Oficio de Lectura, XXI
Viernes del Tiempo Ordinario
Convertíos a mí
De los
Comentarios de san
Jerónimo, presbítero, sobre el libro del profeta Joel
PL 25, 967-968
Convertíos a mí de todo corazón, y
que vuestra penitencia interior se
manifieste por medio del ayuno, del llanto y de las lágrimas;
así, ayunando ahora, seréis luego saciados; llorando ahora,
podréis luego reír; lamentándoos ahora, seréis luego consolados.
Y, ya que la costumbre tiene establecido rasgar los vestidos en
los momentos tristes y adversos –como nos lo cuenta el
Evangelio, al decir que el pontífice rasgó sus vestiduras para
significar la magnitud del crimen del Salvador, o como nos dice
el libro de los Hechos que Pablo y Bernabé rasgaron sus túnicas
al oír las palabras blasfematorias–, así os digo que no rasguéis
vuestras vestiduras, sino vuestros corazones repletos de pecado;
pues el corazón, a la manera de los odres, no se rompe nunca
espontáneamente, sino que debe ser rasgado por la voluntad.
Cuando, pues, hayáis rasgado de esta manera vuestro corazón,
volved al Señor, vuestro Dios, de quien os habíais apartado por
vuestros antiguos pecados, y no dudéis del perdón, pues, por
grandes que sea vuestras culpas, la magnitud de su misericordia
perdonará, sin duda, la vastedad de vuestros muchos pecados.
Pues el Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad; él no se complace en la
muerte del malvado, sino en que el malvado cambie de conducta y
viva; él no es impaciente como el hombre, sino que espera sin
prisas nuestra conversión y sabe retirar su malicia de nosotros,
de manera que, si nos convertimos de nuestros pecados, él retira
de nosotros sus castigos y aparta de nosotros sus amenazas,
cambiando ante nuestro cambio. Cuando aquí el profeta dice que
el Señor sabe retirar su malicia, por malicia no debemos
entender lo que es contrario a la virtud, sino las desgracias
con que nuestra vida está amenazada, según aquello que leemos en
otro lugar: A cada día le bastan sus disgustos, o bien
aquello otro: ¿Sucede una desgracia en
la ciudad que no la mande el Señor?
Y, porque dice, como hemos visto más arriba,
que el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y
rico en piedad y que sabe retirar su malicia, a fin de que la
magnitud de su clemencia no nos haga negligentes en el bien,
añade el profeta: Quizá se arrepienta y nos perdone y nos
deje todavía su bendición. Por eso, dice, yo, por mi parte,
exhorto a la penitencia y reconozco que Dios es infinitamente
misericordioso, como dice el profeta David:
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu
inmensa compasión borra mi culpa.
Pero, como sea que no podemos conocer hasta
dónde llega el abismo de las riquezas y sabiduría de Dios,
prefiero ser discreto en mis afirmaciones y decir sin
presunción: Quizá se arrepienta y nos perdone. Al decir
quizá, ya está indicando que se trata de algo o bien
imposible o por lo menos muy difícil.
Habla luego el profeta de ofrenda y
libación para nuestro Dios: con ello, quiere significar
que, después de habernos dado su bendición y perdonado nuestro
pecado, nosotros debemos ofrecer a Dios nuestros dones.