de Dios está dentro de nosotros,
pues la palabra está cerca de nosotros, en los labios y en
el corazón, sin duda, cuando pedimos que venga el reino de
Dios, lo que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de
nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando.
Efectivamente, Dios reina ya en cada uno de los santos, ya que éstos
se someten a su ley espiritual, y así Dios habita en ellos como en
una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está presente el
Padre, y Cristo reina en ella, junto con el Padre, de acuerdo con
aquellas palabras del Evangelio: Vendremos
a él y haremos morada en él.
Este reino de Dios que está dentro de nosotros
llegará, con nuestra cooperación, a su plena perfección cuando se
realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando Cristo, una vez
sometidos a él todos sus enemigos, entregue a Dios Padre su
reino, y así Dios lo será todo para todos. Por esto, rogando
incesantemente con aquella actitud interior que se hace divina por
la acción del Verbo, digamos a nuestro Padre que está en los cielos:
Santificado sea tu nombre, venga a
nosotros tu reino.
Con respecto al reino de Dios, hay que tener
también esto en cuenta: del mismo modo que no tiene que ver la
luz con las tinieblas, ni la justicia con la maldad,
ni pueden estar de acuerdo Cristo y el diablo, así tampoco
pueden coexistir el reino de Dios y el reino del pecado.
Por consiguiente, si queremos que Dios reine en
nosotros, procuremos que de ningún modo el pecado siga dominando
nuestro cuerpo mortal, antes bien, mortifiquemos todo lo
terreno que hay en nosotros y fructifiquemos por el Espíritu;
de este modo, Dios se paseará por nuestro interior como por un
paraíso espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el
cual se sentará en nosotros a la derecha de aquella virtud
espiritual que deseamos alcanzar: se sentará hasta que todos sus
enemigos que y en nosotros sean puestos por estrado de sus pies,
y sean reducidos a la nada en nosotros todos los principados, todos
los poderes y todas las fuerzas.
Todo esto puede realizarse en cada uno de
nosotros, y el último enemigo, la muerte, puede
ser reducido a la nada, de modo que Cristo diga también en nosotros:
¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?
Ya desde ahora este nuestro ser, corruptible, debe vestirse
de santidad y de incorrupción, y este nuestro ser,
mortal, debe revestirse de la inmortalidad del Padre,
después de haber reducido a la nada el poder de la muerte, para que
así, reinando Dios en nosotros, comencemos a disfrutar de los bienes
de la regeneración y de la resurrección