Oficio de Lectura, XXII
Miércoles del Tiempo Ordinario
Cristo hablaba del
templo de su cuerpo
Orígenes,
Comentario sobre el evangelio de san Juan
Tomo 10,20
Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los amadores de
su propio cuerpo y de los bienes materiales –se deja entender que
hablamos aquí de los judíos–, los que no aguantaban que Cristo
hubiera expulsado a los que convertían en mercado la casa de su
Padre, exigen que les muestre un signo para obrar como obra. Así
podrán juzgar si obra bien o no el Hijo de Dios, a quien se niegan a
recibir. El Salvador, como si hablara en realidad del templo, pero
hablando de su propio cuerpo, a la pregunta: ¿Qué signos nos
muestras para obrar así?, responde: Destruid este templo, y en tres
días lo levantaré.
Sin embargo, creo que ambos, el templo y el cuerpo de Jesús, según
una interpretación unitaria, pueden considerarse figuras de la
Iglesia, ya que ésta se halla construida de piedras vivas, hecha
templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, construido
sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra
angular el mismo Cristo Jesús que, a su vez, también es templo. En
cambio, si tenemos en cuenta aquel otro pasaje: Vosotros sois el
cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro, parece que la unión y
conveniente disposición de las piedras en el templo se destruye y
descoyunta, como sugiere el salmo veintiuno, al decir en nombre de
Cristo: Tengo los huesos descoyuntados. Descoyuntados por los
continuos golpes de las persecuciones y tribulaciones, y por la
guerra que levantan los que rasgan la unidad del templo; pero el
templo será restaurado, y el cuerpo resucitará el d tercero;
tercero, porque viene después del amenaza te día de la maldad, y del
día de la consumación que seguirá.
Porque llegará ciertamente un tercer día, y en él nace un cielo
nuevo y una tierra nueva, cuando estos huesos, decir, la casa toda
de Israel, resucitarán en aquel solemne y gran domingo en el que la
muerte será definitivamente aniquilada. Por ello, podemos afirmar
que la resurrección de Cristo, que pone fin a su cruz y a su muerte,
contiene y encierra ya en sí la resurrección de todos los que
formamos el cuerpo de Cristo. Pues, de la misma forma que el cuerpo
visible de Cristo, después de crucificado y sepultado, resucitó, así
también acontecerá con el cuerpo total de Cristo formado por todos
sus santos: crucificado y muerto con Cristo, resucitará también como
él. Cada uno de los santos dice, pues, como Pablo: Lo que es a mí,
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para
el mundo.
Por ello, de cada uno de los cristianos puede no sólo afirmarse que
ha sido crucificado con Cristo para el mundo, sino también que con
Cristo ha sido sepultado, pues, si por nuestro bautismo fuimos
sepultados con Cristo, como dice san Pablo, con él también
resucitaremos, añade, como para insinuarnos ya las arras de nuestra
futura resurrección.