Oficio de Lectura,
XXXIII lunes del Tiempo Ordinario
El que salga vencedor no
será víctima de la muerte segunda
Del Tratado de
San Fulgencio de Ruspe,
obispo, sobre el perdón de los pecados
Libro 2,11,2-12,1. 3-4
En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al
toque de última trompeta, porque resonará, y los muertos despertarán
incorruptibles, y nosotros nos veremos transformados. Al decir
«nosotros», enseña Pablo que han de gozar junto con él del don de la
transformación futura todos aquellos que, en el tiempo presente, se
asemejan a él y a sus compañeros por la comunión con la Iglesia y
por una conducta recta. Nos insinúa también el modo de esta
transformación cuando dice: Esto corruptible tiene que revestirse
de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse e inmortalidad.
Pero a esta transformación, objeto de una justa retribución, debe
preceder antes otra transformación, que es puro don gratuito.
La retribución de la transformación futura se promete a los que en
la vida presente realicen la transformación del mal al bien.
La primera transformación gratuita consiste en la justificación, que
es una resurrección espiritual, don divino que es una incoación de
la transformación perfecta que tendrá lugar en la resurrección de
los cuerpos de los justificados, cuya gloria será entonces perfecta,
inmutable y para siempre. Esta gloria inmutable y eterna es, en
efecto, el objetivo al que tienden, primero, la gracia de la
justificación y, después, la transformación gloriosa.
En esta vida somos transformados por la primera resurrección, que es
la iluminación destinada a la conversión; por ella, pasamos de la
muerte a la vida, del pecado a la justicia, de la incredulidad a la
fe, de las malas acciones a una conducta santa. Sobre los que así
obran no tiene poder alguno la segunda muerte. De ellos, dice el
Apocalipsis: Dichoso aquel a quien le toca en suerte la primera
resurrección, sobre ellos la segunda muerte no tiene poder. Y
leemos en el mismo libro: El que salga vencedor no será víctima
de la muerte segunda. Así como hay una primera resurrección, que
consiste en la conversión del corazón, así hay también una segunda
muerte, que consiste en el castigo eterno.
Que se apresure, pues, a tomar parte ahora en la primera
resurrección el que no quiera ser condenado con el castigo eterno de
la segunda muerte. Los que en la vida presente, transformados por el
temor de Dios, pasan de mala a buena conducta pasan de la muerte a
la vida, y más tarde serán transformados de su humilde condición a
una condición gloriosa.