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Oficio de Lectura,
XXXIII miércoles del Tiempo Ordinario
El
corazón del justo se gozará en el Señor
El justo se alegra con el
Señor, espera en él, y se felicitan los rectos de corazón.
Esto es lo que hemos cantado con la boca y el corazón. Tales son las
palabras que dirige a Dios la mente y la lengua del cristiano:
El justo se alegra,
no con el mundo, sino
con el Señor. Amanece la luz para el justo –dice
otro salmo–, y la alegría para los
rectos de corazón. Te preguntarás el
porqué de esta alegría. En un salmo oyes:
El justo se alegra con el Señor,
y en otro: Sea el Señor tu delicia, y
él te dará lo que pide tu corazón.
¿Qué se nos quiere inculcar? ¿Qué
se nos da? ¿Qué se nos manda? ¿Qué se nos otorga? Que nos alegremos con
el Señor. ¿Quién puede alegrarse con algo que no ve? ¿O es que acaso
vemos al Señor? Esto es aún sólo una promesa. Porque,
mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos
desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe.
Guiados por la fe, no por la clara
visión. ¿Cuándo llegaremos a la clara visión? Cuando se cumpla lo que
dice Juan: Queridos, ahora somos hijos
de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando
se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces
el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento la leche de la
esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también ahora,
antes de que esta posesión llegue a nosotros, antes de que nosotros
lleguemos a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el Señor. Pues no
es poca la alegría de la esperanza, que ha de convertirse luego en
posesión.
Ahora amamos en esperanza. Por
esto, dice el salmo que el justo se
alegra con el Señor. Y añade, en
seguida, porque no posee aún la clara
visión: y
espera en él.
Sin embargo, poseemos ya desde ahora las primicias
del Espíritu, que son como un acercamiento a aquel a quien amamos, como
una previa gustación, aunque tenue, de lo que más tarde hemos de comer y
beber ávidamente.
¿Cuál es la explicación de que
nos alegremos con el Señor, si él está lejos? Pero en realidad no está
lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Ámalo, y se te acercará;
ámalo, y habitará en ti. El Señor está
cerca. Nada os preocupe. ¿Quieres
saber en qué medida está en ti, si amas?
Dios es amor.
Me dirás: «¿Qué es el amor?» El amor es el hecho
mismo de amar. Ahora bien, ¿qué es lo que amamos? El bien inefable, el
bien benéfico, el bien creador de todo bien. Sea él tu delicia, ya que
de él has recibido todo lo que te deleita. Al decir esto, excluyo el
pecado, ya que el pecado es lo único que no has recibido de él. Fuera de
pecado, todo lo demás que tienes lo has recibido de él.
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Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús
y María
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