Oficio de lectura,
XVI Jueves del tiempo ordinario
Ha resplandecido sobre nosotros la
luz de tu rostro
De los comentarios de
San Ambrosio, obispo,
sobre los salmos
Salmo 43,89-90
¿Por qué nos escondes tu rostro?
Cuando estamos afligidos por algún motivo nos
imaginamos que Dios nos esconde su rostro, porque nuestra parte
afectiva está como envuelta en tinieblas que nos impiden ver la luz
de la verdad. En efecto, si Dios atiende a nuestro estado de ánimo y
se digna visitar nuestra mente, entonces estamos seguros de que no
hay nada capaz de oscurecer nuestro interior. Porque, si el rostro
del hombre es la parte más destacada de su cuerpo, de manera que
cuando nosotros vemos el rostro de alguna persona es cuando
empezamos a conocerla, o cuando nos damos cuenta de que ya la
conocíamos, ya que su aspecto nos lo da a conocer, ¿cuánto más no
iluminará el rostro de Dios a los que él mira?
En esto, como en tantas otras cosas, el Apóstol,
verdadero intérprete de Cristo, nos da una enseñanza magnífica, y
sus palabras ofrecen a nuestra mente una nueva perspectiva. Dice, en
efecto: El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la
tiniebla» ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros
iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo.
Vemos, pues, de qué manera brilla en nosotros la luz de Cristo.
Él en efecto, el resplandor eterno de las almas, ya que para esto lo
envió el Padre al mundo, para que, iluminados por su rostro, podamos
esperar las cosas eternas y celestiales, nosotros que antes nos
hallábamos impedidos por la oscuridad de este mundo.
¿Y qué digo de Cristo, si el mismo apóstol Pedro
dijo a aquel cojo de nacimiento: Míranos? Él miró a Pedro y
quedó iluminado con el don de la fe; porque no hubiese sido curado
si antes no hubiese creído confiadamente.
Si ya el poder de los apóstoles era tan grande,
comprendemos por qué Zaqueo, al oír que pasaba el Señor Jesús, subió
a un árbol, ya que era pequeño de estatura y la multitud le impedía
verlo. Vio a Cristo y encontró la luz, lo vio y él, que antes se
apoderaba de lo ajeno, empezó a dar lo que era suyo.
¿Por qué nos escondes tu rostro?,
esto es: «Aunque nos escondes tu rostro, Señor, a
pesar de todo, ha resplandecido sobre nosotros la luz de tu
rostro, Señor. A pesar de todo, poseemos esta luz en nuestro
corazón y brilla en lo íntimo de nuestro ser; porque nadie puede
subsistir, si le escondes tu rostro».