Oficio de lectura,
sábado XX del tiempo ordinario
Cristo reconcilió el
mundo con Dios por su propia sangre
De los comentarios de
San Ambrosio,
obispo, sobre los salmos.
Salmo
48,14-15
Cristo, que reconcilió el mundo con Dios,
personalmente no tuvo necesidad de reconciliación. Él, que
no tuvo ni sombra de pecado, no podía expiar pecados
propios. Y así, cuando le pidieron los judíos la didracma
del tributo que, según la ley, se tenía que pagar por el
pecado, preguntó a Pedro: «¿Qué te
parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran
impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?» Contestó:
«A los extraños.» Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están
exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago,
echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la
boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por
mí y por ti».
Dio a entender con esto que él no estaba
obligado a pagar para expiar pecados propios; porque no era
esclavo del pecado, sino que, siendo como era Hijo de Dios,
estaba exento de toda culpa. Pues el Hijo libera, pero el
esclavo está sujeto al pecado. Por tanto, goza de perfecta
libertad y no tiene por qué dar ningún precio en rescate de
sí mismo. En cambio, el precio de su sangre es más que
suficiente para satisfacer por los pecados de todo el mundo.
El que nada debe está en perfectas condiciones para
satisfacer por los demás.
Pero aún hay más. No sólo Cristo no
necesita rescate ni propiciación por el pecado, sino que
esto mismo lo podemos decir de cualquier hombre, en cuanto
que ninguno de ellos tiene que expiar por sí mismo, ya que
Cristo es propiciación de todos los pecados, y él mismo es
el rescate de todos los hombres.
¿Quién es capaz de redimirse con su propia
sangre, después que Cristo ha derramado la suya por la
redención de todos? ¿Qué sangre puede compararse con la de
Cristo? ¿O hay algún ser humano que pueda dar una
satisfacción mayor que la que personalmente ofreció Cristo,
el único que puede reconciliar el mundo con Dios por su
propia sangre? ¿Hay alguna víctima más excelente? ¿Hay algún
sacrificio de más valor? ¿Hay algún abogado más eficaz que
el mismo que se ha hecho propiciación por nuestros pecados y
dio su vida por nuestro rescate?
No hace falta, pues, propiciación o
rescate para cada uno, porque el precio de todos es la
sangre de Cristo. Con ella nos redimió nuestro Señor
Jesucristo, el único que de hecho nos reconcilió con el
Padre. Y llevó una vida trabajosa hasta el fin, porque tomó
sobre sí nuestros trabajos. Y así decía:
Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré.
Oración
Oh Dios,
que has preparado bienes inefables para los que te aman,
infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en
todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus
promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor
Jesucristo.