Oficio de Lectura, XXVI
domingo del Tiempo Ordinario
Estáis salvados por
gracia
Comienza la carta de
San Policarpo,
obispo y mártir, a los Filipenses
1,1-2,3
Policarpo y los presbíteros que están con
él a la Iglesia Dios que vive como forastera en Filipos: Que
la misericordia y la paz, de parte de Dios todopoderoso y de
Jesucristo, nuestro salvador, os sean dadas con toda
plenitud.
Sobremanera me he alegrado con vosotros,
en nuestro Señor Jesucristo, al enterarme de que recibisteis
a quienes son imágenes vivientes de la verdadera caridad y
de que asististeis, como era conveniente, a quienes estaban
cargados de cadenas dignas de los santos, verdaderas
diademas de quienes han sido escogidos por nuestro Dios y
Señor. Me he alegrado también al ver cómo la raíz vigorosa
de vuestra fe, celebrada desde tiempos antiguos, persevera
hasta el día de hoy y produce abundantes frutos en nuestro
Señor Jesucristo, quien, por nuestros pecados, quiso salir
al encuentro de la muerte, y Dios lo resucitó, rompiendo
las ataduras de la muerte. No lo veis, y creéis en él con un
gozo inefable y transfigurado, gozo que muchos desean
alcanzar, sabiendo como saben que estáis salvados por su
gracia, y no se debe a las obras, sino a la voluntad de
Dios en Cristo Jesús.
Por eso, estad interiormente
preparados y servid al Señor con temor y
con verdad, abandonando la vana palabrería y
los errores del vulgo y creyendo en aquel que resucitó a
nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio
gloria, colocándolo a su derecha; a él le fueron
sometidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra,
y a él obedecen todos cuantos tienen vida, pues él ha de
venir como juez de vivos y muertos, y Dios pedirá cuenta de
su sangre a quienes no quieren creer en él.
Aquel que lo resucitó de entre los muertos
nos resucitará también a nosotros, si cumplimos su voluntad
y caminamos según sus mandatos, amando lo que él amó y
absteniéndonos de toda injusticia, de todo fraude, del amor
al dinero, de la maldición y de los falsos testimonios,
no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, ni
golpe por golpe, ni maldición por maldición, sino recordando
más bien aquellas palabras del Señor, que nos enseña: No
juzguéis, y no os juzgarán; perdonad, y seréis perdonados;
compadeced, y seréis compadecidos. La medida que uséis la
usarán con vosotros. Y:
Dichosos los pobres y los perseguidos, porque de ellos es el
reino de Dios.