Oficio de lectura, XXVIII sábado del tiempo ordinario
Yo soy el alfa y la omega, el primero y
el último
Vaticano II,
Gaudium et spes 40.45
La compenetración de la ciudad terrestre con la
ciudad celeste sólo es perceptible por la fe: más aún, es el
misterio permanente de la historia humana, que, hasta el día de la
plena revelación de la gloria de los hijos de Dios, seguirá
perturbada por el pecado.
La Iglesia, persiguiendo la finalidad salvífica
que es propia de ella, no sólo comunica al hombre la participación
en la vida divina, sino que también difunde, de alguna manera, sobre
el mundo entero la luz que irradia esta vida divina, principalmente
sanando y elevando la dignidad de la persona humana, afianzando la
cohesión de la sociedad y procurando a la actividad cotidiana del
hombre un sentido más profundo, al impregnarla de una significación
más elevada. Así la Iglesia, por cada uno de sus miembros y por toda
su comunidad, cree poder contribuir ampliamente a humanizar cada vez
más la familia humana y toda su historia.
Tanto si ayuda al mundo como si recibe ayuda de
él, la Iglesia no tiene más que una sola finalidad: que venga reino
de Dios y que se establezca la salvación de todo género humano. Por
otra parte, todo el bien que el pueblo de Dios, durante su
peregrinación terrena, puede procurar a la familia humana procede
del hecho de que la Iglesia es el sacramento universal de la
salvación, manifestando y actualizando, al mismo tiempo, el misterio
del amor de Dios hacia el hombre.
Pues el Verbo de Dios, por quien todo fue hecho,
se encarnó, a fin de salvar, siendo él mismo hombre perfecto, a
todos los hombres y para hacer que todas las cosas tuviesen a él por
cabeza. El Señor es el término de la historia humana, el punto hacia
el cual convergen los deseos de la historia y de la civilización, el
centro del género humano, el gozo de todos los corazones y la plena
satisfacción de todos sus deseos. Él es aquel a quien el Padre
resucitó de entre los muertos, ensalzó e hizo sentar a su derecha,
constituyéndolo juez de los vivos y de los muertos. Vivificados y
congregados en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la
historia humana, que corresponde plenamente a su designio de amor:
Recapitular en Cristo todas las cosas del
cielo y de la tierra.
El mismo Señor ha dicho:
Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario,
para pagar a cada uno su propio trabajo. Yo soy el alfa y la omega,
el primero y el último, el principio y el fin.