Oficio de Lectura, XVIII
Jueves del Tiempo Ordinario
Es fuerte el amor como la muerte
Balduino de
Cantorbery
Tratado 10
Es fuerte la muerte, que puede privarnos del don de la vida. Es
fuerte el amor, que puede restituirnos a una vida mejor.
Es fuerte la muerte, que tiene poder para desposeernos de los
despojos de este cuerpo. Es fuerte el amor, que tiene poder para
arrebatar a la muerte su presa y devolvérnosla.
Es fuerte la muerte, a la que nadie puede resistir. Es fuerte el
amor, capaz de vencerla, de embotar su aguijón, de reprimir sus
embates, de confundir su victoria. Lo cual tendrá lugar cuando
podamos apostrofarla, diciendo: ¿Dónde están tus pestes, muerte?
¿Dónde está, muerte, tu aguijón?
Es fuerte el amor como la muerte, porque el amor de Cristo da
muerte a la misma muerte. Por esto dice: Oh muerte, yo seré tu
muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón. También el amor
con que nosotros amamos a Cristo es fuerte como la muerte, ya
que viene a ser él mismo como una muerte, en cuanto que es el
aniquilamiento de la vida anterior, la abolición de las malas
costumbres y el sepelio de las obras muertas.
Este nuestro amor para con Cristo es como un intercambio de dos
cosas semejantes, aunque su amor hacia nosotros supera al
nuestro. Porque él nos amó primero y, con el ejemplo de amor que
nos dio, se ha hecho para nosotros como un sello, mediante el
cual nos hacemos conformes a su imagen, abandonando la imagen
del hombre terreno y llevando la imagen del hombre celestial,
por el hecho de amarlo como él nos ha amado. Porque en esto nos
ha dejado un ejemplo para que sigamos sus huellas.
Por esto dice: Grábame como un sello en tu corazón. Es como si
dijera: «Amame, como yo te amo. Tenme en tu pensamiento, en tu
recuerdo, en tu deseo, en tus suspiros, en tus gemidos y
sollozos. Acuérdate, hombre, qué tal te he hecho, cuán por
encima te he puesto de las demás criaturas, con qué dignidad te
he ennoblecido, cómo te he coronado de gloria y de honor, cómo
te he hecho un poco inferior a los ángeles, cómo he puesto bajo
tus pies todas las cosas. Acuérdate no sólo de cuán grandes
cosas he hecho para ti, sino también de cuán duras y humillantes
cosas he sufrido por ti; y dime si no obras perversamente cuando
dejas de amarme. ¿Quién te ama como yo? ¿Quién te ha creado sino
yo? ¿Quién te ha redimido sino yo?»
Quita de mí, Señor, este corazón de piedra, quita de mí este
corazón endurecido, incircunciso. Tú que purificas los corazones
y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita
en él, llénalo con tu presencia, tú que eres superior a lo más
grande que hay en mí y que estás más dentro de mí que mi propia
intimidad. Tú que eres el modelo perfecto de la belleza y el
sello de la santidad, sella mi corazón con la impronta de tu
imagen; sella mi corazón, por tu misericordia, tú, Dios por
quien se consume mi corazón, mi lote perpetuo. Amén.