Oficio de lectura,
XVII Lunes del tiempo ordinario
La
misericordia divina y la misericordia humana
San
Cesáreo de Arlés
Sermón 25,1
Dichosos los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia. Dulce es el
nombre de misericordia, hermanos muy amados; y, si el nombre es tan
dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los hombres la
desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan
dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos
los que quieren practicarla.
Oh hombre, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú
te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo
debe él practicarla en este mundo. Y, por esto, hermanos muy amados,
ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella
llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre
después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se
llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la
Escritura: Señor, tu misericordia llega al
cielo.
Existe, pues, una misericordia terrena y humana,
otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que
consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la
misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los
pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de
peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la
patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la
persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo
hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere
recibir en la tierra.
¿Cómo somos nosotros, que, cuando Dios nos da,
queremos recibir y, cuando nos pide, no le queremos dar? Porque,
cuando un pobre pasa hambre, es Cristo quien pasa necesidad, como
dijo él mismo: Tuve hambre, y no me disteis de comer. No
apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres
esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo
pasa hambre, es él quien se digna padecer hambre y sed en la persona
de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá
luego en el cielo.
Os pregunto, hermanos, ¿qué es lo que queréis o
buscáis cuando venís a La iglesia? Ciertamente la misericordia.
Practicad, pues, la misericordia terrena, y recibiréis la
misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios;
aquél un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente, y merecerás
recibir de Cristo, ya que él ha dicho: Dad, y se os dará.
No comprendo cómo te atreves a esperar recibir, si tú te niegas a
dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la
limosna que podéis, según vuestras posibilidades.