Oficio de Lectura, XXIV
domingo del Tiempo Ordinario
Somos cristianos y somos
obispos
Comienza el sermón de
san Agustín,
obispo, sobre los pastores.
Sermón
sobre los pastores 46,1-2
No acabáis de aprender ahora precisamente
que toda nuestra esperanza radica en Cristo y que él es toda
nuestra verdadera y saludable gloria, pues pertenecéis a la
grey de aquel que dirige y apacienta a Israel. Pero, ya que
hay pastores a quienes les gusta que les llamen pastores,
pero que no quieren cumplir con su oficio, tratemos de
examinar lo que se les dice por medio del profeta. Vosotros
escuchad con atención, y nosotros escuchemos con temor.
Me vino esta palabra del Señor: «Hijo
de Adán, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza
diciéndoles». Acabamos de
escuchar esta lectura; ahora podemos comentarla con
vosotros. El Señor nos ayudará a decir cosas que sean
verdaderas, en vez de decir cosas que sólo sean nuestras.
Pues, si sólo dijésemos las nuestras, seríamos pastores que
nos estaríamos apacentando a nosotros mismos, y no a las
ovejas; en cambio, si lo que decimos es suyo, él es quien os
apacienta, sea por medio de quien sea. Esto dice el
Señor: «¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí
mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los
pastores?» Es decir, que no tienen que apacentarse a sí
mismos, sino a las ovejas. Ésta es la primera acusación
dirigida contra estos pastores, la de que se apacientan a sí
mismos en vez de apacentar a las ovejas. ¿Y quiénes son ésos
que se apacientan a sí mismos? Los mismos de los que dice el
Apóstol: Todos sin excepción
buscan su interés, no el de Jesucristo.
Por nuestra parte, nosotros que nos
encontramos en este ministerio, del que tendremos que rendir
una peligrosa cuenta, y en el que nos puso el Señor según su
dignación y no según nuestros méritos, hemos de distinguir
claramente dos cosas completamente distintas: la primera,
que somos cristianos, y, la segunda, que somos obispos. Lo
de ser cristianos es por nuestro propio bien; lo de ser
obispos, por el vuestro. En el hecho de ser cristianos, se
ha de mirar a nuestra utilidad; en el hecho de ser obispos,
la vuestra únicamente.
Son muchos los cristianos que no son
obispos y llegan a Dios quizás por un camino más fácil y
moviéndose con tanta mayor agilidad, cuanto que llevan a la
espalda un peso menor. Nosotros, en cambio, además de ser
cristianos, por lo que habremos de rendir a Dios cuentas de
nuestra vida, somos también obispos, por lo que habremos de
dar cuenta a Dios del cumplimiento de nuestro ministerio.
Continuación
Oficio de Lectura, XXIV
lunes del Tiempo Ordinario
Los pastores que se
apacientan a sí mismos
Del sermón de
San Agustín,
obispo, sobre los pastores
Sermón
sobre los pastores 46,3-4
Oigamos, pues, lo que la palabra divina,
sin halagos para nadie, dice a los pastores que se
apacientan a sí mismos en vez de apacentar a las ovejas:
Os coméis su enjundia, os vestís
con su lana; matáis las más gordas y, las ovejas, no las
apacentáis. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las
enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis a las
descarriadas, ni buscáis las perdidas, y maltratáis
brutalmente a las fuertes. Al no tener pastor, se
desperdigaron y fueron pasto de las fieras del campo.
Se acusa a los pastores que se apacientan
a sí mismos en vez de a las ovejas, por lo que buscan y lo
que descuidan. ¿Qué es lo que buscan? Os coméis su
enjundia, os vestís con su lana. Pero por qué dice el
Apóstol: ¿Quién planta una viña, y no come de su fruto?
¿Qué pastor no se alimenta de la leche del rebaño?
Palabras en las que vemos que se llama leche del rebaño a lo
que el pueblo de Dios da a sus responsables para su sustento
temporal. De eso hablaba el Apóstol cuando decía lo que
acabamos de referir.
Ya que el Apóstol, aunque había preferido
vivir del trabajo de sus manos y no exigir de las ovejas ni
siquiera su leche, sin embargo, afirmó su derecho a percibir
aquella leche, pues el Señor había dispuesto que los que
anuncian el Evangelio vivan de él. Y, por eso, dice que
otros de sus compañeros de apostolado habían hecho uso de
aquella f facultad, no usurpada sino concedida. Pero él fue
más allá y no quiso recibir siquiera lo que se le debía.
Renunció, por tanto, a su derecho, pero no por eso los otros
exigieron algo indebido: simplemente, fue más allá. Quizás
pueda relacionarse con esto lo de aquel hombre que dijo, al
conducir al herido a la posada: Lo
que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.
¿Y qué más vamos a decir de aquellos
pastores que no necesitan la leche del rebaño? Que son
misericordiosos, o mejor, que desempeñan con más largueza su
deber de misericordia. Pueden hacerlo, y por esto lo hacen.
Han de ser alabados por ello, sin por eso condenar a los
otros. Pues el Apóstol mismo, que no exigía lo que era un
derecho suyo, deseaba, sin embargo, que las ovejas fueran
productivas, y no estériles y faltadas de leche.
Oración
Oh Dios, creador y dueño de todas las cosas, míranos y,
para que sintamos el efecto de tu amor, concédenos servirte
de todo corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.
Continuación
Oficio de lectura,
martes XXIV del tiempo ordinario
El ejemplo de Pablo
San Agustín,
Sermón sobre los pastores
Sermón 46,4-5
En una ocasión en que Pablo se encontraba
en una gran indigencia, preso por la confesión de la verdad,
los hermanos le enviaron con qué remediar su indigente
necesidad. El les dio las gracias y les dijo:
Al socorrer mis necesidades, habéis obrado
bien. Yo he aprendido a arreglarme en toda circunstancia. Sé
vivir en pobreza y abundancia. Todo lo puedo en aquel que me
conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi
tribulación.
Porque trataba de darles a entender lo que
se proponía, a propósito del bien que ellos habían hecho, y
no quería ser entre ellos uno de esos que se apacientan a sí
mismos en vez de a las ovejas, por eso, más que alegrarse de
que hubiesen acudido a remediar su necesidad, quiso
congratularse de su fecundidad en buenas obras. ¿Qué era
entonces lo que pretendía? No es que yo busque regalos,
busco que los intereses se acumulen en vuestra cuenta.
«Y no para quedar yo repleto –venía a decirles–, sino para
que vosotros no os quedéis desprovistos».
Así, pues, quienes no puedan, como Pablo,
sostenerse con el trabajo de sus manos, no duden en aceptar
la leche de las ovejas, para sustentarse en sus necesidades,
pero que no se olviden de las ovejas débiles. No han de
buscar esto como ventaja suya, como si anunciasen el
Evangelio para remedio de su pobreza, sino con el fin de
poder entregarse a la preparación de la palabra de verdad
con la que han de iluminar a los hombres. Pues son como
luminarias, según está dicho: Tened ceñida la cintura y
encendidas las lámparas; y:
No se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín,
sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los
de la casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que
vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que
está en el cielo.
Si en tu casa se encendiera una lámpara,
¿no le pondrías aceite para que no se apagara? Y, si,
después de ponerle aceite, la lámpara no alumbrara, no se la
colocaría en el candelero, sino que inmediatamente se la
tiraría. La necesidad autoriza, pues, a aceptar, y la
caridad, a dar los medios necesarios para la subsistencia. Y
ello no porque el Evangelio sea algo banal, como si lo
recibido como medio de vida por quienes lo anuncian fuera su
precio. Si así lo estuvieran vendiendo, lo estarían
malvendiendo. En efecto, si el sustento de sus necesidades
han de recibirlo del pueblo, el premio de su entrega es de
Dios de quien tienen que aguardarlo. Pues el pueblo no puede
otorgar la recompensa a quienes le sirven en la caridad del
Evangelio. Éstos no aguardan su premio sino del mismo Señor
de quien el pueblo espera su salvación.
Entonces, ¿por qué se increpa y acusa a
aquellos pastores? Porque, mientras bebían la leche y se
vestían con la lana de las ovejas, no se ocupaban de ellas.
Buscaban, pues, su interés, no el de Jesucristo.
Continuación
Oficio de
Lectura, miércoles XXIV Tiempo ordinario
Que nadie busque su interés,
sino el de Jesucristo
Del
Sermón de
San Agustín,
obispo, sobre los pastores
Sermón 46,6-7
Ya que hemos hablado de lo que quiere
decir beberse la leche, veamos ahora lo que significa
cubrirse con su lana. El que ofrece la leche ofrece el
sustento, y el que ofrece la lana ofrece el honor. Éstas son
las dos cosas que esperan del pueblo los que se apacientan a
sí mismos en vez de apacentar a las ovejas: la satisfacción
de sus necesidades con holgura y el favor del honor y la
gloria.
Desde luego, el vestido se entiende aquí
como signo de honor, porque cubre la desnudez. Un hombre es
un ser débil. Y, el que os preside, ¿qué es sino lo mismo
que vosotros? Tiene un cuerpo, es mortal, come, duerme, se
levanta; ha nacido y tendrá que morir. De manera que, si
consideras lo que es en sí mismo, no es más que un hombre.
Pero tú, al rodearle de honores, haces como si cubrieras lo
que es de por sí bien débil.
Ved qué vestidura de esta índole había
recibido el mismo Pablo del buen pueblo de Dios, cuando
decía: Me recibisteis como a un mensajero de Dios.
Porque hago constar en vuestro honor que, a ser posible, os
habríais sacado los ojos por dármelos. Pero,
habiéndosele tributado semejante honor, ¿acaso se mostró
complaciente con los que andaban equivocados, como si
temiera que se lo negaran y le retiraran sus alabanzas si
los acusaba? De haberlo hecho así, se hubiera contado entre
los que se apacientan a sí mismos en vez de a las ovejas. En
ese caso, estaría diciendo para sí: «¿A mí qué me importa?
Que haga cada uno lo que quiera; mi sustento está a salvo,
lo mismo que mi honor: tengo suficiente leche y lana; que
cada un tire por donde pueda». ¿Con que para ti todo está
bien, si cada uno tira por donde puede? No seré yo quien te
dé responsabilidad alguna, no eres más que uno de tantos.
Cuando un miembro sufre, todos sufren con él.
Por eso, el mismo Apóstol, al recordarles
la manera que tuvieron de portarse con él, y para no dar la
impresión de que se olvidaba de los honores que le habían
tributado, les aseguraba que lo habían recibido como si
fuera un mensajero de Dios y que, si hubiera sido ello
posible, se habrían sacado los ojos para ofrecérselos a él.
A pesar de lo cual, se acercó a la oveja enferma, a la oveja
corrompida, para cauterizar su herida, no para ser
complaciente con su corrupción. ¿Y ahora me he
convertido en enemigo vuestro por ser sincero con vosotros?
De modo que aceptó la leche de las ovejas y se vistió
con su lana, pero no las descuidó. Porque no buscaba su
interés, sino el de Jesucristo.
Continuación
Oficio de Lectura, XXIV
viernes del Tiempo Ordinario
Prepárate para las pruebas
Del Sermón de
san Agustín,
obispo, sobre los pastores
46,10-11
Ya habéis oído lo que los malos pastores
aman. Ved ahora lo que descuidan. No fortalecéis a las
débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas,
es decir, a las que sufren; no recogéis a las
descarriadas, ni buscáis a las perdidas, y maltratáis
brutalmente a las fuertes, destrozándolas y llevándolas
a la muerte. Decir que una oveja ha enfermado quiere
significar que su corazón es débil, de tal manera que puede
ceder ante las tentaciones en cuanto sobrevengan y la
sorprendan desprevenida.
El pastor negligente, cuando recibe en la
fe a alguna de estas ovejas débiles, no le dice: Hijo
mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las
pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente. Porque
quien dice tales cosas, ya está confortando al débil, ya
está fortaleciéndole, de forma que, al abrazar la fe, dejará
de esperar en las prosperidades de este siglo. Ya que, si se
le induce a esperar en la prosperidad, esta misma
prosperidad será la que le corrompa; y, cuando sobrevengan
las adversidades, lo derribarán y hasta acabarán con él.
Así, pues, el que de esa manera lo
edifica, no lo edifica sobre piedra, sino sobre arena. Y la roca era Cristo.
Los cristianos tienen que imitar
los sufrimientos de Cristo, y no tratar de alcanzar los
placeres. Se conforta a un pusilánime cuando se le dice:
«Aguarda las tentaciones de este siglo, que de todas ellas
te librará el Señor, si tu corazón no se aparta lejos de él.
Porque precisamente para fortalecer tu corazón vino él a
sufrir, vino él a morir, a ser escupido y coronado de
espinas, a escuchar oprobios, a ser, por último, clavado en
una cruz. Todo esto lo hizo él por ti, mientras que tú no
has sido capaz de hacer nada, no ya por él, sino por ti
mismo».
¿Y cómo definir a los que, por temor de
escandalizar a aquellos a los que se dirigen, no sólo no los
preparan para las tentaciones inminentes, sino que incluso
les prometen la felicidad en este mundo, siendo así que Dios
mismo no la prometió? Dios predice al mismo mundo que
vendrán sobre él trabajos y más trabajos hasta el final, ¿y
quieres tú que el cristiano se vea libre de ellos?
Precisamente por ser cristiano tendrá que pasar más trabajos
en este mundo.
Lo dice el Apóstol: Todo el que se
proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido.
Y tú, pastor que tratas de buscar tu interés en vez
del de Cristo, por más que aquél diga: Todo el que se
proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido, tú insistes en decir: «Si vives piadosamente en Cristo,
abundarás en toda clase de bienes. Y, si no tienes hijos,
los engendrarás y sacarás adelante a todos, y ninguno se te
morirá». ¿Es ésta tu manera de edificar? Mira lo que haces,
y dónde construyes. Aquel a quien tú levantas está sobre
arena. Cuando vengan las lluvias y los aguaceros, cuando
sople el viento, harán fuerza sobre su casa, se derrumbará,
y su ruina será total.
Sácalo de la arena, ponlo sobre la roca;
aquel que tú deseas que sea cristiano, que se apoye en
Cristo. Que piense en los inmerecidos tormentos de Cristo,
que piense en Cristo, pagando sin pecado lo que otros
cometieron, que escuche la Escritura que le dice: El
Señor castiga a sus hijos preferidos. Que se prepare a
ser castigado, o que renuncie a ser hijo preferido.
Oficio de Lectura, XXIV
sábado del Tiempo Ordinario
Ofrece el alivio de la
consolación
Del sermón de
san Agustín,
obispo, sobre los pastores
46,11-12
El Señor, dice la Escritura,
castiga a sus hijos preferidos. Y
tú te atreves a decir: «Quizás seré una excepción.» Si
eres una excepción en el castigo, quedarás igualmente
exceptuado del número de los hijos. «¿Es cierto
—preguntarás— que castiga a cualquier hijo?» Cierto que
castiga a cualquier hijo, y del mismo modo que a su Hijo
único. Aquel Hijo, que había nacido de la misma substancia
del Padre, que era igual al Padre por su condición divina,
que era la Palabra por la que había creado todas las cosas,
por su misma naturaleza no era susceptible de castigo. Y,
precisamente, para no quedarse sin castigo, se vistió de la
carne de la especie humana. ¿Con qué va a dejar sin castigo
al hijo adoptado y pecador, el mismo que no dejó sin castigo
a su único Hijo inocente? El Apóstol dice que nosotros
fuimos llamados a la adopción. Y recibimos la adopción de
hijos para ser herederos junto con el Hijo único, para ser
incluso su misma herencia: Pídemelo: te daré en herencia
las naciones. En sus sufrimientos, nos dio ejemplo a
todos nosotros.
Pero, para que el débil no se vea vencido
por las futuras tentaciones, no se le debe engañar con
falsas esperanzas, ni tampoco desmoralizarlo a fuerza de
exagerar los peligros. Dile: Prepárate para las pruebas,
y quizá comience a retroceder, a estremecerse
de miedo, a no querer dar un paso hacia adelante. Tienes
aquella otra frase: Fiel es Dios, y no permitirá él que
la prueba supere vuestras fuerzas. Pues bien, prometer
y anunciar las tribulaciones futuras es, efectivamente,
fortalecer al débil. Y, si al que experimenta un temor
excesivo, hasta el punto de sentirse aterrorizado, le
prometes la misericordia de Dios, y no porque le vayan a
faltar las tribulaciones, sino porque Dios no permitirá que
la prueba supere sus fuerzas, eso es, efectivamente, vendar
las heridas.
Los hay, en efecto, que, cuando oyen
hablar de las tribulaciones venideras, se fortalecen más, y
es como si se sintieran sedientos de la que ha de ser su
bebida. Piensan que es poca cosa para ellos la medicina de
los fieles y anhelan la gloria de los mártires. Mientras que
otros, cuando oyen hablar de las tentaciones que
necesariamente habrán de sobrevenirles, aquellas que no
pueden menos de sobrevenirle al cristiano, aquellas que sólo
quien desea ser verdaderamente cristiano puede experimentar,
se sienten quebrantados y claudican ante la inminencia de
semejantes situaciones.
Ofréceles el alivio de la consolación,
trata de vendar sus heridas. Di: «No temas, que no va a
abandonarte en la prueba aquel en quien has creído. Fiel
es Dios, y no permitirá él que la prueba supere sus
fuerzas». No son palabras mías, sino del Apóstol, que
nos dice: Tendréis la prueba que buscáis de que Cristo
habla por mí. Cuando oyes estas cosas, estás oyendo al
mismo Cristo, estás oyendo al mismo pastor que apacienta a
Israel. Pues a él le fue dicho: Nos diste a beber
lágrimas, pero con medida. De modo que el salmista, al
decir con medida, viene a decir lo mismo que el
Apóstol: No permitirá él que la prueba supere vuestras
fuerzas. Sólo que tú no has de rechazar al que te
corrige y te exhorta, te atemoriza y te consuela, te hiere y
te sana.
Oficio de Lectura, XXV
domingo del Tiempo Ordinario
Los cristianos débiles
Del
Sermón de
san Agustín,
obispo, sobre los pastores
46,13
No fortalecéis a las ovejas débiles,
dice el Señor. Se lo dice a los
malos pastores, a los pastores falsos, a los pastores que
buscan su interés y no el de Jesucristo, que se aprovechan
de la leche y la lana de las ovejas, mientras que no se
preocupan de ellas ni piensan en fortalecer su mala salud.
Pues me parece que hay alguna diferencia entre estar débil,
o sea, no firme –ya que son débiles los que padecen alguna
enfermedad–, y estar propiamente enfermo, o sea, con mala
salud.
Desde luego que estas ideas que nos
estamos esforzando por distinguir las podríamos precisar,
por nuestra parte, con mayor diligencia, y por supuesto que
lo haría mejor cualquier otro que supiera más o fuera más
fervoroso; pero, de momento, y para que no os sintáis
defraudados, voy a deciros lo que siento, como comentario a
las palabras de la Escritura. Es muy de temer que al que se
encuentra débil no le sobrevenga una tentación y le
desmorone. Por su parte, el que está enfermo es ya esclavo
de algún deseo que le está impidiendo entrar por el camino
de Dios y someterse al yugo de Cristo.
Pensad en esos hombres que quieren vivir
bien, que han determinado ya vivir bien, pero que no se
hallan tan dispuestos a sufrir males, como están preparados
a obrar el bien. Sin embargo, la buena salud de un cristiano
le debe llevar no sólo a realizar el bien, sino también a
soportar el mal. De manera que aquellos que dan la impresión
de fervor en las buenas obras, pero que no se hallan
dispuestos o no son capaces de sufrir los males que se les
echan encima, son en realidad débiles. Y aquellos que aman
el mundo y que por algún mal deseo se alejan de las buenas
obras, éstos están delicados y enfermos, puesto que, por
obra de su misma enfermedad, y como si se hallaran sin
fuerza alguna, son incapaces de ninguna obra buena.
En tal disposición interior se encontraba
aquel paralítico al que, como sus portadores no podían
introducirle ante la presencia del Señor, hicieron un
agujero en el techo, y por allí lo descolgaron. Es decir,
para conseguir lo mismo en lo espiritual, tienes que abrir
efectivamente el techo y poner en la presencia del Señor el
alma paralítica, privada de la movilidad de sus miembros y
desprovista de cualquier obra buena, gravada además por sus
pecados y languideciendo a causa del morbo de su
concupiscencia. Si, efectivamente, se ha alterado el uso de
todos sus miembros y hay una auténtica parálisis interior,
si es que quieres llegar hasta el médico –quizás el médico
se halla oculto, dentro de ti: este sentido verdadero se
halla oculto en la Escritura–, tienes que abrir el techo y
depositar en presencia del Señor al paralítico, dejando a la
vista lo que está oculto.
En cuanto a los que no hacen nada de esto
y descuidan hacerlo, ya habéis oído las palabras que les
dirige el Señor: No curáis a las enfermas, ni vendáis
sus heridas; ya lo hemos comentado. Se hallaba herida
por el miedo a la prueba. Había algo para vendar aquella
herida; estaba aquel consuelo: Fiel es Dios, y no permitirá él que la prueba supere
vuestras fuerzas. No, para que sea posible resistir, con la
prueba dará también la salida.
Oficio de Lectura, XXV lunes del Tiempo Ordinario
Insiste a tiempo y a destiempo
Sermón de
san Agustín,
obispo, sobre los pastores
46,14-15
No recogéis a las descarriadas, ni
buscáis a las perdidas. En este
mundo andamos siempre entre las manos de los ladrones y los
dientes de los lobos feroces y, a causa de estos peligros
nuestros, os rogamos que oréis. Además, las ovejas son
obstinadas. Cuando se extravían y las buscamos, nos dicen,
para su error y perdición, que no tienen nada que ver con
nosotros: «¿Para qué nos queréis? ¿Para qué nos buscáis?»
Como si el hecho de que anden errantes y en peligro de
perdición no fuera precisamente la causa de que vayamos tras
de ellas y las busquemos. «Si ando errante –dicen–, si estoy
perdida, ¿para qué me quieres? ¿Para qué me buscas?» Te
quiero hacer volver precisamente porque andas extraviada;
quiero encontrarte porque te has perdido.
«¡Pero si yo quiero andar así, quiero así
mi perdición!» ¿De veras así quieres extraviarte, así
quieres perderte? Pues tanto menos lo quiero yo. Me atrevo a
decirlo, estoy dispuesto a seguir siendo inoportuno. Oigo al
Apóstol que dice: Proclama la palabra, insiste a tiempo
y a destiempo. ¿A quiénes insistiré a tiempo, y a
quiénes a destiempo? A tiempo, a los que quieren escuchar; a
destiempo, a quienes no quieren. Soy tan inoportuno que me
atrevo a decir: «Tú quieres extraviarte, quieres perderte,
pero yo no quiero.» Y, en definitiva, no lo quiere tampoco
aquel a quien yo temo. Si yo lo quisiera, escucha lo que
dice, escucha su increpación: No recogéis a las
descarriadas, ni buscáis a las perdidas. ¿Voy a temerte
más a ti que a él mismo? Todos
tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo.
De manera que seguiré llamando a las que
andan errantes y buscando a las perdidas. Lo haré, quieras o
no quieras. Y, aunque en mi búsqueda me desgarren las zarzas
del bosque, no dejaré de introducirme en todos los
escondrijos, no dejaré de indagar en todas las matas;
mientras el Señor a quien temo me dé fuerzas, andaré de un
lado a otro sin cesar. Llamaré mil veces a la errante,
buscaré a la que se halla a punto de perecer. Si no quieres
que sufra, no te alejes, no te expongas a la perdición. No
tiene importancia lo que yo sufra por tus extravíos y tus
riesgos. Lo que temo es llegar a matar a la oveja sana, si
te descuido a ti. Pues oye lo que se dice a continuación:
Matáis las ovejas más gordas. Si echo en olvido a
la que se extravía y se expone a la perdición, la que está
sana sentirá también la tentación de extraviarse y de
ponerse en peligro de perecer.