Oficio de Lectura, XXXII
Miércoles del Tiempo Ordinario
Perseveremos en la esperanza
De la homilía de un autor del siglo segundo
10,1-12,1; 13,1
Hermanos míos, hagamos la voluntad del Padre que nos ha llamado y
esforcémonos por vivir ejercitando la virtud con el mayor celo;
huyamos del vicio, como del primero de nuestros males, y rechacemos
la impiedad, a fin de que el mal no nos alcance. Porque, si nos
esforzamos en obrar el bien, lograremos la paz. La razón por la que
algunos hombres no alcanzan la paz es porque se dejan levar por
temores humanos y posponen las promesas futuras a los gozos
presentes. Obran así porque ignoran cuán grandes tormentos están
reservados a quienes se entregan a los placeres de este mundo y cuán
grande es la felicidad que nos está preparada en la vida eterna. Y,
si ellos fueran los únicos que hicieran esto, sería aún tolerable;
pero el caso es que no cesan de pervertir a las almas inocentes con
sus doctrinas depravadas, sin darse cuenta que de esta forma
incurren en una doble condenación: la suya propia y la de quienes
los escuchan.
Nosotros, por tanto, sirvamos a Dios con un corazón puro, y así
seremos justos; porque, si no servimos a Dios y desconfiamos de sus
promesas, entonces seremos desgraciados. Se dice, en efecto, en los
profetas: Desdichados los de ánimo doble, los que dudan en su
corazón, los que dicen: «Todo esto hace tiempo que lo hemos oído, ya
fue dicho en tiempo de nuestros padres; hemos esperado, día tras
día, y nada de ello se ha realizado». ¡Oh insensatos! Comparaos con
un árbol; tomad, por ejemplo, una vid: primero se le cae la hoja,
luego salen los brotes, después puede contemplarse la uva verde,
finalmente aparece la uva ya madura. Así también mi pueblo: primero
sufre inquietudes y tribulaciones, pero luego alcanzará la
felicidad.
Por tanto, hermanos míos, no seamos de ánimo doble, antes bien
perseveremos en la esperanza, a fin de recibir nuestro galardón,
porque es fiel aquel que ha prometido dar a cada uno según sus
obras. Si practicamos, pues, la justicia ante Dios, entraremos en el
reino de los cielos y recibiremos aquellas promesas que ni el ojo
vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar.
Estemos, pues, en todo momento en expectación del reino de Dios,
viviendo en la caridad y en la justicia, pues desconocemos el día de
la venida del Señor. Por tanto, hermanos, hagamos penitencia y
obremos el bien, pues vivimos rodeados de insensatez y de maldad.
Purifiquémonos de nuestros antiguos pecados y busquemos nuestra
salvación arrepintiéndonos de nuestras faltas en lo más profundo de
nuestro ser. No adulemos a los hombres ni busquemos agradar
solamente a los nuestros; procuremos, por el contrario, edificar con
nuestra vida a los que no son cristianos, evitando así que el nombre
de Dios sea blasfemado por nuestra causa.
Oración
Dios omnipotente y misericordioso,
aparta de nosotros todos los males, para que, bien dispuesto nuestro
cuerpo y nuestro espíritu, podamos libremente cumplir tu
voluntad. Por Jesucristo Nuestro Señor.